Sweet hope; Camren GiP

By softidsavre

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Mi nombre es Camila Cabello y siempre he tenido mala suerte en el amor. No sé por qué, sólo... siempre la ten... More

Prologo
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo Final
Epílogo
capitulo extra

Capitulo 6

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By softidsavre

                          CAMILA

Nadie podía saber de este momento nunca. Este momento de auténtica locura, lo guardaré para mí.

Eso estaba bordeando lo ridículo. A pesar de todo, me encontraba en el baño del museo, aplicando brillo labial de un tono rosa pálido en mis labios, y cepillando mi cabello largo y oscuro hasta que cayó contra mi cintura. Iba vestida sencillamente con una camiseta gris con los hombros descubiertos y jeans negros ajustados que realzaba mi figura. Nunca me vestía bien para galería, demasiado polvo y desorden. Lo que llevaba puesto no era mucho más de lo que normalmente vestiría. Pero no había duda, que pasando media hora de la medianoche entre semana, normalmente no me estaría aplicando maquillaje por la remota posibilidad de que una artista solitaria mostrará su rostro.

Esa artista solitaria que no podía sacar de mi cabeza. Esa artista solitaria  con la que soñé la pasada noche. Esa artista solitaria que había estado llorando
mientras se aferraba al ala rota de un ángel de mármol. Esa alta, esbelta y hosca artista que había huido en el momento en que escuchó el sonido de mi voz.

Era un manojo de nervios, simplemente pensando en cómo sería encontrarme con Lolo en persona. Recé a todo los santos para que no fuera una idiota pedante. No quería que mi sueño de esta mujer se destrozara.

Comprobando una última vez de que me luciera bien, me dirigí de vuelta a la galería, mirando hacia la mesa de seguridad para ver si Christoph estaba allí. No estaba. Lo que probablemente significaba que Lolo no apareció.

Maldita sea. Anoche, al verme, debí de haberla asustado. Si hubiera sabido que había estado viniendo por la noche, podría haberme presentado... podría finalmente haber conocido a la mujer cuyo trabajo me había robado el corazón.

Cabizbaja por la decepción, me acerqué lentamente a la galería y trasladé a un lado las cortinas oscuras, entrando en el espacio de trabajo privado. Bridgette, la directora del museo, había ordenador poner las cortinas esa misma tarde después de mis muchas quejas sobre los estudiantes de arte y los visitantes que trataban de disfrutar de una de las primeras muestras de la exhibición.

Mientras las cortinas se cerraban detrás de mí, me sobresalté sorprendida cuando capté el movimiento adelante.

Mis ojos recorrieron lentamente hacia arriba a un par de piernas vestidas con vaqueros negros, una cintura esculpida y el torso cubierto con una playera de manga corta negra salpicada de lo que parecía polvo de mármol.

Mi corazón estaba en mi garganta mientras observaba atentamente los brazos delgados, esculpidos y pronunciados bajo la piel blanca tatuada. Mi mirada se desvió a su cuello poco tatuado, y a su largo cabello castaño hasta la parte baja de su espalda.

Lolo...

Tuve que parpadear para creer que la mujer con la que había querido reunirme durante años estaba realmente justo delante de mí. Olvidé cómo respirar. Olvide cómo hablar, moverme, o cualquier otra cosa que cualquier ser humano haría naturalmente.

Lolo agachó la cabeza, evitando mi mirada, pero estaba segura que sabía que yo estaba aquí. Cada milímetro de su cuerpo estaba tenso, como si estuviera lista para saltar. Mi voz no funcionó correctamente mientras observaba su pecho subir y bajar.

Después, con deliberada lentitud, exhaló con dureza por la nariz y levantó la cabeza. Casi me tambaleé hacia atrás.

Era... misteriosa. No había ningún otro adjetivo que se me ocurriese para hacerle justicia. Misteriosa, intensamente tatuada, y absolutamente poco convencional... hermosa.

Lolo era tan inspiradora para mirar como sus esculturas, y cuando sus ojos casi negros perforaron los míos, solté un suspiro tembloroso reprimido.

Pensé que mis piernas cederían cuando vi esos curiosos, iris de color esmeralda vagar por todo mi cuerpo. Temblaba bajo su escrutinio, con las rodillas débiles y el corazón revoloteando.

Italiana, pensé. Dinah había estado en lo cierto. Lolo definitivamente
parecía italiana.

