YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

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Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO IX

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By MargySilva


LUNA DE MIEL EN EL CARIBE

DÍA 6 DE 8

AMANECER EN ARUBA

"Perdonar no borra el pasado, pero te libera de la carga del mismo"

¿Qué otra cosa diferente a dormir se puede hacer después de una tarde en el spa? El sol estaba oculto tras unos nubarrones de los cuales se desprendían chispas ¡Va llover! –Vaticinó Armando--. La lluvia siempre me había gustado, pero no cuando se convertía en tormenta y se prologaba mucho tiempo causando desastres. "Una tormenta en el mar, debe ser totalmente diferente, quizás aterradora", pensé. ¿A cuánto estábamos de atracar en Aruba? ¿Minutos, quizás? Esperaba que la lluvia nos cogiera en tierra.

El camarote olía a cloro y lavanda, la ropa sucia había desaparecido del armario, donde la había dejado en una bolsa de plástico negro. La ropa de cama había sido cambiada y también se había rellenado la nevera con otra botella de whisky y otro jugo de mora.

--Mi amor ¿tu pediste estas bebidas? –Le pregunté a Armando—

--No, pero el paquete turístico que compramos incluye relleno de nevera cuantas veces sea necesario—Replicó el—

Abrí el jugo de mora y me serví un poco en un vaso descartable.

--¿Quieres que te sirva algo de tomar? –Armando se había salido a la terraza y observaba el cielo—

--¿Mi amor? ¿Me oyes? –Me dirigí a la terraza—

-- Ah, ¿Decías algo? No te escuché... ¿Qué tomas? –Dijo él al tiempo que me abrazaba de la cintura. Le acerqué el borde del vaso a la nariz--

--Jugo de mora –Le dije -- ¿Quieres jugo o whisky?

--Whisky, por favor. ¿Es tan buen whisky como el anterior?

Le mostré la botella y él asintió.

Armando y yo nos quedamos en la terraza, sentados en las sillas reclinables, viendo cómo se precipitaban unas gotas sobre el techo de la terraza que era de cristal y aluminio.

Dejamos la puerta abierta para que el aire acondicionando se filtrara y ambientara mejor la terraza, que a pesar de no haber sol en ese momento, era un pequeño horno por la falta de ventilación. Había tres vidrios rectangulares de 60 cm de ancho y 30 de alto que se corrían a la izquierda y permitía que el aire entrara, sin embargo, aquella tarde la humedad era muy densa y preferimos no abrirlas, además de la proximidad de la lluvia.

Eran las 5 de la tarde pero todavía había suficiente claridad. Armando sacó una mesa plegable que había por ahí y sobre ésta puso la botella de whisky y una hielera. Se sirvió el segundo vaso de whisky.

--Betty, me quedé pensando en todo lo que hablamos en el spa y me di cuenta de una cosa...

--¿De qué cosa, mi amor? –Inquirí—

--De que no soy tan mal tipo después de todo, de que soy mejor persona gracias a usted. No he sido capaz de perdonarme a mí mismo lo que hice, eso quiere decir que tengo consciencia. ¿Es posible que haya sido tan tonto como para pensar que usted iba a deslumbrarse por joyas? Si usted es la mujer más sencilla que he conocido –Dijo él. Me tomó de la barbilla y clavó la mirada—

--Eso quiere decir que tienes un gran corazón, Armando. A pesar de todo ese mal genio –rodé los ojos porque yo sabía que ahora era capaz de controlarse—tienes sentimientos nobles, te has esforzado por mejorar y yo valoro eso, no sabes cuánto. –Le dije—

--Mi vida era un caos antes de ti, Beatriz. No estaba preparado para casarme, para ser presidente de Ecomoda, para mantener si quiera mi dignidad. —Dijo –

--Yo ya lloré mucho por mis errores del pasado, pero no me reprocho más eso, porque gracias a esos errores estoy aquí contigo, en ese lugar tan hermoso, viviendo cosas que no olvidaré hasta que sea muy, muy viejita. —Nos mirábamos fijamente —

--Yo sé, Betty. Atravesaría el mismo infierno de nuevo si no hubiera otra forma de encontrarte—Besó el dorso mi mano izquierda—

--Bueno, doctor Monstruo, este tema termina aquí. ¿Está claro? El pasado hoy se lanza a este mar y se hunde en el fondo como un pesado baúl. — Le dije— ¿Me acompaña a arrojarlo al mar? –Se me había ocurrido una idea en ese instante—

De doña Catalina había aprendido muchas cosas, una de ellas era el poder que tenía el simbolismo en nuestras vidas. Esas pequeñas palabras, acciones que nos liberaban de cargas muy pesadas que llevábamos arrastrando durante toda la vida y no sabíamos.

Armando necesitaba hacer algún tipo de ritual que le ayudara a entender que el pasado no era para reprocharse si no para tomarlo como lección, que yo nunca, a pesar de los problemas que se nos presentaran, me valdría del pasado para hacerlo sentir mal. Al fin y al cabo, los dos nos habíamos equivocado y los dos nos habíamos amado así: rotos, imperfectos. Armando no era tan duro como la gente pensaba, ¡yo lo había descubierto desde un inicio!, desde que me convertí en su sombra, en su cómplice, lo había visto hacer cosas buenas, justas en Ecomoda, aunque la gente solo recordara los desastres. Pero, ¿Cómo lo hacía recordar la importancia de sus enseñanzas sobre el mundo de la moda? ¿Cómo le ayudaba a reconciliarse consigo mismo?, pensé.

