Desencuentros; img

By Quidnuncx

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Muchos dicen no creer en el amor a primera vista, pero es que entre mirada y mirada ya hay cientos de siglos... More

Desencuentros
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022.
023.
Epílogo.

018.

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By Quidnuncx

Mucha cercanía, en ocasiones, en vez de juntar las pasiones más bien aleja a sus portadores. No se puede culpar a quienes han desperdiciado su juventud sin un amor que de verdad marque sus caminos por alejarse instintivamente cuando las distancias se acortan. En realidad era debido a eso, a ese instinto y a ese reflejo de alzar vuelo cuando la brisa se hace fuerte.

Y él no podía culparla a ella. Creía que la distancia más grande había estado en esos siete años de no coincidir, pero se había equivocado. La peor distancia estaba entre dos bocas que no pueden llegar a besarse porque el miedo acucia sus cuerpos.

Tomando al miedo de la mano, al menos para lograr llegar a su destino, habían logrado caminar silenciosamente hasta el departamento. Ya estando dentro de la casa la chica se limitaba a seguir los pasos del anfitrión, incómoda, apenada y arrepentida de no haberse negado lo suficiente a venir.

Lo primero que hizo Aitor al cruzar la puerta fue dirigirse apresuradamente hacia la cocina. Tomó a la chica por los hombros y la sentó en la pequeña mesa frente al mesón sin si quiera molestarse en pedir su aprobación. Aitor dejó sus pertenencias en el sillón y rápidamente pasó a sacar las cosas de la alacena y del refrigerador. Al ver aquello y darse cuenta de lo que el chico pretendía no tardó en manifestarse.
—Si estás pensando en cocinar no te molestes, no pienso comer.
—¿Ah sí? —dijo este sin prestar mucha atención para seguir preparando los implementos.
—No tengo apetito.
—No me digas. —Soltó una risilla pero no se detuvo. Resignada, al ver que el muchacho aún así continuaba con su preparación, pero en el fondo también agradecida por ello, se acomodó en la silla y dejó su mochila en el suelo. Desde allí pudo ver como el muchacho hacía un desastre en la cocina, picaba vegetales, horneaba panes y revolvía el líquido en los sartenes, todo al mismo tiempo. Había ensuciado casi toda la cocina en tan solo quince minutos pero al parecer al final sí había valido la pena.

Lentamente dejó un plato hondo, caliente y aromático sobre la mesa justo en frente del rostro de la joven. La chica miró detalladamente lo que tenía en frente sin expresión alguna y de inmediato se sorprendió de que aquel muchacho realmente supiese cocinar. Aitor volvió por el plato restante y lo dejó del otro lado de la mesa, se sentó y permaneció esperando que la chica prosiguiera para hacerlo él. Trina reconoció frente a ella el aspecto, la textura y el inconfundible aroma de una crema de espárragos. No habían muchas cosas que esta comiera pues era más bien difícil que Trina disfrutara de algún platillo, pero cuando tuvo en frente lo que reconoció como el mejor aroma del mundo no pudo evitar sonreír. Aquella sonrisa fue percibida por el chico pero no duró demasiado pues esta la ocultó como de costumbre.
—Adelante, te gustará —dijo él. Trina sujetó el cubierto entre sus manos y no tardó en ingerir el alimento. Cuando Aitor vio aquello su corazón cayó en una calma profunda y solo entonces, él comió. Se mantuvieron en un silencio cómodo y profundo hasta que el fondo de sus platos se hizo visible y sus estómagos estuvieron llenos.

Aitor se levantó de la mesa y con una mirada la invitó a seguirlo, ella avanzó fuera de la cocina tomando su mochila y con un paso mucho más lento e inseguro lo siguió. Al llegar a la habitación la chica se detuvo junto al marco de la puerta, ya conociendo el lugar pero igual nerviosa de encontrarse de nuevo allí. El muchacho ya estaba buscando entre el armario las almohadas y las cobijas de repuesto que tenía guardadas para las visitas que nunca recibía, en el fondo le alegró tener una ocasión para usarlas. Fue sacando las cosas una por una y dejándolas en la cama. Al ver a Trina inmóvil junto a la puerta con un leve gesto de su cabeza la invitó a pasar.

