LA TIERRA DE LOS RÉPTELS

Da DanielFMuoz

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En busca de su padre, Caleb llega a un mundo liderado por seres réptiles antropomórficos de tres metros, en g... Altro

Prefacio: BAJO LA TORMENTA
Capítulo 1: UN DÍA MÁS
Capítulo 2: EL MENSAJE
Capítulo 3: NOVEDADES A LA MAR
Capítulo 5: LA CIUDAD DE LOS RÉPTELS
Capítulo 6: PRIMER ACERCAMIENTO
Capítulo 7: EL HUMANO Y LAS RÉPTELS
Capítulo 8: SOBREVIVIENTES
Capítulo 9: PASOS EN LA OSCURIDAD
Capítulo 10: ANGUSTIAS
Capítulo 11: LAS PALABRAS DEL REY
Capítulo 12: DECISIONES DIFÍCILES
Capítulo 13: LÁGRIMAS
Ilustración de los Personajes Principales
Capítulo 14: EL VIAJE DE LOS TRES
Capítulo 15: LA BRIGADA
Capítulo 16: CUESTIÓN DE CONFIANZA
Capítulo 17: EL PUEBLO DE LOS OLVIDADOS
Capítulo 18: LOS HIJOS DEL CAPITÁN
Capítulo 19: UNA CAMINATA NOCTURNA

Capítulo 4: LIZA

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Da DanielFMuoz


A lo largo de su vida, Liza había desarrollado una insaciable curiosidad. Desde que era niña se escapaba a mitad de lo noche y se aventuraba en los lugares más recónditos, ahora en su juventud iba por los bosques recolectando plantas y frutas para el más sabio de su ciudad.

Ese día se encontraba bañándose en un río cercano, cuya forma vista desde el cielo era como la de una víbora serpenteando sobre una extensa e interminable superficie de árboles. Liza era considerada como la más hermosa dentro de su comunidad, codiciada por varios hombres, quienes a menudo le llevaban obsequios a su puerta con intensión de cortejarla. Tenía una figura curvilínea. Su piel era verde y estaba cubierta por escamas sobrepuestas, que se veían con mayor notoriedad en sus hombros y piernas. La parte delantera del pecho era blanda y clara, y terminaba en triángulo casi por dónde estaba la vagina; además tenía los senos grandes, que rebotaban cada vez que Liza se inclinaba a recoger agua.

Liza era una Réptel, o mujer réptil. Su rostro era alargado hacia adelante, formando un triángulo perfecto en donde su boca y nariz se hallaban en la punta. Tenía unos enormes ojos con las pupilas amarillas. Llevaba consigo una larga cola que se movía de un lado a otro bajo el agua, como si tuviera una mente propia y se dijera lo mucho que le gusta estar allí. Esta criatura era monstruosa, pero a la vez hermosa y agradable.

De pronto, un estallido en el cielo perturbó su tranquilidad. Liza dejó de sobarse con el agua para mirar con desconcierto al cielo, donde vio una explosión que despidió varios escombros a diestra y siniestra. Uno de ellos cayó a varios metros de donde ella se bañaba, sí, podía ver el humo del impacto desde el río. Entonces, guiada por su curiosidad tan característica, Liza salió del agua chapoteando, tomó su ropa que había dejado sobre una piedra, se vistió y emprendió el camino hacia la zona de impacto.

Ya se estaba haciendo de noche y Liza seguía abriéndose paso entre la maleza, cada vez sus ojos tenían que hacer un esfuerzo para ver en la oscuridad, que empezaba a cubrir el bosque como un manto negro. En contraste con el día, que era cálido, la noche era fría y silenciosa. Los pájaros locales no se atrevían a soltar sus graznidos, no considerando las amenazas que dominaban a esas horas, y Liza lo sabía.

El miedo se empezó a apoderar de ella, Liza ya consideraba que había sido mala idea aventurarse por la parte más oscura del bosque, en una búsqueda de algo que quizá era algo sin importancia. Pensó en volver, pero sus pies parecían no compartir la misma opinión, y seguían adentrándose en los bosques pese a los peligros que acechaban. De pronto se detuvo en seco y observó boquiabierto lo que sería el gran descubrimiento de su historia.

