YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

189K 8.5K 7.2K

Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO IV

9.4K 271 235
By MargySilva

LA LUNA DE MIEL EN EL CARIBE

DÍA 1 DE 8

El sol no se había alzado en el horizonte cuando Armando me levantó con un beso en los labios. Abrí los ojos y vi su rostro sonriente.

--Buenos días, mi Betty –Dijo y me besó la frente—

Yo le devolví la sonrisa.

--Buenos días, mi Armando –Le respondí y besé su pecho desnudo—

Estaba completamente envuelta en las sábanas y sin embargo sentía frío. Mi cabeza había reposado toda la noche sobre su pecho desnudo y de ahí residía el calor del que se alimentaba el resto de mi cuerpo. El me apretó contra sí y después suspiró.

--¿Dormiste bien? Escuché que hablabas dormida... --Comentó como quien no quiere la cosa—

--¿Ah, sí? Suelo hacer eso cuando estoy muy cansada. Ayer caí rendida, doctor —Le dije y sonreí para mis adentros al recordar todo lo que habíamos hecho. —

--Betty, ayer tuvo sueños lindos por lo que pude darme cuenta. Su expresión mientras dormía lo denotaba. –Me dijo —

--¿Qué decía?—Inquirí, ruborizada--

--Doctor, lo amo... Armando no, ahí no es... Más arriba... Qué manos tan divinas... Eso fue lo que logré entender-- Dijo él y vi que se mordió la lengua para no echarse una carcajada—

Yo me incorporé con el codo y lo vi con los ojos abiertos como platos. "Qué vergüenza. Ya ni en sueños puedo ocultar estos pensamientos. Además, ahora que vamos a dormir juntos, descubrirá mis mañas al dormir", pensé.

--El masaje que me dio ayer en la espalda fue espectacular, seguramente a eso me refería--Respondí—

--No se preocupe, Beatriz, que conmigo no tiene que tener vergüenza. Ya somos marido y mujer, y que yo provoque esos sueños me resulta enternecedor. –Me dijo y sonrió—

--¿Yo provoco ese tipo de sueños? Tendré que prestar atención si habla dormido, doctor Mendoza—Le lancé una mirada suspicaz –

--Hace un tiempo que mis sueños son solo sobre ti, mi amor—Me dijo y me tocó la nariz de forma juguetona—

--¿Qué hora es? –Pregunté de pronto, cuando me di cuenta que la habitación estaba a oscuras, solo la luz de la mesa de noche encendida—

--Las 5:00 de la mañana. Ya toca alistar todo para ir al aeropuerto—Dijo al echarle un vistazo a su reloj de mano que estaba en la mesa de noche. Después, con cuidado se apartó de mí, para levantarse--

Yo me desperecé y me llevé las manos al cabello, que estaba terriblemente alborotado. Mis dedos no fueron capaces de aplacarlo.

-- Beatriz, cámbiese de ropa y nos vamos en veinte minutos. — Me dijo, mientras cogía sus enceres de aseo y los metía en una bolsa de viaje. Lo mismo hizo con la ropa sucia, la metió en una bolsa negra—

Me senté en la cama y me puse las pantuflas, que estaban húmedas todavía. Caminé hacia el baño y comprobé el lío que era mi cabello. Suspiré, saqué mi cepillo de un bolso donde cargaba mis cosméticos, humedecí un poco el cabello y comencé a desenredarlo. Con paciencia y esfuerzo logré dominarlo.

Armando entró al baño, se paró detrás de mí y nuestros reflejos se quedaron viendo un momento. Luego se paró a mi lado derecho, abrió el grifo, humedeció su cepillo de dientes y se lo llevó a la boca. Nos quedamos viendo uno al otro y ambos torcimos la boca en una mueca de sonrisa contenida.

Todo aquello me parecía como un sueño. Él era tan amoroso, tierno, atento conmigo, y la forma en que me miraba ¿sería la misma forma en que yo lo miraba? Creo que sí, y me hacía sentir un mariposeo en el estómago.

Después de lograr aplacar mi cabello con una trenza, me puse un vestido rosado de tirantes, que en la parte de arriba tenía botones de carey y la falda era más larga de atrás que de adelante. Éste vestido lo acompañé con unas sandalias café de tacón de muñeca que me encantaban porque eran muy cómodas. A decir verdad, toda la ropa que traía en la maleta eran diseños de Bettina Spitz, algunos exclusivos, como el rosado que llevaba puesto, y otros de su línea de ropa. A mi cabeza la acompañé con una diadema del mismo color. Me lavé los dientes, me maquillé un poco los labios, me puse color en las mejillas y me eché perfume.

Armando por su parte, se había puesto una camisa blanca de manga corta, pantalón de mezclilla y zapatillas café. Aquel look casual lo hacía ver como un jovencito de 25 años, y si se quitaba los lentes, mucho más joven y apuesto.

--¿Lista, mi amor? –Preguntó Armando, mientras corría las maletas fuera de la habitación –

--Sí—Respondí, mientras metía mis cosméticos en mi bolsa de mano y me echaba un último vistazo al espejo—

Cuando bajamos a recepción y entregamos la habitación del hotel, Armando dejó también la llave de su carro, pues Freddy iría a recogerlo más tarde. Un taxi nos esperaba a la salida del hotel y nos llevaría al aeropuerto. Eran las 5:30 de la mañana y el frío me caló hasta los huesos, a pesar de que llevaba un suéter. Armando se dio cuenta cuando me cogió de las manos.

--Tienes frío—Dijo y no sonó como pregunta—

Yo asentí y apoyé mi cabeza sobre su hombro.

El me besó la coronilla y me tomó las dos manos y las calentó con el aire de su boca. Yo cerré los ojos un momento y no los volví abrir hasta que llegamos al aeropuerto.

"Último aviso a los señores pasajeros del vuelo Copa Airlines 103539 con destino a Cartagena, por favor presentarse en la puerta número 10 para abordar"

Decía una voz en masculina a través los altavoces.

Habíamos llegado justo a tiempo para subirnos en el avión. El proceso de chequeo de maletas fue rápido y, como supuse, no quedó un asiento libre en el avión, a pesar de ser un vuelo de primera clase. Los asientos eran de cuero, frente a nosotros había una pantalla para ver películas, oír música o simplemente entretenernos. Los asientos olían a cuero y desinfectante.

--¿Quieres algo de desayunar? –Me preguntó Armando en cuanto nos acomodamos en nuestros asientos—

--Realmente no, solo quisiera algo de tomar. Tengo sed –Le dije y sonreí al ver que él también sonreía de oreja a oreja—

Una joven muy amable nos tomó la orden: un jugo de mora, un vaso con agua y café bien cargado con unas galletas de mermelada.

Durante el viaje, que fue tan solo de una hora, Armando y yo nos dedicamos a dormir.

"Estimados pasajeros, le informamos que estamos a 5 minutos de aterrizar en su destino, Aeropuerto internacional Cartagena de Indias. Le pedimos que no se muevan de sus asientos y que guarden la calma si sienten un poco de turbulencia"

Dijo una voz aguda a través de los altavoces.

