Sigue mi voz

By tontosinolees

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Un acuerdo profesional, una semana de convivencia, una noche intensa años atrás. ¿Será suficiente para conven... More

INTRODUCCIÓN
Capítulo 1
Capítulo 1.1
Capítulo 2
Capítulo 2.1
Capítulo 2.2
Capítulo 3
Capítulo 3.1
Capítulo 3.2
Capítulo 4
Capítulo 4.1
Capítulo 4.2
Capítulo 5
Capítulo 5.1
Capítulo 5.2
Capítulo 6
Capítulo 6.1
Capítulo 6.2
Capítulo 6.3
Capítulo 6.4
Capítulo 7
Capítulo 7.1
Capítulo 7.2
Capítulo 7.3
Capítulo 8
Capítulo 8.1
Capítulo 8.2
Capítulo 8.3
Capítulo 9
Capítulo 9.1
Capítulo 9.2
Capítulo 10
Capítulo 10.1
Capítulo 10.2
Capítulo 10.3
Capítulo 11
Capítulo 11.1
Capítulo 11.2
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 13.1
Capítulo 14
Capítulo 14.1
Capítulo 14.2
Capítulo 15
Capítulo 15.2
Capítulo 15.3
Capítulo 16
Capítulo 16.1
Capítulo 16.2
Capítulo 16.3
Capítulo 16.4
Capítulo 17
Capítulo 17.1
Capítulo 18
Capítulo 18.1
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 20.1
Capítulo 20.2
Capítulo 21
Capítulo 21.1
Capítulo 22
Capítulo 22.1
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 24.1
Capítulo 24.2
Capítulo 25
Epílogo

Capítulo 15.1

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By tontosinolees

—Oye, tío, no tiene gracia, en serio. El comentario me importa una mierda. Es lo que puedan estar hablando. A lo mejor han quedado y no lo sé. A lo mejor han vuelto... —balbuceaba Ricci—. No me jode porque esté guardando voto de castidad, que también, no os voy a engañar, sino porque... tengo esperanzas, ¿sabes? Y si anda con otro... Mira, no sé. La quiero.

Lucía apartó la vista del problemático queso vegano y miró a Ricci. Le conmovió pillarlo con los ojos clavados en su plato de tortitas. No se había fijado hasta entonces, pero era terriblemente guapo. Uno de esos chicos que podían ser demasiado llamativos y originales para las pijas, las tímidas o las clasistas, pero que con toda seguridad idolatraban en la intimidad.

—Lo sé —dijo Adrián, comprensivo—. Solo puedo decirte lo que te digo siempre. Sé paciente e intenta estar ahí. Sin agobiarla. Solo mantente cerca por si te necesita, que no te pierda de vista. Lo de Ander no sé qué significa, pero conozco a Martina y sé que si piensa algo, lo dice. Si pasara de ti ya te lo habría dicho.

Lucía atendió al comentario de Adrián con los ojos muy abiertos. ¿Le estaba diciendo eso porque era lo que él haría? ¿Lo que él estaba haciendo...? Él era paciente y estaba ahí si lo necesitaba, y desde luego, siguiendo su propio consejo no le había ido mal. Por lo menos con ella.

—¿Tú que opinas, Luci? Ya que eres una chica...

—No sé cómo sentirme cuando dices eso. ¿De verdad necesitas pensar para darte cuenta de que soy una chica? —bromeó. Intentó moderar su ilusión cuando usó el diminutivo para referirse a ella. «Solo está siendo amable, no es que sea tu amigo ni nada de eso».

—Es que cuando no me quiero tirar a una tía, empiezo a verla como un hombre, por eso de que no me pone nada. Pero dime, necesito saber tu opinión.

—Yo creo que deberías decirle cómo te sientes. Si lleváis mucho sin hablar del tema y estás sufriendo, podrías recordarle que sigues ahí. Ella no lo habrá olvidado, pero un poco de insistencia nunca viene mal... —Se dio cuenta de que Adrián la estaba mirando con interés y se apresuró a añadir—: Solo si crees que podría sentir lo mismo y es el momento adecuado. No vale en todos los casos. Y si eres inoportuno o te precipitas incluso podrías cargarte tus avances.

