Blood & Oak

By ChesterfieldLucky20

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1889, San Francisco. Era un buen plan. Solo faltaba cabalgar hacia el norte y seríamos libres, pero todo siem... More

Capítulo 1: Aunque me duela
Capítulo 2: Blanco como la nieve
Capítulo 4: ¿Un tren?

Capítulo 3: Jay Perkins

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By ChesterfieldLucky20

14 de julio de 1854

Desde que se cruzaron, allá por el 1852, los rebeldes Arthur y Matthew no pararon de disfrutar de la vida, robando a los ricos, bebiendo en los salones, escapando de la policía... Dos años más tarde, en pleno verano del 1854, corrían por el desierto de Colorado con dos veloces caballos que adiestraron meses atrás.

Arthur se fijaba en una gran columna de humo que salía a lo lejos, tras unos acantilados.

-Mat, mira, algo grande debe de estar quemándose allí-dijo el pequeño Arthur deteniendo su caballo.

-Demasiado humo. Debe de ser alguna diligencia, o algún tren-le respondió Matthew observando lo que Arthur miraba.

En seguida, los dos rebeldes pensaron en la misma cosa: robar lo que se estaba quemando. Agitaron las riendas de los caballos y empezaron con una carrera a caballo que no paró hasta varios kilómetros, donde vieron lo que ocurría. Era un pueblo. Un pueblo fantasma mejor dicho. Lo único que se veía en movimiento era el polvo entre las vacías calles y algún perro sarnoso que olisqueaba por  allí. En un cartel tirado en suelo se leía "Elizabeth". 

Los dos jinetes empezaron a andar lentamente adentrando en el pueblo, hasta que vieron de dónde salía tanto humo. En la plaza, que estaba rodeada por el salón, la comisaría y la única tienda del pueblo, se encontraba una gran hoguera que alzaba el fuego hasta el cielo, creando una columna negra que era imposible no verlo. De repente un anciano salió del salón.

-¿Qué está pasando aquí, anciano?-le preguntó Matthew desde lejos.

El anciano, al escucharlo, le miró y le señaló.

-Corred insensatos, antes de que os infectéis vosotros también. ¡El cólera ha llegado a Elizabeth!-gritó el viejo.

-¿Qué es la cólera?-le pregunto Arthur a su amigo.

-Es una enfermedad que está matando a toda America. Pero yo no me lo creo.

El pequeño Berrycloth bajó del caballo y se dirigió al salón, dónde parecía que había gente. Arthur, preocupado, siguió a su mejor amigo a pie, observando a detalle el pueblo desértico. Matthew abrió con seguridad las dos puertas de madera que se abrían a ambos lados, y entraron al salón. Varias personas se encontraban dentro, todos con apariencia de enfermos y pobres, entre ellos el cantinero, que pasaba el rato sirviendo copas de whisky a los pocos pueblerinos que quedaban en Elizabeth. Todos, al ver a los dos jóvenes, dejaron lo que estaban haciendo y se quedaron perplejos al ver esa presencia.

-Dos de whisky, jefe-dijo Matthew sentándose en la mesa de madera que se encontraba en una de las esquinas.

-¿Tienes para pagarlo?-le preguntó el cantinero groseramente. 

-Te podría comprar el local, viejo-respondió el joven con orgullo.

-No son buenos tiempos para andar por la zona, además vosotros, dos jóvenes desamparados. Aquí estamos todos infectados del puto cólera, y nuestros días están contados. Ese que ves allí, sentado en aquella mesa, lleva ya cuatro días muerto. Nadie se atreve a tocarlo-dijo un viejo con barba y sin dientes que estaba apoyado en la barra, jugando con su oxidada navaja.

Arthur miró a su amigo preocupado.

-Matthew deberíamos irnos. Esa enfermedad me da mala espina. Yo creo que si..

-¿Y no hay ningún puto médico en este asqueroso pueblo?-gritó Matthew cortando la conversación.

-El Dr. Perkins está haciendo lo que puede y más, gilipollas. Cuidado con lo que dices-dijo malhumorado uno de los clientes.

