Once upon a time in London [P...

By MrsShii

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Kore es la diosa de la primavera, nunca ha puesto un pie fuera de la isla donde vive ni conoce el "mundo real... More

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COLD BLOOD

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By MrsShii

ATENCIÓN

Durante este capítulo ingresará un personaje mío, por si se preguntan quién rayos es, también habrá una escena de self-cutting. Además, me apegaré de vez en cuando más a la mitología pura que al cómic. Gracias, amores.

Nadó una hora extra aquella noche por su incompetencia, no podía creer lo cerca que estuvo de conocerla finalmente pero una estúpida multitud se interpuso entre ellos. Era un sentimiento de pesadez en el pecho y palabras atoradas en la garganta que luchaban por salir, afortunadamente ya era un experto tragándolas así que con toda su voluntad intentó olvidar lo ocurrido y no molestarse en encontrar a todos esos mortales sin nombre para encargarse él mismo de sus muertes lentas. No le molestaba ver la costa de su mundo llena de mortales muertos caminando sin nada que hacer, después de todo casi nunca bajaba ahí y era un Dios, nadie podía cuestionar su reinado en el mundo que le pertenecía.

"No, ya no eres ese tipo de persona" se repitió mientras salía de la piscina semidesnudo, cogiendo una toalla para cubrir su cuerpo empapado "soy una buena persona ahora, igual a todas las demás. No soy un asesino a sangre fría, nunca volveré a asesinar por placer".

Cerbero esperaba acostado en una de las sillas playeras del salón con piscina de su amo, rezongando de vez en cuando en su búsqueda de atención. El pobre perro no conocía a nadie mejor que él y sintió pena, Hades se sentía tan poca cosa entonces. Minthe ni siquiera intentó llamarlo para darle una explicación la cual no valdría de todos modos pero le haría sentir un poco menos miserable. Lo mataba pensar que ella pudiera estar con alguien ya que nunca hablaron de exclusividad y también lo mataba saber que la Chica Rosa apenas se hubiera dignado a mirado antes de largarse sin más. 

Se sentía tan cruel como un animal con el corazón ennegrecido en el exterior, pudriéndose gracias al ambiente peligroso y las vueltas que da la vida, cortado, resquebrajado. Se volvía cada vez más invisible. 

Podría haber dejado abandonado el automóvil e ir tras ella, la preciosa diosa de piel rosa. Ahora recordaba ese detalle, veía los ojos llenos de pena cuando unas gotas doradas saltaron directo a su camisa blanca bien planchada, ella había mordido sus mejillas por dentro y él sólo la miró embelesado al ser la criatura más exquisita que en sus milenios había visto. Podría llamarle amor a primera vista, pero no consiguió siquiera su nombre, simplemente escuchó los tacones alejándose a de él tras pedir una disculpa con una voz suavecita, y eso no ayudaba en su autoestima.

¿Tanto temor infundía? ¿O era una sensación indescriptible peor que el temor? ¿Terror, como un espíritu sobre ti mientras duermes o un acechador nocturno en tu habitación? 

Él tenía otras sensaciones, no sólo deseo sexual como el que sentía por la ninfa de río de hacerla suya en cada rincón, no. Había algo más. No se comparaba a lo que sentía por Minthe en ninguno de los aspectos, era algo más puro y menos sensual tal vez. Sin embargo necesitaba a Minthe, le mostraba preocupación de vez en cuando, lo celaba en exceso cuando una mujer se acercaba y entre sus brazos podía refugiarse, esconder la cabeza entre sus pechos cuando no podía dormir mientras ella estaba deshecha entre las sábanas. Sí, tenía insomnio desde su temprana niñez pero no le gustaba hablar de ese tema tan personal, aunque para Hades últimamente todo era bastante personal. Era algo que no compartiría ni con sus hermanos, ni con la Chica de Rosa, simplemente yacería en lo profundo del pozo que era su alma.

Y bien, ¿a quién llamaría en esa ocasión para molestar con su simple existencia? Pensó nuevamente en su amante pero quería tener un poco de amor propio y por último llamarla al día siguiente o hablarle en la oficina para hablar sin moros en la costa ni tapujos. Pensó en ir a casa de Zeus pero vería sí o sí a Hera y en esos momentos la detestaba al igual que a todos los demás. Ella había estado en el inicio de su vida cuidando de las heridas hechas por su padre, se habían besado e incluso habían mantenido relaciones sexuales un par de veces durante el matrimonio que tenía con su hermano - no es como que a Zeus le importara de todas formas -, ella a veces le acariciaba la pierna bajo la mesa en reuniones familiares. Hera no era una mujer miserable como él sino de carácter fuerte, suponía que le gustaba el juego del gato y el ratón donde él como ratón iba directo a la trampa sin demasiada voluntad por salvar su existencia. Hades estaba tan vacío a veces que cedía ante la más mínima muestra de amor por parte de alguien.

Hera también había desbaratado su autoestima cuando joven. No logró recuperarse del todo al saber que de entre todos decidió escoger a su ruidoso hermano menor antes que a él a quien había jurado amar en las noches estrelladas del verano. Un loco amor de verano como en Grease, eso había sido todo. 

— Buenas noches - comenzó tras marcar el número más que conocido con sus manos mojadas -. Poseidon, ¿por qué no vamos al club de la ocasión anterior? Necesito unos tragos ahora.

— ¡Llamo a Zeus, nos vemos allá, amigo! 

— ¡No, no, no, vayamos los dos solos!

Pero fue inútil, ya había cortado la línea.

