Zoe & Axel ✔️

By ines_garber

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Zoe y Axel son polos opuestos y, a la vez, muy similares. A él le encantan las matemáticas; ella las odia. Él... More

P r ó l o g o .
U n o .
D o s .
T r e s .
C u a t r o .
C i n c o .
S e i s .
S i e t e .
O c h o .
N u e v e .
O n c e .
D o c e .
T r e c e .
C a t o r c e .
Q u i n c e .
D i e c i s é i s .
D i e c i s i e t e .
D i e c i o c h o .
D i e c i n u e v e .
V e i n t e .
V e i n t i u n o .
V e i n t i d ó s .
V e i n t i t r é s .
V e i n t i c u a t r o .
V e i n t i c i n c o .
V e i n t i s é i s .
E p í l o g o .
E s p e c i a l .
E x t r a 1.
E x t r a 2 .
E x t r a 3 .
E x t r a 4 .
E x t r a 5 .
E x t r a 6 .
E x t r a 7 .

D i e z .

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By ines_garber

25 de junio de 2019

Ethan no me dejó escoger la música en el coche de camino a casa de mi abuela Mary. Según él, ya que iba a estar con el móvil y no le iba a dar conversación mientras conducía, tenía derecho a poner la canción que él quisiera.

Su argumento fue bueno, no protesté. Pero sí que hablamos durante el trayecto. Estuvimos charlando sobre el concierto de Kate, sobre la universidad, sobre Cuphead, aquel videojuego al que también jugaba el hermano de Lydia.

Lo habían admitido en la Facultad de Bellas Artes de Bedoa. Estaba bastante contento de no tener que mudarse a otro sitio y dejarnos a mis padres, a Jake y a Kate aquí. Yo me alegraba mucho por él. Y al mismo tiempo, me daba un poco de envidia. Todo le había salido bien. Iba a estudiar lo que le apasionaba y no tenía que renunciar a nada por ello. Yo lo único que tenía claro en la vida eran dos cosas: que mi helado favorito era el Häagen Dazs de oreo y que las matemáticas se me daban fatal. Y no solo me veía obligada a estudiar matemáticas, sino que además mis padres se negaban a comprarme el helado a menudo porque era incapaz de no comerme la tarrina entera de una sentada.

Ethan condujo durante media hora hasta que por fin llegamos a la zona dónde mi abuela vivía. Era bastante difícil llegar, ya que el GPS no reconocía las cabañas que habían esparcidas al rededor del lago. Aún así, mi hermano logró guiarse hasta llegar a la casa de mi abuela. O bueno, lo suficientemente cerca de esta como para poder continuar a pie sin morir en el intento.

Las ramitas que habían por todos lados rasgaban mi pierna una y otra vez. Haber pasado veranos allí había hecho que le perdiese el miedo a cualquier bicho. En general, la casa de mi abuela estaba rodeada de lo que sería la definición de naturaleza. Era lo que más le gustaba de este sitio. En realidad, tenía sentido. ¿Por qué se habría venido a vivir a un sitio tan alejado si no?

Finalmente llegamos a la casita de Mary. Una cabaña que compró en el momento en el que mi padre se independizó. Una pequeña vivienda en medio de un montón de vegetación.

Era bonita en cualquier estación del año, eso sí. La madera le daba un aspecto hogareño y confortable. En invierno, cuándo todo quedaba cubierto por la nieve, parecía aún más acogedora. La veías y te entraban ganas de buscar cobijo dentro, de envolverte en sábanas mientras bebes algo calentito. En otoño todo era precioso, con esos tonos anaranjados y rojizos que lo decoraban todo. Y en verano y primavera se volvía muy alegre. El verde de los árboles y la hierba, el inmenso lago azul, el cielo despejado y el sol resplandeciente... Sí, era reconfortante, aunque no supieses valorar realmente la belleza de la naturaleza, como me pasaba a mí.

Caminamos hasta la puerta, y ni siquiera tuvimos que tocar al timbre, porque Stitch corrió hacia nosotros y se abalanzó sobre Ethan. Lo veía cada dos semanas, pero siempre me sorprendía lo grande que era. Hacía dos años tampoco era un cachorro precisamente, ya que mi abuela lo había adoptado un par de años después de que naciese, pero sí que era más pequeño.