Abrí los ojos y me asomé por la ventana. Desde arriba el mar parecía tan calmo, tan indefenso, como un manto gigantesco que proyectaba vida y también miedo. "Cartagena, no pensé que tan pronto volvería a verte y justo al lado del hombre al que intenté olvidar en el azul de tus aguas", pensé.

--Le trae muchos recuerdos este lugar, ¿verdad, Beatriz? –Dijo Armando, como si hubiera escuchado mis pensamientos—

--La verdad es que sí, muchos recuerdos agradables. Pero no tantos como los que guardaré de ésta ocasión –Le dije y ladeé el rostro para verlo a los ojos—

--En realidad no vamos a pasar tanto tiempo en tierra. Solo tenemos 2 horas antes que salga el crucero del puerto –Me dijo el—

--¿Ya conocías Cartagena?—Pregunté—

--Sí, había venido aquí de vacaciones, con Camila cuando éramos adolescentes. Pero hace tanto de eso...--Dijo él—

Armando hablaba con una mezcla de melancolía y alegría de su hermana mayor, que me hacía sentir en la obligación de buscar alguna forma de que ambos se reunieran, y pronto.

En ese momento se me metió entre ceja y ceja que el próximo viaje que haríamos Armando y yo sería a Suiza. Pero, ¿Quién quedará al frente de Ecomoda?, fue mi cuestionamiento. "Algo se me ocurrirá", pensé.

El avión descendió poco a poco y fue dejando atrás el azul del océano y acercándose al gris del cemento de la aeropista. En cuanto bajé del avión, el aire húmedo me golpeó la cara y me tuve que deshacer de mi chaqueta. En mi bolso de mano cargaba unos lentes oscuros y me los puse.

El aeropuerto de Cartagena estaba lleno esa mañana. A nosotros no nos retuvieron mucho tiempo en el registro cuando vieron nuestro pasaporte.

--Bienvenidos a Cartagena, que disfruten su estadía. –Dijo una mujer con una sonrisa de oreja a oreja--

Armando y yo decidimos que nos iríamos directo y sin demoras al puerto de Cartagena y que allá desayunaríamos. Tomamos otro taxi y en diez minutos nos pusimos en nuestro destino.

El puerto era un hervidero de personas, barcos y conteiner por todos lados. El asfalto brillaba por la inclemencia del sol. Por mi espalda corrían dos gotas de sudor, las piernas me sudaban y empecé a extrañar el frío de hace unos momentos.

Anclados en la salida del puerto estaban tres enormes cruceros.

--¿Alguno de esos es el nuestro? –Pregunté. Armando tenía el rostro contraído por el sol que le daba en la cara—

Armando se encogió de hombros en respuesta a mi pregunta. Desde donde estábamos no se alcanzaba a ver el nombre de las enormes embarcaciones.

-- ¿Mi amor, se echó bloqueador solar? –Inquirí, al ver que ya tenía la nariz roja—

--Mi amor, es que ustedes las mujeres andan un bolso de mano donde echan esas cosas, yo pues ando un bloqueador pero en la maleta—Me dijo—

--Deja y te pongo un poco...--Saqué el bloqueador de mi bolso de mano y le apliqué un poco en la cara, con la yema de los dedos—

--Bienvenidos ¿En qué le podemos ayudar? –Dijo una joven detrás de un módulo de tipo cajero—

--Buenos días, señorita. Vea, nosotros compramos dos boletos para el Crucero The Monarch Bay –Dijo Armando. En el vidrio había un hueco y por ahí le entregó los boletos adjuntos con nuestros documentos personales—

La joven revisó la autenticidad de los boletos y luego filtró nuestros nombres en su computador.

--Señor y señora Mendoza, The Monarch Bay sale en aproximadamente una hora. Pero usted y su esposa deben estar media hora antes listos para embarcar. Por favor, señale sus maletas con esto –Dijo la mujer, que nos devolvió los boletos con un recibo por cobro de impuestos que debíamos firmar y pagar. Además de dos identificadores para nuestras maletas—

Un joven se acercó a nosotros y se llevó nuestro equipaje, debidamente señalado con nuestros nombres.

Armando se sacó la billetera y pagó los 25 dólares estipulados en el recibo como impuestos.

--Muchas gracias—Agradecimos los dos a la misma vez —

Esperamos sentados en un pasillo, a las afueras del edificio portuario, donde decenas de personas entraban y salían sin parar.

A mi alrededor habían otras parejas, que se cogían de la mano, que sonreían con la cara roja por el sol y los ojos brillantes ante la expectativa del viaje. La gente hablaba y se reía. No había suficientes asientos para que todos estuvieran sentados. A mi lado una señora se levantó y una niña rubia de ojos azules, casi blancos, aprovechó el espacio libre y se sentó y me sonrió amistosamente. Yo le devolví la sonrisa. Una mujer muy parecida a ella, solo que cabello castaño la vigilaba y me dirigió una mirada seguida de una sonrisa. Supuse que la niña andaba con ella.

Un señor y una señora, un matrimonio supuse, por la forma en que se trataban, discutían un poco alterados. No pude evitar escuchar.

"Cómo pudiste decirles a tus amiguitos que veníamos de vacaciones. Es el colmo que tus amigos también me los tenga que aguantar en este lugar. Nefasto, Rubén. Si no estuviera en este lugar público, ya mismo te daba lo que es bueno". El hombre agachó la mirada y la sancionó con una mirada para que se controlara.

"Nunca pensé que se iban a dejar venir, si ellos no tienen plata como para andar en estas cosas. Me extraña de verdad, Mercedes" Dijo él.

La mujer le retorció los ojos y se apartó de él.

Un poco más lejos de nosotros, dos jóvenes, tal vez recién casados, se abrazaban, apretujaban, besaban y se hablaban como si fueran dos bebes.

"Mi bizcochito, en cuanto nos embarcamos, me regalas esas preciosuras"

"Es lo que más deseo, que estemos solos por fin, gordito bello" -- Decía la mujer y le besaba el cuello—

Armando y yo nos quedamos viendo y nos sonreímos. El atrajo mi mano, la cual posaba con el dorso hacia abajo, hasta su pierna.

--Beatriz, ¿querías algo más privado para nuestra luna de miel? –Me preguntó Armando. Como dudando si el crucero nos daría la privacidad que queríamos—

--No, mi amor. Yo lo que quería era estar contigo, a solas, disfrutar de unos días libres. Solo eso –Le dije yo y posé mi cabeza en su hombro—

--Bueno, la verdad es que la mejor opción hubiera sido alquilar una casa frente a la playa o alquilar una isla ¿te imaginas una isla solo para nosotros? –Comentó el—

Mi cabeza voló a un pedacito de tierra sin nombre, donde Armando y yo, lejos del mundanal ruido, nos encontrábamos debajo de una palmera de coco. Yo tenía mi cabeza recostada sobre sus piernas y miraba hacia arriba donde las hojas de la palmera ondeaban con el viento. Me di cuenta que vestíamos unos diminutos trajes, que apenas nos cubrían un poco.