Hades se resignó, fue a cambiarse por ropa más casual que un bañador y llegó al lugar a las doce en punto. Un par de mujeres se acercaron ofreciéndole un trago el cual aceptó, brindando con ellas mientras estas reían e intentaban inmortalizar el momento con algunas fotografías ya que era bien conocido por ser un antisocial y su presencia en algún sitio siempre era más que bienvenida por eso en esas ocasiones. La piel azulada del hombre brillaba gracias a la bola disco colgando en mitad de una pista de baile estrecha. El club era pequeño pero tenía un escenario donde bailaban mujeres con poca ropa por propina. Él no se acercaba mucho porque no era bueno coqueteando aunque lo intentara con todas sus fuerzas, la mayoría de las personas bajaban la mirada por la intensidad de sus ojos fríos como la lluvia que caía afuera. El vacío no se llenaba con alcohol ni las risas sugerentes de ambas ninfas que bromeaban sobre sus vidas sin sentido para él.

— ¡Hermanito! - gritó Poseidon, levantando su peso sin esfuerzo entre sus brazos musculosos de nadador, raptándolo hacia una habitación más privada donde un par de sílfides bailaban con pequeñas piezas de ropa negra de encaje mientras Zeus lanzaba monedas al aire. 

Estuvo sentado en la orilla ignorando el espectáculo, parpadeando cuando sus ojos luchaban con las lágrimas de sueño y el dolor sobrepujaba en su corazón. No aguantaba más así que pidió permiso a sus hermanos para retirarse al cuarto de servicio donde pocos caballeros arreglaban sus aspectos en un vano intento de pretensión, él si no estaba trabajando prefería usar un pijama o bóxer. 

Él entró en un cubículo, bajó sus pantalones un poco y abriendo su reloj sacó una pequeña aguja de oro, cortando delgadas líneas bajo el pantalón del traje que no le apretaba como para que notaran su sangre bajo la luz artificial. Hace bastante tiempo no hacía eso, requería fuerza de voluntad pero estaba seguro que una recaída le sucedía incluso a los mejores.

El dolor delicioso duró unos minutos. Respiraba, exhalaba, respiraba, exhalaba. La calidez de su fluido vital escapándose y bajando por su pierna lo tranquilizó, ayudó en su misión de concentrarse en el mundo real. Tuvo que recordarse a sí mismo que en aquella velada no estaba solo, estaba con los hermanos que si fueron amados por sus padres. Arregló su traje por decencia antes de regresar con los otros, poniendo los ojos en blanco mientras el show iba subiendo de intensidad. 

La única mujer que deseaba ver desnuda alguna vez era a la Chica Rosa, la desconocida. Dudaba que pasara, pero al menos la idea lo mantuvo despierto cuando sus hermanos comenzaron a divertirse con las hermosas mujeres. Él yacía ahí como un muñeco sin vida, revisando sus mails en silencio.

Corazón podrido, insensible, no valía la pena estar ahí pero tampoco podía acabar con su existencia destinada a la soledad. Hades era peligroso porque ya no le quedaba nada por perder.

•••••

Habían transcurrido tres días agitados donde Eros no se había separado de ella durante todo ese tiempo, Pysche se quedaba en casa de unos familiares así que sólo se reunían durante la noche. Eligieron un guardarropa adecuado para asistir a la universidad a estudiar Letras como había decidido Perséfone, aunque aprovecharía de tomar un taller de actuación que era su segunda opción para estudiar. 

Su mentora había coordinado una entrevista con uno de los miembros del directorio. Luego debía dejarla afuera de Underworld Enterprises para que conversara personalmente con el dueño de los bancos más seguros del mundo donde podría guardar su dinero sin preocupaciones. Ella no temía a Hades, su relación no era estrecha por malos tratos en el pasado pero sabía que era un hombre decente que cuidaba celosamente las inversiones de sus clientes. Atenea depositaría una mesada para ella aunque Kore buscaba un trabajo de medio tiempo para comenzar a comprar cosas indispensables para sobrevivir o darse algunos lujos típicos de una pequeña diosa de veinte años.

Si tenía suerte podría vivir en las habitaciones de la universidad, una vieja casona construida únicamente en piedra roja con enredaderas trepando hasta las ventanas, tentando a todos los Romeos y las Julietas a reunirse a hurtadillas durante las noches heladas. Kore admiraba a Shakespeare, se preguntaba que tipo de príncipe le tocaría durante su vida, si sería una tragedia, comedia o drama. ¿Se enamoraría perdidamente de un humano o de un dios? Recordaba las bromas de mal gusto de Apolo, el hermano amado de Artemisa, sobre enamorarse de mortales inferiores, pero si pensaba en Apolo entonces cualquier ser humano sería una opción aceptable. Detestaba a Apolo pero Artemisa lo adoraba a morir, siempre que su amiga llegaba poco después llegaba Apolo con su cítara, la presunción, las frases cliché sobre su apariencia de "Diosa Superior". Lo había apodado Dios nazi por sus pensamientos tan retrógrados y raciales de vez en cuando, por supuesto ese apodo quedaba únicamente para ella sin mencionarlo a nadie más.

— Recuerda todo lo que dirás, hazme sentir orgullosa - dijo la pelirroja sosteniendo sus pequeños hombros, empujándola en dirección a una puerta donde un hombre de aspecto bonachón esperaba sosteniendo la carpeta con la solicitud. 

— Lo lograremos - aseguró, convencida de que nada podría vencerla. Si ella lograba entrar a la universidad sería como si todos sus seres amados lo hubieran logrado a su lado.