La historia de su adopción era algo triste, como la de muchos otros perros. Sus dueños lo habían comprado como regalo de cumpleaños para su hija, pero cuándo creció y dejó de ser un cachorro, se cansaron y decidieron deshacerse de él. Dijeron que, si nadie accedía a quedárselo, terminarían abandonándolo en cualquier sitio. Por suerte, mi abuela no dejó que eso pasara.

Ahora eran inseparables. Se compenetraban muy bien.

Ethan rió cuándo Stitch comenzó a lamerle la pierna. Se agachó para acariciarlo y el perro se removió con alegría. Parecía súper feliz de vernos. O de ver a Ethan. No lo sé, pero yo prefería incluirme en el pack.

Dirigí mi atención a mi abuela, que había abierto la puerta mientras Stitch llenaba a Ethan de babas. Llevaba el pelo, completamente blanco, en un moño descuidado y su rostro estaba igual que siempre. El paso de la edad solo le añadía algunas arrugas y manchas, pero sus ojos grisáceos eran perennes. Esperaba que su actitud también lo fuese, que siguiese siendo animada y enérgica por muchos, muchos años.

Con setenta y cinco años, ella estaba más llena de vida que yo.

Nada más ver a Stitch correteando alrededor de Ethan, se echó a reír.

—Chico, deja al chaval respirar —dijo dirigiéndose al enorme labrador. Lo acarició también y el perro fue calmándose poco a poco, aunque siguió moviendo la cola contento —. Míralo, tan feliz como si acabase de llegar Papá Noel.

Sonreí y me acerqué a acariciar a Stitch también. Tenía el pelaje corto, suave y de color beige.

Entramos a la casa, la cual seguía igual que siempre. Era igual de acogedora por dentro, con las paredes color madera y los tonos anaranjados en la decoración. Lo único que cambiaba durante el año era la cantidad de mantas que habían sobre el sofá. Ahora, por ejemplo, solo había una, pero en invierno se llenaba de ellas.

Habían algunos juguetes y peluches de Stitch desperdigados por el suelo. Caminé con cuidado de no pisarlos. Cuándo encontré su pelota favorita, me agaché para cogerla y llevé a Stitch afuera para lanzársela un par de veces.

—Está lleno de energía —señalé —. Hoy no lo has sacado a pasear, ¿o qué?

Mi abuela soltó un suspiro, pero sonreía.

—La he sacado ya cuatro veces hoy —dijo —. Y he estado jugando con él durante horas. Lo que pasa es que no sabe estarse quieto, sobre todo entre semana. Parece que ha notado que los fines de semana me los tomo con más calma y ha adoptado un horario similar él también.

—Qué inteligente. Quizá podría llevarlo a correr conmigo, ¿tú que dices? —le pregunté a Stitch mientras recogía la pelota de su boca y acariciaba su cabeza.

—A él le encantaría —aseguró Mary —. Pero si vais a ir antes de comer, mejor id ya, mientras preparo la comida.

Asentí con la cabeza y dejé la mochila que había traído, con mi portátil y dos cargadores —uno para el ordenador y el otro para mi móvil— sobre el sofá. La ropa que llevaba bastaba para ir a correr, eran solo unos leggins viejos y una camiseta publicitaria de una marca que yo ni siquiera conocía. Louise siempre me recordaba que no me pusiese mi ropa bonita para ir a casa de Mary, ya que no quería que la estropease rasgándola con una rama o algo.

Me apreté la coleta para ajustarla aún más y me despedí de Ethan y mi abuela antes de salir con Stitch. Era la primera vez que lo llevaba a correr conmigo, así que me preocupó un poco que no me siguiese. Realmente no teníamos mucha relación. A veces, cuando me aburría, me ponía a jugar con él, tirándole cosas para que corriese a recogerlas o le acariciaba. También le pasaba comida por debajo de la mesa cuando mi abuela no me veía. Aparte de eso, yo sabía que no me tenía un cariño especial ni nada.

Sin embargo, parece que entendió bastante rápido el concepto de salir a correr, porque nada más comenzar, Stitch me siguió. Bueno, tuve que seguirle yo más bien, porque me adelantó en seguida y continuó a un ritmo mucho mayor que el mío.

Al cabo de unos minutos, él ya estaba varios metros por delante. Cuándo se dio cuenta de que me había dejado atrás, paró en seco y se quedó sentado esperándome. Después, cuándo conseguí alcanzarme, volvió a ponerse en marcha.

Sonreí. Al parecer, Stitch era un compañero ideal para salir a correr.

Le envié un mensaje a Lydia nada más llegar a la puerta de la cafetería. Antes de que contestara, tiré de la puerta para intentar abrirla, pero, como era de esperar, estaba completamente cerrada.

Permanecí allí de pie esperando durante un par de minutos, hasta que, de repente, unas manos pellizcaron mi cintura. Me giré y encontré a Lydia frente a mí, haciendo una mueca.

—Ninguna reacción —dijo, claramente decepcionada —. ¿Me habías visto venir?

Negué con la cabeza.

—Podría haberte visto a través del cristal de la tienda, pero estaba centrada en mi móvil. No soy asustadiza, eso es todo.

—En realidad, tiene sentido. No pareces ser el tipo de persona que pega un salto o un grito al asustarse. No te pega.

Me encogí de hombros y me aparté de la puerta un poco para que pudiese abrirla cómodamente. Lydia dejó que entrara antes que ella.

—Me alegro de que hayas podido venir. Sé que ha sido un poco repentino, pero los martes y los domingos son los únicos días que no abrimos la cafetería. Pensé que sería buena idea venir hoy —explicó.

Yo me encontraba todavía en casa de mi abuela cuándo Lydia me contactó. Justo habíamos terminado de comer y yo ya estaba preparada para irme a dormir la siesta, pero mis planes cambiaron al recibir el mensaje de Lydia.

Resulta que, ya que la cafetería estaba cerrada ese día, la teníamos sola para nosotras, así que me propuso ir con ella para enseñarme a preparar una tarta. Al principio dudé, pero lo cierto era que sí me apetecía intentarlo. Nunca había decorado una tarta y a Lydia se le daba de maravilla hacerlo. Podía ser interesante.

Me apreté la coleta. Aún llevaba puestos los leggins con los que había salido a correr, pero la camiseta me la había cambiado después de ducharme. Sin embargo, tampoco era nada favorecedora.

—¿No es un poco raro que cerréis los domingos y los martes? —pregunté.

—Sí, supongo que sí. Pero no me importa. Una de las cosas que más me gustan de mi trabajo es que soy mi propia jefa. La cafetería es mía. Yo decido que días libro —puntualizó —. En realidad, al principio abríamos todos los días menos lunes y martes, pero me di cuenta de que trabajar los domingos no salía tan rentable como pensaba. Las tiendas cierran más pronto ese día y no hay tanta gente por la calle.

—Tiene sentido —acordé —. Pero, que haya un lunes entre tus días libres, ¿no te limita un poco?

—Para nada. Si lo necesito, puedo cogerme libre un lunes —me guiñó un ojo y después se dirigió a la cocina con paso ligero y despreocupado.

Allí, comenzó a sacar cosas y a dejarlas sobre la mesa, o encimera, o como se llamase. El caso es que era una superficie espaciosa. Lo colocó todo en un orden específico. Más tarde me di cuenta de que era el orden de uso. Es curioso, porque aunque Lydia era organizada, no me recordaba en absoluto a la obsesión de Kate por el control. Lydia era ordenada de una manera práctica y cómoda, para poder ir más despreocupada. Lo de Kate era más estresante. Casi como una necesidad.

—Hacer el pastel es la parte fácil. Lo difícil es la decoración, requiere más paciencia y delicadeza. Pero también es la parte más divertida. —Lydia me dedicó una sonrisa amplia que no pude evitar devolverle —. ¿Qué me dices, empezamos?

