El regreso de Dangar

By trianguloalcuadrado

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Dangar es un vampiro de 2000 años, antiguo miembro del Consejo vampírico y reputado guerrero de las guerras e... More

En el bosque cerca de casa
La Cacería de Dangar
Un híbrido neófito

¿Entonces qué es?

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By trianguloalcuadrado

Tal cual llegó la mañana, Adrián sintió algo diferente a su alrededor o, mejor dicho, algo en él había cambiado, lo que causaba que percibiese todo a su alrededor de una forma distinta.

Al despertar lo primero que hizo, más por instinto y costumbre, fue levantarse e ir a mear al baño. Mientras salía de su interior la primera micción del día, no pudo evitar darse cuenta de que algo en él había cambiado en el momento en el que vio su propio reflejo en el espejo del baño.

A simple vista todo parecía igual, pero había una pequeña diferencia que enseguida notó. Sus ojos eran azules y, a pesar de que su piel se había vuelto varios tonos más pálida, sentía que su temperatura corporal había aumentado tanto que parecía estar ardiendo.

Después de lavarse las manos, llevó una a su frente. Estaba caliente, pero no nada fuera de lo normal.

Y en ese momento recordó el día anterior. Todos sus recuerdos afloraron en su mente como si no hubiese dejado de pensar en ello ni por un momento.

Y entonces un pensamiento nuevo se instaló en el corral de su mente. Encuéntrale. Le dijo su mente. —¿A quién?—su mente le respondió sin palabras, mostrándole los recuerdos de la sensación de unos brezos fuertes recogiéndole del suelo y llevándole a otro lugar, dándole de beber un líquido espeso que bebió con avidez aún sin saber que era. Por último, un olor. Estaba claro, debía seguir ese olor hasta donde le llevase y encontrarse con ese hombre.

—¿Por qué? —preguntó Adrián en voz alta y, después de esperar casi dos minutos enteros, supo que no recibiría una contestación.

Adrián ignoró por el momento la voz que le había hablado y mostrado aquello para prepararse para ir a la universidad.

Una vez llegó a la universidad, le mandó un mensaje a su amigo Sebastián, que enseguida estuvo a su lado y entraron juntos a la universidad, hablando de todo y nada a la vez.

Una vez dentro Sebastián se fijó en los ojos, ahora azules, de su amigo. —Estará usando lentillas?— Se preguntó el mayor, agarrando a su amigo por los hombros.

—¿Qué te ha pasado en los ojos? Y, ¡joder! ¿Por qué tu piel está tan caliente? Pareces un volcán, amigo. —Preguntó Sebastián, poniendo una de sus manos en la frente de Adrián, que sólo lo miró mientras pensaba en qué excusa poner para explicar el por qué del cambio de color en sus ojos.

—Yo... sólo no quería usar gafas. Y no tengo fiebre, ya lo he comprobado yo esta mañana. No hace falta que te preocupes por mí, ni que me fuera a morir sólo por estar un poco caliente.

Sebastián apartó la mano de la frente de su amigo y la volvió a dejar colgando a su lado, mientras miraba a Adrián con seriedad. Algo le estaba ocultado, eso lo tenía claro. Cuando Adrián mentía o intentaba ocultar cierta información, sus manos lo delataban, pues se ponía a estrujar su camiseta involuntariamente.

El timbre que indicaba el inicio de las clases sonó, así que Adrián salió corriendo y a Sebastián no le quedó de otra que seguirlo en dirección a la clase.

Cuando la clase acabó, Adrián se quedó sentado sin moverse hasta que sólo quedaron Sebastián y él en la clase. Entonces, lo encaró para contarle lo que le había pasado el día anterior en el bosque.

—Creo que lo mejor será que te sientes, Sebas.

Sebastián se sentó sin que se lo dijese dos veces. Entonces, Adrián intentó ordenar sus recuerdos para no saltarse nada. Sin duda, no le creería, pero debía hacerlo porque sentía que su mente explotaría en cualquier momento. Para Adrián simplemente era más de lo que podía soportar él solo.

—Ayer cuando tú y yo nos despedimos al anochecer me encontré con un hombre que decía necesitar ayuda...

Adrián le explicó todo. Desde la sangre en el bosque y la aparición de lo que ahora estaba seguro era un hombre lobo, hasta los cambios que había experimentado aquello mañana en su propia fisionomía, cambios que hasta el propio Sebastián ya había notado.

Cuando el más joven de los dos hubo terminado con su monólogo, el habitáculo se quedó en total silencio. Adrián miraba el suelo, sin saber qué es lo que estaría pensando su amigo. —¿Por qué no tengo la habilidad de Edward? Joder.— Sí. Durante su noche de lectura se había decantado por empezar con Crepúsculo.

Al final Adrián levantó la mirada y la posó en el rostro de Sebastián, que solo miraba hacia el exterior a través de una ventada, impertérrito, como si su rostro hubiese sido esculpido en piedra.

