El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

By Karinebernal

29.4M 2.3M 4.9M

Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... More

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo Final PARTE II

549K 61.6K 165K
By Karinebernal

Tuvimos que esperar al rededor de una hora antes de pasar al comedor. En ese tiempo, el rey Lacrontte mantuvo un acecho silencioso hacia mí que aún no puedo digerir bien. Ya tengo claras sus intenciones, pero no quiero ser parte de cualquiera que sea su jugada. Es el enemigo, quien hirió de manera indirecta a mi padre y por quien he sufrido todos estos años.

—Espero te sientes a mi lado. —Escucho al rey Lacrontte hablarme mientras caminamos a la mesa, en donde ya un banquete nos espera bajo la luz de las lámparas.

—¿Por qué haría algo así? —respondo sin mirarlo. Mi vista está fija en mis manos. Todavía no me acostumbro a esta cercanía sin amenazas.

—Porque te conviene —dice antes de alejarse a tomar lugar.

Me debato entre hacerle caso o no. Miro a mi alrededor en busca de ayuda, como si las paredes pudieran darme la respuesta, y con lo único que me topo es con la mirada recelosa de Stefan y la altivez en los ojos de Lerentia. Ambos son la respuesta que tanto estaba esperando.

Con una sonrisa tímida voy hacia donde se encuentra el rey Magnus y me siento a su lado. Él me mira con esa actitud arrogante que siempre tiene consigo y yo le sostengo la mirada. Nada de bajar la vista a mis manos, esta vez estará arriba, directo a sus ojos esmeralda.

—Permíteme decirte cuanto me alegra que hayas venido conmigo. —Se me acerca al oído para susurrarme.

—Esto lo hago más por mí que por usted.

—Por los dos, lo haces por los dos. Y por favor, tutéame. Ya yo lo estoy haciendo, ¿no?

—¿Debería tutear a quien hirió a mi padre? Porque para mí eso no tiene perdón.

—Que bien que no he perdido mi tiempo pidiéndotelo, entonces —contesta con la severidad de un militar—. Aun así, le pido etiquete a todos los Malhore de la región para que en un próximo ataque mis soldados sepan a quienes no deben atacar. —Agrega tomando una uva de uno de los platos que tenemos al frente con una actitud vanidosa que detesto.

—Esa es una pésima broma.

—¿Quién dice que estoy bromeando?

—¿Interrumpo su conversación? —Pregunta Stefan, aclarando su voz.

—En efecto —contesta el amargado con la rapidez de un rayo en una tormenta—. Hablábamos sobre lo bien que la pasamos en Lacrontte.

El que esté inventando cosas para importunar a Stefan no me molesta, lo que aún no me convence es ser yo quien lo ayude a hacerlo.

—Creo que a nadie en esta mesa le interesa lo que hicieron allá— Escucho la queja de Lerentia.

—A nosotros sí, mi querida señora Denavritz —se vuelve hacia mí y acerca una uva a mi boca—. ¿Quieres una?

¿Pero qué le pasa? ¿Ahora va a darme uvas en la boca cuando usaba guantes en Lacrontte para no tocarme?

—Emily, por favor, es de mala educación dejar a alguien con la mano extendida cuando te está ofreciendo algo. Además, no es como si no lo hubiésemos hecho antes.

Eso es falso, pero Stefan no lo sabe y veo como cae en el juego cuando suelta el tenedor que tenía en la mano.
Abro la boca entonces y dejo que pongan la uva entre mis dientes solo para fastidiarlo. Yo también tuve que ver como se comprometía con otra persona, como se casaba con ella y me rompía el corazón en pequeños pedazos como un jarrón de porcelana al caer de la mesa.

—Me encanta cuando me secundas. —La voz del rey Lacrontte es baja, pero firme.

Sus ojos verdes brillan, llenos de una mezcla de orgullo y maldad mientras me ve morder y tragar la fruta. No me gusta estar de su lado, pero solo por hoy le seguiré el juego.

