¿Entonces qué es?

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Tal cual llegó la mañana, Adrián sintió algo diferente a su alrededor o, mejor dicho, algo en él había cambiado, lo que causaba que percibiese todo a su alrededor de una forma distinta.

Al despertar lo primero que hizo, más por instinto y costumbre, fue levantarse e ir a mear al baño. Mientras salía de su interior la primera micción del día, no pudo evitar darse cuenta de que algo en él había cambiado en el momento en el que vio su propio reflejo en el espejo del baño.

A simple vista todo parecía igual, pero había una pequeña diferencia que enseguida notó. Sus ojos eran azules y, a pesar de que su piel se había vuelto varios tonos más pálida, sentía que su temperatura corporal había aumentado tanto que parecía estar ardiendo.

Después de lavarse las manos, llevó una a su frente. Estaba caliente, pero no nada fuera de lo normal.

Y en ese momento recordó el día anterior. Todos sus recuerdos afloraron en su mente como si no hubiese dejado de pensar en ello ni por un momento.

Y entonces un pensamiento nuevo se instaló en el corral de su mente. Encuéntrale. Le dijo su mente. —¿A quién?—su mente le respondió sin palabras, mostrándole los recuerdos de la sensación de unos brezos fuertes recogiéndole del suelo y llevándole a otro lugar, dándole de beber un líquido espeso que bebió con avidez aún sin saber que era. Por último, un olor. Estaba claro, debía seguir ese olor hasta donde le llevase y encontrarse con ese hombre.

—¿Por qué? —preguntó Adrián en voz alta y, después de esperar casi dos minutos enteros, supo que no recibiría una contestación.

Adrián ignoró por el momento la voz que le había hablado y mostrado aquello para prepararse para ir a la universidad.

Una vez llegó a la universidad, le mandó un mensaje a su amigo Sebastián, que enseguida estuvo a su lado y entraron juntos a la universidad, hablando de todo y nada a la vez.

Una vez dentro Sebastián se fijó en los ojos, ahora azules, de su amigo. —Estará usando lentillas?— Se preguntó el mayor, agarrando a su amigo por los hombros.

—¿Qué te ha pasado en los ojos? Y, ¡joder! ¿Por qué tu piel está tan caliente? Pareces un volcán, amigo. —Preguntó Sebastián, poniendo una de sus manos en la frente de Adrián, que sólo lo miró mientras pensaba en qué excusa poner para explicar el por qué del cambio de color en sus ojos.

—Yo... sólo no quería usar gafas. Y no tengo fiebre, ya lo he comprobado yo esta mañana. No hace falta que te preocupes por mí, ni que me fuera a morir sólo por estar un poco caliente.

Sebastián apartó la mano de la frente de su amigo y la volvió a dejar colgando a su lado, mientras miraba a Adrián con seriedad. Algo le estaba ocultado, eso lo tenía claro. Cuando Adrián mentía o intentaba ocultar cierta información, sus manos lo delataban, pues se ponía a estrujar su camiseta involuntariamente.

El timbre que indicaba el inicio de las clases sonó, así que Adrián salió corriendo y a Sebastián no le quedó de otra que seguirlo en dirección a la clase.

Cuando la clase acabó, Adrián se quedó sentado sin moverse hasta que sólo quedaron Sebastián y él en la clase. Entonces, lo encaró para contarle lo que le había pasado el día anterior en el bosque.

—Creo que lo mejor será que te sientes, Sebas.

Sebastián se sentó sin que se lo dijese dos veces. Entonces, Adrián intentó ordenar sus recuerdos para no saltarse nada. Sin duda, no le creería, pero debía hacerlo porque sentía que su mente explotaría en cualquier momento. Para Adrián simplemente era más de lo que podía soportar él solo.

El regreso de DangarΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα