Tres días.
Habían pasado tres días desde que había sido atacado, o desde que creyó haber sido atacado por alguien. En esos tres dias había experimentado todo tipo de sintomas... extraños.
Pesadillas constantes, voces que parece escuchar como si alguien estuviera hablando justo a sus espaldas, siente roces de varias personas en su cuerpo sabiendo que no hay nadie más que él en casa.
Sus ojos le pesan, su cuerpo se siente como si hubiera sido estrellado contra un muro y su boca... su paladar no reconoce ningún sabor, la comida ya no sabe absolutamente a nada, ¿Lo peor? Su cuerpo la rechaza, la expulsa.
Al principio vomitaba la comida, pero ha empezado a vomitar sangre. Está muriéndose por dentro lentamente.
El primer día tuvo fiebre, fue al médico y aún cuando estaba hirviendo no pudieron encontrar nada raro en él. No volvió a pisar el hospital porque aunque piensa que está enfermo, muy enfermo, sabe que pierde su cordura cada vez que cierra los ojos.
Gabriel está desesperado. No sabe que le ocurre a él, a su mente, a su cuerpo.
Esta empezando a convencerse de que si fue atacado por un monstruo, que si pudo morir y revivir, está pensando seriamente en que está convirtiéndose..... en algo igual.
Es una de sus teorías además de que podría estar envenenado, porque así se siente, como si tuviera algo tóxico en su sistema jodiendole cada gota de sangre, manchando cada bombeo que da su corazón con algo oscuro.
Al quinto día, Gabriel estaba agotado. Ya no dormía, temía hacerlo, porque su pesadilla repetitiva era una donde salía el mismo. Él era el monstruo.
Estaba decidido a detener su mente, a detener su malestar y entonces, cuando tenía lista el arma pera acabar consigo mismo, tuvo su primera visita después de haberse aislado en su casa.
Conocía esa forma estupida de tocar, era la tonada de un tarareo que solo una persona conocía.
— ¡Ábreme, Gabs! — Lloriqueó la persona al otro lado. — Se que estás ahí.
— Nicolas, vete a tu casa. — Imploró con la poca voz que le quedaba. — No tengo ánimos ahora mismo.
— Pero venga, machote, ¿Que te pasa? Déjame pasar, — Insistió. — Siento que no te veo desde hace una eternidad, dijiste que saldríamos ayer, me dejaste plantado y ahora debo entrar a golpearte.
En otro momento se habría reído retándolo a entrar y atreverse a golpearlo. Pero, ya se sentía como si alguien lo hubiera molido a golpes. Respiró hondo, apegándose a la puerta, quería abrirle y abrazarlo, despedirse de él.
— Vete, no volveré a repetirlo.
Hubo silencio, pensó que se había marchado. Se recostó en su cama, estaba agotado, le había cansado abrir la boca, ¿Porque? ¿Porque estaba pasándole eso a él? ¿Que había hecho para merecer tal infierno?
Ya no recordaba al Gabriel que era antes de esa noche en el bar. Cerró los ojos un momento intentando verse a si mismo, riendo, bebiendo, siendo feliz.
— Que amable el dueño del edificio, me dió la llave de repuesto por veinte dólares. — Oh no, esa voz. — ¿Gabriel? Mierda, ¿Pero que te pasa?
Abrió sus ojos al ser levantado, su amigo estaba allí sosteniéndolo con un brazo porque el otro lo usaba para tomarle la temperatura. Nicolas, su amigo fiel, el enfadoso.
— Nick, estoy jodido.
— Pero si ya lo veo, — Lo recostó de nuevo. — Espera un momento, ¡No vayas a dormir!
Volvió con un paño húmedo que puso sobre su frente y con una especie de té acompañado de una píldora, veía a su amigo tan preocupado que tomó todo aquello sin rechistar aún sabiendo que nada de eso serviría.
— Gracias. — Cuando pudo sentarse, aprovechó para dejar caer su cabeza en su hombro. — Te quiero, Nicolas.
— ¿Porque lo dices así?
— ¿Así cómo?
Nicolas puso su mano en su espalda y lo reconfortó pero con solo girar un poco su cabeza se encontró con una pequeña pistola, sabía que su amigo siempre la había tenido en caso de necesitarla pero, el ambiente fúnebre de su alrededor lo hacía pensar que era para otra cosa.
