El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

By Karinebernal

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Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... More

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 20.

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By Karinebernal

Las cosas se han complicado desde que regresamos anoche del palacio. Papá se ha puesto iracundo al ver los golpes en mi rostro y no me ha creído cuando le he dicho que caí de las escaleras de la casa real, por lo que tuve que confesarle toda la verdad, la absoluta. Estuvo a punto de ir a reclamarle al rey, por lo que mamá y yo tuvimos que detenerle y hacerle entrar en razón sobre la mala idea que era aquello.

—Buenos días a todos —Saluda Liz, entrando con una sonrisa en el rostro que no le había visto desde hace días —¿Por qué todos siguen aquí y Emily no está en tutorías?

Hoy decidí no ir al edificio del señor Field para no tener que dar explicaciones sobre mis heridas y tampoco dejar a Rose sola en casa, por lo que mamá tuvo que acompañar a Mia a sus clases.

—Estábamos esperando para ver a qué hora regresarías de casa de Daniel. —Alega padre.

Ayer me encontré con la noticia de que se había ido a pasar toda la noche con él en su vivienda, pues al parecer logró convencerla de hablar sobre el malentendido del compromiso.

—Soy una persona adulta y estaba con mi novio. ¿Qué te pasó en la cara? —Me pregunta al ver mis moretones.

—Nada que quiera contar.

—¿Te los hizo Rose? Porque no me sorprendería —cuestiona al verla desayunar a mi lado —Por cierto, ¿Qué hace aquí?

—Liz, modera tu actitud —advierte mi madre —. Ella es amiga de tu hermana y es bienvenida siempre.

—Pensé que todos estábamos de acuerdo en que ella era una mala influencia para Emily.

—Basta Liz. Tiene derecho de quedarse en casa, así que como tú tuviste la libertad de dormir fuera. Cuando tengas tu propia casa podrás decidir quién entra y quien no.

—¿Desde cuándo nos reprendes?

—Desde que soy tu madre.

—Vine a contarles una noticia que me hace feliz y me recibes de esta manera.

—Eres tú quien ha comenzado a ofender a una amiga de los Malhore.

—Lo mejor será que retire. Emily, te espero en la habitación. Gracias por el desayuno, señora Amanda. —Se levanta Rose, dejando la comida a medias.

—La has incomodado. ¿Por qué tienes que ser tan grosera? —Reclamo, molesta una vez mi amiga sube las escaleras.

—Hay guardias afuera. Seguramente la están buscando. Probablemente, no lo sabes, pero es una meretriz. Todo el mundo lo comenta y ya están pensando que tú también te dedicas a eso.

—Detente, Liz. Si venías a decirnos algo, pues hazlo. Ya deja de molestar a tu hermana.

—Se supone era una increíble noticia, pero todo lo arruinan, porque en esta casa cada cosa gira en torno a Emily Malhore como si nadie más existiese. Me comprometí con Daniel, aunque supongo que no importa ¿verdad? Seguramente si Emily ganara una medalla por algún debate en clases sería mejor recibido.

—¿Por qué tomas esa actitud? ¿Qué te sucede, Liz Marie Malhore?

—¿Es que no se dan cuenta? Acabo de decir que me comprometí con Daniel y solo les interesa la manera en como le estoy hablando a Emily.

—Felicidades —digo, cansada de la discusión.

—No importa. Ya quiero casarme para marcharme de esta casa.

—Hija, nos alegra. Lo juro —Mamá intenta abrazarla, pero ella se mueve —. Simplemente, no entendemos a que viene tu hostilidad.

—Yo también quiero ser tomada en cuenta.

—Y lo eres. Lamentamos si alguna vez te has sentido dejada de lado. Tú eres tan importante como Emily y Mia. Te amamos tanto como a tus dos hermanas. Fuiste nuestra primera alegría y la seguirás siendo por siempre.

—Habla por ti misma, porque no veo a papá con ganas de secundarte —objeta, buscando su mirada —. Parece que él no tiene nada que decir.