Se sintió como si los minutos pasaran en silencio mientras estuvimos inmóviles, sin saber qué decir.

Tratando de salvar un mínimo de profesionalidad, salí de mi estupor y di un paso hacia adelante, tímidamente tendiéndole mi mano.

―Hola... ―dije con voz quebrada.

La mirada severa nunca ni una sola vez se desvió de la mía, con sus ojos oscuros, punzantes.

―Soy Camila. ¿Usted... usted debe ser Lolo?

En un segundo, fui testigo de la palidez que se propagaba por sus mejillas y sus ojos cayeron al suelo, con el cabello castaño largo cayendo para ocultar su rostro. Estaba protegiendo su anonimato. Vin me había dicho lo incómoda que era con cualquier aclamación o reconocimiento. Su mentor claramente no estaba mintiendo.

―Está bien. ―Me apresure a decir―. Soy la conservadora de la exposición. Tu presencia aquí se queda conmigo. Estoy éticamente obligada a proteger tu anonimato si así lo deseas.

Los hombros de Lolo parecieron relajarse un poco, y suspirando a regañadientes, pasó hacia atrás su cabello largo despejando su rostro y levantó la cabeza.

Esta vez pude verle más claramente. Era increíblemente hermosa , y en la mejilla izquierda, llevaba el tatuaje de un crucifijo negro justo debajo de su ojo. Ella simplemente gritaba peligro. Tenía los ojos desconcertantemente evaluadores como si no confiase en mí, o en alguien más en realidad.

De repente, Lolo se adelantó y estrechó su mano con la mía. Cuando nuestras manos se tocaron, me quedé sin aliento, ligeramente jadeé ante el calor de su abrasadora palma. Se me había olvidado que había estado sosteniendo mi mano para saludarla, demasiado prendada de su aspecto y temperamento silencioso.

―Camila ―dijo con voz ronca. Mi corazón dio un vuelco al oír su acento ronco.

—Lolo ―respondí nerviosa―. No te puedo decir lo feliz que estoy de conocerte por fin ―dije sin aliento. Su boca se apretó, como si mi entusiasmo se perdiera en ella o la irritase. No lo podría decidir.

Aclarando mi garganta, me soltó e hice un gesto hacia la exposición en vías de desarrollo.

―¿Qué piensas? ―le pregunté nerviosamente, temblando sutilmente en mi voz. Me posicioné a su lado para hacer frente a la galería―. Soy una admiradora entusiasta de tu trabajo, así que esto es realmente un sueño hecho realidad para mí, diseñar esta exposición.

Lolo permaneció en silencio, así que me volví hacia ella, y sus ojos oscuros se estrecharon como en desagrado mientras nuestras miradas chocaron.

Una oleada de calor se extendió por todo mi cuerpo bajo su pesada atención.

Podía sentir mis mejillas ardiendo.

―¿Pasa algo malo? ―le pregunté, enhebrando nerviosamente mis dedos por mi largo cabello.

La expresión de Lolo se quedó en blanco, el mayor estrechamiento de sus ojos fue el único cambio en su mirada.

Lolo volvió la mirada hacia la extensión de la galería y lentamente inclinó la cabeza, estudiadamente escudriñando algo delante de nosotras. Reflejando su postura, traté de seguir su mirada y ver lo que estaba mirando.

Lolo me miró de nuevo, y por un momento, sentí que la había visto antes. Esa fracción de segundos vislumbrando sus ojos verdes revelaron una familiaridad en su rostro. Pero entonces el momento se fue tan rápido como llegó y caminó hacia adelante.

Lolo se detuvo ante su escultura de una mujer inclinada con la cabeza apoyada en sus manos, las piernas metidas en el pecho... y trágicamente, cada centímetro de su cuerpo perforado con cuchillos de mármol pintados de negro, los cuchillos agrietando el mármol carrara blanco como si estuviera siendo desgarrada por las cuchillas.

―¿Lolo? ―pregunté, y me miró.

―Lo ―dijo con frialdad, y un escalofrío recorrió mi espina dorsal con su tono dominante.

―Lo... está bien ―susurré en respuesta. La forma en que se quedó mirando mis labios un poco demasiado largo, me aturdió.

Extendiendo su mano, pasó sus callosos dedos tatuados a largo de la curva de la espalda de la escultura y miró a un espacio vacío en la esquina de la habitación.

La vi examinar de cerca sus piezas con cuidado preciso.