Liza se acercó al hombrecito, estaba inconsciente y con el rostro cubierto de vapor. Se quedó maravillada de lo hermoso que era y seguía sin poder creerlo. Era un humano. Había escuchado de esa especie mientras estaba en la escuela, pero nunca creyó encontrarse con uno. Ciertamente, siempre encontró el tema de los humanos como algo interesante. Cada vez que surgía el tema, ella era la primera en levantar la mano y preguntar cómo eran. Hasta el momento la profesora estaba en lo cierto. La masa muscular de los humanos era inferior a la de los réptiles, tanto que incluso el más débil podría romperles un hueso si ejercía la suficiente presión. Eran pequeños, si ese humano estuviera parado, a duras penas lograría pasarle la cintura. Liza rió solo con pensarlo y se inclina junto a él para observar su rostro, estaba tan indefenso que lo enterneció.

—Que hermosa criatura —arrulló Liza con su dulce y sinfónica voz.

De pronto, escuchó unos golpes secos en la penumbra. Liza se levantó de un salto y se quedó mirando la oscuridad con una respiración agitaba. Sabía perfectamente lo que se acercaba y el cuerpo de Liza tembló.

Los pasos se detuvieron, eso nunca era buena señal, significaban que, o la habían visto, o habían detectado el extraño olor del humano. Tenía que marcharse lo más rápido posible, pero antes de dar el primer paso alejándose del lugar, dio un vistazo al muchacho tendido en el suelo. Si ella lo había encontrado así tal vez ellos también y decidirían su destino, en ese momento, Liza se convertiría en su asesina.

Pensar entre salvarle la vida o irse corriendo dejándolo a su suerte parecía una eternidad. El pecho de Liza subía y bajaba conforme lo consideraba. No podía dejarlo allí. Entonces se precipitó hacia él y lo cargó como si fuera un bebé para luego correr.

Liza era rápido. Sus pies, que no tenían calzado y dejaban ver los cuatro dedos que terminaban en largas garras, iban a gran velocidad atravesando la maleza sin problema. A menudo, la chica miraba por encima de su hombro; podía escuchar golpes secos venir tras ella. La paranoia creció, esos pasos detrás de él no parecían ceder, y la angustia crecía.

Se volvió hacia el frente y se detuvo ahogando un grito, estaba a unos centímetros de la pared del risco. Liza miró hacia la cima y abrió más los ojos de la impresión al darse cuenta de la cueva. ¡Su salvación! La chica dio un último vistazo al bosque y saltó hacia una piedra salida. Se sostuvo de una sola mano y con la otra mantuvo al humano pegado a su lado izquierdo con la cabeza apoyándola en su hombro. Luego, se balanceó de adelanta hacia atrás hasta coger el impulso suficiente para dispararse hasta la cueva. Llegó.

Ya adentró, Liza colocó al muchacho sobre el suelo rocoso, lentamente para que no se despierte. Del bolsillo de su cinturón sacó una bolsa cerrada por una pequeña soga, la cual abrió y esparció una sustancia verde y viscosa por toda la entrada de la caverna. "Con eso será suficiente"; pensó Liza cuando terminó. Pues sí, tenía que funcionar sino la encontrarían. Sus enemigos tenían un implacable olfato y la sustancia despedía un aroma neutral, para nada llamativo a las criaturas que los perseguían.

Liza dio un suspiro y se sentó, giró la cabeza observando al chico que aún no se había despertado. Esbozó una leve sonrisa y volvió a mirar hacia afuera de la cueva, exhalando un largo suspiro.

Estaba ante una vista realmente hermosa. Las estrellas cubrían el cielo y rodeaba la enorme luna que iba en la fase de cuarto menguante; parecía una enorme sonrisa en el horizonte. La luz blanca y leve caía sobre el bosque que parecía nunca terminar. De pronto, un quejido la sobresaltó y volteó hacia dónde provenía el sonido.

