Otro bostezo prolongado se escapa de mis labios cuando escribo la última palabra en el cuaderno de biología y culmino con un punto final, ya exhausta por tener más de diez horas seguidas en esto, pasando los apuntes de las libretas de mis amigas a otras nuevas que tuve que comprar la tarde anterior.
Ya son las tres de la madrugada, y aunque ya a esta hora no puedo soportar más el cansancio, no he alcanzado a pegar un ojo intentando ponerme al día porque no quiero estar atrasada con los nuevos avances en las clases.
Es mucho lo que he tenido que copiar, pues a pesar de que apenas ha transcurrido el primer mes de clases, los profesores no se han detenido a continuar el curso como si el fin del mundo se acercara y necesitan enseñarnos todo lo que consideran necesario llevar a la muerte, y el dolor de la mano derecha cada vez se hace más insoportable.
Me rindo finalmente, decidida a descansar y continuar con los apuntes de educación sexual la mañana siguiente. Cierro las libretas de Yulia para seguido guardarlas en la otra mochila junto a las mías y organizo todo antes de meterme a la cama con la pijama ya puesta, como suelo hacer cada noche.
Tengo hambre, pero evito bajar porque últimamente soy más torpeza que humana y no quiero que me descubran en mi burda actuación de ratón hambriento esta noche, así que me abstengo de complacer a mis necesidades fisiológicas por hoy y cierro los ojos luego de apagar la lámpara, intentando dormirme rápido por primera vez en mucho tiempo y urgida por descansar.
Creo que hoy puedo decir con seguridad, por primera vez, que mis pocas habilidades para mentir han surtido frutos. Ayer al llegar del colegio, mi madre se interesó por la ausencia de mi mochila, y ya que yo había estado durante todo el camino de regreso a casa ideando mi falsa historia, pude decirle con una tranquilidad que todavía me sorprende que perdí el morral al dejarlo olvidado en una banca del patio durante el desayuno.
Quise convencerme de que me creyó cuando vi su sereno semblante, porque tengo muy claro que es una excusa bastante tonta e inverosímil, y logré convencerlos a ambos cuando nos juntamos en la cena de que ya había reportado la pérdida con el personal directivo para de este modo evitar acrecentar el conflicto. Lo mismo les hice notar con el celular.
En ese aspecto no les pude mentir porque no es algo que se pueda ocultar fácilmente, y luego de que me aseguraron comprar otro si no lo consigo pronto, solo asentí ante su sutil reprimenda, en la que me dijeron que nadie en sus cabales deja su celular en la mochila cuando se le guarda aprecio al imperioso aparato.
Ese no es mi caso.
No me guardé la verdad por Liam, no directamente, sino porque me aterra que al acusarlo se desquite de otro modo con mis pertenencias, pues todavía sigo siendo la tonta que cree que en algún momento él recapacitará y me devolverá todo lo que me quitó.
Todos los días suplico al universo que me aspire la estupidez y me deje con poco o nada como reserva, porque sé que esto no me llevará por buen camino.
Con el mismo fastidio de estos últimos días me preparo para ir a clases. Hoy menos que nunca tengo ganas de ir, sobre todo porque no alcancé a dormir, me encuentro excesivamente cansada y sé que estaré insoportable. Ni siquiera me sorprenderé de pasar el día entero recibiendo quejas de Juliana por encontrarme más irascible que de costumbre.
Me preparo y después de desayunar, me voy al colegio donde sé que me espera el interrogatorio en primicia de mi mejor amiga. No hablo con ella desde ayer por la noche que me llamó al teléfono de la casa para saber cómo había ido mi día, pero solo por fastidiar, porque ahora cuando me vea, me obligará a que le cuente todo una vez más porque ella necesita ver mis reacciones en persona.
Las historias que le narro pueden ser las trivialidades más tontas del mundo, pero ella les añade mucho drama y efectos especiales que van desde exagerados suspiros, brincos, gritos, saltos, entre otras cosas. Puede ser una actividad muy fastidiosa en ocasiones.
