Antes de diciembre / Después...

By JoanaMarcus

156M 9.2M 38.4M

PRIMER Y SEGUNDO LIBRO [Primer y segundo libro ¡publicados en papel! Esta es solamente la primera versión de... More

LIBRO 1: Antes de diciembre + trailer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26 - final
LIBRO 2: Después de diciembre
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 10

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By JoanaMarcus

Este regalito es porque el último capítulo me pareció muy poca cosa —y quizá también porque no puedo dormirme— . A leer :D


Las cosas estaban horribles por casa.

Al parecer, mi abuela había muerto de un ataque al corazón por el que no pudieron hacer nada para ayudarla. Un momento estaba bien y, cinco minutos más tarde... nada. Simplemente, nada.

La primera noche, todo el mundo me acogió como si fuera a ponerme a llorar en cualquier momento. Se me fueron las ganas al ver que todos los demás lo hacían. Como siempre. Cuando estaba con alguien que creía que estaba peor que yo, no podía evitar contenerme para consolar a ese alguien. Mi padre, Spencer y yo éramos los únicos que no nos paseábamos por la casa como almas en pena. 

Era como si, con ellos, no pudiera evitar ponerme la coraza. Sin embargo, esa coraza cayó por la noche, al momento en que Jack me llamó y le conté todo lo que estaba pasando. ¿Por qué solo lloraba con él? O, mejor dicho, ¿por qué solo me sentía desahogada después de hablar con él?

Bueno, todos sabemos el por qué.

Poco después de colgar, abrí la mochila y vi que me había metido bastante más de lo que necesitaba. Y había elegido mis cosas favoritas. Todas ellas. Sonreí un poco mientras lo sacaba en busca de mi pijama. ¿Cómo podía acordarse de esas cosas? Fruncí el ceño cuando vi, en el fondo, algo rojo. 

Lo rescaté y me quedé paralizada cuando vi que era la sudadera roja de Pumba.

Creo que en mi vida volveré a querer llorar de esa forma solo por ver una prenda. Os podéis imaginar que dormí con ella, claro. Pero no me atreví a decirle nada a Jack.

Al día siguiente, las cosas no mejoraron. El funeral iba a ser por la tarde. Y se notaba en el ambiente.

Mamá, como su hija, estaba destrozada. La veía llorando cada vez que me cruzaba con ella. Shanon intentaba mantener la compostura por Owen, pero él no entendía muy bien qué pasaba. Ella y yo tuvimos que decirle que la abuela ahora se había ido al cielo y se había convertido en una estrella. En realidad, no sé por qué, pero fui yo quien me lo inventé. Shanon me miró agradecida cuando Owen dejó de llorar y dedicó una sonrisa al cielo.

Y todo gracias al maldito Rey León. Incluso en eso me había ayudado Jack.

Steve y Sonny, mis otros dos hermanos, habían cerrado el taller y estaban también en casa. Tuve que ir con ellos al centro comercial a por algo que pudieran ponerse para en funeral. Creo que fue la primera vez que no discutimos entre nosotros sobre nada. De hecho, hubo un silencio bastante tenso a nuestro alrededor. Nunca nos había pasado eso. Era muy extraño que no se metieran conmigo por cualquier detalle.

Y, encima, se me hacía raro no ir al centro comercial con Jack quejándose de todo, Mike intentando gorronear dinero, Sue poniendo los ojos en blanco y los demás poniendo sonrisas en sus labios. Puse una mueca y suspiré cuando pensé en ellos. Solo había pasado un día y ya los echaba de menos.

Ya era por la tarde cuando empezó el funeral en la iglesia —mi abuela siempre había sido creyente—. Apenas escuché nada de lo que decía el cura. Solo podía mirar la foto de mi abuela junto a su ataúd cerrado. Lo habían tenido abierto durante casi toda la ceremonia, pero no me había atrevido a acercarme. No sé por qué. Y no me arrepentía.

Enterraron el ataúd en el cementerio y mamá le dejó unas flores mientras abrazaba a papá. Al menos, nadie lloró. Menos mal. Odiaba decirlo así, pero no podía soportar ver a gente llorando. Yo no lo había hecho desde anoche y sentía que iba a explotar en algún momento.

Algunos parientes me dieron palmaditas reconfortantes una vez llegamos a casa. Yo estaba agotada. Hacía dos días que apenas podía dormir. Solo quería encerrarme en mi habitación, pero tenía que seguir ahí, con ese vestido negro incómodo y cara impasible, además de soportar que la gente —que sabía que apenas había hablado con mi abuela— me dijera lo buena persona que había sido y lo apenados que estaban por mí.

Solo quería estar sola, ¿era tanto pedir?

Me quedé mirando a mis hermanos Steve y Sonny llenarse con la comida que había en la mesa principal y se me revolvió el estómago. Yo no podía comer nada. No lo había hecho en todo el día. Jack iba a enfadarse mucho cuando se enterara. Porque sí, iba a enterarse. Se enteraba de todo siempre, el muy asqueroso.

Hundí la cabeza en mis manos, sentada en el sofá. Seguía teniendo un vaso de agua fría en la mano, pero tampoco podía beberme eso. Era como si no pudiera hacer nada más que lamentarme. Odiaba los funerales. Los odiaba mucho. Eran deprimentes.

—Hola.

Me tensé y levanté la cabeza. Por un momento, no supe quién era la chica que me miraba. Después, reaccioné al ver el chico que tenía al lado. Nel y Monty. Lo que me faltaba.