Estaba reflexionando sobre esto con la vista fija en la infinidad del océano. Ladeé la cabeza hacia la izquierda esperando seguir hablando con él, pero lo encontré dormido. Su rostro estaba sereno, su mano alrededor del vaso de whisky, que descansaba sobre el apoyabrazos de la silla. Le iba a proponer que en cuanto atracara el barco en Aruba, buscaríamos algún lugar donde pudiéramos hacer ese ritual que tanto me había ayudado a mí a estar en paz con mi pasado.

En ese momento extrañé tanto a doña Catalina, sus palabras, sus consejos, su sabiduría. Había escuchado que estaba ayudando a Nicolás en todo lo referente a Ecomoda y las franquicias, como yo se lo había solicitado. Ahora estaba haciendo otras funciones diferentes a relaciones públicas, y yo sabía que eso no lo compensaba un cheque, ya que seguramente para hacerlo, estaría descuidando su empresa.

"Este es el mejor momento para llamarla, así todo sería una sorpresa para Armando", pensé. Con cuidado de no despertarlo, me levanté de la silla y entré al camarote. Cogí el auricular del teléfono y marqué a doña Catalina, el teléfono solo replicó una vez y ella atendió.

--Aló, Catalina Ángel, a su servicio ¿Quién ahí? –Respondió ella en tono formal, pensando que era un cliente—

--Doña Catalina, soy yo, Betty—Dije—

--¡Betty! No me esperaba su llamada; pensé que era un cliente –Dijo ella y se echó a reír por lo bajito— ¿Cómo está? ¿Cómo va esa luna de miel?—

--Calurosa, pero bien, doña Catalina –Repliqué y me reí al tiempo que ella— Sé que es extraña mi llamada, pero necesito un consejo –Le dije—

--No es extraña, porque yo sé que usted se preocupa mucho por Ecomoda. Aunque presiento que no es por eso que me llama ¿cierto? –Dijo ella--

--No precisamente. Escuché que habían tenido un problema en despachar la carga que iba para la franquicia de México—Dije, tomándome un tiempo antes de tocar el verdadero tema que motivaba mi llamada. —

--Ah, sí, pero no hay nada de qué preocuparse. Ya todo se resolvió–Hizo una breve pausa—Me estaba diciendo que quería un consejo mío. Me halaga que piense en mí para eso. La escucho, Betty. — Dijo ella—

Doña Catalina era muy perspicaz y sabía deducir, a pesar de que yo era buena reservándome emociones, que algo importante sucedía.

--Sí, verá...La verdad no sé cómo explicarle...trataré de ser breve—Ordené mis ideas rápidamente antes de soltarlas— En todo este tiempo a solas con Armando, que ha sido maravilloso, me he dado cuenta que él todavía carga con culpa por lo que pasó. –Hice una pausa, por lo que doña Catalina pensó que la llamada se había caído—

--¿Sigue ahí Betty? –-

--Sí, aquí sigo. –Me eché una risa nerviosa, porque pensaba que había seguido hablando, pero en realidad solo lo había pensado-- Su comportamiento me llevó a entender eso. Él no era consciente de ello, pero ayer lo hablamos y lo admitió—Le dijo—

--¿Qué tipo de comportamiento la llevó a entender que sigue sintiéndose culpable? –Inquirió ella—

--Él tiene miedo, miedo de que yo piense cosas malas de él, de que dude de él, de que le haga reclamos, es tanto así, que a veces me da explicaciones, cuando nunca se las he pedido. –

--Armando actúa así porque nunca se encontró con una mujer como usted, con esa paciencia y esa capacidad de manejar las situaciones más difíciles con cautela y discreción. Armando estaba acostumbrado a los reclamos de las mujeres y piensa que todas son así. –Dijo doña Catalina—

Yo asentí internamente.

--Eso mismo le dije ayer y vi que reflexionó sobre mis palabras. Armando se preocupa mucho por mí, es un divino. Me anima, me da confianza en mí misma, me impulsa a hacer cosas nuevas. Todavía sigo trabajando en eso de "salir de mi zona de confort", a pesar de toda su ayuda. Nunca voy a ser una mujer de mundo, porque no está en mi naturaleza, pero ahora he volado alto, doña Catalina, como nunca, y no quiero dejar de hacerlo. –Le dije—

--Así es, Betty, usted tiene su personalidad, sus criterios, esto está bien. Una persona sin criterios no es nada en la vida. A veces es bueno guiarse por el corazón y otras veces por la cabeza. El arte es saber cuándo escuchar a cuál –Dijo doña

--¿Y ese comportamiento de Armando es reciente o viene desde antes? –Interrogó doña Catalina---

--Desde antes de casarnos lo hacía, pero no era algo notable, así que no le presté atención. Ahora manifiesta el miedo, la culpa, por medio de regalos caros. Creo que sería capaz de comprarme toda la isla si pudiera. No lo hace porque no hay tanta plata para hacer semejante cosa—Dije en tono de broma—

--Usted es una mujer muy correcta, admirable, Betty. ¿Sabía usted que otra en su lugar estaría bailando en un pie ante tantas atenciones? –Dijo doña Catalina—

