Once upon a time in London [P...

By MrsShii

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Kore es la diosa de la primavera, nunca ha puesto un pie fuera de la isla donde vive ni conoce el "mundo real... More

HEAL THE PAIN
COLD BLOOD
THIS IS AIN'T A LOVE STORY
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RUNAWAY

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By MrsShii

La ciudad de Skópelos brillaba en la lejanía como un faro redentor, las pequeñas casas estilo mediterráneas estaban habitadas a esas horas del ocaso con sus pequeñas luces encendidas al igual que millones de estrellas en el horizonte, y Kore era una polilla desesperada buscando los focos resplandecientes.

Ella masticaba los pistilos dulces de una flor sentada en el muelle, el sabor era como la miel misma y los pétalos uno por uno desaparecían entre sus angelicales labios gruesos, pálidos debido a las horas de nado intenso durante el cual su cuerpo rosa claro surfeó las olas como si de pronto sus piernas carnosas se hubieran fundido en una cola de sirena. Cogió un afilado coral rojo como cuchilla para cortar su larga melena rosada como el atardecer, dejándolo irregular mientras el resto caía al mar cálido transformándose inmediatamente en algas de los más hermosos colores.

Escuchó el tañido de una campana rompiendo la quietud del ocaso, su madre Démeter la llamaba. 

Era hora de entregar su libertad al ser quien más la amaba en el mundo, más de lo que amaba a la primavera o a los animales autóctonos quienes corrían libres en aquella pequeña isla de la península donde vivían sólo acompañadas por ninfas, sin hombres. De vez en cuando un tritón llegaba a las costas movido por las corrientes cálidas y los rumores de las preciosas mujeres en la isla, pero era rápidamente corrido por Démeter quien mantenía a Perséfone gran parte del tiempo dentro del templo o llevando a cabo cortas tareas guiada por las chicas en quienes confiaba más. 

Perséfone no podía mentir, amaba a su madre más que a nadie, pero odiaba al encierro que tenía veinte años en el marcador e iba avanzando lentamente. Ella no podía pensar bien cuando admiraba la barrera iridiscente separándola de Skópelos con sus cientos de habitantes humanos activos siendo ella la única sentada en el marco de una ventana. Su cuerpo inmortal se rehusaba a madurar gracias a la torpeza y el nerviosismo por lo cual su edad en años mortales corría sin detenerse, a ese paso luciría más anciana que su madre quien parecía haberse detenido a los treinta. Sólo la alimentaba de conocimiento, crecería en sabiduría sin tener ninguna experiencia.

Atenea había ido a visitarla hace un par de semanas y le aplicó el exámen para saber su nivel de conocimiento, le dijo que estaba muy orgullosa de los resultados y que de ser humana incluso podría postular a algo llamado universidad, lo cual significaba muchísimo para ella. No lograba sentirse completa en aquel lugar, algo la detenía, quizás su propia progenitora. Temía no llenar jamás ese vacío en el corazón, como si sus flores internas de marchitaran con cada día pasado, como un invierno eterno que no daba paso a la primavera.

"Madre, tienes que dejarme ir" pensaba mientras subía los peldaños blancos de mármol del pequeño templo en el cual vivían. Pensaba irse a la cama sin cenar, sin embargo cuando iba a doblar por el oeste la mano de su madre la detuvo justo sosteniendo su muñeca jalando de ella.

— Kore, ¿dónde estuviste? No pudimos localizarte en toda la tarde, estaba preocupada - la voz de su madre no dejaba de sonar sinceramente preocupada pero seria, zarandeando el brazo de la chiquilla para que la viera a los ojos - Responde, Kore.

— Sólo estuve nadando, pasando el tiempo en la playa - soltó su agarre, mirando a su madre con esos enormes ojos verdes salpicados de celeste como el cielo al mediodía, cambiantes según su humor.