—Respecto a lo que me reclamaste, debo informar que mis soldados tienen la orden de no herir a ningún civil y te aseguro que ellos obedecen cada regla.

Mi cara de confusión debe ser evidente. Si no fueron sus soldados, ¿entonces quién atacó a mi padre? ¿Los guardias del palacio? Eso significaría que Stefan me mintió, ¿o él no lo sabe y fueron los guardias quienes inventaron todo?

—Pero si lo han confundido con un soldado y por ello lo han herido. —Le informo.

—Señorita Malhore, no me haga desconfiar de su inteligencia. ¿Acaso su padre portaba un uniforme de la armada de Mishnock?

—No. ¿Por qué tendría un uniforme?

—¿Entonces como cree usted que lo pudieron haber confundido con un soldado cuando vestía de civil?

Me siento como una estúpida.
Es obvio. No hay manera de que lo confundan con un soldado de la guardia azul o un oficial de la guardia civil o real. Soy una tonta, una completa idiota.

—Ya veo que lo has entendido. —Replica y por su tono duro, deduzco que le enoja saber que desconfié de su ejército—. Así que para una próxima ocasión, primero pregúntenme antes de golpearme.

—¿Será que pueden dejar de murmurar entre ustedes, Magnus? —La voz de la ahora reina se alza en el comedor, llamando nuestra atención.

—Rey Magnus para ti. —Replica, devolviendo la vista al frente—. Y no prometo nada. Emily sabe como obtener mi atención, aun así, lo intentaré.

****

La cena transcurre con la tensión espesa en el ambiente. En todo ese tiempo el rey Lacrontte no vuelve a mirarme o hablarme en ninguna ocasión, lo que realmente me pone molesta y no comprendo la razón. Es como si hubiese olvidado de su plan y ahora ignorará mi presencia.

—¿Cuánto tiempo tendremos que esperar para saber si aceptas nuestros acuerdos de paz? —Es Stefan quien rompe el silencio.

—Cuando lo sepa te lo diré.

—Claro, porque a lo único que vienes es a fastidiar con la plebeya. —La voz de Lerentia ya es como el chillido de un animal herido. Me tiene cansada con sus celos descarados.

El rey Lacrontte se gira hacia mí y por la manera en que abre sus ojos parece que acabara de recordar que yo existo. Es tan obvio que solo me está usando, que ni siquiera es capaz de recordar que sigo aquí cuando no me necesita.

—Denavritz, ¿sabías que Emily me entregó una de sus primeras veces? —Cambia el tema para volver a su juego.

Claro, ahora me tomará en cuenta de nuevo.

—¿De qué demonios hablas? —Stefan hace a un lado su plato de comida para luego dirigir toda su atención a mí, en busca de una explicación que no pienso darle.

—Nunca había viajado en avión y después de ese largo viaje en Grencowck, le cumplí el capricho. —Es el amargado quien responde.

¿Capricho? Si yo hubiese preferido caminar hasta casa antes que subirme a esa cosa.

—¿No te lo contó? —cuestiona con la actitud burlona que ya es tan común en él—. Espera, ¿eso quiere decir que no te contó que me ayudó a robarle oro a Aldous, ni que tomamos una ducha en un lago?

—¿Cómo que se ducharon en un lago? —Cuestiona Lerentia, salpicándonos con un tono amargo.

—Les acabó de contar que me ayudó a robar oro y, ¿lo único que les interesa es saber que estuvimos nadando en un lago con poca ropa?

Eso último no tenía por qué agregarlo. Dios mío, quisiera haberlo ahogado en las aguas de ese sitio, lo juro. Espero al menos que no mencione que por tonta, porque sí, soy una tonta, me subí sobre él para qué me llevará a la hierba.

La mirada irascible de Stefan se posa sobre mí como si se tratara del filo de dos espadas. ¿Cómo se atreve a enojarse? Él se comprometió con otra mujer mientras aún estaba conmigo.

