La sala de los menesteres

TomorrowJuana tarafından

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Alba Reche es propietaria de una prestigiosa clínica de fisioterapia en Madrid. Natalia Lacunza es una famos... Daha Fazla

Capítulo 1. Situémonos.
Capítulo 2. Anestesia y rosas.
Capítulo 3. Recalculando ruta.
Capítulo 4. Vibraciones.
Capítulo 5. Reglas.
Capítulo 6. Humedad.
Capítulo 7. La sala.
Capítulo 8. Al habla.
Capítulo 9. El juego.
Capítulo 10. Dos galaxias de distancia.
Capítulo 11. Pasteles.
Capítulo 12. Whatsapp.
Capítulo 13. Punto de contacto.
Capítulo 14. La oveja negra.
Capítulo 15. Tacto.
Capítulo 16. La cuerda.
Capítulo 17. Pavas.
Capítulo 18. Amable.
Capítulo 19. La barbacoa.
Capítulo 20. Aquí, madurando.
Capítulo 21. La apuesta.
Capítulo 22. La gasolina.
Capítulo 23. Notting Hill.
Capítulo 24. Platónico.
Capítulo 25. Callaita.
Capítulo 26. Caníbal.
Capítulo 27. Casa.
Capítulo 28. Funciona.
Capítulo 29. Poesía.
Capítulo 30. El alma mía.
Capítulo 31. Gilipollas.
Capítulo 32. Desaparecer.
Capítulo 33. Morrearse.
Capítulo 34. Ensayar.
Capítulo 35. El mar.
Capítulo 36. Igual un poco sí.
Capítulo 37. El furby diabólico.
Capítulo 38. Fisios y cantantas.
Capítulo 39. La noche se vuelve a encender.
Capítulo 40. Put a ring on it.
Capítulo 41. Obediente.
Capítulo 42. El pozo.
Capítulo 43. Palante.
Capítulo 44. Cariño.
Capítulo 45. Colores.
Capítulo 46. El concierto.
Capítulo 47. La sala de los menesteres.
Capítulo 48. Mojaita.
Capítulo 49. Mi chica.
Capítulo 50. El photocall.
Capítulo 51. Un plato de paella.
Capítulo 52. Trascendente.
Capítulo 53. Mi familia, mi factoría.
Capítulo 54. Elegirte siempre.
Capítulo 55. El experimento.
Capítulo 56. La chimenea.
Capítulo 57. El certificado Reche.
Capítulo 58. La última.
Capítulo 59. Ella no era así.
Capítulo 60. Volveré, siempre lo hago.
Capítulo 61. Puente aéreo.
Capítulo 62. Natalia calva.
Capítulo 63. Prioridades.
Capítulo 64. Una línea pintada en el suelo.
Capítulo 65. Mucha mierda.
Capítulo 66. Roma no se construyó en un día.
Capítulo 67. Como siempre, como ya casi nunca.
Capítulo 68. 1999.
Capítulo 69. El ruido.
Capítulo 70. Desatranques Jaén.
Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.
Capítulo 72. El clavo ardiendo.
Capítulo 73. Miento cuando digo que te miento.
Capítulo 74. Los sueños, sueños son.
Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.
Capítulo 76. El frío.
Capítulo 77. Voy a salir a buscarte.
Capítulo 78. La guinda.
Capítulo 80. Año sabático.
Capítulo 81. Incendios de nieve.
Capítulo 82. El taladro.
Capítulo 83. Nadie te ha tocado.
Capítulo 84. Baja voluntaria.
Capítulo 85. Polo.
Capítulo 86. Comentario inapropiado.
Capítulo 87. Cumpliendo las normas.
Capítulo 88. Puntos flacos.
Capítulo 89. Idealista.
Capítulo 90. Estoy enfadada.
Capítulo 91. Bombillas.
Capítulo 92. Amor bandido.
Capítulo 93. Galletas de mantequilla.
Capítulo 94. Un día chachi.
Capítulo 95. Click.
Capítulo 96. Doctora.
Capítulo 97. Plantas.
Capítulo 98. Como si estuviera enamorada de ti.
Capítulo 99. Un salto en el tiempo.
Capítulo 100. 24 horas después.
Capítulo 101. Una puta maravilla.
Capítulo 102. No dejo de mirarte.
Capítulo 103. Un temblor de tierra.
Capítulo 104. La chica de las galletas.
Capítulo 105. Maestra Pokémon.
Capítulo 106. La matanza de Texas.
Capítulo 107. ...antes la vida que el amor.
Capítulo 108. Adelantar por la derecha.
Capítulo 109. Lo circular nunca se termina.
Parte sin título 110. Poli bueno, poli malo.
Capítulo 111. La patita.
Capítulo 112. Una suscripción premium.
Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.
Capítulo 114. No te echo de menos.
Capítulo 115. Días, meses, años.
Capítulo 116. El collar.
Capítulo 117. Madera.