Zeus las librase si pasaba tiempo a solas sin su escolta de ninfas. Realmente les temía desde el incidente donde en un arranque de pena usó de forma instantánea y natural sus poderes convirtiendo a una pobre ninfa en margarita cercana de la playa. Su madre pudo remediarlo, sin embargo el miedo yacía latente en ella al no tener control suficiente en sus emociones. A menudo saltaba de un estado anímico a otro, de la tristeza a la felicidad en un segundo.

— ¿Qué hubiera pasado si venían a visitarte y tú no estabas decente para recibirlas? Digo, mírate.

Se refería a las diosas de la Virginidad Eterna.

La mujercita vio su cuerpo completamente seco por el viento pero con granos de arena por doquier, iba descalza con un corto vestido que cubría con un chal viejo de lana envejecida, lo tenía desde su infancia. El problema es que Kore no se sentía para nada inadecuada, más bien lucía honesta, acorde a su personalidad ¿por qué tenía que esconderse todo el tiempo o pretender ser alguien quien no deseaba ser? A veces hubiera dejado todo cuanto tenía para experimentar la libertad sólo un día en su vida. 

Su destino como Diosa de la Virginidad Eterna era ser una sabia, sin linaje. 

— O peor, ¿y si Afrodita te veía?

— Oh, vamos otra vez con el burro al heno - dijo la chica peinando su cabello, dirigiendole una mirada recelosa, sin embargo sin malicia alguna -. Seguro ella no recuerda el incidente, madre, estás siendo un poco paranoica.

— No quiero ver a mi única hija destrozada por esa deidad despiadada. 

— Será la última vez, lo prometo.

Démeter la vio de arriba abajo antes de asentir, la pequeña diosa aguantó sus lágrimas parpadeando a una velocidad admirable porque odiaba mantenerse cautiva por miedo. 

Ella era intrépida, no sentía nada de miedo al pensar en Afrodita, incluso Eros ahora era su amigo sin que Deméter lo supiera. Dios, estaba tan desolada al ser una prisionera. Deseaba recorrer el mundo entero y no residir siempre en el pequeño paraíso construido y calculado por su madre. Los turistas a lo lejos sólo podían ver un peñasco gracias a la barrera mágica pero Perséfone no era un peñasco, deseaba ver y ser vista, no en su forma primigenia sino que en una más humana si eso era necesario. 

Si traspasaba la barrera nadando su madre la encerraría en alguna mazmorra, si ella sabía que mantenía correspondencia con Eros podría enviar a un ejército de ninfas para encargarse de él. Sí, su amistad era un secreto para todos, incluso para Artemisa a quien admiraba y a quien consideraba su mejor amiga. A menudo la iba a visitar para charlar y saber si había florecido o todavía no pues si estaba tardando, pero ¿quién florecería con semejante presión en el pecho? Era tan agotador.

De pronto tuvo una idea descabellada y estúpida, para nada responsable e imprudente.

Subió a lo más alto del templo, un lugar reservado sólo para ella donde pudiera adorar en paz y pensar. Era el único lugar al que Démeter se resistía entrar, dándole un poco de espacio falso. Cuando empujó la pesada puerta de madera la recibieron un par de cómodos sillones viejos, una alfombra deshilachada, un armario de dos puertas y la colección de libros que había reunido durante los años donde Atenea la visitaba para administrarle conocimientos que consideraba básicos para la vida.

Tropezándose corrió hacia un baúl que mantenía con llave, el único pedazo de ella que mantenía oculto. Había coleccionado billetes de sus amigos por años, todos de distintas nacionalidades pero supuso que algunos servían todavía. Los ordenó en un pequeño bolso sin observar, buscaba con la mirada su maleta, una vieja de cuero que por casualidad había llegado a la isla años atrás.

Esa vez sí huiría y jamás la encontrarían.