—Es mejor que hablemos a solas —responde abatido —. No sé de dónde has sacado esas ideas, cariño, pero son totalmente erradas. Daría mi vida por ti en cualquier momento, pelearía por ti, lo he hecho desde el día en que naciste. Sin embargo, considero que tus reclamos tienen una profundidad mayor y es algo que hay que discutir junto a tu madre.

Los golpes en la puerta interrumpen el discurso de papá y los reniegos de mi hermana. Mamá se aproxima a la entrada y nos informa que se trata de la guardia real.

—Buenas tardes, familia Malhore. Vengo aquí de parte de su alteza el príncipe Stefan quien ha solicitado la presencia de su novia, la señorita Emily, en la plaza de Palkareth.

—¿Debido a qué? —cuestiono extrañada, yendo hasta la puerta. ¿Acaso ya llegaron sus tíos?

—Se trata de un asunto político, prisioneros de guerra.

Edmund. No hay otro nombre para esto. Se trata del asunto con Edmund. Por un momento creí que este tema había quedado aplazado por un tiempo, pero al parecer me equivoqué.

—¿Es necesario que vayas? —desea saber mamá —. Quiero que nos quedemos a celebrar el compromiso de Liz.

—Es muy necesario. Pienso que se trata de una persona que ha estado haciendo mi vida una pesadilla las últimas semanas.

—¿Es sobre Edmund? —deduce mi hermana de inmediato.

—Sí. Stefan busco una solución para el problema. Regreso dentro de una hora.

—¿Qué problema? ¿Qué te hizo él? —Se preocupa mi padre.

—¿Qué van a hacerle? —Liz me sigue cuando salgo a reunirme con el guarda, ignorando las preguntas de papá.

—No le pasará nada malo —le aseguro, subiendo al carruaje —. Todo está preparado para que salga ileso.

—Estás siendo muy injusta con él —mete la mano para impedir que cierre la puerta —. Quiero estar presente. Si vas, yo también.

—Que se haga, entonces.

Al llegar, el lugar está atiborrado de personas. Todos tienen la vista puesta en el escenario de la plaza mientras murmuran debido a la presencia de hombres con uniforme negro y líneas doradas. El escudo bordado en sus trajes con hilos color oro muestran la corona y símbolos propios del reino enemigo.

Puedo observar las armas que cuelgan en sus hombros y la frialdad de su comportamiento. Dan la impresión de que aun cuando el viento sople fuerte, ellos no se moverían un centímetro. Lucen imperturbables sin importar que están rodeados por militares Mishnianos que los doblan en números.

—¿Qué hacen ellos aquí? ¿Cómo vinieron sin desconfiar de que puedan asesinarlos? —Cuestiona mi hermana al verlos.

—Les han enviado para que lleven devuelta a los soldados que secuestraron en el ataque del domingo. —Revelo mientras camino al frente.

—¿Ellos que tienen que ver con Edmund? ¿Qué le harán? Cuéntame el plan, Emily. Te lo exijo.

—Ni siquiera yo tengo certeza sobre lo que pasará a continuación. —digo con sinceridad, atenta al estrado.

—Mishnianos —es el rey Silas quien está al mando —. Hoy nuestro reino tiene dos noticias que contarles, porque una de nuestras premisas es mantener informado al pueblo de cualquier paso que de la monarquía.

No puedo digerir ni una sola coma de su discurso. Es un falso, un mentiroso que lo último que se merece es el título de soberano. Lo desprecio, lo desprecio como a nadie en el mundo.

—Me complace anunciarles que viajaré junto a mi amada esposa hacia Adnerb, Cristeners, para discutir la financiación de un plan de educación gratuita para los ciudadanos Mishnianos pertenecientes a los niveles cero, uno y dos.

El público llena el aire de vítores, encantado por la hipocresía del rey que consideran idóneo. Cuanto quisiera poder gritar y revelar sus verdaderas intenciones.

—Y la segunda, se trata de un acuerdo al que llegamos con el reino de Lacrontte. Uno que nos beneficia grandemente, pero del cual se encargara la persona que tanto enorgullece mi vida, mi hijo, Stefan.

