โœ“DEMON'S FEARS โŽฏโŽฏ แด›แดกแด…

By OrdinaryRue

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chapter LXVII
chapter LXVIII
chapter LXIX
chapter LXX
the end?
epilogue I
epilogue II

chapter III

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By OrdinaryRue

La pequeña Riley se sujetaba con fuerza de los dos chicos que la acompañaban. A cada lado tenía a uno de sus hermanos, rodeando sus frágiles y diminutas manos con las suyas ligeramente más grandes. Ella era la menor, y aquello podía verse rápidamente reflejado en los ojos de ambos, ya que la miraban conjuntamente con un sentimiento de protección y cariño.

¿Me lo prometen? —musitó la pequeña ocultando en vano su terror No me soltarán ¿verdad?

Nunca. prometieron al unísono los hermanos, dedicandole ambos una sonrisa reconfortante. 

—Entonces... creo que estoy lista. asintió dudosa, deseando poseer su misma valentía.

No tuvo tiempo de lamentarse, pues sus cortas piernas se despegaron del suelo, cuando de un tirón, ellos la elevaron en el aire. Sus desnudos pies dejaron de sentir el cosquilleo de la hierba, y entre sus dedos se coló el viento mientras era alzada no una, sino dos y hasta tres veces seguidas. El agarre que tenía en las manos de los chicos, solo se afianzó cuando ellos se volvieron su única conexión con el suelo firme. Pero aquello solo duraba unos breves instantes, pues desgraciadamente la gravedad volvía a llevar a Riley al frío y aburrido suelo.

—¡Otra vez! ¡Otra vez! —exigió eufórica. Sus grandes e inocentes orbes se colocaron sobre su hermano mayor, Adam— Por favor... —este sonrío travieso y la pequeña cambió de táctica mirando ahora a su segundo hermano— Paul... —e hizo un puchero con su grueso labio inferior, que terminó por encandilar a ambos. 

Los chicos se miraron divertidos, asintiendo en sincronía sin la necesidad de palabras para entenderse. Riley rió descontrolada cuando sus pies volvieron a elevarse en el aire, todo su cuerpo se sentía flotar para ella. Las carcajadas de la menor, agudas, dulces, como solo una pequeña inocente podía hacer, desencadenaron la risa de sus hermanos también. Y en la lejanía, sus padres los observaban con un amor absoluto mientras sonreían ante la escena.

Las mejillas blanquecinas de Riley se tiñeron de rosado cuando empezó a fallarle la respiración debido a su risa infantil. Y cuando cesó aquel vaivén y tuvo finalmente sus pies en tierra firme, un haz de luz se coló entre los árboles del parque. La cabellera rubia de los hermanos se intensificó ante esta. Pero aquello no era el único rasgo que compartían, pues los tres pares de ojos, eran de un azul musgoso, al igual que el estanque que dejaban atrás.

El sudor me pegaba las sábanas al cuerpo. Sentía pegajosa mi piel pero aún desesperada por despertarme, no lo conseguía de ninguna forma. Era como si me arrastrara mi propia cabeza a ese desgarrador recuerdo. Entonces a mi cabeza llegó, como un fogonazo efímero pero intenso, el estruendo ensordecedor que emite el choque de un automóvil contra otro. Y fue ahí cuando desperté finalmente.

Adam... farfullé aún atontada por la pesadilla.

¿Estás bien? Jesús me miró desde la cocina de nuestro diminuto hogar, agradecí que no pudiera ver desde allí la lágrima que bajaba por mi mejilla.

Siempre. —respondí por puro reflejo, no queriendo hacerle rememorar lo que sabía que nos atormentaba ambos desde pequeños. 

Se nos había asignado una pequeña casa prefabricada, como al resto de habitantes de Hilltop, a excepción por supuesto de Gregory. Ese maldito avaricioso, acaparaba toda una mansión para él y su incompetente trasero. ¿Quién demonios le había dado el derecho a vivir allí? Cada habitación que usaba, para su alcohol, cuadros o inservibles libros de la historia de Estados Unidos, que ahora en el apocalipsis los usaría encantada para avivar el fuego de una hoguera, servirían para las decenas de familias que se apretujaban en estas chatarras. Dejando de lado el egoísmo que con suerte algún día atragantaría a ese hombre, nuestro hogar no estaba del todo mal. Espera... ¿Lo acabo de llamar hogar? Me niego a sentir algo de aprecio por cuatro paredes y un destartalado sofá. Aquello solo era el fantasma de lo que un día fue, y yo permanecería en él mientras mi hermano lo hiciera, porque él si era mi verdadero hogar.