No tengo muchos ánimos, y si estos pensaban aflorar, sé que ahora desparecerá la posibilidad por completo, porque mi día no empezó bien y ahora empeora al ver al culpable de mis desvelos y desgracias frente a mí, esbozando esa sonrisa ufana como siempre cuando consigue despegar la mirada de su celular para verme. Mis ojos no pueden expresarle más que odio al verlo ubicado en esa misma banca junto a su otro amigo castaño, Christian, y sé que ellos lo saben, porque ese gesto de labios cerrados se ensancha aunque sorpresivamente, más en el otro que en él.
Su amigo parece susurrarle algo y yo me apresuro a seguir, pero no tardo en escuchar su voz de todos modos antes de que consiga hacerlo.
—Piojosa —dice su amigo, viéndome sin dejar de sonreír—. ¿Ya recuperaste todas tus clases? Puedo pasarte algunas fotos si quieres —apunta, y ladea la cabeza al instante, analizando lo siguiente que va a exponer—. ¡Ah!, es cierto que tampoco tienes tu celular —culmina con un puchero de falsa pena, antes de chasquear la lengua con burla—. ¡Qué lástima!
—¿Por qué no te vas a la mierda? —expongo seria, viendo que sonríe más.
—Solo si vas conmigo. Te prometo que será divertido —dice después de reír.
Respiro profundamente y le muestro mi dedo de en medio. Jamás lo había tratado antes, pero ya logra sacar lo peor de mí.
Liam no dice nada y me sorprende, pero tampoco me detengo y continúo mi camino hacia adentro. No puedo esperar que él alguna vez esté de mi lado ni me defienda.
Me ubico en la misma banca de siempre frente a la fuente de mármol en el patio principal, donde espero a mi amiga que no tarda en llegar con sus preguntas estudiadas para mi interrogatorio, tan invasiva como Rita Skeeter, la reportera del mundo mágico de Harry Potter, solo que sin la pluma a vuelapluma. Eso sería el colmo.
Contesto con fastidio hasta que la hora de ir a clases llega, pensativa porque durante nuestra conversación, sugirió que sería buena idea hablar con Andrés para que me ayude a recuperar las cosas. Me negué, evidentemente, no solo porque pienso que él es buena persona y no tiene nada que ver con las idioteces de su amigo, sino porque no quiero que ahora también empiecen a molestarla a ella.
Sé lo terca que es, y que ahora la que debe convencerla para que no haga una estupidez soy yo.
Las clases transcurren con normalidad hasta el final del día e incluso recuerdo que el castigo ha sido más llevadero, con excepción de la molestia que surgió en mi nariz por haber limpiado sola una vez más, pues mi odioso compañero no se dignó a colaborar.
No me ha molestado con palabras, insultos y ni siquiera con miradas, y eso ya es algo. Además, evité molestarme porque sé que cuando acabe de limpiar mi sector estaré más que satisfecha de terminar con esa tortura y dejar de compartir espacio, mientras él sigue sufriendo un tiempo más por ser tan irresponsable. Es lo menos que se merece, y esa idea me ha mantenido tranquila aun ahora, que me dirijo a la casa de mi mejor amiga porque le invité un helado y pasaré a recogerla.
Camino dos cuadras desde mi casa hasta llegar a la parada de autobuses, no solo porque quiero despejarme y quizá este medio es buena opción, sino porque sigo queriendo evitar conducir mientras pueda.
Después de un rato esperando y observando embelesada a todas las personas que se sumergen sin darse cuenta en su propio mundo, subo al transporte público que no demora mucho más de dieciocho minutos en dejarme cerca de la casa de mi amiga.
Recorro con calma una calle más hasta llegar, deleitándome con las vistas de su residencia, y atravieso la reja que se encuentra sin seguro para tocar el timbre en la puerta principal que no tarda en ser abierta.
—Arya, ¿cómo estas, cariño? —La madre de Juliana, Paula, me recibe con un abrazo que le devuelvo con el mismo afecto.
Le tengo mucho aprecio, y estos gestos cariñosos surgen solos en este tipo de vínculos que se han nutrido con los años.
Le respondo del mismo modo a su pregunta, a la vez que nos separamos. Ella se hace a un lado para dejarme pasar y cerrar la puerta detrás.