—Nunca le has dicho que la quieres —terció Mingo—. Por mi parte, no sé a qué estás esperando. Los «te quiero» son para las mujeres enamoradas lo mismo que las espinacas para Popeye.

—No sabría decir si es el mejor momento para soltarlo. Están en punto muerto, su relación es indefinida y es obvio que ella tiene muchas dudas —describió Adrián, mirando a Lucía—. Podría rechazarlo.

El corazón de ella aleteó furiosamente.

—Sí, sin duda —asintió.

—Se asustaría y no volvería a dirigirle la palabra... O a lo mejor no lo creería —continuó Adrián.

Lucía estuvo a punto de desviar la mirada y hacerse la estúpida, pero había llevado el juego demasiado lejos y era tarde para rectificar. Estaban usando el problema sentimental de Ricci para clarificar su situación sin llegar a mojarse del todo. Cobardía pura. Los dos temían que llegara esa conversación. La que deberían tener tarde o temprano, porque sin hablar directamente, habían puesto las cartas sobre la mesa. Ella apareciendo allí y durmiendo enredada con él, y él siendo tan atento y servicial. Se tragaba que fuese así de generoso y bueno con todo el mundo, pero venga ya... ¿Lo del queso vegano no había sido deliberado? Eso lo había hecho para que se volviera loca de amor por él. Y casi lo había conseguido, todo sea dicho.

Había sido muy bajo por su parte sobornarla con comida. Así no habría forma de resistirse.

Mingo intervino con una de sus problemáticas y pesimistas opiniones y Ricci se enzarzó con él en una de sus discusiones; esas en las que el rubio aceleraba como una moto y se ponía colorado, mientras que el moreno fingía que nada de eso iba con él. Eso la dejó a solas con Adrián.

—Gracias por esto —balbuceó—. No tendrías que haberte molestado.

—Creo que era necesario. Anoche fui a rebuscar algo comestible en la nevera y me di cuenta de que no hay nada que puedas comer. En esta casa nos encantan los animales... sin importar el estado de sus vitales.

Lucía arqueó una ceja, pero los otros dos se rieron.

—No tendrías que haberte preocupado por eso, Adri. La ternera que nos comemos viene de vacas que han estado en balnearios antes de yacer en el plato. Les hacían shiatsus y una pedicura estupenda. Murieron de gusto, por causas totalmente naturales... —se descojonó Ricci—. Por lo menos, este beicon está tan bueno que al cerdo debió darle tiempo a sacarse una carrera universitaria. Tuvo que ser un cerdo muy feliz para saber así.

—¿Y se supone que una carrera univesitaria hace feliz a la gente? —inquirió Mingo—. Cómo se nota que no habéis hecho una.

Lucía soltó una carcajada y levantó la mano para chocarle los cinco a Mingo, que aceptó el gesto con una sonrisa de lado. Enseguida carraspeó, avergonzada por su arrebato, y compuso un rictus serio.

—No tiene gracia.

—De acuerdo, doña col, no te frustres —rio Ricci, pellizcándole la mejilla. Lucía le dio un manotazo en el hombro y él fingió haberse hecho daño—. En la terraza tenemos una zona con hierba, cuando pase el cortacésped te dejo comerte lo que haya cortado.

Lucía soltó una carcajada por el cachondeo y sacudió la cabeza. Ese chico no tenía ningún remedio. Ninguno de los tres, a decir verdad.

—Bueno, cuando acabes de desayunar y te canses de que Ricci critique tu dieta alternativa, ven al salón —pidió Adrián—. Quiero hablar contigo sobre un par de cosas.

La sonrisa se le congeló en la cara.

