Antes de diciembre / Después...

By JoanaMarcus

156M 9.2M 38.4M

PRIMER Y SEGUNDO LIBRO [Primer y segundo libro ¡publicados en papel! Esta es solamente la primera versión de... More

LIBRO 1: Antes de diciembre + trailer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26 - final
LIBRO 2: Después de diciembre
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 18

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By JoanaMarcus

Por algún motivo de la vida, Wattpad ha decidido no notificar a mucha gente de los dos últimos capítulos. Espero que no tengáis problemas con ver este :D

Cuando llegué de correr esa mañana, Mike hablaba por teléfono con alguien. No quería ser chismosa, pero me quité los auriculares para escuchar mejor lo que decía. Estaba hablando en voz baja en el otro lado del salón y sonaba irritado. Qué raro. Creo que nunca había oído a Mike irritado. Will, Sue y Jack lo miraban fijamente desde la barra.

Cuando me detuve junto a Jack, él me agarró de la cintura con una pequeña sonrisa perversa y me plantó un beso en los labios que casi me dejó sin respiración. Cuando me dejó ir, tenía las mejillas encendidas. Tenía que acostumbrarme a eso.

Will nos dedicó una pequeña sonrisa mientras Sue se quedaba con cara de asco.

—Así que oficialmente soy la única soltera que vive aquí —murmuró Sue.

Mike volvía con una enorme sonrisa. 

Viva la bipolaridad.

—Yo también estoy soltero —le dijo Mike.

—Vale. Pues soy la única soltera. Sin contar al parásito.

—No te he visto entrar —me dijo él, ignorándola—. Es una lástima. Te ves muy bien hoy.

Suspiré mientras Jack lo fulminaba con la mirada.

—Mike... —le enarqué una ceja.

—Era una opinión objetiva —levantó las manos en señal de rendición.

—Nadie te ha pedido tu opinión —masculló Jack.

—Soy un alma generosa. Me gusta compartir porque sí.

Hubo un momento de silencio. Me sorprendió ver que nadie le preguntaba qué le pasaba con la llamada. Estaba claro que le había afectado un poco.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Sí —aseguró, antes de mirar a su hermano—, pero no creo que tu novio lo esté durante mucho tiempo.

Y, entonces, se produjo una conexión fraternal extrasensorial. A pesar de que se llevaran mal, seguían siendo hermanos y se habían criado juntos. Con una sola mirada se entendieron a la perfección.

—Oh, no —masculló Jack con cara de horror.

—Oh, sí —Mike sonrió ampliamente.

Will parecía tan confuso como yo, cosa que me sorprendió. Él solía entender esas cosas. Sue los miraba con una ceja enarcada mientras se comía su helado tranquilamente.

—Me apetece tan poco como a ti, por si te consuela —murmuró Mike, agarrando una de sus tostadas.

—Pensé que este año no se molestaría en hacerlo —masculló él, recuperando su tostada bruscamente.

—Yo también —Mike puso mala cara cuando intentó robarla otra vez pero recibió un manotazo—, pero se ve que le gustan las tradiciones. Y que nos ama con locura, claro.

—¿Puedo preguntar de qué estáis hablando? —enarqué una ceja, confusa.

—Sí, aquí falta información —Will me apoyó.

Mike sonrió divertido al ver la expresión de fastidio de su hermano al girarse hacia nosotros.

—Cada año, mi padre insiste en que vayamos a la casa del lago a celebrar su cumpleaños.

—¿Es su cumpleaños? —preguntó Will, levantando las cejas.

—¿Tenéis casa del lago? —justo en la pobreza. Suspiré.

—Sí, la tenemos. Y sí, es su cumpleaños —Jack no parecía muy entusiasmado con la idea—. En tres días.

—¿Y no os apetece ir? —pregunté.

—Eres un as leyendo las expresiones de los demás —Mike me sonrió, divertido.

—Oye —Jack lo señaló con su tostada—, solo yo me burlo de ella.

—Vale, vale —Mike seguía pareciendo divertido—. La cosa es que, en cualquier momento...

Y, justo en ese momento, alguien llamó a la puerta. Jack soltó una palabrota mientras Mike se levantaba felizmente e iba a abrirla. Cuando volvió, estaba con Mary. Era un poco divertido ver como la cara de mi novio iba siendo cada vez de más fastidio.

—Buenos días, niños —nos saludó con una sonrisa.

Iba siempre tan bien vestida que me sentí como un ogro por llevar mi ropa de deporte. Sin embargo, su sonrisa se mantuvo impecable incluso cuando vio mi horrible atuendo.

—No me pongas esa cara, Jackie —le reprendió su madre al verlo.

—La cambiaré dependiendo de lo que vayas a decir —replicó él.

Ella lo ignoró completamente y me miró a mí, que me tensé al instante. 

Oh, oh.

—¿Te ha comentado Mike lo de la casa del lago?

Asentí con la cabeza lentamente.

—Bueno, mi marido quiere que vengas —sonrió ella—. Le haría mucha ilusión.

—Ni de coña —soltó Jack.

—Ese lenguaje —su madre clavó la mirada en él—. Y no seas así, hijo.

—¿Después de lo que pasó la última vez? —él la ignoró—. Que deje en paz a Jen.

—Bueno, por suerte, se lo estaba preguntando a Jennifer y no a ti.

—Pues yo te digo que no queremos ir.

—¿Ya habláis en conjunto? —se burló Mike.

—Tú no malmetas —lo miré.

—Pero, ¿no sería un gran detalle que Jackie te presentara en sociedad...?

—Cállate, Mike —le dijimos los dos a la vez.

Mary suspiró y retomó la conversación, mirando a Jack.

—Cariño, tu padre quiere conocer a tu novia. Es natural.

—Ya la conoce. Y se encargó muy bien de darle la peor impresión posible de nuestra familia.

—Un momento —levanté una ceja—. ¿Cómo sabe tu padre que estamos saliendo?

Los dos nos giramos lentamente hacia Mike, que dio un sorbo a su vaso de leche con expresión inocente.

—Soplón —masculló Jack, fulminándolo con la mirada.

—Era mi deber como buen hijo —protestó Mike.

—Te estaba preguntando si querías venir, cielo —me recordó Mary suavemente—. ¿Qué me dices?

—Yo... —balbuceé, mirando a Jack.

—Él va a venir de todos modos —me aseguró su madre—. Es el cumpleaños de tu padre, cariño, no pongas esa cara. Vas a venir.

—Pero... ¿va toda la familia? —pregunté, un poco nerviosa por la perspectiva.

—Solo nosotros cuatro —me dijo Mike—. Ah, y la abuela Agnes. A veces, golpea a papá con un bastón. Es fascinante. Diversión asegurada.

—Una vez Mike vino con una chica —dijo Jack, mirándolo.

Por la cara de Mary, supuse que eso no había terminado muy bien.

—Y fue la última vez que invitamos a una chica a casa —replicó Jack.

—Hasta hoy —Mary me dedicó una sonrisa deslumbrante—. Si te interesa, nos vamos mañana por la mañana. La casa está a unas dos o tres horas en coche.

—O una hora y media si conduces como un loco —miré de reojo a Jack con una sonrisa burlona.

Él me dedicó una mirada agria que me hizo sonreír más.

—Lo único es que traigas bañador —me dijo Mary.

—¿En invierno?

—Para el hidromasaje —aclaró Mike.

—¿Hidro... masaje? —pregunté, como si fueran palabras en otro idioma.

—Seguro que a Agnes también le hace mucha ilusión que vengas —añadió Mary.

—Esto es injusto —replicó Jack.

Lo miré. La miré. Lo miré. La miré. Mhm...

Yo quiero bañarme en una bañera de hidromasaje.

Conciencia...

¡Vamos, quiero probarlo por una vez en mi vida de pobre!

—Está bien —me escuché decir a mí misma.

—¿Qué? —Jack se giró en redondo hacia mí.

—Perfecto —Mary me dedicó una sonrisa radiante—. ¿Venís con nosotros o en vuestro coche?

—Ross conducirá —dijo Mike por él.

Él seguía mirándome fijamente con la boca abierta. 

—Entonces, nos vemos antes de la hora de comer en la casa del lago —Mary se ajustó la chaqueta, que ni siquiera se había molestado en quitar—. Tengo trabajo. Pasadlo bien, queridos.

Y, tras eso, se marchó. Hubo un momento de silencio sepulcral mientras Jack seguía mirándome fijamente y los demás observaban la situación.

—Bueno... —Mike sonrió ampliamente—. Creo que ha llegado la hora de mi ducha matutina.

—Sí, yo también tengo cosas que hacer —masculló Sue, que casi salió corriendo.

—Y yo —Will sonrió un poco y se marchó.

Genial. Nadie quería ver la bronca.

Miré a Jack, que no había cambiado su expresión.

—No me mires como si hubiera matado a tu perro —intenté bromear.

—¿Por qué has dicho que sí? —frunció el ceño.

—Me ha parecido de mala educación decir que no.

—¿Y no te pareció de mala educación todo lo que te dijo el otro día ese idiota?

—¿Ese idiota? Es tu padre, Jack...

—Sí, está claro que la familia no se elige.

—Quizá quiera disculparse. Si no le damos una oportunidad, es imposible saberlo.

—No deberías darle una oportunidad —me dijo, dejando el plato en el fregadero—. No se la merece.

Lo detuve por la mano por impulso. Me sorprendió ver que su reacción era inmediata, quedándose quieto delante de mí. Como si eso fuera lo más natural del mundo cuando yo me sentía como un alien.

Tienes que acostumbrarte ya al contacto humano, chica.

—Vamos a pasarlo bien —murmuré—. Me apetece ver la casa. Y el hidromasaje.

—No es para tanto —me aseguró.

—Y tu habitación también.

Su expresión cambió a una de diversión enseguida.

—¿Para qué, exactamente?

—Para ver cómo es, pervertido —protesté, apartándome.

—Seguro que es para eso.

—Sí —sonreí cuando me enganchó con los brazos por la cintura—. ¿Lo ves? Ya no te parece tan malo. Eres un exagerado.

—Eres un exagerado —imitó mi voz.

—Yo no hablo así.

—Yo no hablo así —volvió a hacerlo.

Lo empujé por el pecho, riendo, mientras él se las apañaba para poder besarme.

***

—...entonces, el asesino conseguía agarrarla del pie y... ¡pum! Muerta. Y, claro, como era la última, cuando la policía llega no saben qué ha pasado. Y... ¡el asesino se sale con la suya! ¡AAAA! ¡INCREÍBLE!

Mike nos había estado contando una película de sangre, vísceras y asesinatos durante más de una hora de camino a su casa del lago. Jack tenía las gafas de sol puestas y miraba a la carretera, pero su expresión de ganas de matarlo era más que obvia.

—¿No es genial? —preguntó Mike, entusiasmado.

Como vi que su hermano no tenía intención de decir nada, asentí con la cabeza.

—Es genial —le dije, sonriendo

—Menos mal que tú me escuchas, cuñada —dijo Mike con una mueca, mirando a Jack de reojo—. ¿Qué le pasa?

—Que tengo la cabeza hinchada de tanto escucharte —le dijo Jack sin inmutarse.

—No habrá dormido bien —me encogí de hombros.

—He dormido bien —protestó Jack.

Había mantenido el buen humor durante el día anterior, pero desde el momento en que habíamos subido al coche, había vuelto a ser el Jack irritado que no quería ir a casa de sus padres a pasar el fin de semana.

Decidí cortar el silencio, que se había alargado por más de cinco minutos.

—¿Habéis comprado algo a vuestro padre? —pregunté con una gran sonrisa.

Los dos se giraron hacia mí con la misma expresión de extrañeza.

—Es... lo que se hace en los cumpleaños... ¿no?

Los dos se giraron hacia delante con la misma expresión de extrañeza... otra vez.

—Vale —suspiré, cruzándome de brazos—. Pues si queréis estar en silencio absoluto durante lo que quede de camino, allá vosotros.

Jack se había pasado todo el rato con un codo apoyado en la ventanilla y la mejilla en un puño, pero cuando lo dije, suspiró y se incorporó. Intenté con todas mis fuerzas no esbozar una sonrisilla de triunfo cuando vi que se aclaraba la garganta para hablar.

—Esa película de la que hablabas... —le dijo a Mike—, ¿tiene segunda parte? Creo que la he visto.

Y así empezaron a parlotear de nuevo. Por un momento, incluso, pareció que se llevaban bien. Pero, entonces, Mike dijo algo malo de una película de Tarantino y Jack amenazó con sacarlo del coche de una patada. Entonces sí que dejé que el silencio reinara de nuevo en el coche. Puse música en su lugar. La radio parecía mejor que una discusión entre hermanos.

Habíamos salido de la ciudad en dirección al oeste. Era la zona más cálida del estado. Las casas fueron disipándose a medida que avanzábamos hasta que solo quedó una carretera vacía con algunas parcelas grandes con cultivos y animales. Miré distraídamente por la ventanilla cuando Jack giró en uno de los cruces, metiéndose en una carretera más pequeña que cruzaba el bosque. Los árboles se entornaban junto a ella. 

Diez minutos después de seguirla, vi que empezaba a ralentizar el coche y que se quedaba delante de una valla de barrotes grises recién pintados. No se molestó en llamar al timbre. La valla se abrió al instante.

El camino de entrada era de grava. No había garaje, pero vi que había un coche aparcado en la parte lateral de la casa. Jack lo dejó a su lado y, cuando vi que bajaban, me apresuré a imitarlos.

La casa era gigante. Incluso más que la que solían usar para vivir. Estaba hecha a base de madera de roble, mármol y piedra pulida. El camino hacia la entrada desde el coche era césped recién cortado con piedras alisadas. Ellos, claro, no habían hecho mochila. Ya tenían ropa y cosas ahí. Eran así de geniales. Jack agarró la mía y se la colgó del hombro sin siquiera preguntarme.

—¿No hace calor? —pregunté, confusa.

—Si quieres empezar a quitarte ropa, no voy a ser quien te pare.

Sonrió cuando lo miré, avergonzada. Pero era cierto. Hacía calor. La chaqueta me sobraba.

—Lo digo en serio.

—Pues espérate a la tarde. Por la noche hace mucho frío, pero de día... por algo te dije que no metieras solo jerséis en la mochilita —sonó como si se burlara de mi mochila rosa chillón.

—No digas mochilita de esa forma —protesté.

—¿Ahora le tienes cariño a una mochila?

—¡Me ha acompañado en muchos momentos de mi vida!

Parecía divertido cuando me ofreció una mano.

—Vamos, ven.

Agarré su mano. Estaba cálida por el volante. Tiró de mí suavemente por el camino de entrada. El porche era de madera. Los escalones eran delgados, pero aguantaron más que de sobra mi peso. Había varias sillas con cojines y un balancín. La puerta era doble y grande, con la parte superior de vidrio. Mike acababa de llamar al timbre.

Y, en ese momento, una mujer de mediana edad abrió la puerta con una sonrisa. No recordaba haberla visto nunca. ¿No se suponía que éramos solo su familia y yo?

—Hola, chicos —los saludó amablemente.

—Lorna —Jack sonrió.

Me dio la sensación de que se levantaban las cejas al ver nuestras manos unidas, pero volvió a su sonrisa tan rápido que no pude estar segura. Se apartó de la puerta y nos dejó pasar.

El interior olía a comida recién hecha, cosa que me dio hambre. El vestíbulo era gigante, con varios sillones y estanterías. Había un marco de puerta frente a nosotros que daba a un salón más grande aún. Todo en colores marrones y rojos. Y caro, por supuesto. Casi todas las paredes eran ventanas que, si no daban al lago que había al otro lado de la casa, daban al bosque que la rodeaba.

Era preciosa.

Jack debió verme embobada, porque vi que esbozaba una pequeña sonrisa.

Mike, por su parte, fue directamente al salón y se tiró en uno de los sofás creando un sonoro plof.

—Mierda —masculló—. Se me había olvidado que aquí no hay televisión.

—Hay internet —le recordó Jack.

Por mi parte, me asomé a la cocina muerta de curiosidad, empujando la puerta corredera. Era más grande que la mitad de mi casa. Y olía tan bien...

—Jen —escuché que me llamaba Jack—. Vamos a dejar tus cosas.

Asentí con la cabeza y lo seguí por el salón. Había un comedor con sillas regias al lado. Las escaleras también eran de madera, pero no crujieron mientras Jack me guiaba por ellas. Había otro tramo de escaleras, pero él se quedó en ese piso, cruzó el pequeño pasillo que daba con una sala redonda con sillones y un piano, y se detuvo delante de la penúltima puerta a la derecha.

—¿Prefieres elegir otra? —me preguntó, dudando un momento—. Hay de sobra.

—La que sea —le aseguré.

Él sonrió y abrió la puerta. Lo primero que vi fue que el techo estaba inclinado hacia abajo, formando una suave pendiente hacia el suelo. Había una ventana que llegaba a ambos extremos, quedando curvada. La pared del fondo, por otro lado, era de ladrillo, mientras que todo lo demás era de madera. La pared de piedra era una estantería llena de libros, películas y mil cosas más que no tuve tiempo de examinar. El ventanal tenía cortinas de color crema que en esos momentos estaban retiradas. Por otra parte, la alfombra tenía diferentes tonos de beige y estaba bajo la cama gigante y gris. 

Parpadeé cuando Jack dejó la mochila en el suelo y se sentó en la cama, suspirando.

—Dios, qué pereza —masculló.

—¿La casa? —pregunté, estupefacta. ¿Estaba mal de la cabeza?

—Mi padre —aclaró, mirándome—. La casa es genial, ¿eh?

—Demasiada madera —bromeé—. Imagínate que se prende fuego.

—Créeme, mi padre es un maniático del control. Antes arderíamos nosotros que la casa.

—Es un gran alivio.

Me acerqué a la ventana, que daba al lago, y vi que tenían un pequeño muelle también de madera. Por otra parte, el porche trasero estaba compuesto de varios sillones, sofás, una barra americana, una barbacoa y una mesa para comer.

—¿Por qué no vivís aquí? —pregunté—. Creo que podría morir ahora mismo en esta casa y sería feliz.

—Exagerada.

—Dímelo, anda.

Se encogió de hombros, mirándome.

—A mi padre no le gusta mucho.

—¿No fue idea suya que viniéramos?

—Rectifico: le gusta, pero solo para ratos. Está muy alejada de todo.

—¿Eso es malo? —pregunté, acercándome.

—No lo sé —le quité las gafas de sol—. Tiene sus ventajas. Si gritas, nadie te oirá. Como en el espacio.

—¿Me acabas de amenazar? —enarqué una ceja, poniéndome sus gafas. 

—¿Me acabas de robar las gafas?

—Me quedan mejor a mí —bromeé.

—Eso es cierto —sonrió ampliamente.

Me agarró del brazo y tiró de mí hasta que me tuvo encima de él. Me abrazó y noté que me besaba justo en un punto debajo de la oreja que hacía que se me pusieran los pelos de punta. Me encantaba que hiciera esas cosas. Estaba tan poco acostumbrada...

—¿Quién era la mujer de abajo? —pregunté, incorporándome un poco para mirarlo.

Él tiró de las gafas y las dejó a un lado.

—Lorna —me dijo—. Ella y Ray, su marido, se ocupan de la casa cuando no estamos.

—Es decir, el resto del año.

—Bueno, no viven aquí. Viven cerca. Se encargan de que todo esté bien. El mantenimiento del jardín, de limpiar la casa... todo eso. No creo que volvamos a verlos.

—Ser pobre da asco —mascullé.

Él sonrió, negando con la cabeza.

—No digas...

—¿Jackie? —la voz de Agnes resonó en el piso de abajo.

Cuando bajamos las escaleras, vimos que había llegado con el padre de Jack y con Mary. Ella siempre parecía contenta al verme, pero se ponía aún más contenta cuando pellizcaba las mejillas a Jack, que protestaba. Igualito que con su madre.

—¿Cómo estás? —Mary se acercó a mí y me dio un abrazo, como siempre—. Me alegra mucho que hayas venido, querida.

—Sí, siempre es un placer ver caras nuevas por aquí —Jack dejó de sonreír cuando su padre habló, acercándose a mí—. Espero que la casa sea de tu agrado, Jennifer.

No supe muy bien cómo tomármelo. Solo lo había visto una vez, pero no había sido amable conmigo en ningún momento.

Me limité a sonreír.

—Es una casa preciosa —miré a su hijo—. Justo ahora se lo estaba diciendo a Jack.

Me pareció ver que la sonrisa de Agnes se acentuaba al oírme llamarlo por su nombre.

—¿No le has ofrecido una bebida a tu invitada? —preguntó su padre secamente a Jack.

Él apretó los labios en una dura línea.

—Sí lo ha hecho, pero estoy bien —aseguré enseguida.

Aunque pareció que había cierta tensión, el señor Ross fue a dejar las cosas en el dormitorio principal mientras Jack iba a buscar a Mike para que saludara a su familia. Yo me quedé con Agnes y Mary en el salón.

—Parece que va bien —comentó Mary, cruzándose de piernas—. Por lo menos, todavía no se han gritado.

—Dales tiempo —Agnes suspiró.

—¿Por qué se llevan tan mal? —no pude evitar preguntarlo.

Ellas intercambiaron una mirada. Quizá me había pasado de la raya.

—Tienen personalidades muy distintas —se limitó a decirme Mary con una sonrisa.

Seguía creyendo que había más trasfondo en la historia, pero no insistí. No quería ser maleducada.

Jack volvió poco después con su hermano. El señor Ross no volvió a bajar, cosa que me extrañó.

Al final, estuvimos los cinco ahí juntos un buen rato charlando. Después, ellas dos insistieron en ir a la cocina para ver qué había dejado Lorna para comer. Me daba la sensación de que era una excusa y querían hablar solas, así que me quedé con los chicos.

Estábamos jugando a las cartas. Jack había perdido, así que era yo contra Mike. Habíamos apostado dinero... bueno, lo que yo había podido poner, que habían sido veinte dólares. Ganaba el primero que golpeara el uno de tréboles cuando saliera. Los dos sacábamos cartas lentamente, aumentando la tensión.

—Vamos, Jen —me animaba Jack, sentado a mi lado e inclinándose sobre el tablero—. Yo lo distraigo, tienes que ganar.

—Eso, sin presión —dije sin despegar la mirada de las cartas.

—Cállate, Ross —le soltó Mike, mordiéndose el labio inferior por la concentración—. Esto lo gano yo.

—¿Con veinte dólares en juego? —mascullé—. Que te lo has creído.

Hubo silencio absoluto. Entonces, como caído del mismísimo cielo, surgió la carta. Jack estaba hablándole a Mike, así que aproveché la distracción y golpeé la carta con ganas, riendo.

—¡Siiiiií! —exclamé.

—¿Eh? —Mike me miró—. ¡No, espera!

—¡Trabajo en equipo! —Jack me pasó un brazo por encima del hombro y me plantó un beso en los labios como si nada—. Me siento como si te hubiera ayudado a ganar las olimpiadas.

—Más que nada porque yo siempre gano en esto —Mike parecía malhumorado.

—Parece que he ocupado tu sitio en el podio de ganadores, entonces —bromeé, haciendo que Jack se riera aún más a su costa.

Entonces, noté que se tensaba y me giré inconscientemente. Su padre nos miraba con expresión indescifrable desde las escaleras. Incluso a Mike se le cambiaba la expresión a una más agria cuando lo veía.

—No os cortéis por mí —y, sin embargo, se sentó en el sillón para poder mirarnos fijamente con esa cara de soy rico y lo sé—. Es raro ver a mis hijos divirtiéndose así, para variar. Supongo que te lo debo a ti, Jennifer.

Sonreí, entre avergonzada y agradecida. Pero mi sonrisa vaciló cuando noté que Jack aumentaba la presión de sus dedos en mi hombro. Miraba fijamente a su padre. No lo entendía, ¿no estaba siendo amable conmigo? Era todo muy confuso.

Su padre pareció no darse cuenta de la tensión mientras Mike recogía las cartas en completo silencio. Quizá no había sido intencionalmente, pero había arruinado la diversión del momento.

—Jack —él le dedicó una sonrisa fría—. Cuando puedas, me gustaría hablar en privado.

Igual tenía que decirle algo malo, porque noté que se tensaba aún más.

—Ahora es un buen momento —añadió el señor Ross.

Jack me miró un momento antes de ponerse de pie. Los vi desaparecer hacia el patio de atrás. En cuanto Jack cerró la puerta de cristal, Mike resopló.

—¿Van a discutir? —pregunté, viendo su expresión.

—Quizá —se encogió de hombros—. Mientras no me salpique a mí...

—¿Puedo... preguntarte por qué os lleváis tan mal con él?

Mike me dedicó una sonrisa burlona.

—¿Seguro que quieres saberlo? No has sonado muy convencida.

—Mhm... —dudé un momento.

Los miré. Jack no lo miraba, pero él le estaba hablando.

—Igual no quiero saberlo —dije finalmente.

—Sabia decisión —él se puso de pie—. ¿Eso que huelo es puré de patatas?

Al menos, la cena se hizo más amena. El señor Ross no dijo casi nada, mientras que Agnes y Mary eran el alma de la fiesta. Además, toda la comida estaba deliciosa.

—¿Cómo estaban tus padres, por cierto? —me miró Mary.

—Oh, muy bien —volví a la vida tras tragar todo lo que tenía en la boca—. Me echaban de menos. Me trataron mejor esos días que en toda mi vida.

—Yo también tuve la sensación de que quería más a estos dos cuando se marcharon.

—Gracias por el amor incondicional, mamá —Jack la miró.

—Sí, mamá, muchas gracias.

—¿Solo os ponéis de acuerdo para meteros con alguien? —bromeé, sonriendo, pero dejé de hacerlo cuando los dos clavaron en mí la misma mirada agria.

A veces, daba miedo lo mucho que se parecían.

La cena transcurrió tranquila y me confundió un poco ver que el señor Ross seguía sin decir absolutamente nada. Fue el primero en marcharse. Jack lo miró de reojo, pero tampoco hizo ningún comentario.

Y, entonces, Agnes apareció con una botella de negra y una sonrisa malévola.

—Oh, no —Jack echó la cabeza hacia atrás.

—Ha llegado la hora de pasarlo bien —Mary se frotó las manos.

—Acerca el vaso, Jennifer, querida.

Hice un ademán de acercarlo, pero Jack puso la mano encima, mirándolas.

—No he venido aquí para que emborrachéis a mi novia.

Mi novia. Seguía sonando raro pero gustoso.

—Vamos, quiero probarlo —protesté.

—¿Alguna vez has bebido absenta negra?

Dudé un momento.

—No...

—Pues hazme caso y no lo hagas ahora.

—Vamos, no seas aburrido —le quité la mano con una amplia sonrisa.

—Eso, Jackie, no seas aburrido —le dijo Agnes, llenándome el pequeño vaso—. Bebe, anda.

Y llenó las demás copas. Jack fue el único al que no sirvió. Estaba negando con la cabeza.

—No me dejéis en ridículo, por favor —murmuró Jack cuando todos nos terminamos la primera copa de un trago.

El sabor hizo que pusiera cara de asco al instante. Madre mía, como ardía en la garganta. No pude evitarlo y empecé a toser. Todos se empezaron a reír de mí menos Jack, que tenía el ceño fruncido.

—No le deis más —protestó.

—Estoy bien —aseguré, aunque seguía teniendo mala cara—. Qué mal sabe.

—Pero qué bien emborracha —Mike sonrió ampliamente.

—Abuela —Jack protestó cuando hizo un ademán de volverme a llenar el vaso.

—A veces, me recuerdas a tu padre —Mary sonrió mientras Agnes llenaba los vasos.

Un rato más tarde, yo ya estaba un poco... bueno... bastante mareada. Pero lo mejor era Agnes. Ella no dejaba de meterse con todo lo que veía. No podía dejar de reír. Pero de reír a carcajadas. Hasta el punto en que me dolía el estómago. Mary también se reía. Mike se había apoderado de la botella a mi otro lado.

Entonces, capté a Jack mirándome de reojo. Me giré hacia él con una sonrisa avispada.

—¿Qué miras, acosador?

—Me gusta verte riéndote.

Me acerqué disimuladamente a él.

—Pues sueles ser la persona que más me hace reír —le dije en voz baja, aprovechando que los demás hablaban con Agnes.

—¿Y solo te hago reír? —habló en voz suficientemente baja como para que nadie más lo oyera pero, a la vez, la frase se quedara bajo mi piel.

—En lo que llevamos de noche, sí.

—La noche es larga. Eso puede cambiar.

Me dedicó una sonrisa de lado y no pude evitarlo. Me acerqué a él y le di un beso en la comisura de los labios. Su sonrisa se ensanchó.

Fue entonces cuando noté que todo el mundo se había quedado en silencio. Agnes y Mary me miraron con expresiones divertidas mientras Mike seguía llenándose copas tranquilamente.

—Oh, no te separes —Agnes puso los ojos en blanco—. Qué raro es verte cariñoso con alguien, Jackie.

—Yo soy muy cariñoso —protestó él como un niño pequeño.

—Pues llevo contigo veinte años y no lo he notado nunca —Mary le dedicó una sonrisa burlona que me recordó a las que me solía dedicar Jack cuando se reía de mí—. Yo que creía que nunca estarías con una chica decente...

—Sí, su historial es interesante —Mike asintió con la cabeza. El más indicado para hablar.

—No tiene muy buen gusto, no —Agnes estuvo de acuerdo—. Menos mal que ha cambiado un poco.

—¿Podéis dejar de hablar de mí como si no estuviera delante?

—A tu novia le hace gracia —Mike parecía divertido.

Intenté reprimir la sonrisa cuando Jack clavó la vista sobre mí, pero no pude evitarlo.

Él puso los ojos en blanco y se marchó de la habitación mientras Agnes, Mary y Mike lo abucheaban. Riendo, me puse de pie y me apresuré a seguirlo. Había salido al patio trasero. Lo alcancé cuando ya iba por el muelle. Desde ahí, no podía ver a los demás, pero oía sus risas.

—Oh, no te enfades —lo alcancé felizmente.

—Genial, ya te han emborrachado.

Pero dejó que me apretujara contra él de todas formas.

—No estoy borracha, estoy contenta.

—Dijo ella, completamente borracha.

Ahora que lo pensaba, lo único con alcohol que le había visto bebiendo había sido cerveza.

—¿Tú nunca bebes? —pregunté, abrazándolo por la cintura.

—No —sonrió al ver que me acercaba a él.

—¿Por qué no?

Él frunció el ceño mirando mi vestido sin mangas.

—Te vas a congelar, Jen.

—Estoy bien.

—Vamos a por una chaqueta.

—Que estoy bieeeeen —lo detuve por la mano cuando intentó alejarse—. Vamos, anímate un poco.

Cuando estés menos borracha, te darás cuenta de que ha evitado la pregunta.

—¿Sabes? —no estaba segura de a qué venía eso, pero acababa de acordarme—. Nosotros vivimos cerca del mar.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Cada primer día de invierno, los de último año se supone que deben tirarse al mar vestidos. Yo nunca lo hice. Mis hermanos siguen restregándomelo a día de hoy. Me llaman rajada.

Tenía expresión confusa, pero fue todavía peor cuando le solté la mano y di un paso atrás hacia el final del muelle, divertida.

—¿Qué haces? —frunció el ceño.

—Mushu va a dejar de ser una rajada —bromeé, dando otro paso atrás.

Él frunció más el ceño cuando me quité los zapatos torpemente, quedando solo con el vestido.

—Jen...

—Uh-uh —lo esquivé, dando otro paso hacia atrás cuando intentó alcanzarme.

—Vamos, no hagas tonterías.

Sonreí más y empecé a retroceder. Él aceleró el paso y yo empecé a reírme cuando soltó una maldición. Me di la vuelta y empecé a correr por el muelle, escuchando que me seguía. Por supuesto, me alcanzó por detrás antes de que llegara al final. 

Pero, defendiendo mi honor... me quedé a solo un metro de saltar. Era todo un logro.

—Vamos, déjate de bobadas —dijo, sujetándome con los brazos—. El agua está muy fría para lanzarte.

—Vaaale —suspiré—. Aburrido.

—No soy aburrido, soy...

—Aburrido.

—Que no soy...

—Aburrido.

No lo estaba mirando, pero sonreí al prever que estaba poniendo los ojos en blanco.

—Vamos a tu habitación —levanté la cabeza hacia él.

Su expresión se relajó enseguida. 

Nuestra arma secreta.

—¿A hacer qué?

—Vamos y lo sabrás.

—Me muero de ganas de verlo. 

Me soltó y le dediqué una sonrisa deslumbrante.

—Es la primera mentira que consigo que te creas —dije, orgullosa de mí misma.

Su expresión cambió al instante.

—¿Eh? ¿Qué...? ¡JEN!

—¡Yuuuujuuuuuu!

Chof.

El agua helada hizo que mis sentidos se agudizaran enseguida. Me mantuve bajo el agua un segundo, notando la ropa y el pelo empezando a flotar alrededor de mi cuerpo. Después, salí a la superficie. Jack me miraba desde el muelle con expresión de querer matarme.

—No es para tanto —dije, manteniéndome a flote con una sonrisa de oreja a oreja—. Eres un exagerado.

—Y tú no sabes beber.

—¡Vamos, ven conmigo!

—No, tú ven conmigo. O pillarás una hipotermia.

—O pillarás una hipotermia —imité su voz.

—¿Quieres que vuelva a llamarte Michelle?

Le saqué la lengua.

—Vamos, Jackie —me burlé de él.

—No pienso meterme ahí.

—¡Vamos, por fa! —me agarré al muelle y le puse pucheros.

—No.

—Estoy aquí, en medio de la oscuridad, solita...

—Estoy a, literalmente, un metro de ti.

—¿Y si viene un tiburón?

—¿En un lago? ¿Cuánto has bebido?

—Tú podrías ser el tiburón —le sonreí perversamente.

Me miró un momento mientras empezaba a nadar hacia atrás con una sonrisa inocente. Cambió su expresión a una que conocía muy bien. La que me dedicaba siempre en la cama.

Mhm... estaba funcionando.

—A la mierda —masculló, quitándose los zapatos.

—¡Siiiií! —grité, entusiasmada.

Él me dedicó una sonrisa fugaz antes de coger carrerilla y tirarse al agua delante de mí. Me aparté enseguida por las salpicaduras, pero cuando me giré no lo vi por ninguna parte.

No pude pensarlo mucho, porque enseguida me agarró de las piernas y me zambulló en el agua. Estuve sumergida unos segundos, forcejeando con él. Entonces, me soltó y saqué la cabeza del agua. Estaba delante de mí con expresión divertida. Las gotas le caían desde el pelo hasta el cuello. Era muy sexy.

Nunca creí que una gota fuera a parecerme sexy.

—Tenías razón, no se está tan mal —dijo, divertido.

—Casi me he tragado agua por tu culpa.

—No he sido yo. Ha sido el tiburón que llevo dentro.

—¡Podría haber muerto!

—Dramática.

Le salpiqué agua en la cara y él sonrió ampliamente.

Entonces, me di cuenta de que él sí llegaba al suelo. Yo no. Tenía que estar nadando como una idiota. Me agarré a él como un koala, cosa que no pareció disgustarle demasiado.

—No necesitamos una cama para lo de antes —susurré, acercándome.

Le besé en la comisura de los labios, y en la mejilla, y en la mandíbula, que pinchaba un poco. Me detuve en su oreja. Tenía ganas de besarlo entero. 

—No me disgusta tanto eso de que vayas borracha —bromeó, apretándome contra sí mismo.

—¿Eso es un sí...?

—Mi familia está a treinta metros de nosotros.

—Estamos en la oscuridad —bromeé, agarrando su lóbulo con los dientes.

Vale, eso jamás lo habría hecho sin estar un poco bebida.

Bendito alcohol.

—Jen... —sonaba como una advertencia.

—Me apetece hacer algo que me saque un poco de la rutina.

—¿Y tener sexo en un lago entra en esa lista? —bromeó.

Lo ignoré y me acerqué lentamente a su boca. Le besé el labio inferior, y luego el superior. Lentamente. Él esbozó una sonrisa perversa cuando intentó acercarse a mí y me eché hacia atrás, mirándolo.

—Quiero hacerme un tatuaje —susurré.

Él frunció el ceño de golpe.

—¿Qué? ¿Ahora?

—Sí, ahora.

—¿Estás segura...?

—Estoy segura.

—¿Por qué?

—Porque tengo noventa dólares y estoy borracha.

Me sonrió de lado, negando con la cabeza, mientras tiraba de su brazo hacia el muelle de nuevo.

Por suerte, tenían toallas ahí fuera. Tardé un poco en secarme el pelo mientras él se quitaba la camiseta empapada. Subimos de puntillas a su habitación para cambiarnos de ropa. No sé por qué, pero decidí ponerme una camiseta suya. Olía a él. Me gustaba.

Jack abrió la puerta por mí y nos metimos los dos en su coche. Yo todavía tenía el pelo húmedo.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto?

—¿No se suponía que tú eras el atrevido de la relación?

—Solo... no quiero que mañana te arrepientas de haberte hecho uno.

—No me arrepentiré de nada de lo que pase esta noche, te lo aseguro.

Puso los ojos en blanco, divertido, y aceleró.

Una hora más tarde, estaba sentada en una especie de camilla con la camiseta subida hasta por encima de mi ombligo. El tatuador levantó las cejas cuando vio el golpe que ya se estaba borrando junto a mis costillas.

—Eso debió doler.

—Más le dolerá al que lo hizo —murmuró Jack.

Le agarré la mano con fuerza mientras notaba que la aguja se acercaba a mi piel.

Un buen rato después, volvía a aparcar en su casa del lago. Todo el mundo estaba ya durmiendo. Subimos las escaleras de puntillas y entramos en su habitación. Lo primero que hice fue detenerme frente al espejo y levantar su camiseta para ver mi cadera.

—No sé si ha sido la mejor decisión del mundo —murmuró Jack, deteniéndose detrás de mí.

—A mí me gusta.

—Eres una copiona.

Me había hecho la misma águila que tenía él en la espalda justo encima del hueso de la cintura.

—¡Si ha sido idea tuya!

—Así tengo una excusa para que te quites la camiseta, ¿no?

Sonreí, divertida, y me di la vuelta para rodearle el cuello con los brazos.

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