Lucha o Vuelo [MiSawa] [DNA]

By Gosabi24

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El reino de Seido ha sido sometido por Inashiro. La depravación y la miseria son lo único que conocen los ha... More

Prefacio
I. Planetary (GO)
II. The Fallen
III. Vampire Money
IV. Bad Blood
V. Bulletproof Heart
VII. Magnolia

VI. Summertime

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By Gosabi24

Después de una ausencia increíblemente largo estoy de vuelta. O eso espero. Muchísimas gracias a aquellos que pacientemente han esperado el regreso de esta historia. 

Ahora, es momento de las disculpas incómodas. Hace algún tiempito que no escribía nada por lo que puedo estar algo oxidada y, un poco, fuera de mi propia historia. Sin embargo, espero cumplir con las expectativas y que la actualización este a la altura de lo que esperaban. A su vez, pueden encontrar que los personajes estén fuera de su carácter habitual; eso se debe, en parte, a que el capítulo fue... terapéutico para mí. Ciertas situaciones en mi vida me llevaron a desarrollar una leve depresión que hizo que dejara de escribir. Y eso contribuyo al desarrollo de emociones que, de una forma u otra, encontraron su salida aquí. Así que sí, al leerla podrían sentir que lo desarrollado no acaba de pegar con el resto de la historia pero, trabajaré duro para que en las actualizaciones siguientes todo vuelva a la normalidad. Por lo menos dentro del texto. 

También espero ser mucho más constante para poderles ofrecer un poco de distracción en estos tiempos tan complicados y difíciles. Les mando todo mi amor y mis mejores deseos. ¡Que no decaiga el animo porque juntos saldremos de esto! 

Por lo pronto, es todo de mi parte. Les dejo el capítulo. ¡Disfruten la lectura y la canción! (Que, al final, fue la que me inspiró para retomar la historia :3) 


¿Miyuki había cometido un error? ¿Fue... una pérdida de tiempo el tratar de encontrar consuelo en la venganza en lugar de buscarlo en el olvido? Siempre fue terriblemente consciente de lo vacío y desolado que se sentía cada vez que cumplía las órdenes de Narumiya. De cómo, al terminar con la vida de otro guerrero, sus demonios se hacían más fuertes y él se encontraba mucho más perdido, más devastado y muchísimo más furioso de lo que lo estuvo aquel día en el que, sin ningún sentido (pero sin poder hacer otra cosa), se aferró al cuerpo de su madre. Kazuya lo sabía, él lo entendía, entendía... lo inútil que era tomar tantas vidas porque ninguna de ellas le regresaría la de ella...


Pero había sido (medianamente) más fácil vivir ignorando esa realidad. O eso fue hasta que Sawamura, con esa brillante aura de inocencia e ignorancia, vino a perturbar sus sombras y a hacer que sus demonios se removieran dolidos e incómodos. Porque era perturbador estar cerca de Eijun y no saber si la vida en sí era tan compleja o él se la había complicado de tal manera que ahora le era difícil intentar repararla. Pues, muy probablemente, ahí radica su mayor problemática: ¿realmente valía la pena salvar algo que claramente estaba podrido?


¡ZAZ!


—Miren lo que tenemos aquí, ¡un maldito y holgazán perro blanco! —Gritó Kuramochi al propinarle un golpe en la cabeza.


Miyuki se masajeo el lugar del golpe. ¿Cuándo empezaron esos pequeños gestos amistosos (disfrazados de una leve violencia)? No estaba seguro. Al principio, esas acciones le parecían tan extrañas que le era imposible no ponerse a la defensiva, sin embargo, al paso de los días, esas chocantes muestras de (aparente) aceptación dejaron de causarle urticaria. Ya no le escocía la piel ni se sentía como pez fuera del agua pues, por primera vez, después de la muerte de su madre, se encontraba relajado y a gusto. Era como si hubiera encontrado un hogar. Pero Miyuki estaba muy consciente de que esa sensación no era ocasionada por su reciente "amistad" con varios de los seidianos. No, él no era tan crédulo (o idiota) para no notar que todo era gracias a un entrometido y ruidoso castaño.


—¿No es muy temprano para que estés despierto? —Inquirió al cruzarse de brazos. Sonrió con cinismo antes de continuar. —¿Acaso la faena te ha quedado tan grande que Ryōsuke han preferido tirarte de la cama?