--Amor, tengo sed, ¿me bajas un coco de esos? –Le pedí a Armando, señalando una bola que se veía en la cúspide de la palmera—

--Claro, mi amor—Me dijo él y me besó en la frente antes de subirse, sin ningún esfuerzo, hasta la cúspide de la palmera, donde estaba el solitario y gran coco. Se dejó caer con talento, pero su aterrizaje pasó desapercibido a mis oídos—

Me pregunté si yo sería capaz de hacer aquello con la misma gracia.

Unos segundos después, Armando me entregó el coco, después de haberle abierto un hoyo con una piedra filosa. Yo bebí del coco con la misma gracia que él, sin derramar ni una gota. Me sorprendí que sin mucho esfuerzo, también me caminaba como si mis piernas fueran más largas, como si en vez de caminar, yo bailara.

--¿Quieres? –Le dije y le ofrecí el coco, al que todavía le quedaba mucho líquido por dentro—

--Bebe, mi amor, bebe –Me instó y sus ojos me miraban de una forma encantadora—

Terminé de beber del coco y luego le pedí que rompiera el coco para comer de su carne. Sin demoras, lo partió en dos sobre sus rodillas. Me dio la mitad y él se quedó con la otra. Él era bello, como un Dios del olimpo.

--Mi Betty—Murmuró el, antes de dar el primer mordisco al coco—

-- Mi Dios del olimpo—Respondí yo—

Nos fundimos en un beso intenso, ardiente, salado, y fue aquel beso lo que me quitó la sed. Me tomó de la cintura y me apretó contra su cuerpo.

--¿Beatriz? ¿Betty? ¿Qué tiene mi amor? –Me decía Armando, chasqueándome los dedos—

Yo me desperté de aquella ensoñación disparatada y me incorporé de su hombro.

--Perdona –Le dije y sonreí—

--Ya veo, mi amor, que usted también se queda dormida despierta—Dijo él y se echó a reír—

--Acaban de abrir las puertas del crucero. Ya toca ir haciendo la fila para embarcar—Me dijo, mientras me tomaba de una mano y nos encaminábamos a la fila, que ya era un poco larga—

La señora y el señor que discutían y la pareja de jóvenes que se mimaban hicieron fila en el mismo lugar que nosotros.

--Bienvenidos a The Monarch Bay, por favor, pasen adelante—Dijo una mujer en la cubierta del primer piso del barco—Pasen por allá—Dijo señalando una entrada amplia-- ahí se les entregara la tarjeta de su camarote, el cronograma de actividades durante los 8 días que dura la travesía, los planos del crucero, entre otras cosas—Culminó la mujer—

Entramos a una sala completamente alfombrada, donde el aire acondicionado suponía un poco de alivio al calor de afuera. A la derecha estaba la recepción, donde dos mujeres y dos hombres esperaban a los cruceristas para darles la bienvenida y las orientaciones pertinentes. Cada cierto espacio había una columna dorada, pilares de donde se sostenían los cinco pisos que estaban sobre nuestras cabezas. En el centro del salón estaba una maqueta del crucero y las distintas áreas y partes que lo conformaban.

En recepción un joven moreno, de sonrisa metalizada nos atendió y nos dio las llaves de nuestro camarote.

--Esta tarjeta deben entregarla al final de los 8 días. Por favor, les pedimos que eviten perderla, pues en ese caso, conlleva un pago extra la reposición y un contratiempo para ustedes. –Nos entregó una revista donde se ilustraba cómo llegar a los distintos lugares del crucero (bar, restaurante, spa, gimnasio, piscina, cafetería, etcétera). La comunicación en el barco cuando estamos en mar abierto solamente es posible a través de la línea fija, celulares pierden la señal. Sus maletas serán entregadas después de las tres de la tarde, así que les pedimos un poco de paciencia. Sin embargo, en el barco les recordamos que contamos con dos tiendas de ropa y calzado.

--Bien, gracias, muchacho –Dijo don Armando, que había estado ojeando la revista—

El camarote reservado para los dos era llamado "Suite exterior de lujo". Ésta contaba con una terraza que daba a la cubierta cuatro, desde donde se podía ver el mar en su plenitud a través de las blancas cortinas. Cuando entré lo primero que hice fue correr las cortinas y perderme en la inmensidad del azul, aunque después, mis ojos se desviaron al jacuzzi vacío que nos aguardaba. Mi corazón empezó a palpitar de prisa cuando vi aquel escenario, aquella imagen perfecta, de los dos haciendo el amor frente al mar.

--¿Te gusta? –Inquirió Armando, que me abrazó por la cintura—

--Me encanta –Le dije con una sonrisa en el rostro y salí corriendo a la terraza —Vea, mi amor, tenemos una terraza solo para nosotros, con jacuzzi y dos sillas para tomar el sol –Le dije emocionada y me arrimé a los barrotes que le daban final a la terraza—

-- Yo sabía que le iba a gustar —Sonrió de lado y se metió las manos a los bolsillos—Beatriz, ¿quiere comer algo? Yo sí, yo me estoy muriendo de hambre

--Sí, sí, claro, vamos a desayunar. —Le dije yo, mirándolo a través de mis lentes oscuros. Los lentes de él eran más oscuros que los míos y me costaba descifrar lo que pensaba sin verle los ojos —

Antes de dejar el camarote para ir a desayunar, me puse ordenar mis enceres personales en el baño. Armando le echó un vistazo la nevera pequeña y me mostró los licores que habían en ella.

--Vea, mi amor, me trajeron del mejor whisky que hay. Lo pedí y no se andan con cuentos, me lo trajeron –Dijo el, entusiasmado, contemplando la botella— También le pedí su juguito de mora, mi amor—Me dijo y me mostró una botella que decía "Blueberry Juice"—

--Ay, mi cabezoncito, gracias –Le dije y sonreí—

Cuando salimos de nuestro camarote, en el pasillo circulaba bastante gente, que entraban y salían de sus camarotes y comentaban emocionados lo que habían descubierto adentro.

El desayuno lo tomamos en la cubierta 3, donde también estaba el sport bar y el gimnasio. El lugar se llamaba "Costa Azul Bar and Lounge". Estaba amueblado con mesas redondas, sillas redondas en forma de canasta y tenía una vista panorámica al mar y a la cubierta dos. Buscamos una mesa para dos y nos sentamos.

Armando ordenó unos huevos estrellados, con tostadas y mermelada de piña. Yo ordené unos huevos cocidos, con dos chorizos asados y dos tostadas.

--Beatriz, usted anda como muy hambrienta últimamente ¿no? –Dijo el, con una expresión divertida en el rostro—

--Ah, es que de un tiempo para acá como que me animé a comer un poco más, para ver si subo un poco de peso. –Le dije—

--Pero entonces está comiendo sin hambre...Eso no es bueno. La comida hay que disfrutarla, igual que el sexo –Me dijo él y levantó la mirada del plato—

Yo traté de mantener mi expresión inmutable.