—Dime que eso que ha dicho es un invento. —Me habla entre dientes, pero toda la mesa pudo escuchar su reclamo.

—Eso no es algo que importe ahora —Le respondo, encogiéndome de hombros.

—No moleste a mi soldado, Denavritz. ¿Sabías que no le gustan que le griten? Lo aprendí a las malas, pero me quedó claro. Por cierto, como sigue la herida de tu mano. —Toma mi brazo y empieza a revisar mi palma. Ni siquiera es esa en la que me he cortado, pero es obvio que no lo recuerda.

—¿La has herido? —La pregunta de Stefan llega con más preocupación de la que debería.

—Y ella a mí. A veces somos un poco rudos, aunque así nos gusta llevarnos. Después la llevé al teatro como recompensa.

—Y yo que creí que estaba secuestrada, pero más bien estaba de paseo.

—No me juzgues. Tú ya debes saber lo convincente que puede llegar a ser esta mujer. Hasta asesiné a tu tío por ella. —Comenta tan normal, como si relatara una historia de su infancia.

El recuerdo de su "recompensa" me hiela la sangre. Todavía no puedo creer que haya pensado que quería eso como premio.

—Creo que es mejor que te retires ahora mismo. —Stefan se levanta de la mesa y da un golpe seco en la madera, enojado.

—No seas maleducado, Denavritz. Aún no termino de comer.

—No me interesa. Sé que estás fingiendo interés en Emily para fastidiarme. Eso no funcionará, así que detente y retírate de mi palacio.

—Permíteme contradecirte. Mi interés hacia Emily es genuino. —Gira hacia donde me encuentro, levanta su brazo derecho y mete un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

Por la tensión que siento en el ambiente, sé que esto ya se ha salido demasiado de control. El contacto me pone intranquila y no porque me incomode, sino porque aviva los recuerdos de todo aquello que pasó en Lacrontte. Su cercanía, la historia sobre su reino que me contó en el lago de esa casa en Grencowck, la manera en como miraba mi rostro cuando descubrió mis pecas, su mano en mi cuello y un montón de cosas más que me obligo a esfumar al sentir la ridícula emoción que empieza a formarse en mi estómago como un pequeño remolino.

—Creo que por ahora es mejor que dejemos el juego hasta aquí —Le susurro—. Puede que sea divertido, pero traerá consecuencias para mí una vez te vayas.

—¿A qué te refieres? —pregunta en el mismo tono, buscando en la piel que deja ver mi vestido, algún signo de violencia—. ¿Denavritz te golpea?

—Estoy aquí contra mi voluntad. Creo que es obvio que tiene poder para castigarme, no golpes, pero sí privándome de cualquier cosa.

—Quiero que te vayas, Magnus. —Lerentia es ahora quien se une a la protesta.

—Lo haré, majestad —habla con sarcasmo a medida que se levanta de la mesa —. Es de mi interés que la próxima vez que nos veamos, la señorita Malhore esté presente y espero no tenga una queja que ponerme sobre el trato recibido después de esta cena y mucho menos que tenga algún golpe en su cuerpo. ¿Nos estamos entendiendo, Denavritz?

—Jamás le tocaría un cabello.

—Pero si me querrás chantajear con otras cosas como castigo por lo de hoy. —Levanto la voz para que entienda a lo que me refiero.

—Despreocúpate. No lo haré.

—¿Eso quiere decir que aceptarás los acuerdos de paz? —Inquiere la nueva reina ante la posibilidad que acaba de plantear el amargado.

—Lo pensaré, aunque cualquier decisión estará influenciada por lo que Emily tenga que decirme en una próxima reunión.

—No creo que haya ninguna. —La actitud de Stefan es tajante.

—Créeme, Denavritz, la habrá.

—No pienso volver a buscarte.

—Haré que vengas a suplicarme. Te lo aseguro. Ya me has dejado ver todo lo que necesitaba y pienso aprovecharlo.

Se echa andar fuera del comedor, en donde quedan los platos a medio comer. El vino servido y los sirvientes, quienes esperaban indicaciones, ahora se miran entre sí, confundidos.

