Hollow [XiCheng] [Mo Dao Zu S...

By EKurae

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Los miembros de la familia Lan no eran conocidos por ser precisamente normales. De ellos cualquiera diría que... More

Capítulo 1: Beben sangre pero no son malvados
Capítulo 3: Estrellas hiperactivas
Capítulo 4: Explorador de aeropuertos profesional
Capítulo 5: Sin poder ver el cielo
Capítulo 6: Proporciones de peligro
Capítulo 7: Sin teorías conspiranoicas, por favor
Capítulo 8: Don de la oportunidad
Capítulo 9: Atascos sin importancia
Capítulo 10: Tenemos que hablar
Capítulo 11: Consejos de entrometidos
Capítulo 12: Todo queda en familia
Capítulo 13: ¿Cuál es tu grupo sanguíneo?
Capítulo 14: Entre hermanos no hay secretos, A-Cheng
Capítulo 15: Nuestro último día en la Tierra
Epílogo: Bebemos sangre, pero no somos malvados

Capítulo 2: Manos frías, temperamento ardiente

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By EKurae

Si había una cosa que nunca jamás se habría esperado, era ver a un vampiro durmiéndose durante una película. Con Jiang Cheng, por curioso que pueda resultar, se trataba de una escena bastante común. Pero con Jiang Cheng eran comunes cosas que con ningún otro vampiro lo serían y que rompían completamente la imagen mental que cualquiera podría tener de un peligroso chupasangres. Y es curioso, porque peligroso era, y chupasangres también. ¿Te esperabas una mansión victoriana exquisitamente derruida con ataúdes y telarañas colocadas en lugares estratégicos? Pues no, toma un coqueto pisito de alquiler en pleno centro, pequeñito pero con bastante encanto, porque para lo que los usaba no le importaba demasiado tener el salón y la cocina en la misma habitación. ¿Creías que vestiría camisas de lino y enormes capas de terciopelo? Para nada, eso pasó de moda hace mucho. Jiang Cheng en concreto era partidario de las camisetas anchas de grupos de rock y de heavy metal alemanes, de las sudaderas con capucha y de los vaqueros ajustados. Pero seguía siendo un vampiro, aunque Lan Huan solo lo recordaba por el regusto a sangre que a veces le dejaban sus besos, los ojos escarlata, la peculiar curva de sus orejas y que en los dos años que llevaban conociéndose no había visto aparecer ni una sola arruga por esa carita malhumorada. Eso último también podía deberse a ser asiático, porque Lan Huan tampoco había envejecido demasiado.

En la televisión se reproducía una película de terror, pero no de vampiros. De vez en cuando se las ponía, pero con esas Jiang Cheng estaba demasiado ocupado criticando las desastrosas representaciones que hacían de su raza como para dormirse. Solía pasarse todo el tiempo que durase el metraje gritando o refunfuñando, indignadísimo. Al escultor le encantaba, la verdad. Sus expresiones tomaban todas las variaciones posibles dentro de la molestia y sus ojos se tornaban más azules que rojos. Enfadado era realmente atractivo, y su molestia hacia una película era realmente fácil tanto de manejar como de calmar. Además, en ocasiones soltaba datos realmente interesantes. Gracias a Van Helsing se enteró de que los vampiros, de hecho, sí que soportan el ajo una vez tienen la experiencia suficiente como para poder comer algo que no sea sangre. También se enteró de que uno de sus platos favoritos era la ensalada César y, en consecuencia, decidió aprender a hacerla. Eso fue hacía como ocho meses atrás, pero todavía no se había atrevido a cocinarla para él. Sin embargo, no todos los datos sobre vampiros se los sacaba a su amigo ("amigo") con sus sesiones de cine malo. La mayoría de información le venía de otras fuentes, de Nie MingJue para ser más exactos. A su mejor amigo vampiro le preguntó una vez hacía algún tiempo sobre el tema de los chupasangres y el sueño. MingJue le confirmó lo que ya sabía: no lo necesitaban, menos de noche. Ver a un vampiro dormir es raro, extrañísimo incluso, pero posible. Era como comer comida mundana, no tenían por qué hacerlo pero podían elegirlo por puro placer. Dormir era algo más íntimo que comer, bastante más. Muchos vampiros, según le dijo su amigo y según había podido comprobar, comen para no llamar la atención y para sentirse integrados en la sociedad. También era muy habitual en los no-purasangre, los conversos, hacerlo por nostalgia hacia la comida humana. Pero ¿conciliar el sueño? Eso ya es otra historia muy distinta. Nie MingJue le confesó una vez que la mayoría de vampiros solo son capaces de dormir en ambientes en los que se sienten absolutamente cómodos.