—Ya Juliana está por venir, si quieres sube a su habitación y les llevo algo de comer en un momento —indica sonriente, con un pie más lejos que cerca de mí en señal de huida. Seguramente tendrá algo en la estufa que corre el riesgo de quemarse.
—Creo que voy a esperarla por acá, igual nos iremos pronto —exteriorizo, después de pensarlo unos segundos.
La señora asiente y se retira hacia la cocina, dejándome en la sala repleta de recuerdos. Aquí también he vivido mucho de mi infancia, e incluso hay más de una foto que tenemos en compañía de la familia expuestas en la habitación, que se baña casi en su totalidad por el color blanco, gracias a lo cual se ve extensa.
Los cuatro sofás individuales, blancos, que se acompañan con cojines del mismo color y algunos otros beige, se separan por una cuadrada mesa de café marrón oscuro que se impone en medio. Todos se ubican sobre una alfombra de nylon de este último color, justo en el centro de la sala en los pisos de porcelanato liso también blancos.
Las paredes cubiertas por ventanas francesas redondeadas y el techo de yeso, mismo que posee incrustados varios ojos de buey LED, son en su totalidad blancos; y tiene como mayor distintivo, la chimenea que se encuentra en medio de los ventanales vestidos con cortinas en tonos marrones, flanqueada también por un par de plantas de interior que alcanzan gran altura hacia el techado.
Un puff rectangular violeta destaca de extraña forma en la habitación frente a la chimenea, adjuntado por Juliana. Ella odia el color blanco, y además de que asegura que a este espacio que a mí me parece perfecto le hace falta un poco de vida, afirma que también debe añadir su toque. Su madre no estuvo de acuerdo, pero su papá la consiente en todo y a la señora Paula no le quedó más opción que aceptar, aun cuando considera que se ve opacada, gracias a aquel mueble, la belleza de su espaciosa sala de socialización.
—¡Arya! —La voz de Luciano, el hermano menor de Juliana que tiene siete años, me extrae de mi escrutinio.
Sonrío cuando se lanza a mis brazos y lo rodeo con cariño, besando su frente un par de veces antes de que se aparte y me examine con sus grandes y brillantes ojos oscuros cargados de ilusión, cubiertos un poco por los mechones de su cabello azabache. Él es bastante parecido a mi amiga, con excepción de que la piel de Juliana es mucho más pálida.
—Pequeñín, ¿cómo estás?
—¡Bien! —exclama entusiasmado, con esa vitalidad que caracteriza a los niños—. Estoy jugando con los transformes que me regaló mi papá ayer —informa, elevando dos juguetes extraños y bastante feos que sostiene en cada mano.
—Están muy bonitos —miento para no disminuir sus ánimos.
Luciano solo sonríe, y luego regresa por donde vino sin decir nada más.
Los niños son extraños.
Me sumerjo en mis pensamientos un rato más cuando el entusiasmado niño me deja sola, hasta que escucho sonar el celular de Yulia sobre la mesa de centro. Me inclino un poco para tomarlo porque soy curiosa y deslizo el dedo por la pantalla marcando la contraseña que ya me conozco bien, que tiene relación con ella este mes y que es igual a la mía, y no me sorprendo al ver que es un mensaje de Andrés.
Lo medito unos minutos porque es su privacidad y sé que no está bien revisarlo, pero la curiosidad y la duda que me quedó plantada desde la mañana son más fuertes y abro el chat para profundizar en la conversación, pero me arrepiento al ver que efectivamente hablaban de mí. Ella estaba por decirle lo del robo de mi mochila, lo cual me hace enojar porque se lo supliqué y faltó a su palabra.
No alcanzo a leer al completo el último mensaje cuando dejo el aparato de vuelta en la mesa, porque los conocidos pasos de mi amiga se hacen oír desde la escalera.
Me altero fácilmente, pero permanezco en mi lugar intentando disimular que estaba husmeando en su privacidad cuando ella baja y me saluda con su monótona alegría.
No le contesto más que con una sonrisa; me pongo de pie y camino directo hacia la puerta, escuchado que se despide de su madre antes de seguirme el paso hacia el exterior, donde dejo de morderme el labio para hablarle.