Lerentia le sigue el paso apresuradamente y estoy segura de que piensa alegarle por el comportamiento que tuvo esta noche y sus atenciones para conmigo.

Me pongo de pie para marcharme a mi habitación, pero ni siquiera he dado el primer paso cuando ya Stefan me ha tomado del brazo para detenerme.

—¿Qué se supone que ha sido todo eso? —cuestiona, apretando sus mandíbula para evitar alzar la voz.

—Somos cercanos. Eso es lo que pasa. —Le respondo tan serena como puedo.

No tiene el más mínimo derecho a reclamarme nada.

—Creo que ya es obvio para ti que te está usando, Emily. Quiere molestarme y tú le estás haciendo la tarea fácil.

—Lo último que quiero es hablarte.

Levanto mi brazo para soltarme de su agarre y emprender de nuevo la marcha, pero él, terco, vuelve a ponérseme en frente con esa actitud fanfarrona que detesto tanto.

—Por favor —resopla indignado—. Ni siquiera intentes hacerte la víctima cuando tú me has mentido al decir que entre ustedes dos no pasó nada en Lacrontte.

—lo dije porque es cierto. No ocurrió nada entre ambos. Yo jamás te he mentido, a diferencia de ti y ni siquiera vale la pena empezar a nombrar cada uno de tus engaños, pero ya inventar que ha sido el ejército de Magnus quienes han herido a mi padre es de los mejores que se te ha ocurrido. Y felicidades, porque por un momento me lo creí.

El rey Lacrontte y Lerentia se han detenido a poca distancia, por lo que nuestras voces deben permanecer casi en un susurro.

—¿Quién te ha dicho eso? ¿Magnus? ¿Vas a creerle a él?

—¿Y por qué he de creerte a ti? Ya bastante me has mentido, así que por una vez en mucho tiempo dime la verdad.

Se pasa las manos por el cuello, desesperado. Mira hacia los lados y sobre mi cabeza, pero nunca a mis ojos. Es un cobarde y aquí lo demuestra.

—No fue mi culpa, puedo jurarlo —alega a la defensiva—. No sé qué sucedió. Un guardia del palacio lo hirió cuando tu padre intentaba ingresar completamente angustiado al palacio y no acató la orden de irse y volver a casa.

—Él solo quería ver qué yo estuviera bien —reclamo con el corazón herido—. Estábamos bajo ataque y soy su hija. Es obvio que quería saber de mí. 

—Y no imaginas cuanto lo lamento, Emily, pero si lo sabías ibas a odiarme más de lo que ya lo haces y no podía permitirlo.

—¿Entonces te resulto más fácil acusar a Magnus?

—No lo menciones, por favor.

—¿Qué no lo haga? —Le apunto con el dedo y empujo su pecho con mi índice, enfurecida—. Al menos él si tiene la valentía de decir la verdad, algo que a ti te falta.

Camino apresurada, con el deseo de desaparecer del palacio y los últimos meses de este año. Paso frente al rey Magnus y no me molestó en mirarlo. Solo quiero descansar de todos estos entresijos estúpidos.

Sé que los reyes Denavritz lo acompañarán hasta la salida, a la parte trasera del palacio, pero yo prefiero desviarme e ir directo a mi habitación, sin embargo, cuando estoy a punto de doblar la esquina del pasillo, escucho pasos apresurarse hacia mí por la espalda y antes de poder volverme ya me han tomado de la mano.

—Espero no me diga que pensaba irse sin despedirse —La voz del rey Lacrontte me toma por sorpresa, pues ya estaba dispuesta a discutir con Stefan por no permitir que me fuera.

—¿Ya dejamos de lado el tuteo, majestad? —cuestiono al enfrentarlo.

—No estoy acostumbrado a hacerlo. Debes darme tiempo para adaptarme.

