LA TIERRA DE LOS RÉPTELS

By DanielFMuoz

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En busca de su padre, Caleb llega a un mundo liderado por seres réptiles antropomórficos de tres metros, en g... More

Prefacio: BAJO LA TORMENTA
Capítulo 1: UN DÍA MÁS
Capítulo 3: NOVEDADES A LA MAR
Capítulo 4: LIZA
Capítulo 5: LA CIUDAD DE LOS RÉPTELS
Capítulo 6: PRIMER ACERCAMIENTO
Capítulo 7: EL HUMANO Y LAS RÉPTELS
Capítulo 8: SOBREVIVIENTES
Capítulo 9: PASOS EN LA OSCURIDAD
Capítulo 10: ANGUSTIAS
Capítulo 11: LAS PALABRAS DEL REY
Capítulo 12: DECISIONES DIFÍCILES
Capítulo 13: LÁGRIMAS
Ilustración de los Personajes Principales
Capítulo 14: EL VIAJE DE LOS TRES
Capítulo 15: LA BRIGADA
Capítulo 16: CUESTIÓN DE CONFIANZA
Capítulo 17: EL PUEBLO DE LOS OLVIDADOS
Capítulo 18: LOS HIJOS DEL CAPITÁN
Capítulo 19: UNA CAMINATA NOCTURNA

Capítulo 2: EL MENSAJE

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By DanielFMuoz


Tras decir eso, Pamela condujo a Caleb por las escaleras hacia su habitación, misma en donde ambos crecieron en su infancia. Al entrar, fue como si hubieran viajado en el tiempo. La habitación seguía igual a como lo había dejado, la colcha azul seguía tendida sobre su cama y al lado se encontraba su viejo cuaderno rojo en donde había empezado a escribir sus primeras historias.

Caleb se quedó viendo su esquina hasta que escuchó el carraspeó de su hermana a sus espaldas, él volteó y vio el rincón de Pamela como lo esperaba. Su cama estaba pegada a la ventana, junto a una computadora que ella misma había hecho con chatarra.

—Sigues siendo la misma loca de las computadoras —comentó Caleb con una sonrisa.

—Claro que sí, sino como iba a encontrar la pista —afirmó Pamela sentándose frente al monitor—. Ven.

El chico se acercó a su hermana y observó la pantalla. Pamela la encendió y abrió WhatsApp, revelando el mensaje de un número que jamás creyó ver.

—Por esto te estaba llamando, Caleb.

—Esto es imposible —dijo boquiabierto.

El mensaje provenía de su padre y decía poco: "Pamela, estoy vivo".

—Papá está vivo —remarcó Pamela con una sonrisa y temblorosa—. Esta es la esperanza que andábamos esperando. —De ahí tecleó y se abrió una ventana con mapas y un punto rojo en el océano—. Logré triangular su ubicación, está en el mar. Debemos encontrarlo.

—¿Cómo habría podido sobrevivir tantos años? –se preguntó Caleb arqueando las cejas.

—Eso se lo podemos preguntar... —comentó Pamela al levantarse.

—¿A qué te refieres? —preguntó Caleb.

—Me refiero, querido hermano, a que no me quedaré aquí esperando a que se pierda la señal. Iré a buscar a mi padre y lo traeré.

—¿Qué? No —saltó Caleb meneando la cabeza de un lado a otro rápidamente—. Es demasiado peligroso.

Pamela se acercó a él y puso la mano sobre su hombro.

—Caleb —empezó a decir la chica—. Esto es lo que hemos estado esperando, mi madre y yo... Seguramente tú también... Pero no sé tú, pero yo deseo cerrar este ciclo que ha destrozado nuestra familia hace dos años. —Caleb no se veía tan convencido, miraba al suelo buscando alguna respuesta que le indicara que eran buena idea seguir la propuesta de su hermana o quedarse en Lima y seguir con su vida—. ¿No quieres lo mismo, Caleb? Cerrar esto y dormir tranquilo todas las noches, que tu mente vuelva a ser la misma y escribas esas historias que antes escribías.

—¿Cómo sabes que no puedo dormir? —preguntó Caleb a la defensiva—. ¿Cómo sabes que mi mente ya no maquina nuevas historias?

—Porque a mí me pasa lo mismo —respondió Pamela con las lágrimas en los ojos—. Esto nos va a servir, Caleb...

Esas fueron las últimas palabras que escuchó de su hermana antes de salir de la casa, había pasado por delante de su madre sin siquiera decir adiós. Durante todo el camino de regreso se la pasó pensando en la idea de Pamela, aun cuando volvió a casa y fue recibido por su gata, Caleb tenía la sensación de llamar a su hermana y aceptar.

Pasaron las horas, Caleb se encontraba en su desteñido sillón cambiando los canales de la televisión y acariciando a su gata que descansaba a su lado mientras ronroneaba.

Bianca. ¿Qué debo hacer? —preguntó Caleb mientras le acariciaba la cabeza.

La gata levantó la cabeza y lo miró mientras parpadeaban sus ojos lentamente. Según algunas personas, cuando un minino hacia eso era como si estuviera dando besos. ¿Eso era lo que estaba haciendo? ¿Dirigiéndole besos a su mano? ¿Sería la única criatura femenina que le daría un beso por voluntad propia? Parecía que sí. Bianca se levantó y se frotó con el mentón de Caleb. El chico le rascó el cuello hasta que de nuevo se recostó sobre su regazo.

—¿Crees que debo ayudar a mi hermana?

La gata maulló.

—¿Eso fue un sí? —se preguntó Caleb mientras cargaba a Bianca y observaba sus ojos saltones y casi redondeados.

Y la gata volvió a maullar.

Caleb carraspeó y sintió como la mirada de su amiga felina entraba en su alma. Lo llenó de paz.

Tomó su celular y marcó el número.

—¿Caleb? —dijo su hermana a través de la línea telefónica.

—Pame, estuve pensando y acepto ir contigo —dijo el chico con un suspiro—. Ahora hablaré con mi jefe en el trabajo y le pediré unos días libres. He trabajado por dos años sin descanso, creo que me merezco unas vacaciones.

—¡Genial! —exclamó Pamela con entusiasmo, aunque luego se desanimó—. Aunque hay un problema...

Caleb frunció el ceño con esa oración.

—¿Problema? ¿Qué clase de problema?

—El hombre que me iba a llevar en su barco acaba de desaparecer, no lo encuentro por ningún lado —comentó Pamela con un tono angustiado—. Creo que no podremos ir... Ay, Caleb, gracias por haber aceptado pero se ha cancelado...

Pamela siguió hablando mientras a Caleb le invadía una sensación de incertidumbre, su cabeza sudaba y buscó en su bolsillo un pañuelo; en vez de eso encontró la tarjeta de Pachaca y recordó las palabras que le había dicho antes de concluir la conversación. "Llámame si necesitas algo". Ahora era el momento.

—No —saltó Caleb y Pamela dejó de hablar sobre los problemas marítimos—. Mira, aún hay posibilidad de que podamos ir.

—¿Sí? ¿Cómo?

Sin embargo, lo reconsideró. Pachaca no era exactamente la persona a la que su hermana quería pedir ayuda. Se sospecha de él y si Pamela lo vería involucrado en la adquisición del barco... no sabía cómo terminaría eso. Consideró colgar la llamada y olvidar el asunto de su padre pero necesitaba encontrarlo. Cerrar ese círculo para seguir con su vida.

—Haré una llamada —dijo, finalmente.

Colgó la llamada al deslizar su dedo sobre el icono del teléfono rojo en su celular y mirando la tarjeta marcó el número de Pachaca. No le contestó al instante, tuvo que esperar unos minutos mientras sonaba en molesto timbre, hasta que contestó esa voz suave que había escuchado aquella tarde en la junta.

—¿Diga?

—Señor Pachaca, soy Caleb.

—¡Caleb! —exclamó sorprendido—. Dime, ¿Qué puedo hacer por ti?

El muchacho suspiró antes de contestar, como si le tuviera la sensación de estarle contando el paradero de su familia a un mortal enemigo.

—Mire, tengo una situación... He recibido una llamada de mi padre, está vivo y en algún lugar del océano pacífico. No tenemos barco y quiero... —le resultaba difícil pedirle a él ayuda—. Quiero que me consiga un barco.

—Es imposible que tu padre haya vuelto de esa manera, Caleb —comentó Pachaca, palabras que Caleb esperaba escuchar.

—Lo sé.

—Pero si es importante para ti, lo encontraremos juntos.

—Señor Pachaca, no es necesario que vaya —advirtió Caleb pensando a que pasaría si Pachaca y Pamela cruzaran sus miradas.

—Debo hacerlo, muchacho —afirmó el empresario—. Omar era mi amigo y deseo arreglar el conflicto con él.

Allí acabó la conversación.

Junto a Pamela habían acordado una fecha para partir, tomando de referencia el mensaje que le envío Pachaca dos días después señalando de qué había acordado con un capitán de barco al mismo tiempo que la fecha de abordaje. Afortunadamente para Caleb, Miguel le había concedido la licencia con respecto a sus vacaciones y ahora no había excusa para el viaje.

Cuando por fin llegó el día, Caleb se la pasó recostado en su sillón frente al televisor apagado, meditando acerca de su decisión y acertando con el pensamiento de que era la decisión correcta. Veía el reloj cada cinco minutos esperando a que dieran las tres de la tarde, momento en que llegaría Pamela. Sin embargo, la espera se le hizo una eternidad, el tiempo parecía haberse detenido a su alrededor y por un momento se imaginó en el puerto con Pamela.

Bianca lo despertó al saltar sobre su regazo, ronroneando para que le acaricie.

—De seguro no lo sabes Bianca, pero te voy a extrañar —comentó Caleb sosteniéndole la cabeza—. ¿Tú me vas a extrañar?

La gata maulló y acercó el rostro alargado a él para lamerle la nariz. Caleb rió y miró el reloj, ya eran las dos y media de la tarde. Dio un suspiro y se levantó junto a su gata.

Salió de su casa dando un suspiro, con una valija sobre su hombro y el gato sosteniéndolo de la mano contraria. Admirando por última vez el pasillo corto que doblaba en la escalera, se dispuso a ir a la puerta de al lado, con la inscripción "102" escrito en tiza. Tocó la puerta tres veces y le abrió una señora cubierta con una bata amarilla y floreada, rulos en el cabello y rostro arrugado.

—Buenas tardes, señora Carrillo —saludó Caleb con una sonrisa cortés.

La señora expresó una sonrisa de mejilla a mejilla al verlo. Llevaba lentes sobre esos ojos viscos y grandes.

—Oh, pequeño Caleb. ¿Qué te trae por aquí?

A Caleb se le trabó la lengua con esa pregunta, arqueó las cejas boquiabierto y se quedó mirando a la señora con detenimiento.

—Pues... señora —tartamudeó el chico dando saltos con su mirada de la señora al gato y viceversa—. Vengo a entregarle a mi gata, prometió cuidarla... ¿recuerda?

La señora Carrillo se quedó mirando al joven un buen rato, sin tener idea de lo que hablaba. De pronto, echó a reír.

—Por supuesto, querido —exclamó la anciana—. Te lo prometí ayer...

Caleb soltó una risita.

En ese momento, la señora extendió ambas manos y Caleb le entregó a su gata lentamente. Su fiel amiga y compañera de habitación, el único ser vivo que iba a extrañar mientras se embarcaría en esa aventura que saber dios cuanto le tomaría. Claro, había pedido una licencia de una semana; pero, y si tomaba más tiempo o si le pasaba lo mismo que a su padre. Caleb no soportaba vivir con la idea de estar separado de su compañera felina tanto tiempo, ella siempre le había acompañado en tiempos difíciles.

—Cuídela bien.

En su mente decía otras palabras: "Mejor me quedo, deme a mi gata".

—Gracias —dijo Caleb y fue hacia las escaleras.

Mientras bajaba miraba por los barandales la mirada lagrimosa de su gata, que se perdió tras el cierre de la puerta. El chico quedó cabizbajo y siguió su camino hacia la puerta.

Cuando salió, miró su celular. Faltaban cinco minutos para las tres y Caleb aprovechó para ir al parque al frente de su edificio y contemplar aquella estructura.

Sorpresivamente, al cabo de los cinco minutos llegó un taxi con Pamela adentro, quien al verlo por la ventana sonrió y le agitó la mano de lado a lado para que suba. Caleb respondió con una leve sonrisa y fue hacia ella. Cuando estuvo a unos centímetros de la puerta del carro, Pamela bajó la ventanilla y sacó la cabeza mostrándole una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Estás bien? —preguntó.

Caleb esbozó un suspiro antes de responder.

—Sí.

A continuación Caleb subió al auto junto a Pamela y observó por última vez su departamento, pensando en su gata y en todo lo que dejaba.

. . .