Supo de inmediato que había llegado el momento y se emocionó. El humano estaba despertando. Liza evitó saltar de la emoción, previniendo así hacer un ruido fuerte y que él se despertara de un brinco. En vez de eso avanzó hacia él a cuatro patas y se detuvo para observar como sus ojos se abrían y revelaba sus pupilas castañas.

—Hola —le saludó ella con una sonrisa.

Al abrir los ojos Caleb se sobresaltó. Pasó de haber sobrevivido a una enorme ola y estar al frente de una criatura que le enseñaba sus dientes, cuestión que no le agradó y le hizo despedir un grito.

La criatura se echó para atrás, revelándose de cuerpo completo, lo que le causó bastante curiosidad aparte del miedo que le tenía. Parecía tener el cuerpo de una humana, pero mucho más grande; calculaba que podría medir entre once o doce pies de altura. Algo que notó y que lo sonrojó fue que tenía una figura curvilínea, podía ver las protuberancias de sus senos por debajo de su polo gris, que dejaba ver la parte del obligo. Llevaba un pantalón del mismo color que el lodo pero algo rasgado, sujetado por un cinturón sobre sus anchas caderas. "¿Qué era eso? ¿En dónde estaba?"; eran las preguntas que rondaban en su cabeza.

Ese grito la hizo saltar hacia atrás y pudo notar como la mirada del humano la recorría, admirando su figura con familiaridad. Sonrió cuando lo vio sonrojarse y en su mente dedujo que así eran las hembras de su especie, cosa que era posible considerando todo lo que habían estudiado. Sin embargo, él la temía y eso era algo que ella no quería; después de todo, había querido dar una buena primera impresión.

—Tranquilo, no te haré daño —le dijo mientras se le acercaba lentamente y con las manos extendidas hacia el frente.

Sin embargo logró lo contrario, el pequeño humano se fue hacia atrás, adentrándose cada vez más en la cueva. Liza se alarmó y antes de que pudiera perderlo de la claridad de su visión, se le abalanzó y lo atrapó entre sus brazos, cayendo en el suelo con fuerza y escuchando un crack.

Cuando vio que se acercaba un hormigueo subió por la columna de Caleb; se iba a convertir en su comida. Se levantó de un salto y corrió en la oscuridad en donde creyó que la perdería; sin embargo, sintió como una masa dura y algo gelatinosa caía sobre él. Ella le rodeó con sus brazos y se dejó caer en el suelo, rompiéndole la mano. Caleb gritó y sintió como ella se levantaba rápidamente.

A continuación, Liza lo rodeó de forma angustiada.

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —le gritaba, pero su voz no hacía nada más que asustarlo.

Entonces lo entendió, el humano y ella no hablaban el mismo idioma. Desde su punto de vista, el humano tal vez escuchaba que sus palabras eran escuchadas como un rugido amenazador, lo que explicaba ese comportamiento tan a la defensiva. Por un lado, Liza sintió lástima de verse tan amenazante ante el humano, pero por otro sentía curiosidad por saber cómo era su dialecto y explicarle que no le haría daño; pese a que ya le había roto uno de sus huesos sin mala gana.

El humano se movió hacia un lado emitiendo un sonido agudo mientras fijaba la mirada en su muñeca izquierda. Al notar lo morado que se había puesto por la inflamación, Liza dedujo que allí era en donde sus huesos se habían roto. Sintió culpa y se echó para atrás deseando tener la milagrosa pomada que lo curaría en pocos minutos, pero esa sustancia estaba en Camaria, su ciudad.

Sentía la necesidad de hacer algo, mientras yacía sentada apoyando la espalda en la pared de la cueva. A pesar de que solo había pasado unos segundos, parecía una eternidad. Revisó los bolsillos de su cinturón para cerciorarse de una vez si había traído la sustancia sí o no. No. Pues claro, ¿Cómo la puedo haber empacado? Si salió de su casa por la tarde huyendo de Kroc, uno de sus tantos pretendientes, pero el único que le era una molestia.

De pronto, se despertó de sus pensamientos. El pequeño humano se dirigía hacia la salida de la cueva, directo a la muerte de esas bestias. Liza se levantó de un salto y corrió hacia él.