Hice una foto más con el móvil antes de quedarme mirando la tarta fijamente, tratando de asimilar que yo había hecho eso. Era una tarta preciosa —para haber sido decorada por mí—. Estaba cubierta de crema de mantequilla y chocolate. Me había esmerado mucho para conseguir que quedase una capa uniforme, y había quedado muy satisfecha con el resultado. Me gustaba como había colocado las fresas para formar una rosa en la parte superior del pastel.

Le mandé una foto a mis familia y a Kate y Jake, orgullosa de mi trabajo. Era la primera vez en toda mi vida que creaba algo tan bonito.

Lydia estaba a mi lado, recogiendo el material que habíamos usado. Tarareaba una canción mientras yo seguía mirando la tarta embelesada.

—Es increíble —dije —. No puedo creer que yo haya conseguido hacer algo tan precioso. Las galletas que hice el otro día quedaron muy feas. Estaban buenas, pero el glaseado era horrible.

Lydia rio a mis espaldas. Me giré y la ayudé a colocar todo, aunque realmente quería seguir admirando mi creación.

—Otro día puedo ayudarte a hacer un glaseado decente. No es difícil, en realidad.

—Después de la tarta de hoy, me siento capaz de preparar cualquier cosa —bromeé —. Me da pena comerla. Estoy demasiado orgullosa de como ha quedado.

—No te preocupes. Puedes volver a hacerla cuando quieras.

—No creo que vuelva a quedar igual de bonita...

—Seguro que sí. Yo también pensaba lo mismo al principio. Me daba mucha pena comerme lo que preparaba —confesó —. Ahora sé que conforme pasa el tiempo, voy mejorando. Cada vez quedan mejor.

No estaba segura de poder hacer algo mejor. Y definitivamente no iba a poder hacer algo igual sin la ayuda de Lydia.

La verdad es que no me arrepentía en absoluto de haber sacrificado mi siesta por venir a preparar una tarta con Lydia. Me lo había pasado muy bien haciéndola, el tiempo había pasado volando mientras la decoraba tratando de que todo quedase lo mejor posible. Y encima, me había dejado con una sensación de realización muy positiva. Me sentía orgullosa de mí misma.

Lydia fue hacia la sala de descanso. Yo no la seguí hasta que escuché su voz. Me apreté la coleta y me dirigí hacia allí. Sin embargo, Lydia no estaba hablando conmigo.

—Vamos, Axel, Liam no puede pasarse todo el día jugando a la xbox. —Tenía el teléfono pegado a la oreja y estaba justo al lado de la mesa en la que solíamos comer —. Y tú tampoco. No habéis salido de casa en todo el día. No es sano.

Las palabras de Lydia me recordaron muchísimo a Edith, sacándome una sonrisa. Podía imaginar a Axel frustrado, tratando de reprimir las ganas de colgar la llamada e ignorar a su hermana.

—Os doy veinte minutos. Recuerda que soy tu jefa —bromeó Lydia. Después, finalizó la llamada.

—¿Vais a hacer algo juntos? —pregunté.

Vamos —me corrigió —. Les he dicho que vengan a probar la tarta.

—Pensaba que a Liam no le gustaba el dulce —señalé, quitándome el delantal. Hacía muchísimo calor, probablemente porque había estado rondando por la zona del horno.

—Las fresas sí le gustan. Han sobrado algunas —señaló —. ¿Te importa que vengan?

—No. No realmente.

A ver, cuanta más gente probara la tarta, menos quedaría para mí, pero aparte de eso, no tenía ningún problema con que viniesen. De todas formas, no iba a poder llevármela a casa sin estropearla.

—Tengo que agradecerle a Axel que te convenciera para quedarte. —Lydia se deshizo el moño que recogía su cabello. Sus mechones rizados cayeron sin un orden específico. Sacudió la cabeza para dejarlos en su sitio.

—Sí. No pensé que aceptaría ayudarme con las matemáticas sin nada a cambio, pero tampoco imaginaba que pediría que siguiese trabajando aquí —reconocí —. Lo hizo por ti, supongo. Parece que no es mal hermano, después de todo.