En lugar de ofenderse, Kuramochi comenzó a reír a carcajadas. —Que mi vida sexual no te importe. —Le dio una palmada en el hombro, siendo insoportablemente condescendiente. — Aunque, claro, comprendo que te preocupe dado que la tuya es inexistente.


A la mierda. Fastidiado y sin poder argumentar nada, se dio la vuelta y entró a la cabaña. Estoy tan jodido. Nunca había pasado tanto tiempo sin follar. Y todo porque unos bonitos y acendrados ojos lo habían prendado. Él jamás había sido célibe, no desde que inició su desenfrenada vida sexual, pero ahí estaba, aguantando las ganas porque quería hacer las cosas bien. Porque, desde que fue consciente de esa vorágine que se agitaba en su pecho, no quería tocar a nadie más. Sawamura, de una forma tan inesperada se filtró, cual humedad, en lo más profundo de su ser.


¡Y todo por una conversación que al principio parecía de lo más banal e inocente! Después de aquella noche en la que fue "aceptado", cuando regresaron a la cabaña a descansar, en medio de la oscuridad, escuchando que Sawamura daba vueltas en la cama sin poder dormir, le fue imposible no querer tomarle el pelo pues, se encontraba feliz.


—¿Te pongo nervioso?


—¡Por supuesto que no! —Gritó, con más energía de lo que esperaba. —¿Quién le tendría miedo a un general tan inútil como tú?


—Te recuerdo, mocoso impertinente, que hace menos de un mes yo hacía temblar a tu pueblo.


—Eso fue porque te creíamos el malo del cuento. —Aseguró mientras se reía. —Pero entre más te veo, más creo que eres como el patito feo.


—Hieres mi orgullo, Bakamura. ¿Acaso tan feo te parezco? —Preguntó, como si la cosa no fuera con él. Tratando de ignorar la repentina taquicardia que amenazaba con delatarlo. Que, cabe aclarar, lo ponía al mismo nivel de un adolescente tontamente enamorado.


—No es que seas feo, más bien, empiezo a creer que, tal y como le sucedió al patito, tú estás perdido. ¿Nunca has pensado que más que el villano, pega más contigo ser un héroe aclamado?


A Miyuki se le hizo un nudo en la garganta. Jamás se había sentido tan expuesto. Nunca nadie vio a través de él. No con esa facilidad, pero ahí estaba Sawamaura que, sin una pizca de miedo, estaba lanzándose de cabeza dentro de sus demonios internos. Y eso lo asustaba porque parecía como si lo tuviera en sus manos y sin siquiera notarlo (o realmente proponérselo) pudiera romperlo. Desconcertado, no atinó a que decir. Permaneció en un agónico silencio.


—¿Miyuki? —No contestó. Escuchó que Sawamura se puso en pie. Cerró los ojos. Fingió dormir. —Imbécil, quién iba a pensar que con tanta facilidad te podías dormir.


Y, desde ese día, Kazuya estaba siendo tan cobarde que, si podía, rehuía estar a solas con él. Porque no le apetecía encontrarse de frente con la podredumbre que Eijun podía ver dentro de él. Sin embargo, tampoco estaba siendo tan infantil como para evitarlo pues, no quería dar excusas bobas en caso de una confrontación. Así que ahí estaba: en tierra de nadie. Sin estar muy seguro de que hacer ni de cómo sentirse. Porque, sin proponérselo, se encontraba de frente a una serie de incómodas preguntas. ¿Tengo miedo de ser salvado? ¿Siquiera hay una razón por la cual merezca una segunda oportunidad? Porque, innegablemente, los días que pasó en compañía de los seidianos comenzaban a mostrarle una terrible verdad: no soy nada más que un vil asesino. ¡Arrebaté tantas vidas de una forma cruel e innecesaria! Y eso comenzaba a pasarle factura pues, ahora cada que veía sus manos, las encontraba manchadas de sangre. Sangre de personas que eran inocentes y poseían una legítima razón para luchar. ¡Mierda! Golpeó con fuerza el piso. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Sintió que algo dentro del pecho comenzaba a quemarse. No podía respirar, sentía que se ahogaba. ¡Duele!


—¿Miyuki? —Abrió los ojos. Las lágrimas que quedaron atrapadas en sus pestañas ocasionaron que su vista se tornara borrosa. Sawamura era un boceto mal dibujado que (ahora) se sumaba a su infierno personal. —¡Miyuki! ¿Qué demonios te pasa? ¿Estás herido en algún lugar? —Sintió la palma contra su mejilla. Su tacto era tan suave y delicado que, de golpe, lo hicieron darse cuenta de lo sucio que se encontraba.


