YSBLF_ El Matrimonio (Parte I...

By MargySilva

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Después de haberme aventurado a narrar el noviazgo de Armando y Betty, yo, su servidora, me dispuse a zarpar... More

CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
CAPÍTULO XXII
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXVIII
CAPÍTULO XXIX
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
CAPÍTULO XXXIII
CAPÍTULO XXXIV
CAPÍTULO XXXV
CAPÍTULO XXXVI
CAPÍTULO XXXVII
COMUNICADO
CAPÍTULO XXXIX
CAPÍTULO XL
CAPÍTULO XLI
CAPÍTULO XLII

CAPÍTULO I

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By MargySilva

LA  TERCERA NOCHE

¡Los declaro marido y mujer! Dijo el sacerdote, y aquella frase volvió de otro color mi realidad. De pronto, todo adquirió más intensidad, más claridad, como si todo hubiera encontrado su orden natural. Mi lugar era ser la esposa de Armando Mendoza, y si me preguntaran en este momento, diría que creía en que sería para siempre, incluso más allá de la existencia material de mi cuerpo, yo siempre lo iba amar a él y a nadie más.

El me quitó los lentes para besarme frente a los invitados, frente a Dios, y ese roce de labios produjo una explosión por dentro de mí, como si fuera nuestro primer beso. Armando fue dulce, amoroso, delicado. Abrí los ojos y a pesar de mi ceguera, lo vi más bello que nunca. Me sonrió y me tomó de las manos para salir de la iglesia. La gente se agolpó a nuestro alrededor para despedirnos, para abrazarnos y darnos sus buenos deseos.

--Mi niña, que Dios me la bendiga en esta nueva etapa. En la maleta le eché un babydoll –Me dijo mi mamá al oído cuando me abrazó. Sus ojos estaban turbios por las lágrimas—

--Betty, ya sabe, no se le ocurra meterse al mar, usted no sabe nadar. Nos llama cuando llegue. La amamos, hija—–Dijo mi papá cuando me abrazó--

--Betty, estoy orgullosa de usted. Nadie más se merece toda esta felicidad –Me dijo doña Catalina y me abrazó. —

-- Está preciosa, Betty. Que sea muy feliz—Me dijo Doña Inesita, y tuve que agacharme un poco para abrazarla—

--¡Mis astros me lo dijeron, usted le iba a cambiar la vida a don Armando y el a usted! Felicidades, Betty—Me dijo Mariana—

--¡Pilas, Betty! Ahora sí nada de excusas, ¡Disfrute de su esposo, el doctor papito! –Me dijo Aura María, entre risas—

-- ¡Felicidades mi doctora de la brillante inteligencia! Que les aproveche el viaje—Me dijo Freddy—

--Ay, Betty, que boda más emotiva. La mejor que he visto—Me dijo Sandra al abrazarme—

-- Felicidades, Betty, que Dios bendiga su matrimonio –Me dijo Sofía—

-- Betty, ya sabe que cuenta con mi hombro para lo que necesite. Felicidades, y perdón por ponerme melancólico—Me dijo Nicolás, y pude sentir su leve aliento a alcohol—

--Nicolás... ¿Qué le pasa ahora? ¿Otra vez sufriendo por mujeres? --Le interrogué y negué con la cabeza--

--¡Vaya, Betty, Vaya! no se preocupe por mí— Dijo Nicolás.--

--Nos quedó debiendo el banquete de bodas, Betty—Dijo Berta entre risas—La queremos—

A fuera de la iglesia no había una limosina con un rótulo que dijera "Recién casados", tampoco un carruaje con caballos, solo estaba el carro deportivo de Armando esperándome en la esquina siguiente de la iglesia. La gente de los alrededores todavía estaba a fuera esperando que saliéramos. Nuestra boda, aunque sencilla, había causado algo de revuelo en el barrio.

--Mi amor, ¿me esperas un momento?, voy a traer el carro para que no tengas que caminar hasta allá—Me dijo Armando, y a sus palabras yo asentí—

--Betty, no pude felicitarla allá dentro. Bienvenida a la familia –Me dijo doña Margarita—

--Betty, felicidades. Que disfruten del viaje –Me dijo don Roberto, y me besó en la mejilla—

Armando se estacionó frente a la iglesia, se bajó un momento para abrirme la puerta y cuando hube estado sentada en el asiento del copiloto, cerró la puerta. Yo saludé a los invitados con la mano donde sostenía mi ramo de rosas.