Allí mismo, en su sofá y con la televisión encendida, Jiang Cheng había bajado por completo las defensas. Ni era la primera vez ni sería la última.

En la mesita de café frente a ellos solo quedaban restos de pizza, dos platos cubiertos de migas y bordes mordisqueados. Al lado de cada plato habían olvidado sus teléfonos móviles y una botella de agua de plástico rosa. La habitación estaba a oscuras y los dos hombres se encontraban recostados en el sofá. Una manta cubría la mitad derecha del cuerpo del vampiro, medio caída ya, y él hacía las veces de edredón sobre el escultor. Le daba más frío que calor, la verdad sea dicha. No respiraba y, de no ser por el sutil aroma a loto que no tenía nada de putrefacto, habría sido como tener encima a un muerto. Lo que cualquier otro consideraría inquietante, para Lan Huan era de lo más normal. Había crecido en ese mundo al fin y al cabo. Su cabeza, su cerebro lento y adormilado a aquellas horas de la noche, estaba más enfocado en otros detalles. Con Jiang Cheng dormido encima de su pecho, sus ojos hacía rato que habían abandonado por completo las imágenes en pantalla y se habían centrado en sus propios dedos mientras acariciaba esos negros mechones. Su sonrisa era muy distinta a la que mostraba de día. Distraída, reflejaba más bien las ganas que tenía de besarle. Si no lo hacía era únicamente por lo complejo de su postura y porque ambos estaban demasiado cómodos como para moverse. Lo último que quería era despertarle, porque ya se conocían. Sabía que, en cuanto retomase el contacto con la realidad, Jiang Cheng iba a avergonzarse por haberse quedado dormido y a estar arisco durante unos cinco minutos. Luego pensaría que Lan Huan no tenía ni idea sobre el detallito de lo que implicaba que se hubiese dormido en sus brazos y se relajaría un poco, durante otros cinco minutos, y después recordaría que estaba delante de un exorcista —que técnicamente no lo era, pero no dejaba de ser un Lan y eso implicaba ciertas cosas— y volvería a molestarse. Anda que no habrían pasado veces por el mismo cuento. Por cosas como esas, Lan Huan prefería aprovechar al máximo los momentos de paz que tenían juntos, simplemente contemplándolo y acariciándolo en silencio. La banda sonora de la película, por desgracia, no estaba de acuerdo con él.

Un repentino crescendo hizo que el escultor diese un respingo. Sobre él, Jiang Cheng emitió lo que parecía un sonidito molesto. Era un gruñido corto y suave, solo perceptible para aquellos humanos con buen oído y para toda clase de seres del submundo. Aunque su oído no era tan fino como el de su hermano, Lan Huan pudo escucharlo. Habitualmente se habría apartado, pero aquella noche estaba tan cansado y tan cercano al sueño que no lo hizo. En vez de incorporarse y dejar que su amigo vampiro se levantase, le abrazó por la cintura y le instó a que se siguiese recostando contra el mullido respaldo del sofá de su salón. También más cercano al mundo onírico que a la realidad, Jiang Cheng no opuso resistencia alguna. En su lugar, se dedicó a acomodarse un poco mejor, llevando la cabeza peligrosamente hasta su cuello.

Si para Lan Huan, él olía a flores de loto, entonces el finísimo sentido del olfato de un vampiro tenía mucho que decir al respecto del aroma del escultor. Desde la primera vez que hablaron, Jiang Cheng había notado emanando de él un olor que solo podía ser descrito como delicioso. Eso le confirmó la teoría de la clarividencia que venía de la mano de sus estatuas. No sabía por qué —nadie lo hacía, aunque quizá Wei Ying estuviera cerca de descubrirlo— pero los humanos con dones sobrenaturales, los bendecidos con alguna clase de poder, eran también dueños de una sangre mucho más atrayente. La del común de los mortales era materia prima; la de los animales, un mal necesario para los vampiros "veganos" y la de exorcistas u otras personas peculiares era un auténtico manjar. Siglos atrás, durante la revolución francesa, conoció a una muchacha que se comunicaba con los fantasmas de los gatos, y su sangre fue la más deliciosa que había podido probar hasta el momento. Además, esa chica siempre tuvo buena conversación. Pero es que en el tiempo de las cosas está la clave. Hasta el momento. La sangre de Lan Huan, como Lan Huan en sí, era especial, olía especial y prometía ser especialmente delicada y suculenta. Por eso no quería ni mencionar el tema de la sangre delante de él. Sabía que, en cuanto la probase una vez, se volvería adicto a ella. Sabía que, en cuanto le mordiese, no podría parar. No quería, no quería hacerle daño. Por desgracia, estando medio dormido es un poco más difícil ignorar los deseos del cuerpo y los impulsos de la naturaleza.

