| Completa | Vecino de número

Від Shiu__

428K 60.4K 38.9K

Ella le escribió un mensaje a su vecino de número por curiosidad. Él comenzó a interesarse cada vez más en su... Більше

Advertencia de contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo final
Epílogo: diez años después

Epílogo

9.9K 1.4K 2.6K
Від Shiu__



En el consultorio de la psicóloga, en medio de una tablilla de unos quince centímetros que funcionaba como adorno y como masetero, había tres plantas.

Al final de cada sesión, ella se dirigía a una oficina que estaba tras una puerta a la derecha y me dejaba solo por un minuto. No sabía si ese era su propósito, o si solo buscaba algo, pero yo aprovechaba esos momentos para contemplar las tres suculentas, sus hojas gruesas, y las piedrillas de colores que cubrían la superficie de tierra donde se anidaban sus raíces. En medio de esa sala de colores pasteles y sillones cómodos, donde nada desentonaba, los tonos llamativos de ese adorno atraían la mirada hasta que uno las observaba tanto que ya no las estaba mirando en realidad.

La mirada es algo que se devuelve. Si uno presta atención a un punto fijo durante algún tiempo, esa atención choca contra los objetos y se regresa, y se escurre en medio del espacio entre los dos ojos. Así logra uno observar algo dentro de sí.

O quizá no. Quizá la psicóloga solo compró un adorno que le agradó y lo puso en ese sitio, y yo lo veía porque no tenía algo mejor que hacer. Pero me gustaba más creer que en la vida todo tenía un significado. Era una manera más difícil de existir, pero más emocionante también.

―Loris.

Dejé mi contemplación interior para enfocar a esa mujer de sonrisa grande, con el rostro lleno de arrugas causadas por su expresividad, que sabía un poco más de mí que yo.

―Ah, sí, no me dio mi siguiente cita.

―No va a haber siguiente cita, Loris.

Pestañeé confundido. Entendí lo que dijo, y al mismo tiempo me pareció escuchar otro idioma.

―¿Por qué no?

―No creo que lo necesites. Puedo recomendarte a otra colega, si lo deseas, pero yo considero que estás listo ahora.

No quería otra psicóloga. Había estado con ella desde que llegué a ese país, tres años atrás.

Miré las suculentas, pero ya no pude volver a esa sensación de no estar pensando en nada.

―Creí que me sentiría menos loco cuando terminara la terapia.

―No se trata de que te sientas menos loco, Loris, solo de que te sientas menos triste.

Ah... ―solté―. Bueno, sí me siento menos triste ahora. En realidad, no me siento triste. Solo cuando paso por la panadería donde venden esas galletitas que me gustan y no tienen. Cuando uno viene ilusionado, es un golpe duro.

Olivia, mi psicóloga, sonrió. Fue una sonrisa característica, esa que usaba para ponerme un punto cuando trataba de alargar las cosas. La diferencia era que ese sería el punto final.

―Es difícil desprenderse de lo que te ha acompañado durante mucho tiempo, ¿verdad? A veces, hasta resulta cómodo depender de eso, y olvidas porqué llegaste en primer lugar. Seguro que hay galletas mejores que esas que tanto te gustan.

―Sí, seguramente.

No dije más. Me despedí de mis tres silenciosas compañeras y levanté la mano para estrechar la de Olivia. El toque me resultó reconfortante, maternal.

―Te deseo mucho bien, y si alguna vez lo necesitas, no dudes en buscarme de nuevo.

―Gracias por todo.

Sonreí.

Estaba feliz.

Casi estaba a punto de darme la vuelta para retirarme cuando un pensamiento me asaltó.

―¿Usted diría que soy una persona mentalmente estable ahora?

―Lo suficiente.

―¿Me lo puede dar en un documento por escrito?

―¿Y eso? ―preguntó ella con extrañeza.

―Lo necesito para los papeles de una boda.


*


A pesar de que al inicio la idea de terminar la terapia me pareció más una recomendación, con los días entendí que ya había planeado regresar a mi país desde hacía varias semanas y terminar mi proceso era lo último que faltaba. Había investigado cómo convalidar el avance de mi carrera en otra universidad y llevaba días pensando sobre cómo volver a tener esa independencia económica que años atrás había sido mi escape. Mi padre me aseguró que él me ayudaría en lo que necesitara, pero prefería utilizar esa ayuda el menor tiempo posible.

Mi relación con él era mucho mejor, ya no sentía esa necesidad de confrontarlo por lo mínimo. Disfrutábamos una relación pacífica que, en ocasiones, se permitía muestras de cariño. No era ni sería la relación padre e hijo perfecta, el pasado no se podía borrar, después de todo, pero tampoco estaba mal. Sabía que podía contar con él cuando lo necesitara y eso aligeraba mis pasos.