Matthew, con una pequeña sonrisa, se levantó de la silla de madera y se acercó a la barra.

-No me das miedo, viejo. Ni tú, ni esa puta enfermedad.

El hombre, cansado de escucharle, le agarró del cuello de la camisa y lo empujó, escupiéndole encima. Matthew, sin pensárselo dos veces, sacó un pequeño revolver de su cinturón y disparo a bocajarro contra el cliente, que cayó de inmediato sin vida. Los demás, incluido Arthur, se levantaron de la silla del susto, y se quedaron mirando al joven, que limpiaba el escupitajo con la ropa del cadáver. Para Arthur, era la primera vez que veía a Matthew disparar contra alguien, había disparado antes, pero siempre lo hacía para asustar a la gente. 

-No quiero problemas chaval. Sal de mi taberna ahora mismo, y llévate al crío contigo-le dijo seriamente el cantinero.

-Me iré, pero antes me vas a dar el dinero que tienes ahí guardado. Total, con el pueblo muerto no lo necesitas para nada, viejo-respondió.

Tras robarle al cantinero, los dos chavales salieron del salón.

-Es la primera vez que mato a alguien-le dijo Matthew a Arthur.

-Me tienes que enseñar a disparar, Mat.

-Para eso necesitamos otra arma para ti.

Entonces, Matthew giró la cabeza y vio que al final de la plaza se encontraba la casa del doctor, como la señal decía. Cogió las riendas del caballo y empezó a andar en aquella dirección. Al llegar, Arthur y Matthew se acercaron a la puerta, pero instantes antes de tocarla, la puerta se abrió inmediatamente. Se encontraron con un joven apuntándoles con una escopeta de corredera.

-He escuchado el tiro. ¿Qué cojones queréis?-dijo.

Los jóvenes, asustados, se quedaron sin habla y no hicieron nada más que mirarse entre ellos, y mirar de nuevo al tío que les tenía en el punto de mira. De repente, bajó la escopeta y se quedó mirando a los dos chicos.

-¿De dónde sois? No tenéis pinta de aquí.

-Somos de Dakota del Sur. Pero ya no nos queda nada allí, llevamos dos años viajando por el país. Yo soy Matthew Berrycloth, y él es mi amigo, Arthur Monroe-dijo mientras se daban la mano.

-Jay, Jay Perkins. Soy el hijo del doctor del pueblo. ¿Cómo sois capaces de venir aquí, sabiendo que la cólera ha matado a más de medio pueblo?

-Llevamos meses sin rumbo, y hace pocas semanas entramos en el desierto de Colorado, y aquí hemos acabado. Si tan grave es, ¿por qué seguís viviendo aquí?-comentó Arthur.

-Mi familia no está infectada, mi padre trajo unos medicamentos de Europa que valían como cura, pero no hay tantas para todo el pueblo... Yo le suelo ayudar mucho en las cosas que hace. ¿Qué edad tenéis?-explicó Jay.

22 de octubre de 1889

-¡Jefe! ¡Jefe! Estamos llegando al lago, ¡Jefe!-gritaba Ed Gray desde su caballo.

-Sí, ya lo veo. Espero con ansias encontrarme con los demás. ¡John! Escúchame. Necesito que hagas una cosa. Ve más rápido que nosotros, y asegúrate que no nos encontremos con ningún problema por el camino-ordenó el líder.

-¿En qué pensabas Matthew? Llevas un buen rato callado-le preguntó Arthur desde su caballo.

-En nada, Arthur. En la puta mierda de herida que tengo en el costado. Me está matando lentamente-respondió.

John avanzaba a galope con su caballo por el camino cubierto de nieve, hasta que se encontró de frente con el gran lago Tahoe congelado. Detuvo su caballo y se quedó asombrado con el paisaje, hasta que alguien lanzó una cuerda sobre él. En pocos segundos, John se encontraba atado y tirado en el suelo con un trapo metido en la boca.

-¡Suéltelo Sra. Washington! ¡Miré quién es!-gritó una voz conocida.

-¡Santo cielo! ¡Sr. Morrison!-gritó otra voz conocida.