--¡Betty, Betty! ¿Se piensa ir sin soltar ese ramo? ¡Qué tal! ¡Aviente el ramo! –Exclamó Aura María--

Por un momento olvidé lo tradicional que era aventar el ramo de novias. Hasta que Aura María lo mencionó me acordé que lo cargaba a todos lados, como si fuera una extensión de mi brazo.

--Vamos, mi amor—Me instó don Armando—

Creo que Armando se refería a que metiera la mano para poder cerrar la ventana, pero yo en cambio, salí por la puerta corrediza del techo del carro, para lanzar el ramo de rosas.

--¡Vamos, Betty! ¡Aquí!! –Gritaba Aura María, agazapada esperando dar el salto más grande de su vida—

--¿Listas? –Grité yo— ¡Ahí va! –Lancé el ramo por los aires—

--¡Lo tengo! –Dijo Aura María, que de pronto estaba descalza y un poco despeinada, pero había cogido el ramo—

Yo me alegré de que hubiera caído en sus manos, sin embargo, me hubiera gustado darle un ramo a cada una del cuartel que deseaba acabar con su soltería.

Vi a Nicolás al lado de doña Catalina, me miraba con esa expresión que siempre hacía cuando le habían roto el corazón.

--¡Doña Catalina!—Alcé un poco la voz para que me escuchara—

--Dígame, Betty—Dijo doña Catalina, cuando se acercó a la ventana del carro—

--Muchas gracias por todo, doña Catalina. Le quiero pedir un último favor. ¿Podría estar pendiente de Nicolás? , es que lo veo como raro, como deprimido–Le dije—

--Claro, Betty. Por favor, no se preocupe por nada. Yo me encargo de Nicolás. En este momento su deber es ser feliz y disfrutar de su luna de miel —Me dijo y me besó la mejilla—

No sé por qué le había pedido a doña Catalina que cuidara de Nicolás, si Nicolás apenas hacía poco había empezado a tratar con ella. Pero lo cierto es que sentí, cuando la vi parada ahí despidiéndome con una mano y una sonrisa, que ella tenía un don para aliviar los corazones rotos.

En el hotel La fontana de Bogotá, Armando había reservado una suite para dos. Ahí íbamos a pasar nuestra primera noche de bodas. El personal del lugar fue muy amable, nos recibieron como si hubieran estado esperando por nosotros hacía mucho tiempo.

--Buenos días señor y señora Mendoza. Bienvenidos al hotel La Fontana. Mi nombre es Juan Domínguez, es un placer recibirlos. Su suite está lista ¿me permite? –Dijo el joven, señalando nuestras maletas—

El joven de nombre Juan orientó a otra persona que se hiciera cargo de nuestro equipaje, que consistía solamente en dos maletas grandes y una mediana.

--Por favor, acompáñenme, les voy a mostrar la suite—Dijo el joven—

Armando me tomó de la cintura y juntos caminamos hacia el ascensor. El ascensor se detuvo en el sexto piso, y entonces las puertas se abrieron a un pasillo alfombrado, de paredes cubiertas por tapizados rústicos.

El joven abrió la puerta con una tarjeta. Nos hizo un ademán para que entráramos primero, pero Armando se apresuró a levantarme por los aires, con total naturalidad y sin dificultad.

--¡Upa upa, mi doctora!—Dijo Armando, cuando me tomó en sus brazos. Yo no pude evitar sonrojarme—

--Aquí tiene su llave, señor Mendoza—Dijo el joven, entregando la tarjeta con que había abierto la puerta de la suite-- Que disfruten su estadía con nosotros. Le recordamos que tenemos restaurante....