Una caída cuando uno tiene a alguien que le tienda la mano es solo un tropiezo.

Terminé de cerrar mi última maleta y me giré para mirarlo.

―No tienes que irte ahora ―dijo mi padre, con un tono derrotado―. Puedes esperar a que acabe el año.

Yo me levanté para mirarlo a los ojos.

―Gracias, papá.

La sorpresa pobló su expresión al escucharme.

―Pero quiero regresar a mi país. Me gusta estar contigo, pero nunca terminé de acostumbrarme a este sitio, quiero... volver a mi normalidad.

―Sí, entiendo eso.

Sonreí. Me apenaba un poco dejarlo, pero sabía que él lograría acostumbrarse pronto. Tenía una nueva pareja y de seguro querrían vivir juntos pronto. No estaría solo.

Lo noté abrir los labios y volver a cerrarlos. También alzó un poco sus manos, pero las bajá, como si intentara alzar unas alas. Yo contuve una sonrisa burlona al notar sus reacciones torpes.

―¿Te puedo dar un abrazo? ―le pregunté.

La expresión de su rostro cambió, y su pecho creció como si escondiera algo en él. Entendí cuando me rodeó con sus brazos que de verdad quería que fuese feliz.


*


Una vez llegado a mi destino, mi plan era buscar un trabajo y poder conseguir un apartamento lo antes posible. Mientras tanto, viviría con Braulio. Para mi suerte, era alérgico al compromiso y no tenía pareja, así que no tendría que estar aguantando hacer un mal tercio mientras conseguía algo individual.

Tenía dudas sobre ciertos temas, pero supe al llegar qué era lo primero que debía hacer. Para el segundo día, me vestí de la manera más decente posible, compré unas flores frescas, y me dirigí a visitar la tumba de mi madre. El guarda del cementerio seguía siendo el mismo, e incluso me llamó por mi nombre al verme. Se lo agradecí, entre tantas cosas que cambiaron con el tiempo, esa simple figura familiar fue suficiente para hacerme sentir un poco más en el sitio que era mi hogar.

Caminé por las hileras de tumbas, que parecían inmunes al tiempo, pues no reconocí ninguna diferencia, y llegué a la de mi mamá como si mi cuerpo recordara la cantidad de pasos exactos. Al estar frente a ella, algo llamó mi atención: tenía un chocolate decorándola. También estaba limpia, como recién enjuagada.

Coloqué las flores en la base y observé el dulce unos segundos. Después, dejé de prestarle atención para leer el nombre grabado que poco a poco había perdido ese color dorado que alguna vez lo recubrió.

Estuve ahí, detenido unos cuantos minutos, con las manos en los bolsillos.

―Hola, mamá ―se me ocurrió pronunciar al fin―. Creo que... ya no debes de estar aquí. Han pasado varios años desde que no vengo, y de seguro estabas cansada. No es un cementerio grande, en algún momento te ibas a aburrir de la compañía.

―Entonces le estás hablando a una piedra.

Me giré sorprendido al escuchar aquello, y mi expresión se remarcó al dar con el rostro de quien habló.

―Ámbar.

Volteé mi cuerpo para quedar de frente y mis labios entreabiertos no pronunciaron nada. Tenía pensado hablar con ella, lo había pospuesto con la excusa de que debía encargarme primero de los asuntos académicos y de un posible empleo, pero lo cierto era que temía verla. Hacía un par de meses habíamos dejado de hablar por completo y de por sí nuestra comunicación había mermado con el tiempo.

Tenerla frente a mí, sin poder prepararme, me dejó desarmado.

Ella, en cambio, se acercó sin reparos y alzó su mano. Yo retrocedí un paso y contuve la respiración, como si fuese un cachorro que no reconoce a quien quiere acariciarlo. Sentí un toque en mi frente.

―Estás más alto ―dijo―. Antes eras más alto que yo, pero ahora me superas como por una cabeza.

La vi alejarse para retomar la distancia, y solo entonces reaccioné. La miré de pies a cabeza. Llevaba una falta negra que le llegaba debajo de las rodillas y una camisa blanca, un atuendo elegante que combinaba bien con su cabello por debajo de los hombros, lacio pero con las puntas peinadas hacia adentro.

―Tú te ves igual ―solté nervioso.

Solo a oír mis palabras entendí lo mal que sonaban.

―M-me refiero, ya eras muy hermosa antes y ahora sigues siendo hermosa ―dije y el volumen de mi voz se redujo a cada palabra.