Lolo de repente se levantó y señaló hacia el rincón más alejado.

―Esto debería ir allí.

Mi corazón se aceleró por la emoción mientras me movía para reunirme con ella, inclinándome por encima del hombro para ver el lugar exacto al que estaba apuntando. Mientras estaba allí respirando suavemente, sentí su cuerpo tensarse en nuestra cercanía. En esta cercanía, olía ligeramente a humo de cigarrillo y al almizcle de cedro con roble de su perfume.

Olía bien... demasiado bien. Tan bien, que estaba sobrepasando los límites de mi conducta profesional.

Los músculos y tendones en los brazos de Lolo se tensaron. Se pasó la mano por el cabello una vez más. Supuse que lo hacía cuando se sentía nerviosa.

―¿Hay alguna razón en particular para que quieras la pieza en esa esquina?
―le pregunté.

Lolo inclinó la cabeza hacia atrás y miró hacia el techo abovedado de cristal. Hice lo mismo, frunciendo el ceño confundida.

―El sol pasa a través del techo durante la mayor parte del día. Si lo movemos en ángulo justo a la derecha, los rayos atravesarán la escultura y reflejan los cuchillos en el suelo, justo como había planeado.

Cuanto más hablaba, más me recogí en la devastación del profundo timbre de Lolo. Al final de su explicación, me di cuenta de que ya no estaba mirando al techo abovedado, sino a ella y a la expresión de profunda tristeza grabada en su rostro. Por un breve momento, Lolo cerró sus ojos y pude sentir la tristeza fluyendo de ella.

En un instante, mi corazón se rompió por ella. No tenía ni idea de por qué, pero definitivamente parecía estar sufriendo. Los Segundos pasaron en silencio, sin embargo, no podía dejar de mirar su rostro. Está misteriosa escultora era más intrigante en persona de lo que jamás podría haber imaginado. Intrigante pero problemática... intimidante... una mujer de quien todos mis instintos me decían que me mantuviese al margen.

Como no quería entrometerme en lo que pareció un momento personal, me obligué a centrarme en la escultura.

―¿Estás de acuerdo? —Lolo finalmente preguntó.

―Me encanta ―dije en voz baja y me moví bajo la luna plena y toda su luz que estaba a la vista. Mientras miraba las sombras proyectadas en el suelo, con los ojos como platos.

Mi atención volvió a Lolo, que estaba de pie con los voluminosos brazos cruzados sobre su pecho. Su dura mirada se centró en mí.

—Estoy de acuerdo con lo que quieras, pero... —Me callé, inclinándome más para comprobar que estaba en lo cierto.

Lolo se tensó.

—¿Qué? —espetó.

Retrocedí un poco ante su agudeza. Ella suspiró, sus mejillas se ruborizaron de un tono rojo mientras se mecía insegura sobre sus pies. Era como si estuviera insegura, como si no estuviera acostumbrada a tener a alguien hablando de su arte a nivel personal con ella... como si estuviera completamente fuera de su zona de confort.

Pero eso no podía ser cierto. Aunque esta era su primera exhibición, seguramente debería estar acostumbrada a tener gente discutiendo sobre su arte, tanto académica como públicamente. Había estado esculpiendo durante un par de años.

Suspirando, me enderecé.

—Bueno, con los rayos del sol brillando, parecerá como si estuviera sangrando.—Lolo estiró el cuello hacia la escultura, pero no se movió.

—Ven aquí y mira —insté, y de mala gana, Lolo se movió a mi lado y se agachó, cuidadosa de que nuestros cuerpos no se tocaran. Supe el instante en ella que vio a lo que me refería, cuando una exhalación tranquila escapó de sus labios.

Lolo se pasó la mano por el rostro.

—Eso parece —concordó con una voz ronca.

—¿Encaja ese efecto de sangrado en lo que originalmente inspiró la pieza? No queremos cambiar su significado a lo que representa —le pregunté. Lolo no había nombrado a ninguna de sus obras maestras, ni aportado  antecedentes sobre lo que inspiraban, lo que el arte estaba destinado a retratar. Como escultora, su concepción podría ser sólo alguna vez explicada por una persona, ella misma. Pero como la conservadora, el no saber nada acerca de los antecedentes de las esculturas hacía que fuera una pesadilla acomodarlas en una presentación.

—Totalmente —respondió sin aliento.