--Bueno, tomé esta decisión sin preguntarle. ¿Le gustaría que yo engordara un poco?---Inquirí, sin dejar de verle—

--Betty, así como está me parece bien. Pero si usted no se siente conforme, eso es otra cosa—Dijo el, tomando de su taza de café—

--¿Qué haremos hoy? –Cambié de tema—No he visto con detenimiento el cronograma –Le dije, pero lo cierto es que sí había alcanzado a leer que hoy habría un show en la discoteca "Gold Sirens". —

--¿Qué le apetecería hacer hoy? –Inquirió el—

--No sé, doctor...mi amor—Corregí—Usted sabe que yo no soy de la vida nocturna, yo soy más hogareña—Le dije y me eché a reír—

--Eso pensaba, que la vida hogareña es lo que más se me antoja en este momento –Me dijo. Yo me mordí los labios al escuchar el cambio de tono al decir "lo que más se me antoja"—

Como desayunamos un poco tarde, no se nos antojó almorzar a la hora de siempre. Al medio día subimos al piso 6 y salimos a la cubierta 12, donde estaba la piscina, y donde en derredor de ésta había decenas de cuerpos tomando el sol en el solárium. Cuerpos de todos los tamaños y formas, pero en su mayoría, eran mujeres bellísimas, hombres atléticos, y los que no estaban en forma, simplemente no mostraban mucho a través de sus trajes de baño.

Don Armando y yo nos quedamos en el bar que estaba entre la piscina y el solárium, ambos tomando algo refrescante, disfrutando de la diversión de los otros. La gente se aventaba por un tobogán, los bailarines en la pista de baile, los trajes de baño marcados en las pieles que empezaban a cambiar a dorado.

--¿Bailamos, Beatriz?—Me propuso don Armando y me tendió su mano—

Sonaba una canción tropical, una salsa que había escuchado en otras ocasiones pero no recordaba el nombre del cantante. Cogí su mano y asentí. Caminamos a la pista de baile, donde otras parejas movían sus pies alegres. Los observé para ver si cogía algún pase de baile nuevo. Don Armando me cogió de la cintura y me susurró al oído.

--Déjese llevar, Beatriz. —

El sol era inclemente, incluso a través del techo que nos cubría la cabeza, se podía sentir su poder traspasando la piel. Sin embargo, aquello no me importó, yo seguí bailando con Armando, hasta que mi frente se perló de sudor, hasta que a don Armando se le humedeció la camisa blanca, hasta que sentí el maquillaje se me derretía, hasta que me vi aventándome a la piscina para quitarme aquel bochorno.

Don Armando me vio, me sonrió, y como si estuviera leyendo mi mente, se acercó a mi oído y me susurró.

--Beatriz, vamos a aliviar este calor. Me estoy derritiendo –Dijo y yo entendí el mensaje encubierto—

Salimos corriendo, como dos adolescentes locos y traviesos, que debían hablar bajito sobre sus pensamientos, por miedo a que otros escucharan.

Subimos corriendo hasta nuestro camarote. Chocamos un par de veces con los muebles, algunos con quienes nos topamos en el trayecto, nos quedaron viendo, porque ambos reíamos como desquiciados, además que mi risa siempre llamaba la atención de la gente. La garganta la tenía reseca, sentía que mi cuerpo estaba pegajoso, que olía a sol, sudor, que mi cuerpo hervía y que necesitaba urgentemente el agua corriendo por mi piel, pero sobre todo sus manos recorriendo mi cuerpo, sus besos, su compañía, el alivio que sentía cuando se movía dentro de mí.

Con las manos temblorosas, Armando abrió la puerta del camarote y la cerró de un portazo. Se quitó los pantalones, la camisa, igual que yo me quité el vestido. Me acerqué a él y pegué mi oído a su pecho, que se movía con cada respiración, y escuché su corazón palpitar a toda velocidad, como el mío, agitado, nervioso, ansioso.

Nos vimos a los ojos un momento, rozamos nuestros labios sin llegar a besarnos. Él tomó mi rostro entre sus manos y lo besó tiernamente. Me tomó de la quijada y apachurró mis labios con una de sus manos, y luego me besó introduciendo su lengua de forma tímida pero sensual hasta que se encontró con la mía. En un impulso mío sincronizado con otro impulso de él, salté y me enrollé con mis dos piernas en torno a su cintura. El me sostuvo, con sus manos en mis glúteos y me pegó a la pared, donde nos quedamos prendidos en un beso lento y desesperado. Yo enrosqué mis brazos en su cuello. Al beso se incorporaron dos gotas de sudor que rodaron de nuestras frentes y desembocaron en nuestras bocas. Su sexo estaba excitado y el mío también. El pasó sus dedos para comprobar si podía entrar sin molestias dentro de mí y así era, yo estaba húmeda por todos lados. Bajó su bóxer un poco y me miró con ojos interrogantes. "¿Quieres que lo haga aquí y ahora?", me decían sus ojos que deliraban de pasión. Yo asentí y descubrí un poco mi sexo con una mano para que el pudiera entrar. Me penetró suave, lento una, dos, tres veces seguidas y mi espalda chocó contra la pared. Yo gemí un poco y traté de mantenerme enrollada en su torso más tiempo pero el sudor de nuestros cuerpos dificultaba aquello. Me tuvo que llevar a la cama y me acostó, sin quitarme la mirada de encima. Me besó y mordió el cuello, me quitó el sostén y me abrió las piernas con delicadeza con sus manos. Mis piernas temblaban sin control, mi vientre subía y bajaba por la agitación del momento. Me quitó el bikini sin hacerlo tiras y yo quedé desnuda, sus ojos me penetraron antes que su sexo. Se terminó de desnudar frente a mí y su cuerpo se deslizó con cuidado sobre el mío, buscando un breve saludo antes de entrar a la casa, a su casa, que era mi cuerpo. Bajé la mirada y vi su sexo erecto que finamente se besaba con el mío: Un encuentro celestial.

El sol empezaba a ocultarse por el oeste y el cielo se pintaba de naranja. Las aguas se tornaban de un azul oscuro y el viento soplaba fuerte en dirección contraria a la que llevaba el crucero. Beatriz tenía el rostro enrojecido, sus dedos jugaban con su cabello alborotado en un acto inconsciente, sus senos bailaban al compás de mis movimientos dentro de ella. Se reía y gemía en mis brazos, con los ojos llenos de la chispa inconfundible del placer. Mis manos se movían delicadamente por cada fracción de su piel desnuda, haciendo que su piel se erizara de vez en cuando.

El calor y el sudor que salía de nuestros cuerpos no aminoraron a pesar del aire acondicionado. Era un calor que venía desde dentro y que debido a la agitación del momento, del ejercicio físico de nuestros cuerpos, no menguaba. Mi sexo se deslizaba dentro de ella y producía un sonido húmedo, como el de una ola rompiendo contra una roca. ¡Plop, plop!