--Sí, lo sé, sé que soy poco convencional –Admití— Entonces ¿usted cree que estoy exagerando?--

--No, Betty, no creo que esté exagerando. En ese asunto no importa lo que yo crea, pero si le interesa saberlo, me parece muy acertada su observación con respecto al comportamiento de Armando. Tanto él, como yo, sabemos que usted es una mujer sencilla, que no le gusta ser el centro de atención, aunque déjeme decirle: usted nunca ha pasado desapercibida. Siempre la ha rodeado una energía muy especial, lo supe desde el día que la conocí. —

--Sí, lo sé, doña Catalina. Pensaba que ahora al tener una apariencia más linda, iba a ser todo más fácil, pero me equivoqué, también es difícil ser bonita—Dije, en tono irónico—

--Ya se irá acostumbrando, querida Betty—Dijo ella, en tono afectuoso— Continuando con el tema de Armando y sus regalos caros... ¿Cómo quiere que le ayude?, creo que usted ya sabe qué hacer, Beatriz. –Me dijo—

Doña Catalina tenía razón, yo ya sabía qué hacer. Yo ya había exorcizado mis culpas y había perdonado, me había liberado del pasado frente al mar de Cartagena. Sin ese suceso tan importante, tal vez no hubiera regresado a Bogotá con ánimo de ayudar a los Mendoza, tal vez sería una mujer infeliz, llena de resentimientos. Sin embargo, el ritual no se había completado como yo pensaba, faltaba un paso importante, y de esa parte, Armando era la pieza fundamental. Hasta esa tarde en el spa, él no sabía de dónde provenía ese impulso de sobre protegerme, ese miedo a perderme, de sentirse que el pasado seguía presente en nuestras vidas y que, por tanto, debía consentirme en demasía para reparar un daño que ya estaba reparado con su amor.

--Sí, tiene razón, doña Catalina. Solo necesitaba escuchar su confirmación, solo quería que me orientara en cómo proceder en esto. Usted me ayudó en su momento, sin su paciencia y su facilidad de palabra, yo no hubiera podido perdonar. –Le dije—

--No hice nada, Beatriz. Yo solo estuve ahí para que los sentimientos negativos no le nublaran la capacidad de perdonar, de ser benévola con usted misma. Hubiera sido un desperdicio el viaje a Cartagena si volvía psico-emocionalmente igual que como se había ido. —

-- Nunca podré expresar con palabras lo que significó usted en ese momento de mi vida, y ahora también. –Le dije—

--Solo quería escuchar mi confirmación de lo que usted ya sabía en el fondo de su corazón ¿cierto?, bueno, entonces ya se la di, proceda a hacer lo que sea necesario para ayudar a su esposo. Después de eso ambos van a ser más felices—Dijo doña Catalina—

--¡Muchas gracias! ¡La quiero mucho, doña Catalina!—Le dije, contenta de saber que pronto cerraría ese ciclo que seguía abierto en el corazón de Armando—

Salí a la terraza y Armando seguía profundamente dormido; el hielo se había derretido por completo en el whisky. Cogí con cuidado el vaso y me bebí de un trago lo que quedaba. Me senté y lo observé mientras dormía hasta que yo también sucumbí al sueño cuando cerré los ojos.

Mi subconsciente empezó a rememorar, a través de un sueño, las palabras que había dicho frente al mar, en la época más oscura de mi vida, cuando pensaba que no volvería a verlo más que para devolverle Ecomoda. El día que me liberé del resentimiento, me liberé de una cadena que me ataba al fondo del pozo y me impedía seguir adelante.

El padecimiento de mi primera desilusión era ínfima comparada al padecimiento que atravesé en ese momento. Pensé que no podría perdonarlo, pero tan pronto doña Catalina me dijo: "hazlo, hazlo por el amor que alguna vez le tuvo", entonces me di cuenta que nunca había dejado de amarlo, y que el odio que creía sentir por él, se desvanecía tan pronto pensaba en el sufriendo, lidiando con el desastre que era su empresa, y el desastre que sería mi vida si no lo dejaba ir en ese momento.

"Yo, Beatriz Pinzón Solano, lo perdono don Armando, por encima de todo el dolor que me causó, y en nombre del amor que le tuve y de la vida que le entregué. Le pido a mi corazón que no lo odie y que esté en paz. Lo perdono porque todavía lo amo, en medio de todo el dolor, no le deseo nada malo. Deseo que siga su camino, en paz, pero lejos de mí. En medio de todo el amor que me nació por usted y en medio del dolor, lo perdono, y deseo que se vaya de mi vida, sin odios, y que con la misma dulzura con la que entró, se vaya..."

Ya puede irse, don Armando.

Pero él nunca se fue, por más que lo intenté. Solo me había resignado a vivir con este amor por dentro.

Estuve en Ecomoda tres meses, pagando mis pecados, lidiando con los Valencias, con don Hugo, con todos aquellos que me soportaban porque en fin. Pensé que podría soportar verlo con doña Marcela, como antes, pero no consideré que otra mujer podría llamar su atención tan pronto, como su esperanza de "un nuevo comienzo", mientras yo seguía estancada en una promesa a doña Marcela y a mí misma, convirtiendo aquello en un infierno.