--Sí, sí, no se preocupe, ¿sabe qué? Apague la luz, cierre la puerta y váyase, gracias—Dijo Armando, ansioso porque nos dejaran solos—

--Gracias—Le dije yo—

Armando y yo nos sostuvimos la mirada desde que me levantó por los aires. Él sonreía y se le formaban los hermosos hoyuelos. Me di cuenta que yo también estaba sonriendo al verlo tan feliz. Me llevó hasta la cama y con delicadeza me acostó ahí, sin quitarme la mirada de encima.

--Ay, Dios mío, por fin solos –Musitó, y se quitó los anteojos—

Yo no llevaba lentes desde que el me los había quitado en la iglesia, pero mis ojos ahora no lo necesitaban, porque en todo el camino el me guio y me sentí segura caminando a su lado.

Me besó tiernamente los labios.

--Espere un momentico ¿sí?—Le dije yo, recordando que mi mamá me había echado un babydoll en la maleta—

--¿Por qué? –Dijo Armando, suspirando—

--Eh... es que tengo que ir al baño –Musité—

--¿Al baño? ¿Y cómo a qué? –Dijo Armando, con impaciencia—

--Es que mi mamá me empacó un baby doll en la maleta para que me lo ponga esta noche –Me eché una risa nerviosa, mientras jugaba entre mis dedos con el ramillete de rosas que colgaba de la solapa de su traje—

--Eh, Beatriz, yo creo que le podemos decir a su mamá que el baby dool sí se lo puso, que a mí me encantó, pero, en este momento, no, no nos vamos a poner nada y usted no se me va mover de acá ¿vale? –Me dijo el, con una sonrisa pícara dibujada en el rostro—

Me besó tiernamente los labios y luego apagó la luz. Apenas una pequeña vela dentro de un candil alumbraba la habitación.

Sus labios se posaron en mi cuello y empezó a besarlo con ternura, pero después con más pasión, provocando un mariposeo en mi estómago. Yo sentía su ansiedad y nerviosismo, tan fuerte como el mío. Nuestros labios se encontraron y nos besamos, con ardor, con ternura.

--Ay, doctor, espere un momentito—Reí al sentir que su rodilla aprisionaba mi vestido y que no me podía acomodar mejor en la cama—

--¿Qué pasó?—Dijo Armando—

Él estaba sobre mío. Se hizo a un lado para que yo pudiera sentarme en la cama y encender la luz. Entonces vi sus ojos abiertos como platos, pensando quién sabe qué locura que yo le iba a decir. ¿Pensaría que lo haría esperar más tiempo? "Pobrecito, mi cabezoncito, si supiera que me estoy muriendo como el, que solo le voy a pedir que nos protejamos", pensé yo.

--Es que...tenemos que cuidarnos. Eh, no me gustaría quedar embarazada tan rápido. Todavía tenemos mucho trabajo en Ecomoda. —Le dije, entre risas nerviosas al ver su expresión—

--Yo sé, mi amor, pero no, tranquila. Nada nos va a pasar, yo estoy seguro ¿sí?—Me dijo, con toda la confianza del mundo y me beso una, dos, tres veces, con la misma ternura. —

--Pero...—Traté yo de refutar, pero al ver sus ojos impacientes no pude continuar—

-- Betty, confía en mí—Repitió el, con una sonrisa en los labios pintados de mi labial—

---Pero...

—Pero ¿qué? Nada...---Musitó entre medio de un beso tierno y apasionado a la vez--

Me pidió que apagara la luz y así lo hice.

A penas todo quedó a oscuras, el buscó mi comodidad, me quitó las almohadas de la cabeza y, con sus dedos, encontró la forma de soltar la trenza que llevaba y con ello las rosas que la adornaban se desprendieron. Mi cabello quedó tendido en la cama, y el olor de mi champú inundó al aire. Entonces él pasó sus dedos por mi cuero cabelludo e hizo un masaje que no sabía que necesitaba hasta sentí el efecto relajante que produjo en mi cuerpo.