No tardaron mucho en llegar al puerto del Callao. Al bajar, la brisa era fresca y salada y en el horizonte se podía ver como se acercaba la puesta sol, era una vista hermosa. Se bajaron del taxi, Pamela pagó en efectivo y camino cruzando el brazo con su hermano hacia los muelles.

A medio camino, Caleb sacó de su bolsillo un papel en donde había escrito con letras de caligrafía poco entendible el nombre del barco que le había conseguido Héctor. "Oh, no... Héctor". Al ver ese papel recordó a ese hombre y pensaba en lo que pasaría si su hermana se enterara de que el benefactor del viaje era el mismo hombre al que odiaba.

—¿Cómo conseguiste el barco? —preguntó Pamela.

Caleb apretó los dientes despidiendo un muy leve chillido. Era la pregunta que temía, la misma que hizo que su pulso se acelerara y sintieron como si en cualquier momento fuera a desmayarse. Miró a todos lados, no venía Héctor. Por primera vez, le rezó a todas las deidades que conocía para que ese hombre de negocios nunca llegase, que se arrepintiera esa mañana y decidiera quedarse en su casa a disfrutar de su abundante dinero.

—Un benefactor anónimo —se apresuró a responder, para evitar que la chica notara el largo silencio.

A pesar de que le mostró una sonrisa, Pamela arqueó las cejas, mirándolo fijamente entrecerrando los ojos.

-Caleb.

Fue una voz a su espalda lo que hizo que el joven diera un sobresalto.

Se quedó tieso y adoptó una coloración pálida mientras giraba. Lo único que deseaba era que si, en el caso, Héctor se encontraba detrás, su hermana fuera la última en voltear. Lamentablemente, no sucedió como lo esperaba. Mientras giraba la cabeza, vio a su hermana mirando a alguien con el entrecejo fruncido.

No había otra salida, tenía que prepararse para lo peor... Entonces se dio la vuelta. Sorpresivamente, allí no se encontraba Héctor sino Luis, su compañero de trabajo. Llevaba consigo una valija azul y en su rostro se dibujaba una sonrisa.

—¿Luis? —dijo Caleb.

Su amigo agitó la mano.

—¿Creíste que no sabría adonde irías? —preguntó Luis con sarcasmo—. Voy contigo.

—¿Qué? No.

—Ay, vamos amigo —insistió Luis con un gruñido—. Esto es importante para ti, además quiero aprovechar para ir al océano.

—Esto no será un simple viaje de excursión, iremos a buscar a nuestro padre —comentó Pamela con un tono despectivo.

—¿Qué pasa, Pamela? Pensé que tú, más que nadie, se alegraría al saber que estaba dispuesto a acompañarlos.

—Es familiar.

—Déjenlo ir.

Finalmente, la voz que temía oír se escuchó hacia un lado y a poco metros de ellos. Al dar la vuelta, los tres vieron a Héctor, vestido de negro y llevando unas botas altas de material impermeable más un sombrero.

—Tú... —rugió Pamela. Su voz se volvió irreconocible, quién sabría lo que por su mente pasaba en ese momento.

—No he venido a discutir, Pamela.

—¿Entonces?

—Vine a acompañarlos –señaló a Caleb.

Pamela volteó repentinamente hacia él y Caleb pudo sentir la rabia que emanaba de sus ojos. No tenía que decir nada para que poder sentir que en su mente se formulaba dos palabras: "Me traicionaste". Le quemaba por dentro y Caleb se tapó la cara con su mano.

—Lo siento, Pamela...

Antes de siquiera terminar, una fuerte cachetada dejó la cara de Caleb mirando hacia otro lado, con un ardor en la mejilla que adoptó un color rojo.

—Esto es imperdonable.

—Pame...

—¡No, cállate! No quiero que me hables durante todo el viaje.

El chico asintió con un suspiro y notó como Luis se había quedado en silencio y Héctor mostraba un gesto de inconformidad mientras guardaba sus manos en sus bolsillos.

—Veo que la chica es brava —dijo una voz madura y grave.

Hacia ellos venía un hombre alto y de contextura musculosa. Llevaba la camisa abierta revelando su pecho peludo y sudoroso, pantalones vaqueros y unas botas altas de cuero. Se cubría los ojos con la visera de su gorra náutico con el escudo peruano bordado en un material similar al oro; pero que brillaba a varios metros de distancia.

—Les presento al Capitán Emilio Acosta —anunció Héctor enorgullecido, dando por olvidado el altercado con Pamela, quien se había quedado parada a unos metros de ellos y enseñando la espalda.

