Finalmente ha llegado el día en el que termina mi tortura con la vieja Gertrudis y Liam en la biblioteca. Sorpresivamente, mi compañero le ha puesto empeño a sus labores y ha estado trabajando tanto como yo, y es por eso que hemos terminado tres días antes, cosa que agradezco.
Los días en ese lugar han avanzado sin problemas. Por alguna extraña razón, él no me ha molestado más. A veces al llegar me da un saludo que no le devuelvo, o hace alguno que otro comentario sin sentido con el que intenta ser gracioso al que le resto importancia, pero otras tantas ni siquiera recuerdo su presencia porque es en exceso silencioso cuando se concentra en sus funciones.
Esos son mis días favoritos.
No me ha devuelto ninguna de mis pertenencias y eso sí es algo que no ha dejado de molestarme, pero tampoco le he insistido más.
He terminado de copiar todas las clases en las libretas nuevas hace unos días y estoy al día en ese aspecto, pero el hecho de que esto se haya convertido en doble trabajo para mí, no me permite estar tranquila ni confiarme de que él se está comportando como un ser racional finalmente. No me cae bien, y tanta tranquilidad por su parte me asusta.
Las clases hoy se me han hecho eternas, y sé que solo se debe a lo ansiosa que estoy por terminar mis castigos. No es que tenga mucho por hacer al salir del colegio, pero cualquier cosa es mejor que estar en esta habitación con estas personas y, además, es mi valioso tiempo libre que en ningún momento debió haberse limitado.
Juliana se ha quedado durante el almuerzo y hemos comido juntas desde hace una semana porque ella se ofreció a acompañarme aunque me negué, y a veces Andrea también nos acompaña. Es muy gentil de su parte que lo hagan, y agradezco incansablemente que me apoyen y a la vez conviertan la hora en un momento entretenido.
Cuando el momento del castigo llega, me despido de mi amiga para verla partir con su padre y me marcho a la biblioteca, sintiéndome extrañamente nerviosa sin razón. Ansío acabar con esto, y espero que la bibliotecaria, a la cual saludo al ingresar y como siempre me contesta de mala gana, no vuelva a ponerse intensa con la limpieza que ella critica como imperfecta solo para no dejarnos ir.
Me han educado desde niña, y aunque sus malos modales me ponen de mal humor, hoy no le doy importancia y continúo mi camino hacia el deposito, donde se encuentran los artículos de limpieza que hemos usado sin descanso estos días. Liam no tarda en llegar a tomar sus implementos y también comenzar a limpiar las estanterías restantes.
Hoy es uno de esos días que me saluda, y también uno en el que decido ignorarlo. Todo ha fluido muy bien y no estoy dispuesta a ceder a sus provocaciones, pero él decide insistir.
—¿Ya has copiado todas tus clases? —pregunta en un suave tono después de un rato.
Me sorprende que su timbre de voz no lleva burla y hasta suena amigable, pero es él y sigo pensando con ese cambio de actitud que trama algo, por eso no modifico la mía.
—¿Qué te importa? —respondo adustamente sin girar a verlo.
Él expulsa una débil risita resignada detrás de mí, donde se encuentra limpiando una de las últimas estanterías que nos restas y que nos separan por pocos metros.
—¿Por qué eres tan odiosa?
—¿Por qué eres tan metiche?
—Solo quiero hacer esto más entretenido... ni siquiera me caes mal —añade, y ahora la que suelta una risa seca soy yo.
—¿Qué te hace pensar que me quiero llevar bien contigo o hacer esto entretenido? Es un castigo, y nada bueno hay en eso cuando solo perdí de mi tiempo. Yo lo único que quiero es que me devuelvas mis cosas y te desaparezcas de mi vida para siempre —puntualizo, apretando con fuerza el pañuelo con el que limpio para evitar golpearlo a él, porque no quiero descontrolarme aunque me inquieta que sea tan descarado.
Escucho que suspira con sonoridad y espero uno de sus desagradables comentarios con los ojos cerrados, pero no es eso lo que llega, y sus palabras a las que no estoy habituada me hacen aflojar el agarre del trapo sin que siquiera lo intente.
—Te devolveré todo, no te preocupes.
No respondo. Solo sé que ya he tenido demasiada paciencia con todo esto y no quiero esperar a que se aburra de jugar con mis cosas para que, tan amablemente, me las devuelva.
—Ya no me odies —vuelve a hablar después de unos minutos en los que continué con mi tarea, casi como un murmullo.
Me detengo, frunzo el ceño y doy media vuelta para verlo, recelosa. Él continúa concentrado en pasar el trapo por la cubierta del libro que sostiene en su mano derecha, mientras yo presiono el mío con fuerza, sintiendo cómo la rabia hace presencia en mi cuerpo.
