La Cacería de Dangar

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—No hace falta que te preocupes por ese humano. Al igual que tú hace años, él también vendrá a mí mañana mismo. —Dijo Dangar, mirando a su discípulo. Fevros seguía mirando al suelo, atento a las palabras de su maestro.—Lo ha convertido—pensó el vampiro más joven, levantando la mirada y mirando al mayor.

—¿Lo has convertido? —Preguntó, quería asegurarse de que fuera eso y no otra cosa, no le agradaban nada los medio humanos, siempre creyéndose superiores a los vampiros puros por ser capaces de salir a la luz del día.

—Sí. Le di de mi sangre. Pero dejando a un lado el tema del humano, hablemos del perro. —Dangar miró los restos del hombre lobo, esparcidos alrededor del árbol con el que había chocado. —¿Cuánto hace que no marcas el bosque? No creo que un solo beta haya conseguido romper el hechizo de protección.

—El hechizo de la bruja sigue funcionando, ayer mismo marqué los árboles con el ungüento. —Explicó Fevros también mirando al hombre lobo. No era la primera vez que entraba un ser no humano dentro del bosque, pero el último fue la bruja que les dio el hechizo, nueve años atrás.

—Entonces debió entrar antes de que pusieran el ungüento, cuando el hechizo aún estaba débil. Eso, o una manada muy poderosa le ayudó a romper el hechizo o debilitarlo lo suficiente como para que un solo lobo pudiese entrar. —Dijo Dangar. Fevros lo miró, sopesando las posibilidades.

—¿Quién querría meterse aquí? Nadie sabe donde te escondes. —Dijo Fevros, a lo que Dangar sólo se limitó a asentir con el semblante serio.

—Pero tú no te escondes, pueden haberte visto entrar en el bosque y haber pensado que es aquí donde me encuentro. —Explicó Dangar con el semblante serio, acercándose al cadáver.

Dangar agarró una de las patas delanteras del hombre lobo y la arrancó de cuajo sin esfuerzo alguno. Se levantó con la pata en la mano y se giró para darle la pata Fevros que, extrañado, la cogió.

—Para qué...

—Irás a ver a Fortunata y le pedirás que averigüe a que manada pertenece este lobo. Yo tengo asuntos que atender. —Dijo Dangar, girándose para caminar a paso humano hacia la casa.

—Sí, maestro. —Así que rápidamente Fevros desapareció del lugar y corrió hacia la casa de la bruja Fortunata, la única que conocía el lugar en el que Dangar se escondía, a parte de el propio Fevros.

Mientras tanto, Dangar entró en la casa y se acostó de nuevo en su cama. Lo cierto es que seguía teniendo su ataúd, pero ya no lo utilizaba para dormir, no le era necesario.

Por si acaso, se levantó de la cama y comprobó que la luz no podía pasar por ningún lado. No es que la casa tuviese hendiduras, ventanas o cosas así, pero la casa tenía veinte años y a veces se caía a pedazos cuando un humano golpeaba alguna pared o algún mueble.

Río amargado. —Hasta las casas se mueren— pensó. Recordó cuando se transformó. Era un joven patricio romano, senador en el senado de Roma. Su Cursus Honorum era envidiable y quizá si hubiera vivido más tiempo podría haber llegado a ser cónsul bajo el poder del emperador Calígula. —Pero yo nunca moriré.

Se volvió a acostar en su cama una vez que comprobó que la luz no entraría por ningún lado. Aún quedaban unas horas para que amaneciera, ¿pero qué iba a hacer de mientras? Entonces lo recordó, aún no había comido. Con todo el problema del hombre lobo, al final Fevros no le había traído comida.

—Tendré que cazar yo. —Dijo Dangar en voz alta, levantándose de nuevo de la cama y caminando a paso lento hacia su armario. Una vez ahí buscó que ropa ponerse.

El regreso de DangarWhere stories live. Discover now