En ese momento no me importaba nada, no sentía hambre, ni calor, ni cansancio, solo sentía necesidad de estar con ella, de escuchar decir mi nombre entre jadeos y gemidos. Detrás de nosotros había un tocador con un enorme espejo, y de vez en cuando voltear a ver nuestros reflejos amándose era un impulso e instinto que me excitaba.

Los últimos vestigios del sol entrando por la ventana le daban otro color a nuestra piel. Mi cuerpo sobre el de Beatriz era una sombra que bailaba, a contraluz. Besé sus pezones sudados, su ombligo, sus labios entre abiertos.

Ella tenía las piernas encogidas y abiertas, mientras yo tenía mi cuerpo en su centro, haciendo un movimiento de cintura lento. De pronto, su pierna izquierda subió a mi hombro, ladeó un poco hacia la derecha su cuerpo y mis piernas se abrieron entre su pierna derecha y me dispuse a volver a entrar. Desde ese ángulo, pude ser el lunar de su entrepierna y me di cuenta que era de color café claro, lo acaricié y sonreí.

--Me encanta ese lunar—Le dije, entre jadeos—

Después de tantas posiciones que hicimos, me empecé a sentir de nuevo yo con respecto al rendimiento. Tal vez habían pasado casi dos horas y yo todavía no había eyaculado. Mientras que Beatriz ya había tenido su orgasmo.

--Betty, mi amor, ¿quiere que me ponga condón? –Pregunté, cuando sentí que estaba a punto de venirme. —

Ella no respondió y pensé que no me había escuchado, así que repetí la pregunta.

En ese momento ella estaba sobre mi pelvis, de espaldas y de rodillas y hacía ese movimiento circular y a la misma vez hacia arriba y abajo que me volvía loco, que frotaba mi sexo de una forma que no sabía explicar cómo. Sus glúteos se contraían y se le formaban dos hoyuelos en cada uno, igual que en su espalda baja.

Cuando formulé la pregunta por segunda vez, ella se detuvo de pronto, y sin responder, sacó mi pene de dentro de ella y luego se deslizó fuera de la cama. Su expresión era tímida, tierna, tenía las mejillas y los labios rojos, se cubrió su sexo con sus manos y luego me vio de una manera que no supe interpretar.

--¿Pasó algo? --Inquirí yo, confundido—

--Hasta el momento no le ha importado hacerlo sin condón, mi amor—Dijo ella y se dejó caer en un sillón que estaba junto a la cama—

--No, pero no, Beatriz, lo de ayer tiene solución, ¿habíamos quedado en eso, no? Hay otros métodos efectivos para evitar un embarazo. –Dije y me incorporé de la cama, quedando sentado—

--Sí, lo sé. Esto no es solo responsabilidad suya, también es mía. Y no sé qué me pasa, pero no me agrada la idea de usar preservativo –Me dijo ella y frunció las cejas en una expresión de preocupación—

--Está bien...--Ahora estaba más confundido que antes-- ¿Entonces qué propone, Beatriz? --

Esta era la primera vez que no me preocupaba traer un hijo al mundo. La primera vez que pensaba más en lo que mi compañera sentía, lo que deseaba de mí.

--No quería quedar embarazada, se lo dije la primera noche. La lógica de los números que siempre han sido mi materia, me dicen que dos personas que se acaban de casar y que todavía tienen mucho trabajo y cosas por hacer no deberían tener un hijo tan pronto. Pero no es lo que siento, a mi cuerpo le importa poco prevenir un embarazo. De hecho, cuando estoy en sus brazos me olvido de eso y le juro, eso me da miedo, esas acciones impulsivas que me provocas, no son propias de mí. –Me dijo y se frotó las manos nerviosas—

--Vea, Beatriz, en todo este tiempo que llevo viviendo con la realidad de que es la mujer de mi vida, me he dado cuenta que, nadie es lo que cree hasta que se enamora –Le dije, casi en un susurro. Apreté sus rodillas para reconfortarla, y ella me vio y sonrió—

--¿También se siente así con respecto a prevenir un embarazo, cierto? –

--Mi amor, a mí nunca me había importado menos prevenir un embarazo que ahora. Si contigo yo quiero tenerlo todo, pero quiero hacerlo a tus tiempos...--Ella me abrazó por el cuello e impidió que siguiera hablando—

--Entonces a ninguno de los le importa lo del preservativo. Y si he de quedar embarazada, pues que así sea. Yo no tengo miedo ni reparos ante la idea de tener un hijo suyo, Armando –Me dijo y dos lágrimas le cruzaron las mejillas. Yo me conmoví y le besé la frente—

--Bien, mi amor. ¿Pero por qué llora? No quiero que llore. Ahora que ya estamos de acuerdo con que no vamos tomar medidas para evitar traer un angelito con su carita, continuemos con la tarea. —Le dije y me incorporé del piso. Hasta ese momento cayó sobre mí el cansancio de mis músculos, lo pegajoso que estaba mi cuerpo por el sudor, y que necesitaba urgente una ducha. –

En ese momento, tocaron la puerta e interrumpieron la continuación de nuestra tarde de amor.

Un joven delgado, moreno, estaba detrás de la puerta, entregando las maletas de camarote en camarote. Antes de abrirle me puse una de las batas que estaban dobladas dentro del depósito de las toallas.

--Buenas noches. Disculpe la tardanza. Su equipaje, señor Mendoza. –Dijo el joven, haciendo un ademán para que le permitiera entrar a la habitación--

--No se preocupe, yo mismo puedo con ellas. Gracias—Le dije y cerré la puerta de nuevo—

De pronto me acordé que quería hacer una pregunta y volví a abrir la puerta.

--¡Disculpe, joven! ¿Mañana atracamos en la isla Curacao, cierto? ¿A qué hora vendría siendo eso?

--A eso de las 4 de la tarde de mañana, señor—Dijo el joven—

--Ah. Perfecto. Muchas gracias –Le dije. Estuve a punto de cerrar la puerta, pero escuché el ¡Disculpe, señor! y me detuve—

--Si todavía no sabe qué hacer esta noche. Yo le recomiendo que vaya al Caribbean Sea Restaurant, ahí el capitán dará la bienvenida. Habrá muy buena música, bebidas, comida, de todo un poco. –Sugirió el joven--

Yo asentí a sus palabras y cerré la puerta.

Metí las maletas y las dejé en un pequeño pasillo, cerca del baño.

Beatriz todavía estaba sentada en el sillón, con las piernas cruzadas y su larga cabellera sobre sus senos. Su expresión no denotaba nada más que la tranquilidad misma que le daba el sonido del mar, al cual miraba con atención a través de la ventana.