¿Es real esto que acaba de decir?
—¿Cómo quieres que no te odie? No haces más que molestarme con tus tonterías y pudrirme la vida. Siempre has sido un imbécil conmigo, y si te odio, es porque tú lo has provocado. Ni siquiera entiendo por qué te caigo mal —le recuerdo seria.
Liam se toma unos segundos, luego deja caer sus brazos con resignación, voltea y me deja ver que forma una mueca apagada en sus labios, como si estuviese decepcionado.
—No me caes mal... —aclara seguro, pero a mí no me convence. Solo me arrepiento de haberle expuesto mi confusión—. No exageres, piojo.
—¿Crees que exagero? -interrogo indignada—. Puedo hacer un recuento de todo lo que ha pasado estos años, y me dirás si exagero.
—No grites —dice simplemente, pasando del resto—. ¿Quieres que nos vuelvan a castigar con la vieja esa? Yo no quiero más, te lo aseguro —enfatiza, mientras comienza a dar pasos lentos hacia mí con las manos ocupadas delante, como si temiera que soy una bomba que en algún momento pudiera estallar.
No me conoces.
—¡No te me acerques! —advierto en un imprudente grito, no queriendo que vuelva a tocarme.
Liam mantiene sus manos en señal de rendición, retrocediendo de vuelta hasta su lugar.
—Bien, solo... no te enojes porque podrí... —se interrumpe al girar. Ha tropezado con su cubo al que no había visto y cae al suelo tras resbalarse con el agua jabonosa que ha derramado. Sin que pueda evitarlo, golpea el estante que no tarda en dejar caer algunos de sus libros encima de él—. Mierda —masculla, yo intento ahogar una risa que no soy capaz de seguir reprimiendo cuando él vuelve a hablar—. Auch.
Veo que lleva su mano izquierda a la cabeza, donde ha caído la mayor parte de los libros, mientras yo no hago más que descojonarme en mi lugar por su situación que no podría ser más gratificante para mí. Me acerco para ayudarlo a recoger los libros que han caído al suelo para que estos no se mojen, pero la risa no me lo permite y me detengo, a la vez que él se levanta y comienza a sacudirse el polvo que le ha caído encima del uniforme.
—No te rías —se queja, limpiando las mangas de su camisa. No se ve enojado, y parece notar divertida la escena, tanto como yo.
—Lo... lo siento, es que... —Me sujeto el abdomen en un vano intento de calmar mis risas, hasta que logro recomponerme y puedo recuperar la compostura para verlo con una amplia sonrisa plasmada en su rostro. La mía desaparece al instante en el que su mirada se mantiene pertinaz sobre la mía y desvío mi cara hacia otro lugar, con las mejillas ardiendo por la vergüenza—. Lo siento, no quise burlarme —hablo si girar a verlo.
No quise hacerlo, y si me disculpo aunque sé que no lo merece, es porque yo no soy como él.
—Pero lo hiciste —añade, su voz exhibiéndose serena.
Suspiro, obligándome a concentrarme, y vuelvo a plantarle cara al percatarme de que mientras yo me divertía, él pudo haberse lastimado. Soy una tonta que a pesar de todo lo que me ha hecho, muestra interés.
No puedo ser tan mala persona.
—Perdón —reitero, sonriendo débilmente. Él me devuelve el gesto con sencillez—. ¿Te encuentras bien, te has hecho daño?
—Estoy bien —asegura en un grácil tono.
Asiento sin saber qué más decir, todavía con su pesada mirada fija en la mía.
De nuevo me siento nerviosa, tensa, y con la boca seca por ese ínfimo gesto. Por eso me dispongo a girar para continuar con mi actividad, pero él me sujeta de la muñeca suavemente para hacer que lo vea, con una sutileza que me parece impropia de su persona y que me con facilidad, me abruma.
—¿Estabas preocupada por mí? —pregunta con su sonrisa, arqueando las cejas con interés.
—Eres un idiota. —Me zafo de su flojo agarre al tiempo que él suelta una carcajada. De inmediato volteo al frente, pero más que para seguir mi limpieza, es para ocultar mi ridícula e inoportuna sonrisa.
Los pasos de la vieja Gertrudis, quien todavía no ha sido capaz de aprender a caminar sin arrastrar los pies, se oyen desde el pasillo anterior. Giro a ver a Liam, que me mira angustiado y enseguida nos agachamos para recoger apremiantes el desastre que ha causado su caída.
—No digas nada si te pregunta, yo me encargo —susurra, tomando un par de libros con celeridad.
—Eres un mentiroso —rebato en su mismo tono—. ¿Qué te hace pensar que voy a confiar en ti?
—No tienes opción —apunta, encogiéndose de hombros.