—¡Aléjate! ¡No vuelvas a tocarme! —Le dio un manotazo, a rastras quiso huir de ese gentil toque.


—¿Te has vuelto loco? ¿Te has caído de la cama y golpeado tan fuerte en la cabeza que las cabras por fin se te fueron al monte? —La pregunta fue hecha con cierta mofa. Sin verlo, podía jurar que sus labios eran surcados por una burlona y amistosa sonrisa. —De verdad, ¿qué demonios te pasa? —Preguntó luego de unos segundos con una palpable preocupación. Joder, ¿qué tan mierda me he de ver para que él se escuche tan angustiado?


—¿No te das cuenta de que no merezco ni una pizca de bondad? ¿Por qué... todos son tan amables...? ¿por qué tú eres tan considerado conmigo cuando yo he matado a tantos de los tuyos? ¿Acaso no se dan cuenta de que soy un maldito demonio? Me hicieron su prisionero y ¿para qué? Me han alimentado y me han dejado vivir con ustedes y eso.... ¡Eso no tiene un maldito sentido! —Miyuki calló para tomar aire. Se sentía tan perdido y, al mismo tiempo, furioso. —Si la situación hubiera sido, al contrario, yo los habría asesinado. Ustedes... tú mismo debes saberlo, el procedimiento y el sadismo con el que los matabamos. Y no, no te confundas, no sólo era para romperlos, no sólo era para ahogar a la resistencia, también era por y para mi propio disfrute personal.


Angustiado (como nunca antes lo estuvo), Miyuki guardó silencio. ¿Qué diablos estás haciendo? ¡Cállate de una puta vez! Pero no podía. Estaba en medio de un vómito verbal del cual ya no tenía control. ¿De dónde viene todo esto? De los años en los que calló a su consciencia, del tormento que le producían esos centenares de ojos que de noche aparecían en sus pesadillas y, principalmente, de esa radiante luz que Sawamura desprendía. Porque su figura radiante lo hacía sentir la necesidad de confesar sus pecados. ¡No me veas como si necesitara ayuda! ¡Veme con asco, con miedo, con repugnancia o con odio, pero no como si lo único que sintieras por mí fuera lástima! Iracundo, y sin saber exactamente si era contra Sawamura o contra él mismo, se lanzó sobre él. Lo tomó de la cintura y lo arrastró al suelo. Se sentó a horcadas sobre él y se dejó ir en una pelea a puño limpio.


Sin embargo, sólo pudo conectar dos puñetazos en su mandíbula antes de que Sawamura se diera la vuelta y lo dejara contra el piso. Estaba dispuesto a arremeter contra él y dejar escapar un poco de la ira y el dolor que lo quemaban, pero, antes de que pudiera reaccionar, Eijun lo acunó contra su pecho.


—No sé qué te ha puesto así. —Se rio un poco antes de separarse y mirarlo a los ojos. —Pero no seas tan idiota o ingenuo para creer que no sabemos perfectamente bien quién eres. Sé a cuántos has matado. A todos ellos les seguimos llorado porque aún sentimos en carne viva la herida de su pérdida. Pero no es algo que sorprenda, es decir, ¡estamos en una guerra! Y al final del día, con o sin convicción, todos somos piezas en este gran juego de ajedrez porque todos tenemos un color y, por lo tanto, una bandera que defender. Sin embargo, contrario a lo que pensábamos de ti, tú no le tienes lealtad al rey. Lo dejaste en claro cuando te capturamos y no intentaste escapar. Porque creo que, muy en el fondo, tú tampoco querías regresar.


—No soy un cachorro perdido. —Aseguró, tratando de reafirmar algo que llevaba años construyendo.


—Tienes razón, tú no eres un cachorro, eres un estúpido, rencoroso, rabioso y confundido mapache. Muerdes a la primera provocación y clavas los dientes intentando causar dolor. Eres, indudablemente, un mentiroso y un manipulador, pero, a pesar de tus múltiples defectos, creo que eres igual que yo. Pienso que en este momento lo único que tenemos en común es el dolor. Yo también perdí a personas importantes y también pensé en la venganza como una forma de obtener una retribución. Pero mi amiga, mi casi hermana, me hizo ver que eso solo convertiría mi vida en un eterno suplicio. Así que, al final, comprendí que no quiero ser un prisionero y que sólo seré libre peleando por lo que es correcto y no cegado por el odio que le tengo a los inashirianos.