A Monty lo había visto alguna vez en los entrenamientos, cuando llevaba a su hermano pequeño —que era muy buen chico, a diferencia de él—, pero de Nel no había sabido nada en mucho tiempo. Y lo había disfrutado.

—Hola —me escuché decir, mirándolos.

—Solo queríamos decirte que lo sentimos mucho —dijo Nel, claramente incómoda—. Esto... bueno, espero que no te importe que hayamos venido.

Parpadeé varias veces para intentar centrarme. Mi cabeza era un maldito desastre. Al final, miré de reojo a Monty —que miraba cualquier cosa que no fuera mi cara— y le asentí con la cabeza a Nel. No tenía sentido seguir con eso en el funeral de mi abuela.

—Gracias por venir —murmuré.

Vi que Nel levantaba la cabeza y clavaba los ojos en Shanon. Mi hermana no parecía muy contenta de verla ahí —por no hablar de Monty— pero dejó que se acercara y le diera un abrazo igual. Yo me quedé mirando a Monty un momento, que seguía de pie con las manos en los bolsillos, claramente incómodo.

—¿Puedo... eh... sentarme? —señaló el sofá.

No esperó respuesta. Cuando noté que se sentaba justo a mi lado, me deslicé un poco para no tener que tocarlo. Él clavó los codos en sus rodillas y se aclaró la garganta. Noté que me miraba de reojo, pero no le devolví la mirada.

—¿Cómo estás? —preguntó.

Estuve a punto de reír. ¿Cuántas veces me habían preguntado eso en un día? Sé que había pocas cosas más que pudieran decir, pero... ¿en serio? ¿Cómo creían que estaba? 

—Mejor —mentí y traté de llenar el silencio incómodo—. No me esperaba que vinierais, la verdad.

—No importa lo que haya pasado, Jenny, estuvimos juntos por un tiempo y yo te quería mucho —la punta de su pie se movía, mostrando sus nervios—. Ya lo sabes.

Me mordí la lengua para no soltar lo que quería soltarle. Después de todo, no era ni el momento ni el lugar.

—Como sea —murmuré, siendo educada—. Me alegro de verte bien con Nel y todo eso.

No mentiré. Le había mirado los hombros y los brazos en busca de cualquier signo. No había encontrado nada y eso me había aliviado inmensamente.

—Sí, estamos bastante bien —esbozó una pequeña sonrisa—. ¿Y tú qué tal? Oí que no habías terminado muy bien con ese chico de la ciudad.

—Somos amigos.

—Oh, bueno, eso es genial.

—Sí.

Silencio incómodo.

—Y... ¿estás volviendo a salir con...?

—Monty —lo corté, cansada—, ¿crees que tienes que hacer esto aquí?

—Solo es curiosidad —dijo enseguida.

—Me da igual. Ahora mismo, lo último que necesito es eso. Te agradezco que hayas venido, pero no somos amigos. Nunca podríamos serlo. Y lo sabes.

—No quería llegar a ese tema —él se pasó una mano por el pelo, nervioso—. Yo... Nel te echa de menos.

—¿Nel? —lo miré escéptica.

—Sí, no tiene una amiga para hablar de sus cosas. Ha estado muy sola.

¿Ella había estado muy sola? ¿Y yo qué?

—Todos tenemos periodos solitarios —murmuré.

—No lo entiendes. Te echa mucho de menos. Quizá podrías hablar con ella.

 ¿Por qué siempre era yo la que tenía que pensar en los demás cuando nadie pensaba nunca en mí?

—Monty, en serio, ahora mismo solo quiero estar sola —dije, al final. Sentía que iba a ponerme a llorar otra vez y ni siquiera sabía por qué.

—Pero...

Dejé de escucharlo al instante porque, por instinto, levanté la cabeza. Como si hubiera sentido algo. Mi mirada se clavó enseguida en las cinco figuras que habían aparecido en el umbral de la puerta. Mi corazón, que parecía que no me había acompañado en todo el día, se hinchó de felicidad dedicaba una sonrisa educada a un invitado al que apartó para poder revisar el salón con los ojos.

No me lo podía creer. Estaba ahí. Y con Will, Naya, Agnes y Mary. Me puse de pie instintivamente, olvidándome de Monty, de Nel y de todas sus tonterías. Solo quería estar con Jack. 

Él clavó los ojos en mí al instante, como si también pudiera sentirme. Esbozó una sonrisa triste y esquivó a dos invitados para llegar al sofá y quedarse delante de mí.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, incrédula y emocionada a partes iguales.

—No íbamos a dejarte pasar por esto sola —murmuró.

—P-pero... los billetes... yo...

—Soy Steve Jobs, ¿no? —enarcó una ceja con aire divertido.

No pude evitarlo y se me llenaron los ojos de lágrimas como a una idiota. Él sonrió con ternura y se acercó, sujetándome la cara por las mejillas. Lo rodeé con mis brazos al instante y dejé que se inclinara hacia delante y me besara ligeramente en la comisura de los labios.

—Siento no haber venido antes —añadió, revisándome la cara con los ojos—. Está claro que nadie te ha obligado a comer nada.

Sonreí y agaché la cabeza porque me estaban empezando a caer lágrimas calientes por las mejillas. Él me atrajo para abrazarme. No sé cuántas veces lo había hecho en unos pocos días, pero no tenía suficiente. Arrugué su camisa con los dedos al agarrarlo con fuerza de la espalda. Había necesitado ese abrazo por mucho tiempo.