Pareciendo totalmente desconcertada, Lolo se sentó en el suelo, contenta al ver la luz proyectada de la luna crear sombras que parecían riachuelos negros arrastrándose a lo largo de la continuación de hormigón.

Cayendo de rodillas junto a ella, esperé a que hablara. Estaba acostumbrada a los artistas que tenían métodos no convencionales al exhibir su trabajo, pero Lolo parecía estar completamente perdida con este proceso.

Inclinándome hacia adelante, tracé una larga sombra negra en el suelo de hormigón pulido con mi dedo para obtener algún tipo de compostura. Cuando levanté la vista, Lolo estaba mirándome. Su mirada era un toque más suave que antes y su expresión era cálida.

—Lo siento —le dije rápidamente—. Sé que puedo dejarme llevar por momentos. Tu trabajo... —suspiré y me sonrojé avergonzada— me vuelve algo loca. —Farfullé con una risa nerviosa y volví a trazar las sombras cerca de mis rodillas.

Lolo no habló durante unos segundos, pero luego preguntó:

—¿Por qué crees que está sangrando? —Sorprendida, la miré. Lolo hizo un gesto con la barbilla a la estatua de mármol de la mujer ante nosotras.

—¿Por qué creo que está sangrando?
—pregunté, confusa. Asintió secamente.

Mientras estudiaba la escultura, su forma inclinada como en agonía, le dije:

—¿Por dolor? ¿Sangre? ¿Rechazo?

Los ojos de Lolo estaban desenfocados, perdidos en la concentración.

—¿Estoy en lo cierto? ¿Es dolor? ¿Sangre? ¿Algo más?

Los ojos de Lolo abruptamente se encontraron con los míos.

—Culpa.

Culpa...

Miré la escultura de nuevo, esta vez con nuevos ojos. Ahora sentía la culpa. Cada daga, un pecado que la mujer no debería haber cometido... la mujer de mármol se estaba rompiendo en pedazos por su culpabilidad.

—Tú... ¿alguna vez sentiste culpa de esa manera, Camila?

Mi corazón se agitó ante la manera en que Lolo pronunció mi nombre, su lengua envolviéndose alrededor de la pronunciación del español perfectamente. Cuando encontré sus ojos, su mirada me imploró que respondiera a su pregunta.

Tristemente negué. No llevaba nada cerca del nivel de culpabilidad retratada en esta pieza. De hecho, dudaba que muchos lo hicieran.

Con los dientes apretados, Lolo repentinamente se puso de pie y corrió hacia la salida.

—¿Te vas? —pregunté, mi voz mezclada con decepción. Lolo se detuvo en seco.

—Sí —refunfuñó. Su voz estaba rota, pero no creí que fuera de enojo, sino más bien de pena.

Sentí lo mucho que quería irse. Sus manos se apretaron en puños a sus costados y su espalda atlética estaba imposiblemente tensa bajo la fina tela de su camisa.

No quería que se fuera. Quería que me explicara cada pieza como lo hizo con la mujer destrozada por las dagas. Quería ver el mundo que había creado a través de sus ojos. Quería hablar con la mujer cuyo trabajo apreciaba más que cualquier colección que hubiese estudiado o visto. Quería que explicara su viaje de la vida, para así poder crear la exposición que una figura como ella merecía. Y si era honesta conmigo misma, quería llegar a conocerla también.

—Por favor —le susurré
desesperadamente y Lolo con cautela volvió hacia mí.

La expresión que llevaba no era acogedora. De hecho, sólo podría ser descrita como francamente amenazante. Pero yo tenía una insaciable necesidad de saber más. No conocía a Lolo, en absoluto. Pero algo dentro de mí quería que le ayudara a sanar.

Una cosa era cierta. Conocía su trabajo. Había tenido una visión de la mujer de verdad a través de cada curva de sus creaciones de mármol. Ella podía esconderse detrás de los tatuajes y cabello largo, pero no podía ocultar lo que aparecía a simple vista. Sus esculturas le gritaban al mundo que ella era imperfecta.

—Nunca pones nombres a tu trabajo —dije mientras los ojos de Lolo se tensaron con agitación manifiesta. Di un paso hacia adelante, mirando nerviosamente a través de mis largas pestañas—. Tu trabajo... nunca les das títulos.

Lolo se encogió de hombros, pero ese atisbo de inseguridad, o ¿era la reticencia?, que había visto antes, apareció de nuevo en su rostro. Di un paso adelante de nuevo. Ella no dio marcha atrás a medida que nos quedamos cara a cara.