La llamaron, Kore alisó su vestido negro antes de ponerse en pie para correr con sus tacones hacia la oficina. Besó la mejilla del hombre inmediatamente, radiante y sin tener idea de los modales británicos en cuanto a la distancia personal. El hombre señaló un sofá frente a un escritorio sobrio donde había una computadora de última generación pero también papelería pasada de moda. Ella lo miró, retorciendo sus dedos en silencio por los nervios.

— Señorita Byrne, es usted recomendada por la decana de facultad de derecho, ni más ni menos - no supo qué responder a eso así que sólo sonrió y asintió mostrándose complaciente. Eso no desanimó al hombre delante quien siguió con su monólogo sobre Atenea -. Ella es totalmente brillante, sus clases son complejas pero podemos presumir de que nuestros graduados trabajan en los mejores puestos que el mercado puede ofrecer a un recién egresado.

Kore tuvo que poner atención a su apellido mortal al cual no se acostumbraba aún, memorizaba la información como si fuera importante, luego tendría tiempo para eliminarla si no lo era 

— Tenemos altas expectativas, pero antes ¿puede contarme un poco de su vida?

— Bueno - comenzó, su discurso estaba bien ensayado -, crecí en una isla de la península ibérica, bastante pequeña si me permite decirlo, pero siempre soñé con venir a estudiar a Londres. Mi plan era salir lo más pronto posible de la isla pero por cuestiones privadas tuve que esperar a cumplir veinte años para aventurarme por aquí. El país es simplemente maravilloso.

"Sobre todo por el gran reloj y los hombres del sombrero gracioso que custodian el palacio" pensó para sí misma.

— ¿Y por qué Letras y no Leyes como su tía? - prosiguió con su interrogatorio, tomando nota con una grabadora chapada a la antigua sobre el mesón de roble.

— Crecí leyendo los grandes clásicos, en mi isla no contábamos con televisión así que mi única diversión era leer. Sueño con un día escribir algo que haga la diferencia en este mundo, tal vez trabajar en una editorial importante o expresar mi parecer sobre un tema desde una perspectiva diferente - suspiró con añoranza, imaginándose en su propia oficina con geranios en las ventanas y aroma a flores por doquier. Despertó de su ensueño pronto -. Tengo interés en muchas áreas así que tomaré variados talleres durante mi estadía aquí.

— Eres ambiciosa, eso es bueno.

— Espero que sea el tipo apropiado de ambición.

La interrogación no fue incómoda. Finalmente acabó tomando su mano para estrecharla a una distancia prudente entre ellos como había recordado debía ser. Salió por donde entró, sonriéndole a su mentora antes de salir de la universidad por la puerta principal. A esas horas los estudiantes estaban en su mayoría dentro de las aulas, nadie rondaba cerca de las oficinas y seguramente planeaban también las vacaciones cortas de navidad. 

Tuvo que esperar a Atenea así que tomó asiento en el banquillo más cercano a la entrada donde del otro extremo había un hombre de cuerpo elegante y espigado fumando un cigarrillo que olía a fresas. Ese detalle llamó su atención, además de la camisa arrugada y la corbata desatada como si hubiese sido asaltado. Sin embargo él lucía bastante bien, cómodo, atractivo, peligroso. Quiso disimular sus miradas furtivas buscando en su bolso Les Misérables para leer por el momento.

De vez en cuando le daba una ojeada, él sólo fumaba en silencio, movía su pierna izquierda marcando un ritmo desconocido para ella. Nunca había intentado llevar el ritmo en el cuerpo, eran contadas las ocasiones donde bailaba aunque le llamaba la atención entrar en un club nocturno de esos con luces neón en mitad de un callejón oscuro.

Experimentaría todo lo referente al mundo humano. No estaba Deméter, Artemisa ni Hestia para hablarle de la eterna virginidad. No había florecido, era un hecho, a ese paso sería siempre una virgen sin florecer. No es que estuviera pensando en sexo, la sola palabra lograba hacerle sonrojar, sino que le daba la oportunidad en un futuro muy lejano de yacer con el hombre a quien ella amara sin ningún tipo de preocupación acerca de un embarazo.

— ¿Qué tanto miras, niñita? 

— ¿Perdón? - no había entendido una sola palabra, el acento británico estaba tan marcado en ese caso que no finalizaba las palabras como los americanos a los cuales entendía mejor, diría incluso que no era londinense. Por supuesto no iba a quedar como una boba - No le he escuchado, lo siento.

— ¿Esperas a Emma, no? La pelirroja con las pecas en la nariz - señaló más lento, entendiendo el asunto porque seguro ella también tenía un acento curioso, ahora había entendido a la perfección que se refería a su mentora -. Me pidió que cuidara de ti mientras estaba allí adentro defendiendo tu presentación. 

Emma era el nombre humano que había escogido Atenea para vivir esa vida pero casi nadie lo usaba a menos que "fueran sus amigos", para todos los demás era la decana Byrne. Entonces aquel debía ser uno de sus amigos. 

Ofreció su mano en amistad al hombre viendo por completo su rostro al fin. Tenía el cabello rubio dorado pero al mismo tiempo desteñido, una barba de un par de días, ojos tan claros que le recordaron aguas de vertiente como las de su tierra natal o al cristal con escarcha en la mañana de navidad. La expresión de su rostro era extraña, una mezcla de curiosidad bastante escondida y la picardía de alguien en sus treinta tempranos, quizás unos treinta y tres años o poco más. Tenía una nariz respingada encantadora, labios delgados, dedos largos y elegantes, aroma agradable a tabaco endulzado con una mezcla de olor corporal almizclado. 