Después de esas últimas palabras, ambos guardaron silencio y, por un par de minutos, ninguno de los dos agregó nada más; en cambio, se dedicaron a mirarse como si lo hicieran por primera vez. Y, contrario a lo que en un principio pensó, que esos ojos bonitos pudieran ver con tanta facilidad a través de él no era tan malo pues, por primera vez en mucho tiempo, se sentía seguro. Ahora tenía la certeza de que podía bajar la guardia y no debía de cuidar su espalda porque, aun viendo lo hundido que estaba en medio de tanta mierda, Sawamura no lo traicionaría y que, como un milagro que no se merecía, lo atesoraría.


—Además —murmuró Eijun mientras se ponía en pie y se sacudía el polvo de la ropa —tienes que darte algo de crédito, hasta ahora, ni una sola vez, has intentado asesinarme.



La mala broma (dicha para romper el hielo) surtió efecto. Comenzó a reír y se sintió mucho más ligero. ¿Merezco ser salvado? Eso ya no iba a preocuparlo. Después de todo, ahora había alguien que apostaba por él.


—No tientes a tu suerte, después de todo, podría probar algo diferente e intentar comerte.


Narumiya estaba furioso. No estaba acostumbrado a que las cosas no salieran como él las quería. Ahora, por la incompetencia de su mejor escuadrón, debía aceptar que tenía una enorme ruptura en su fuerza militar. Porque el (innecesariamente halagado) general de sus tropas fue tan imbécil como para dejarse atrapar. Y eso suponía la pérdida de una de las más importantes piezas de su arsenal. Aunque, lo único que lo consolaba en ese momento, era saber que Miyuki no era verdaderamente consciente de lo importante que era para el reino. Porque no, ni de coña, ni una vez aceptó que gracias él y sus brillantes planes que aún podían contener a la resistencia. Así que sí, él y el reino se encontraban ante un problema.


Iracundo, de golpe, abrió la puerta de su estudio. Dentro se encontraba Masatoshi. Sin hacer caso del berrinche del rey, él no levantó la vista y siguió en lo suyo. Frente a él, sobre el viejo escritorio de caoba, tenía desplegados todos los mapas de Inashiro. Ambos sabían lo importante que era cambiar los puntos donde se encontraban las joyas del reino, así como las casas de los mejores guerreros de su ejército pues, a pesar de que Mei confiaba en que el odio que Miyuki profesaba por los seidianos no lo llevaría a traicionarlo, era consciente de lo fácil que le sería cambiar de bando. Porque, realmente, Kazuya nunca luchó a favor del reino y siempre lo hizo en pos de sus intereses.


—¿Hay alguna novedad? —Inquirió disgustado mientras se sentaba frente a Masatoshi.


—Hasta el momento los seidianos se han mantenido inusualmente quietos.


—Esa es una buena noticia para nosotros. ¿Ya ha regresado Carlos de la misión que se le ha encomendado?


—Aún no, pero, de acuerdo a su última nota, estaba cerca de encontrar la guarida de los seidianos. —Masatoshi dejó de estudiar los mapas y centró su atención en él. —¿Ya has decidido cuál será tu siguiente movimiento?


Narumiya realmente no quería pensar en ello. Porque, por un lado, al saber dónde se escondían esos bichos rastreros, se encontraría ante la posibilidad de acabar con la resistencia de golpe, pero, ahora que Miyuki vivía con ellos, no podía darse el lujo de realizar un ataque del cual no tendría la certeza de la muerte de Kazuya. Porque, por mucho que le pesase admitirlo, él representaba un gran peligro. Tal era su popularidad dentro del reino que aún no había hecho público que había desaparecido. Y no porque esperase su regreso, sino por el símbolo que representaba para todo el ejército. Ese era un asunto que, aunque lo jodiera, tenía que tratar con delicadeza.


Así que, ineludiblemente, se encontraba frente a una disyuntiva: ¿se guiaba por la prudencia y eliminaba al potencial peligro que tenía el poder y conocimiento para reforzar la fuerza de la resistencia o se arriesgaba a dejarlo vivo al intentar diezmar el número de guerreros y ahogar las esperanzas de los seidianos al mostrarles cómo perecian sus amados héroes? Porque no había nada más placentero que escuchar sus gritos al ver que sus ideales y sueños se hacían añicos.