Cuando sintió de nuevo los dedos fríos de la chica réptil, Caleb expresó un segundo grito, pero este solo duro un breve segundo antes de que una mano poco más grande que su cara le tapase.

—No te vayas, sino morirás —dijo Liza agitada, aun sabiendo de que no la entendería, pero intentaba confiar en que él se daría cuenta de que estaba tratando de salvarlo.

Caleb solo escuchó rugidos cuando ella alzó su cabeza hasta sentir su cálido aliento. El chico estaba totalmente aterrado y ni siquiera intentó soltarse de su captura, pues ya tenía una muñeca rota y no se arriesgaría a tener la otra del mismo modo.

—Déjame ir, por favor —lloró.

Al escuchar sus gemidos, ella lo volteó y ambos cruzaron miradas; sus ojos castaños y sus ojos amarillos. Estaban a la misma altura, ya que la criatura había apoyado sus rodillas en el suelo para verlo a la cara.

—¿Qué vas a hacerme? —le dijo, aunque no esperaba recibir ninguna respuesta aparte de los rugidos.

Se quedó mirándola a los ojos cuando se dio cuenta de los rugidos eran breves y casi sonaban como palabras.

—Hazme caso, no te vayas —insistía Liza bajando la mirada hacia los pies del humano en señal de frustración, y luego volviéndose a ver la cara esperando a que accediera.

Sus miradas se volvieron a cruzar y ella pudo notar la tranquilidad que emanaba del humano. Ya no se veía como el asustadizo, sino que la miraba fijamente.

Caleb se vio reflejado en sus ojos amarillos, sintiendo una compasión y confianza. Tal vez no quería hacerle daño y lo estaba protegiendo de un peligro mayor. Sin embargo, esos dientes decían todo lo contrario. Sus miedos volvieron a recobrar, aunque esta vez no los mostró, ya que tal vez eso hacía lo que alertaba a la criatura cuando intentaba escapar. Debía ser más cauteloso y planeó en su mente: "Cuando se distraiga escaparé".

Al verlo así de tranquilo, la respiración agitada de Liza menguó hasta dar un suspiro.

—Gracias —se dijo.

A Caleb le pareció oír un ronroneo y vio como el agarre de la criatura aflojaba sus brazos y bajaba la mirada hacia su pecho. Caleb sintió que era la oportunidad perfecta, tal vez no se presentaría otra. Había un riesgo, sí, el riesgo que ella reaccionase violentamente y dejara tanta amabilidad; pero tenía que hacerlo. Entonces se armó de valor y le dio una patada fuerte a su vientre.

Liza sintió el acto del humano como una débil caricia en su abdomen; aunque no se dejó engallar, ciertamente había sido un intento de noquearla para escapar. Con ello, Liza se hartó. Pese a que le haya divertido el estúpido truco del hombrecito por huir, ella decidió darle un golpe en la cara y este cayó al suelo inconsciente.

—Es por tu bien, pequeño —suspiró mientras se lo quedaba viendo.

Pensó en las reacciones que tendría su gente al verla con un humano. A pesar de que causaría fascinación y ternura al verlo, Liza no podía imaginar la lluvia de preguntas que le caerían. Se sentía estresada, pese a que aún no lo había presentado a Camaria.

Se llevó la mano a la frente y volvió a levantar al hombrecito para llevárselo a un extremo de la cueva, en donde se recostó abrazándolo de la cintura y cubriéndole la espalda con su masivo cuerpo. Liza sintió una sensación excitante al sentir el toque de sus senos con la nuca del hombrecito, y acurrucó su cabeza contra su cabello sintiendo un hormigueo que la hizo reír. Al cabo de unos segundos cerró los ojos.

"Un mal sueño, solo es un mal sueño. ¡Pamela!".

Caleb se despertó de pronto, esperando encontrarse con su hermana mirándolo fijamente, que le confirmara que los últimos acontecimientos habían sido una pesadilla y que no estaba en la cueva con una aterradora mujer réptil. Pero la realidad no era así, todo lo que había pasado fue real. Así, Caleb miró por encima del hombro, al sentir el cálido resoplido agitando su cabello, y vio a la criatura aún durmiendo.