—He hecho huevos revueltos. —el delicioso aroma llegó a mi nariz, y me vi arrastrada por él hasta la mesa de la cocina sin percatarme— Sé que te encantan. —añadió risueño mientras colocaba la comida en mi plato—No hay muchas gallinas como ya sabes, pero he conseguido hacerme con estos. —guiñó torpemente un ojo, pero yo estaba salivando demasiado frente a la comida como para percatarme de su gesto.

—Gracias, moría de hambre hermano.

—Tú siempre tienes hambre. —se mofó sentándose a mi lado, deduje que ya había desayunado teniendo en cuenta que era casi mediodía.

Ignorando su broma me restregué los ojos con las mangas de mi pijama. La tela era de un rosa fosforito, que combinaba divinamente con el unicornio estampado en el centro. No tenía porque vestirme bien en mitad de un apocalipsis, no lo hacía anteriormente tampoco iba a empezar ahora. Además, Jesús era el único con quien yo mantenía algún tipo de relación en la comunidad ¿el resto? El resto no importaban, eran extraños a los que me negaba a agarrar alguna clase de afecto. Suspiré molesta, no me agradaba la gente, por otro lado, Jesús parecía amar cualquier tipo de interacción social, y los residentes parecían también amarlo a él de vuelta. Eso se llamaba carisma, algo de lo que yo carecía. 

Engullí como una verdadera salvaje el desayuno, tenía un vacío en el estómago desde la noche anterior. Ya que yo, y mi orgullo, nos negamos a ingerir la cena por una acalorada discusión con Gregory, que me produjo de todo, menos hambre.

—Respira un poco. —palmeó mi espalda con suavidad cuando empecé a atragantarme con el desayuno— No quiero que mueras antes de salir de expedición.

—¿Expedición? —cuestioné desinteresada con la boca llena y el plato ya vacío. 

—¡Por dios hermanita! —negó dando aspavientos exagerados con sus manos— ¿Es que acaso no recuerdas que tienes que ir con Daniel a por más semillas?

¿Daniel? ¿Quién es Daniel?

—Ah si... ya me acuerdo. —mentí bebiendo un trago de leche directamente de la botella.

—Mira que eres salvaje. —chistó recogiendo mi plato para a continuación llevarlo al fregadero.

—Salvaje, animal que no está domesticado y vive en libertad. —cité su definición exacta— ¿Me ves en libertad hermano? Porque yo creo que hay un enorme muro rodeándome— abrí mis brazos exagerando mis palabras.

—Ya lárgate, no te soporto pequeñaja. 

Reímos despreocupados, sin miedo a ser oídos por los muertos. Si había algo que me agradaba de Hilltop, era poder compartir momentos así con mi hermano.

Exhalé profundamente mientras afilaba con el cuchillo las puntas de mis flechas. 

Daniel... ¿Quién demonios eres y por qué me suena tu nombre?

Realmente me importaba poco quien fuera, solo sabía que estaba llegando tarde a nuestra expedición y yo no me caracterizaba por ser paciente. Chasqueé sonoramente la lengua, irritada y sofocada por el calor intenso que me golpeaba aún más fuerte al estar apoyada contra los muros.

5 minutos más y me largo yo sola.

Las puertas principales se abrieron, y a la comunidad entró un hombre que se me hacía familiar.

—Perdona el retraso. —y si no tuviera sus ojos negros en sobre mí, no pensaría que estaba hablando conmigo— Gregory y sus caprichos. —escupió con veneno dejando caer un par de conejos sobre una mesa cercana— ¿Nos vamos?

Asentí extrañada, porque por primera vez en Hilltop, no vi a un residente debilucho, sino a un superviviente como yo.

Salimos juntos de la comunidad, y de reojo observé como se encontraba sucio y ensangrentado. Definitivamente, él no era como el resto.

—¿Qué tanto observas? —pregunté curiosa al sentir su insistente mirada en mi perfil.

Llevábamos caminando poco más de una hora, el invernadero con las semillas para la huerta no quedaba muy alejado de Hilltop.

—Tu arco, tu arnés y.... —alzó una ceja en dirección a la herramienta que se balanceaba en mi cintura.

—¿El piolet? —mi labio tembló en una sonrisa.

Hizo un sonido gutural como afirmación, instándome a seguir hablando. Desgraciadamente los dos éramos personas de pocas palabras. Despegó sus ojos de mí, algo molesto tras comprender que no quería hablar con él si no era necesario. 

Si Jesús estuviera aquí todo sería más sencillo...

Rodé los ojos irritada, ahora había un aura de incomodidad que no me agradaba en lo más mínimo.

Seguimos caminando, en un silencio cada vez más pesado. Por algún motivo incomprensible para mí, la mirada se me desviaba constantemente hasta él. Tenía la piel oscura y tostada por el sol, y un intrincado tatuaje asomaba por su chaleco, donde además llevaba un par de cuchillos de caza.