Capítulo 79. El hilo.

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TomorrowJuana tarafından

Marco


Se estaba empezando a ofuscar con el maldito Marco de las narices. ¿Qué coño significaba? Lo tuiteaba casi todos los días, pero Alba estaba más perdida que un pedo en un jacuzzi. 

Andaba tirada en el sofá, aguantando la resaca como podía. El día anterior había salido con las chicas y, para su sorpresa, Lacunza había decidido quedarse en casa, dándole una tregua, o eso pensó. El miércoles se fue la primera y el viernes decidió no salir, y eso solo podía significar que quería darle la tranquilidad de no imponerse en cada aspecto social de su vida. Lo agradeció, por una parte, aunque por otra hubiera preferido verla: se moría de ganas de molestarle un poco y demostrarle que había vida después de ella. 

Tenía la sensación de que era la gran perjudicada a los ojos de todo el mundo, en una batalla entre la anónima y la estrella parecía que ella tenía las de perder, incluso para sí misma la mayor parte del tiempo. Pero ella no se sentía débil en absoluto, aunque le flaqueara el autoestima con demasiada frecuencia. Todos aquellos meses le habían hecho ver su fuerza y su capacidad de aprendizaje, sobreponiéndose sin demasiados dramas a una situación complicada, siendo su ex quien era: una famosa en plena gira cuya cara tenía que ver a todas horas quisiera o no. 

Por eso le hubiera gustado que la viera desenvolverse con frescura en el ambiente nocturno de Madrid, bailando, bromeando con sus amigas y sin echarle mucha cuenta a la cantante. 

Tenía que ir acostumbrándose a su presencia, al fin y al cabo compartían grupo de amigas. No le molestaba; el miércoles, con ignorarla, había sido suficiente. No se había sentido incómoda ni violenta, ni siquiera con su insistente mirada y con aquella mención a Harry Potter. Menuda payasa. Poco a poco se iría dejando llevar aunque ella estuviera delante, recuperando el ambiente distendido sin prestar atención a quién estuviera mirando. 

Y si encima tenía intención de que la tratara, con mayor motivo. 

No había querido pensar mucho en ello, pero los días pasaban y la reunión venía cuesta abajo y sin frenos, directa hacia ella. 

Podía negarse a tratarla, por supuesto, cualquiera de las otras fisios podrían hacerse cargo de su espalda, pero con ello lo único que daría a entender era que aún estaba fresca la herida, y por nada del mundo quería mostrarle ni un signo de debilidad. Si Lacunza tenía poca vergüenza, ella tendría menos. ¡Menuda era! 

Alba Reche podría haber visto mermada su autoestima tras su relación, pues a quien había entregado su corazón se había marchado sin más ni más, pero en absoluto había podido con su orgullo ni con su amor propio. 

Nadie se muere por nadie, y mucho menos me voy a morir yo por ti, por mucha Natalia Lacunza que seas, porque no olvides que quien tienes enfrente no es otra que Alba Reche, chavala. 