Él, el príncipe humillado, oprimido, amenazado, finge una sonrisa como ahora presiento que lo ha hecho siempre. Camina al frente, separándose de Atelmoff, quien sigue atento sus pasos con sigilo. Da la impresión de que protege de su padre incluso su nadar.

—Pueblo de Mishnock —inicia mientras el rey se retira —. Después de una ardua negociación con el gobierno Lacrontter en donde se buscaba una solución pacífica, acordamos que devolveríamos a un grupo de los soldados de la guardia negra capturados en combate a cambio de una parte del oro que saquearon de nuestras bóvedas hace un tiempo.

El enemigo sonríe al escucharlo, se mofa como si lo que acabase de decir Stefan fuese un chiste, una mentira y a decir verdad, tampoco veo viable que el rey Magnus con todo su historial de ambición decida devolver toneladas de oro por un grupo de Lacrontters.

Soldados Mishnianos salen al ruedo, trayendo consigo una fila de once hombres encadenados unos a otros, y entre ellos se encuentra Edmund Rutheford, vestido con el uniforme del reino contrario.

—¿Qué hace allí? —reclama Liz alarmada —. Él no es un Lacrontter. ¿Por qué lo mezclan como si se tratase de uno de ellos?

El pueblo observa atento la caminata de los reos que se toma el frente. Un soldado rival se pasea ante ellos con una hoja en sus manos y aunque desde mi posición no puedo escuchar lo que dice cuando sus labios se mueven, sé perfectamente de que se trata. Está consultando sus identidades.

—No pueden hacerle eso —se queja mi hermana, desesperada —Sabes cuanto ama la nación. Es imposible. ¡Haz algo, Emily! Habla con Stefan y pídele que lo saque de ahí.

Los soldados Mishnianos liberan las cadenas de los condenados, mientras Liz me arrastra en medio de la multitud para que suba al escenario de la plaza.

—No lo haré —me paro firme —. Esto es por mi bien. Tú jamás me has creído, Stefan si lo hizo y está apoyándome.

—Te estás llevando una vida inocente por delante. Él no merece que le hagan esto.

—No le harán nada. Solo se lo llevarán a Lacrontte, pero no le tocarán un cabello.

El sonido de un disparo aturde mi audición y el de todos los que están próximos a la tarima. Los presentes jadean aterrorizados y una salpicadura me cubre de repente.

Liz gime, llora, se desgarra la garganta cuando dirige la atención al escenario. Me limpio el costado de la cara y mi brazo derecho ante de volverme y encontrar a Edmund en el piso, quien yace por una bala que ha atravesado su cráneo y que ha comenzado a crear una estela roja bajo su cabeza. El sujeto que pedía los nombres le ha disparado.

—¡¿Por qué hicieron eso?! —Reclama el príncipe, aturdido —. Ese no era parte del trato.

Su traje blanco también se ha llenado de sangre. Un grupo de escoltas reales lo cubren, alejándolo del cuerpo y abalanzándose sobre el Lacrontter para desarmarlo.

—No me toquen —discute una vez es despojado de su pistola —. Dijeron que todos eran parte de nuestro ejército, pero no tenemos ningún registro de ese hombre, así que las ordenes Lacrontter dictaminan que se asesine a todo aquel que no esté relacionado con nosotros. —Explica el tirador.

—Pudieron simplemente dejarlo aquí. —Continúa Stefan, alzándose sobre las cabezas del escudo humano que lo encierra.

—Les ayudamos a deshacerse de él.

—¿Cómo pudieron? Él era inocente —acusa Liz con lágrimas en los ojos —. Esta es tu culpa, Emily. Por empecinarte en acusarlo por algo que jamás hizo. ¿Qué le diré a sus padres? ¿Qué mi hermana es la asesina de su hijo?

—Yo no lo mate —me defiendo —. Yo no quería que pasara esto.

El llanto también empieza a llenarme. Su mirada me acusa, me juzga, me señala, pero me niego a sentirme culpable.