Sin embargo, no me quedó otra que separarme cuando vi que Agnes y Mary se acercaban a mí. Me limpié las lágrimas torpemente con el dorso de las manos y me separé de Jack, que mantuvo su mano en mi nuca al hacerlo.

—Oh, querida —Mary llegó a mí primero y me pasó la mano por la mejilla húmeda—. Lo siento mucho. 

—Cuando Jackie nos lo contó —Agnes se adelantó y me dio un pequeño apretón en el brazo— no pudimos no venir a ver cómo estabas.

—Muchas gracias por venir —les dije de todo corazón.

Mary se separó de mí y Agnes la siguió cuando vieron a mis padres. Mamá se emocionó al verlas y dejé que Jack fuera a darles un abrazo también. Vi que hablaba con mis hermanos cuando Naya y Will se acercaron. Naya volvió a estrujarme en un abrazo de mamá oso.

—¿Cómo estás? —me preguntó Will y, por primera vez, me dio la sensación de que alguien quería que fuera sincera tras hacer esa pregunta.

—Mucho mejor —les aseguré enseguida—. No... no sabía que vendríais.

—Ni nosotros —Naya sonrió y me colocó un mechón de pelo tras la oreja—. Fue idea de Ross.

—¿De Jack? —repetí, girándome para ver que hablaba con Spencer.

—Sí, él compró los billetes —dijo Will—. No quería que te sintieras sola.

Oh, Jack. ¿Por qué tenía que ser tan perfecto? Me entraron ganas de abrazarlo otra vez, pero me distraje cuando papá, mamá, Shanon, Steve y Sonny se acercaron a saludar a Naya y Will. Los presenté y Will comentó algo de que no eran las mejores circunstancias para conocerse, cosa que hizo que mi madre sonriera por primera vez en dos días.

Yo vi, de reojo, que Jack volvía a acercarse a mí y volví a apretujarme a él como si mi vida dependiera de ello. Menos mal que los demás estaba un poco apartados. Noté que me pasaba un brazo por encima de los hombros.

—¿Habéis dejado la casa a manos de Sue, Mike y Chris? —pregunté, extrañada, separándome lo justo para no tener que soltarlo.

—A veces, hay que tomar algunos riesgos en la vida —se encogió de hombros, sonriendo un poco.

—Sabes que, al volver, no va a quedar casa, ¿no?

—Me fío de Sue —me aseguró—. No la has visto enfadada.

Lo pensé un momento.

—¿No?

—No —sonrió—. Créeme que no. Yo solo la he visto enfadada dos veces. Da miedo.

—Esperemos que Mike no termine con sus nervios, entonces.

—O esperemos que sí —él enarcó una ceja, divertida—. Un problema menos en mi vida.

Negué con la cabeza mientras él sonreía y volvía a atraerme. Apoyé la mejilla en su pecho y mi mirada se clavó al instante en Monty y Nel, que se habían quedado de pie a un lado de la cocina y nos miraban fijamente. Monty tenía el ceño un poco fruncido y Nel, simplemente, la boca abierta mientras revisaba a Jack de arriba abajo.

Decidí ignorarlos completamente. Estaba demasiado feliz de que hubieran venido como para pensar en esos dos.

El funeral no tardó en acabar y yo ya estaba mucho más animada que cuando había empezado. Todo había sido un poco improvisado, así que mamá y papá, a pesar de que Jack insistió en que podían ir a un hotel sin problemas, quisieron que se quedaran a dormir en casa. Ofrecieron a Agnes y Mary la habitación de invitados, mientras que Naya y Will se quedaron con la habitación vacía de Shanon. Jack, claro, se quedó conmigo.

Por la noche, me puse mi pijama antes de bajar a cenar. Me había dado una larga ducha caliente. Jack estaba en mi habitación cuando fui a buscarlo. Revisaba mi colección de música con los ojos. Vi que sonreía de lado al ver la sudadera de Pumba que llevaba puesta.

—No sabía si te gustaría que la metiera en la mochila.

—Me encantó —murmuré, repentinamente avergonzada.

Él se acercó y me me acarició la mejilla con los nudillos.

—Venga, vamos a cenar.

La verdad es que, por primera vez en dos días, estar todos juntos no se sintió como un funeral continuo. Incluso hubo algunas risas. Pareció que caras nuevas eran lo único necesario para animar a la familia. El mejor momento —para los demás, no para mí— fue cuando estábamos todos sentados y Will me sonrió ampliamente.

—¿Les has contado ya lo del embarazo?

Yo dejé en paz la mano de Jack, con la que había estado jugueteando en mi regazo durante toda la cena, y me quedé mirándolo.

Todo el mundo había guardado silencio al instante. Mary y Agnes las primeras. Mamá se quedó a medio camino de beberse su vaso de agua. Mis hermanos dejaron de discutir. Papá se giró como la niña del exorcista hacia mí y Jack.

—¿Embarazo? —repitió lentamente.

Jack y yo intercambiamos una mirada de pánico —mío, no suyo, que parecía divertido— al instante, cosa que no hizo más que aumentar las sospechas.

—¡Estás embarazada! —exclamó Mary, tapándose la boca con una mano. Se había quedado pálida.

—¿Eh? —me puse roja como un tomate.

—¡Un bisnieto! —Agnes suspiró—. Ay, Dios mío, envíame ayuda. La voy a necesitar.