Alba no era una persona que huyera de los enfrentamientos ni de las situaciones incómodas, era, en esencia, valiente, y bastante sentía que se había arrugado las últimas semanas. Tenía que recuperarse a sí misma, renovar, quizá, esa fiereza del principio, no dejarse avasallar por el ímpetu incomprensible de Lacunza. 

Puede que su fallido primer amor le hubiera dejado herida, pero tenía que mirar hacia delante, aunque la cantante se empeñara en ponérsele en medio. 




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- ¿Seguro que no quieres venir? 

- Segurísima, mmmmm, ¿lo oyes? Es mi cama, que me abraza. 

- María, mucho me animas a que le eche coño, pero ni un poquito de apoyo moral, de verdad. 

- Es que esto tienes que hacerlo tú solita, cariño, y lo estás haciendo fenomenal: tú llamaste a Marta y acordaste una cita. Estoy muy orgullosa de ti, ¿qué mayor apoyo moral hay que este de dejarte volar? 

- Me lo pintas muy bonito, sí, menuda labia te gastas, pero que me has dejado más tirada que una colilla, desgraciada. 

- Anda, tonta, llámame cuando acabes, o me llamarán del hospital cuando la Reche te de una paliza. 

- No sé qué haría sin tus ánimos. Espero que te ahogues con la almohada. 

- Yo también te quiero. Llámame, que al cotilleo me apunto. 

- Que te den. 


Colgó y miró hacia arriba. El edificio de siempre, más imponente que nunca. La primera vez iba acojonada, pero nada en comparación al momento presente. No sabía qué Alba esperar, ni qué Alba desear: si la guerrera, la indiferente, la despechada... Como siguiera pensándolo era capaz de dar media vuelta y volver a casa. Suspiró y entró. Hay que tirarse en marcha o se nos escapa, la vida se nos escapa. 

Solo escuchaba el sonido de los latidos de su corazón en los oídos. Bum bum, bum bum. Atronador. Un piso. Otro. Otro más. Le sudaban las manos. Se le secó la garganta. Se hacía, incluso, un poquito de pis. Respiró profundo. De ese modo jamás haría que a Alba Reche se le pasara por la cabeza darle una oportunidad. Como la viera con esa inseguridad se la iba a comer con patatas. En ese momento comprendió lo que María llevaba semanas diciéndole. Tenía que echarle coraje, valor, y un poco de cara. 

Se abrió la puerta del ascensor y se encaminó hacia Marta con su andar seguro. La chaqueta en la mano, botas militares, vaqueros negros y un jersey donde cabía, sin apreturas, una clase de primaria. Sonrió, o lo intentó. Se apoyó en el mostrador, y notó de nuevo la sensación de hogar de hacía ya tantos meses. 


- Buenos días, Marta -saludó. 

- ¿Ya no me cantas? 

- Quizá el próximo día. Si lo hay -sonrió sin dientes, consciente de que Alba podía, perfectamente, mandarla a tomar por culo. 

- Yo confío en tu carita de perrito bebé. 

- A ver si es verdad. 

- Voy a avisar de que ya estás aquí. Date una vuelta, respira en una bolsa... Ya sabes -intentó animarla, aguantando la risa. 


Natalia le sacó el dedo de en medio y deambuló por la recepción. Obviamente, el cuadro que tanto le gustaba ya no estaba allí, por lo que tuvo que conformarse con uno de una mujer sin rostro en una calle vacía. No estaba nada mal, aunque no era calma lo que le provocaba, precisamente. 


Alba salió a la recepción y allí la vio, con las manos en su espalda, observando un cuadro. Como siempre. Sacudió la cabeza, alejando de su mente aquellos recuerdos que la hacían vulnerable. Tragó saliva. Una cosa era hacerse fuerza mental en su casa, y otra tenerla allí, como el día que la conoció. Carraspeó y Lacunza se giró. 


- Hola. 

- Hola. 


Madre mía, ¿no puedo, simplemente, llevar unos mariachis a su balcón, enviarle flores, bombones, obras de arte, joyas? No. Lo significativo es que estés aquí, siendo como eres de cagada. Esto tiene más valor que cualquier otra cosa. Espero que lo vea. 