—Tú fuiste quien inventó cosas sobre él. Le mentiste a Stefan para que hiciera esto por ti.

—¿Cómo puedes decir eso? Yo solo quería que lo sacaran de mi vida, pero no de esta manera.

Se sube a trompicones al escenario sin importar la advertencia de los guardias para que no lo haga y se arrodilla al lado del cuerpo de su amigo, lo toma entre sus brazos, sollozando, jadeando de dolor, de ira e impotencia.

—Esto es tu culpa. Es lo que tus mentiras han conseguido. Jamás te lo voy a personas, Emily.

Mi corazón se vacía, se hunde cuando me mira desde arriba con odio puro. Mi llanto fluye al no poder contenerlo, al darle lo que ella quiere, hacerme sentir culpable.

—¡Asesinos! —brama dolorida —¡Los Lacrontters son unos asesinos!

—Nuestras leyes lo demandan así, por tal razón no estamos obligados a disculparnos. —sentencia el Lacrontter mientras continúa preguntándole su nombre al resto de los soldados.

—Liz —voy por ella y la rodeo en un abrazo que solo dura milésimas de segundos, pues me aparta con odio.

—Déjame en paz. ¿Qué más quieres? Ya has acabado con él. Eres libre, así que vete de aquí.

—Cielo —Stefan me susurra, tomándome del brazo —Levántate. Vayamos al palacio.

—No puedo dejarla ahí. Tiene que entender que no fue mi culpa.

—Está cegada por la rabia. Nada de lo que digas la hará entrar en razón.

—No quiero que piense que yo quise esto. No quiero que crea que soy su enemiga, que soy una asesina.

—Y no lo eres. En verdad me disculpo por esto. No pretendía que las cosas llegaran a este nivel.

El pueblo está conmocionado viendo el cuerpo acribillado con frialdad y los lamentos de una joven ahora manchada con la sangre de la víctima, sin embargo, debajo de ese estupor se esconde una excitación por el morbo que la muerte siempre trae consigo. Esa extraña fascinación de saber que es incorrecto, pero aun así no poder apartar la mirada. Es eso lo que los mantiene aquí, siendo testigo de cómo un grupo de extranjeros tomaron en sus manos la vida de un Mishniano.

—¡Maldigo su reino, a su rey y a su gente! —Exclama Liz con agonía.

—¿Pueden llevársela? Con sus gritos no puedo continuar haciendo mi trabajo. —Pide el líder con una frialdad inhumana.

Guardias toman a Liz y la arrancan del cuerpo de su amigo, mi verdugo. Grita, patalea y pelea por quedarse a su lado, pero inevitablemente es arrastrada lejos.

—Atelmoff, encárgate de esto —le ordena al consejero antes de caminar conmigo hasta lugar al que fue llevada mi hermana —. Iremos al palacio. Allá se encuentra Daniel, quizás él logre calmarla y así puedas hablar con ella. No está de más recordarte que por favor no comentes que él me ayudó con esto —me rodea los hombros con su brazo derecho mientras con el izquierdo saca un pañuelo de su bolsillo y me lo entrega para que limpie mis lágrimas —. No deseo que te atribuyas ninguna responsabilidad. Desconocía que esto iba a suceder, pero si debes señalar a alguien como ejecutor para que tu hermana no se moleste contigo, no dudes en usar mi nombre, cielo —sisea sobre mi cabeza, dando un beso en mi coronilla.

••••

Han pasado días y Liz no me dirige la palabra. Aquella tarde en el palacio Daniel logró calmarla, pero ella se negó darme la oportunidad de conversar y ahora parece que soy su enemiga pública. Papá y mamá no saben qué hacer para arreglar la situación, cosa que me parte el corazón.

Hace dos días fue el funeral de Edmund, al que, por supuesto, no asistí, pero hecho por el que Liz sigue señalando que fue por mi causa y claro, los Rutheford también están de acuerdo con esa teoría. Odio que ella no me hable, no obstante, sé que no es mi culpa lo que sucedió. Ya lo medité a solas, con Stefan, con mis padres e incluso con Rose, quien aún sigue encerrada en mi casa en espera de alguna estrategia de huida que el príncipe pueda proporcionarle.