No alcanzo a contestar cuando la vieja hace acto de presencia, molesta y cruzándose de brazos con esa expresión de odio que jamás la abandona.
—¿Qué pasa aquí? —interroga desdeñosa.
—Déjamelo a mí —vuelve a susurrar Liam. Asiento poco convencida, porque no hay tiempo para discutir, y él se levanta con los libros en manos—. Fue un accidente —empieza a explicar, con ese tono decente que rara vez le he oído—. Tropecé con el tobo, resbalé, y ella creyó que era mejor dejar caer los libros que a mí para ayudarme —continua con su ingenioso relato que no sé a dónde nos llevará.
La bibliotecaria oscila entre uno y otro, recelosa. Y la entiendo, después de todo no estamos cumpliendo un castigo por aventarnos flores a la cara.
¿Desde cuándo él tiene modales, y desde cuándo me deja como heroína para quedar él como el tonto?
—Bue... —intenta responder, analizante, pero él la interrumpe.
—Yo no... —inicia, mas yo le corto.
—Bonetti, por favor...
Esto se va a salir de control si no hago algo.
—Yo tampoco permitiría que ella se lastime, porque eso hacemos los amigos, y lo lamento si usted cree que fue un error —continúa tras interrumpirme, todavía con ese tono ridículamente decente al que no alcanzo a acostumbrarme—. Los libros no se han dañado y de ser así, le aseguro que yo respondería por todo. Disculpe que le haya interrumpido su trabajo —finaliza cabizbajo, fingiendo vergüenza.
Este imbécil...
Si no fuese sido yo quien presenció todo, me habría creído su bazofia.
La mujer pasa su fría y despectiva mirada de uno a otro antes de hablar, y ahora me doy cuenta de que mi garganta se ha secado debido a los nervios.
No quiero un mísero día más de castigo, eso sería un suplicio, y lo peor es pensar que nuestro futuro libre depende de esa horrible gruñona.
—Sigan en lo suyo. —Dicho esto, da media vuelta y se va.
¿Se ha creído esa historia así, sin más?
—Todo arreglado. —Guiñe orgulloso, deja los libros sobre el estante y me mira otra vez.
Niego con la cabeza, reprochándole de este modo aunque quizá ni se da cuenta ni le importa. Él solo sonríe, tan desinteresado y tranquilo, que no puedo evitar no creerle.
—Estás mal de la cabeza, Bonetti —respondo sin despegarle la mirada.
Quisiera preguntarle por qué dijo todo eso, pero me abstengo de hacer cualquier otro comentario con el que pueda salir lastimada cuando se ha portado tan bien estos días.
Él vuelve a esbozar esa sonrisa sincera que rara vez me ha mostrado y que le luce tan bonita, pero que no soy capaz de devolverle.
—Pero no soy tan imbécil como tú crees.
La tarde de ayer al volver a casa, mi humor fue bastante bueno a diferencia de los otros días, y no se debe solo a que terminé los castigos satisfactoriamente, sino que, además, Liam se comportó conmigo como nunca antes lo había hecho.
Y ese mísero cambio, es demasiado para mí.
Llegué a dudar de su comportamiento, pero también intenté convencerme de que él no es tan malo y que tal vez esto podría ser el inicio de una buena relación.
Sí, porque soy ingenua.
Siempre he creído que las personas no pueden ser tan malas y que son capaces de cambiar para mejorar y enmendar sus errores, y nada me impide pensar que con él también es posible. Quizá esté madurando al fin.
Mi humor se mantiene hoy, y así, tan feliz como hace mucho no lo hacía, me dirijo al instituto. Cuando llego no me sorprende ya verlo allí sobre la banca, pero sí me resulta impactante que se encuentre en su rostro esa misma bonita sonrisa de ayer.
—Hola, piojo —saluda cálidamente. Una vez más con un tono que no se parece a lo que él muestra a menudo.
Le sonrío como respuesta a su saludo pero no me detengo, porque nuevamente ha logrado hacerme sentir incómoda con su mirada sobre la mía.
Sigo mi camino hasta el casillero donde dejo mi mochila y camino hasta el salón a esperar a mis amigas que llegan diez minutos más tarde, justo a tiempo para ir a clases de deporte.
Salimos detrás del profesor Ethan hacia las canchas y donde se encuentran los vestuarios para cambiarnos el uniforme.
Después de quince minutos, ya todas estamos listas frente a él, recibiendo las indicaciones, y luego del estiramiento, el profesor nos indica dar siete vueltas alrededor de la cancha. Es en ese entonces que le cuento todo lo ocurrido a mi amiga, desde ayer en el último segundo que nos vimos hasta esta mañana, porque así ella lo exije. Y como es de esperarse, se ha puesto muy contenta porque cree que sus sospechas están siendo confirmadas.