Le tendió la mano. 


- Soy Natalia, encantada. 

- Lacunza -le estrechó la mano-. Deja de hacer el imbécil. 


Rodó los ojos, se dio la vuelta y desapareció tras la puerta. Marta la miró con lástima. La primera en la frente. Voló tras ella. A su despacho, como la primera vez. 

Alba intentó controlar el temblor de sus manos. No tenía necesidad de verse envuelta en esa pantomima, sinceramente. Pero se había propuesto ser fuerte, guerrera. Se sentó en su silla y vio como Lacunza, con su timidez habitual, entraba mirando al suelo, cerraba la puerta y pedía permiso para sentarse. Se lo concedió y se sentó. 

La hostia, qué puta tensión. No necesito esto, no lo necesito, de verdad que no. 


- Tú dirás -la animó a empezar, secamente. 


Una frente a la otra, solas, al fin. El aire en torno a ellas se enroscó, haciendo giros y quiebros en el espacio, encogiéndose y alargándose en aquel metro y medio que las separaba, tensionando la atmósfera e imantando sus tripas. Amenazaba tormenta, una fascinante tormenta hecha de electricidad. 


- Me duele la espalda -comentó con una soltura que le sorprendió. 

- ¿Mucho? -alzó una ceja. 

- Lo suficiente como para venir al fisio. Y me han dicho que eres la mejor -sonrió sin dudas. Estaba asombrada de lo tranquila que parecía, aunque por dentro estuviera como un flan. Vas bien, vas de puta madre, aunque vaya cara tiene de querer ver cómo me atropella un camión, francamente

- Ya -apretó los labios-. Pasa a la camilla, por favor. 


Natalia asintió con media sonrisa, se levantó, se quitó el jersey y se tendió boca abajo en la camilla. Alba se detuvo en seco. No se esperaba aquello, de nuevo su cuerpo, el suyo de verdad y no en pantalla, allí, compartiendo el mismo estrato de la realidad que ella. Cabeceó sin que Lacunza pudiera verla, aceptando el reto, y puso sus manos heladas sobre su espalda. 


- ¡Hostias! -se quejó, dando un respingo. 

- Lo siento -Natalia no necesitó verle la cara para saber que estaba sonriendo. Qué cabrona-. ¿Dónde te duele? 

- Aquí -se señaló las lumbares. 

- Veamos -empezó a palparle la zona sin querer pensar demasiado en el tacto suave y cálido de su piel. Sí, la tenía cargada, pero nada como para tener que ir al fisio con tanta urgencia. Seguramente no le dolía habitualmente. Menuda teatrera eres, Lacunza. Suspiró-. Ya puedes vestirte. 


Natalia se demoró en colocarse de nuevo el jersey, pero Alba ni siquiera la miró, ojeando su historia en el ordenador. No estás siendo muy elegante, la verdad, espabila, joder, Alba no es una adolescente hormonada. 


- Tienes la espalda algo cargada, pero no veo que sea cosa de mucho -la miró, con los ojos entornados, intentando descubrir en su rostro sereno lo que no iba a ser capaz de adivinar. Decidió preguntarlo directamente-. ¿Qué quieres? 

- Quiero que me trate la mejor fisio de la ciudad. Me dedico a la música y he tenido una gira bastante dura -puso su cara de niña buena. Alba hizo un grandísimo esfuerzo por no poner los ojos en blanco. 

- No es un problema demasiado grave como para que tenga que tratarte la mejor fisio de la ciudad -no pensaba ceder ni un milímetro. 

- Yo solo quiero estar en las mejores manos -sonrió, con un brillo impertinente en la mirada. Qué guapa estás enfadada, rubia

- Y yo solo quiero que me dejes en paz, Lacunza. 


Auch


- De momento, lo único que busco es tu profesionalidad, Reche -no titubeó, remarcando el apellido. 