Asustado, observó la entrada de la cueva, aún era de noche pero las estrellas casi no se notaban; estaba amaneciendo.

Caleb miró a su captura, y con la mano sana tocó la parte más sensible de la criatura; al menos la que él creía. Ella no reaccionaba, estaba completamente sometida al sueño.

Tenía una segunda oportunidad.

Muy lentamente, Caleb se empezó a deslizar hacia los pies de la criatura, liberándose de los grandes brazos que habían perdido fuerza en el agarre cuando se quedó dormida. Cuando salió, la criatura se movió al otro lado con un gemido. Caleb se paralizó, pensó que en ese momento sentiría su ausencia y despertaría, pero no fue así, seguía durmiendo.

Caleb suspiró de alivio y alejó de ella sin despegarle la mirada. A continuación llegó a la boca de la cueva... "Muy astuta"; pensó él al ver la distancia que le separaba del suelo.

El muchacho tragó saliva, ciertamente era la primera vez que iba a ser eso y lo más peligroso. Lo más cercano que había estado del peligro había sido cuando fue a uno de esos barrios bravos a entrevistar a uno de los líderes más peligrosos de las barras bravas. Pero esto, esto era otro nivel de riesgo, aunque era mucho mejor que quedarse junto a una mujer réptil que tarde o temprano podría comérselo.

Entonces comenzó el descenso.

No le tomó mucho llegar hacia el suelo firme, aunque no se podría decir que fue un descenso placentero. Caleb se detuvo cada dos pasos hacia abajo apegándose a la pared rocosa, con la respiración forzosa y pensando en volver a la cueva, pero siguió. Cuando ya estuvo a salvo dio una última mirada hacia la cueva y salió corriendo, en busca de su hermana Pamela y el resto de sus acompañantes.

Liza cerró los brazos y se despertó de un sobresalto, pensó que tal vez lo había aplastado pero no era así, y dio un suspiro de alivio. De pronto, se volvió a sobresaltar al darse cuenta que no estaba.

—¡Maldición, maldición! ¡No debí haberme dormido!

Liza se levantó de un salto y miró de reojo a todos lados con desesperación.

Ya había amanecido, lo que le permitía ver el fondo de la cueva que acababa en una pared a pocos metros de la entrada. No estaba allí. Liza se desesperó aún más.

Se llevó las manos a la cabeza y clavó sus uñas. No sintió dolor, su piel era lo suficientemente dura como para impedirlo, pero no para impedir el dolor en su mente que sentía al imaginar el horrible destino que le deparaba al humano.

Solo quedaba un lugar adonde fue: Afuera.

Liza se volvió a la entrada, tomando una mirada decidida.

Cualquiera en su lugar dejaría morir al humano que había escapado y se negaba a quedarse a salvo. Pero Liza no, y tenía muy buenas razones para no tener una muerte más, no uno que podría evitar.

En ese momento saltó fuera de la cueva y aterrizó de pie en el suelo. Soltó un grito hacia el cielo, no directamente para el muchacho sino para atraer la atención de las bestias que aun merodeaban la zona.

—¡Aquí!

Desde la distancia, Caleb escuchó el estruendoso rugido mientras corría, como un relámpago anunciando el rayo. Lo supo de inmediato, ella había despertado y notado su ausencia, y el rugido era tal vez para llamar a los demás. Como sea, tenía que correr lo más rápido posible.

Miró hacia atrás mientras corría, no había nadie siguiéndolo, suspiró. De pronto, al volverse al frente algo le impactó en el ojo y lo echó para atrás en efecto de rebote. Caleb estaba en el suelo, con la mano buena apoyada hacia atrás y la otra sobre su pecho; en donde la había mantenido para evitar la sacudida de brazos que uno hace al correr.