Me sentía como un mocoso torpe, alterado, que no sabe cómo responder a un examen.

Ámbar no respondió, pero sí se movió para tomar algo que estaba al lado de la tumba y que no noté hasta entonces. Eras unas llaves, probablemente las había dejado caer.

―¿Tú limpiaste la tumba de mi mamá?

―Cada cierto tiempo lo hago, no me gusta verla ensuciarse.

―Gracias.

Esa fue la primera palabra que pronuncié con seguridad. Ámbar debió notarlo, porque su gesto también cambió, de sus labios emergió como una breve sonrisa que me hizo sentir relajado. Al igual que el guarda que me reconoció, su expresión me hizo sentir en casa.

Me recordó por lo que había regresado.

―¿Quieres...? ―Me aclaré la voz―. ¿Te gustaría salir un rato? Ya sabes, para... recordar viejos tiempos. Si no quieres, está bien, entiendo que hace mucho no hablamos y...

Me sentía nervioso, era como si cada palabra que elegía fuese la inadecuada.

―Me gustaría salir contigo, Loris. ―Mi corazón se removió alegre al escuchar mi nombre con su voz―. Pero ahora tengo algo que hacer, ¿qué tal si nos ponemos de acuerdo en la noche?

Asentí varias veces. Era mejor así, tendría tiempo de pensar mejor las cosas.

Era mi oportunidad para montar una estrategia infalible.


*


Quedé de verme con Ámbar el fin de semana, así que aproveché para organizar una reunión con un grupo selecto de personas de la más alta clase para tratar un tema de vital importancia.

―Quizá se pregunten por qué los convoqué aquí hoy ―dije mientras acariciaba a mi pequeña Ámbar tejida.

―Pues no, ya lo pusiste en el correo ―respondió Adriana―. De cualquier forma, entiendo por qué me pediste ayuda, pero ¿qué hace ella aquí?

Señaló a Gina, que respondió moviendo la mano como si saludara, aunque ya lo había hecho y estaba sentada a la misma mesa con una taza de chocolate en frente.

―Necesitaba personas sensibles que me aconsejaran ―respondí.

―Ya... ¿y qué hace ella aquí?

―Los demás le dijeron que estaban ocupados, ah, y Cruz dijo que no le interesaba ―respondió Gina.

Adriana no dijo más, como si esa sí fuese una explicación que la convenciera.

―Ahora que aclaramos esos asuntos, retomemos el tema.

―¿Cuál es el tema? ¿Tu matrimonio con Ámbar?

―Sí ―dije emocionado.

―¡No! ―corrigió Adriana―. Tienes veintiún años y ella veinte, nadie se va a casar aquí. Además, ni siquiera son novios.

―Pero estamos comprometidos.

―Por última vez, Loris, no es un compromiso real si acepto en un sueño. ¡Y deja de hacer pucheros!

Yo hice un puchero.

―¿Para qué tanto problema? Solo prepárale alguna cosa y pídeselo, ¿ya le habías dicho que te gustaba, no?

―Sí, eso pensaba. Pero la verdad es que hace como un año que nuestra relación es... escasa, hasta hace dos meses habíamos dejado de enviarnos mensajes.

Adriana y Gina me observaron y después se miraron entre ellas.

Silencio.

―Pensé que ella estaba emocionada porque regresaras.

―No.

―¿Y entonces cómo sabes que le interesa estar contigo?

Detuve el movimiento de mi mano sobre la cabeza de mi pequeña Ámbar y pensé en la respuesta más madura que se me ocurrió.

―¿Lo supuse? ―intenté con una sonrisa.

Adriana suspiró.

―Loris, si hace un año no hablas en serio con Ámbar no puedes estar seguro de nada. ¿Qué tal si tiene novio?

Gina respondió con un gesto de sorpresa.

―¡¿Y si se compró un elefante?! ―preguntó golpeando la mesa con dramatismo.

―¿Eso qué diablos tiene que ver?

―¡Un elefante requiere muchos cuidados y Ámbar no va a tener tiempo para tratar con otro animal! Además, eso explicaría por qué nunca responde cuando la etiqueto en memes de gatos llorando. ¡Es la posibilidad más lógica!

Mientras Adriana y Gina debatían sobre el significado de la palabra lógica, comencé a pensar en lo que habían dicho y la preocupación me invadió. Era cierto que habíamos estado bastante tiempo separados, era un periodo en el que podían ocurrir muchas situaciones, sin contar todo lo que una persona podía cambiar en esos meses. Pero en el fondo de mi corazón quería creer en Ámbar.

Ella no se compraría un elefante sin decirme.

―¿Al menos has visto alguna foto de ella en los últimos meses? ―cuestionó Adriana, que había optado por ignorar a Gina.