Cada día me sentía más débil, más incapaz de seguir adelante con aquel sacrificio, sobre todo porque aquella mujer le interesaba de verdad. Estaba dispuesta a irme para siempre, a dejar a mis padres, mi vida en Bogotá porque verlo todos los días me estaba matando. Pero todo se confabuló para que yo volviera a él y él a mí.

Un roce cálido pasó por mi mandíbula y me devolvió a la realidad. Mis párpados estaban pesados a causa del cansancio, mis pestañas húmedas. Luego de un poco de esfuerzo logré abrir los ojos y lo primero que vi fue el rostro de Armando pegado al mío.

--Mi amor, buenos días—Me dijo, ensanchando una sonrisa—

Yo no entendía por qué me decía buenos días, si el cielo estaba más negro que boca de lobo y relampagueaba.

--¿Qué hora es? –Dije yo, confundida. Me incorporé de la silla—

--Es medianoche, Betty. 14 mayo para ser exactos –Replicó Armando—

Armando andaba en pantalones cortos, sin camisa y en chinelas. Tenía los ojos achinados, el cabello alborotado y en su mano derecha sostenía un vaso de whisky.

Yo empecé a recuperar la consciencia, que parecía un poco aletargada por tantas horas de sueño. Armando se anticipó a que yo cogiera mis lentes que estaban sobre la mesa, al lado de la hielera, y me los puso con cuidado.

--Gracias –Le dije y sonreí de forma tímida—

Sin lentes yo era un fracaso, sobre todo en la oscuridad de aquella noche. A través del cristal de la terraza vi cómo se alzaban unos edificios iluminados y unos faroles a lo largo de una avenida.

--Ya estamos en Aruba ¿Hace cuánto llegamos? –Dije emocionada--

--Hace tal vez una hora. Me desperté precisamente por el ruido que hacía la gente al salir del barco. –Replicó él—

--¿Pero qué hacemos aquí? ¡Hay que salir a conocer la ciudad!—Dije, levantándome de la silla para ver mejor la ciudad—

--Estaba esperando que se despertara, mi amor. Tenemos toda la noche para hacer eso –

--Tiene razón. Por lo que veo ha llovido—Dije al observar el cristal empañado—

--Sí, cayó una llovizna, pero creo que más tarde viene lo más fuerte—Dijo Armando—

Aruba a diferencia de las otras islas que habíamos visitado, tenía rascacielos en frente de toda la línea costera. Alcancé a ver que había gente paseando por el andén, así como las luces de colores de lo que parecía una fiesta en la playa.

--Doña Yanira llamó a la puerta para preguntarnos si íbamos a bajar. Dijeron que estarían cerca de la costa. –Comentó Armando—

--La costa es gigantesca, y está oscuro. A estas alturas no lo vamos a encontrar. –Le dije –

--Sí, pero se miraba muy interesada en unirse a nosotros. Usted le cayó muy bien, Beatriz—Continuó Armando—

--Sí, se ve buena persona. ¿No le parece lo mismo, Armando?—Inquirí yo, observando su expresión—

--Sí, sí es una mujer de mundo. Tiene carisma, cierta presencia. –Replicó—

--Creo que no será la última vez que vamos a verla. Si es cierto que la empresa de su padre ofrece buenas telas, deberíamos considerar hacer trato con ellos ¿no crees? –Armando levantó la vista del vaso y la clavó en mí—

--Sí, está pendiente una cita con ellos... ¿Tienes hambre? Porque yo sí, y no sé qué corresponde a esta hora, si cena o desayuno –Dijo y se echó a reír—

--Tengo hambre para un almuerzo– Dije—

Armando se cambió de ropa, yo lo ayudé a vestirse, es decir, a escoger qué ponerse. Se puso unos pantalones de mezclilla azul oscuro, una camisa de cuello, de mangas cortas, color celeste, y por último se calzó con las zapatillas de siempre. Yo, por mi parte, también recibí la sugerencia de él, que me insistió en que me pusiera un vestido largo, rojo sangre, holgado de la cintura hacia abajo y de tirantes que se cruzaban en la espalda, en un escote algo pronunciado.

--No, Beatriz, hágame caso, ese vestido es perfecto para esta noche—Me dijo--

--Es que me siento extraña tan descubierta, además es de noche, puede llover, puede darme frío—

--Si le da frío, en mis brazos encontrará el calor, mi amor. –Me dijo, mientras me tendía el vestido sobre la cama—

Al desocupar el crucero, nos encontramos con un puerto desolado, pero muy bien iluminado. A unos cuantos metros se veía una fila de kioscos que todavía estaban atendiendo. Caminamos hacia allá, en línea recta, y reconocí algunos rostros de los que estaban instalados comiendo y bebiendo.

De noche el mar era un poco tenebroso, había perdido su color mágico y cristalino que daba una sensación de paz. Ahora era toda negrura y la marea estaba bajando, produciendo un sonido parecido al bramido de un animal.

Armando me pasó el brazo por los hombros y caminamos a lo largo de la costa en dirección oeste, de donde provenían las luces de colores. Mis sandalias de tacón de cuña se llenaron irremediablemente de arena y la falda de mi vestido onduló con la fuerza del viento. Armando le daba sorbos a su vaso de whisky.

Regados por aquí y por allá habían parejas disfrutando de un momento a solas, de su luna de miel o simplemente charlando de temas importantes o triviales, como yo y Armando en ese momento.