Aggggggggg. Se me olvidaba lo bien que se te da este juego. Con que mi profesionalidad, ¿no? De acuerdo. 


- Serán pocas sesiones, no veo que tengas una lesión importante -notó cómo la morena suspiraba, como si hubiera estado conteniendo el aliento hasta ese momento. Le jodió darle justo lo que quería, pero había apelado a su profesionalidad, y por ahí sí que no. 

- Las que sean -accedió, dispuesta a no crear problemas. 

- Lunes y jueves, de momento -se levantó de la silla, dando la reunión por concluida-. A la salida habla con Marta para acordar el horario. Hasta el jueves -le tendió la mano sin mover ni un músculo de su cara. 

- Hasta el jueves -se la estrechó y tiró levemente hacia ella, como si quisiera hacer que chocara contra su cuerpo y se hubiera arrepentido en el último momento-. Me alegro mucho de volver a verte, Alba Reche -la miró como si sus ojos fueran agujeros de gusano. 

- No sé qué pretendes con esto, Lacunza, pero no me toques la moral. 

- Tranquila, solo quiero refrescarte la memoria. Nos vemos -soltó su mano, sonrió en grande y se marchó sin más. 


Se quedó allí parada, con el sudor de la cantante aún rezumando en su mano. A pesar de esa actitud segura y despreocupada, aquel detalle le demostraba que había estado nerviosa. Ella también. 

Se dejó caer sobre su silla y resopló. No sabía a dónde quería llegar con aquello, y tampoco era que le importara demasiado. Quizá, pensó, su presencia sería positiva a la larga, pues, aunque escociera, haría que la costra se cerrara más rápido. Como echarle sal a una herida. Duele, pero cura deprisa. 


Natalia tuvo que pararse a respirar antes de entrar a la recepción, apoyada en la pared con la cabeza echada contra ella y los ojos cerrados. Casi se muere del miedo, de la incertidumbre, del dolor de verla tan lejana a ella. Su Albi, que había sido suya, que había temblado entre sus manos, que se había llevado, aleteando, su atolondrado corazón, estaba a una distancia insalvable. 


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Miró hacia abajo, a esa orilla que había provocado el océano entre ellas, y se agachó para coger ese hilo de seda que había dejado amarrado a su zapato. Era frágil, era delicado, suave al tacto. Le dio varias vuelvas a su mano con él, lo apretó en un puño, tiró con cuidado y notó el peso brutal de todo un continente al otro lado, invisible a sus ojos de tan lejano. 

Supo que, si tiraba con demasiada fuerza, se partiría, por lo que aflojó la tensión. Era un hilo de nada, insignificante contra ese mar y ese pedazo de tierra en la otra punta del mundo, pero allí estaba, aún, como un superviviente inesperado. Si seguía allí sería que todavía existía algo que las unía, y eso, aunque pareciera cosa de poco, era más que suficiente. 

Le dio una vuelta más, aferrándolo con fuerza pero con dulzura a un tiempo, sabedora de su terrible fragilidad, y tuvo que meter los pies en el agua para afianzar el agarre al suelo. Miró al horizonte vacío y se dispuso a esperar una buena marea para ir estirando, de a poquitos, con la esperanza de mover lo inamovible. 

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Alba salió de su despacho tras serenarse y allí la vio, parada, con los párpados echados y la espalda contra la pared. Estaba preciosa. Tenía el perfil más hermoso que hubiera visto jamás, aún aumentado con ese corte de pelo que a nadie le sentaría bien excepto a ella. La notó abrumada, como estaba ella, perdida, como estaba ella, aterrada, como estaba ella. 

No quería, no quería volver a tener a Lacunza por allí, siendo encantadora y adorable, refrescándole la memoria, como le había dicho, y alejándola del remanso de paz que tanto le había costado encontrar. 