Hoy es mi cumpleaños. Oficialmente, tengo diecinueve años, sin embargo, he de admitir que no tengo demasiado ánimo para celebrarlo después de todo lo acontecido y en mi familia tampoco nadie se encuentra de humor, a excepción de Mia.

—Feliz cumpleaños, espantapájaros —dice, subiendo a mi cama, misma que ahora comparto con Rose.

—Es cierto —Mi amiga se despierta, sorprendida —. Hoy es diez de septiembre. Emily, cuanto lo siento. Soy la peor amiga del mundo, ¿verdad? Lo he olvidado por completo.

—No te preocupes. Entiendo que tu vida en este momento está demasiado enredada, en verdad no pasa nada.

—Feliz cumpleaños de todas maneras. Prometo que el próximo lo pasaremos increíble cuando sea libre y reina de Lacrontte.

—¿Te vas a casar con el rey Magnus? —le pregunta mi hermana y ella asiente —. En clase dijeron que él era diez veces más rico que los Denavritz. Mily, deberías terminar con el príncipe e ir por el rey Lacrontte.

—Por supuesto que no —me niego —. Stefan es todo lo que quiero en un hombre.

 —Pero no es el más rico, así yo tendría dinero para comprarte un regalo. Y como aún no somos millonarias te traje esto. —Me extiende un puñado de margaritas que reconozco inmediatamente.

—¿Estás no son las margaritas de mi jardín?

—Sí, las tomé de ahí porque no tenía ni siquiera medio triten para un regalo.

—¿Y tu pago de la perfumería?

—Me lo gasté en quecses. Feliz cumpleaños, Mily, recuerda que lo importante es la intención.

—Gracias, pero no vuelvas a arrancar mis flores.

—Está bien. Por cierto, en clase me preguntaron que te iba a regalar Stefan por tu cumpleaños, así que les dije que te daría un carruaje y que a partir de ahora iríamos en él al edificio. Debes pedirle al príncipe que te lo dé, no quiero quedar como una mentirosa. Mi reputación está en juego, Emily.

—Entonces no debiste comenzar por decir mentiras a tus amigas.

—Ahí nadie es mi amigo, solo compañeros de clase a los que me acerco cuando me obligan.

—¿Y Dennia? Ella es tu amiga, ¿no?

—Ya no. Deje de hablarle porque se burló de Liz por lo que comentan de ella.

—Entonces hiciste lo correcto.

—Por cierto, la señorita Eloise me reprobó en historia, ¿puedes decirle a Stefan que intervenga y le pida que no me repruebe? Ella ni entiende que a mí no me importa lo que pasó en las eras pasadas.

—Claro que no —salgo de las cobijas para levantarme de la cama.

—Sabía que no me ibas a ayudar, así que ya yo le pedí el favor.

—¿Cómo que ya se lo pediste? ¿Cuándo? —interrogo, caminando hacia el tocador para peinarme.

—Hace unos minutos. ¿Qué no te dije que está en la sala esperando por ti? Hay unos guardias con él que sostienen cajas. Te trajo muchos obsequios.

—Porque no me avisaste. Debo ir al baño, lavar mis dientes, mi cara. ¡Por mis vestidos, Mimy! Eso es lo primero que tenías que decirme.

Salgo apresuradamente al lavado y me aseo lo más rápido que puedo. Aún no tengo la confianza suficiente con Stefan como para mostrar mis desastres mañaneros sin vergüenza alguna.

Cuando llego a la primera planta lo encuentro de pie en medio del salón, tan adusto y elegante como siempre. Su mirada se pasea por mi rostro mientras sonríe como si no estuviésemos pasando por una grave situación.

—Feliz cumpleaños, cielo —Es lo primero que expresa cuando paso a la sala.

—Gracias —correspondo, desconcertada por su tranquilidad —. ¿Tienes alguna novedad?

—Antes de hablar sobre ese asunto, permíteme tener la oportunidad de hacer lo que se espera de un novio en un día como hoy.

Me entrega una caja de terciopelo blanco que contiene una pulsera de plata vestida con pequeños diamantes circulares que se apresura a sacar para abrocharla en mi muñeca.

—Y antes de que siquiera se te ocurra refutar y decir que no lo aceptaras, déjame hacerte saber que no hay razón para rechazar una banal pieza cuando ya tú me has dado mucho más.

—¿Cómo puedes ser romántico en medio de la situación en la que nos encontramos?

—Deja eso de lado por un instante. Estoy intentando celebrar tu vida, Emily.

Suspiro en derrota porque tiene razón, sin embargo, no puedo estar tranquila sin tener certeza del futuro de Rose.

—Es preciosa. Muchas gracias por el obsequio.

—Y no es el único.

Uno de los guardias se acerca y me entrega una caja de rayas grises y listón rojo.

—Es para esta noche.

—¿Esta noche?

—Es lo segundo de lo que quería hablarte. ¿Hay algún lugar en donde nos podamos reunir?

Lo guio hasta el patio, enseñándole indirectamente mi jardín, sitio al que le he dedicado muchos años de mi vida.

—En verdad te gustan las flores —Da la vuelta, mirando todo a su alrededor.

—Es mi sueño, he leído muchos libros de floristería, pero creo que no hemos venido a hablar sobre ello.

—Estás en lo correcto —dirige nuevamente su atención a mí —. ¿Dónde están tus padres?

—Acompañando a Liz en su mudanza. Como ya no me habla, decidió irse de casa porque ya no soporta verme, por lo que fueron a ayudarle a llevar sus cosas a casa del general Peterson.

—Daniel no me lo había comentado.

—Surgió hace poco, después del funeral de Edmund.

—Un hecho desafortunado, pero del cual no me arrepiento.

—Por favor no lo menciones. Quiero olvidar ese momento. —Pido aún con un poco de tristeza debido a la actitud de mi hermana mayor.

—Está bien, no obstante, ese día tiene protagonismo sobre lo que te contaré. Mis tíos llegaron de su viaje justo a la hora del funeral del soldado. Intenté mantenerlos a raya mientras buscaba una solución para la situación de tu amiga, pues mi padre la quiere muerta, no quiere ninguna otra salida.

—No voy a permitir que eso suceda y lo sabes —me pongo a la defensiva —. Teníamos un trato.

—Y lo estoy cumpliendo. Tenemos una ventaja a nuestro favor. Mis tíos no conocen a Rose, solo saben algunas características físicas que Silas les envió en la misiva, pero cualquier chica que cumpla con esos requisitos podría ser ella.

—¿Buscarás a alguien para hacerla pasar por Rose? —Inquiero al deducir sus intenciones.

—Ya la busqué. Está en el palacio, pero he venido a llevarme a tu amiga para poder hacer el cambio.

—No lo entiendo. ¿Si ya tienes a alguien para qué necesitas a Rose?

—Los guardias que custodian esta casa, cielo. Si jamás llevó a la joven como prisionera, ellos fácilmente le dirán a Silas que nunca la saqué de tu casa y por ende sabrá que la persona a la que verán mis tíos es a otra. La necesito para erradicar cualquier sospecha.

—Júrame que no le harás nada, Stefan. Voy a confiar en ti.

—Me ofendería que no lo hicieses. Estoy cumpliendo la promesa que te hice. Me estoy arriesgando por ti. Le prometí que desharía de lo que él llama problema, a cambio de dejarte a ti en paz, porque me juro que, de no hacerlo, tú serías la próxima víctima y no lo puedo permitir.

—Lo sabía. Ese hombre va a matarnos a las dos.

—No lo hará, lo prometo. Sacaremos a Rose cuanto antes, te lo aseguro. Es por eso que debo llevármela. Debemos hacerle ver que si estoy cumpliendo mi parte del acuerdo.

Dudo.