— Mi nombre es Kore, es un placer, señor - el agarre en su mano fue firme, la palma era caliente como el sol del verano a pesar del clima nublado alrededor.

— Kore, como la deidad de la primavera - respondió el otro con una mueca parecida a una sonrisa decadente -. Soy John Desmond, profesor de psicología conductista en esta universidad y tu nuevo niñero. Me están pagando bastante bien por eso.

— ¿Es una broma, verdad? – preguntó escandalizada, no quería un chaperón  ni mucho menos a uno desconocido por muy bien parecido que fuera.

— Sí. 

— Porque estoy intentando ser independiente - comenzó a explicar sin que le hubiesen preguntado -, mi madre era una loca y acabo de escaparme a vivir por aquí.

Loca sonaba como un gran adjetivo para describir a Démeter, alguien sobreprotectora que odiaba perderla de vista un segundo. Aunque alegara que fuera por su propia seguridad ambas sabían que no era así. 

— Mi padre era un borracho - respondió el otro, exhalando el aroma que la tenía hipnotizada -. Mi madre era inteligente pero estaba estúpidamente enamorada, me escapé a los dieciséis de casa. Te entiendo, compañera.

No sabía si estaba hablando en serio o sólo lo hacía para agradarle, de ambas formas lo compadecía porque no tuvo ningún pensamiento alegre al poner la palabra familia en el buscador de su memoria. Quizás él era de esas personas a quienes llamaban pesimistas o nihilistas.

— Pareces un hombre sabio, nihilista por lo que veo ahora - relamió sus labios, señalando casi con timidez lo que iba quedando de cigarrillo - ¿Podría probarlo?

— ¿Qué edad tienes, niñita? Y no, no es nihilismo el término correcto, creo que la palabra que buscas es un realista no idealista - respondió con una sonrisa afilada, balanceando el cigarrillo de un lado a otro creando siluetas con el humo.

— Veinte. Y no pareces ser alguien sin ideales aunque tengas pinta de actor de Hollywood - dijo demasiado rápido, arrepintiéndose en el instante. Sólo había visto un par de películas en toda su vida, pero el otro tenía el look de un desenfrenado James Dean con estilo de haber salido del basurero o una pelea de cantina.

— Supongo que debería dedicarme a la actuación entonces, soy realmente bueno con los monólogos en clase, si no pregunto directamente nadie me responde - ambos rieron, una melodía extraña en comparación- ¿eres primeriza? 

— Sí, señor.

Una carcajada seca le llamó la atención, entonces el otro volteó en la banca acercándose lo suficiente para chocar con un cuerpo más menudo que el suyo. La rodeó con un brazo como si fueran familiares, algo extraño en un hombre inglés. No le molestó, el hombre no la miraba como un depredador, de hecho pensaba que apenas le prestaría atención si no le hubieran pedido el favor o si ella no luciera igual a una mojigata o monja recién salida de un convento, debía lucir como un alíen. 
En efecto, Kore lucía intocable y fuera de ese mundo para la mayoría. Pero menos para el profesor John Desmond de psicología. Era de esos hombres que lucían demasiado ocupados con sus propios pensamientos como para interactuar con otros. No lo imaginaba impartiendo clases.

— El tabaco aromatizado es mi favorito - dio una larga calada a lo que quedaba -. Te daré un shot, acércate y separa los labios.

— ¿Un disparo? – preguntó confundida.

El hombre puso los ojos en blanco pero sonrió un instante para demostrar la broma, ella sintió sus mejillas arder al igual que todo su rostro.

Recordó su primer beso con Ares, dulce pero falso. El idiota sólo la había utilizado para robarle ese momento especial. También tuvo uno robado de Apolo cuando fue a visitar a Artemisa estando borracho mientras ella vivía una temporada en la isla para hacerle compañía. Lo había mordido así que intercambiaron más sangre que otra cosa pero la experiencia no era agradable en sus recuerdos. ¿El tal John iba a besarla? Era un hombre apuesto, interesante hasta el momento y no tenía ningún problema de arrojarse por el camino difícil una vez más en su vida. No era una cualquiera, sólo sentía curiosidad por los sentimientos abrumadores de la humanidad, deseaba saberlo todo y probarlo todo sin restricciones.

— ¿Lista?

Asintió un instante, separó sus labios acorazonados y entrecerró sus ojos, viendo en cámara lenta como el hombre exhalaba el aire contaminado directamente en la boca de la joven diosa. Sopló en silencio para evitar el desperdicio cuando la brisa amenazó con alejar el humo. Ella saboreaba la fresa en sus labios, el tabaco por primera vez penetrando sus pulmones vírgenes como su cuerpo. Mantuvo el aire dentro como si su vida dependiera de aquello, sabía a perfume caro, fresas y jabón corporal. Tragó en silencio. El cómo iba bajando por su garganta al igual que lo hacía el líquido cuando lo tomaba le llevó a imaginar un montón de situaciones donde casi se había sentido tan bien como en esta ocasión. En su espalda nacieron raíces nuevas, pujando el escote discreto del vestido cuando su dueña yacía en las nubes por primera vez en su vida. Las raíces dieron flores de fresa, pequeñas y amarillentas, picaban por cómo se enroscaban en su interior, arraigándose como su primer shot en las profundidades de su cuerpo.

 Apoyó su espalda arqueada contra la madera del banco para esconder la prueba de su excitación, dejando caer la cabeza hacia atrás mientras exhalaba un poco de humo.