Le habría contado todo ayer, pero al no tener celular, el chismorreo se complica un poco.
Sinceramente no puedo negar que en mi interior se ha albergado un poco de esperanza con respecto a una mejor relación con Liam. Es algo que había deseado hace muchos años cuando era una niña y él decidió hacerme llorar una primera vez, y luego otra y otra, y fue apagando esas ilusiones. Se ganó mi desprecio, es cierto, pero con mi inocencia absurda y mi desbordante estupidez, seguía viéndolo como a alguien muy lindo a su edad, además de divertido.
Algo que siempre me llamó la atención de él cuando lo veía jugar con sus amigos al fútbol, es que parecía otra persona. Lo notaba entregado, despreocupado, y con una capacidad de liderazgo y hacer cohesión en el grupo que me parecía impresionante, pese a que nunca escuché si él era el capitán del equipo. Me daba cuenta de algún modo de que eso, que parecía hacerlo feliz, se ganaba su empeño y pasión, y era algo que me gustaba, verlo moverse con libertad y sonriendo. Todo el tiempo, su sonrisa me pareció muy bonita.
Una hora antes de terminar la clase, el profesor nos sugiere jugar algún deporte y nos decantamos por fútbol, actividad en la que creo ser bastante buena. Finalmente salimos de las canchas y volvemos a los vestidores para asearnos y salir hacia la siguiente clase.
—Entonces... ¿ya no lo odias? —insiste Juliana, con esa pregunta que ha estado haciendo desde el minuto uno, cuando le conté que no es así.
—Sigo sintiendo lo mismo por él, eso no va a cambiar por diez minutos de conversación.
—Ay, no digas eso po...
—¡Arya! —La voz de Andrés, detrás de nosotras, la interrumpe. Él corre a nuestra ubicación jadeando, es por eso por lo que continuamos la caminata, al ver que no se detiene.
—Hola, Andrés —saludo, devolviendo la sonrisa que aún en sus condiciones se empeña en exhibir.
—Ho... —se interrumpe para respirar—. Hola, linda. —Aspira una bocanada de aire, la suelta y se incorpora para hablar nuevamente—. Quería preguntarte si paso por ti a tu casa o te veo en el lugar al que iremos —comenta, todavía con su pecho elevándose frenético por la carrera.
Giro a ver a mi amiga que, al igual que yo, tiene el entrecejo fruncido y parece igual o más confundida.
—¿De qué estás hablando, Andrés? —consulto, dejando salir mi duda.
Andrés se detiene, evidentemente confundido, mi amiga y yo hacemos lo mismo al instante.
—De nuestra salida. Lo hablamos hace días, ¿no recuerdas? —explica paciente, ahora parece dudoso.
Niego lentamente ante su pregunta. No comprendo nada, y no tiene caso negarlo.
—Te juro que no.
—Arya, lo hablamos desde el celular... hace tres días, para ser exactos.
Suspiro con pesadez, dejando salir una risita nasal.
Ya entiendo.
Estúpido Bonetti.
—Andrés, yo no tengo celular hace dos semanas —aclaro, viendo cómo ladea la cabeza, desconcertado.
Esto me demuestra que tenía razón y que tal como pensé, él es ajeno a todas las estupideces de sus amigos.
—¿De verdad? —cuestiona para asegurarse. Afirmo de nuevo con un movimiento de cabeza sin salir de mi asombro. Me muestro calmada, porque me estoy esforzando, pero sé que no pasará mucho tiempo en el que mi cuerpo empiece a dejar salir la rabia que ha estado conteniendo por años. Esto ya es demasiado—. ¿Y qué pasó con tu celular? —añade comprensivo, mirándome apenado.
—Eso no importa. Te juro que no sabía nada de esto, pero me parece bien que salgamos. Solo que el otro fin de semana porque en este tenemos la fiesta de Cam, ¿te parece? —sugiero, porque no creo que haya nada de malo en eso si quiero tenerlo como amigo. Además, no tengo motivos para negarme.
Andrés esboza una sonrisa y asiente, besa la mejilla de cada una y comienza a alejarse por el pasillo, dejándome con una opresión en el pecho que comienza a acrecentarse a medida que su figura se vuelve apenas visible desde la distancia hasta desaparecer por completo, porque con esto, me golpea la realidad.
Todo tenía sentido. Sabía que no podía confiar en él, en que pudiera cambiar o en que siquiera se esforzara por ser una buena persona conmigo, porque jamás será así. Simplemente no puede ser bueno, y yo no puedo ser más estúpida por creer que sí.
—Arya, ¿qué...? —habla Juliana apenas se ha alejado el moreno, pero la interrumpo con mis palabras, más molesta de lo que he estado hace mucho tiempo.
—¡Voy a matarlo!