—Bueno, es un gusto conocerlos —dijo el Capitán con las manos entrelazadas por detrás de la espalda.

Era intimidante. Tanto Caleb como Luis tardaron un rato en responder mientras se miraban entre sí. Notaron que el porte del Capitán Acosta era militar y ambos no habían tenido buenas experiencias con soldados; no solo en su trabajo como reportero sino de niños por un vecino que no era precisamente tan afectuoso.

—Lo mismo decimos, capitán —respondió Caleb extendiendo la mano hacia él.

El Capitán arqueó las cejas, dándose cuenta de la inseguridad del muchacho. Extendió su mano para un fuerte apretón que hizo que Caleb expresara un quejido desde dentro de su garganta.

—El océano no es para gente miedosa o insegura, ¿de verdad podrán con esta responsabilidad?

—Sí, sí —jadeó Caleb.

Finalmente y mostrando una sonrisa maliciosa, el Capitán Acosta soltó a Caleb y él se llevó la mano cerca de la boca como si se hubiera quemado. A continuación, Acosta se inclinó hacia él con una expresión serie.

—Que no se te olvide.

Caleb asintió temblorosamente.

—Tranquilo, Emilio... —dijo Héctor riéndose—. No lo asustes...

El rostro del Capitán seguía sobre los chicos, quienes parecían unos enanos a su lado. Por un momento, el Capitán aparentaba no haber escuchado a Héctor hasta que su rostro serio dibujó una sonrisa que luego dio unas cuantas carcajadas.

—Bienvenidos a bordo, muchachos... vengan.

Caleb y Luis se quedaron tiesos mientras el Capitán Acosta se alejaba dando señales con las manos para que lo siguieran, a la vez que dejaba que su risa burlona siguiera sonando.

—No lo tomen personal, el Capitán Acosta suele ser bromista con los nuevos —dijo el Inversionista—. Verán que una vez que lo conozcan les caerá bien.

Mientras Caleb y compañía conversaban con el Capitán Acosta, Pamela dedicó todo ese tiempo a observar una vieja fotografía familiar en su celular. Recordaba el momento en el que la tomaron, había sido el cumpleaños número cuarenta y siete de su madre. Era nostálgico observar esos momentos cuando el mayor problema eran los estudios de ella y su hermano.

Aquel día, Caleb y Pamela habían ido a comprar los regalos para su madre una vez que salieron del colegio. Dedicaron dos horas de vida para merodear por el supermercado para encontrar ese objeto que su madre adoraba pero, que por modestia, no se atrevía a mencionarlo. El único miembro de su patriarcado que sabía de sus intenciones era su padre, quien esperaba en casa después de un laborioso día de pesca.

Buenos recuerdos, arruinados por la desaparición de su padre y tal vez por el hombre que yacía a sus espaldas. Lo odiaba. Aunque en ese momento y sabiendo que estaba financiando el viaje, Pamela vio la oportunidad para investigar cuales eran sus sucias intenciones, podría probar realmente si era el responsable de lo ocurrido con su padre.

Con esa idea en la cabeza, Pamela se dio la vuelta y caminó a grandes y fuertes zancadas hacia Héctor, sin hacerle el mínimo caso a su hermano.

—Andando —le dijo.

El barco estaba en medio del muelle, bajo altas grúas azules. Se veía muy pequeño entre esos buques de carga por lo que era inconfundible a simple vista. A diferencia de los otros, este tenía un casco blanco en vez de negro y una cubierta roja en vez de blanca; además de que estaba algo descuidada. Caleb dirigió su mirada al segundo piso, encontrándose con una sombra en la ventana que lo sobresaltó; parecía un fantasma en pena del barco, que le recordaba mucho al que poseía su padre antes de desaparecer.

Caleb desvió la mirada, el ver esa sombra le traía varios recuerdos. Cerró los ojos con fuerza mientras sentía varios toques punzantes en su pecho, como si su corazón estuviera por explotar. La respiración se le aceleró y cuando abrió los ojos, notó que no había nadie a su lado. Era como si se encontrase solo en esa playa a mitad de una noche nublada, su vista se dirigía al horizonte, el cual se ocultaba en la penumbra.

—Caleb, ven —lo llamó su hermana, despertándolo de sus pensamientos.

El muchacho reaccionó sacudiendo la cabeza de lado a lado y se encaminó a la rampa del barco en donde se encontraba Pamela a pocos metros de la entrada. 

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