―Ámbar nunca sube fotos ―me quejé―. Pero la vi ayer en... bueno, en un lugar.

―¿Y está muy distinta? ―preguntó Gina.

―Ah, es cierto, tú no la has visto en un buen tiempo ―respondió Adriana con una sonrisa―. Creo que la etiquetaron en una foto hace un par de meses. Déjame ver si la encuentro... te vas a sorprender.

Esa declaración hizo que Gina y yo nos acercáramos para espiar la pantalla del celular. Adriana no tardó mucho en encontrar la dichosa foto y agrandarla. En ella, se veían tres chicas, supuse que las otras dos eran compañeras de universidad, porque no las reconocí. Ámbar estaba alejada de la cámara, pero observaba hacia esta, no se la habían tomado sin que se diese cuenta.

Una sensación parpadeante despertó en mi pecho al verla, la mirada de Ámbar traspasaba la pantalla.

―Se ve diferente ―dictaminó Gina después de una inspección rápida.

―Sí, empezó un tratamiento para sus cicatrices y se le notan menos ―explicó Adriana―. Y se hizo una cirugía para reconstruirse el párpado...

―¿No tenía cuernos? ―cuestionó la pelirroja girando la cabeza hacia el lado.

―¿Ámbar tiene cicatrices? ―pregunté.

Adriana nos miró de una manera que no llegué a comprender.

―Lo importante de Ámbar ―continué―, son sus manos. Son muy lindas, y las puntas de sus deditos son suaves, como muñu muñu.

―Debe ser porque odia a los humanos y no los toca ―opinó Gina.

―¡Oye!... ¡Tienes razón!

―Dios, dame paciencia ―murmuró Adriana mientras se masajeaba el puente de la nariz.

Charlamos un rato más luego de eso, aunque ya no de Ámbar. Hablamos de lo que había sido de la vida de los tres en esos años. Adriana estaba estudiando Trabajo Social en una universidad prestigiosa con una beca, lo cual no me sorprendió, siempre me pareció la más sensata de las amigas de Ámbar. Gina, por su lado, había terminado el colegio y ayudaba a su madre en su salón de belleza. No tenía intención de hacer una carrera, aunque sí de llevar cursos para especializarse en el negocio que algún día sería de ella.

Sentí envidia de ambas, de lo claras que tenían sus necesidades y lo bien perfilado que parecía su futuro. Aunque eligieron caminos distintos, cada una parecía satisfecha con el suyo.

Ese no era mi caso. Estudiaba porque era el camino trazado socialmente, pero no me motivaba como alguien que siente pasión por lo que hace. Tampoco sentía conexión con ningún trabajo o pasatiempo para pensar en iniciar como alguien independiente.

Era irónico que hubiese ganado dinero y popularidad cuando adolescente, pero siendo ya un adulto joven no entendiera bien qué dirección tomar.

―Estuviste arreglando muchos problemas en tu vida durante estos años, es normal que no hayas tenido el mismo tiempo que nosotras para pensarlo ―opinó Adriana.

―Yho no lo penseh ―dijo Gina con una galleta en la boca.

―Porque tú no piensas.

Gina tragó.

―Pues no, la vida es más emocionante cuando no se piensan mucho las cosas... ―Gina se interrumpió a ella misma, como si otra gran idea la hubiese asaltado―. ¡¿Y si Ámbar se alesbianó?!

―¡Deja de gritar como si estuvieses diciendo algo con sentido!

―Es que, piénsalo, Ámbar es una persona muy lógica, y el lesbianismo es la mejor sexualidad que existe, ¡está científicamente comprobado!

―Según qué método científico ―preguntó Adriana apretando los dientes.

―Solo mira las evidencias. Mira a Lucifer Pantoja y Kamberly Lo Alza, ¿cuántas buenas parejas hetero conoces?

―Bueno, está...

―Exacto, ninguna. En cambio, está el CamRen, Portia De Rossi y Ellen DeGeneres, yo y la rubia sensual de la tienda de donas...

―¿De qué est...?

―La luna y la Sol...

―¡Eso no tien...!

―... Ámbar y Lorisa.

Mientras Adriana y Gina debatían, comencé a pensar en lo que dijeron. Era cierto que habíamos estado bastante tiempo separados, era un periodo en el que podían ocurrir muchas situaciones, sin contar todo lo que una persona podía cambiar en esos meses. Pero en el fondo de mi corazón quería creer en Ámbar.

Ella no se alesbianaría sin decirme.

―Mira, Loris, ¿qué tal si te ayudamos a escribir una declaración? Así podrías decirle que te gusta de manera directa y no darle más vueltas al asunto ―me propuso Adriana, que había optado por ignorar a Gina.