No había dicho «tenemos que hablar», pero todos sus sinónimos eran motivo de alarma. Lucía no estaba en condiciones de hablar de lo que le gustaría hablar. Ni siquiera estaba en condiciones de mirarlo a la cara. Nunca se había abierto con alguien del modo en que lo había hecho con él los últimos días, y la impresionaba que ahora supiera tanto sobre ella. Le preocupaba lo que fuese a hacer con la información. ¿Cómo enfrentar a alguien que tenía tanto poder, que conociendo sus puntos débiles podría destruirlos...?

Eso se dijo al levantarse y seguirlo, porque se le había cerrado el estómago y, francamente, ya le habían hecho todos los chistes sobre veganos habidos y por haber. Ganas de comer no le quedaban. Sin embargo, sabía que no era eso lo que temía, porque tenía la extraña convicción de que Adrián no le haría ningún daño. Lo que ya era bastante raro teniendo en cuenta que Lucía desconfiaba hasta de su sombra. Simplemente no quería que le preguntara por qué había dormido abrazada a él. No tenía una respuesta a eso, y si la tenía, prefería no darla.

—Lo primero que quiero que sepas es que no estás obligada a aceptar —empezó, en medio del salón—. Es una sugerencia que te hago porque estoy seguro de que no te hará ningún mal, y mi deber... Mi placer —corrigió. Se puso una mano en el pecho—, es que estés bien. Voy a tardar mucho tiempo en recuperarme de lo que vi cuando abrí la puerta el domingo, y digo lo mismo de tus gritos en la pesadilla, así que no quiero imaginarme lo mucho que te costará a ti.

Lucía escuchaba llena de angustia. Ni se imaginaba por dónde podrían ir los tiros.

—Como ya he dicho, he llamado esta mañana a mi psicóloga y le he pedido una cita extra aparte de la mensual. No he confirmado nada. Solo te abro la puerta por si quisieras... hablar con alguien de lo que ha pasado. A mí me ayudó mucho empezar la terapia cuando estaba solo.

De todas las cosas que pensó que le diría, no se le ocurrió que se tomara esas libertades. Se le descolgó la mandíbula como en los dibujos animados.

—¿Quieres que vaya a un loquero? —jadeó, incrédula—. ¿Por qué? ¿Eso es lo que has sacado de lo que te dije ayer, que estoy loca? Tener pesadillas y sufrir por mi madre no me hace una persona que necesite terapia, ni ayuda profesional, ni nada. Estoy triste como todo el mundo, como cualquiera que pasase por esto, como... —Cogió aire y lo fulminó con una mirada indignada—. ¿En serio?

—No te lo tomes como un ataque. Lo que ha pasado con tu madre...

—Lo que ha pasado con mi madre no te incumbe. Te pedí ayuda porque pensaba que serías discreto, pero a la primera de cambio llamas a alguien para que me atienda en calidad de loca. —Una duda la asaltó—. ¿Qué le has dicho sobre mí?

—Nada más que tengo a una amiga en una situación difícil y confío solo en ella para que la vea. ¿Qué mal podría hacerte? ¿De verdad piensas eso de los psicólogos? ¿Mingo, Ricci y yo te parecemos enfermos mentales?

Parte del enfado de Lucía se desinfló al responderse la pregunta. No, claro que no se lo parecían. De hecho, eran chicos completamente normales, con problemas de todo hijo de vecino, solo que eran... bueno, estrellas indie.

Tan pronto como tuvo la respuesta lógica en mente, la hizo desaparecer de un plumazo. Estaba furiosa, y debía admitir que ese enfado había sido espoleado por ella misma. Tenía que arreglárselas como fuera para que dejase de hacer cosas para hacerla sentir bien. No quería su confianza. O sea... sí que la quería, pero en quererla precisamente residía el problema. Ya estaba en deuda con él. No quería deberle más de una. Su madre se lo había dicho muchas veces: «La única definición de libertad es no depender de nadie, y para no depender de nadie, tienes que estar siempre en igualdad de condiciones con los demás».