--Esa pareja que ve allá –dijo, apuntando a los susodichos con un gesto de la boca—Se acaban de casar y ya están discutiendo por alguna tontería, no se ven muy contentos –Murmuró don Armando—

--¿Tienen hijos? –Inquirí, siguiéndole el juego—

--No. El tipo es estéril, pero no lo sabe –Dijo Armando en tono tan serio que casi me lo creí—

--¿Ella desea tener hijos?—Continué yo preguntando a mi señor esposo, el nuevo vidente—

--Sí, mucho, pero ama más a su esposo, así que eso no va a ser impedimento para continuar juntos—Replicó—

De reojo observé cómo los dedos largos de su mano sobre mi hombro se ocupaban de darle forma a mis rizos despeinados. Lo hacía de forma inconsciente, por lo que pude notar en su expresión, que en ese momento estudiaba el lenguaje corporal de otras parejas que nos encontramos en el trayecto.

--¿Qué me dice de esos? –

Nos detuvimos frente a un kiosco de comidas rápidas que estaba cerrado. Detrás de éste había una luz amarillenta que pendía del techo e iluminaba pobremente a una pareja sentada sobre el tronco de un árbol.

--Esos están teniendo su primera cita ¿lo ve? Están nerviosos, pero no porque sean desconocidos, sino porque han sido amigos toda la vida, y ahora se dieron cuenta que se aman. — Contó Armando—

--Ella no se ve tan segura... --Dije, atreviéndome a elucubrar, guiándome por la mirada esquiva de ella—

Armando se tiró una carcajada intempestiva que me hizo dar un brinco. Me cogió el rostro entre las manos y me estampó dos besos en los labios. Yo me uní a sus risas.

--Armando, quiero hacer algo...contigo –Dije, un poco nerviosa—Pero no en este instante, quisiera esperar que amanezca—

Armando le echó un ojo al nuevo reloj deportivo que portaba en su muñeca y le tomó dos segundos leer la hora.

--Casi las 2 de la mañana. ¡Pero vea cómo esta ciudad sigue despierta...!--Dijo el—

--Pero creo que muy pronto no va quedar ningún bar abierto. –Dije, al ver que los kioscos que habíamos dejado atrás ya estaban cerrados—

--Busquemos algo de comer, mi amor. ¡Allá en la fiesta seguro encontramos algo! –Dijo Armando, que estaba risueño y animado—

--Armando, ha estado bebiendo mucho y no ha comido bien –Le dije—

--Este calor del demonio me da una sed, Beatriz, ¡Una sed! –Dijo, un poco exaltado—

--No va tomar nada más hasta que coma—Le dije—

Caminamos unos 500 metros más sobre la costa hasta llegar al lugar de donde provenían las luces de colores. Había un hombre sobre una tarima, manipulando un aparato que conjugaba la música moderna llamada electrónica, la que se creaba por computadora. La gente se aglomeraba alrededor de la tarima y daba saltos sobre la arena, agitando las manos hacia arriba cada vez que el hombre lo pedía. Todos lucían muy animados, como si la noche empezara. Tomé nota de los movimientos que hacían y vi que eran muy sencillos y un poco alocados.

Armando me llevó de la mano hasta un puesto de comida rápida que estaba a unos cuantos metros de la tarima.

--¡Un cóctel de camarones, por favor! ¿Qué quieres tú, mi amor? —Dijo Armando—Ah, y de tomar un whisky—

--Se nos agotó el whisky, señor. Le ofrecemos vodka, ron, cerveza, vino. –Dijo el encargado del kiosco—

--Deme un vaso de agua entonces—Dijo Armando, llevándose la mano a la boca para dejar salir un eructo—

Observé atentamente las actitudes de Armando y supe que estaba feliz, pero un poco hiperactivo.

En una pizarra había un menú escueto de lo que se ofrecía, casi todo eran especialidades del mar.

--Un cóctel de camarones también para mí. –Dije-

Armando y yo nos sentamos en unas banquetas y esperamos que nos llevaran nuestra orden. Mientras tanto la gente pasaba a nuestro lado entre risas y gritos, en su mayoría gente joven. De espaldas a Armando vi que se acercaba un rostro familiar; una mujer alta, morena, del juego de voleibol.

--¡Hola, Beatriz, Armando! ¡Qué gusto verlos! –Dijo ella esbozando una sonrisa que le hizo ver hasta las muelas—

--Quiubo ¿Cómo le va? –Dijo Armando, en voz baja—

Nos estrechamos las manos con ella.

--Hola, Clara, qué gusto verla, Cuénteme, ¿Cómo les fue con el juego de paintball? –Pregunté—

--Excelente, fue toda una experiencia, ¡Qué lástima que no estuvieron! No fueron los únicos, también faltó Susana y su esposo. –Comentó—

--Sí, realmente en ese momento no nos sentíamos bien, y nos disculpamos con doña Yanira, y ahora contigo...--Sonreí—

--No tienes por qué hacerlo, es solo un juego, y ganaron los hombres. –Rodó los ojos e hizo una mueca de fastidio con la boca—Doña Yanira dice que quiere revancha—Se echó a reír—

--Es un círculo sin fin el de las revanchas –Dije, y bebí del vaso de agua que había traído el mesero mientras conversábamos—

--¿Dónde dejaste a tu esposo, McAdoo?—Inquirió Armando, en tono de broma—

A Clara le hizo gracia que Armando compara a su esposo con un jugador de baloncesto.