―Sí, creo que puede funcionar.

Sonreí, era una mala idea.

―Digamos... ―Tomé un papel y lápiz―. Yo puedo empezar y ustedes me ayudan a continuar.

―Está bien.

―Bueno.

―Ámbar, yo quiero decirte que... que.... que...

Detuve el movimiento, y las miré pidiendo auxilio.

―¿Qué tal «desde que te conocí he ido descubriendo cada vez algo maravilloso en ti»?

―Sí, que romántico ―dije mientras escribía.

―O, o, o, ya sé ―opinó Gina―: «Ámbar puede que yo no sea una persona emocionalmente estable, pero con esa cara tampoco estás para pedir gustos».

―Gina, eso es horri..., ¡Loris no lo escribas!

―Ah, perdón.

―También puedes terminarla con algo como: «prometo amarte por siempre» ―continuó Adriana.

―Pero no le puedo prometer eso.

―¡Sí! ¿Qué tal si luego deja de amarla, ah? ¡Tendría que fingir que la ama a pesar de que no y cargaría por siempre con las responsabilidades paternales de un elefante! ―me apoyó Gina.

―Bueno, es solo una forma de hablar ―dijo Adriana―. Pero si te gusta algo más literal, mmm, ¿qué tal «me esforzaré porque nuestro amor se mantenga por siempre?

―O, o, o, ya sé ―opinó Gina―: «Te prometo amarte hasta el fin del mundo, solo ten en cuenta que el mundo ya se está yendo a la chingada».

―¡Eso es desalmado no pega para una carta de...! ¡¡Loris que no lo escribas!!


*


Quedamos de vernos en casa de Ámbar, algo que agradecí, porque prefería un lugar tranquilo al exterior bullicioso. Necesitaba conectar mis ideas con mis palabras, y de por sí mis ideas se desordenaban cada que dejaba de prestarles atención.

Apenas llegué, me topé con un jardín delantero repleto de flores de colores vivos, que estaba seguro se hallaban ahí hacía unos años. Respiré profundo y toqué un par de veces. La puerta se abrió revelando la figura de la madre de Ámbar.

―Hola, señora ―la saludé con una sonrisa―. Vengo a jugar con Ámbar.

Ella torció su gesto.

―Estás más alto. Espero que no haya crecido el peligro de que mi hija se junte contigo también.

―No sé cómo se mide eso, pero luego le aviso.

Una vena se remarcó en la frente de la mujer, por suerte, Ámbar apareció detrás y se interpuso entre nosotros.

―Ven, Loris, pasa.

Me jaló sin preguntarme y me guio hasta su cuarto. No me opuse, creo que aunque lo hubiera intentado, no hubiese podido concentrarme en algo que no fuese el toque de su mano envolviendo a la mía.

Entramos a su cuarto, yo detrás de ella, y cuando intenté cerrar la puerta una fuerza potente la volvió a abrir, como si quisiera más bien arrancarme el brazo.

―Vaya, chicos, qué buen fresquito hace, ¿no? Mejor dejen la puerta abierta ―se anunció la madre de Ámbar mirándome solo a mí.

―No es cierto ―respondí.

―Ah, Loris, seguro que como venías tan rápido no lo notaste.

―Podemos abrir la ventana ―propuse señalándola.

No supe cuándo pasó, pero de pronto mi rostro se encontraba apresado entre las manos de la madre de Ámbar, y sus ojos estaban muy abiertos y cerca de los míos.

―Estoy segura que el fresquito que entra por la puerta es mil veces mejor, así que vas a dejar esa puerta abierta, ¿entendido?

―Biini ―respondí con un hilo de voz.

―Entonces todo bien. ―Ella retomó su expresión relajada―. Voy a preparar algo para tomar, ¿tú quieres algo, cariño?

―Un batido de mango, por favor.

―El mío de piña ―agregué.

Por alguna razón, su madre se fue zapateando con fuerza.

Cuando giré a ver a mi anfitriona, capté una pequeña sonrisa en sus labios. Tuve que recordarle a mi cuerpo que no podía alterarse con cada expresión suya.

El silencio nos rodeó. ¿Qué debía decir? ¿Sobre qué debía hablar? Tal vez sí era una mejor idea invitarla a salir a otro lugar. ¿Ámbar estaría esperando eso?

―Loris...

Observé su rostro. Estaba sentada en el lado derecho de la cama y yo estaba recostado en la pared frente a esta. Pude advertir un leve sonrojo poblar la piel de su rostro. Por inercia, mi atención se dirigió al párpado cerrado.