— Kore, bienvenida al maravilloso mundo de los shots.

— Vaya que es una sensación – miraba el cielo nublado, las primeras gotas de la llovizna caían sobre su rostro angelical -, ¿siempre le das shots a tus alumnos? ¿O sólo a los desconocidos?

— A chicos y chicas bonitas que tengan una edad legal, sin relación conmigo. Sí fuéramos amigos te diría que lo dejaras o morirías de cáncer como yo – el hombre aplastó la colilla contra la madera y chocó con el rostro asustadizo de su acompañante novata –. No es que me vaya a morir pronto  o en estos momentos, ¿sabes? Todos nos moriremos.

Todos menos ellos, los dioses prevalecerían. Ella con las raíces en su espalda y todo viviría mucho más que personas mucho más interesantes o que quizás podrían aportar más a la humanidad. En esos momentos sentía su propia insignificancia, se preguntó si el objetivo del hombre fue ayudarle a replantearse su vida.

— Tu vida no es de mi incumbencia, pero eres agradable y justo ahora me deprimiría si mueres – respondió con sinceridad, el contrario frunció el ceño un momento antes de seguir la conversación.

— ¿No te han hablado nunca de la co-dependencia y encariñarse demasiado rápido con las personas? – quiso saber, sus palabras gracias al acento ahora eran como un gruñido.

— No, nunca – admitió.

— Nunca dependas de nadie, Kore, de nadie – John Desmond tomó el abrigo que yacía abandonado en el que antes fue su lugar y lo puso sobre sus hombros casi con galantería –. Vive tu vida según tus reglas, que nadie te diga lo contrario. Cuando dependes de alguien le das el beneficio de interceder, husmean en tu intimidad y sin darte cuenta terminas con un corazón roto o una vida que no soñabas para ti.

No dijo nada, quizás el amigo de Atenea era así de inteligente por su experiencia y luego de eso pensó que quizás había dicho la verdad sobre dejar su casa. Debió haber tenido una vida difícil, quizás era de los que aprendía por las malas. 

— ¿Y qué hago para mantener mis reglas? – era su pregunta del millón. Los ojos verdes de la joven mujer excitados por las nuevas emociones y la de pronto profunda conversación brillaron.

— Sé egoísta con tu felicidad cuando debas serlo, no dejes que te la arrebaten – dijo casi con ausencia en la voz –. Piensa más con la cabeza y menos con el corazón.

— Vaya... Suena bastante romántico aunque sea un consejo sobre egoísmo.

— A veces el romance no es conveniente – la puerta en la lejanía se abrió con un sonido chillón así que él se puso de pie –. El romance no va a cubrir tus necesidades toda la vida. Es algo bello, no lo niego, pero tu vida no puede girar solo en torno al romance.

— ¿Y qué puedo hacer cuando no tengo nada de eso? Si apenas tengo una vida...

— No soy el mejor dando consejos pero en mi abrigo siempre hay una tarjeta, de todas formas pronto rondarás por aquí con un montón de cabezas huecas más y podrás preguntar por mí - las manos del hombre fueron escondidas en sus bolsillos -. Además mentí, soy una especie de niñera al menos por unos días.

 — ¿Por qué lo harías?

— Debo ciertos favores. Considero a Emma una amiga.

Recordó lo dicho por la diosa sobre los semidioses que eran sus ojos y oídos, ¿John Desmond sería un semidios? Tenía la apariencia de uno pero no le daba esa sensación, ¿sería el hombre del farol? Quizás su sabiduría tenía más que ver con lo divino que con lo mortal.

Atenea a.k.a Emma salió por las puertas de cristal, acercándose y pidiéndole un cigarrillo a John que se lo dio sin más para luego despedirse e irse con una sonrisa por el camino principal: una arboleda de álamos casi sin hojas. La llovizna le pegaba la camisa blanca a la espalda, pronto él estaría tan empapado como lo estaba ella, desprotegida.

Kore vio el abrigo beige e inmediatamente se lo puso, le quedaba grande pero no era un inconveniente. Palpó el bolsillo superior y sustrajo una tarjeta que ponía:

John A. Desmond

Psicología conductivista y cognitivista

Encargado del departamento de psicología de la Universidad de Londres

Su mentora la miró de arriba abajo, hablando sin tapujos cuando notó el vestido desarreglado por la espalda.

— Dime que no caíste en las redes de ese demente y que no estás excitada, Perséfone – preguntó. Lejos de estar indignada sonaba divertida porque la sola idea de Kore sintiendo algo que jamás debía sentir ya que al ser optar por ser siempre casta era casi una violación a la regla, un pecado. A Atenea le parecía una idea tonta pero cada persona tenía el libre albedrío para escoger lo que deseaba hacer de su vida. Todos menos Perséfone, por eso la ayudaba en su cruzada.

— No, mi señora. Es sólo que John Desmond es un hombre misterioso, ¿no lo cree? - medio balbuceó, las raíces en su espalda picaban. Al menos fue capaz de controlar su sonrojo.

— E increíblemente inteligente, ten cuidado. Y se pueden apreciar las flores en tu espalda, usa en todo momento el abrigo, desvergonzada. Son notorias - la gran diosa le revolvió el cabello sin cesar igual que lo haría a una chiquilla pequeña, ahora su cabello rubio parecía un nido de pájaros salvajes.

— ¿Son cercanos, mi señora? - quiso saber con curiosidad.

— Admiro la inteligencia, Perséfone, y él es uno de los hombres más inteligente que he conocido además no es un simple ser humano - la pelirroja se encogió de hombros, cubriéndose de la despiadada lluvia que comenzaba a caer.

— ¿No es un simple humano? 

— Las plantas, Perséfone.

Kore se carraspeó antes de arrancarse las plantas que asomaban por su vestido nuevo de diseñador, si había una manera de estar en el cielo ella acababa de descubrirla.
Y quizás estaba floreciendo lento pero seguro.

Con ayuda consiguió subir a un bus rojo con publicidad de Sherlock Holmes para ir a La City, el lugar de los rascacielos donde pensaba abrir una cuenta bancaria. Apenas puso un pie enfundado en poderosos tacones fuera de el bus tras un trayecto de un buen rato debido al tráfico cruzó la calle tras de esperar su turno. Fue directamente a una cafetería donde encargó bollos calientes rellenos de mermelada de frambuesa la cual era su preferida. Lo pidió todo embolsado para llevar, balanceando la bolsa reciclable mientras caminaba a través de un mar de ejecutivos que la veían como un trozo de carne. La sensación no le gustaba en absoluto pero tenía una misión y Kore nunca más se daría por vencida.

Fue decidida hasta Underworld Enterprises, subiendo los peldaños de dos en dos para cruzar la puerta automática. El mesón con secretarios y secretarias lucía eficiente, todos trabajaban a excepción de una chica que conversaba acaloradamente con un chico joven que cargaba un paquete entre sus manos de un tamaño considerable. Apenas fue acercándose al mesón pudo reconocer las facciones afiladas del hombre con cabello rizado y largo cayendo a ambos lados de su rostro como maleza salvaje. Usaba una loción parecida al limón, el aroma a limón le recordó su hogar natal y rápidamente - pasando inadvertido - una flor creció en su cabello rubio corto, enroscándose en su sombrero elegante. De pronto reconoció al hombre a su lado.

Hermes, con su cabello alocado.

Le agradaba Hermes, tenía un sentido del humor divertido y sólo un defecto que ella conociera: era el mejor amigo de Apolo. Dios, como odiaba a Apolo. Narciso no era nadie en comparación a ese idiota presumido que creía ser el único hombre atractivo en el mundo. Pues malas noticias, Apolo, había conocido a uno y le había dado un shot. No pretendía ser una fumadora pero eso estuvo más que bien.

Perséfone no era más una chica tímida, o sea sí, pero no quería privarse de las sensaciones humanas. Había sido una chica buena, asentía cuando era necesario y obedecía órdenes, cumplía pedidos y deseos a quienes apenas conocía por amabilidad. La amabilidad jamás se iría, imposible, pero ahora tenía libertad por primera vez en su vida y sabía que sus dos amigos ahora eran mucho más liberales que Démeter o Artemisa. Si Artemisa la hubiera descubierto fumando le hubiera regañado un mes entero y seguramente a John le hubiera quitado su lengua de plata basada en el odio irracional que tenía su amiga por los hombres. No había convivido con muchos pero Eros, Hermes, el nuevo señor Desmond, todos eran agradables. 

Anotó en su lista de deseos para Santa lograr ser amiga del profesor, era alguien interesante a quien podría encontrar fácilmente en la universidad durante los recesos. No necesitaba que John la quisiera, sólo necesitaba una plática interesante para mantener despierta su mente. Las conversaciones con Eros siempre fueron divertidas, directas y relajadas, Atenea estimulaba sus neuronas haciéndola pensar cuando charlaban, obtenía una sensación parecida con el otro hombre.

— ¿Perséfone? ¿Qué estás haciendo aquí?

— Tengo una cita, deberías escoltarme nuevamente - mencionó, aguantaba las ganas de abrazarlo por todo lo que le debía -. Y no me llames así, aquí soy Kore.

Pisó al dios con su zapato de tacón y el otro fingió morir de dolor. 

— Chica mafiosa - respondió con una sonrisa sincera -. Te guiaré hacia tu nueva cita, seguramente estás muy ocupada.

— Más vale llegar a tiempo, he escuchado todo tipo de cosas de Aidoneus - decidió llamarlo así al estar cercana al mesón del secretariado -, que es un asesino, por ejemplo,

— Quizá lo sea, no me sorprendería por quién es - le ofreció su brazo a la mujer quien lo aceptó de buena gana sin soltar su presente para caer en gracia con el hombre -. Por cierto, ayer fui a tu isla y vi a tu madre. No sabe dónde te metiste, piensa pedirle ayuda a Hera aunque no sea de su agrado. Deberías pedirle ayuda a Hera primero por si te descubre, así no te delataría.

— Me agrada Hera, pero no le diré nada. Mientras menos sepan, mejor - balanceó sus caderas mientras caminaba -. Te tengo a ti, a Eros, Artemisa y a Atenea de mi lado, no tengo porqué temer. Ahora háblame de Hades.

— No sé mucho de él, es bastante solitario y misterioso. No vas mucho a las fiestas organizadas por Hera pero casi siempre está bebiendo solo o jugando con Hebe. 

La única vez que se habían visto fue en aquella desastrosa fiesta donde lo ensució, pensó que le arrancaría la cabeza si es que Hera no hubiera llamado su nombre desde la lejanía. Recordaba bien su rostro, nunca pensó que tendría que verlo una vez más y menos sin Atenea a quien le había surgido algo de último minuto. Como fuera ya estaba ahí, en el piso correcto y sin la compañía necesaria para respaldarla pues Hermes la dejó allí con una sonrisa suspicaz y desapareció en el mismo elevador.