--Ahí está, en primera fila, batiendo los brazos como un loco. Le fascina esta música –Dijo Clara—

--¿A ti no? –Pregunté yo—

--No mucho, soy un poco más clásica. Además que tanta gente me da claustrofobia –Replicó—

El mesero llegó con los dos cócteles sobre una bandeja de aluminio y los puso sobre la mesa. El cóctel era acompañado con tajadas de plátano frito.

Armando y yo hicimos la expresión de unas pobres criaturas famélicas. Clara lo notó y dijo:

--Se ve delicioso el cóctel. Ya se me antojó uno... pero sería gula si como algo más. Cené antes de bajar del crucero —Dijo ella, debatiéndose si pedirlo—

--Si tienes hambre, deberías comer. Además, un cóctel es totalmente saludable, no hay carbohidratos, tampoco grasa saturada, y todas esas cosas de las que huyen las mujeres, ¡ah! Y si lo dices por los platanitos, puedes pedir que lo acompañen con galleticas simples –Dijo Armando—

Ella asintió a las palabras de Armando y se animó a llamar al mesero para levanta la orden sin remordimientos.

--¿Ustedes son de Bogotá, cierto? –Continuó Clara con la conversación—-Tengo muchos amigos allá. Estoy pensando en mudarme, pero tengo que organizarme, buscar un lugar. A Luis no le gusta nada Bogotá, así que ese será el problema: convencerlo—

--¿Dónde viven ustedes? –Preguntó Armando—

--Somos de Cúcuta –Replicó ella—

--Es una ciudad hermosa, en crecimiento, aunque seguramente enfrenta algunos problemas por su posición geográfica ¿no? —Intervine—

--Sí, es una ciudad insegura, muy insegura. Estamos cansados de la violencia—Murmuró ella—

--Todos estamos cansados de la violencia. –Repitió Armando--

Recordé que al culminar el crucero yo también debía mudarme a mi nueva casa, al lugar que Armando y yo habíamos escogido como el hogar nuestra familia. Me iría de la casa de mis padres, de la única que conocí toda mi vida, y la verdad es que a pesar de haber siempre deseado eso, no dejaría de ser difícil separarme de mis padres.

Doña Yanira apareció en el panorama junto a su esposo. En el brazo le colgaba un bolso pequeño negro del que sacó un cigarrillo que se llevó a la boca, encendió y empezó a fumar.

--¡Qué gusto verlos! No se van a perder el amanecer en la playa que estamos organizando. –

El olor a cigarro nunca me había perturbado demasiado, pero en aquella noche me provocó náuseas, porque sentí su sabor en mi comida—

--Ya falta poco para que amanezca –Murmuró Armando, que de nuevo le echaba un vistazo al reloj y luego me vio fijamente a mí—

--No tenemos interés en regresar al crucero por lo que queda de esta velada –Dije yo, tratando de sonar animada. –

--¡Ay disculpen! Creo que los estoy incomodando con el humo del cigarrillo. –Dijo doña Yanira, alejándose de la mesa y sonriendo apenada— ¡Me voy a deshacer de esta porquería! –Tiró el cigarrillo a la arena mojada y luego echó la última bocarada de humo hacia arriba-- ¡No suelo fumar! Este es el tercer cigarro que me fumo en toda la vida, pero es que a veces me provoca uno, no sé por qué –

--Tenemos pensado esperar que amanezca allá —Señaló Héctor hacia la negrura. —

--No veo nada hacia allá...--Musité, esforzándome por ver lo que el—

--Claro, no se aprecia desde aquí. Está muy lejos todavía para poderse apreciar, pero me dijeron que a 4 kilómetros hacia allá está una de las mejores playas de Aruba—Dijo Héctor—

--Te refieres a Palm Beach—Completó Armando—

--¡Sí! ¿Se apuntan a venir con nosotros? –Dijo Héctor—

--¿No creen que 4 kilómetros es muy lejos?—Dijo Armando--

--Claro, pero nosotros tenemos alquilado un vehículo. –Dijo el, mostrando unas llaves que sacó de su bolsillo—

--¡Ustedes piensan en todo!—Estalló Clara, emocionada, quien ya estaba comiendo placenteramente su cóctel—

Armando y yo nos consultamos con la mirada y yo me encogí de hombros como respuesta.

Palm Beach era una de las mejores playas del mundo. Ver el amanecer en sus playas, debía ser maravilloso ¿por qué no ir?, me pregunté.

--Nos apuntamos ¿Pero está seguro que cabemos en el vehículo alquilado?—Dije yo—

--¡Claro! Es un jeep doble cabina; perfectamente cabemos los seis—Replicó Doña Deyanira—

Don Héctor secundó su respuesta al hacer sonar el control de la llave del vehículo, el cual estaba estacionado sobre el andén, a unos cuantos metros de nosotros.

El concierto o fiesta en la playa terminó a las tres de la madrugada. Los asistentes se esparcieron por todos lados, incluso nosotros, que indirectamente habíamos disfrutado de la música.

El esposo de Clara se unió a nosotros con la expresión de felicidad de alguien que había quedado muy satisfecho de la velada. Tan pronto su esposa le comunicó que la noche no había terminado, que había más de lo que disfrutar, el sujeto cambió de expresión.