—Lo decidiré cuando Carlos este de regreso. Hasta entonces, estaré en mi habitación. —Se puso en pie y se dirigió a la puerta.


Si había alguien que era incluso más capaz que el estúpido de Kazuya era Masatoshi. Su figura, a pesar de pasar casi la mayor parte del tiempo desapercibida, era lo que mantenía funcionando al reino. Cauto y experimentado, sabía perfectamente de qué cuerdas tirar para mantener contentos a los aristócratas y seguir siendo una temida potencia a pesar del caos con el que el mismo Narumiya se regía. Si los inarishianos aún mantenían su devoción hacia él, no sólo era por el encanto con el que los seducía, sino gracias a la maestría de con la que Harada manejaba a todos los súbditos del reino.


Por ello, cuando Kazuya fue capturado él hizo exactamente lo que Masatoshi le pidió. Le mintió a su ejército y a su pueblo. Para todos, Miyuki se encontraba mortalmente herido y en recuperación. Eso le dio una precaria estabilidad al reino y avivó en los inarishianos el odio hacia los seidianos. Con sutiles rumores habían ido preparando a los guerreros para la próxima "lamentable noticia": Kazuya no sobrevivió. Igual que una indeseable plaga, esos simios azules, han asesinado a otro honorable irianishiano. ¡Muerte a los seidianos! Narumiya sonrió, no podía esperar para ser testigo de la ola de violencia que se avecinaba. Se congratularía al ver cómo los guerreros los cazarían como si tratara de perros con rabia.


Feliz por ese pensamiento, abrió la puerta de su habitación. Con parsimonia la cerró y, mientras caminaba hacia el lecho, se despojó de la ropa. Los ojos se iluminaron al ver que en la cama aún yacía esa estúpida chica. Deseoso se dejó caer a su lado. Con la punta del dedo recorrió las marcas que el látigo había dejado en su espalda. Mirándola ahí, tan indefensa no podía dejar de reírse al ver cuán ingenuos eran esos malditos simios azules. ¿Acaso no pensaron que era inútil intentar infiltrar un espía? ¿Es que no tuvieron ni un poco de remordimiento al mandar a la boca del lobo a una inmaculada chica como esa? ¡Por dios! Incluso le hicieron un favor. No había nada que a Narumiya le excitara más que ser el primero en conquistar un cuerpo sin marca y ella, indudablemente, se presentó ante él como un regalo perfecto. En realidad, técnicamente, aún lo era pues, uno de sus pasatiempos favoritos era romper, moldear y asesinar (en su totalidad) a los crédulos seidianos. Ya había tenido práctica con un par de chicas antes de ella, pero ninguna se comparaba con la bella Wakana porque, sin duda, hasta ahora ella era su obra maestra.


Ninguna aguantó tanto. Todas se rompieron cómo lo hacían las frágiles ramas de un árbol seco ante la ventisca, pero ella fue mucho más allá de su límite. Al verla removerse ante su toque, sonrió. Aún lo llenaba de adrenalina el recuerdo de la primera vez que la tomó y de la manera tan salvaje en la que defendió. Gritó, mordió y arañó tanto que incluso él tuvo que concederle cierto grado de respeto. No se doblegó. Gritó para maldecirlo, pero nunca para rogar. Incluso pudo darse el lujo de reírse en su cara ante las amenazas de muerte con las que trató de amedrentarla. ¿Qué es lo peor que me puedes hacer? No tengo miedo de morir y no hay nada a lo que me pueda enfrentar que vaya más allá de esto. Y ese reto implícito fue lo que terminó por prendarlo. ¿Qué cosa sería lo más deplorable que podría pasarle a un seidiano? Qué lo conquistará, por voluntad propia, un perro blanco.


Sin embargo, ni muerto recurriría a los patéticos métodos del cortejo donde, por doquier, volaban corazones y chiribitas. Porque no, él no quería enamorarla, tan sólo deseaba (y necesitaba) doblegarla y, después de divertirse lo suficiente, destrozarla. Por ello, una tarde, recurrió al herbolario del reino. Su pedido no fue algo complicado, después de todo, sólo necesitaba algo simple: un afrodisíaco que la excitara más allá de la razón pero que no le nublara lo suficiente el juicio como para que no fuera consciente de que no lo quería cerca y, a pesar de ello, no poder resistirse a la necesidad que tendría de ser poseída por él.