Olvidar a Natalia Lacunza no era tarea fácil, olvidar un amor como el primero no era tarea fácil, joder. Después de meses de tormento, de dudas sobre ella y sobre sí misma, de no saber, de no comprender, de correr hacia delante con obstinación, chocando contra todo y contra todos sin darse cuenta de que aquello le hacía aún más daño, tras todo eso, había sido capaz de detenerse en el arcén, de parar aquella huida hacia delante y coger aire para incorporarse de nuevo a la marcha con su prudencia habitual. No quería a Lacunza de nuevo revoloteando a su alrededor, dinamitando la tranquilidad de espíritu que con tantísimo esfuerzo y concesiones había alcanzado. 

Solo quería estar tranquila, asumir y seguir. Había aceptado que lo suyo ya fue, que hay cosas que simplemente se acaban y que no hay manera de retenerlas para siempre, aunque una quiera, que a veces, cuando alguien se marcha, solo queda decir adiós con la mano y resignarse a seguir caminando, que no pasa nada aunque pase todo y que el tiempo es el betadine del corazón. No quería volver al peligro de lo que acaba doliendo, pues bastante había tenido ya; no quería arriesgarse a una esperanza que debería estar enterrada en el pozo más profundo, por mucho que su mirada efervescente, la de ella, le gritara que se moría por verla de nuevo y darle un abrazo. No quería más, solo descansar. Había sido lo suficientemente agotador como para dormir diez años, y ella solo quería estar en paz. 

Ya no. Ya más, no. 

Solo esperaba que pasaran aquellas sesiones sin daños colaterales, que el sentimiento de culpa, pues estaba segura de que era eso lo que animaba a la cantante a volver a atravesarse en su vida, se le evaporara al comprobar su indiferencia y volviera a su mundo de acordes y versos, buscando a sus musas y perdiéndose con ellas, alejándose de nuevo y dejándole libre el camino hacia el olvido definitivo. 

No iba a permitirle un nuevo acercamiento más allá del profesional, no iba a darle la llave de su cariño, aunque fuera del más inocente, para que volviera a marcharse cuando le anegara la ansiedad de la inspiración. No era tan generosa como para eso, aún no. 

Rumiaba su decepción, amarga en su boca, cuando Lacunza agitó su cabeza, alejando de sus pensamientos los pájaros más oscuros. Vio en aquel gesto afligido un retazo de la chica que conoció entre esas paredes, y la vio incorporarse y caminar hacia la salida sin esa resolución con la que se había comportado delante de ella. No se concedió ni un momento de piedad, de duda, y volvió a su despacho esperando que se fuera de una maldita vez para continuar con su día. 

A enemigo que huye, puente de plata. 




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- ¿Mal? 

- Fatal -resopló. 

- Cuéntame -Noemí se recolocó en su asiento. 

- No quería ni verme -enterró la cara entre las manos. 

- ¿Qué esperabas? No te lo tomes como un reproche, es solo una pregunta. ¿Qué esperabas? 

- Que se lanzara a mis brazos no. Ya me habían avisado de que anda que muerde con lo que respecta a mí. 

- No has contestado. 

- No lo sé, ni lo había pensado, porque la verdad es que me da igual. Mi determinación es la misma, sea cual sea su actitud. 

- Eso está bien. 

- Aunque no estoy segura de ser lo suficientemente fuerte como para soportar sus desplantes -reconoció con cierta zozobra, recordando la mirada de hielo de la fisio. 

- ¡Pues menuda determinación, Natalia! -se burló. 

- Tengo la cabeza como un bombo, perdona mis contradicciones. 

- Vamos a ver, está molesta, ¿no? -Natalia asintió-. ¿Por qué crees que lo está? 

- ¿Porque la dejé y no le he dado señales de vida en cinco meses? -dijo con sarcasmo. 

- No te pongas a la defensiva conmigo. 

- Perdona -suspiró-. Creo que debe estar enfadada por mis motivos para dejar lo que teníamos y por la manera en la que me he comportado después. 

- ¿Por qué no le preguntas y dejas de hacer suposiciones? 