-Lan Huan...

Su nombre dejó en forma de suspiro los finos labios del vampiro. Susurrado cerca de su nuca, rozando sus venas, le provocó un escalofrío. Quizá justo por eso de pronto se sentía más despierto. Despierto y expectante. Sus brazos apretaron de forma apenas perceptible el cuerpo ajeno, como si le estuviese invitando a morderle. Jiang Cheng pareció aceptar esa invitación. Una mano de uñas pintadas de negro se apoyó sobre su pecho, empleada para reptar hacia arriba. La punta de la nariz del chupasangres olisqueó ese expuesto cuello, el aroma del champú de jazmín entremezclado con el exquisito olor de su sangre. Unos ojos entreabiertos solo eran capaces de distinguir la blanca piel, impoluta, inmaculada, intuyendo el precioso entramado de venas bajo esta. Otro par, uno que no era carmesí, esperaba vislumbrar el movimiento previo al pinchazo de unos afilados colmillos, ansiándolo casi con impaciencia. La mano que apoyaba en su cabeza, la que había estado acariciándole el pelo, hizo un movimiento. Fue muy leve, tanto que apenas se podría percibir desde fuera. Para Jiang Cheng, sin embargo, fue como recibir un balde de agua fría en la cara. Sus ojos se abrieron de golpe, despertándolo del estado de trance al que le había llevado la sangre. De pronto se hizo consciente de todo: del cuerpo bajo el suyo, de los rápidos y fuertes latidos del corazón ajeno, de las pesadas respiraciones, del olor embriagador, de sus labios entreabiertos y de sus propios colmillos, afilados, alargados y listos para el ataque. Asustado, se levantó de un salto.

-¿A-Cheng?

La imagen era sobrecogedora por varios motivos. El sueño ya había pasado completamente a un segundo plano para ambos, y sus ojos estaban fijos los del uno en los del otro. Lan Huan nunca le había visto así. A causa de la alteración, esa mirada reflejaba verdadero miedo. El azul había desaparecido de sus iris por completo, desbancado en pos del clásico carmesí que narran los cuentos góticos. Brillaban. Brillaban en la oscuridad, dos faros rojos entremezclados con la luz del televisor.

-No te he mordido, ¿verdad?

-No, no lo has hecho. -Como si esa afirmación hubiese quitado el peso del mundo sobre sus hombros, el vampiro dejó caer sobre las rodillas, sentándose de nuevo en el sofá. Lan Huan notó aquel como el momento de incorporarse él también. Con un brazo recogió la manta que había caído al suelo-. ¿Está todo bien, A-Cheng?

Los destellos azules no volvían, así que el escultor lo interpretó como un signo de que algo era raro. Y efectivamente, porque Jiang Cheng notaba de pronto una sensación de hambre apretando el lugar en el que debería haber estado su estómago que no tenía sentido, no habiendo comido hacía dos días. El tacto del peluche entre sus dedos le instó a actuar, pasando la manta por los hombros del chupasangres y buscando su mirada. La amable sonrisa que parecía estar siempre ahí no se hizo esperar.

-Si lo necesitas, puedes morderme, A-Cheng.

-No. -Fue tajante, más de lo que esperaba. Esta vez se levantó del sofá, apartándose casi como un reflejo de las ganas de besarle y de las ganas de morderle. Dando golpecitos en el suelo con un pie descalzo y con los brazos cruzados, volvió a negar-. No lo necesito, no quiero y no lo haré.

-¿No sientes hambre?

-Ya te lo dije antes. No, estoy bien. -Lan Huan frunció levemente el ceño, pero porque no se lo creía principalmente. Jiang Cheng no sabía mentir.

-¿Sabes? Siempre me he preguntado como os alimentáis los vampiros. Sin matar humanos, me refiero.

-¿De verdad crees que es el mejor momento? -Ante su ceja alzada, el artista solo respondió con una sonrisa cariñosa. Poniendo los ojos en blanco por el pseudo cambio de tema, el vampiro se sentó en uno de los reposabrazos del sofá, a prudente distancia del humano. Prefería prevenir que volver a enfrentarse al hambre que le provocaba su olor-. Eres imposible.

-Es simple curiosidad. Hace mucho que no hay asesinatos por parte de vampiros.