Al principio, las dosis tuvieron que ser altas. Eso la reducía a un cuerpo inerte que utilizaba cada gramo de su voluntad para no emitir ningún sonido. Sin embargo, en días recientes, esa imposibilidad fue suplantada por una inesperada violencia que, contrario a todas sus expectativas, volvía al sexo algo irreal. Porque, por mucho que Wakana gritara lo mucho que lo odiaba y cuánto detestaba que la tocara, ella no podía obligar a su cuerpo a negar que lo necesitaba. Porque la cadencia con la que movía la cadera para recibirlo cada que se enterraba en ella era una muda aceptación. Una que la mataba de a poco porque la despojaba del orgullo de su patria.


La tomó de la muñeca y la obligó a darse la vuelta. Con la mirada encendida, Wakana lo miró. Aún, después de todo lo que había pasado, su espíritu rebelde no se extinguía. Esa vista siempre lo encendía, porque ese fuego que la mantenía con vida al final terminaba por alcanzarlo y quemarlo.


—Abre las piernas. —Ordenó. Ella sonrió ladina. Aotsuki lo sabía o, por lo menos, lo intuía: Narumiya comenzaba a correr el riesgo de quedar atrapado en su mismo juego. Porque nunca, ni siquiera con Kazuya (con quien el sexo llegó a ser alucinante) había tenido esa química sexual. Porque, si Narumiya tuviera que nombrar cuál era su mayor defecto y su más grande debilidad, no podría negar que el hedonismo con el que (despreocupadamente) regía su vida resultaba ser un peligro.


—No se me da la gana. —Aseguró al jalar su brazo. El gesto fue débil. La negación, con el paso de los días, iba perdiendo su vigor.


—Hoy haremos algo diferente. —Murmuró Narumiya al colocarse sobre ella y sujetar sus muñecas sobre su cabeza. —Jugaremos de manera convencional.


—¿Qué quieres decir? —Preguntó tratando de quitarse de encima.


—No voy a drogarte. Así que si realmente quieres negarte, es hora de que empieces a hacerlo. Esta vez sólo será tu odio estrellándose contra mis ganas. Porque, ya va siendo hora de que aceptes que por voluntad propia sigues aquí.


—Vete a la mierda, Narumiya. —Murmuró al girar y evitar que él la besara. Apoyándose de la rodilla, abrió sus piernas. Colocó su miembro en la entrada. Empujó suavemente. No entró. Se retiró un poco y, con satisfacción, notó que ella levantaba la cadera.


—Al parecer, finalmente has terminado por caer al fango. —Ante la aseveración, ella lo miró con furia. En silencio, por varios segundos, se miraron fijamente mientras él, torturándola, repetía el mismo movimiento. Satisfecho advirtió cómo, paulatinamente, la piel se tiñó de carmín. —Ruégame porque te coja. —Le susurró al oído. Luego, cuando sintió que dio un respingo, recorrió con la punta de la lengua el lóbulo de la oreja.


—Ni de coña. —Narumiya la soltó. Wakana colocó las palmas sobre su pecho e intentó, débilmente, empujarlo para sacárselo de encima. Sin embargo, el cuerpo la traicionó pues, cuando él se colocó en la entrada de su cuerpo, enredó las piernas en su cadera para que continuara. Complacido (de momento), con esa pequeña victoria, terminó por hundirse en ella.


Gimieron al unísono. Enfebrecido, y dominado por un hambre animal, se movió sobre ella en busca de más fricción. Aunque detestara admitirlo (incluso si sólo era para sí mismo), lo enloquecía la manera en la que el cuerpo de Aotsuki lo recibía. Porque, la forma en la que su interior se contraía cada que él tocaba un punto sensible y cómo lo abrazaba con brazos y piernas en busca de más, lo llevaban al edén.


El momento en el que ella alcanzó el punto máximo de su clímax lo tomó por sorpresa. La presión hizo que, pletórico y brutal, él también se corriera. Ufano, tomó su rostro entre sus manos y, con cinismo, le sonrió.


—He ganado yo, ahora eres mía.


—Sigue soñando, estúpido perro blanco.


Y, luego de eso, no hubo más palabras. Como tontos, en ese instante, aceptaron esa efímera tregua.   


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