—No, no lo es. Siempre ha cuidado de Liam, y siempre ha estado ahí para mí cuándo lo he necesitado —sonrió —. Se queja, pero nunca te deja tirada.

Asentí con la cabeza. Ethan siempre me había ayudado, también, pero no estaba segura de poder acudir a él en cualquier situación. Creo que dependería del problema. Si tuviese que esconder un cadaver, por ejemplo, llamaría a Jake para que me ayudara. Sin duda.

Me senté en una de las sillas y poco después, Lydia hizo lo mismo. Estuvimos charlando un rato hasta que Axel y Liam llegaron. Lydia fue a abrirles la puerta, mientras yo esperaba sentada en la zona de descansos, muerta de ganas por probar mi tarta.

Al primero que vi fue a Liam. Sus ojos reflejaban la misma curiosidad de siempre. No sé si se debía a lo grandes que eran, pero siempre parecían muy despiertos, dispuestos a observarlo todo.

Después entró Axel. Era interesante ver el contraste en las expresiones de los dos hermanos. Axel era, como siempre, pura indiferencia. Hasta ahora siempre había pensado que él era así, pero me pregunté entonces si era solo una característica superficial. Si, a pesar de sus ojos castaños entrecerrados, su rostro serio y los auriculares que llevaba puestos la mayoría del tiempo, él era en realidad alguien capaz de observar a las personas, de esforzarse para entenderlas incluso.

La duda me vino a la cabeza principalmente por la forma en la que me había estado ayudando con las matemáticas, pero también recordé la vez que había echado de la cafetería a los tíos que me molestaban, o cuándo, al acompañarme a por bebidas en la fiesta, me había recordado los nombres de sus amigos. El echo de que sabía cuál de los bocadillos de la cafetería era mi preferido. Él se daba cuenta de esos pequeños detalles, por mucho que pareciese que no le importaba su alrededor en absoluto. Era más de lo que se podía decir de mí.

Debió notar que lo miraba fijamente, porque sus ojos se alzaron para encontrarse con los míos. Siempre que los veía me sorprendía cómo un color tan cálido podía resultar tan frío. No era como si me fulminase con la mirada, simplemente parecía... vacío. Carente de expresión. Era como si no condujesen a ningún lado. Dicen que la mejor forma de ver los sentimientos de alguien, es a través de su mirada. Bueno, pues en ese caso, Axel debía de tener un muro tapándolo todo. No se podía leer nada en él. No había forma de saber lo que pensaba.

—Por fin. —Me levanté, más emocionada de lo que me gustaría reconocer. Llevaba aproximadamente media hora esperando a poder probar mi pastel. Miré a Lydia esperanzada y ella pareció captar el mensaje, porque fue directa hacia la nevera de la cocina.

—Bonita camiseta —dijo Axel. Instintivamente miré hacia abajo, solo para volver a ver lo que ya sabía que llevaba puesto: una camiseta con la frase "Queridas siestas, siento haberos odiado de pequeño". Regalo de Louise, por supuesto. Era de color rosa chillón.

Me sorprendió un poco el atisbo de diversión que había en su voz. Le di las gracias casi imperceptiblemente, antes de que Lydia apareciese con la tarta y una cesta de fresas.

—¿La has hecho tú? —preguntó Liam asombrado. Intenté no sentirme herida por el hecho de que le sorprendiese tanto que yo pudiese hacer algo así. Asentí con la cabeza —. Te ha salido muy bien. Si me gustara el chocolate, querría comerla.

—Gracias, gracias —respondí orgullosa. Miré a Axel, esperando también un comentario de su parte.

—Tiene buena pinta.

Sonreí y me puse rápidamente cerca de Lydia mientras ella se disponía a cortar la tarta. Cuándo los puso en sus respectivos platos, busqué casi instintivamente el trozo más grande y con más fresas, y lo cogí. Mis padres habrían dicho que es de mala educación hacer eso, pero no me importó demasiado. Era mi tarta, había estado más de una hora trabajando en ella. Tenía derecho a ser egoísta.