Sin embargo, la mano rota o la criatura que lo había mantenido en la cueva dejaron de ser su principal preocupación, al darse cuenta de la monstruosidad que yacía a un metro de él. Ahogó un grito mientras la criatura de ocho patas largas se giraba, alejando el gordo abdomen de él; por dónde se había chocado. Caleb lo dedujo, y sí, era más que obvio. Estaba en presencia de una araña gigante, casi del tamaño de un auto. Pero su rostro era curioso. En vez de la cabeza que tanto conocía de las arañas de su tierra, Caleb vio que esta monstruosa araña tenía un rostro; casi como el de un humano. Era un hombre, de barba y cuya parte humana terminaba en la cintura y empezaba el abdomen junto con las largas patas. Lo único que lo asemejaba con las arañas de la Tierra eran sus cuatro ojos, que brillaban incesantemente en una tonalidad roja. Llevaba en una mano una lanza, como si no fuera suficiente con las enormes patas que traía.

Caleb se precipitó hacia atrás mientras la araña humana se dirigía hacia él con rapidez, sin dejarle tiempo para ponerse en pie. De pronto soltó un rugido estruendoso y agudo, liberando saliva viscosa de entre sus tenazas afilados.

Caleb soltó un breve grito en cuanto el rugido terminó, y la araña humana alzó una de sus patas. Sin despegarle la vista a esa extremidad, que descendía rápidamente hacia su cara, Caleb rodó hacia un lado permitiendo que la punta de la pata se estrellase contra la tierra, despidiendo pequeños escombros. Caleb aprovechó para levantarse y correr pero fue impulsado hacia adelante y lo golpeó contra un árbol, dando mayor impacto a la mano rota.

Se escuchó otro crujido en su muñeca, era la segunda vez en pocas horas que su mano se rompía; por dos criaturas diferentes.

Estaba atrapado, entre el árbol y una pegajosa telaraña que lo rodeaba. Su vista daba al tronco, sin posibilidad de ver al arácnido acercarse; pero lo hacía, podía escuchar los rápidos golpes de tierra que hacían sus patas mientras se aproximaba hacia él.

Caleb lloró, sabía que iba a morir. Por más que intentase liberarse de las redes, tardaría mucho tiempo en el cual la araña ya lo habría alcanzado. ¿Qué podría hacer? Tan solo esperar la muerte. Entonces el chico cerró sus parpados con fuerza, apretó los dientes despidiendo un chillido, y esperó a que le clavara las tenazas.

De pronto, escuchó un fuerte golpe y luego el suelo retumbo bajo sus pies. Caleb trató de ver por el rabillo del ojo. Allí estaba ella, la chica réptil había venido a su rescate y peleaba ferozmente contra la araña. Concentraba sus puños, arañazos y coletazos a su rostro, aturdiéndolo con cada daño que le hacía.

En un momento, la araña empezó a tambalearse después de tanto golpe, y la chica réptil corrió a saltos hacia donde estaba Caleb. Lo liberó con tan solo jalar las telarañas con sus uñas y expresó un leve rugido agitando la cabeza hacia un lado. Caleb aún no la entendía, pero pudo suponer que quería que se vaya.

Se quedó mirándola por unos segundos, dirigiendo su vista hacia los ojos amarillos, que lagrimeaban sin dejarle de ver.

Había venido a rescatarlo y ahora quería que huya. Caleb empezó a cuestionarse los últimos acontecimientos. "¿Y si solo lo estaba protegiendo en la cueva? ¿Y si en realidad no se lo quería comer?"; pensaba agitado. La araña agitó su cabeza de lado a lado y volvió sus cuatro ojos hacia ellos. Caleb y la chica réptil se volvieron repentinamente hacia la monstruosidad arácnida y corrieron.

Liza sintió como el peso de la araña caía sobre ella, fue como cuando ella cayó sobre el humano en la cueva; solo que esta vez no se rompió ningún hueso.

El humano se detuvo al escuchar el estruendo, y volteó su torso hacia ella.

—¡Corre! —le gritó Liza.

La araña humana, a la que la raza de Liza llamaba los Arañones, se acomodó sobre ella y se preparó para enterrarlo las tenazas.