-- Ya trajeron las maletas—anuncié y ella me volteó a ver. —

--Estaba pensando en irme a bañar, me siento sudada, sucia, pegajosa. ¡Apestosa! –Se echó a reír y se levantó del sillón. Pasó a mi lado, me acarició el mentón y se puso de puntillas para darme un beso en los labios—

Yo la retuve de la muñeca y la incliné hacia atrás para darle un beso en el cuello. Olfateé su cabello y su cuello mientras acariciaba sus senos.

--¡No haga eso, Armando! –Dijo ella, avergonzada porque yo la retenía para olerla— ¡No sea...!—La acallé con un beso—

--¿No sea qué, ah? ¿No sea puerco? ¿Armado es puerco? –Me eché a reír-- No, mi doctora, mientras usted esté en este crucero con su doctor, no va bañarse sola, mucho menos en ese aburrido baño –Le dije y la levanté en mis brazos para llevarla al Jacuzzi. Ella enarcó una ceja y se echó a reír—

--Doctor, como que ambos olemos muy mal –Betty arrugó la nariz al pegar su nariz en mi pecho—

--De aquí no sale hasta que quede bien bañadita y olorosa – Le dije y abrí el grifo para que empezara a llenarse el jacuzzi—

Entonces, bajé de mis hombros el cuerpecito de Betty y la senté un momento en una de las sillas reclinables para tomar el sol. Ella evitó, con un jalón de mi bata, que me fuera al baño a por las sales, el champú y las toallas. Me hizo arrodillarme al lado de ella para decirme algo, que pensé que sería algo así como: ¡Te amo! ¡Hazme tuya otra vez! Sin embargo, ella solo dijo:

--Doctor, voy a llamar a mi casa — Se levantó y me restregó sus redondos glúteos en la cara. Cogió el teléfono fijo, se sentó en la cama y marcó a donde no tenía que marcar—

(Narrado desde la perspectiva de Betty)

--Aló, Familia Pinzón Solano –Respondió mi mamá al otro lado de la línea—

--¡Hola, mamá! ¡Mami! ¿Cómo está todo por allá?

--Hola, mi Bettica. ¡Mi niña! –Se rompió en llanto mi mamá—

--¿Por qué llora, mami?

--Ay, Betty, es que la extrañamos mucho. Esta casa no es la misma sin usted, mi niña—Dijo ella, hablando bajito—

--Si hubiera sabido que se iba a poner así por el primer día durmiendo fuera de casa –Me eché a reír—No los llamaba...—

--Ay no, Betty, no diga eso. Vea que su papá anda peor, llorando por todos los rincones, y el piensa que no me doy cuenta pero claro que sí, yo lo conozco. Ni siquiera ha andado con ánimos de refunfuñar.

--¿Mi papá está ahí?

--Está arriba, mija, pero ¡Ya viene!

--¡Julia! ¿Quién llama? ¿Es Betty? – Escuché que decía mi papá— ¡Pásemela! --

--No, Hermes, deje que hable primero yo con ella. Después se la paso a usted—Dijo mi mamá—

--¡Cuénteme, Betty! ¿Ese crucero es así de grande y lujoso como se ve en las películas? ¿Cómo está el clima ahí en medio del mar? ¿No hay tormenta o indicios de que habrá una? ¡Ay, mija, vio cómo se dan vuelta los barcos cuando hay tormenta! ¡Jesús bendito! –Dijo, cambiando la voz entre emocionada y nerviosa—

--No, mamá, el sol aquí está incandescente. No se ve que vaya llover, no se preocupe. Además no vamos a cruzar medio mundo en barco mamá, la ruta es de 3, 150 km—

--¡Betty, 3150 km dentro del mar es un número! ¿Don Armando cómo se está portando?

--Bien, mamá, divino... ¡No se imagina! –Armando me miraba con curiosidad, esperando que mencionara su nombre--

--Me alegro escucharla tan contenta, mija. Aquí todo bien, Nicolás está manejando todo muy bien, o eso dice su papá que lo ha estado controlando, y que también tiene pensado ir más seguido a Ecomoda—

--Por favor, dígale a Nicolás que llamé. Que mañana temprano le llamo a Ecomoda –

--¡Descuide...!—

--¡Hola, mi niña...mija! –Dijo mi papá-- ¿Cómo va su viaje? ¿Cuál es la ruta que lleva el crucero? ¿Cuándo vuelve? —Dijo, en un torrente de palabras—

--El viaje excelente, papá. Todo aquí es puro mar, cielo despejado y mucha gente disfrutando. La ruta es Curacao, Bonaire, Aruba y Colón y luego regresamos a Cartagena—

--¡Ah, suena muy caluroso, muy tropical, muy de andar poca ropa! ¡Cuidado, Betty! ¡Cuidado con eso de andarse metiendo al mar y andarse mostrando de más, con esos trajecitos que poco parece que andan desnudas! ¿Se está cuidando del sol?

--¡Ay, Hermes! ¡Deje a la niña tranquila, deje que disfrute su luna de miel! –Se quejó mi mamá. —

Yo puse los ojos en blanco.

-- ¡El diablo es puerco, Betty! Escúcheme lo que le dice la voz de la experiencia, la mía que soy su papá y que piensa que es mejor pecar de precavido!

--Papá, no se preocupe. Todo está bien. Armando me cuida—Le dije—

--¡Páseme a Armando...Su esposo! –Dijo, y casi pude imaginar lo que le había costado decir "su esposo".

--Pero papá...Armando se está bañando—Le dije—

Don Armando hizo ademán para que colgara el auricular y me sumergiera en el jacuzzi que había estado preparando.

--Bueno, siendo así no queda de otra, entonces...Pero ya sabe, Betty, hágale caso a su esposo, ¡La obediencia es la mejor virtud de la mujer! –

--Entendido, papá. Se cuidan. Nos vemos pronto—

Cada sueño que tuve estando dormida o despierta al lado de don Armando, había sido superado con creces con la realidad. Me gustaba conversar con él y sentirme escuchada, sentir que él era mi amigo, mi esposo, mi amante, que se preocupaba por mí, por si estaba disfrutando la postura sexual en la que me hacía el amor, si tenía hambre, calor o frío.

La decisión mutua de no usar preservativos y tampoco usar otros métodos anticonceptivos, me había tomado por sorpresa, porque él se veía ilusionado, despreocupado, como si tener un hijo ahora mismo fuese lo más idóneo dadas las circunstancias en Ecomoda, que si bien eran infinitamente mejores que hacía 3 meses, todavía estábamos en proceso de consolidación financiera y en desarrollo de muchos proyectos que no solo asegurarían nuestro porvenir sino el de muchas personas.

Las necesidades, los tormentos, los problemas de Armando siempre habían sido mi absoluto desvivir sin habérmelo propuesto. Era como como decía Mariana: estábamos destinados a ser y a mejorarnos. Yo me enamoré de él en la peor etapa de su vida, pero también en la etapa en que más necesitaría del amor y comprensión de una mujer. Aunque con el resto fuera un bastión de tormentas, un grosero, intenso, malcriado, soberbio, a mi lado él lograba encontrar un poco de sosiego, incluso cuando yo no era más que su asistente. Yo me había enamorado de sus defectos de temperamento y él decía que de mi sutileza.