—¿De qué estabas hablando con Andrés? —inquiero, físicamente serena y viendo cómo aprieta sus labios hacia adentro al sentirse descubierta.
—Lo que te dije, solo quiero ayudarte a recuperar tus cosas y pienso que él es el indicado —explica, mirándome suplicante para que la comprenda. Lo hago. Entiendo, respeto y valoro sus intenciones, pero antes hablamos de que no lo haría y eso es lo que me causa un poco de molestia—. Necesitaba a alguien que nos ayudara.
—Te dije que no hicieras nada. No es por mí esto, Yul, te lo expliqué. No quiero que te moleste también a ti. Te entiendo, te dije que comprendo tus intenciones y te lo agradezco, pero no quiero que lo hagas cuando ya me lo has prometido, ¿qué pasó con el odio a las mentiras? —consulto tranquila. Sé que di en el punto y ya lo entendió, ella me lo demuestra con su mirada culpable.
—Solo quería ayudar —justifica.
—Lo sé —digo después de unos segundos en silencio—. Y lo siento. Pero... ya no le respondas a Andrés por más que él insista. Puede que ni siquiera haya estado enterado y lo estamos metiendo en esto.
—No estoy tan segura.
—Yo sí, y sé que él no lo habría permitido o eso espero, porque las pocas veces que hemos hablado se ha portado muy lindo conmigo. —Suspiro exhausta. No puedo estar enojada con ella por mucho que lo intente por más de una hora, mucho menos cuando lo que hace es preocuparse por mí—. Ahora vamos, no diré que te amo porque ahora no te lo mereces —añado sonriente, viendo que ríe para acercarse a mí y luego iniciamos la marcha, con ella rodeando mis hombros con su brazo.
—Está bien. Discúlpame por hacer lo contrario a lo que me pediste.
—Olvídalo, eres increíblemente necia, pero sé que ya lo entendiste y tampoco puedo vivir sin ti.
—Claro, porque me amas —canturrea, zarandeándome. Ni siquiera le contesto—. ¿Vamos a ese parque que tanto te gusta?
Asiento con la cabeza.
Tengo dos lugares preferidos en el mundo. El primero está en mi casa, es un apartado del patio lleno de vegetación en el que tengo mi casa del árbol desde siempre. Cada vez que necesito pensar o estar sola, voy allí, y es el sitio donde he escrito la mayoría de mis canciones. Juliana es de las dos personas que lo conoce además de mi familia, claro está, ella se lo ha ganado, pero en este momento siento que no puedo estar ahí llenándolo de toda esta basura que me atormenta. El segundo es este parque que se encuentra frente a mi heladería favorita. También es tranquilo, bonito y fresco, solo que no tanto por ser más concurrido.
Al llegar, Juliana se adentra a la heladería y yo la espero fuera en una de las bancas, hasta que vuelve con un helado de chicle para ella y uno de vainilla con canela que recibo agradecida. Siempre es la misma elección para ambas.
—¿Quieres hablar? —pregunta, mientras se ubica a mi lado. Suspiro viendo al frente y no contesto, por lo que ella sigue—. ¿Qué tan mal te estás sintiendo? —agrega comprensiva, antes de continuar con su cono.
Yo no he alcanzado a probar el mío, por eso agradezco que mi opción sea siempre pedir una copa.
—No lo sé. He aguantado mucho y le he tenido tanta paciencia, que siento que pronto llegaré a mi límite y me asusta, Yulia. No es por él, sino por cuál podría ser mi reacción cuando explote... Ya ni siquiera sé cómo sentirme, solo sé que me enoja mucho que haya superado la barrera, que se comporte peor que antes y me quitara mis cosas... Sé que es material, pero sabes que esa libreta es importante para mí porque me la obsequió mi abuelo y la he tenido desde siempre. También estoy confundida, porque por más que lo pienso no alcanzo a entender por qué tiene esa actitud conmigo.
—Lo sé —acota con voz queda, seria. Ni siquiera come de su helado, lo mantiene en el aire y alejado de su boca, y sé lo difícil que es para ella resistirse a la comida. Suspira con sonoridad, y luego sigue, como si fuese un tema muy importante y que le turba el que continuará—. Y si no me equivoco, has estado pensando de nuevo en irte del colegio, ¿verdad?