Ese momento fue una eternidad, podía ver como sus tenazas bajaban y como al aire se diluía entre ellos mientras se acerca su fin, pero también pudo ver al chico yendo hacia un tronco filudo. Liza fijó la vista en esa acción. El humano levantó el tronco con dificultad y fue contra el Arañón y la empaló entre sus ojos. La sangre verde y viscosa se derramó por las tenazas y gotearon sobre la espalda de Liza, que hizo caso omiso mientras observaba al humano. Acto seguido, el Arañón cayó a un lado con las patas levantadas, que dieron una sacudida antes de quedarse quietas para siempre.

Caleb se quedó sorprendido por lo que había hecho. Las arañas habían sido uno de sus miedos más profundos desde que era niño y acaba de matar, no solo a una, a una gigantesca; ciertamente era un logro.

En ese momento amaneció y el muchacho se tambaleó mientras daba unos pasos atrás. La chica réptil se levantó y fue hacia él, puso las manos sobre sus hombros con delicadeza mientras se sentía su rápida respiración y le enseñó sus dientes sin emitir sonido alguno. Caleb pudo notar como sus labios se curveaban, formando una especie de sonrisa.

Con el peligro ya fuera, Liza se regocijó al ver como el humano le devolvía la sonrisa. Toda su vida había creído que los humanos eran cobardes y que nunca se comprenderían, pero allí estaban ambos, juntos y luego de matar a un Arañón; aunque sabía que les traería problemas en el futuro.

Este alegre momento pronto concluyó cuando media docena de Réptels emergieron de entre los árboles, montados en una especie de caballo con aletas sobre la cabeza; parecía más un anfibio que un mamífero.

Al verlos, Caleb se sobresaltó. Los hombres réptiles eran más altos que la chica réptil que lo había estado acompañando durante las últimas horas. Calculaba que medían poco más de diez pies, tenían hombros anchos, enormes músculos y un rostro tosco y ancho. Uno de ellos fue el primero y avanzó hacia la chica réptil a grandes zancadas. Ella no parecía estar contenta de recibirlo, pues expresaba gruñidos desviando la cabeza hacia un lado.

Para Liza era incómodo que justo el Réptel que encabezaba el batallón era Kroc, el único de su ciudad al que ella despreciaba profundamente. Kroc se acercó hacia ella a grandes zancadas, resoplando una sonrisa caprichosa. Vestía con un chaleco de tela fina y rasgada simétricamente, unos pantalones cortos maltratados de igual manera y una lanza enganchada a su espalda. Era más alto que Liza, quien tenía que extender los brazos en su totalidad para agarrarle los hombros.

—Liza, amor mío —dijo Kroc con un tono arrogante—. He estado tan preocupado por ti, ¿dónde has estado toda la noche?

Liza se colocó delante del humano, empujándolo por detrás de su cadera.

—No es de tu incumbencia —espetó Liza cruzando los brazos sobre sus pechos y dirigiéndole una mirada sarcástica.

—Sí cuando tu padre es el rey de Camaria —replicó Kroc con un tono altanero. Kroc sabía que el padre de Liza lo prefería a él como esposo de su hija, aun sabiendo que ella no quería contraer matrimonio con nadie.

Liza suspiró. De vez en cuando se olvidaba que era la hija del rey de su ciudad y que tenía una responsabilidad que cumplir, como por ejemplo seguir con la especie y proteger a su pueblo; sin embargo, sus pensamientos siempre estaban inmersos entre los árboles.

—Estoy bien —respondió con un gruñido, volteando la cabeza y meneando la cabeza de lado a lado en señal de burla—. Dormí en una caverna.

—Ya te dijimos que no pierdas tu tiempo en el bosque. ¿Qué hacías?

—Me bañaba —respondió Liza con una sonrisa burlona.

Kroc se sonrojó al escuchar esa respuesta.

—Te bañabas —rió Kroc—. ¿Y por qué te bañas aquí si sabes que en la ciudad tenemos baños para ti? ¿Acaso esos no sirven?

—No —contestó Liza de mala gana.

Kroc volteó los ojos, se dio una ligera palmada en la frente y dio un vistazo hacia abajo; fue cuando se sorprendió.