--Doctor... ¿Qué hace?—Inquirí yo, intentando levantarme para besarlo—

--Déjeme mimarla un rato, Beatriz –Me susurró, mientras me acariciaba la nuca y el cerebelo con sus dedos—

A pesar de que mi vestido llevaba un forro y que la tela era pesada, pude sentir su miembro erecto, tan cerca, tan vivo. Me apresuré a quitar su corbata y luego su camisa, pero los ojales eran pequeños y se me dificultó un poco la tarea. Cuando terminé de desabotonarla, él se deshizo de ella y me encontré con su pecho suave, cálido, pulcro, oloroso, y lo que se me antojó fue besarlo, abrazarlo, arrullarme en él. Lo acaricié con parsimonia, en un proceso donde volvía a descubrir las curvas de sus músculos, de su abdomen que se movía al respirar en un vaivén lento.

--Lo amo, Armando—Le dije y lo atraje hacia mí, para poder acariciar su espalda—

--Yo la amo a usted, mi amor—Respondió el—

Nuestros cuerpos temblaban como si fuera nuestra primera vez. Él sabía mejor que yo cómo hacer el amor, sin embargo, temblaba, jadeaba, estaba nervioso igual que yo.

--¿Tienes frío? –Me susurró—

--Un poco...--Dije, y seguí acariciando su ancha espalda. Él me pasó un brazo por los hombros y me levantó el torso para bajar el cierre de mi vestido—

Cuando llegó al final del cierre, un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo porque sus suaves manos acariciaron mi espalda baja y todavía más abajo, cerca del inicio de mis glúteos. Cuando el vestido estaba a mitad del camino hacia el piso, me adelanté para desganchar los gafetes del strapless, pero él me detuvo con una mano.

--Beatriz, déjeme que sea yo que la desnude, usted no haga nada, por ahora...--Musitó—

Sentí su aliento cerca de mi rostro cuando dijo aquello, y dos segundos después, capturó mi labio inferior con sus dientes y lo mordió suavemente. Mientras nos besábamos, sus manos le daban un masaje circular a mis senos, los cuales se alegraron de aquel tacto suave y gentil. Desenganchó los gafetes de mi sostén con una sola mano, mientras con la otra seguía acariciando mis senos, mi abdomen, mi cuello. Mi torso quedó desnudo al fin, y sus manos no dejaron de jugar en la curva de mi cintura, que no era muy sinuosa, en la curva de mis senos, que de pronto se agradaron, se compactaron como una montaña.

Yo cerré mis ojos, dejándome llevar por él, me entregué a él. Levanté un poco la pelvis para que terminara de quitarme el vestido, el cual rodó en el piso. Llevaba puesto un bikini de encaje color blanco, igual que el strapless, y así como hizo con el sostén, no lo quitó en el momento, si no que acarició antes mi abdomen bajo, mis glúteos, mis piernas, que se estremecían levemente con su tacto.

Yo quise hacer mi parte, así que desabotoné su pantalón y después le bajé el cierre. Acaricié su miembro con timidez, pero él me tomó de la muñeca, en un acto para que no continuara.

--¿Qué pasa?—Inquirí yo—

-- Es mi turno, Beatriz. Deje que termine yo y después le toca a usted, picarona—Musitó—

Posó sobre mis pezones sus labios húmedos por mis besos y jugó un rato con su lengua sobre ellos, aquello me provocaba ternura, placer, un revoloteo de mariposas en el estómago. Con su dedo índice, trazó una línea desde el centro de mi pecho hasta el inicio de mi sexo. Yo me estremecí cuando desembocó en aquel lugar, que llevaba tanto tiempo esperando aquel momento.

Mi corazón palpitaba desbocado, y pensé que tal vez podía escuchar su ensordecedora marcha. Puse mi mano sobre su pecho para comprobar si el padecía lo mismo que yo, pero no escuché nada más que el sonido de sus labios presionando contra mi piel desnuda. Besó el hueso de mi pelvis, mi entre pierna, mis rodillas, mientras acariciaba también mis glúteos con una mano y con la otra mis senos.

Durante todo este tiempo había estado sobre mí, de rodillas, mientras aprisionaba mi pierna izquierda entre las suyas, que eran largas y fornidas. Sentí el calor, la pasión que emanaba su sexo erecto.

Por un momento, se quitó de encima de mí y me alzó entre sus brazos, como si yo fuera una pluma. Me movió al centro de la cama para que a ambos lados quedara un amplio espacio. Abrí los ojos cuando escuché que mandaba a volar las almohadas al piso.