—Es una herramienta de escalada. —solté abruptamente, vi de reojo como dibujaba una sonrisa en sus labios—Tienes que clavarlo en la pared... —saqué el piolet de mi cintura y di un golpe seco en el aire que lo tomó desprevenido— ... y subes. —lo ajusté de nuevo a mi arnés— Fácil, supongo.

— Mola. —halagó sin dejar de observar la herramienta.

— Si, mola. —respondí mirandolo.

Mi cabeza estaba a punto de empezar a echar humo, intentando recordar en qué momento conocí a Daniel en Hilltop. Pero la verdad era que poco o nada me fijaba en sus habitantes. 

En un principio pensé que este hombre mantendría su boca cerrada durante todo el trayecto, que ingenua fui. Llevaba hablando sin parar desde que decidí explicarle lo que era un piolet. Primero comenzó a parlotear sobre su trabajo antes de todo este desastre. Era taxista, lo que me tomó desprevenida ya que por su físico yo hubiera apostado a que era policia o boxeador quizás. Después siguió su monólogo sobre como de aburrida era su vida en Minnesota, me limité a asentir una y otra vez con los ojos pegados en el asfalto. Luego todo se volvió lúgubre cuando mencionó el nombre de su difunta pareja. 

—Callate. —ordené con excesiva rudeza.

Me detuve en seco, ignorando la mirada dolida que me estaba dirigiendo.

—Oye, lo siento si te ha-

—Que te calles. —le corté en un gruñido, y por inercia tapé su boca con mi mano— ¿Escuchas eso?

Tras un par de segundos, donde su expresión entristecida por mi brusquedad pasó a una de máxima alerta, quité al fin mi mano de sus labios. Negó con la cabeza lentamente, intentado divisar algo entre el denso bosque que rodeaba la carretera. Su mano tanteó su cintura, buscando a ciegas la pistola.

—Ni se te ocurra. —agarré su mano separándola al instante del arma.

Entonces, el ruido intermitente que me llevó a detenerme en seco, se intensificó en uno continuo e incesante. Era el retumbar paulatino de algo contra el asfalto.

—Pasos... —susurré al oírlos con más nitidez.

Estaban próximos, y se volvían incontables junto con los gruñidos que los acompañaban de fondo. Y sin percatarme de que aún estaba sujetando la mano de Daniel, lo arrastré conmigo mientras echaba a correr en dirección contraria, a lo que calificaría yo como, la melodía de los muertos.

—¡¿Qué ocurre?! —alzó su voz, demasiado, mientras seguía mi ritmo con facilidad.

—Cállate por una puta vez en tu vida. —escupí alterada— Tú solo corre. 

Su mano, ligeramente más grande que la mía, me rodeo con firmeza y fue entonces él quien me impulsó a ir más rápido. Me costaba seguir su ritmo, era ágil y mucho más veloz. Agradecí que no me cuestionara y confiara en mí, porque yo si los había oído y estaban muy cerca.

Por poco caemos los dos al suelo cuando frenó abruptamente arrastrándome con él. Me sujetó de los hombros antes de que trastabillara y besara el asfalto, y por instinto me apegó a su pecho cuando las cabezas de los muertos aparecieron frente a nosotros.

Mierda, son demasiados.

Sus cuerpos, podridos y esqueléticos, empezaron a vislumbrarse en el horizonte de la carretera, y a los pocos segundos, ya pudimos ver más de dos docenas arrastrándose patosamente hasta nosotros. Ni siquiera pasó por mi cabeza la absurda idea de sacar el arco contra tantos, pero para mi desgracia Daniel si encontró oportuno disparar con la pistola.

—¡Imbécil! —chillé obligándolo a bajar el arma— ¿¡No ves que no te van a dar las balas!? 

Tendría que lanzarte contra los caminantes, así me daría tiempo a escapar, inútil...

De nuevo nos sostuvimos de las manos antes de echar a correr, esta vez en la dirección correcta. No tenía intención alguna de morir, y definitivamente no entraba en mis planes morir de la mano de Daniel. 

Nos mantuvimos juntos, corriendo con los muertos pisando nuestros talones. 

—¡Mierda, ahora que necesito un maldito pueblo no hay nada! —grité fatigada.

Mis piernas temblaban por si solas y cada músculo de mi cuerpo dolía como el infierno. 

Todo era una lisa y recta carretera, y si seguíamos corriendo en la misma dirección, la horda terminaría en la puerta de Hilltop.


━ Daniel antes no tenía faceclaim pero 

una hermosa personita en los comentarios 

me dio la idea de poner a Lincoln de los 100! 

Gracias por leer y no olvides votar ♡ ━


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