¿Qué pretendía? ¿Que le debiera tanto que al final tuviera que venderse a sí misma para saldar la deuda?

Como solía pasarle cuando las voces en su cabeza se liaban a gritar, se le escapó lo que pensaba y lo dijo delante de Adrián. Este frunció el ceño.

—¿Qué deuda? Lu, por Dios, es una sola conversación con alguien que puede ayudarte a reconducir tu vida.

—Alguien a quien vas a pagar tú.

—No, no lo voy a pagar yo. Lo vas a pagar tú. Lo que vas a cobrar por Como el viento es una barbaridad, pestañas. Con eso podrás gastarte cincuenta sucios euros en un psicólogo por lo que te queda vida, para ti y para tus descendientes. Pero como sé que ni se te pasaría por la cabeza, aprovecho para proponértelo. Ella te puede ayudar a gestionar toda esta situación. A volver a cantar —añadió, con una mirada elocuente.

Lucía empezó a hiperventilar. ¿Por rabia? Desde luego. A nadie le gustaba que se metieran en su vida, y menos bajo el estandarte de lo que supuestamente es lo mejor para uno. ¿Por desesperación? También. Quería mandarlo al infierno por preocuparse, pero estaba en su casa. ¿Porque la ponía histérica que estuviera haciendo por ella lo que ni su propia madre hizo? No le cabía ninguna duda al respecto.

Lucía no supo cómo gestionar que le estuviera tendiendo una mano y se puso a la defensiva.

—¿Para qué quiero volver a cantar? Ya no quiero ser artista. Quiero pasar desapercibida. Quiero tener una vida normal... Lo que para mí es la normalidad —balbuceó, cambiando el peso de pierna una y otra vez—. No has entendido nada de lo que te dije. Yo no puedo cantar sin...

—Sin recordar. Lo sé. A eso me refiero con que podrías volver a cantar: a que podrías olvidarlo. ¿No te gustaría olvidarlo? Lucía, solo estaba haciendo una sugerencia, no te obligo. Pero creo que sería buena idea...

—¡No es lo que tú creas, es lo que creo yo! —exclamó. Se dio cuenta de que había perdido los estribos y se pellizcó el puente de la nariz—. Mira... No entiendo por qué tienes que ser tan bueno conmigo. No sé que esperas de mí. No puedes esperar nada de mí. Yo voy y vengo. Te lo dije. No quiero deberte nada, porque eso me ancla a la gente y al espacio, y yo no...

Adrián le puso las manos sobre los hombros y la obligó a mirarlo a los ojos. Perderse en ellos la ayudó a reconciliarse con muchos de los sentimientos que se enfrentaban por culpa de su preocupación.

—A mí no me debes nada. Te recomiendo ir al psicólogo como te recomendaría ir a la tetería de mi amigo Omar. No te estoy mandando a meterte en una sala de aislamiento, ni a ponerte una camisa de fuerza. Los terapeutas no tratan a los locos, tratan a quienes tienen problemas, y todos tenemos problemas.

La soltó con un respiro de resignación y retrocedió unos pasos.

—A lo mejor esto me cuesta tu amistad, viendo cómo has reaccionado con lo de la psicóloga..., pero esto no es lo único que quería decirte. Alguien ha venido a verte.

Lucía abrió la boca para decir algo. Unas disculpas, un «quién es», o un «¿Es que no entiendes que tu cariño me hace sentir más indefensa, y de que en un momento tan vulnerable como este no puedo apoyarme en nadie sin correr el riesgo de depender de él para siempre?». No le dio tiempo a formular esto último, porque Adrián abrió del todo la puerta de la calle, hasta el momento entornada. Así permitió paso a una guapísima embarazada.

Mon estaba seria y cargaba una amenaza muy sincera. De una inspiración, cogió las fuerzas que necesitaba antes de llevar a cabo su escalofriante ataque.

—No voy a poder evitar que esto sea un abrazo de tres.


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