—¡Otro nieto! —mamá se llevó una mano al corazón—. Cariño, ¿no habíamos hablado de esto? ¡No tienes por qué seguir los pasos de tu hermana!

—¡No, yo no...!

—¿Sabes que puedo oírte? —protestó Shanon.

Spencer había tapado los oídos de Owen.

—Y él también —añadió.

—Mira que te dije que tuvieras cuidado —Shanon me negó con la cabeza.

—¡Que yo no...!

Me interrumpí cuando papá me señaló con la cuchara muy cerca de la cara. Abrí los ojos como platos.

—Pero ¿se puede saber qué parte de usa los condones que te di no entendiste? —me preguntó, enfadado—. ¡Pensé que no volveríamos a pasar por esto!

—¡Que no est...!

—¡Que tu hermana lo hiciera puedo entenderlo! Pero, ¿tú?

—¡Sigo pudiendo oíros! —protestó Shanon, irritada.

—¡Y él también! —añadió Spencer todavía tapándole las orejas a Owen, que seguía comiendo tan tranquilo.

—Pero... —intenté decir.

—¡Ni me hables! —papá suspiró largamente, negando con la cabeza.

—¡Jack! —lo miré, en busca de ayuda.

Él sonreía divertido al ver la escena. Sin embargo, su sonrisa desapareció de golpe cuando papá giró su cuchara hacia él, furioso.

—Y tú —le acercó más la cuchara—, ¿vas a hacerte cargo del bebé? Porque no es solo de la irresponsable de mi hija. Es cosa de dos.

—¡Papá! —quité la cuchara de su cara, avergonzada.

—¡Si eres bueno para embarazar a mi niña, eres bueno para...!

—¡Que el bebé es de Naya y Will, pesados! —fruncí el ceño.

Silencio colectivo. Todo el mundo se giró hacia ellos. Naya y Will levantaron los pulgares, divertidos.

—¡Enhorabuena! —empezaron todos felizmente.

Me crucé de brazos, perpleja e indignada a partes iguales.

—¿Por qué todo el mundo se alegra por ellos y no por nosotros? —protesté.

—Porque no sabes ni cuidar de ti misma —me dijo Shanon—, imagínate si tuvieras que cuidar de otro ser vivo. Qué desastre.

—¡Podría hacerlo perfectamente!

—Oh, sí, como la tortuga Tobby —Steve sonrió, burlón.

—Oh, me acuerdo de esa pobre tortuga —Sonny asintió con la cabeza—. Qué final tan indigno.

—¡Yo no...! —me puse roja—. ¡No sabía que era malo dejarla nadar en la piscina!

—¿Y el pobre hámster? —preguntó Sonny—. ¿Cómo se llamaba?

—Ricolino.

—¡Ricolino! —Sonny asintió con la cabeza.

—¿Ricolino? —repitió Jack, arrugando la nariz.

Todo el mundo se estaba riendo de mí, que estaba tan roja que parecía que iba a explotar.

—¡Solo quería que fuera libre! —protesté, enfadada.

—¡Soltándolo en el jardín de atrás! —Steve puso los ojos en blanco—. Pobre bicho.

—Tenía los días contados desde que Jenny empezó a ser su dueña —Sonny asintió con la cabeza.

—¡Ya vale! —les lancé una servilleta a la cara.

—Jennifer, no empieces —me advirtió mamá—. El primero que lance comida, limpia todo esto.

Los tres estábamos armándonos, pero lo soltamos todo de golpe y yo me crucé de brazos.

—Bueno, lo que está claro es —Spencer me señaló— que eres un poco desastre.

—Yo no soy un desastre. Sería una madre genial —miré a Naya y Will—. ¿A que sí?

Ellos seguían intentando no sonreír, así que busqué ayuda en otro lado.

—¿A que sí? —le entrecerré los ojos amenazadoramente a Jack.

Él estuvo a punto de reírse, pero se cortó al ver mi expresión y asintió dócilmente con la cabeza.

—La madre del año.

—¿Veis? —le puse mala cara a mis hermanos.

Ellos siguieron haciendo bromas igual, pero a partir de ahí decidí no entrar en el juego y centrarme en acabar la cena sin muertes o lanzamientos de comida.

Jack y los demás tenían un billete en el mismo avión que yo, así que podríamos marcharnos juntos. Era un alivio no tener que volver a ir al aeropuerto sola. O viajar sola. Era muy aburrido.

Casi estaba ilusionada cuando, al terminar la cena, subí las escaleras de la mano de Jack mientras Mary y Agnes se quedaban hablando con mis padres en el salón. Todos los demás ya estaban en sus habitaciones. Jack cerró a su espalda cuando me dejé caer en la cama. Sentía que cada músculo de mi cuerpo estaba entumecido. Él se acercó y se agachó sobre su maleta. Vi, de reojo, que se cambiaba de ropa. Me quedé mirando el tatuaje de águila y el mío vibró antes de que se pusiera la camiseta.

Cuando se acercó, sonrió un poco.

—¿Cansada?

Asentí con la cabeza.

—Ven aquí.

Se tumbó a mi lado y me dejó tumbada boca abajo, cubriéndonos a ambos con el edredón calentito. Se inclinó hacia delante y se quedó de lado, pasándome una mano por la espalda. Cerré los ojos al instante en que noté sus dedos masajeándola.

Hubiera querido decir algo más, pero estaba tan agotada —apenas había dormido esos días y había estado llorando tanto...—  que, unos minutos más tarde, estaba profundamente dormida. Noté que él murmuraba un buenas noches y me daba un beso en los labios antes de que todo volviera negro.