Al ser muy alto, tan solo concentraba su mirada en la cabeza de Liza, pero al ver sus pies notó otros más pequeños, subió la mirada y fue cuando presenció al humano. Sacó su lanza y estuvo a punto de empalarle al hombrecito, pero Liza se colocó en el medio y sostuvo los brazos de Kroc. Pese a su tamaño, Liza lograba tener la misma fuerza que él en aquel momento. Era algo ilógico pero Liza adoptó un instinto casi maternal hacia el humano.

—¡No! —gritó Liza agitada.

Kroc arqueó las cejas.

—Pero... ¿quién es este insecto? —preguntó de un modo ofensivo mientras el hombrecito era cubierto por los brazos de Liza.

—Es un humano y te agradecería que no lo mates —exclamó Liza sin despegarse de él.

—No comprendo —comentó Kroc, arqueando las cejas y asqueado—. ¿Un humano aquí?

Liza se dio cuenta de que el humano no solo era fascinante, sino también peligroso. Si él había llegado a su mundo por las grietas, entonces cualquiera podía llegar y el riesgo de una invasión crecía. Sin embargo, la joven princesa Réptel le dio un vistazo al pequeño humano y recordó el momento en el que la había salvado. Una parte de ella le decía que tal vez era un plan de él para ganarse su confianza, pero otra parte recordó el terror en sus ojos castaños cuando la vio por primera vez. No parecía conocer su especie o tener malas intenciones.

—¿Sabes que si un humano pasa es un riesgo? —dijo Kroc inclinándose hacia el hombrecito.

—¡Claro que sí! —exclamó Liza inclinando su cuerpo hacia un lado y bloqueando la mirada de Kroc del humano—. Pero mira lo pequeño que es, ¿Qué daño podría causar?

—Un ejército, claro está.

Kroc estaba diciendo todo lo que Liza había pensado hace unos segundos y no pudo evitar soltar la risa engreída y burlona.

—¿Crees que esto es gracioso? —gruñó Kroc inclinando su cabeza hacia ella.

—Cuidado, Kroc —dijo Liza borrando la sonrisa de su rostro y reemplazándola por una mirada amenazante—. Podrás ser el favorito de mi padre para ser mi consorte pero aun soy la princesa de Camaria, y no puedes hablarme así.

Fue como si esas palabras lo empujaran hacia atrás. Kroc se quedó viéndola con los labios temblorosos, y Liza pudo imaginar todo lo que estaba pensando su desagradable pretendiente.

—Mil disculpas mi princesa —dijo Kroc, al cabo de un rato.

Liza volteó los ojos con un gruñido.

—Sin embargo —Esas palabras llamaron la atención de Liza de forma alarmante, y Kroc dibujó una sonrisa caprichosa en su rostro—. Ni tú ni yo tenemos autoridad de qué hacer con el humano. Irina.

La mirada de Kroc se fue a la única Réptel que venía con su batallón y Liza apretó sus dientes al verla. Irina era la guerrera más feroz de Camaria, algunos rumores decían que podía ser mejor reina que la princesa que prefería los bosques que su reino, y otros decían que podía derrotar a la reina de los Arañones con facilidad. Al verla bajar, Liza observó con terror como se le acercaba, Irina era unos centímetros más alta que ella, tenía mayor masa muscular y el color de sus escamas era amarillo que reflejaba el sol; sin embargo, sobre ellas se había pintado franjas negras. Vestía una armadura metálica que cubría todas las partes blancas, como los senos, entrepierna y muslos.

—Mi princesa —dijo ella haciendo una reverencia y envolvió la cintura del humano con su larga cola.

Liza dio un gruñido.

—¡Déjalo! Es una orden.

—Yo sirvo a tu padre, Liza —respondió Irina fríamente—. Y como dijo Kroc, que él decida qué hacer con el humano.

Por última instancia, Liza observó cómo al humano lo forzaban a irse mientras se quejaba por el dolor de su muñeca rota. La sensación que sentía era de impotencia, y la necesidad de esperar a que su padre tuviera piedad con él. 

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