— Gabs, — Susurró dolido. — ¿Te encuentras bien? ¿Donde has estado, amigo? ¿Porque no hablas con nadie?
— Ahora no, Nick, me zumba la cabeza. — Pidió entre un llanto que caló a su amigo. — Solo quiero abrazarte.
Se mantuvieron así durante un rato que pareció eterno. Abrazado así, Gabriel recordó como fue que conoció a su amigo, la vez que discutieron en la cafetería del colegio porque ambos deseaban el mismo último pedazo de postre y como la cocinera los obligó a compartirlo. Un bizcochuelo los unió hasta el día actual, siempre habían estado juntos desde entonces.
Gabriel al principio no quería, no estaba convencido de su amistad pero Nicolas siempre fue.... enfadoso. Estaba detrás suya, hablándole y contándole cosas, inclusive empezó a llevarle regalos, al final sintió ternura hacia él y su repentina pero verdadera lealtad.
Le hubiera gustado ver a Nicolas triunfar en la vida, alcanzar metas, lograr sus sueños.
— Nicolas, eres un gran amigo. — Musitó. — Eres una persona con...
Se detuvo al levantar la mirada y verlo, su amigo estaba allí pero, alrededor suya había una especie de aura, una especie de luz algo nublosa que brillaba y se veía.... ¿Apetecible?
¿Hambre? ¿De eso? ¿Que era?
Su mente le respondió, era el alma de Nicolas, ¡Él podía verla! Podía ver su alma y peor aún, podía comérsela si así quería.
— ¿G-gabs? — Su amigo lo sacó del trance para entrar a otro, Nicolas estaba viéndolo con algo parecido a terror. — ¿Qué-te? Estás.... ¿Eres tú?
Inmediatamente se miró en el espejo de su habitación, siempre le habían gustado en el fondo mirarse de vez en cuando y elogiarse, pero esa vez, se arrepintió de haberse visto. Era horrible, era feo, era un maldito monstruo. Su piel estaba pálida, sus uñas largas y oscuras, ojos de un color neón, tenía leves marcas en el rostro y..... parecía sacado de una maldita película de verdadero terror.
Se echó hacia atrás con lágrimas en su extraña mirada, ¿Porque a él?
Sintió que el dios del que tanto hablaban todos, lo había abandonado.
— ¡Vete, Nicolas, vete de una maldita vez! — Gritó tan fuerte que sintió su pecho doler. — ¡Si no te largas ahora mismo soy capaz de hacerte daño!
Nicolas estaba temblando, lo que veía ahí no parecía Gabriel, su amigo que vivía pegado en el ordenador y que comía fideos en caja por ser perezoso a la hora de cocinar, su amigo que podía mantener su figura delgada sin moverse demasiado en su vida diaria, su amigo que a pesar de todo, siempre estaba ahí para él.
Debajo de esa cosa, estaba todavía su torpe amigo, intentando protegerlo de él mismo. Si Nicolas se iba, sería para siempre porque estaría abandonándolo, eso jamás lo haría.
Decidido, se plantó frente a él.
— Mientes, Gabs, tu nunca me harías daño y si lo haces, no me importa en realidad. — Dictaminó.
Gabriel quiso gritarle desesperado, estaba hambriendo y él, su alma estaba allí, provocándolo.
— Mierda, joder contigo, Nicolas, ¡Vete!
— No. No me iré, Gabriel.
Gabriel estaba a punto de empujarlo, sabía que tendría mayor fuerza por lo que pensó seriamente antes de golpearlo pero era la única manera de alejarlo, sin embargo, Nicolas pareció leer su mente y actuó primero, lo abrazó con tanta fuerza que ambos se echaron hacia atrás.
La espalda de Gabriel chocó contra el espejo, esperaba romperlo por supuesto pero no sucedió así, él traspasó el espejo con Nicolas sujeto a su cintura cual mono colgado a un árbol.
Ambos cayeron en un lugar completamente desconocido.
Se miraron asustados, Gabriel había recuperado su rostro normal y aún así, estaban aterrados porque, por alguna razón, su espejo los transportó.
Estaban en un sitio que jamás imaginaron estar y que al parecer, ahora Gabriel tenía acceso usando un simple espejo viejo de su habitación.