No es que desconfíe de él, pero me aterra pensar que esto puede salírsele de las manos y que el rey regrese y acabe con ella. Nunca me lo perdonaría.

—Emily, yo jamás haría algo que te lastimara, porque te quiero y no permitiré que nadie dañe a tu amiga.

Mi mirada angustiosa se borra y da paso a la sorpresa. ¿Acaso he escuchado bien?

—¿Qué has dicho?

—No permitiré que nadie lastime a Rose.

—No, eso no. Has dicho que me quieres.

En su rostro aparece una sonrisa vaga, que se esfuma velozmente al no recibir otra intervención de mi parte.

—No sé si te parece correcto, pero te quiero. Estamos metidos en un problema de muerte y pase lo que pase, mereces saber lo que siento por ti, así no lo compartas.

—¿Quién dice que no lo hago?

—¿Tu silencio?

—Tengo miedo, lo tuve desde el principio, ¿lo recuerdas? —cuestiono y él asiente —. Aun así, no puedo negar que eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.

—Dime que no hay un “pero”, por favor.

—Entonces lo cambiaré por un “sin embargo” —traigo a colación la atmosfera de nuestro primer beso y aquella frase tonta que lo hizo sonreír —. Es broma, creo que jamás lo habrá.

Vuelve a sonreír. Ese gesto que tanto me gusta verle, que me hace sentir segura y feliz.

¿Quiero a Stefan? Sí. Se volvió inevitable para mí no hacer un espacio en mi corazón para él. ¿Estoy preparada para decirlo? No. Las circunstancias no me lo permiten. El nudo en mi garganta debido a la incertidumbre ha cercado cualquier emoción diferente a la angustia.

—Yo también tengo miedo, sin embargo, recuerda aquello que te dije en el bosque Ewan. Nunca nada será tan malo si puedo ver tus ojos después. Solo quería que lo sepas, digo, por si aún no lo imaginabas.

Me acerco despacio y tomo su rostro entre mis manos para unir sus labios con los míos. El beso habla por mí, dice todo aquello que la ansiedad no me permite soltar.

Me sincero en su boca, asustada, maravillada, con la ilusión a flor de piel y las ganas de que todo esto termine para sentir esa emoción tan plenamente como me lo merezco.

—Estoy más que satisfecho con esta respuesta. —susurra cuando abrimos cierta distancia entre nosotros.

—En el futuro te sorprenderé con una mejor. —Aseguro.

—Eso me hace pensar en cosas que no deberían estar pasando por mi cabeza ahora, así que por mi vergüenza es mejor que cambie de tema —traga con dificultad, confundiéndome ¿de qué está hablando?  —. Ahora es mejor que nos tornemos serios porque solo tenemos una oportunidad para que esto salga bien. Atelmoff en compañía de alguien más fue quien consiguió a la joven que reemplazará a Rose, fue una búsqueda de días enteros pues no solamente queríamos que tuviese rasgos similares sino también la voluntad de morir.

—¿Morir? Se supone que nadie debe salir herido.

—Lamentablemente, es unos por otros, cielo. Silas me pidió evidencia de cuando llevase a cabo el homicidio y estoy seguro de que mi tío querrá confirmar que lo que sea que le enviemos si corresponda a la mujer que vio en el calabozo del palacio.

Eso me recuerda a una cosa. La premisa que recito el rey Magnus en una ocasión: Sacrifica a otros para salvarte a ti mismo.

—No te aflijas —dice al ver la expresión de horror en mi rostro —. Buscamos a alguien con un malestar grave, terminal y le prometimos a los suyos que serían remunerados grandemente por su sacrificio a favor del gobierno y su voto de silencio.

—¿Cómo se llama? No, mejor no me lo digas. Pensaría en ella a diario. Espera, ¿cómo haremos cuando llegué a tu padre? Notará que no es Rose.

—Enviaremos la cabeza, con eso será suficiente. Además, el trayecto hasta donde se encuentra dura casi una semana, en el transcurso del viaje entrará en descomposición y cuando llegué a él será irreconocible. Ni siquiera se dará cuenta.