--Estoy muerto, Clara. Quisiera dormir, la verdad...--Dijo el—

--Ah, hace 2 minutos estabas dando saltos de canguro, feliz, extasiado, no te dolía nada, pero ahora de pronto tienes sueño ¡Bueno, vete a dormir, pero yo me voy con Yanira!—Exclamó ella, con total desenfado—

Nos aventuramos a la propuesta de la familia Quiroz, que esa noche no estaba completa, porque la hija nunca apareció. Sin embargo, Clara hizo referencia a esto a través de un comentario.

--Quisiera tener una madre tan chévere como tú, Yanira, que dejas que tu hija ande con el novio para todos lados. ¡Mi madre a penas me dejó tener novio a los 20! —

--¡Ay, los muchachos ahora es mejor tratarlos con cierta libertad, para que te respeten, si les aprietas la soga, huyen! Conozco la naturaleza de mi hija y sé que no soportaría menos—Dijo ella—

La idiosincrasia de las familias Colombianas estaba muy arraigada al machismo. Las mujeres de la ciudad, con dinero, sí se podían dar ciertas libertades desde muy jóvenes, pero siempre serían comidilla de las amistades cuando la relación fracasara o la joven resultara embarazada antes del matrimonio. En la gente más humilde, de los barrios, como yo, pasaba lo mismo, pero no teníamos plata con la cual secarnos las lágrimas o con la cual nos iríamos de viaje a Cancún, Hawái o Miami. En España y Europa, hacía mucho las cosas habían cambiado y los jóvenes a penas cumplían la mayoría de edad, eran casi echados al mundo para abrirse camino, para generar dinero.

El viaje hacia Palm Beach demoró un poco más de lo normal, porque Héctor decidió ir a velocidad mínima, para que pudiéramos apreciar la ciudad capital, Oranjestad. Armando y yo íbamos sentados en la parte trasera del jeep, cogiendo la brisa del mar y la llovizna de un cielo que estaba a punto de venírsenos encima.

El cielo relampagueaba con fuerza, y poco a poco las gotas se volvieron más pesadas y tuvimos cerrar los ojos ante el impacto de ellas en nuestro rostro. En el trayecto encontramos más personas que viajaban en la misma dirección que nosotros, posiblemente turistas.

Armando me abrazó a su costado y presionó mi cabeza contra su hombro, como esperando con eso el agua no me hiciera daño. Yo estaba feliz, pero no lo dije. Clara y su esposo iban parados, frente a nosotros, cantando una canción en inglés que sonaba en la radio.

Al cabo de unos 15 minutos, llegamos a nuestro destino. La lluvia hasta ahora no había sido tan fuerte como para mojarme por completo, pero sí lo suficiente para mojar mi cabello y el rostro. Mi cabello terminó hecho un lío, aunque aliviado por el agua. Los ojos me ardían por el aire frío, pero fueron capaces de ver la ciudad parcialmente dormida que era Palm Beach,

¡Llegamos!—Anunció doña Yanira, bajándose de un salto del jeep—

Armando me ayudó a bajar del vehículo y luego pasó sus manos por mi cabello, tratando de arreglarlo.

--¿Luce muy mal? –Inquirí, presionando mis labios—

--Un poco, pero tiene su encanto –Susurró, al tiempo que me besaba dulcemente en los labios—

Abandonamos la avenida para caminar por la costa, que estaba llena de palmeras de todos los tamaños. En toda la hilera de la costa, había pequeños ranchos hechos de palmera seca y troncos de árbol, detrás de los cuales se ocultaban edificaciones como bares o restaurantes.

La lluvia se dejó venir con todo a eso de las 4 de la madrugada, y fue una lluvia intensa, de esas que calaban los huesos. Nos refugiamos debajo de uno de los ranchos, pero ya había sido demasiado tarde, porque me había mojado lo suficiente como para que empezar a temblar del frío. Armando me vio con los ojos alegres y la expresión de un muchachito al que le daban sus regalos de navidad, supongo que mi expresión fue la misma, porque él me acarició las mejillas y me besó apasionadamente.

Me olvidé por completo que había otras personas con nosotros, y cuando abrí los ojos, vi a los demás abrazados, esperando que la lluvia acampara y nos dejara continuar un camino que no sabía bien cuál era.

--Esta lluvia va para largo—Dijo doña Yanira, sonriente—

--Creo que nos va tocar esperar aquí el amanecer –Continuó Clara –

--Yo no puedo seguirme mojando. Hace poco salí de una bronquitis terrible, así que voto porque nos quedemos aquí—Dijo el esposo de Clara—

Armando me frotaba con su mano alrededor de mi espalda, esperando con eso calentarme.

--Hagamos una plegaria, ¿Todos ustedes son creyentes en algo supremo, llámese como se llame, o me equivoco? –Inquirió doña Deyanira—

Asentimos a la vez que dijimos un tímido "Sí".

--¡Bien, entonces denme sus manos!—Pidió doña Yanira. Todos obedecimos y formamos un círculo—

-- Cierren sus ojos, por favor—Continuó doña Yanira--

Las manos de Armando estaban tibias, o las mías estaban heladas, lo cierto es que su tacto significó un alivio para mí. Cerré los ojos.