Ámbar debió notarlo, porque se cubrió con la palma de su mano.

―Loris, te dije que nos encontráramos aquí porque tengo algo que decirte.

Las reacciones de mi cuerpo empezaron a luchar. No comprendía si debía sentirme feliz o triste por semejante declaración.

―Puedes decirme lo que necesites.

Aunque eso me destruyera.

Ella prestó atención al suelo. Su gesto no era el de alguien que va a dar una buena noticia. Si bien no demostraba sufrimiento, sí que parecía dificultársele el hablar. Sin darme cuenta, mi mirada también cayó, y mis manos se juntaron detrás de mi espalda formando un agarre incómodo y hasta doloroso.

Ámbar suspiró en voz alta y alzó su rostro.

―Lo que quiero decirte es que no necesitas fingir que quieres ser mi amigo. ―Hizo una pausa y continuó―. Cuando nos conocimos realmente cambiaste mi vida, y te lo agradezco, nada sería como es ahora si no fuese por ti, Loris.

―¿Entonces por qué?

―No quiero obligarte a seguir a mi lado. Sé que esto ―tocó de nuevo su rostro― pudo no haber sido un impedimento en algún punto de tu vida, pero ahora sí debe serlo. Yo lo entiendo, de verdad, y no me gustaría que te sintieras obligado a seguir llevándote conmigo solo por la casualidad del cementerio, comprendo que quieras rodearte de otras personas ahora que...

Dejé de escucharla, el agarre de mis manos se suavizó y coloqué estas a los lados de mi cuerpo.

―Estás equivocada ―aseguré―. Tu apariencia, lo que se supone tendría que notar de tu apariencia, no es relevante para mí ahora o hace años. Es cierto que no te avisé que venía y tal vez pensaste que no deseaba que supieras ―comenté con algo más de duda―, pero eso era porque... porque temía miedo de encontrarme de nuevo contigo. De hablarte y notar que eras tú la que ya no quería que estuviera a su lado.

Mis mejillas se calentaron tanto como mi corazón empezó a golpear con fuerza en el interior de mi cuerpo, pero seguí hablando porque sabía que después no podría.

―Tienes razón en que quiero rodearme de personas nuevas, pero eso no tiene que significar alejarme de ti. Ámbar, si tú me pides que me aleje de ti, lo haré. No voy a llorar por eso. ―Lo pensé mejor―. Bueno, probablemente sí lloraría... ¡me refiero! Me refiero a que ahora soy capaz de vivir sin ti. No quiero que pienses que busco que te hagas cargo de mí. Sería injusto pedirte eso, cuando sé que tú tienes la fuerza para estar sin mí.

»A pesar de eso, si tú me permites estar a tu lado, me gustaría...

―Loris.

Alcé la vista. Ella estaba frente a mí, pero no me miraba. En cambio, sus manos envolvieron las mías, y percibí un ligero temblor en sus dedos. Pude notar la piel de su rostro enrojecida.

―No es necesario que digas más. Yo también quiero que nos conozcamos de nuevo.

Me miró y sonrió. Sonrió y yo contuve la respiración.

Era preciosa. Su sonrisa, la forma de su rostro, esa manera en que su ojo se entrecerraba otorgándole un aspecto tranquilo. Me gustaba cada rasgo de ella, toda ella era especial para mí.

Abrí mis labios, dispuesto a decirle lo que realmente deseaba.

―Yo...

―¿Tú pediste de piña, verdad?

De pronto, la hermosa visión fue reemplazada por una mancha amarilla. La madre de Ámbar estaba sosteniendo un vaso frente a mi rostro, y al mirarla me pregunté si su cara siempre había tenido tantas venas.

―Toma, cariño, ese es para ti.

Dejé de sentir el agarre y tomé lo que me ofrecían. Suspiré derrotado, al menos por ese día.

―Creo que no entra el suficiente fresquito aquí, vamos a la sala.

Un empujón me llevó contra mi voluntad hasta uno de los sillones de la mentada sala. Entre mi discusión con la madre de Ámbar sobre si el fresquito llegaba o no, capté con el rabillo de ojo a mi antigua vecina de número tomar de su vaso en silencio, con las mejillas aún teñidas de rosa.


*


Las siguientes semanas, volvimos a salir como cuando recién nos conocíamos. La universidad donde pude retomar mi carrera era la misma que la de Ámbar, algo posible, dado que solo había dos en esa ciudad, pero cuando lo descubrí sentí que el destino me estaba dando una mano. De cualquier modo, los dos teníamos clases a distintas horas, así que no nos encontrábamos siempre, pero no importaba. La veía lo suficiente para sentirme feliz.