Además, solo Axel se dio cuenta de que había escogido el mejor trozo. Pero lejos de molestarse, mi gesto le sacó una pequeña sonrisa. Muy pequeña, de hecho. Apenas apreciable. Incluso llegué a pensar que lo había imaginado.

Me senté junto a la mesa y esperé a que los demás se sentasen también para hincarle el diente a mi pastel.

Al parecer, es verdad lo que dicen, eso de que las cosas hechas por ti saben mejor. Pensaba que nada podía ser mejor que no tener que mover ni un dedo para comer algo bueno. Pero ver tu trabajo recompensado era mil veces mejor. Quién lo iba a decir.

Mis galletas habían estado bien, pero esto era otro nivel. Me sentía orgullosísima de mi tarta.

—¡Me encanta! —exclamé —. ¡Está increíble, Lydia!

Ella me sonrió como una madre que ve a su hijo emocionado por un dibujo en el que ha invertido mucho esfuerzo.

—¿Verdad?

Asentí repetidas veces con la cabeza, lo que hizo que su sonrisa se ensanchara aún más. Liam estaba enfrente de ella, poniéndose las botas con las fresas.

Mi móvil vibró sobre la mesa. Le eché un vistazo a la pantalla.

Les contesté rápidamente con un par de emojis y dejé el móvil a un lado para seguir disfrutando mi tarta.

Al final, Louise se quedó sin probarla: para cuándo nos fuimos de la cafetería, no quedaba ni un solo trozo.

30 de junio de 2019

Los días fueron pasando con normalidad. Mantuve mi rutina y mi horario de trabajo; salía a correr los días que no iba a la cafetería, trabajé tanto el miércoles como el viernes, dormí mucho y me pasé horas enteras en Netflix. Además, había tratado de compensar el atiborro a tarta que me había pegado el martes comiendo de forma saludable todo el resto de la semana —y sin que Edith me tuviese que decir nada, ¿no es increíble?—.

La última parte de mi rutina semanal llegó el sábado. La noche anterior, Axel me había escrito un mensaje diciéndome que iríamos a la biblioteca ya que en su casa iba a haber demasiada gente. Le pregunté si de verdad pensaba qué ir a una biblioteca a estudiar juntos era una buena idea. Se suponía que para enseñarme teníamos que hablar, y eso probablemente molestaría a muchos estudiantes. Sin embargo, parece ser que en las bibliotecas hay algo llamado "salas grupales" que puedes reservar. Son habitaciones cerradas, donde puedes estudiar y discutir cosas con tus amigos sin molestar a nadie. Creo que mi inexperiencia le dejó bastante claro a Axel que no había pisado la biblioteca de mi ciudad en mi vida. Quizá un par de veces de pequeña, con John, pero no más.

Me encontré con Axel frente a la puerta del edificio. Llevaba una camisa de manga corta azul, y unos vaqueros largos y oscuros. Con el calor que hacía, no entendí como podía llevar algo así. Yo llevaba un top ajustado de tirantes y un pantalón militar corto color crema. Las botas negras con las que Louise me había hecho acompañar el conjunto ya eran lo suficientemente calurosas, no podía imaginarme cómo habría sido llevar unos vaqueros largos también.

Después de instalarnos en la sala grupal, pasamos casi tres horas estudiando. He de decir que fue un tiempo muy bien invertido. Axel había preparado bastante bien la sesión de estudio, fue todo muy productivo. Aún así, cuándo por fin terminamos, yo estaba exhausta. Casi podía sentir como mi cerebro soltaba humo, completamente agotado.

—He trabajado muy duro. Creo que me merezco una recompensa. —Axel me miró con una ceja enarcada —. Necesito premios para motivarme.

—¿Y qué quieres de premio, exactamente?

—Quiero que me acompañes a la heladería de yogur helado. Aún no he comido ninguno este verano.

Axel no me respondió hasta que metió todo en mi mochila y se la cargó en el hombro. Aflojó un poco las tiras, ya que sus brazos eran bastante más grandes y musculosos que los míos.

—Zoe, son las doce y media. Es casi la hora de comer.

—¿Y no podemos comer helado? —sugerí.

—No.