- ¿Para qué te crees que me he apuntado a las deliciosas sesiones de fisioterapia de la dulce Alba Reche? Me va a partir el lomo, es que lo veo -rió por la nariz. 

- Me parece una buena manera de acercarte a ella, aunque, quizá, un poco teatral para mi gusto. Es más fácil invitarla a comer. 

- O a desayunar -guiñó un ojo. 

- Ese rollito de ligona no te va nada. 

- Seguro que cuando me conociste no pensaste lo mismo. 

- Verdad -acompañó su risa. 

- Si le digo que coma conmigo me tira la silla a la cabeza. Solo ha aceptado tratarme porque la conozco, es una profesional. Sé tocar sus teclas. 

- ¿Piensas que no hubiera querido comer contigo, hablar? 

- Ni de coña. La he notado... -rememoró su encuentro y buscó las palabras para describirla-, cansada. Sin ganas de tenerme delante, como si no le interesase lo más mínimo cualquier cosa que le pudiera decir. Me dijo que solo quiere que la deje en paz. 

- Vaya -abrió mucho los ojos. Empezaba a comprender ese carácter de Alba Reche del que tanto le había hablado su paciente-. Entonces tu plan de que te trate ha sido una buena idea. 

- Te conozco bacalao aunque vengas disfrazao -rieron ambas-. No lo hago así por ser una dramática, es que sé que es la única manera de acercarme a ella. 

- ¿Y no has pensado hacer lo que ella te ha pedido y dejarla en paz? 


BOOM. 


- Pues no -casi se avergonzó. 

- ¿Y eso por qué? Sería muy generoso por tu parte no imponerte, dejar que, si quiere respuestas, sea ella quien las busque. 


Natalia guardó silencio, mirándose el interior, buscando la respuesta más sincera que pudiera darle, fuera cual fuera. 


- Porque estoy loca por ella y solo quiero que me escuche. Si después las cosas siguen igual, sí, la dejaré en paz -levantó la mano como si fuera una promesa-. Bueno, eso si me deja hablar. 

- ¿Crees que no te va a escuchar? 

- Creo que me lo va a poner difícil. 

- Bueno, pero la oportunidad que querías la tienes, ¿no? Podría no habértela dado -Natalia la miró fijamente, cayendo en la cuenta de repente de que eso era cierto. 

- Eso parece. Y ese es mi clavo ardiendo, Noe -sonrió. 

- Pues no entiendo esa cara de mustia que me traes hoy. 

- Me caes mal cuando te pones tan chulita, de verdad. 

- Soy buena, tienes que reconocerlo. 

- Eres la mejor. Por cierto, toma -sacó dos entradas VIP para el concierto fin de gira de ese sábado y se las dejó sobre la mesa-. Me gustaría muchísimo que vinieras. 

- Qué dices -se quedó de una pieza. 

- Sí. La otra es para tu hijo, o para tu marido, o para tu prima. Estarán mis amigas, pero así llevas refuerzos, son unas pesadas. 

- Vaya, muchas gracias -se puso una mano en el pecho. 

- No es nada. Te debo mucho, Noe. Consiga recuperar a Alba o no, me has salvado la vida. 

- No, Natalia, te la has salvado tú sola. Tú te has dado todas las respuestas. 

- Pero tú eres la que sabe hacer las preguntas. Así que gracias, de corazón. 


Se fundieron en un abrazo emocionado. Noe se apartó rezongando mientras se secaba los ojos bajo las gafas, dándole golpes en el brazo por hacer que lloriqueara. 


- Supongo que allí conoceré a Alba. 

- El jueves voy a darle su entrada, así que puede que la conozcas o que el viernes cague entrada porque me la haya hecho comer. 

- Qué asquerosa eres -la riñó-. Seguro que va. 

- Ojalá. Tengo algo pensado. 

- ¿Alguna demostración afectivo-romántica de vergüenza ajena? 

- Algo así -se mordió el labio. 

- No seas empalagosa. 

- Por favor, Noe -se señaló a sí misma, con una mueca de sobrada. 

Okumaya devam et

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