Caminó hacia la mesa de la asistente personal del dios quien era ni más ni menos una ninfa de río de piel roja como la sangre, con el cabello un poco más oscuro peinado hacia atrás. En su isla habitaban gran cantidad de chicas como ella así que con una confianza inmediata apoyó sus manos en la mesa dándole una mirada iridiscente a ella con los ojos café amargo, tan amargo como su expresión cuando la vio venir. La desconocida sólo la vio con desprecio, preguntándole de inmediato si contaba con una cita porque su jefe no recibía personas entrometidas en su oficina.

— Tengo una cita, mi nombre es Perséfone - dio un rápido vistazo al gran libro abierto, señalando con su dedo el número tres -. Esa soy yo.

— El jefe está por entrar a una junta, le preguntaré si tiene tiempo para recibirte. 

— Muchas gracias... - ella ya se había ido.

Una gran puerta se abrió ante ella, se asomó entonces un personaje azul rey y supo que era él. Altísimo y fuerte como un roble, de ojos penetrantes y una nariz aguileña natural. Estaba tan nerviosa por el encuentro que comenzó a sudar gotas de rocío, pero él en cuanto la vio caminó en su dirección con los ojos bien abiertos y las manos empuñadas.

Supo que su vida había acabado, había molestia en su expresión así que seguro la haría pedazos por lo ocurrido hace ya un mes si era alguien rencoroso.

A su lado una mujer muy parecida a él también de traje le dio una sonrisa radiante, vestía un traje y de pronto susurró algo a Hades quien relajó su ceño.

•••••

"Es Perséfone, la diosa de la primavera. Quien concertó la cita fue Atenea, procede con cuidado" El consejo de Hécate lo relajó, ahora sabía dónde se movía.

— Señor Aidoneus, es un placer conocerlo finalmente - dijo la mujercita sacando su mano de los guantes para conectar con el Dios delante de ella.

Sentir la palma contra la suya fue casi una experiencia sagrada, las huellas digitales habían quedado profundamente marcadas en cada rincón de sus manos. Jaló casi inconscientemente el cuerpo más menudo hacia el suyo, fijando sus ojos grandes de un negro chispeante de color rojo como la sangre bien oxigenada, brillante como rubíes.

— Ya nos conocíamos desde la fiesta de Hera, ¿no lo recuerdas?

— No.

Hades lo sintió igual a una estaca en el corazón, ¿tan irrelevante su presencia había sido? Él había pensado en ella cada día después de esa burda celebración, en cambio ella lo había olvidado sin ninguna dificultad. Intentó que la expresión en su rostro se relajara para no infringir temor en ella que lucía tan pequeña y frágil. Con lástima desechó todas las ideas de encuentros que él había planeado desde que ella desapareció de la escena. Pensó en una conexión inmediata, sin embargo ella no lucía tan tímida como en la fiesta, había algo alrededor de la chica que imponía respeto, cierto porte.

— Bueno, mi nombre es Kore y es un placer hacer negocios con usted. Vine a abrir una cuenta bancaria por consejo de Atenea.

— Vienes al lugar indicado entonces, Kore – respondió, ofreciéndole su brazo para guiarla hacia el ascensor, al ver la expresión de duda en su rostro dio una corta explicación, la chica no confiaba ciegamente en él –. Debemos ir al banco a abrir la cuenta, este no es un banco sino el edificio de oficinas.

— Entiendo - dijo ella, apartando su cabello rubio hacia atrás luego de acomodarse el sombrero. Hades lamentaba no poder verla con su apariencia natural, seguro no existía la confianza suficiente todavía pero lucharía por tener la oportunidad.

— Aunque podríamos ir primero a almorzar, ¿te parece?

— Creo que es una mejor decisión si primero vamos al banco y luego a almorzar, ¿no le parece, Aidoneus?

— Por favor, llámame Hades – puso su mano con cuidado en el codo de la diosa para entrar con ella al ascensor directamente hasta su automóvil que esperaba por él siempre en el estacionamiento –. ¿Entonces el almuerzo luego?

— Si tanto insiste podemos ir ahora, no he probado todavía las comidas típicas de aquí – la sencillez en su voz suave lo cautivó, cuando la miró se dio cuenta de que ella también lo admiraba pero apartó la mirada apenas notó la suya sobre ella, estirando sus labios en un pequeño puchero –, no creo que demoremos tanto tiempo.

— Concuerdo.

Abrió la puerta del automóvil para que ella pasara primero, la joven subió y comenzó a tocar todo a su alrededor, encendiendo sin querer la radio donde un CD de Pink Floyd tocaba una melodía electrónica mezclada de dudosos instrumentos musicales. La diosa entrecerró los ojos mientras él conducía felizmente hacia un restaurant cercano.

— ¿Cuándo comienza la canción?

— Está es la canción - rozó sus manos, una pálida calidez se extendió por su pecho como una confirmación de lo que sentía y más, como si sus manos hubieran existido para estar juntas.

Decidió averiguar lo máximo posible sobre ella, hasta el momento sólo sabía su nombre pero necesitaba saberlo todo. Kore, la pequeña diosa rosa que ahora entraba de su brazo en el restaurant como si fuera un palacio para ella. Se preguntó cuánto tiempo llevaba viviendo en Londres, en donde residía y cuáles eran sus amigos además de Hermes con quién parecía conocerse. Le dio una puntada de celos en la sien, inhaló y exhaló un par de veces antes de correr la silla para ella en su afán de parecer un caballero.