—Oh, vamos —me quejé —, no seas aguafiestas. ¿Es que no has tenido infancia? ¿Nunca has querido cenar un plato de donuts con helado y oreos?

—Pues no —negó él, para mi sorpresa —. La verdad es que no.

Solté un suspiro exagerado.

—Un niño al que no le gustan los dulces y un niño sin ilusiones. Tus padres deben de estar preguntándose aún qué hicieron mal.

Los ojos de Axel se oscurecieron ligeramente, pero no hizo nada más. De alguna forma, me dio a entender que mi comentario le había ofendido un poco, pero su mandíbula no estaba tensa y parecía de lo más calmado.

—El mundo no gira entorno al azúcar.

—El mío sí. Probablemente mi cuerpo contenga más azúcar que agua —bromeé. Su expresión se suavizó, sus cejas castañas volvieron a su posición natural y sus ojos se abrieron un poco.

—¿Sabías que el azúcar puede causar adicción? —preguntó —. Según un artículo de Addiction Center, es tan adictivo como la cocaína.

—Eso es ridículo —bufé, a lo que Axel respondió encogiéndose de hombros.

—Sea verdad o no, sí que es malo para la salud.

—Genial. No me bastaba con Edith, ahora también te tengo a ti para hacer de policía del azúcar —puse los ojos en blanco.

Abrí la puerta de la habitación para dejarle pasar, ya que él estaba haciéndome el favor de llevar mi mochila.

—¿Quién es Edith? —preguntó. Me resultó curioso que se interesase saberlo.

—Mi madre.

—¿Y la llamas por su nombre? ¿No "mi madre"?

—Es para no confundirnos —aclaré, con la misma naturalidad que siempre que explicaba ese tema —. Tengo dos madres y un padre. Si llamase "mamá" a las dos, sería todo más complicado.

Esperé la reacción habitual que la gente solía tener cuándo mencionaba la relación de mis padres. Una expresión de asombro y confusión. A veces incluso de rechazo. No sé qué le pasa a la gente con las cosas "no-tradicionales". No sé por qué las evitan tanto.

Axel, sin embargo, no parecía demasiado impresionado. Soltó un pequeño "ah" y siguió caminando.

—Entonces, ¿no te apetece comer helado? —intenté de nuevo, a pesar de que se había negado completamente minutos atrás —. Piénsalo así: será como comerse el postre antes del plato principal. Cuándo lleguemos a casa podemos comer eso que llamáis "comida de verdad".

Axel se limitó a mirarme, sin responder, durante unos segundos. Le lancé una de estas miradas que parecen decir "acepta, acepta, acepta", y él, finalmente, dejó salir un suspiro y dijo:

—Si no queda más remedio...

¡Saludos virtuales! La verdad es que acabo de llegar del instituto y estoy agotada, así que probablemente esta nota no sea muy extensa (o todo lo contrario, a veces me enrollo más cuando estoy cansada). Después de publicar el capítulo me iré a dormir la siesta (para los que no lo sepan, yo soy como Zoe, mis siestas duran mínimo hora y media), y cuando me despierte leeré y responderé vuestros comentarios. ❤️

Aquí os dejo las preguntas de hoy:

¿Tenéis alguna mascota? Si sí, ¿qué tipo de animal es y cómo se llama?

¿Practicáis algún deporte o tenéis algún otro hobby específico?

¿Cómo os acercaríais vosotros a una persona que os gusta?

Quiero también agradeceros por todos los comentarios que dejáis y por todo el apoyo. Estoy disfrutando mucho escribiendo esta historia, y eso es en parte por vosotros. No creo que os podáis hacer una idea de lo mucho que significa cada comentario para mí. A veces, cuándo estoy un poco de bajón, no me da la energía para responderlos todos, pero quiero que sepáis que los leo y trato de que nadie se quede sin al menos una respuesta.

Eso es todo por hoy. Espero que hayáis disfrutado el capítulo. Ya sabéis que las opiniones (mientras no sean comentarios de odio), son siempre bienvenidas. ¡Ah, y no os olvidéis de darle a la estrellita!

¡Abrazos virtuales!

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