BALADA DE OBOE (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊...

By Donatella1212

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Vladimir es el típico chico aburrido viviendo la monotonía, él conoce una mujer sensual que trabaja en un ant... More

Prólogo
Vladimir
Crónica de una noche agitada
El miedo paraliza
La riña
A veces no podemos cambiar las cosas
El beso
Segunda opción
Confusión
Todo sobre las relaciones
Nos vamos o nos vemos
El encanto de las dudas
La pasión de la muerte
Dramas matutinos
Una nueva oportunidad para mí
Eclipsa y el hotel
El secreto mejor guardado
Confesiones
Evitar el pasado
En busca del verdadero amor
Él incondicional
Nada que ver
No hay planes perfectos
El fin de las dudas
Epílogo

Políticamente incorrecto

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By Donatella1212

Caí en sus encantos, ¡qué boludo fuí! Por eso ahora reflexiono el porqué me dejé besar en su casa. Caí en su abrazo cuando él me apretó con fuerza y no lo vi venir. Fue como un hechizo, él me embrujó y se marchitaron todas mis ansias de tener a una mujer a mi lado. No es lo que quería... no lo pensé, Jey es la mediocridad a flor de piel y aunque todo está en la oscuridad en este momento, tengo que admitir que mis días posteriores están inspirados en ese sonido básico de su oboe.

Caí en picada y ahora tengo miedo de mí, no sé lo que me pasa.

—No soy en absoluto valiente —objeté—.Si te digo lo que sucedió pensarás que soy un idiota. Pero te lo diré, porque sos mi amigo.

Leopoldo levantó una ceja y ladeó su cabeza como si fuese un robot.

—¿Hiciste algo malo? —respondió simplemente, esperando una respuesta sincera de mi parte. Acercó su silla deslizándose sobre sus ruedas.

—Sí, hice algo terrible. Y exactamente por ello estoy muy abrumado y confundido.

—Soy tu amigo y los amigos ayudan a sus amigos ¿qué te está pasando?

—Es lo que estoy intentando explicarte, Leopoldo. Ayer conocí a Jey en persona —dije con vergüenza.

—¿Jey mujer o Jey hombre? —preguntó confundido—. He pensado en hablarte de ese tema.

—Jey es un hombre... Eclipsa es la mujer —expliqué.

—Pero... Eclipsa en realidad no existe ¿o no?

—Exactamente, Eclipsa es su personaje. Pero déjame explicarte que ocurrió... —chillé.

—Vladimir, no precisas gritarme. Decime que mierda te pasó de una buena vez —dijo Leopoldo con una voz gutural.

—Está bien.

—Te escucho. Pero apúrate a hablar que ya está por llegar Raquel y no quiero que se entrometa.

—Ayer fui al shopping a pagar los servicios y me lo encontré a Jey. Hablamos un cachito y le bajó la azúcar, él es diabético —dije, sintiendo derepente un escalofrío—. ¿Por qué ponés esa cara de espanto?

—Vladimir, vos seguí contando que sucedió...

—Fuimos a su casa, comenzamos a hablar de las cosas simples de la vida y derrepente me besó —le dije, sintiendo miedo.

—¡Ja! —dijo Leopoldo.

—Él me abrazó y cuando me di cuenta ya me estaba besando —concluí.

—Qué raro. ¡Siempre te pasa todo lo políticamente incorrecto o intrincado! —dijo el rubio con voz cortante.

—¡No me juzgues! —chillé.

—¡Pst! —chistó Leopoldo mientras miraba por la ventana.

—¿Quién vino?

Con un suave golpe, Elmer entró a la oficina, atravesó la atmósfera que tenía un hálito de tensión.

—Parece que vieron un fantasma ¿qué les pasa? —dijo Elmer y apoyó su mochila en la silla de la esquina.

Raquel llegó acompañada por Epifanio.

—Hola amiguerous —saludaron al unísono.