--¿Qué haces, mi amor?—Le dije, entre risas, porque no entendía qué hacía—

--No necesitamos tantas almohadas—Me dijo—Con una es suficiente—

--¿Sí? —Le dije y solté una risa nerviosa—

La forma en que él y yo nos leíamos el cuerpo y la mente, cómo nos íbamos sincronizando, sin hablar, hasta conseguir que yo ocupara la postura que él quería, era sorprendente.

Yo busqué su rostro, acaricié su nariz larga, sus cejas pobladas, las entradas de su frente, como en un último reconocimiento, antes de que sus talentosas manos encontraran la forma de ponerme en la posición en que me encontré después sin darme cuenta.

La posición en que estaba era mi favorita, y él lo sabía. Me había puesto una almohada debajo de la pelvis, de tal manera que mis hombros quedaron hacia abajo y las palmas de mi mano hacia arriba. Ladeé mi rostro hacia la izquierda y el me besó la mejilla, la cien, mi oreja, todo aquello sin apuro, con delicadeza.

El siguió acariciando mis glúteos, jugando a que me quitaba o no la prenda interior. Presionaba suavemente los músculos desde la parte superior hasta mis extremidades logrando que mi cuerpo se relajara por completo.

Después de unos minutos de aquel juego de caricias deliciosas, de masajes, el me apartó un mechón de cabello de la oreja y me susurró al oído:

--Mi amor, es su turno. ¿Me vas mostrar tus trucos? –Me mordió el lóbulo de la oreja—

Yo sonreí a sus palabras.

Yo me impulsé con los brazos y me senté de rodillas en la cama. Me recogí el cabello en una moña improvisada. Lo busqué a tientas y me topé con su rodilla, el seguía llevando los pantalones de vestir, así que ésta vez me tocó a mí quitárselos. Cuando hubo quedado solo en ropa interior, me senté sobre su pierna derecha, y la aprisioné entre las mías como él había hecho antes conmigo. Mi sexo cayó sobre su rodilla y yo me estremecí. Entonces el me jaló con delicadeza hacia su pecho, el cual era increíblemente cómodo y calientito. Acarició mi rostro con una mano, me rozó los labios con sus dedos, me acarició la espalda, el cuello, y pasó sus dedos por mi cabello esperando encontrarlo suelto. Aquellas manos divinas hacían vibrar cada poro de mi piel y yo no podía concentrarme en lo que tenía que hacer. Él quería que yo le mostrara mis trucos, lo cierto es que todos los trucos surgían en el momento, no lo tenía todo premeditado, y en aquel precioso momento no surgió ninguno porque él seguía siendo un gran distractor.

--Mi amor, por favor, deje que ahora yo lo acaricie. No me puedo concentrar si usted hace eso –Le dije, cuando sentí su mano intentando entrar en mi bikini. –

Empecé por besar su pecho, sus pequeños pezones, su abdomen plano, después froté sus pectorales, una y otra vez. Puse las palmas de mis manos sobre cada uno y presioné con el peso de mi cuerpo hasta que su espalda tronó y el dejó salir una exhalación.

Le froté los hombros, el cuello, tal y como pensaba que se hacía en un masaje, con más insistencia en aquellas partes donde el músculo estaba tenso. El exhaló un par de veces más y pude sentir que su cuerpo se estaba relajando. Mis senos pendían desnudos sobre su pecho, y el intercalaba sus caricias y sus juegos entre ellos y mis glúteos.

Mi rostro y el de él estaban cerca, nuestras narices se rozaban, nuestras bocas se encontraban y se unían en un beso húmedo, caliente, excitante.

Aquel juego duró tal vez unos veinte minutos, así que yo me dispuse a subir de nivel, ir un poco más lejos.

Sin decirle una palabra, le quité la ropa interior, claro, con un poco de su ayuda. En las dos veces que habíamos hecho el amor, nunca había visto su sexo, solo lo había acariciado, lo había sentido dentro de mí, pero todavía me seguía sonrojando al pensar en lo grande, curvo, perfecto, y en lo delicioso que fue cuando se encontró con el mío. Me puse nerviosa y él se dio cuenta. Me llevó una mano hacia su sexo, para que finalmente hiciera un reconocimiento de la zona. Aquello era hermoso, perfecto, hecho a la medida. Yo me excité, sentí cómo salía ese era el lubricante natural de mi cuerpo que se preparaba para recibirlo.