"Claro que no eres un caballero" le recordó su mente pesimista.

Y por supuesto que no lo era.

— ¿Qué quieres para beber, Kore? - preguntó el hombre pidiendo una botella de vino tinto para acompañar la comida.

— Solamente agua mineral, gracias - respondió, ganándose una mirada de curiosidad por el atractivo hombre de barba insípida con los ojos azul grisáceos más espectaculares que la chica había visto en su vida -. Sólo bebo alcohol en ocasiones especiales y sólo una copa.

— Pero es un momento muy importante en tu vida, digo, abrirás una cuenta bancaria, vives en Londres y seguro tienes la vida que siempre soñaste fuera del Olimpo - dijo el otro, sirviendo una copa para Kore.

— Nunca he vivido en el Olimpo, viví mis veinte años en una pequeña isla cercana a Skópelos en Grecia - sonrió con timidez para él, retorciendo la servilleta mientras el pedido llegaba.

— ¡¿Veinte años?!

— Veinte años humanos, cuando florezca mi edad se mantendrá por milenios - explicó dando un corto sorbo a la copa del otro -. Esto es realmente bueno.

— Lo es, ¿lo ves? Debemos acabar esta botella entre los dos.

La comida suculenta y el exceso de bebida causó sueño en la diosa a la cual se le había soltado la lengua.

— ¿Alguna vez escuchaste sobre el amor egoísta? Hoy conocí a un hombre muy sabio que me habló de eso.

— ¿Cuál era su nombre? - nuevamente el pinchazo en la sien.

— No puedo recordarlo en este momento, pero me dijo que siempre buscara mi felicidad primero antes que la de los otros - movió su mano delicada sobre el mantel impoluto -. Me enseñó a fumar, creo. Pero no lo haré más porque la manera en la que me enseñó fue poco ortodoxa. 

— ¿A qué te refieres con poco ortodoxa?

— ¿Qué se yo? Oh, me duele tanto la cabeza que no puedo pensar - una suave risita salió de sus labios perfectos, Hades tomó su mano sobre la mesa decidiendo que nunca más querría soltarla ni dejarla ir. Eran como piezas de un rompecabezas, como si Tiresias hubiera predicho eso en sus afamados libros de profecías. 

— Creo que un amor no puede ser egoísta - comentó finalmente -. Las dos personas deben dar lo mejor de sí mismos, poner a la otra persona primero y priorizar su felicidad.

— Él no concuerda - dijo -, de hecho creo que cree todo lo contrario.

— ¿En qué tipo de amor crees tú?

— Sólo he conocido el amor de los libros, debo decidirlo por cuenta propia.

La pequeña chica se pasó de copas por casualidad, quedando en un estado de aletargamiento severo que aprovechó para subirla a su coche y llevarla a casa donde podría estar cómoda, segura, pero sobre todo cerca de él para cuando regresara del trabajo. La recostó con sumo cuidado sobre su cama para no despertarla, lucía tan pequeña entre sus sábanas de seda negra, lamentó salir pero todavía necesitaba realizar unos asuntos urgentes e ir donde un oráculo le parecía una buena idea para compensar sus hipótesis. 

Al estar dormida la chica se transformó en una diosa de cabello tan largo que caía desde la cama hasta el suelo con un rosa fuerte con flores de fresas creciendo entre las hebras de su cabello, su piel era tan rosa como las nubes al atardecer. Era bellísima y se convenció de que a su lado también lograría ser bello, no el demonio desdichado de siempre.

Al parecer el señor Desmond nunca había hecho una clase de co-dependencia donde el otro asistiera.

Pasó horas observándola antes de marchar, cerrando la puerta con llave para que ninguno de sus perros la molestara y para que no lograra irse, aunque con la ingesta de alcohol dudaba que pudiera ponerse en pie por más de unos minutos.

¿Era él acaso una mala persona?
Lo averiguaría cuando su futura reina se despertara del profundo sueño en el que estaba sumida.

•••••

Abrió sus ojos poco a poco, el dolor general en su cabeza revuelta. Quiso vomitar pero aguantó la asquerosa sensación cuando notó el colchón mullido bajo ella. Tocó su cuerpo completo temiendo lo peor, sin embargo no se sentía diferente aparte del dolor que venía con una resaca importante, la primera de su  vida. A tropezones caminó hacia una mesa cercana donde servidas había una gran variedad de frutas, resaltando la granada más jugosa que conoció en su vida entera. Se le hizo agua la boca.

— Perséfone, no comas ningún grano - la voz de Atenea resonó dentro de su cabeza provocándole un dolor indescriptible.

Vio la fruta entre sus manos temblorosas sin saber qué hacer.

— Despierta, tonta, estás secuestrada. Busca la salida más cercana.

Desgranó sólo doce granos, metiendolos en el bolsillo de su abrigo, yendo a la puerta de la habitación para tirar del picaporte sin recibir ninguna reacción positiva del objeto.

— ¡Estoy secuestrada, dios! - chilló, olvidándose de la jaqueca. Corrió hacia una ventana para asomarse, notando la ciudad de calles embotelladas y edificios negros como rascacielos. No era el mundo humano, no era el Olimpo, ¿qué era?

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ACTUALIZADO

Dos por día, tal vez mañana haga lo mismo si es que me da el tiempo. Necesitaba presentar mejor la relación de Perséfone con ambos pero el capítulo a quedado demasiado largo así que seguirá en el próximo. Espero que se note la diferencia pero al mismo tiempo la similitud de cuando Perséfone despierta en el inframundo. 

Gracias por leer.

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