***

Mamá estrujó a Jack en un abrazo amoroso cuando nos despedimos en el aeropuerto. No me dio ese abrazo ni a mí. Los seis subimos al avión y me quedé sentada con Jack. Me había tocado junto a la ventanilla. Él tenía un libro en el móvil y lo leyó tranquilamente en el viaje mientras yo apoyaba la cabeza en su hombro y volvía a quedarme dormida. Seguía agotada. Eran muchas horas de sueño que recuperar.

No me desperté hasta que él me sacudió ligeramente el hombro porque ya estábamos en el aeropuerto. Will había traído su coche, así que fui con él y Naya al piso mientras Jack llevaba a su madre a casa y luego volvía con Agnes.

En el piso, Sue y Chris miraban uno de mis realities, cosa que me hizo sonreír. 

Y... sorpresa, Sue sonrió al verme. Casi me quedé paralizada en la puerta.

—¿Qué tal? —preguntó.

—Mucho mejor —aseguré, centrándome de nuevo y dejándome caer junto a Chris en el sofá.

Él me dio un ligero apretón en el hombro.

—Se ha notado tu corta ausencia.

Le sonreí, agradecida.

Jack volvió no mucho después. Escuché la puerta de Agnes abriéndose y cerrándose antes de que él apareciera por el pasillo. Esos últimos días, cada vez que lo veía, me daba la sensación de que el estómago me daba un vuelco. Me dedicó una sonrisa divertida cuando vio que le daba un repaso.

—¿No está Mike? —preguntó Naya, sorprendida.

—Está dándose una ducha —murmuró Sue, negando con la cabeza—. ¿No lo oís gritando como si mataran un bicho ahí dentro?

Efectivamente, se escuchaban los gritos-barra-cantos de Mike en la ducha.

Era la hora de comer y Naya se sentía inspirada, así que fue a la cocina y empezó a cocinar cosas que no tenían ni nombre. Vi, de reojo, que Will le sonreía cuando le preguntaba si olía bien, pero también se preparaba disimuladamente para llamar y pedir comida rápida.

Efectivamente, tuvo que hacerlo porque Naya había intentado hacer algo parecido a lasaña que parecía una masa roja, beige y negra —porque estaba quemada— que, por algún motivo, olía a pescado. Al final, tuvimos que pedir comida china mientras ella se cruzaba de brazos, enfurruñada.

Un buen rato más tarde, yo estaba tumbada en el sofá con la cabeza en el regazo de Jack, que me pasaba los dedos por el pelo. Naya y Will habían desaparecido en su habitación. Estaba a punto de quedarme dormida cuando noté que Chris resoplaba.

—Qué asco da estar solo.

Fruncí el ceño antes de mirarlo.

—Espera, ¿estar solo? ¿Y Curtis?

—¿Ha vuelto a pasar de ti, Chrissy? —Jack sonrió malévolamente.

—¡No ha pasado de mí! —chilló Chris, poniendo una mueca.

Me incorporé de golpe, pasmada.

—¿Ha pasado de ti? —pregunté.

—¡Solo... hace dos días que no me habla!

—Ah, bueno —me encogí de hombros.

Le quería restar importancia, pero dejé de hacerlo cuando vi las sonrisitas de Sue y Jack.

—¿Qué? —pregunté, confusa.

—Uf... —Jack negó con la cabeza.

—Sí, uf —Sue estuvo de acuerdo.

—¿Uf? —parpadeé, confusa—. ¿Por qué?

—Son dos días —remarcó Jack, mirándome.

—Es... muy poco, ¿no?

—¿Muy poco? —repitió, incrédulo.

—Dos días es mucho tiempo en esos casos —dijo Sue—. Especialmente, al principio.

—Son dos días —murmuré, completamente descolocada—. No sabéis si ha tenido... yo qué se... una emergencia o algo.

—¿Más emergencia que llamarme? —Chris torció el gesto.

—Alguien pillado no espera dos días a llamarte —dijo Jack.

—Oh, ¿y cuántas veces te has pillado tú, experto? —ironicé.

—Solo una. Pero me ha dado tantos dolores de cabeza que ya me considero experto en la materia.

Me crucé de brazos cuando los tres empezaron a reírse de mí.

—Dos días no es para tanto —repetí.

—¿Te hubiera gustado que te hiciera esperar dos días cuando nos conocimos? —me preguntó Jack directamente.

Me encogí de hombros.

—Bueno, no, pero...

—Teoría confirmada —me cortó Sue.

—¿Eh? ¡De eso nada!

—Yo tampoco te habría hecho esperar dos días, cuñadita —sonrió Mike ampliamente, entrando en el salón y dejándose caer a mi otro lado.

—¿Alguna vez has esperado dos días para hablar con alguien? —le pregunté.

—Y más tiempo —aseguró, riendo.

—¿Veis? Ahora sí que es teoría confirmada —señalé a Jack y Sue con una sonrisa triunfante.

—¿Y usas a Mike como fuente de investigación? —Sue me puso una mueca.

—¿Y qué tengo de malo? —protestó él, cruzándose también de brazos.

—No nos hagas enumerarlo —Jack puso los ojos en blanco.

—Sí, sería una lista larga —Sue asintió con la cabeza.

—Lo que tenéis es envidia.

—¿Por dónde empezarías? —preguntó Sue, mirando a Jack.