Y entonces le miró. No había burla, miedo o asco en su mirada, pero tampoco comprensión, cariño y amabilidad. Sólo lo miraba, hasta que se dio la vuelta y empezó a caminar para salir del salón.

—Sebas... —antes de que siguiera hablando, el chico más grande le paró.

—Tranquilo. Sólo necesito pensar. —Tras esas palabras, salió de la clase.

Adrián se quedó solo en el salón, sentado mientras miraba hacia la puerta esperando a que su mejor y único amigo volviese y lo abrazase, diciéndole que no se había convertido en un monstruo.

Por el contrario, Sebastián caminaba como si ni siquiera fuese parte de su mismo cuerpo. Lo único que había en su mente eran unas simple tres palabras. Es un vampiro. Su mejor amigo, aquel al que siempre le había ocultado su naturaleza para que no le tuviese miedo, se acababa de convertir en su enemigo natural de la noche a la mañana.

Pero un pensamiento diferente llegó. El cuerpo de Adrián no estaba frío, es más, el corazón del joven chico seguía latiendo, lo había oído irrefrenable mientras le contaba lo que le había pasado. Y, por sobre todas las cosas, sus ojos no eran rojos.

Giró su cabeza hacia el pasillo en dirección al aula con la boca abierta. —Entonces... ¿Qué es?—

Horas antes, cuando aún era de noche, en una ciudad diferente, Fevros llegaba con el cabello castaño al viento a la casa de la bruja. Se paró ante la puerta de la entrada y detuvo su mano antes de tocar la madera de la puerta. Después de todo, era la casa de una bruja poderosa. Obviamente tenía una trampa mágica para que nadie entrase sin su permiso.

Se alejó de la puerta varios pasos y se plantó delante de la casa con las manos a los lados de su boca para amplificar el sonido.

—¡Oh, gran Fortunata! ¡Tú, que posees el saber absoluto! ¿Le abrirías la puerta de tu casa a un viejo amigo? —Dijo, esperando que aquellas palabras aduladoras que abrasaron su boca hicieran salir a la bruja, lo cual así fue.

Una mujer alta y bien proporcionada, de aspecto joven a pesar de contar con cerca de doscientos años, se asomó por la puerta de la casa y lo miró con una sonrisa en el rostro.

—¿Pero qué ven mis ojos? ¿Acaso esa cosa de ahí osa hablarme a mí?

—¿Puedo pasar, Fortunata? —preguntó Fevros tras parar de reír. Esta asintió y se echó a un lado para que el vampiro pudiese pasar. Una vez dentro de la acogedora casa de la bruja, Fevros se sentó en un sofá de cuerpo marrón que le llamaba a sentarse en él.

—¿Y a qué se debe el placer de esta... inesperada visita? —Preguntó Fortunata, dejándose caer en el sofá grande que había enfrente de donde se había sentado el vampiro. Fevros pareció recordar algo y dejó a la vista la pata de un hombre lobo. La bruja se enderezó para mirar más cerca el miembro cercenado y después clavó su mirada en la del vampiro.

—Tiene un pelaje muy bonito, pero no creo que esa decoración encaje en mi casa. Así que supongo que no es un regalo por no haberme venido a visitar en más de un año. —Exclamó la bruja. El vampiro la miró y negó con la cabeza algo avergonzado por el regaño de la mujer ante él.

—Dangar quiere saber a que manada pertenece. No podemos confiar en nadie más para que nos lo diga. —La bruja estiró la mano hacia la pata del hombre lobo, y Fevros se la entregó.

Fortunata miró la pata del lado del cual aún había sangre, aunque ya estaba seca. La tocó con un dedo.

—Veré que puedo hacer, pero no prometo nada.

Fevros asintió al oír la respuesta de la bruja y le dio las gracias. Ella solo soltó una risa y se puso de pie al igual que el vampiro. Lo acompañó hasta la puerta y después de hablar durante un rato más sobre algunas cosas, el vampiro se marchó.

Aunque corriese hacia casa, no llegaría antes de que amaneciese y, después de haber peleado contra un hombre lobo, necesitaba recuperar fuerzas y comer de nuevo.

Encontró a su presa al cabo de poco tiempo. Era una chica joven, no debía pasar de los veinte años. Estaba mirando una película en su ordenador cuando sin que se diese cuenta ingresó en el interior del apartamento y se colocó en las sombras, observando a su presa.

La chica se revolvió ante un escalofrío y se dio cuenta de que se había dejado la ventana abierta, aunque recordaba haberla cerrado después de fumar. Se levantó y se acercó a la venta y la cerró. Después se acercó a la cocina.

Llenó un vaso de cristal con agua y bebió. Entonces su mano dejó funcionar bien y el vaso se estrelló contra el suelo. Su pequeño cuerpo salió volando hasta que chocó contra la pared.

Antes de siquiera poder pensar en lo que ocurría, su vida ya se había escapado a través de su cuello.

El vampiro despegó la cabeza del cuerpo de la chica y siseó con la boca llena de sangre, antes de tirar el cuerpo al suelo y cerrar todo para poder pasar el día ahí dentro sin morir abrasado.


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