Estaba sentado al lado de Leopoldo y este me hundió el codo en mi abdomen y me dijo ‘‘pst’'. Me esforcé mucho por disimular. Basicamente, estaba conteniendo el aliento.

—Dijo mi madre que hay que pagar la renta de la oficina, así que denme la plata por favor —dijo Raquel en un tono sério.

—¿Y por qué no viene tu vieja a cobrarnos? —preguntó Elmer.

—Siempre ayudé a mi mamá —dijo la pelirroja con una sonrisa —: me hubiese gustado que mi negocio sea más fructífero. —Su sonrisa se esfumó—. Mi madre está en cama, está enferma.

—La verdad somos unos amigos espantosos —suspiré, mientras le entregaba la plata.

—Eres un tesoro, Vladimir. ¡Dios mío, tengo que ir al correo para llevar unos paquetes! —introdujo su mano en su cartera y miró su reloj despertador.

—¿Querés que te acompañe? —preguntó Epifanio.

—Vamos —dijo la pelirroja.

—Espera, espera... ¿para qué traes un despertador de lata en tu bolso? —exclamó Elmer.

—Porque me gustan los despertadores en mi mesita de noche y en mi cartera. ¿Algún problema con eso? —dijo.

Leopoldo caviló y por fin dijo:

—Vayan a entregar esos penes de goma y de paso vayan al supermercadito chino y me traen café y bizcochitos de grasa.

—Pero esos bizcochos engordan... —dijo Raquel.

—¡Jua! No engordan... engorda el que se lo come —bromeó el petiso.

—Raquel, cómprame dos docenas de facturas, doce con crema pastelera y doce con dulce de leche —le dije y le extendí mi mano con el billete de veinte pesos.

Esperamos que se vayan para terminar la charla. Estos se levantaron ruidosamente y se fueron.

—Elmer, ¿vos no vas? —pregunté.

—No, estoy cansado. Mi gata tuvo gatitos y no pegué un ojo en toda la noche.

—¡Pucha! —dijo el rubio.

—¡Qué lindo! —dije.

—¿Le podemos contar? —Y sin coherencia Leopoldo continuó—: ¿Recuerdas a Jey?

—Si, contále... —dije con resignación.

—¿Jey?

—Eclipsa es la mina que toca el oboe en Anagrama, pero como se descubrió que es un chabón... —explicó el rubio.

—Entonces Jey es su verdadero nombre ¿es así? —preguntó Elmer.

—Exactamente. Bueno ayer él conoció a Jey, al verdadero Jey, sin vestidos, ni tacones, ni purpurina —dijo el rubio siniestramente.

—¿En donde lo viste?

—En el shopping, luego se descompensó y fuí a su casa —dije casi sin voz.

—¿Y qué pasó?

—Jey lo agarró al pobre de tu amigo y lo besó —dijo Leo. Tenía los ojos como dos naranjas por el espanto.

—¿Y ahora pensás que sos gay? —preguntó Elmer.

—¡Disparates! Él sigue siendo lo que siempre fue.
Pero Elmer ladeó la cabeza y se cubrió la cara con ambas manos.

—No, no, no, qué le pasa a este tipo. Vos no te dejes convencer... Realmente no sos... Tenemos que hablar con él. Enseguida gritó:—Jey no puede hacer estas cosas, no sos su monigote. ¿Dónde vive?

—Ella vive cerca del shopping center, Elmer.

—¿Ella? —me corrigió Elmer.

—Él —dije.

Leopoldo dijo:

—Es mejor que vayamos a su casa y que nos diga porque mierda se obsesionó contigo. Vos no sos su marioneta —reprochó furioso, Leopoldo. No sé porque no le dices nada.

Los chicos llegaron con el café y el paquete de facturas. A Elmer le temblaba la comisura de sus labios. Luego de unos segundos recobró el dominio de si mismo y puso cara de pocker.





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