--Señor de lo alto, en esta noche nos regalas el milagro de lluvia y el privilegio de estar en este pequeño paraíso hecho por ti. Te queremos agradecer tener salud, amor y dinero para venir a gastarlo a este lugar. Somos tres parejas que se encontraron por casualidades de la vida y que estamos cumpliendo uno de tus mandatos: el santo matrimonio. Te encomendamos a nuestras parejas bajo tu protección, y a nuestra familia a tu misericordia y a tu amor infinito. Gracias por bendecirme con un buen esposo y una hija sana, de bien. Te quiero pedir por estas dos jóvenes parejas, que apenas inician el camino de vivir bajo la gracia del matrimonio por amor. Sólo tú, que conoces el corazón de estas personas, sabrás si sus deseos son los mejores para su vida— Decía doña Yanira—

Abrí los ojos un momento para ver la expresión de Armando, que muy dado a las cosas espirituales no era, y pude comprobar que los tenía cerrado.

En mi fuero interno yo pude hacer mi propia oración, mi pequeña conversación con ese ser espiritual que había planeado todo esto para mí.

"Gracias por todo lo que he vivido en este viaje al lado de Armando, por todo lo que viví antes de encontrar la felicidad a su lado. Sé que lo malo que he vivido han sido consecuencias de mis acciones, pero, al final, todo ha sido parte de un proyecto mayor tuyo, el cual es perfecto. Te pido por mi matrimonio, por mi esposo, que es la persona que destinaste para mí y con quien espero darle continuidad a mi vida a través de otra, que sé que pronto llegará. Te pido por mi familia, mis amigas, mi amigo Nicolás, por estas personas que me acompañan esta mañana, para que bendigas sus vidas y a sus familias.

¡Has sido muy generoso conmigo!

Doña Yanira seguía dirigiendo aquella oración, hasta que la lluvia poco a poco fue bajando su intensidad. El sol se asomó tímidamente a lo lejos, dibujando la línea del océano en la distancia.

Armando me presionó los dedos cuando doña Yanira dijo "Amén".

Cuando hubo pasado la lluvia, y poco a poco se convirtió en una llovizna como los pelos de un gato, Armando y yo nos alejamos del grupo, que había seguido el camino recto, hacia un lugar indeterminado.

El grupo irremediablemente se volvía en tres parejas, que caminaban lejos una de otras, cada una con cosas de las que hablar, que no debían ser escuchadas por otros. De ese distanciamiento que fue haciéndose notorio, me proveché yo para irme quedando atrás.

Armando también quería privacidad.

--Armando, quiero hablar contigo... de algo importante. Quiero que esta mañana tan hermosa, te reconcilies contigo mismo —Le dije—

Él se quedó pensativo un momento, analizando mis palabras.

--Yo sé que es raro, pero créeme que te va ayudar mucho decir lo que te nace del corazón. Perdonarse a uno mismo a veces es más difícil que conseguir el perdón de quienes lastimaste—Dije--

--Mi amor, yo sé que me he comportado como un tonto estos días, si lo único que has hecho es hacerme feliz. No tengo derecho de pensar que no confía en mí, de arrastrarla en mis inseguridades, porque sé que su naturaleza nunca se inclinaría en la compensación material de un daño emocional. Has sido la única persona que me amó sin merecerlo. —Dijo él, emocionado--

--Si esas palabras son honestas, si te nacen desde el fondo del corazón, entonces quisiera que siguieras buscando ahí, dentro,--Puse la palmada de mi mano sobre su pecho, debajo de su corazón-- lo que tienes que decirte a ti mismo para liberarte de cualquier culpa. Pero antes quisiera decirte una cosa. —Le dije. Me aclaré la garganta y le tomé las manos. Sus ojos brillaban de una manera especial—

--Armando, frente a este mar, que conecta con el mar de Cartagena, frente al cual una vez te dejé ir, quiero decirte que de mi boca nunca saldrá un reclamo por el pasado, que no se puede cambiar, más sí la confirmación de que te amo como el primer día. Te perdoné, te vuelvo a perdonar por cualquier cosa que hayas hecho, te aseguro ya eso no importa. Te invito a que te perdones a ti mismo, que te des la oportunidad de darle vuelta a la página y que juntos construyamos un futuro—

A él se le inundaron los ojos de lágrimas. Desde que convenció a Ricardo Montaner de que me cantara una canción, nunca había llorado tanto como ahora. Lo observé y me conmoví.

--Beatriz, mi amor, frente a este mar, te quiero pedir perdón por todo el daño que te hice y el que te haré, porque a veces me comporto como un estúpido, y sé qué aunque tengas paciencia, alguna vez te la romperé —se echó reír. Yo le limpié las lágrimas que rodaron por sus mejillas-- Sé qué hace mucho me perdonaste, pero necesito repetirlo por última vez, con el mar como testigo. Si alguna vez mentí, lo pagué, y sé que soy un hombre afortunado ¡Por Dios, soy un hombre rico en dinero y en amor! ¿Qué más se le puede pedir a la vida, ah? –Me besó la frente y yo cerré los ojos— Me perdono a mí mismo, me libero de la culpa, del miedo y te juro nunca traicionar tu confianza, tu amor. Te amo –Susurró y nos fundimos en un abrazo que nos hizo respirar más tranquilo--  

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