Presioné suavemente con mis dedos sus testículos, jugué con ellos un rato, y después acaricié su miembro erecto. De pronto, él se sentó en la cama y me atrajo hacia su pelvis, en donde caí sentada con las piernas abiertas.

--Beatriz, ya no aguanto más...--Me dijo y me besó como si de ello dependiera su vida. Se aferró a mis labios y yo a los suyos —

Sus besos eran intensos, voraces, ardientes, su lengua jugó con la mía de una forma más libre, porque ya no estaban los molestos brackets. Lo abracé por el cuello y nuestros cuerpos quedaron tan juntos que parecíamos uno solo. Sus brazos se enrollaron en mi torso en un abrazo que me estrujó un poco, que me dificultó la respiración, que ya era de por sí entrecortada. Sus manos bajaban y subían por mi espalda hasta llegar a mis glúteos, que parecían ser la parte de mi cuerpo que más adoraba tocar. Después, sin darme cuenta, se deshizo de mi bikini, y fue tan preciso y rápido el movimiento, que apenas sentí la tela rasgarse.

--Mi amor, ¿está loco? –Le dije, entre jadeos—

--Loco sí, pero por usted—Me dijo y mordió mi cuello, provocándome un ataque de risa nerviosa—

--Doctor, así no... –Le pedí cuando pasó su lengua por mis hombros, clavícula y cuello—

Aquella deliciosa antesala fue mucho mejor que como recordaba las anteriores veces que hicimos el amor. Fue más fluido, intenso, prologando, había más confianza, más tiempo para amarnos, para descubrirnos en la oscuridad.

Un tiempo después, escuché el rumor de la energía eléctrica, que en aquel silencio de la habitación se lograba escuchar. A pesar de que tenía los ojos cerrados, la claridad de la luz que caía sobre mi cabeza se hizo evidente, así que abrí los ojos. Parpadeé un par de veces hasta acostumbrarme a la luz y lo vi a los ojos, que le brillaban de emoción, o eso pensé. El, en cambio, no me miraba a mí, si no mis senos desnudos. Su cabello estaba alborotado, el mío no debía estar mejor, sus labios embarrados de mi labial estaban un poco torcidos en una sonrisa malévola.

--Armando, apaga la luz –Le pedí y me cubrí los senos con mis brazos—

De pronto, cayó sobre mí la realidad de que ya no estaba protegida por la oscuridad, de que ya no le bastaba con descubrirme con sus manos, si no que quería verme, ver mi cuerpo que siempre me daba pudor mostrarlo, sobre todo a él, que había visto tantos cuerpos bellos y esculturales.

--Beatriz, no sea tontita, ¿no me diga que le da vergüenza que la vea? –Me dijo, torciendo los ojos y adoptando una expresión de incredulidad—

--Pensé que le gustaba más hacerlo en la oscuridad. Me dijiste una vez que en la oscuridad usted me había descubierto, que me había aprendido a amar... --Musité—

--Beatriz, la oscuridad en que le hice el amor las últimas veces fue un aliciente para mi imaginación, pero ahora yo ya no quiero imaginar si lo que siento con mis manos es así de hermoso, quiero verlo, es algo que necesito—Me dijo—

Bajé la mirada hacia su sexo, grande, robusto, que se erguía imponente, cerca de mi sexo.

-- ¿Lo ve? Por esa expresión es que vale la pena hacerlo con la luz encendida --Me dijo y se echó a reír con ganas—

--Me muero de la pena con usted. Yo no tengo un cuerpo de modelo...soy flaca, tengo lunares por todos lados, mis piernas son cortas y hoy cuando me depilaba me corté en la rodilla, --Le dije sin quitarle la vista de encima a su sexo— No tengo un cuerpo torneado, perfecto como las mujeres que...--Posó el dedo índice en un gesto para hacerme callar—

--Déjeme verla bien, confíe en mí, lo que he visto me ha parecido perfecto—Me dijo, y sonaba sincero—

--Vamos, Beatriz, déjeme verla – Insistió.