-Históricamente hablando, hace ya siglo y medio.

-Pues cuéntame, ¿cómo lo hacéis?

-No me puedes estar hablando en serio... -Jiang Cheng suspiró. A veces Lan Huan era como Wei Ying pero sin hiperactividad. No por las tácticas que usaban, sino porque le era muy difícil resistirse a ninguno de los dos-. No hay ningún truco mágico, ¿vale? Obtenemos sangre humana de forma un poco más legal que capturando y secuestrando gente. O bien comemos animales, pero eso cada vez se hace menos.

-Define legal.

-A ver, ¿por qué te crees que tantos vampiros son médicos? Conoces a MingJue, ¿qué pensabas que hacía siendo neurocirujano? ¿O por qué otra razón si no me apunté como voluntario a esa campaña de donación de sangre?

-¡A-Cheng! -Exclamó divertido-. ¡Eso no es para nada legal! ¡Ni ético!

-Es mejor que matar. -Se quejó-. Además, en el mercado negro está muy cara y venden muy poca.

-¿Y prefieres eso a morderme? Puedo darte mi sangre gratis.

El vampiro tragó saliva justo antes de fruncir el ceño, visiblemente molesto.

Si es que lo sabía.

-No cuela, Lan Huan. -Viéndose pillado, el escultor dejó escapar un suspiro. Los ojos del vampiro viajaron hasta la pantalla, que de pronto se había vuelto negra mientras la película le dejaba paso a los títulos de crédito-. Ya ha acabado... ¿qué hora es?

Casi perezoso, y con una ligera molestia pesándole en el pecho por lo repentino del cambio de tema y por las intenciones evasivas tras este, Lan Huan se estiró hasta alcanzar su teléfono. La pantalla de bloqueo le mostró en números grandes la hora.

-Van a ser las tres ya. Es tardísimo.

-Debería irme a casa. -Murmuró Jiang Cheng mientras se daba la vuelta en dirección a la puerta del ático-. Xing estará preocupada, y lo último que quiero hacer es que mi perro se preocupe.

-Espera, A-Cheng. -A toda velocidad, el artista se levantó también del sofá, siguiendo al vampiro como si este no se hubiese detenido ante la primera sílaba-. A estas alturas, te dará igual volver ahora que cuando abra el metro. Quédate un rato.

-Suena como si me estuvieses ofreciendo tu cama.

-Un poco sí, si quieres. -Aprovechando que seguía dándole la espalda, Lan Huan volvió a pasar los brazos alrededor de la cintura ajena. Ser unos centímetros más alto a veces le daba una serie de ventajas de las que sabía aprovecharse bastante bien. Abrazándolo con una ternura que hacía la voluntad del chupasangres flaquear, buscó besar su cuello, los retazos de piel blanca y helada que se dejaban entrever muy de vez en cuando entre hebras azabache. Ante el roce de esos labios, pareció estremecerse-. Prometo no hablar de lo de la sangre.

-Eres un tramposo, Lan Huan.

-Solo cuando se trata de ti.

***

Al final, Jiang Cheng se quedó hasta bastante más allá de la apertura del metro. Logró despertarse a las diez de la mañana y daba gracias, porque todavía era relativamente pronto. Cuanto más avanzado el día, más le costaba a un vampiro retornar al mundo de los vivos y no quedarse bajo tierra hasta la noche siguiente. Por suerte en invierno anochece antes. Que no necesitasen conciliar el sueño no dejaba de significar que entre sus instintos estuviese el enterrarse en la oscuridad por el día, bien para huir del sol o bien para despejar la mente un rato.

Tenía el doble de llamadas perdidas de su hermano que horas llevaba la jornada, lo cual sumaba unas cuantas. Con un bufido molesto le mandó un corto mensaje, un "llego a casa antes de comer". Bloqueó la pantalla antes de leer la casi inmediata respuesta de Wei Ying, un aluvión de mensajes y emoticonos de todo tipo. Si había algo que maldecía era sin duda al imbécil que inventó los emoticonos. Ya bastante pesado era tener que leer los mensajes del incordio que tenía por familia, que fuesen acompañados de caritas sonrientes solo lo hacía peor. A veces detestaba los avances tecnológicos. Con lo bien que se vivía en el siglo XVII, ignorando las cartas durante tres meses y viajando a caballo.