Me temblaban las manos. Era tan maravillosamente fascinante... la piel latina, esos tatuajes faciales prohibidos, la espesa capa de tinta que cubría a la verdadera mujer que yacía debajo.

—¿Por qué? —le pregunté—. ¿Por qué dejar tus hermosas piezas sin nombre? Nombrarlas les da vida. Un bautismo de su creación, por así decirlo.

Me miró. Tragué saliva, temblando. Pero Lolo, esta vez, se inclinó adelante hacia mí, y un escalofrío me recorrió la columna vertebral en previsión de lo que iba a hacer.

—Ponerles nombre las hace jodidamente demasiado reales —susurró, su aliento caliente recorriendo mi rostro.

—No entiendo... —Empecé a discutir, pero Lolo me cortó con su expresión severa.

—Joder, no merezco todo esto. No me merezco nada de esta mierda... créeme... nunca quise esto... pero lo obtuve de todas las malditas maneras.

Aspiré entrecortadamente mientras su gran cuerpo se alzaba sobre mí. Mis ojos revolotearon para encontrarse con los suyos. Sus ojos casi color azul se encendieron con fulgor.

—Eso no es cierto —le susurré. Su obra, más que la de nadie, merecía estar en la exhibición. La gente debía ver a sus obras de arte.

—No me conoces, chica —estuvo en desacuerdo con los dientes apretados.

—Conozco tu trabajo —repliqué, mi corazón rompiéndose un poco ante el aumento de su agresión y su uso condescendiente de la palabra "chica"—. Más que nadie, conozco tu trabajo...

Lolo me miró con tanta atención que pensé que podría derrumbarme bajo el peso de su mirada. Entonces, para mi total sorpresa, dejó caer su ceño fruncido y sus ojos con la derrota. Su mano se acercó y tomó un mechón de mi cabello largo entre su índice y su pulgar, frotándolos, antes de que su mirada se fijara en la mía.

El aire parecía tan espeso como la niebla más densa rodeándonos, hasta que Lolo dejó caer mi cabello como si fuera una llama. Una expresión de sorpresa incrédula se estableció claramente en su rostro, como si estuviera sorprendida de haberme tocado.

Rápidamente se dio la vuelta.

Esta vez supe que se iba, a pesar de mi protesta. Cuando abrió las pesadas cortinas, le pregunté:

—¿Los títulos...?

El puño de Lolo se envolvió alrededor de la tela negra y su cabeza cayó.

—¿De verdad los necesitas tanto? —preguntó brevemente. Un destello de esperanza se desató en mi pecho.

—Me ayudarían... inmensamente. A la gente le gusta poner un nombre a una escultura, y les encanta si hay alguna explicación detrás de su creación. A la prensa le gusta también, por lo que pueden hacer referencia a su pieza favorita en sus críticas. Ya he tenido solicitudes de que algunos de los principales pesos pesados de la industria.

—A la mierda —siseó entre dientes, pero la oí. Esperé en vilo por su
respuesta, cada parte de mí temblaba por nuestro extraño encuentro, cuando por fin dejó caer sus hombros—. Bien, como quieras.

—Gracias —le contesté, con mi estómago arremolinándose con mariposas. Lolo corrió las cortinas.

—Voy a venir alrededor de esta misma hora mañana por la noche.

—Está bien —le contesté, calor infundiendo mi sangre ante la idea de trabajar con ella de nuevo.

Justo cuando se volvió para irse, rápidamente pregunté:

—¿Lolo?

Se detuvo, pero no se volvió.

—¿Hay alguna posibilidad de que seas de Bama? —Sus hombros se tensaron—. Sólo te pregunto porque soy de Birmingham, y reconocí tu acento también.— Dudó.

—De Mobile—respondió a regañadientes tranquilamente. Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios al pensar que éramos del mismo estado, cuando añadió—: Es Lo... Lo—subrayó.

—Está bien —susurré, queriendo decir más.

Pero entonces Lo salió rápidamente a través de las cortinas abiertas, dejándome al lado de la escultura que acabábamos discutir. Cuando me senté bajo el resplandor de la luz plateada de la luna, solté un suspiro prolongado y un escalofrío de compresión me envolvió.

Lolo, Lo, es está mujer dolida y herida tirada en el suelo, la mujer sangrando su culpa...

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