Trina caminó lentamente por la habitación hasta quedar frente a la cama e ignorar por completo la presencia del chico. Se mantuvo de pie frente a esta, examinándola y recordando también. Se perdió en la enorme cama de edredones blancos e infinitas almohadas, pero más que eso se perdió en el recuerdo que el lecho de los amantes emanaba dentro de su conciencia. Cerró con fuerza los ojos recordando involuntariamente, viviendo nuevamente el tacto y la complicidad que todavía en la cama seguían regados. Él, que ya había terminado de organizar los repuestos, se acercó a ella y se posicionó a su lado. La vio ida, perdida y ensimismada. Supo de inmediato el porqué y en su interior rogó infinitamente que aquellos recuerdos de Trina trajeran consigo la nostalgia más no el arrepentimiento. Poco a poco Trina se percató de la calurosa presencia del chico justo a su lado y aún sin moverse abrió los ojos para volver a observar la cama frente a ella.
—¿No crees que ya es demasiado tarde para eso? —preguntó ella sin siquiera mirarlo, haciendo referencia a los repuestos que había sacado para dormir por separado.
—¿Para dormir en lugares diferentes?
—Sí.
—¿Es una invitación a dormir juntos?
—No realmente —negó ella de inmediato.
—Sí. Claro que es tarde para decidir dormir separados —dijo él finalmente respondiendo a la pregunta sin tartamudeos y hablando sobre el hombro de Trina—. Sólo no quiero que pienses que te traje conmigo para aprovecharme de ti. —Ella de inmediato se giró a verlo, manteniendo el contacto con sus ojos incluso en la muy poco iluminada habitación.
—¿Si no quieres sexo entonces qué? ¿Para qué me trajiste?
—No dije que no quiero sexo contigo dije que no te traje para eso. Te traje para cuidar de ti. —Trina intentó ignorarlo y continuar hablando objetivamente.
—¿Hay diferencia?
—Sí, mucha.
—¿Y si no necesito que me cuiden?
—Todos lo necesitamos —dijo él de forma radical y sin intención de debatirlo—. Y también necesitas dejar de estar tan sola. —Aitor tomó entre sus brazos las cobijas y las almohadas de repuesto y se dirigió a la puerta.
—Lo justo es que a mi me toque el sofá.
—De ninguna manera —respondió él sin mirarla y desapareciendo por la puerta.
—¡Aitor!
—No está a discusión.

Ya estando sola en la habitación Trina suspiró profundamente y dejó su mochila sobre el colchón. No podía borrar las imágenes que dicha cama le producía así que se alejó lentamente de esta dándole la espalda. Tampoco podía olvidarse de que en las manos de Aitor estaba su libreta, y no solo era eso, no solo eran hojas cocidas y en ellas un poco de tinta, era lo más profundo de su ser lo que se encontraba allí. Se aterraba de tan solo pensar que este la leyera. Sentía que ahora estaba en deuda con él por muchas cosas pero aún así no podía solo complacerlo en todo.

Se alejó del escaparate y determinadamente caminó fuera de la habitación. Se dirigió a la sala pero se detuvo de inmediato al ver al chico de espaldas, sentado en el sillón ya acomodado entre las almohadas y las cobijas. Su espalda y sus espléndidos hombros sobresalían del sofá en una postura decadente y encorvada que a la chica la angustió. Lo amaba tanto, sin importar nada, que tan solo a la primera señal de complicaciones ya le aterraba la vida. Lentamente se acercó a las esquinas del sofá para ver a un Aitor encorvado, apoyado en sus propias piernas y cubriendo su rostro con sus manos.
—¿Qué te ocurre? —preguntó ella mientras lo observaba desde lejos. Este lentamente descubrió su rostro y la miró también.
—Nada.
—¿No vas a decirme? —pregunta ella.
—Estoy algo cansado y tengo que ir al estudio, tengo trabajo atrasado y no puedo hacerlo desde aquí. —A la chica se le derrumbó el mundo, y para compensar el terreno baldío y en ruinas se instauraron los fuertes muros de la hostilidad.
—Y aún así me trajiste contigo, ¿necesitas otro problema más, no? —Arrojó ella con una voz temblorosa pero camuflada.
—No eres un problema, no hables de esa forma.
—Tú me conviertes en uno.
—Mi trabajo ya era difícil antes de que volvieras.
—Dame mi libreta, tal vez así pueda irme y dejarte tranquilo. —Aitor soltó un suspiro y restregó sus ojos como intentando reunir toda su paciencia por amor.
—Siéntate, ¿sí? —Terminó invitándola a sentarse antes de decir cualquier otra cosa. Ella le dio una mirada tosca en forma de respuesta, pero él no se rindió—. Por favor, sólo... siéntate conmigo. —Rogó. Trina respiró hondo y se acercó al mueble. Lentamente se sentó a su lado mientras él se acomodaba para darle espacio y para mirarla de frente.