—Pues yo prefiero que no lo haga. Tuve que soportar como usted me exigía de manera arrogante que lo llamase de cierta forma. Entonces no está de más hacer lo mismo, solo que yo opto por la amabilidad. De ahora en adelante si va a dirigirse a mí, hágalo con el máximo respeto.

Me mira, incrédulo. Frunce el ceño y ladea un poco la cabeza, incapaz de procesar lo que acabo de decirle. No estamos en Lacrontte, aquí no puede amenazarme de muerte y mucho menos si lo que quiere es mi ayuda para lo que sea que esté planeando contra Stefan.

—Como desee entonces, señorita Malhore. —Vuelve a tratarme con la formalidad que pedí—. Recuerde que estoy para complacerla. ¿Vendrá a acompañarme?

—¿Cree acaso que nos veremos seguido? Porque soy honesta al decir que no es algo que me apetezca hacer.

—Claro, señorita. —Levanta las cenas, escéptico—. Le recomiendo, se lo repita un par de veces para ver si así se convence a usted misma.

—La salida está por acá —La voz de Lerentia nos interrumpe—. Es obvio que no quiere venir, así que ya déjala.

—Pero yo quiero que venga—. Responde él sin dejar de mirarme.

—¿Para qué el juego si no aceptará los acuerdos de paz? —replico.

Y es cierto. De nada sirve seguirle la corriente si no nos volveremos a ver. Esto es solo una pérdida de tiempo.

—Nos veremos, Malhore. Solo confíe en mí y acompáñeme.

Me extiende la mano y quedo por un momento tan fría como una noche de invierno. ¿Quiere que la tome? ¿Esto es en serio?

—Ya lo hicimos una vez, en Grencowck —me recuerda al notar mi duda—. No veo descabellado volver a hacerlo.

Si esto será algún tipo de alianza, entonces tengo derecho a decidir qué hacer y que no. Enlazar nuestras manos es algo que definitivamente no me complace ahora. Antes no permitía que lo tocara e incluso se ponía guantes para evitar el contacto, por lo que, si desea hacerlo, tendrá que ganárselo.

Dejo su mano extendida y tomo el camino que había dejado atrás, regresando a la dirección opuesta del pasillo. Paso frente al rostro molesto de Stefan y su esposa, y una vez he tomado algo de distancia, me vuelvo y dirijo mi atención solo a una persona.

—Está retrasado, rey Lacrontte. Si quiere que lo acompañe a la salida tendrá que seguirme el paso.

****

Llegamos hasta la parte posterior del palacio, flanqueados por infinidad de guardias lacrontters, en donde ya fueron preparados tres carruajes que ayudarán a salir al monarca enemigo.

El señor Francis, se acerca a él cuando se dirige a uno de los transportes, al que hay en medio para ser exactos, y pasa a sus manos un par de guantes de cuero negro con los que el rey Magnus empieza a cubrir sus pesados anillos. Las luces del palacio van directo a su rostro, convirtiendo el verde esmeralda de sus ojos en un bosque peligroso que puede que esté tentada a explorar.

Guardo mi distancia, posicionándome lejos de él y de la esmerada despedida que le ofrece Lerentia, a quien no le importa en lo más mínimo la presencia de su esposo. Le da un par de besos en la mejilla, que con algo de incomodidad el amargado acepta.

A decir verdad, no sé si es nerviosismo, temor o simplemente indiferencia lo que me lleva a aislarme de la escena. Pero sea cual sea la razón, me es imposible deja de mirar ocasionalmente al rey Lacrontte y admirar la lucha que el viento tiene con su cabello, despeinándolo a pesar de lo que mucho que él intenta reacomodarlo.

—Está todo preparado para marcharnos, señor. Me informan que afuera se encuentra despejado el camino—. Avisa Francis, luego de hablar con algunos guardias.

—Antes de marcharme, tengo una última cosa que hacer. —Afirma él, levantando la cabeza para quitarle la vista a la mujer que tiene en frente y empezar a buscarme por encima de su cabeza.