A regañadientes aparté mis brazos de mis senos.

Me miró un momento, con detenimiento, con curiosidad. Yo esperé leer en la expresión de su rostro que mis senos le habían gustado y así me pareció. Unos segundos después levantó la mirada y me dijo:

--Son perfectos, Beatriz. –Me dijo, y trató de besarlos pero yo me aparté—

--No, Armando, no mienta, no son perfectos...--Musité y volví a cubrir mis senos con mis brazos—

--Beatriz, ¿por qué duda de mí? Son perfectos, para mí son perfectos –Me dijo de nuevo--

-- Bueno, dicen que el amor es ciego, tal vez por eso los ve perfectos –Dije yo intentando bromear, pero yo fui la única que se rió—

--Beatriz, ¿quiere que le cuente algo? Usted tiene el cuerpo divino, mejor que cualquier modelo del mundo. Su cuerpo es divino porque usted es mía ¿cierto que sí? –Me dijo y empezó a llenarme de besos el cuello, justo debajo de mi oreja derecha. De un momento a otro, me desvanecí, perdí fuerzas contra sus caricias, contra sus besos y bajé mis brazos, rendida a su amor—

--No, no, no, Armando, por favor...--Le dije entre jadeos--

Me acarició la cintura, las caderas, que no eran frondosas. Me besó el ombligo, el abdomen, mi sexo, y aquel contacto me hizo dar un brinco. Luego comenzó a frotarlo de forma circular con dos dedos, justo en el lugar donde se producía toda una revolución en mí. Me dejé caer suavemente en la cama, extasiada, feliz por lo que hacían sus dedos juguetones.

Él se puso de rodillas, sin dejar de acariciar mi sexo, y me vio con ojos de pasión. Me quitó las medias, que era lo único que llevaba de ropa, y me empezó a besar las piernas, incluso la cortadura de la rodilla. Después me besó y mordió la entrepierna, masajeó mis senos, mientras con la otra mano acariciaba mi sexo. Después, con una mano me hizo levantar la pelvis un poco, tomó la almohada y la introdujo debajo de mi espalda baja, como lo había hecho antes, solo que esta vez yo estaba boca arriba.

Él se acomodó sobre mí, de tal forma que nuestras pelvis quedaron a la misma altura, y poco a poco, fue introduciendo su sexo dentro de mí. Sentí la calidez, la rigidez de su sexo entrando, soltando una lluvia de mariposas dentro de mi vientre. Exhalé cuando hubo entrado por completo, feliz de esa unión perfecta de nuestros cuerpos. Cerré los ojos, esperando que el embistiera contra mi sexo, en ese vaivén que antes nos había hecho vibrar.

Mientras tanto, yo apretaba y masajeaba sus glúteos, firmes, perfectos, y el retrocedía un poco para entrar de nuevo, repitiendo aquel baile una y otra vez. Me besó aquí y allá con cierta desesperación, con el éxtasis del momento tomando el control.

--Ay, mi amor...—Dije yo entre gemidos de placer—

Escuché su respiración entre cortada sobre mi cuello. Abrí los ojos y me topé con su expresión de felicidad, la misma expresión que a mí se me dibujó en el rostro, al saber que era feliz, que yo lo seguía haciendo feliz, que él era mío y yo suya.

Hicimos el amor como nunca antes. La luz ya no me cohibía, porque él había aceptado mi cuerpo y lo disfrutaba en sus pequeñas proporciones, igual que yo, disfrutaba del suyo en sus majestuosas proporciones.

La cama era un lío después de haber hecho tres posiciones sexuales diferentes, en todas él siempre estuvo arriba. Después, yo tomé el control y me senté en sus piernas, de espaldas a él. Sus brazos me abrazaron , y sus manos siguieron jugando con mis senos, mientras yo empecé a moverme sobre su sexo, haciendo un movimiento circular. Dejé caer mi cabeza sobre sus hombros, extasiada, feliz, y entonces los dedos de sus pies se estiraron, se contrajeron sus tendones, y sentí cómo algo caliente inundó todo dentro de mí. 

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