Dos personas de avanzada edad se encontraban escondidos tras un roble mientras John reía aún atado y amordazado. La mujer, enseguida corrió donde él y lo soltó.

-Sr. Morrison, ¡cuánto me alegro de volver a verte! Siento lo de la cuerda, era para protegernos-gritó abrazándolo.

Annabelle Washington era una señora de alrededor de sesenta años. Tenía un gran volumen, pero mayor era su corazón. Pertenecía a la banda de Berrycloth, era la cocinera. Con ella, se encontraba un fiel amigo, Jay Perkins. Fue uno de los primeros miembros de la banda de Berrycloth, junto con Arthur, allá por el 1854. También llevaba más de sesenta años a sus espaldas, pero John nunca había conocido un hombre tan bueno como él.

-¡Sr. Morrison! No sabe cuánto me alegro de verle con vida. Llevamos varios días aquí, y nadie más a aparecido. ¿Vienes solo?-preguntó Jay.

-No, que va. Pronto llegaran Matthew y Arthur, junto con Ed.

-¿El Sr. Gray está aún con nosotros? Después de la que armó en San Francisco, deberíamos expulsarle de la banda-comentó la Sra. Washington.

Tras una larga conversación, Annabelle y Jay llevaron a John a una gran cabaña al lado del lago. Tenían suministros para meses, varias habitaciones con camas, y unas vistas que no se ven todos los días, ya tenían un lugar dónde esconderse.

Cuando John dio la tercera calada al cigarro sentado junto a Jay y Annabelleen el porche de la cabaña, una voz gritó con fuerza.

-¡Que me corten los dedos si es el viejo Jay Perkins!

Los tres compañeros, sonrientes, miraron a lo lejos y vieron a sus viejos amigos galopar entre los blancos robles. Cuando llegaron, Matthew bajó del caballo y corrió a abrazar a Jay, quién le esperaba con los brazos abiertos.

-Me alegro mucho verte con vida, viejo.-dijo Matthew.

-¿Qué cojones te ha pasado ahí?-le preguntó mirando la herida en el costado.

-Tuvimos un accidente en Oakland. También me alegro de verte a ti, Sra Washington. Haciendo el gilipollas me clavaron un puñal, es bastante profundo-dijo el líder mientras se quitaba la venda. Al enseñarlo, Jay y Annabelle se quedaron callados tras ver la mala pinta que tenía-No me jodas Jay, lo único que te pido es que no pongas esa cara.

-Te ha perforado el riñón Matthew. No sé cómo has podido seguir andando, y lo que es peor, montando a caballo. Entra y túmbate en la cama, tengo trabajo que hacer-comentó Jay.

Mientras, Annabelle hizo un guisado con la carne de ciervo y de conejo que traían los cowboys. Y los hombres, salieron al porche a fumarse un cigarro. Matthew estaba dormido en la cama.

-Ha sido un milagro que sigamos vivos. No sé ni cómo pude sacar a Annabelle de esa masacre. Lo primero que hice fue cogerla y subirla a un caballo. Llevamos tres días aquí-soltó Jay.

-Lo importante es que hemos sobrevivido. Ahora tenemos que buscar a los demás, reunir a la familia, y salir corriendo de aquí-explicó Arthur seriamente.

-A saber dónde se ha metido cada uno. Ellie es una mercenaria, estoy seguro que fue la última en salir de allí. Habrá robado algún caballo y se habrá escondido Dios sabe dónde-dijo John.

-Jeff y Javier huyeron juntos. Yo les vi. Javier es un sangre fría, abrió camino y se llevó al joven Jeff con él, a saber dónde-siguió Ed.

-Solo falta mi esposa, Taylor. ¿Alguien la vio?-preguntó John Morrison.

-Annabelle y yo salimos cuando tuvimos oportunidad, pero no la vi. Pensé que estaría contigo-respondió Jay.

-Taylor nunca ha estado en combate. Lo primero que haría al tener miedo es buscar protección en alguien. Si no se acercó a John, ¿quién cubrió a Taylor?-dijo Arthur.

-Ellie. Tienen muy buena amistad-respondió John.



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