Esperó a bien entrada la madrugada para desaparecer de puntillas del templo, entonces dejando un sutil aroma a flores como único rastro salió por un túnel subterráneo donde los antiguos solían adorar a una estatua de su madre, allí en las catacumbas habían tumbas de hombres y mujeres devotos de siglos atrás, resquicios de tesoros de los cuales cogió un puñado de monedas redondas de oro para esconderlas en su pequeño bolso donde ocultaba los más personales recuerdos que tenía. 

Esos ojos fríos de piedra parecían seguirla hacia donde fuera que vaya, por un momento pensó en abandonar su alocada idea y regresar a la cama, pero sabía que Artemisa la ayudaría al igual que Eros al llegar al mundo mortal donde ellos seguían sobreviviendo en la memoria de las personas como simple mitología. Fuera de eso cualquiera pensaría que eran humanos comunes quienes no envejecían al tener dominio completo de sus formas y poderes, si es que así podía llamarles.

¿A dónde iría? No sabía geográficamente donde vivía ninguno de sus dos amigos, sólo le quedaba suplicar al cielo que alguien la socorriera. ¿Luego donde iría? Si Artemisa la aceptaba podían vivir juntas, con Eros sería imposible luego de que su madre manifestara celos hacia ella por su belleza, además Eros mantenía una relación a escondidas con una mortal. Con lo controladora que podía ser Afrodita y la poca resistencia que ponía su amigo ante ella no le convenía vivir con él. Esperaba que vivieran en un clima frío donde a su madre le fuera más difícil hallarla, ¿Islandia, Alaska? Cuando se independizara lo suficiente podría irse a París a comer croissants bebiendo café frente a la Torre que sólo vio en fotografías, o podía ir a Londres con su gigantesca torre del reloj y llovía lo suficiente.

 
Tomó sus cosas al salir del túnel, rasguñada por las piedras con bordes irregulares pero triunfante al encontrar el velero donde las ninfas iban a pescar de vez en cuando.

— Oh, Eros, por favor, ayúdame – pidió cerrando los ojos con anhelo, cruzando sus manos con las estrellas del firmamento como únicas testigos –. Necesito tus alas.

Sin embargo el tiempo pasaba, nada ocurría. Ni siquiera podía culparlo, no lo conocía además de las cortas pláticas que habían mantenido cuando iba a dejar recados o paquetes a la isla. Pensó que no llegaría, pero todos los dioses eran engreídos y no lograban resistirse a las súplicas. 

Un hombre de despeinado cabello y piel roja volaba en el cielo nocturno, lo atravesó hasta donde ella se encontraba y la vio cruzándose de brazos. Una sonrisa socarrona aparecía en sus labios peculiares, ella dejó caer su equipaje ligero en el único asiento del pequeño velero.

— Vaya, vaya, una pequeña fugitiva - la mujercita se encogió de hombros -, ¿para esto me llamaste? Dejé de ver una película buena por esto.

— No conozco muchas personas y no hay viento casi, necesito llevar este navío a tierra antes del amanecer y que vengas tú es mucho mejor a que Démeter vea a Eros en caso de encontrarme - explicó brevemente, encendió el anticuado motor que como una carcacha rechinó antes de avanzar un par de metros.

— ¿Estás segura de que quieres hacer esto? Afrodita puede enterarse y querer vengarse como la vez anterior - el dios rojo empujó el bote con todas sus fuerzas alejándolo aún más de la costa. Con esa velocidad de empuje lograrían llegar a tiempo antes del amanecer - Digo, es un poco psicópata. Sólo porque un estúpido hizo una broma acerca de tu apariencia te metió en su coche. 

— Menos mal pasabas por allí y viste el cabello por la ventanilla baja. Un rescate memorable, si me permites decirlo.

El pecho de Hermes se infló de orgullo, empujó más fuerte ayudando al motor.

Perséfone ya olía a libertad.