—¿Por su pesadez?

—No seáis así —protesté, poniéndole una mano encima del hombro al pobre Mike.

—Gracias, cuñadita, eres mi único apoyo nuestra casa.

—¿Nuestra casa? —repitió Jack, mirándolo con una ceja enarcada.

Mike lo ignoró completamente y se aferró a mí con ambos brazos, sonriéndole con malicia a su hermano mientras apoyaba la mejilla sobre mi corazón. Le di una palmadita en la espalda, entre la sorpresa y la diversión.

—Esto es como una gran comuna hippie, todo es de todos —replicó Mike felizmente—. ¿A qué sí, cuñadita?

Al ver que Jack apretaba los dientes, dejé de sonreír tan divertida.

—Eh... —murmuré, incómoda.

—No todo —lo cortó Jack, inclinándose y empujándolo de la cabeza para que se apartara.

—¡Ten cuidado! —protestó Mike, acariciándose la nuca—. ¡Podrías haberme matado!

—Mala hierba nunca muere —murmuró Jack, tirando de mi brazo hasta que me tuvo pegada a su lado.

—Eh... chicos... —intenté decir.

—¡Te recuerdo que somos hermanos, tú también eres mala hierba! —replicó Mike, tirando de mi otro brazo para dejarme pegada a su lado.

Sue y Chris se reían mientras yo intentaba con todas mis fuerzas no matarlos a los dos.

—¿Podéis...? —intenté decir algo, de nuevo inútilmente.

—Oye, ¿y tu banda no estaba triunfando? —quiso saber Jack, volviendo a tirar de mí—. ¿Por qué no te compras tu propio piso?

—Vivir solo es aburrido —viajé otra vez al otro lado del sofá.

—Vivir contigo es un tormento —replicó Jack.

Cada vez que decían algo, me trasladaban de un lado a otro y estaba empezando a sentirme como una muñeca de trapo. Una muy irritada.

—¡Dejad de...!

—¿Y por qué no te quedas a dormir en casa de una de tus mil novias?

—Estoy intentando cambiar a mejor y ser un hombre de una sola mujer, ¿vale?

—Pues buena suerte encontrando una sola mujer.

—¡Lo mismo te digo, capullo! 

—Garrapata.

—Imbécil.

—Idiota.

—Amargado.

—Gorrón.

—Pesad...

—¡Los dos sois unos pesados! —me enfadé, soltándome ambos brazos, que ya no se habían molestado en soltar. Me puse de pie y vi que ambos se giraban hacia mí con mala cara—. Tenéis exactamente el mismo nivel de pesadez, así que dejad de discutir sobre quién es peor. ¡Sorpresa! Lo sois los dos.

Indignada, me dejé caer junto a Chris, que observaba todo con Sue y negaban con la cabeza.

—Tampoco hacía falta llamarnos pesados —me dijo Mike.

—Sí, Jen, te has pasado.

—¿Que yo...? —repetí, incrédula.

—¿Te parece bonito llamar pesado al chico que te ofrece su cama cada noche?

—¿O a su hermano querido?

—No me creo que solo estéis de acuerdo en esto —murmuré, suspirando.

Pareció que Mike iba a decir algo, pero se cortó y sonrió ampliamente, mirándome.

—Oye, tú también irás a la cena de mis padres esta noche, ¿no?

—¿Eh? —me giré hacia Jack, que se había tensado un poco.

—Gracias, Mike —masculló.

—De nada —sonrió él ampliamente—. Pero, ¿gracias por qué?

—¿Qué cena? —pregunté.

Jack le dedicó una mirada que daba a entender lo que pensaba de él antes de volver a girarse hacia mí.

—Es una tontería —me aseguró—. No hace falta que vayas.

—Podrías habérmelo dicho.

—Pensé que... con todo lo que ha pasado...

—Estoy bien —fruncí el ceño—. ¿No quieres que vaya?

—Sabes que eso no es cierto.

—Siempre puedes ir conmigo —sonrió Mike—. Intercambio de hermanitos. Saldrás ganando con la mejora.

—A lo mejor debería hacerlo —irrité a Jack.

Efectivamente, él apretó los labios al instante.

—Mike, eso donde tienes el culo sigue siendo mi sofá, así que cierra la boca un rato.

—¡Ella ha dicho que me prefiere, respeta su decisión!

Jack lo ignoró completamente para mirarme.

—Sabes que quiero que vayas conmigo. Pero no creí que te apeteciera después de estos días.

—¿Qué cena es? —insistí.

—Mi madre propuso que hiciéramos una cena para... eh... felicitarte por tu cumpleaños y todo eso —murmuró Jack—. Pero le dije que no era el mejor momento.

—Pues no la ha cancelado —me aseguró Mike—. De hecho, está haciendo lasaña como si fueran a venir cincuenta personas. Sigue creyendo que iréis.

—¿Y por qué no podemos ir? —pregunté con una mueca—. Yo quiero lasaña.

Los dos nos giramos hacia Jack, que tenía el ceño fruncido. Mike y yo esbozamos sonrisas inocentes.

—Muy bien —suspiró.

Chocamos las manos al instante.

—¿Y qué hacemos hasta la hora de la cena? —quiso saber Mike.

Abrí la boca para decir algo, pero me detuve en seco cuando mis ojos se clavaron en la cómoda. Mike no pareció entenderlo, pero Jack sí, porque empezó a negar con la cabeza cuando le sonreí.

—Oh, no.