Todavía medio dormido, pero con una taza de café en la mano que Lan Huan tan amablemente le había dejado al lado de la mesita de noche, Jiang Cheng subió al estudio de escultura. En la luminosa y enorme buhardilla de su ático, que era casi como un segundo piso, el artista había tirado todas las paredes para convertirla en una única habitación enorme en la que dedicarse a su pasión. Aquella mañana se lo encontró frente a su bloc de esbozo, sentado en un taburete delante de la mesa de dibujo cubierta de reglas y todo tipo de variado instrumental. La luz del sol que entraba por los grandes ventanales bañaba toda la estancia, los bloques de yeso y las esculturas que guardaba como modelos o que nunca había llegado a terminar. Calentaba el mobiliario de madera y dibujaba en dorado los bordes de los objetos blancos. Para ser enero, la mañana era maravillosa, iba a ser un día de sol radiante. El vampiro chasqueó la lengua, los odiaba. Tendría que robarle a Lan Huan una chaqueta con capucha y unas gafas de sol o moriría nada más salir por la puerta del edificio. Tampoco creía que el escultor fuese a negárselo. Al fin y al cabo, ya le había cogido la camiseta blanca y los pantalones cortos que llevaba puestos.

Si hubiese acusado el frío del suelo bajo sus pies descalzos, seguramente se habría estremecido. No lo hizo. En su lugar tomó un sorbo de café, contemplando la escena desde el umbral de la habitación. Para dibujar, Lan Huan se ponía gafas de estas de ver de cerca y se ataba el pelo como él mismo solía llevarlo, recogiendo los mechones más cercanos al rostro en una pequeña coleta trasera. Parecía que se habían intercambiado los peinados, aunque ahora él lo traía suelto y despeinado y el del artista estaba tan impecable como siempre. Todavía estaba en pijama y a un lado de su cuaderno descansaban una taza de café y los restos de la tostada con guacamole que debía haber desayunado. Aún no había reparado en su presencia, pero su vista ocasionalmente vagaba al frente, a la única escultura de toda la estancia cubierta por una sábana blanca. Era la única escultura que Jiang Cheng desconocía por completo. Jamás la había visto destapada y dudaba de poder hacerlo. En una de estas, al levantar la mirada mientras su lápiz del B rasgaba el papel, pareció por fin darse cuenta de la silueta del vampiro, apoyado en el marco de la puerta y contemplándolo con una sonrisa apenas perceptible.

-A-Cheng, buenos días. -Saludó mirándolo.

-Buenas. -Respondió, instantes antes de alzar la taza y beber-. Gracias por el café.

-No las des. ¿Cómo es que sigues aquí? Pensaba que te irías nada más despertarte.

-Me pareció maleducado no saludarte. -Bufó-. No soy un monstruo, ¿sabes?

-Técnicamente...

-Chistes de vampiros no, o te juro que no respondo de mis actos.

-Siempre dices lo mismo, pero nunca me has hecho nada. -Con la sonrisa más dulce que podía esbozar, Lan Huan recorrió la estancia hasta llegar hasta él, acariciándole con suavidad la mejilla y catando de sus labios el sabor del café recién hecho. Al ir a separarse, Jiang Cheng fue el encargado de iniciar un segundo beso también corto, pero igualmente perfecto-. Me alegra que no te hayas ido sin despedirte.

-Ya superamos esa fase hace mucho, idiota. -Murmuró, antes de alejarse y adentrarse un poco más en la habitación-. ¿Qué dibujabas?

-Estaba intentando sacar algún esbozo para mi próxima colección de estatuas, pero la verdad es que no se me ocurre nada interesante. Me falta inspiración. Creo que voy a empezar a aceptar encargos durante una temporada.

-¿En serio? Rara vez lo haces. -Lan Huan se encogió de hombros, cerrando el bloc de dibujo antes de que el vampiro pudiese verlo-. ¿Y la escultura que siempre tienes a medias?

-Ah, esa. -El artista siguió la mirada ajena hasta la figura envuelta en lino. Se sentía nervioso al hablar de ella-. No sé si la terminaré algún día.

-¿No me dejarás verla?

-No de momento.

-Y ni siquiera me vas a decir en qué la basas... Espero que esto no sea una venganza por lo de anoche. -Se burló Jiang Cheng.

-Claro que no. Te prometo que, si llega a estar acabada, serás el primero en verla.

-Te tomo la palabra. -Concedió con una media sonrisa encantadora.

Lan Huan solo asintió, solo se veía capaz de asentir. Un vampiro envuelto por los rayos del sol le había robado la capacidad de pensar en cualquier otra cosa. Había mentido. No es que no tuviese inspiración, es que todos sus pensamientos, toda su capacidad de crear, todo lo que veían sus ojos... todo eso se había volcado en él. Y con él, en la escultura con la que no se veía capaz de hacerle justicia.

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