Lo veo alejarse de todos los que lo rodean, entre ellos Lerentia, quien lo observa alejarse a paso firme, como un guerrero que marcha al frente de batalla. Verlo acercarse me pone ansiosa. Es decir, la imagen del verdugo que me han enseñado a ponerle no se va a borrar de la noche a la mañana, y aunque ya lo conozco un poco mejor y por momentos siento como desdibuja en mi mente esa línea entre víctima y victimario que he cargado por años, no deja de intimidarme su presencia y mirada. Algo evidente por el ritmo acelerado que toma mi corazón cuando se detiene frente a mí.

—De verdad no quiero iniciar esta nueva etapa con el pie izquierdo, señorita Malhore. —Su tono es tan serio que hasta podría sonar como una advertencia.

Es tan alto que debo levantar la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—Para iniciar algo debe usted primero ganarse mi respeto, majestad. —Le respondo, fingiendo una confianza que no tengo.

—Hagámonos un favor y olvidemos nuestras diferencias entonces.

No me gusta que intente desviar la conversación para no darme lo que quiero: una disculpa.

—No sé si eso sea posible. Todavía recuerdo sus actitudes hacia conmigo en Lacrontte.

Y hablo muy en serio. Algunas veces me hizo sentir como si yo fuese una peste.

—Todo es posible si pone de su parte. —Su mirada es pesada y tan confiada que me hace enojar. Él en verdad cree que porque me ofrece una tregua la aceptaré sin más.

Sé que sabe lo que quiero escuchar, pero se niega a dar su brazo a torcer.

—Señorita Malhore, como bien sabrá, no soy un hombre que busque la atención de las personas, así que espero no agote mi paciencia, de la cual debo informarle, tengo muy poca. —Replica al ver que no le contesto.

—¿Entonces qué hace aquí buscando mi atención? —Cruzo los brazos sobre mi pecho, a la defensiva.

—Es lo mismo que llevo preguntándome toda la noche.

¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué tiene siempre esas respuestas que me hacen dudar de todo, incluso de mí misma? Siento el aire gélido, erizarme la piel, por qué, sí, es el aire. Y el agite en mi pecho a causa de... no lo sé, ¿los caballos? Sí, por supuesto, que son los caballos. Les temo, así que el hecho de que los carruajes estén tan cerca con ellos al frente me pone nerviosa. No hay más, no hay ninguna otra explicación, pues me niego a atribuirle mi agite al rubio arrogante.

—¿Algo más en lo que pueda ayudarlo? —Pregunto, actuando tan pasiva como me es posible. Además, quiero que se disculpe y voy a presionarlo hasta que lo haga.

—No se subestime, señorita Malhore. —Su actitud se endurece como el agua de los lagos cuando llega el invierno—. Lo único que deseo es limar las asperezas, así que no tiente su suerte con esa actitud imponente. Quiero una tregua y me he visto en la penosa obligación de insistirle para que la acepte, pero no pienso rogarle más y mucho menos perderé la paz porque no lo haga. Usted no va a robarme el sueño.

—Es usted demasiado orgulloso para entender que estoy esperando una disculpa de su parte. —Suelto al final, demasiado exasperada.

—Es momento de que te vayas, Magnus. —Ordena Stefan, pero ni él y yo nos molestamos en responder.

La mirada del rey sigue conmigo y sus ojos se iluminan con malicia mientras me observa desde arriba. Este hombre no me toma en serio, no, este hombre no toma en serio a nadie que no sea él mismo. Reacomoda su cabello, llevándolo hacia atrás con su mano cubierta con el guante, lo cual hace que los músculos de su brazo se tensen. Es atractivo, incluso sin él mismo darse cuenta, pero aquí estoy yo, notándolo y detesto que mi mente lo piense.

—Las disculpas no son lo mío. —Suelta finalmente.

—Entonces le informo, señor —Uso el título por el que sé, que le molesta que le llamen—, que no estoy interesada en verlo o pactar con usted.