—Oh, sí.

—¡No quiero ir de compras!

—¡Necesitas más ropa!

—¡No la necesito, no iré!

Dos horas más tarde, estábamos en el centro comercial, mirando ropa en una tienda. Tenía a Jack detrás resoplando cada vez que le enseñaba algo, mientras que Mike iba por delante, dando tumbos de un lado a otro y colgándose ropa del brazo. No sé cuántas veces había ido a los probadores y había vuelto con las manos vacías.

—¿Esta? —pregunté a Jack, enseñándole una sudadera azul.

—Qué asco —arrugó la nariz.

Volví a colgarla y agarré otra. Una gris con una figura en medio. Sonreí ampliamente.

—¿Y esta?

Él me puso mala cara.

—¿En serio? ¿Minions?

—¿Qué tiene de malo? Es muy tierno.

—Y hará que me corte tiernamente las venas.

—Vale —puse los ojos en blanco y fui a por otra—. ¿Est...?

—Honestamente, Jen —ni siquiera me miraba ya, sino que revisaba la tienda con los ojos—, no creo que me guste ninguna.

—Eso es imposible.

—Son muy aburridas.

—Pero esta es...

—Aburrida.

—¡Ni siquiera las has mirado!

—Porque sé que no me gustará.

—¿Ni siquiera si es de Tarantino?

Él se giró de golpe y me vio sonriendo como un angelito. Se encogió de hombros.

—No está mal.

—Menos mal —suspiré y se la di—. Ahora, podemos...

—Oye, cuñada —Mike se acercó felizmente con casi diez prendas bajo el brazo—, ¿te gustan? ¿A que son geniales? Jackie va a invitarme.

—¿Jackie va a invitarte? —repitió él—. ¿Desde cuándo?

—¿Qué más te da? Eres rico.

—¡No lo seguiré siendo por mucho tiempo si sigues gorroneándome así!

—Como sea —Mike lo ignoró y me miró—. Es que me da la sensación de que esto y esto no pega porque el rosa y el azul no son colores que...

Y empezó a hablar y hablar de colores y combinaciones. Yo estaba entre escucharlo y sonreír divertida porque Jack no dejaba de poner los ojos en blanco.

Al final, decidimos volver a casa. Mike transportaba cinco bolsas. Jack solo una. Y porque le había obligado a comprarse algo más que una triste sudadera. Dejamos a Mike en el salón enseñándole todo a Sue, Chris, Naya y Mike y nos metimos en la habitación.

La verdad es que yo no sabía qué ponerme. Solo íbamos a ser nosotros, pero no quería ir de cualquier forma. Escuché que él metía la ropa nueva en la cómoda mientras yo me cambiaba los pantalones a una falda, mirándome al espejo sin mucha convicción. No sabía ni en qué momento habíamos vuelto a actuar con la naturalidad de hacía un año, pero no me desagradaba.

Ya me había cambiado cuatro veces de jersey cuando él resopló por enésima vez, mirándome de reojo, tumbado en la cama.

—Deja de resoplar —protesté, mirando el resultado en el espejo.

—¿Cuántas veces te has cambiado en cinco minutos?

—Es que no me gustaban.

—Eran todo jerséis —remarcó, arrugando la nariz—. Todos ellos.

—¿Y qué? No son iguales.

—Son literalmente iguales.

—Eso no es verdad. Mira, este es más ancho de aquí y de aquí, el otro era más...

—¿No puedes elegir uno cualquiera y ya?

—No.

—¡Todos te quedan igual!

—¡Que no es verdad!

—Muy bien, ¿y si elijo yo uno?

Lo pensé un momento.

—Mhm... bueno. Puedes intentarlo.

Sonrió ampliamente y se puso de pie, acercándose. Hurgó un momento en el armario, centrado en su labor. Vi que miraba el marrón.

—Ese me encanta.

—Es un no rotundo —murmuró, lanzándolo al suelo.

—¡Trata mejor mi ropa!

—Mhm... —él me ignoró, revisando un jersey amarillo—. Ni de coña. Parecerías el Sol.

—¿El So...?

—Este —sacó el que le había robado a Shanon—. Es el elegido. Te sienta bien el rojo.

—Pues el rojo —metí lo que había tirado en el suelo en el armario y sujeté el jersey—. ¿Sabes? Ni siquiera es mío. Es de Shanon. Lo curioso es que se lo regalé por su cumpleaños, cuando cumplió los...

Me detuve cuando vi que él también lo hacía. En seco. Levanté las cejas.

—¿Qué?

—Mierda.

Parpadeé cuando se alejó un paso de mí.

—Mierda, se me había olvidado —se apartó y vi que abría su cómoda. Uno de los cajones que no solía usar. Lo miré, confusa.

—¿Qué haces?

—Buscar tu regalo de cumpleaños —murmuró, sacando una caja considerablemente grande—. Aquí está. Menos mal que me lo has recordado. Se me había olvidado.

No sé qué cara tenía en esos momentos, pero hizo que me dedicara una sonrisa divertida.

—No me esperaba una reacción tan mala, la verdad.

—¿Me has comprado un regalo? —pregunté, anonadada.

—Claro que te lo he comprado. Hace unas dos semanas. En fin, ábrelo.

Me lo lanzó sin mucha preocupación. No sé ni cómo conseguí atraparlo. Perdí mi ensoñación por un momento.

—¡Ten cuidado, es mi regalo!

—¡Solo era para animar la cosa! ¡Estabas como... ida!

