Antes de diciembre / Después...

By JoanaMarcus

156M 9.2M 38.4M

PRIMER Y SEGUNDO LIBRO [Primer y segundo libro ¡publicados en papel! Esta es solamente la primera versión de... More

LIBRO 1: Antes de diciembre + trailer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26 - final
LIBRO 2: Después de diciembre
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 17

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By JoanaMarcus

Lo he subido antes sin querer y lo he borrado a toda velocidad. Pero me ha dado la vena de inspiración y lo he corregido rápido para poder subirlo el mismo día, ¡que lo disfrutéis! :D


Cuando llegué a la puerta de salidas, tenía el corazón en un puño. No sabía muy bien por qué estaba tan nerviosa, pero lo estaba. Me temblaban las piernas. Me mordisqueé el labio inferior y seguí a los demás pasajeros hacia la salida, donde busqué entre la gente que esperaba. Casi todo eran familias con niños que se reunían con padres y madres. Mi caso era bastante distinto.

Entonces, mi mirada se clavó en Naya, que empujaba a la gente para abrirse paso de malas maneras para ver quién salía y quién no. Will la miraba, sacudiendo la cabeza, avergonzado cuando le dijo a un hombre que se apartara de su camino. 

Sue estaba a su lado comiendo una golosina con cara de aburrimiento. El simple hecho de que hubiera venido hizo que se me derritiera un poco el corazón. Quizá se había encariñado de mí, después de todo.

Jack estaba mirando la puerta con el ceño fruncido. No daba señales de estarlo, pero yo sabía que estaba nervioso. No dejaba de estirar el cuello para ver quién salía y quién no.

Entonces, Naya se giró y, al instante en que me vio, soltó un chillido de emoción. Los otros tres dieron un salto del susto y la mitad de la gente que estaba ahí se quedó mirándonos. Estaba empezando a acostumbrarme a que la gente de los aeropuertos se girara para mirarme con mala cara.

Pero ella ya se había lanzado sobre mí y me abrazaba con fuerza, casi aplastándome. No tuve mucho tiempo de preocuparme de los demás.

—¡Por fin! —me chilló, mirándome—. ¡No sabes lo largo que se hace esto sin ti! Son tres contra uno. Es agotador. Si contigo ya es difícil aguantarlos, imagínate estando sola. Sola ante el peligro.

—Lo siento —mascullé, divertida.

—¡Espero que, al menos, hayas venido de buen humor! Vamos a tener que devolverles muchas bromas para ponernos al día.

Sonreí, negando con la cabeza.

—Bueno, ¿has terminado? —la voz de Jack me devolvió a la realidad cuando se acercó—. No eres la única que quiere saludarla.

—No he terminado —protestó Naya.

—Sí has terminado —Will la arrastró del brazo a su lado.

Jack se me quedó mirando un momento y fue, en ese preciso momento, cuando me di cuenta de que lo había echado de menos. Pero hasta un nivel que no entendía. Como si hubiera pasado una eternidad.

Había notado su ausencia en casi todos los aspectos. Durmiendo sola, paseándome por la cocina sin notar su mirada sobre mí, sentarme en el sofá sin que estuviera conmigo, no poder ver una película con él, no ir a por comida juntos... en todo. No estaba segura de si era normal o enfermizo.

En cualquier caso, me daba miedo y me gustaba a partes iguales.

Miedo porque nunca me había pasado eso. Nunca me había sentido tan dependiente de alguien en mi vida. Me sentía como si me estuviera exponiendo un poco más de lo acostumbrado a ser un blanco fácil.

Pareció que iba a decir algo, pero no hacía falta. No necesitaba oírlo. La agarré de los cordones de la chaqueta y tiré de él hacia mí. Lo noté tenso por la sorpresa cuando lo besé en los labios. 

Cuando me separé de él, no me atreví a mirarle la cara, así que lo abracé con fuerza. Incluso había echado de menos su olor. Eso empezaba a ser enfermizo.

Sonreí a Will por encima de su hombro. Él me revolvió el pelo.

Naya tenía la boca abierta de par en par.

Will me sonrió y asentimos a la vez con la cabeza. A veces, me recordaba tanto a Spencer... bueno, a una versión mejorada de él que no me tiraba cereales al pelo cuando se enfadaba conmigo.

—¿Qué tal estaban tus padres? —me preguntó él, mientras Jack se separaba de mí para dejarme hablar con ellos.

Seguía sin atreverme a mirar su reacción, por cierto.