―Voy a mudarme pronto ―me compartió Ámbar una tarde.

Estábamos en el parque y el cielo comenzaba a teñirse con el atardecer. Nos encontrábamos tendidos en una zona verde mirando las nubes cuando ella dijo eso.

―Mamá está embarazada ―continuó―. Suponía que iba a pasar, hace años tiene una pareja, pero hace poco formalizaron la relación. Es un buen tipo y creo que lo mejor es que vivan juntos, en mi casa o en la de él.

―Tu mamá seguro prefiere que te quedes con ellos.

―Sí, pero no me sentiría cómoda. Sé que mi madre me quiere, y yo la quiero también, pero, cómo decirlo, supongo que si agregáramos a una pareja y un hijo ya no me sentiría parte.

Sonreí. Ámbar no se imaginaba cuánto la entendía.

Me senté para mirarla mejor; ella me imitó.

―¿A dónde planeas irte?

―No muy lejos, hay un edificio que alquila apartamentos para estudiantes en los últimos tres pisos y me gustaría ir a verlos, ¿me acompañas?

―Claro ―respondí emocionado―. Aunque no te veo tan segura.

Un halo de preocupación inundaba su rostro.

―La verdad es que me da miedo. No me imaginé vivir sola tan pronto. ―Me observó―. Aunque tú te fuiste a vivir solo desde adolescente.

Asentí.

―En mi caso, lo extraño fue cuando tuve que volver a vivir con mi padre. Nos llevábamos mejor, pero me había acostumbrado a mi independencia. Y, además, seguía siendo mi padre. Me estresaba cuando me preocupaba por algo y él me daba a entender que no era tan importante ―refunfuñé al recordarlo―. ¿No te molesta cuando los adultos te dicen que hay personas en situaciones peores para restarte importancia a las tuyas?

Ámbar lo pensó un momento.

―Sí me hace sentir mejor saber que hay personas más desgraciadas que yo, la verdad. ―Se abrazó a sus rodillas, comenzaba a hacer frío―. Lo siento, supongo que soy cruel.

Me reí en voz baja.

―No, siempre me dices algo que no espero que respondas, por eso me gustas.

Sonreí, y miré de nuevo al cielo, pero mi rostro se calentó, como si mi cuerpo hubiese entendido antes que mi mente lo que había dicho. Cuando lo capté, me giré para mirarla.

―A lo que me refiero es que...

―Te agrado ―terminó ella.

―No.

El tono definitivo de esa sentencia nos sorprendió a ambos.

―Me refiero a que me gustas.

Me quedé en silencio, como si la salvación fuese a caer del cielo. Y aunque no fue así, sí recordé la carta con la que cargaba ya por costumbre en mi bolsillo. Ella me observó curiosa mientras yo la abría.

―Puede que te parezca tonto, pero lo escribí ―me disculpé con una pequeña sonrisa.

Lo cierto era que no había llegado a pasarla y estaba llena de manchones, pero a cada cosa torpe que hacía le seguía otra.

―Ámbar ―leí― me gustas porque desde que te conocí he ido descubriendo cada vez algo maravilloso en ti, y porque, aunque puede que yo no sea una persona emocionalmente estable, con esa cara tampoco estás para pedir gustos... ¡No, eso no! ¡Estúpida Gina!

Ámbar se rio.

―¿Tú escribiste eso, Loris? ―me preguntó sin dejar de sonreír.

―Sí...bueno no ―confesé―. La mayoría lo escribió Adriana, así que si te enamoras por esta carta, deberías alesbianarte e ir a buscarla.

Su sonrisa se borró y retomó ese gesto tímido que tan inusual era en su cara, pero que la hacía ver hermosa.

―Me gustaría que me lo dijeras con tus palabras, Loris.

Tragué saliva.

Ya no había vuelta atrás.

―Lo que quiero decir Ámbar es que me gusta cómo eres. Conocerte cambió mi vida por completo, me sacaste de un agujero que ni siquiera sabía estaba mal, incluso llegaste a estar en peligro por mí, y al final me perdonaste. Te estoy agradecido por todo eso, Ámbar, pero... pero no es eso por lo que me gustas.

La sorpresa atrapó sus facciones.

―Sé que me ayudaste, pero no me gustas por eso. No me gustas porque te vea como a una salvadora y no querría que te hicieras cargo de mí o de mis problemas. Me gustas por como eres, amo como eres.

»Amo la manera en que tu rostro permanece en calma incluso ante situaciones que espantarían a otros, amo la paz que transmites, y amo tu inteligencia. Eres la persona más lista que conozco, pero también eres compasiva y amable. Nunca usas tu intelecto para herir a otros, yo lo sé. Puedo ver cómo te esfuerzas para no lastimar a nadie, y la ternura que guardas en las pequeñas acciones. ―Tomé un respiro―. Amo tu integridad y tu humanidad, y que aunque me pareces tan grande siempre me siento como un igual cuando estoy contigo.