Se quedaron en silencio unos segundos hasta que la chica, sin poder resistir mucho más, se derrumbó.
—Por favor, dame mi librera para que pueda irme, así te juro que no volverás a verme jamás. —Le suplicó de nuevo. Aitor pareció entristecido y comenzó a jugar con la tela del sillón.
—¿Realmente quieres irte? —preguntó él completamente atemorizado. Ella no pudo responder.
—Quiero mi cuaderno —dijo ella esquivamente. Al ver que la súplica parecía no tener efecto, continuó con algo tal vez más contundente—. Sabes que no puedes leerlo sin mi consentimiento.
—Sí, lo sé. No cometería ese error dos veces.
—¿Qué dices?

Aitor tomó su mochila del piso y sacó lentamente no sólo la libreta de la cual se había apoderado esta tarde, sino también un pequeño cuaderno negro de hojas cuadriculadas y bicolores y los dejó en el sillón donde ella pudiera verlos. Al principio fue difícil para ella recordar aquello pero lentamente la chica lo reconoció. Sujetó en sus manos su cuaderno de apuntes de la universidad y sin examinarla mucho, pues ya conocía su contenido, volvió a dejarla en el sillón, justo en medio de ambos.

—Lo recuerdas, ¿verdad? —Trina no respondió—. Bash me lo dio el día que te fuiste. Era nuestro amigo, un buen amigo. —La chica de nuevo calló y poco a poco sus ojos comenzaron a inundarse en lágrimas—. Él creyó que tal vez leyéndolo lograría entenderte —continuó Aitor—. No fue suficiente pero me aclaró ciertas cosas que no me aclaraste tú.
—Tuviste ayuda —repitió ella recordando lo que este había dicho la mañana que despertaron juntos.
—Sí. —Lentamente ella lo miró. Ambos parecían estar al borde del llanto en aquel ambiente turbio y nostálgico—. Sé que no puedo leer la libreta si no me lo permites, y no lo haré, yo jamás haría algo que tú no quieras. Pero sé que eventualmente me dejarás hacerlo porque sabes que es la única manera en que nos podamos amar.

Ella apretó los labios y aguantó las lágrimas mientras desviaba la mirada.
—No entiendo nada de lo que dices.
—Sí lo haces. Sabes bien que no hemos aclarado nada. Antes no me importaba tanto porque tenía la esperanza de que hablarías conmigo a tu tiempo, cuando quisieras, por eso dejé que todo pasara por sí solo. Pero ahora que estuve a punto de volver a perderte y que sé que en cualquier momento puedes empeorar o escaparte no estoy dispuesto a pasar por lo mismo otra vez, necesito saber más. Necesito que me expliques qué pasó allá y qué era lo que sentías, porque nunca vamos a dejar de estar tan lejos si no me lo dices.

Trina se levantó impulsivamente del sillón y le dio la espalda.
—Te hablé más veces de las que te imaginas, aveces incluso te grité y tú nunca escuchaste. —Aitor asintió.
—Lo sé, y lo siento. Pero ahora es diferente —respondió él. Ella negó con la cabeza y continuó alejándose.
—No vas a leer mi libreta.

Aitor respiró hondo y entristecido se rindió. Se levantó del sillón y tomó su mochila antes de guardar nuevamente ambos cuadernos en el interior.
—Ya te lo dije, no planeo obligarte a nada —habló él tomando el resto de sus pertenencias y dirigiéndose a la puerta para irse—. Si realmente quieres irte, está bien, puedes hacerlo. Me gustaría regresar y encontrarte pero si te vas, lo aceptaré —dijo finalmente saliendo y cerrando la puerta.

Una vez sola Trina se rompió a llorar. No sabía porqué no podía simplemente correr a sus brazos y quedarse ahí, ahora que lo tenía. No sabía porqué no podía solo perderse en él y amarlo como se debe.

Pensó que tal vez habían desencuentros que nunca llegaban a su fin, que nunca cesaban y que permanecían entre las almas para que se extrañaran en vez de amarse.

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