•••••

Hades miró sobre su hombro a la mujer a quien amaba quien retocaba su maquillaje pues tenía una cita impostergable con su amiga aquella noche de viernes.
No entendía bien qué sucedía, había cocinado comida italiana para ella, bebieron vino tinto e incluso arrendó una película de las que a ella le gustaban, las comedias picantes sin mucha trama pero que despejaban la cabeza. Él no la entendía, ella quizás tampoco lo entendía a él pero lo estaban intentando de nuevo, por una quinta vez, pero todavía le quedaba esperanza. Si Minthe no lo entendía entonces nadie podría hacerlo.

— ¿Segura de que es impostergable, Minthe? – cuestionó, cubriendo su cuerpo desnudo con una sábana sucia con aroma a sudor –. Todavía podríamos divertirnos.

La mujer de cabello castaño rojizo lo miró a través del reflejo en el espejo, pintando sus labios carmesí tal como su ajustado vestido de lentejuelas.

— La última vez que me quedé nos quedamos mirando una asquerosa película romántica, ¿Casablanca? – preguntó de mal humor, buscando sus tacones – No eres divertido luego del sexo, ¿lo sabes? No me gusta lo romántico.

Hades vio el reloj electrónico en su mesa de noche, marcaban las tres de la madrugada. No entendía a qué club entraría. Debía admitir que estaba un poco celoso, su experiencia le decía que Minthe estaba dispuesta a todo. Muchos pensarían – cualquier persona cuerda – que quizás era un desperdicio de tiempo estar con ella, pero ¿con quién más estaría? Solo con sus perros a quienes adoraba, pero eran perros. Londres era tan fría que necesitaba una compañía constante no para el frío físico sino para sentirse útil, buscaba inconscientemente aquel cálido sentimiento en mitad del pecho llamado a menudo amor. Estaba en bancarrota sentimentalmente, no había mucho para dar pero deseaba recibir algo a cambio.

Minthe no lo amaba como él lo hacía. Realmente tampoco sabía si estaba enamorado de ella, ambos eran lobos solitarios que se acompañaban mutuamente.

Dirigió su mirada hasta la mesita donde yacía abandonado un anillo de compromiso desde hace más de un mes, la había cargado a una fiesta organizada por Hera y Zeus, recordaba poco de la festividad pues su corazón roto lo obligó al ver que ella no llegaba nunca. Había música demasiado alta, baile desenfrenado y delicioso licor, también recordaba a una pequeña mujer. No muy bien, era pequeña con una piel rosa como el rubor en las mejillas de una virgen cuando alguien la pretendía, y usaba un vestido corto que se asía a su cuerpo como un guante. La cara, sin embargo, no lograba recordar su cara.

Recordaba haber mencionado que le hacía competencia a la misma Afrodita. Era tan injusto no recordarla, pero sabía que de verla una vez más se rendiría y buscaría al menos cruzar una palabra. 

•••••••••••••

Cuando los primeros rayos del sol golpearon por primera vez los riscos de Skópelos supo que lo había conseguido, la parte que requería más valor la cual era abandonar la casa materna por el gran mundo aterrador. Hermes no se fue hasta que la vio ilesa con la maleta vistiendo ese viejo vestido celeste de princesa presumida, con una sonrisa en la cara tan grande que olvidó lo del pago.

Lo primero que hizo Perséfone fue dirigirse a una fuente de los deseos pues sabía que su amigo sería tan presumido como para prestarle atención entonces. Lanzó una moneda común hacia el agua limpia donde en el fondo residían más compañeras para su ofrenda, cruzando los dedos como le había enseñado Artemisa en una cábala absurda de humanos.

"Por favor, Eros, por favor" suplicó, llamando la atención de los lugareños que instalaban sus tiendas con maravillas. Debían ser alrededor de las cinco de la mañana pero residía ahora en la fuente principal una doncella que podría interpretar a cualquiera de las princesas Disney si se lo proponía, una chica que pondría a cualquier hombre de rodillas por su belleza abrumadora. Su cabello era de un rubio casi blanco que acariciaba su cintura estrecha, de voluptuosas curvas que llamaban al amor. La observaron y nadie se acercó, temiendo que se desvaneciera como una ilusión visual.

Quizás era la misma Afrodita visitando su fuente, ¿quién sabía?

— Condenado presumido, eres el peor amigo que uno podría tener en estos momentos - murmuró al pasar unos cinco minutos sin recibir ningún tipo de ayuda, pero de pronto una paloma blanca descendió hasta reposar en su hombro y ella no sabía si sentirse como Jesús cuando vio un mensaje atado en su pata con un hilo rojo.

Con cuidado la desenvolvió dejando huir al ave, entonces aclaró su garganta para leer en voz alta para sí misma pues así se concentraba mejor.

"Amada Kore:

No soy ningún condenado presumido, tengo asuntos cruciales por parte de mi madre, al parecer alguien estúpidamente la ha estado injuriando y debo encargarme. No seas boba, ve a una casa de cambio con tus tesoros e intercambia, luego pide a alguien que compre un boleto para ti que te lleve a Roma, son más o menos cuatro horas de vuelo . Nos veremos allá.

Atte. el estúpido condenado, Eros."

— Casa de cambio, anotado - repitió para sí misma -, buscar un buen samaritano e ir a Roma - miró a su alrededor, notando a los humanos que comenzaban a iniciar un nuevo día, rápidamente fue hacia un anciano, tan anciano que entendía bien el acento arcaico de su griego natural y le indicó rápidamente el camino isla adentro hacia una de las cuantas casas de tesoros. A cambio de su información le obsequió una moneda, esperaba que llegado el momento su nuevo amigo pudiera pagar la barca con ella sin ninguna complicación -. Le agradezco de todo corazón, mi nombre es Kore.

— Kore... Me recuerda a algo pero no estoy muy seguro de a qué.

Su desayuno fue un plato de helado con cinco sabores diferentes, no supo cómo hizo para tragar tanto pero escuchó una preciosa canción que de inmediato se transformó en su favorita. 

Let me tell you a secret 

Put it in your heart and keep it  

Something that I want you to know

Do something for me

Listen to my simply history

And maybe we'll have something to show 

Tarareaba la canción cuando el hombre miraba su tesoro con una lupa especial a la luz ultravioleta y luego a ella, una hermosa chica tarareando a George Michael con una bonita voz que remecía su corazón. Le entregó una buena cantidad de dinero bastante estupefacto, dejándola ir con una extraña sensación en el pecho. Kore pidió a unos extranjeros amables que la llevaran hacia Roma sin tener que pagar un céntimo. A cambio les pagó con una acalorada conversación sobre negocios, economía, folclore local y un solo de ukulele. Las cuatro horas pasaron volando, alabaron su figura como si se hallara nuevamente en el inicio de los tiempos. Cantó la canción "Heal the pain" que alguien amablemente alguien buscó en algo llamado YouTube o algo parecido. La memorizó sin problemas, usándola como lema desde ese instante.

Anotaron sus números telefónicos en su brazo cuando se despidieron entre risas, dio un paso seguro en dirección a la salida del aeropuerto privado. Chocó con una masa de gente caliente que iba de un lado al otro en grupos guiados, pero entre todos ellos resaltaba Eros con sus hermosos ojos castaños apenas rasgados cuando sonreía y abría sus brazos. Kore chilló por la emoción, corriendo con su desvencijada maleta para rodearlo con sus brazos delgados.

— ¡Lo he conseguido, Eros! - gritó, dando vuelta sobre su eje - ¡Soy finalmente libre de todos!

— Artemisa está viviendo en Roma ahora, ¿y si le hacemos una visita?

Kore aplaudió, asintiendo con la cabeza al mismo tiempo que lo agarraba desde su brazo.

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ACTUALIZADO

La canción preciosa se llama Heal the Pain y es de George Michael. Mañana editaré uno, quizás dos. Gracias por la paciencia inmensa.

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