Asiento con lentitud. Lo he pensado, pero no por lo que ella cree. Hace tiempo estaba firme con esa decisión aunque sabía que debía contarles a mis padres la razón y no se lo tomarían bien, pero he crecido y madurado, y ya no percibo la idea como hace dos años.
—Sabes que si eso es lo que quieres, me guindaré como garrapata a ti. No pienses que te vas a deshacer de mí tan fácilmente —matiza jocosa, haciéndome reír.
—Jamás sería tan egoísta para desprenderte del lugar en el que hemos crecido. Me encanta allí, y aunque todavía me angustia esto, no quiero irme... no lo haré. No pienso darle el gusto, eso es lo que él menos se merece.
—Tienes razón, y... ¡Ya sé! —anuncia luego de su pausa, como si se le acabase de ocurrir una de esas desastrosas ideas que siempre me asustan. Espero expectante—. Podemos acusar a Liam y así lo frenaríamos, o en todo caso es él quien tendría que irse. ¿Qué opinas, Ari?
—Si no lo han expulsado antes, ¿qué te hace pensar que lo harán ahora? —interrogo, bajándola de su nube de fantasía—. El director le tiene aprecio, es buen jugador y buen estudiante, no le conviene perderlo.
—Bueno, pero podemos arreglar algo que supere todo lo que él ha hecho antes con sus amigos y lo hacemos ver como culpable.
Sonrío. Me divierten mucho sus planes, esos que narra con tanta ilusión de niña.
—Sabes que no haré eso, no podría cargar con ese peso en mi consciencia. ¿Te acuerdas cuando no te regalé aquel único caramelo que me quedaba y después me sentí muy mal? Imagina hacer algo peor.
—Es que eres demasiado buena, a veces te admiro, pero casi siempre quiero matarte... —expone tras un resoplido, consiguiendo que ría otra vez, y ahora sí empiezo con ese postre que se esfuerza por convertirse en jugo—. Pero ese no es el caso. Mira, él ya tiene un peso y no le importa.
—Pero es su peso, y yo no soy como él. No puedo, Juliana, la satisfacción no duraría mucho y lo sabes. Además, no creo que le pese ser una mala persona, de ser así, su actitud cambiaría.
—Sí, es cierto. Entonces solo espero que estés tomando la decisión correcta y yo, personalmente, ansío que las cosas cambien para bien. Tengo la esperanza de que eso que creo es real —dice, y antes de que me queje por tocar de nuevo ese tema, ella sigue—. Ahora, desviándonos un poco del asunto, ¿qué tal estuvo el castigo hoy?
—Hoy no estuvo tan mal. ¿Puedes creer que llevó una manzana para compartir conmigo? —señalo anodina, frenando su intención de comer del helado.
—¿En serio? Eso es genial, Ary... —Suelto una carcajada que la interrumpe, y que consigue hacer desaparecer la ilusión de su mirada—. ¿De qué te ríes? —pregunta confundida, arqueando las cejas.
—¿Crees que si eso fuese ocurrido, estarías sentada aquí hablando sobre mi malestar y habrías tocado el punto de mi mudanza a otro colegio? —ataco burlona, logrando que me mire mal.
De cualquier modo, su expresión se desvanece al instante para seguir con entusiasmo y el helado.
—¿Te imaginas que alguna vez puedan llevarse bien?
—No me interesa llevarme bien con ese, créeme —garantizo soltando otro pesado suspiro, desviando la mirada hacia el frente.
Mi amiga suelta otra carcajada a la cual no le veo sentido. Ella sabe que mi odio no ha sido infundado jamás, pero no le comento nada. Prefiero ahorrar saliva y comer de mi postre.
—¿Por qué no? —insiste interesada.
Porque me da miedo.
Antes me habría encantado la idea, pensaba en lo bonito que eso sería, pero ahora no me atrevo a pensar en eso nunca más para que mis ilusiones se rompan de súbito. No quiero ser más una niña herida.
—Porque él no merece mi esfuerzo ni mis energías... Solo por eso, y simplemente porque no.