—¡Si llega a caerse...!

—Bueno, no se te ha caído. Ábrelo de una vez.

Me senté en la cama y lo miré un momento, confusa.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—La gracia de un regalo, querida Michelle...

—¡No me llames así!

—...es que no sepas lo que es hasta abrirlo.

—Muy bien, Ross —remarqué su nombre, haciendo que sonriera—, pues habrá que abrirlo.

Se sentó a mi lado mientras lo abría con cuidado. Siempre se impacientaba cuando hacía algo lentamente, así que lo hice adrede. Al final, perdió la paciencia y destrozó el papel él mismo, lanzándolo a un lado.

—Hay que tener más paciencia, Jackie —me burlé.

—Cállate y mira tu regalo, Michelle.

Sonreí y bajé la vista. Por un momento, mi sonrisa vaciló al no saber exactamente qué tenía delante. Pero, cuando pasé los dedos por la superficie de la caja de madera pulida —y obviamente cara—, me quedé helada. 

—¿Te gusta? —quiso saber, y me dio la sensación de que estaba un poco nervioso, como siempre que me hacía regalos.

No sé si estaba más perpleja por sus nervios o por la caja. Mis dedos pasaron por encima del nombre que tenía escrito. Rembrandt. Abrí la caja con las manos temblorosas y vi los tubos de óleo, los pinceles de primera calidad, la paleta, los... todo. Un kit de pintura de lujo. Había dejado de respirar al acariciar uno de los pinceles.

—¿Te gusta? —insistió él al ver que me había quedado callada—. Espero que sigas pintando y todo eso. La verdad es que yo no tengo ni idea de arte, así que tuvo que ayudarme mi madre. Créeme, se lo pasó bien al ver que no sabía ni qué se compraba a alguien a quien le gustaba dibujar. Dijo que era la mejor marca del mundo y que...

—Jack —dije lentamente, mirándolo—, ¿cuánto te ha costado esto?

Se detuvo, sorprendido.

—Eso es un poco maleducado para preguntar, señorita.

—Pero... pero... esto es carísimo —lo miré, perpleja.

Me puso mala cara.

—¿En serio eso es lo primero que me dirás? Tampoco es para tanto. Puedo permitírmelo.

—Pero...

—Jen, he ganado muchísimo dinero con la película. Créeme, puedo permitírmelo.

—Vale, pero...

—Simplemente, acéptalo —dijo, divertido—. ¿No te gusta pintar?

De pronto, puso una mueca de nervios.

—Dime que sigue gustándote, porque mi madre se reirá de si ahora resulta que...

—Jack... no sé... —lo dejé a un lado para mirarlo—. No sé qué decir.

—¿Gracias? —sugirió.

Sonreí y negué con la cabeza.

—Gracias —enfaticé—. Pero... no tienes por qué regalarme cosas.

Hizo una pausa, confuso.

—¿Por qué te incomoda tanto que te regale cosas? —preguntó, totalmente descolocado.

—No es que me incomode. Es que... no sé.

—Bueno, tengo que admitir que nadie se había quejado de que le pagara algo hasta que te conocí.

—No lo sé... es que... —me encogí de hombros, dejando la caja con cuidado a un lado—. No quiero que pienses que me aprovecho de ti.

Frunció un poco el ceño.

—Yo no pienso eso de ti. No digas bobadas.

—Pero...

—Es un regalo, Jen. Ni siquiera sabías que iba a hacértelo.

—Ya lo sé...

—¿No te gusta?

—Sí, claro que me gusta.

—¿Y no te gusta que te haga regalos?

—Sí, pero...

—Olvídate del pero, eso es lo que importa. Y ponte ya el jersey o llegaremos tarde.

Lo miré un momento. Él sonrió ampliamente, un poco confuso por ver que no me movía.

Al final, no sabía qué decir, así que me puse de pie y fui a cambiarme el jersey. Escuché que él abría la caja y cotilleaba con las cosas que había dentro.

—¿Quién necesita tantos pinceles? —preguntó, confuso, mirándolos—. Si solo es hacer cuatro rayas en un lienzo... ¿y tantos colores?

Sonreí, divertida, cuando me acerqué y vi que sostenía un carboncillo entre los dedos con una mueca.

—¿Esto qué es?

—Carboncillo.

—¿Como... carbón?

—No exactamente.

—¿Pintas con carbón? —arrugó la nariz.

Me miró con mala cara cuando vio que me reía de él y devolvió la caja a su lugar, enfurruñado.

—Eres muy madura —masculló, poniéndose de pie.

—Ya somos dos.

Me dedicó una sonrisa irónica, intentando pasar por mi lado. Sin embargo, lo detuve impulsivamente por el brazo y me miró, sorprendido.

—Gracias por el regalo —murmuré.

Dejó el ceño fruncido para sonreír de lado.

—No hay de qué. El placer ha sido m...

Se detuvo cuando me incliné hacia delante y me puse de puntillas para besarlo en los labios.

Durante un momento, solo hubo silencio. No despegué mis labios de los suyos y mantuve mis manos en su nuca. La verdad es que quería besarlo mucho más, pero no quería precipitarme, así que me contuve y me limité a hacer eso. Al final, volví al suelo y lo miré, esperando una respuesta.

—Y gracias por todo lo demás —añadí.

Él tardó unos segundos en responder, pero su mirada se había suavizado cuando me puso una mano en la espalda.

—Venga, vamos a la cena.

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