Cuando terminé de hablar, mis manos estaban temblando.

Mi garganta vibraba y expandía una ola de calor que se extendía a cada extremidad de mi cuerpo.

Lo había dicho. No por necesidad, no por unos grados altos de fiebre, no como una promesa. Me había confesado sinceramente, y tenía tanto miedo que quise salir corriendo antes de escuchar la respuesta.

―Loris, yo también te quiero, y disfruto mucho el tiempo que paso contigo, pero...

Apreté mis puños y mis ojos se empañaron.

―... pero supongo que lo disfrutaría más si fuésemos novios.

Mi mente se quedó en blanco.

Necesité unos segundos para mirarla a los ojos.

―Aunque si no quieres supongo que no se puede hacer nada.

Ámbar se levantó y yo la seguí como impulsado por un resorte.

―¡SÍ QUIERO!

La abracé, presa de la euforia, y su risa solo hizo crecer la mía. Sin pensarlo, acerqué mi rostro al de ella para depositar un beso ruidoso y poco romántico.

―Oye, no te di permiso de que hicieras eso ―dijo Ámbar aún sonriendo.

―Lo siento ―me disculpé sin sentirlo.

Ella también me abrazó, y disfruté del contacto como si estuviese en el mejor lugar de mundo. Ese aroma suave que transmitía su perfume, y el toque sedoso de sus dedos. Me encantaba todo de ella.

―Siempre te voy a proteger ―le dije emocionado separándome para observarla de frente―. No tienes que tener miedo por lo del nuevo apartamento, yo voy a estar contigo para cada cosa que necesites. Y si aparece una araña, puedes llamarme y yo correré a espantarla ―aseguré.

―Eso me tranquiliza mucho.

―Ah, espera.

Me acerqué casi dando saltos a la mochila que había dejado colgando de un árbol y saqué a la pequeña Ámbar.

―Toma, quiera que la tengas un rato.

Ámbar la tomó entre sus manos y comentó lo bien que la había cuidado.

―¿Pero por qué me la das?

Mi sonrisa se hizo más grande.

―Para tener una excusa para visitarte en tu nuevo apartamento, por supuesto.


*


¿Hola?

―Buenos días, Ámbar, ¿estás ocupada?

―Estaba haciendo un trabajo, ¿por?

Ahm, necesito que vengas al apartamento de Braulio.

―¿Qué pasó?

―Hay una araña muy grande en la entrada de mi cuarto y no me deja salir.

―...

―Compra piñita.  




Iop!

Bueno, lo prometido es deuda, así que aquí les traje este pequeño epílogo. 

Dudé bastante sobre cómo debía escribirlo, pero repasando la historia noté que Ámbar y Loris ya tenían momentos que yo considero románticos y algo melancólicos, así que en este epílogo quise generar más un ambiente de comedia y alegría, porque creo que se lo merecen. 

No sé si les gustara, me quedó muy sencillo, pero de verdad espero que lo hayan disfrutado y aunque sea se hayan reído. 

De cualquier forma, mil gracias de verdad. Gracias por el apoyo a la historia, a los personajes y a mí como autora. Gracias por abrirme su corazoncito. 

Mil gracias nuevamente, cuídense mucho, de verdad, salgan solo lo necesario y recuerden seguir las indicaciones de sus autoridades de salud. 

Gracias por todo, los quiero <3. 



Pd: También pueden pasarse por mi nueva historia, Roma, la cual pueden encontrar en este mismo perfil. 

Les dejo una imagen promocional <3.


Продовжити читання

Вам також сподобається

828 513 21
Odio mi vida Odio al mundo A las personas A cada cosa Pero sobre todo me odio a mi misma Ya no puedo aguantar mas me quiero morir, no quiero segu...
Un Magnífico Error Від Vanesa Osorio

Підліткова література

723K 61.2K 60
-Te creo Tomás, pero aun asi necesito un tiempo de ti y de toda esta mierda he tenido, ya suficiente, quiero ser feliz y siento que contigo jamás pod...
17.5K 1.1K 13
𝐒abrina y Matt habían sido amigos desde siempre. Sabrina siempre fue como una hermana pequeña para los tres hermanos. 𝐌att y Sabrina siempre había...
7.6K 957 17
Jaehyun Jeong es un joven hombre de negocios al que le sonríe el éxito. Severo y calculador con quienes lo rodean, está acostumbrado a satisfacer sus...