--¿Cómo así que de mi sutileza? –Lo interrogué—

--No sé, Beatriz. Esa palabra podría englobar muchas cosas de usted: su capacidad para resolver problemas, su paciencia, su lealtad, su ternura, su inteligencia...—Jugaba con mis manos entre las suyas, estirando los tendones de mis dedos—

Estábamos dentro del jacuzzi, desnudos, relajados, desenvueltos, conversando y riendo, viendo cómo el firmamento poco a poco se oscurecía y salían a relucir las estrellas. Su torso estaba sobre el mío, su cabeza sobre mi pecho, sus pies sobresalían al otro extremo, sobre el borde del jacuzzi. Yo le acariciaba y enjabonaba el pecho, las axilas, el abdomen, mientras el enjabonaba mis piernas.

--Sutileza... – Musité para mis adentro, el no escuchó—

--En cambio, usted, se enamoró de mí porque le parecí muy guapo ¿no? Usted se enamoró primero de mi físico, pero no de mi corazoncito –Dijo él, en tono serio pero sabía que bromeaba—

--Claro, es que hombre tan bello como tu primero entra por los ojos. Ya luego uno lo conoce y se enamora más o se desenamora. Punto. –Dije yo, haciendo una pausa—El problema es que una vez que una mujer se fijaba en ti, Armando, caía sin remedio. Es como si fueras una droga —Dije. Me quedé pensando en los primeros días que entré a Ecomoda y en lo que me había costado mantenerme en el puesto—

--Beatriz, cuando yo leí su diario, yo sentí todo lo que usted padeció bajo mi yugo...--Dijo él y yo lo interrumpí—

--Yugo, no, mi amor, usted no fue un yugo, fue mi decisión quedarme a su lado, aun en las condiciones que me ofreció, yo decidí quedarme porque yo creía merecer eso. Lo cierto es que yo trabajaba más por ti que por mí—Admití—Y ese fue mi error, aceptar hasta con alegría lo que se me ofrecía. No me obligaste a nada –Le dije y besé su cabeza—

--Beatriz, aun así, ninguna mujer del planeta merecía lo que yo le hice, lo poco que la valoré al inicio, lo ciego que estuve por la soberbia. Vea mi amor—Dijo él y se incorporó un poco y dio medio giro para verme a los ojos—Yo sé que ya le he dicho esto, nunca me cansaré de decirlo: yo no sé qué haría sin usted. Yo no podría vivir sin esto –Dijo, y acarició mis senos y mis labios--, sin su sonrisa, sin su paciencia, sin su ternura, sin la certeza de despertar cada mañana con a su lado...--Nos besamos dulcemente por unos minutos y el pasó sus dedos por mi cabello mojado—

Nos bañamos juntos, nos acariciamos, nos besamos, nos amamos sin llegar a juntar nuestros sexos. Todo fue un vaivén de manos por nuestros cuerpos. Sus caricias me excitaban, me provocaban un torbellino de emociones por dentro y también por fuera, porque mi cuerpo siempre demostraba a través de ciertos impulsos involuntarios que él me hacía el amor con sus manos.

--Me muero de hambre, mi amor—Le dije cuando salimos del Jacuzzi y nos envolvíamos en las batas de baño—

--Sí yo también. Se nos va el tiempo volando cuando te tengo en mis brazos –Me dijo y abrazó por la cintura y me besó la mejilla-- ¿Quieres comer en aquí o prefieres ir al restaurante? –—

--Me gustaría salir, creo que es prudente que salgamos. No nos podemos quedar encerrados, comiendo, bebiendo, haciendo cositas... –Le dije y sonreí al sentir sus labios helados presionando mis mejillas—

Esa noche, Armando y yo nos fuimos al restaurante principal del barco, llamado Caribean Sea. Las paredes que daban al exterior, hacia el mar, eran de vidrio y se podía ver, a penas, por unas farolas que estaban a fuera, el bailar del agua. Cuando entramos, ya las mesas cerca de la ventana estaban ocupadas, menos una, de cuatro sillas ubicada al fondo. Caminé del brazo con Armando y nos sentamos. Me fijé en los detalles del salón, que era el triple de la cafetería, y estaba tenuemente iluminado, lo que daba un cierto sentimiento de privacidad, a pesar de haber suficiente espacio para albergar unas 500 personas.

Yo me había puesto un vestido de noche, formal, de color verde esmeralda, de un solo hombro, con detalles en piedra alrededor de éste.

--Bella, Beatriz. Bella, mi vida—Me había dicho Armando cuando me vio vestida. Yo había dejado mi cabello natural, los rizos los había fijado con una crema y con los rollos que mi mamá me había echado en el bolso—

Armando se había vestido formal: camisa celeste manga larga, pantalones beige, pero sin corbata y sin saco. Me gustaba verlo vestirse, me gustaba que él me consultara a mí cómo combinar ¿A mí?, que todavía estaba aprendiendo sobre moda y combinaciones. Amaba que me subiera el cierre del vestido, que me ayudara a ponerme las sandalias.

El restaurante pronto se fue llenando de gente. Armando llevábamos do copas de vino cuando nos llevaron la comida. Yo había pedido una sopa de mariscos, la especialidad de la casa: llevaba pescado, almejas, camarón, langosta, cangrejo. Cuando vi el plano humeante, se me hizo agua la boca por el olor que emanaba.

Armando había pedido salmón al horno con patatas y también lucía delicioso, aunque la porción se miraba ínfima comparada con la mía.

--¿Cómo está su sopa, mi amor? –Me preguntó, al cabo que yo había tomado el primer sorbo—

--Riquísima ¿Quiere probar? –Le dije yo, con el estómago contento—

El asintió. Llené mi cuchara de sopa y le di a probar.

--Está muy buena, ¿quiere probar de mi salmón? –Dijo el, y yo asentí—

--Muy bueno –Le dije y el salón se deshizo en mi boca—

--Disculpen—Dijo un hombre moreno, musculoso, de barba tupida—Disculpe que los interrumpa. ¿Sería mucha molestia sentarnos con ustedes? –Preguntó el hombre, intercalando la mirada entre Armando y yo— Como se darán cuenta, ya no quedan mesas vacías aquí abajo, y no quisiera sentarme hasta allá arriba—

--Claro, claro que pueden—Les dije yo, al final, cuando Armando no se decidía—

-- Muchas gracias, de verdad que yo sé que es incómodo sentarse a comer con desconocidos. No nos atrevimos a molestar a nadie hasta que vimos que aquí había una mesa con dos sillas desocupadas. Mucho gusto, Héctor Quiroz y mi esposa Yanira –Dijo introduciendo a una mujer que estaba colgada de su brazo musculoso, de piel bronceada, ojos verdes y nariz aguileña—

--Mucho gusto, Beatriz Mendoza –Les dije yo y estreché manos con los dos. Lo mismo hizo Armando, quien había alzado las cejas a modo de saludo, sin decir una palabra—