—Muy bien —sonreí—. Me han tratado mejor estos tres días que durante toda mi vida.

—Es lo que tiene que te echen de menos —dijo Sue.

—Gracias por venir, Sue —le sonreí.

Ella me miró, incómoda, y frunció el ceño. No estaba muy acostumbrada a que la gente le agradeciera cosas.

—Bueno —Jack se frotó las manos—. ¿Vamos a casa?

—Por favor —murmuré—. Las lentillas me están matando.

Habían venido en el coche de Jack. Miré sus pegatinas con una sonrisa y subí a la parte de delante, quitándome el abrigo. Él parecía feliz mientras encendía el motor. Me miró, sonrió y aceleró.

—¿Y qué habéis hecho estos días? —pregunté, mirando a los demás.

—Fuimos a una exposición de la madre de Ross —me dijo Will.

—Sí, y lo primero que hizo al ver a Ross fue preguntarle dónde estabas —dijo Naya, divertida.

—Antes solo preguntaba por mí. Me siento sustituido —protestó Jack.

—Si te consuela, mi familia me preguntó más por ti que por mí —mascullé de mala gana.

A él se le iluminó la cara con una sonrisa petulante enseguida.

—Ah, ¿sí?

—Me hubiera gustado ir —desvié el tema de nuevo. Me daba vergüenza admitir que había estado hablando de él con mi familia.

—Ya podrás ir a las otras cincuenta que organiza siempre —me aseguró Jack.

—¿Y qué has hecho tú por tu hogar? —Naya me sonrió—. ¿Algo interesante?

—Pasé la mayor parte del tiempo con mis padres y mis hermanos.

Seguía sin hablar de Monty. No quería hacerlo. Ellos no parecieron darse cuenta de la omisión. Al menos, todos menos Jack, que me miró de reojo.

No sé si me encanta o no que nos conozca tanto, Jenny.

Ya en el bloque, nos cruzamos con Agnes, que me saludó y me preguntó cómo me había ido, si mis padres estaban bien... lo típico. Siempre siendo muy simpática conmigo. Se despidió de nosotros y nos avisó de que Mike estaba en casa.

Efectivamente, estaba sentado en el sofá bostezando. Cuando nos oyó llegar, se puso de pie y vino a abrazarme, para mi asombro. Estaba tan sorprendida que no correspondí. Jack lo miraba con los labios apretados.

—Por fin —suspiró, separándose—. La apaciguadora.

—¿Eh? —pregunté.

—Me he dado cuenta de que el humor de tu novio varía en función de si estás o no —sonrió ampliamente—. Al menos, ahora no estará de mal humor.

Me puse roja sin saber muy bien por qué. Jack suspiró y lo empujó ligeramente hacia el sofá, diciéndole que se dejara de tonterías.

Yo, por mi parte, me metí en su habitación y me cambié de ropa hacia el pijama y las gafas. Qué descanso...

Estaba tan contenta... y el humor se me vino un poco abajo cuando vi que Lana también había aparecido. Me miró de reojo, pero no dije nada. No quería llevarme mal con ella. No quería. Solo quería estar bien con todo el mundo de una vez por todas. Y eso la incluía a ella. Especialmente, si era amiga de Jack, porque tendría que verla a menudo y no quería que él se sintiera incómodo.

—Ahora que lo pienso —me detuve cuando iba a sentarme—, tengo una sorpresita para vosotros.

—¿Es comida casera? —preguntó Sue, lamiéndose los labios.

—Efectivamente —sonreí, levantando dos fiambreras que mi madre me había hecho—. Galletas de mi madre. Su receta especial. Y... madre mía, ¿cuántos ha metido?

No había terminado de decirlo y Jack ya me lo había quitado de las manos. Todos se lanzaron sobre él como gaviotas para robarle. Will fue el único que se la quitó de las manos y me lo ofreció.

—Son de Jenna —les dijo, como si fueran niños pequeños.

—¡Es de todos! —protestó Naya.

—¡Eso! —le dijo Sue.

Will los ignoró y me dio la fiambrera.

—El único caballero que hay aquí —dije, mirando fijamente a los dos hermanos que se peleaban por un sitio en el sofá. Se detuvieron para ponerme mala cara, ofendidos.

—Oye, yo también soy muy caballeroso —protestó Mike.

—Y yo —dijo Jack con cara de indignación.

—No me lo puedo creer —Naya se llevó una mano al corazón—. Es la primera vez en años que están de acuerdo en algo.

Los dos dudaron un momento, se miraron entre ellos y se pusieron cada uno en un extremo del sofá, incómodos. Sonreí, divertida, y me senté en medio. Dejé la fiambrera en la mesa y todo el mundo agarró unas cuantas. Ya iban por la mitad cuando me fijé en que Lana no había comido nada. Solo miraba a los demás con el ceño fruncido.

—¿No tienes hambre? —le pregunté.

Ella me miró con cierta desconfianza.

—Si me como eso, engordaré cien kilos.

—Son integrales —le aseguré—. Mi madre está a dieta. O lo intenta.

Le ofrecí la fiambrera. 

No estaba segura de por qué estaba siendo amable con ella. Después de todo, ella no lo había sido mucho conmigo. Sin embargo, sentí que era inútil llevarnos mal. Al menos, por mi parte no me comportaría como una chica de diez años.

Por un momento, dudó. Después, como si hubiéramos firmado un contrato de paz temporal, me dedicó una pequeña sonrisa —la primera real que había visto— y agarró una, dándole un mordisco.

—Ahora que lo pienso —Naya miró su galleta—, ¿no estábamos a dieta, Jenna?

—Estabais —Jack hizo un énfasis en el pasado de la palabra.

—¡Dime que no te la has saltado durante esos dos días y miedo! —me miró como si la hubiera traicionado.

Dudé un momento cuando todo el mundo me miró.

—Eh...

—¡No me lo puedo creer!

—Si tú te estás comiendo galletas —Jack le frunció el ceño.

—¡Integrales!

—¿Y crees que por eso no engordan?

Naya dudó un momento.

—¡No la defiendas, Ross, no se merece defensores!

—¡Era el cumpleaños de mi madre! —intenté justificarme torpemente.

—Qué traición —repitió, poniéndome cara amarga.

—Lo siento, Naya, soy débil —suspiré—. Me declaro oficialmente fuera de la dieta.

—¿Eso quiere decir que no tendré que ver bolsas de ensalada cada vez que abra la nevera? —preguntó Sue—. Me estaban deprimiendo bastante.

—¡Solo llevamos unas semanas!

—Me sorprende que haya durado más de una hora, la verdad —sonreí.

—Pero... —Will la miró—, ¿ayer no cenamos hamburguesas, Naya?

Ella lo pensó un momento. Tras unos segundos, su expresión pasó de la indignación total a una sonrisa inocente.

—Oh, bueno, sobre eso... creo que es hora de terminar con la dieta.

Le tiré una galleta a la cara, que rebotó en el regazo de Mike mientras ella protestaba. Mike se la comió tranquilamente, ignorándonos.

Nos pasamos casi una hora probando la comida que mis padres me habían metido en la maleta. Con razón me había pesado tanto al volver. Yo dejé de comer la primera. Después de todo, había estado con ellos tres días y había tenido más que suficiente. Ellos también tenían derecho a disfrutar. Lana fue de las que más comieron. Incluso se relamía los labios. Ross y Mike parecían pisarle los talones.

Eran como dos pozos sin fondo. Y ninguno de los dos engordaba por mucho que comiera. Otra cosa que tenían en común. Otra de muchas, aunque no quisieran admitirlo.

Llegó la hora de irse a dormir y Naya decidió irse a la residencia. Mike se quedó en el sofá mientras los demás se despedían de Lana. Ella, como siempre, abrazó a todo el mundo menos a Sue y a él. Sin embargo, cuando se acercó a mí, también me abrazó. Nunca lo había hecho. Estaba tan sorprendida que no respondí inmediatamente. Terminé dándole una palmadita en la espalda, confusa.

¿Era un plan maligno o se había levantado de buen humor? Qué misterio.

Las galletas de tu madre hacen milagros.

—Pues... —Will se estiró cuando ellas dos se marcharon—. Creo que me voy a la cama.

—Sí, marchaos —murmuró Mike—. Que quiero llamar a una amiga y me molestáis.

—No te traigas a nadie a mi casa —le advirtió Jack—. Y menos a mi sofá.

—He dicho llamar —le dijo su hermano, indignado—. ¿Quién te crees que soy? 

—Sé quien eres. Por eso te lo digo.

Hubo un momento de silencio. Él miró su móvil con expresión inocente.

—Vale, no la traeré —dijo, poniendo los ojos en blanco.

—Así me gusta.

—Esto es injusto, ¿por qué tu puedes hacer lo que quieras con Jenna en tu habitación y yo no puedo traer a una chica al sofá?

Genial. Me estaba poniendo roja como un tomate. Intenté retroceder hacia el pasillo, avergonzada. Jack procedió a ignorarlo categóricamente mientras me seguí hacia la habitación.

Ahí, se me pasó la vergüenza que me había provocado Mike cuando me dejé caer en la cama. Eran tan cómoda...

—¿Te reirías de mí si te dijera que me he acostumbrado tanto a dormir aquí que se me ha hecho rara mi propia cama? —mascullé, mirándolo.

Él sonrió de lado, pero no dijo nada.

—Oh —me incorporé rápidamente—. Tengo tu dinero del vuelo.

—No me lo des.

—Pero...

—Era un regalo de Navidad adelantado.

—¿Otro? —enarqué una ceja.

—Es de mala educación rechazar un regalo, Jennifer Michelle.

Le tiré una almohada a la cabeza al momento, haciendo que él se riera de mí.

—No vuelvas a llamarme eso.

—Vale, Jennifer Mi... ¡vale! —levantó las manos en señal de rendición cuando amenacé con tirarle mi propio móvil—. Sí que debes odiarlo. Estabas dispuesta a sacrificar tu móvil. ¿Por qué no te gusta?

—Oh, ¿a ti te gusta?

—Es original —se encogió de hombros.

Dudé un momento. A él le brillaron los ojos por la curiosidad, como siempre que me quedaba en silencio.

—¿Acaso tiene una historia humillante, profunda y divertida detrás, Jennifer Michelle?

—Como vuelvas a llamarme así...

—Vale, vale, pero quiero oír esa historia.

Esperó pacientemente, como un niño por una golosina. Repiqueteé los dedos en mi estómago, un poco abochornada.

—Cuando era pequeña, me avergonzaba cualquier cosa. Y cuando digo que me avergonzaba, quiero decir que mi cara se ponía totalmente roja —empecé a decir—. Especialmente cuando los profesores me llamaban en clase. Siempre usaban mi nombre completo. Siempre. La cuestión es que, un día, estábamos hablado de la película de Mulán, la chica esa que se metió en el ejército para...

—Sé quién es Mulán —puso los ojos en blanco.

—Bueno, el profesor se equivocó y me llamó Mushu en lugar de Michelle. Desde entonces, todo el mundo llamaba eso cuando me ponía roja.

Él me miró unos segundos y pude ver la risotada que reprimía. Entrecerré los ojos.

—¡No es gracioso! —protesté.

—Mushu es un personaje entrañable, Michelle, no hay de qué avergonz...

—Vuelve a llamarme Michelle...

—¿Y qué harás, Michelle?

—Me iré a dormir con tu hermano.

Él se detuvo al instante, levantando las manos en señal de rendición.

—Vale, vale —apretó los labios, intentando no reírse con todas sus fuerzas—. No te pongas así. No me estaba riendo.

Suspiré y me incorporé, yendo hacia la maleta.

—¡No me he reído! —protestó, ofendido.

—No es eso, tonto.

—Tonto —repitió, y esta vez sí que se rio—. Mira que me han llamado cosas, pero nunca tonto.

—Pues eres tonto.

—Qué maduro, Mich...

Se detuvo en seco cuando lo miré.

—No sé si sentirme ofendido por lo de tonto o no —dijo, volviendo al tema.

—Pues cada vez que me llames Michelle, te llamaré tonto.

Agarré la bolsa que buscaba en mi maleta.

—Tengo algo para ti —le dije con una pequeña sonrisa.

Él entrecerró los ojos cuando me vio escondiendo algo detrás de mi espalda.

—Espero que no sea una bomba por haberte llamado por tu nombre completo.

—No es una bomba —puse los ojos en blanco.

—Vale. No es una bomba —se incorporó, quedándose sentado al borde de la cama—. ¿Qué es? ¿Un conjunto sexy?

—¿Eh? —¿en serio me estaba volviendo a poner roja?—. ¡No!

—Ya no me apetece tanto verlo, entonces.

Suspiré y le enseñé la bolsa. Él pareció confuso mientras lo agarraba y lo observaba minuciosamente.

—¿Un regalo? —preguntó, confuso, viendo el papel plateado que lo envolvía.

—No te di nada por tu cumpleaños —le recordé.

—Oh, sí me lo diste —sonrió perversamente.

—¡Jack!

—El mejor regalo de mi vida.

—¡Solo... ábrelo!

Él pareció genuinamente feliz mientras destrozaba el papel que tanto me había costado que quedara bien. Cuando terminó de hacerlo, sostuvo en alto su regalo. Durante un segundo, no entendió nada. Después, entreabrió los labios.

—¿Es...? —estaba tan sorprendido que no terminó la pregunta.

—Una primera edición de un cómic de Thor —sonreí, entusiasmada—. ¿Te gusta?

Él me miraba entre la confusión y el asombro. Mi sonrisa empezó a esfumarse.

—¿No te gusta? —pregunté, algo desilusionada.

—¿De dónde lo has sacado? —su voz era de sorpresa absoluta.

 ¡Por fin hemos conseguido dejarle sin palabras nosotras a él!

—A mis hermanos mayores les gustan los cómics, ya te lo dije. Spencer lo tenía en su habitación. Tuve que limpiarle el coche, pero valió la pena. Me dijo que prefería que lo tuviera alguien que supiera apreciarlo.

Él estaba pasando las páginas. Todavía tenía la boca entreabierta.

—Puedo cambiar de regalo si no te ha gustado —añadí, un poco decepcionada al ver la falta de reacción. Con lo que me había costado limpiar ese maldito coche...

—Claro que me ha gustado —por fin, reaccionó y me miró—. Me siento halagado. Limpiaste un coche por mi felicidad.

—Dicho así, suena como si fuera una heroína o algo así —sonreí.

—No suelo recibir muchos regalos —dijo, cerrando el cómic de nuevo.

—¿Ni en Navidad?

—Oh, sí, de mis padres, pero no es que me conozcan mucho como para hacerme un regalo que me guste.

—¿Y qué te regalan? —pregunté, confusa.

—Un año me regalaron un coche —murmuró, dejando el cómic en la mesita de noche. Cuando se giró y me vio con la boca abierta, pareció divertido—, ¿qué?

—¿Un coche es poca cosa? —mi voz sonó aguda.

—No es que no me gustara, pero...

—¿Hay peros? ¡Te regalaron un coche! ¡A mí me regalan calcetines! ¡Y feos!

—No es cuestión del precio del regalo, sino de su implicación emocional.

Eso me dejó descolocada un momento. Nunca me había detenido a pensar en la posible implicación emocional que pudiera tener un regalo de mis padres.

Él me devolvió a la realidad cuando extendió su mano hacía mí. Agarré su mano y dejé que me arrastrara un poco más cerca.

—Así que un beso en público —sonrió perversamente—. No sé si estaba preparado para que me sacaras del armario.

—Oh, vamos, no estabas en ningún armario.

—Claro, señora Ross-en-público-Jack-en-privado.

Apreté los labios, pero él parecía estar de buen humor.

—Te he llamado Jack y te he besado en público. Supéralo.

—Oh, me va a costar superarlo, te lo aseguro.

Hizo una pausa para pasar los brazos a mi alrededor, atrayéndome con expresión juguetona hacia su regazo para sentarme en él.

—¿Eso significa que ya no tengo que contenerme en público?

No le respondí. No me apetecía seguir hablando. Me apetecían... ejem... otras cosas.

Me incliné sobre él y le agarré la cara con ambas manos. Me correspondió al beso enseguida. Me gustaban sus besos. Siempre eran diferentes. Ese en concreto fue más profundo que de costumbre. A pesar de que hubiera estado haciendo bromas todo el rato, quizá sí que me había echado de menos de verdad.

Noté sus labios en la comisura de la boca, bajando por mi garganta y sus manos subiendo por mi espalda. Cuando se detuvo en mi sujetador, fue cuando el mismo dolor que esa mañana me recorrió el torso entero. Y eso que ni siquiera había tocado el golpe. Era como si mi propio cuerpo me recordara lo que había pasado.

Por supuesto, notó que me tensaba enseguida. Se separó un poco, confuso.

—¿Qué pasa? —preguntó.

El golpe. Se me había olvidado. No era muy grande, pero si lo veía... no sabía muy bien cómo explicárselo.

—Nada —mentí—. Tengo la regla.

Él me observó un momento. Obviamente, sabía que mentía. Siempre lo sabía. Era peor que mi hermana.

—¿Qué pasa, Jen? —repitió, y su tono de voz cambió a uno menos relajado.

Suspiré. Debería practicar eso de mentir sin entrar en pánico y que se me notara.

—Es una tontería —le aseguré, intentando besarlo otra vez, pero me detuvo echándose un poco hacia atrás, desconfiado.

Nuestra primera cobra asesina.

—¿Qué tontería?

—Ninguna. Olvídalo.

—¿Por qué no quieres quitarte el jersey? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—Me he tatuado tu cara —bromeé.

—Jen —no pareció hacerle mucha gracia.

Pero, ¿cómo podía saber que era algo malo? ¡Si estaba disimulando bien!

No, no estás disimulando bien, querida.

—¿Y bien? —preguntó.

—Para —advertí, a la defensiva.

Él frunció el ceño cuando me puse de pie. No quería enseñárselo. No quería volver a pensar en Monty, en Nel o en nada que tuviera que ver con ellos. Y no quería pagarlo con Jack.

—Así que es algo malo —concluyó por mí, sin moverse.

—No —le solté de malas maneras.

—Jen...

—No es problema tuyo, ¿vale?

—Tú eres problema mío.

Suspiré. ¿Por qué se las arreglaba por parecerme tierno incluso en un momento así? ¿Y por qué me las arreglaba por ser una imbécil cuando él se portaba tan bien conmigo? Me enfadé conmigo misma.

—Enséñamelo —me pidió en voz baja.

Lo miré un momento y luego asumí que lo vería en algún momento, así que agarré mi jersey y lo subí hasta la altura del sujetador. Ahí, justo debajo de mis costillas, se veía la zona roja y azulada. Me pareció mayor que la última vez que lo había visto, aunque quizá era por la expresión de Jack, que se había oscurecido.

—¿Contento? —bajé el jersey de nuevo, entre avergonzada y enfadada.

—¿Tengo cara de estar contento?

—Tampoco es para tanto —puse los ojos en blanco.

Me dedicó una mirada que, probablemente, me hubiera asesinado de haber sido posible. Nunca me había mirado así. No me gustó la sensación. Quería que me mirara como siempre. Aunque no me lo mereciera.

—¿Que te den un puñetazo no es para tanto? —preguntó en voz baja.

—¿Cómo sabes...?

—He visto suficientes puñetazos como para ser capaz de reconocer uno —me cortó.

—Yo también le golpeé —le dije, frunciendo el ceño—. Le di una bofetada.

—¿Por qué? —enarcó una ceja.

Dudé un momento, tragando saliva.

—Intentó besarme —mascullé.

¿Por qué me sentía como si estuviera en un interrogatorio? Tragué saliva de nuevo. Se me estaba formando un nudo en la garganta.

—Yo también lo golpeé —repetí, viendo que su expresión no cambiaba.

Quizá eso fue como pulsar un botón para perder la paciencia, porque agachó la cabeza, apretando los labios. Cuando volvió a levantarla, vi el enfado creciendo lentamente.

—¿Por qué demonios sigues defendiéndolo? —me preguntó, poniéndose de pie—. Destrozó tus cosas, te ha dado un puñetazo y... no quiero saber qué más ha hecho. ¿Qué más necesitas para ver que es un puto imbécil?

Wow. Nunca había usado palabrotas así. Di un paso atrás, intimidada, por la costumbre con Monty. Pero él no era Monty. No se acercó a mí en ningún momento. Solo me miraba, furioso.

—Todos la hemos cagado alguna vez —murmuré.

—Venga ya, Jen. Eso no es cagarla, eso es ser un... —se cortó a sí mismo—. No me puedo creer que sigas defendiéndolo.

—¡No estoy defendiéndolo! —dije, indignada, recordando que mi padre me había dicho exactamente lo mismo.

—¡Estás justificando que te golpee! —me dijo, furioso—. ¿No te das cuenta de lo enfermo que es eso?

—Pero...

—¡No tiene justificación! ¡No la hay! ¡Te ha golpeado! ¡Y tú sigues sin entender lo grave que es!

—¡No es...!

—¡No me digas que no es tan grave! —cerró los ojos un momento—. ¿Y no se te ocurrió pedir ayuda a nadie? ¿Estabas sola con él?

—Sí...

—¿¡Por qué demonios estabas sola con él sabiendo cómo es?!

—¡Porque puedo defenderme sola! ¡Sé... sé dar puñetazos!

—¡Puedes saber hacer movimientos perfectos de kárate sin que sirva para nada porque, a la hora de la verdad, no los usas!

—¡Puedo defenderme sola! —repetí, furiosa.

—¡No, no puedes! ¡Al menos, no con él! ¡Te escondes detrás de esa fachada de chica dura pero, en realidad, cuando él te trata mal te conviertes en su sumisa!

—No me llames sumisa.

—¡No te comportes como una! ¡Estabas en una relación tóxica, por Dios! ¡Date cuenta de una vez!

—¡No era una relación tóxica!

—¿Has buscado alguna vez lo que es una relación tóxica en internet, Jen? Creo que podría ilustrarte bastante.

El hecho de que lo dijera como si fuera idiota hizo que me avergonzara y enfadara más, a partes iguales.

—Te recuerdo que era mi relación, Ross, no la tuya.

—Oh, ¿ahora soy Ross otra vez?

—¡Sí!

—¿Por qué? ¿Por intentar abrirte los ojos?

—¡No necesito que me abras los ojos, no soy una idiota!

—¡No, no lo eres, pero cuando hablas de él te comportas como una!

—¿Por qué? ¿Porque te pones celoso?

Las palabras salieron más precipitadas de lo que pretendía. Me arrepentí al instante.

Él me miró un momento en silencio y sentí que se me secaba la boca. Odiaba que me mirara así. Solo esa mirada de decepción y enfado hacían que me sintiera peor que mil puñetazos de Monty en las costillas.

—Lo siento, no quería decir...

—Pues sí —me interrumpió—. Es precisamente por eso.

Me quedé muda por un momento. Él me miraba fijamente, sin titubear. Yo, por otra parte, noté que mi corazón empezaba a palpitar con fuerza.

—Me gustas, ya lo sabes —murmuró—. Por eso no soporto verte así. Antes pensaba que era por el simple hecho de verte con él, pero no es eso. Es mucho más. Podría vivir sabiendo que estás con alguien que te hace feliz, pero esto... no puedo, Jen. No puedes obligarme a ver cómo te haces esto a ti misma... como dejas que te hagan eso... y pretender que no me importe.

Durante los primeros momentos, me había quedado sin habla, pero la última frase me hizo reaccionar.

—¿Hacerme esto? —repetí en voz baja.

—Dejar que te trate así —sacudió la cabeza—. ¿Por qué dejas que lo haga?

Dudé un momento. Se me estaba formando un nudo en la garganta. Oh, no.

—No lo sé —admití en voz baja, y me di cuenta de que era verdad.

¿Por qué seguía defendiéndolo? ¿Por qué no me había defendido yo? Hubiera podido hacerlo. Pero no lo había hecho.

—¿Crees que eso es lo mejor que puedes tener? —preguntó, acercándose un paso hacia mí—. No es así. No te mereces esto. Nadie se lo merece.

—Ya no estoy con él —murmuré, un poco confusa.

—¿Y si viniera a mi puerta y se pusiera a llorar y a suplicarte que le perdonaras... no lo harías? ¿No volverías con él?

—No —ni siquiera lo pensé.

—Venga ya, Jen.

—¡Es verdad!

—Imagínate que hubiera venido hace un mes y lo hubiera hecho, ¿no habrías vuelto con él enseguida?

—No sé qué habría hecho hace un mes, pero sé lo que haría ahora. Y le diría que no.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—¡Porque ya lo hizo! Ya lo intentó. Y le dije que no.

Jack se quedó mirándome un momento.

—Porque... me gustas tú, no él —añadí en voz baja.

No me atreví a mirarlo. Me había gustado algún que otro chico en mi vida, pero jamás me había atrevido a decírselo. Jamás. Era mi primera declaración.

Como salga mal, el trauma va a ser bonito.

Levanté la mirada cuando pasaron unos segundos sin que ninguno de los dos dijera nada. Él me miraba, pero no me veía. Seguro que estaba pensando a toda velocidad, como siempre. Y, también como siempre, no terminaba de entender su expresión facial. Era extraño que fuera tan abierto para algunas cosas pero, para otras... fuera tan difícil de leer.

—¿Le dijiste eso? —su tono de voz culpable me sorprendió.

—¿Cómo?

—¿Te golpeó por eso? ¿Porque le dijiste que te gustaba yo?

Oh, no. Mi corazón se fundió. Se sentía culpable. No, no era culpa suya. Jack no tenía nada que ver.

—Jack...

—¿Te duele? —me interrumpió.

Negué con la cabeza. Me había dejado de doler esa mañana.

—¿Quieres que haga algo? —preguntó—. Porque si me dices que no, intentaré no hacerlo, pero si me dices que sí...

—Solo quiero olvidarme de él.

Él asintió una vez con la cabeza. Se me hacía extraño que alguien que no fuera de mi familia intentara protegerme. Era una sensación... agradable.

Parecía que las cosas se habían calmado después de la pequeña —y, a la vez, gran— discusión. Él también se había calmado, así que hice un ademán de acercarme y, cuando vi que no se echaba hacia atrás, corté la distancia entre nosotros y lo rodeé con los brazos, apoyando mi frente en su hombro. Cerré los ojos cuando correspondió al abrazo y sentí su cálido aliento en mi oreja.

—Más le vale que no vuelva a verlo —masculló, de todos modos.

Intenté ignorarlo. Esperaba no volver a verlo. Nunca. Y también esperaba que Jack no volviera a verlo jamás. Me imaginaba que él podía defenderse perfectamente, pero la simple idea de que Monty pudiera golpearlo... no. No quería ni pensarlo.

—Siento haberlo defendido —mascullé.

—No pasa nada.

—Y siento haberte llamado Ross —nunca creí que me disculparía con él por eso.

—Siento haberme puesto a gritarte —refunfuñó, apartándose un poco de mí.

—Me lo merecía un poco —mascullé, y él no lo negó, aunque ya no parecía enfadado.

—Vamos, deberías ponerte hielo —me dijo tras suspirar.

—Ya no me duele.

—¿Cuántas veces tengo que decirte lo mal que mientes para que dejes de hacerlo?

Desapareció por un momento y, cuando volvió, traía un poco de hielo en un trapo. Me miró, esperando pacientemente, y yo me quité el jersey, quedando en sujetador. A esas alturas, probablemente conocía mi cuerpo mejor que yo. Ya ni siquiera me daba vergüenza. Me colocó con cuidado la bolsa ahí y me estremecí.

—Mierda, está muy frío —mascullé, sujetándolo.

—Vaya, yo que creía que el hielo estaba caliente, Mushu...

Lo miré con mala cara.

—Te merecías que te lo llamara una vez.

—¡La última! —exigí.

—Como desees —me aseguró enseguida, divertido, pero los dos sabíamos que no era cierto.

Y, así, todo volvió a la normalidad. Era tan fácil hacer las paces con él...

Me quedé tumbada en la cama y él se tumbó a mi lado. Por un momento, nos quedamos los dos mirando al techo. Después, noté que me pasaba un brazo por encima del hombro y me acurruqué contra él, sujetando el hielo en el golpe. Él me besó en el pelo. No lo había hecho nunca, pero podía acostumbrarme fácilmente a ello.

—Mushu —reflexionó en voz alta—. La gente de tu clase no era muy original.

—Bueno... es rojo y yo me ponía roja...

—Solo un genio podría llegar a esa conclusión.

Me incorporé un poco para mirarlo con los entrecerrados.

—¿Y tú eres más original poniendo apodos que ellos?

—Quizá no sea más original, pero soy mejor.

—Muy bien, ¿cómo me llamarías tú?

—Mi novia.

Mi corazón se detuvo un momento.

¿Acababa...?

Lo ha hecho.

No, no... no lo había hecho, no era posible...

¡Que sí lo ha hecho!

Pero...

¡Responde de una vez!

—Bueno —sonrió—, no esperaba un sí directo... pero tampoco esperaba esa reacción.

—Yo... —me había quedado muda.

Cerré los ojos un momento, volviendo a la realidad.

—¿Un sí directo? —necesitaba que lo confirmara—. ¿A qué, exactamente?

—Tú sabes a qué.

Parpadeé mientras él suspiraba.

—Mira, no tienes por qué decírmelo ahora.

—Jack...

—Quiero decir... tenemos tiempo de sobra. Nos vemos, literalmente, cada día.

—Jack —le agarré el mentón con una mano, atrayendo su atención—. Cállate. Sí.

Su expresión fue de sorpresa total durante unos segundos.

—¿Sí?

—Sí —repetí, y me salió una sonrisa sin querer—. Claro que sí, tonto.

Me incliné sobre él, dejando el hielo a un lado, mientras lo besaba con ganas. Él hundió una mano en mi pelo mientras yo me dejaba llevar lentamente. Cuando me separé, vi que me estaba mirando desde muy cerca.

—Esto es lo tercero mejor que me ha pasado hoy.

—¿Lo tercero? —una de mis cejas se disparó hacia arriba.

—He bebido una cerveza y he aprobado un examen —me dijo, muy serio—. Hay cosas en la vida que son difíciles de superar, Mushu.

Cuando le puse mala cara, se empezó a reír.

—¡Has dicho que sería la última vez!

—Vale, esta vez era la última. Lo prometo.

Me agarró de la nuca atrayéndome hacia sí mismo. Me besó en los labios una y otra vez hasta que el beso se volvió más lento, más íntimo. Más él.

Cerré los ojos y me dejé llevar por él. Por mi novio.


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