—Señorita, permítame decirle que aun queriendo o no, usted va a escuchar mucho sobre mí. —Suena tan convencido que hasta me hace dudar sobre lo que piensa hacer para que eso suceda.

Se quita los guantes sin dejar de mirarme. Es como si estudiara mis facciones en busca de algo. Guarda las piezas de cuero en el bolsillo de su pantalón y estira los dedos de sus manos, como si la prenda le hubiese estado cortando la circulación y por fin ha encontrado alivio.

—Nada se interpondrá entre su piel y la mía de ahora en adelante —afirma con ese gesto arrogante que desemboca en una sonrisa y expone los hoyuelos en sus mejillas—. ¿Es eso suficiente para usted o tengo que esforzarme un poco más?

Me quedo en silencio una vez más, mientras en mi garganta se esfuma la voz y no soy capaz de formar ninguna palabra. Detesto el efecto que en ocasiones tiene en mí.

—Supongo que es un buen inicio —Cedo un tanto, aunque no mucho.

—Estoy conforme con la respuesta. Por el momento, señorita, le aconsejo, se acostumbre a mi presencia, pues me esmeraré por volver a verla.

Da media vuelta y se marcha sin mirar atrás y sin permitirme formar alguna respuesta. Va directamente al carruaje de en medio, mientras yo me quedo aquí, observando como se pierde en su interior, seguido del señor Francis.

No voy a negarlo, me gusta estar rodeada del aura misteriosa de Magnus Lacrontte, a pesar de su arrogancia y frivolidad, algo sobre él me resulta envolvente y aunque luche por encubrirlo no me parece terrible la idea de volver a verlo.

Las puertas del palacio se abren, pero los caballos solo inician la marcha algunos minutos después. No sé a que se deba el retraso, pero solo cuando el paje del carruaje del rey le entrega a unos de los guardias lacrontters una especie de nota, es cuando empiezan a moverse. 

El hombre empieza a buscar algo entre quienes nos quedamos y una vez sus ojos se topan con los míos, trota hasta donde estoy y me extiende el papel que el paje le ha dado. Yo desdoblo la hoja con un afán que no pienso esconder. Por eso es que se han demorado tanto en partir: alguien estaba escribiendo una nota para mí, y ya sé quién es ese alguien.

Para este punto no pienso fingir que el frío es el que me acelera el corazón y el que me dibuja una sonrisa en el rostro al leer el corto mensaje. La razón tiene un nombre propio, extranjero y un título enorme: el rey enemigo al que siempre me han enseñado a temer y odiar.

25.
Ese es el número de pecas que alcancé a contar en la cena de su lado izquierdo del rostro. Porque sí la miré, señorita Malhore. La miré mucho más de lo que me gustaría admitir, solo que, soy mucho más cauteloso que una bestia al acecho y por ello sé que no lo ha notado. Ahora tengo que volver a verla para saber cuantas pecas hay en su lado derecho. ¿Me lo permite?
Porque para mí es una cita pendiente que le aseguro llegará, solo espéreme.

Magnus Lacrontte Hefferline.

Nota de autor.

¡Hola! Hello! Hei!

Casi no llego, pero aquí estoy. Último capítulo de EPDR, pero aún falta mucha historia por leer.

Gracias por haber llegado hasta acá, por el apoyo y la paciencia. Espero que lo que viene en LCDR les encante todavía más.

Un abrazo para todos ustedes y los espero en el próximo libro para seguir el camino.

Me pueden encontrar en todas mis redes sociales como @karinebernal

Continue Reading

You'll Also Like

1.2M 140K 135
Apex Predator El verdadero depredador superior. Mostrando los mejores recursos de supervivencia y cazando las mejores presas.
23.9M 1.9M 156
En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. ...
180K 8.2K 34
¿Te imaginas ser una espia el FBI sin conocer a tu nuevo Agente y que en un operativo tengas que ir a hacer un privado sin saber a quien se lo haces...
6.6K 88 13
Emiliano, Emi, para sus amigas, descubre un lado desconocido de sí mismo.