--¡Qué linda pareja vosotros formáis! –Dijo la mujer, con un acento español—

--¡Ustedes también! –Fue lo que se me ocurrió decir—

--Yanira es muy observadora. Le gusta la fotografía...–Comentó el señor Quiroz, y se sentaron a la mesa—

--¡Oh, sí, hoy por la tarde os vi bailando, cerca de la piscina! ¡Muy bonita el aura que transmiten! –Dijo ella y Armando se aclaró la garganta. Sintió lo mismo que yo: que aquellos se habían acercado a nuestra mesa más que por la mesa, por nosotros—

--¿Ah, sí? ¿Le parece que somos buenos bailarines, señora Quiroz? --Inquirió Armando, con cierto tono de recelo—

--¡Por supuesto! De donde yo vengo, el baile es muy importante, tanto como hablar, porque por medio de la danza comunicamos muchas cosas –Dijo, sonriente—

--Disculpe, usted es Española ¿cierto?.. Lo digo por su acento—Dijo Armando—

--Oh sí, española consta en mi partida de nacimiento, pero toda la vida me crie en Marruecos, así que me siento muy marroquí,--Dijo— ¿Ustedes son Colombianos, cierto?

-- Sí, así es, de Bogotá –Dijo Armando—

--Yo soy de Barranquilla, pero de todas partes, los negocios me llevan a todas partes –Dijo el señor Quiroz—

-- Oh, sí, Manuel es un hombre de negocios –Asintió doña Yanira, sirviéndose vino en una copa de vino--

--Qué interesante...Cómo las personas del mundo se juntan y se emparejan, aun siendo de culturas muy diferentes —Murmuré yo—

--Ay, sí, querida, el amor no tiene fronteras. ¿Ustedes también andan de luna de miel en este crucero? –Inquirió—

--¡Sí! ¡No me digan que ustedes también!—Dijo Armando, poniendo los ojos en blanco. Yo le lancé una mirada para que tuviera cuidado de que no lo vieran torcer los ojos--

--No, para nada. ¡Cómo van a creer que de luna de miel! ¡Hace muchas lunas que tuvimos una de miel! –Exclamó doña Yanira—

--Andamos de paseo, cada cierto tiempo nos tomamos unas vacaciones, y a Yani le encanta Colombia. — Dijo el señor Quiroz— Además que aquí mi suegro tiene negocios importantes...--

-- Qué interesante. ¿Qué tipo de negocios, señor Quiroz?—Inquirió Armando--

--Mi suegro es un hombre muy rico, es uno de los mayores fabricantes de telas en Marruecos, y hace algunos años ha hecho de Colombia su mercado favorito para comercializar sus telas, lográndolo con gran éxito—Dijo, sin sospechar que Armando y yo nos dedicábamos al mundo de la confección y que la conversación se había tornado de pronto, demasiado interesante—

--Vea, qué casualidad, nosotros tenemos una empresa de moda en Bogotá. ¿Ecomoda, le suena?—Dijo Armando—

--¡Oh sí, por supuesto! Mi suegro nos mencionó que había empezado a conversar con el dueño de Ecomoda ¿Te acuerdas, habibi? –Dijo el señor Quiroz—

--¡Oh sí, Ecomoda! ¿Ustedes son los dueños de Ecomoda?—Dijo sorprendida Yanira--

--Sí, así es. Mi esposa, Beatriz, es la presidenta de la empresa. Yo soy el vicepresidente —Dijo Armando y me sonrió—

--¡Beatriz, Armando, qué pequeño es el mundo! ¡Por eso el lente de mi cámara sintió un magnetismo hacia a ustedes, cuando los vio! –Exclamó con entusiasmo Yanira—

-- ¿Cómo así? ¿Usted nos sacó fotos mientras bailábamos? –Dijo Armando, y de pronto se puso serio—

--Oh, sí, disculpe si eso le causa molestia. Es que tengo una afición a fotografiar todo lo que me gusta. Y ustedes me gustaron tanto, sentí una bonita energía cuando los vi bailando—Dijo ella, y sonaba sincera—

--¿Me podría mostrar las fotografías que nos tomó?—Le dije yo—

--¡Claro, Beatriz! Nos van a disculpar por el atrevimiento, fue sin ninguna mala intención. En realidad nos acercamos precisamente por eso, porque quería regalarle las fotos que les había tomado, me imaginé que les gustaría. —Sacó de su cartera de mano unas diez fotos, increíblemente buenas, donde Armando y yo se nos veía tan felices, un poco sudados, pero como si no existiera más nadie en el mundo. Las vi una a una, con delicadeza, agradeciendo que alguien hubiera captado ese momento, que no sabía que era tan especial hasta que lo miré plasmado en negativo—

Después le pasé las fotografías a Armando, quien se le fue suavizando la expresión cuando vio que las fotos eran muy buenas. Casi parecíamos sacados de una película musical.

--De verdad, tiene usted muy buen ojo. Me encantan –Le dije—

--Oh, son todas suyas, Beatriz. Disculpen si los importunamos. Si volvemos a coincidir en alguna parte del crucero, espero no se sientan incómodos. –Dijo doña Yanira—

--Claro que no, no se preocupe—Le dije yo, sin dejar de ver las fotografías—

Esa noche había sido muy extraña, pero la sensación que dejaba era como si una fuerza superior dirigía nuestras vidas. El encuentro con Héctor y Yanira me había dejado una buena sensación, como si aquello significara que ellos habían entrado a nuestras vidas con algún propósito. Se lo comenté a Armando mientras me acurrucaba en su pecho para dormir, y el solo me dijo:

--Creo que ellos se van a quedar en nuestras vidas por cuestiones de negocios. Las telas que vende el suegro de Héctor son muy buenas. De hecho, es un negocio que quedó pendiente de hacer. Me imagino que después de esto ya tengo tu aprobación para comprarle telas. —Dijo Armando—

--Todo negocio que beneficie a Ecomoda, sobre todo un negocio con buenos precios y buena calidad, es lo que necesitamos ahora—Le dije, y suspiré, cerré los ojos para dormir—

--¿Estás muy cansada, mi amor?—Inquirió Armando— ¿No quieres que te mime un rato?

--Abráceme, mi amor --Le dije yo, y nos sumergimos en las sábanas-- 




Continue Reading

You'll Also Like

84.2K 5.9K 36
"No me juzgues por el lugar en el que me encuentro, pregunta hacía dónde va mi corazón... Siempre contigo. A pesar de que mi silencio te haga creer l...
2.4M 42.7K 137
"Te haré pagar el dejarme cachondo"
36.2K 1.9K 28
Diversas historias de diferentes épocas, cada una cuenta relatos que Hipo y Astrid pasaran, demostrando que no importe en que tiempo o en que circuns...
6.4K 226 31
El verdadero amor, el amor del alma, es el q solo desea la felicidad de otra persona sin exigirle nada a cambio. Asi comienza esta historia de Jacob...