—¿Me juras que esa joven si tiene una enfermedad terminal?

—Sufre del corazón. No han podido encontrar cura para su mal y aseguran que en cualquier momento su corazón puede detenerse. Además, en este momento tiene escrófula y gota. Es una beguina que quiso dar su vida para salvar a alguien más.

—¿Qué es una beguina?

—No suelen verse en Palkareth o ciudades urbanas, así que es posible que nunca hayas escuchado de ellas. Se nos informó sobre una mujer en un pueblo remoto que nos serviría para el plan, por lo que Atelmoff viajo a convencerla. Las beguinas son una comunidad de mujeres cuya fe está en Dios, pero decidieron apartarse de la iglesia pues están en contra de sus imposiciones y jerarquías. Hacen trabajos comunitarios, educan a niños de los niveles inferiores, brindan cuidado a enfermos pobres, reos y demás. Los suyos creen en su labor se contagió de escrófula y gota. Y bueno, la enfermedad del corazón es algo que todavía le preguntan a su Señor. No soporta sus dolencias y decidió que este sería su último acto de servicio a los demás, por eso todo el dinero será destinado a las beguinas que con ella compartían.

—Comprendo —susurro, procesando toda la información —Entonces que así sea.

—Ya autorizas como toda una monarca. —Una expresión de orgullo se instala en su rostro al escucharme.

—No, no pienses que debes pedir mi permiso, solo intente decir que estaba de acuerdo, es decir, que me agrada el plan.

—No me has ofendido —me acaricia suavemente la mejilla —. Y como parte de la estrategia es que debo llevarme a Rose, ya que en medio de tu cena de cumpleaños comenzaremos con la estrategia.

—¿De qué cena hablas?

—De una que debía ser una sorpresa, sin embargo, es momento de darte detalles. Hace un tiempo le conté a mi madre que pronto sería tu cumpleaños y ella comenzó a planear una cena para ti, pero claro, ya no estará presente. Fue por lo que mande a confeccionarte el vestido, pero no nos desviemos. Mientras estamos ahí te llevaré conmigo y con mis tíos al calabozo, actúa con pena y sufrimiento al ver a la otra joven tras las rejas para que no les quepa duda de que se trata de tu amiga, pues al otro lado del palacio, Atelmoff estará ayudando a salir a Rose de la casa real y de Palkareth.

—¿A dónde la enviarán?

—Tan lejos como podamos. Estos días estuve pensando en un lugar que la mantuviese segura. No tenemos muchos aliados. Cristeners estuvo descartado desde el inicio, pues los Wifantere le darían el dato a Silas, así que la enviaremos a único sitio en el que él no podrá buscar. Lacrontte.

—¿A qué lugar en específico?

—Una propiedad que nos proporcionó un amigo.

—¿Qué amigo?

—El barón Dominic Russo. Ya he hecho que Atelmoff consiga una identificación falsa y un permiso de viaje para la señorita Alfort y así cuando escape del reino, lo hará bajo otro nombre y no quedará registro de su salida. Igualmente, fui reduciendo la seguridad del palacio estos últimos días para que no se viene tan sospechoso.

—¿Con qué fin?

—Para que la posibilidad de que alguien abra la boca sea menor. Intenté alejar a todos los guardias que son cercanos a mi padre y que no se habían ido con él. Los moví a otras zonas para evitar que descubran algo. He planeado esto a detalle, no hay manera de que pueda salir mal y es por lo que causalmente tu cena de cumpleaños nos ayudará como el principal elemento distractor. Invité a todos los que te conocen y a muchos parlamentarios para así encerrar en el salón al mayor número de guardias posibles bajo la excusa de mayor protección para ellos y dejar los pasillos despejados para que les sea más fácil salir.

—De acuerdo, entonces voy por Rose.

••••

Stefan se ha llevado a mi amiga de infancia esta tarde al palacio como punto de partida del plan. Así que a mí ahora me corresponde dar el siguiente paso y para ello me estoy arreglando junto a mi familia para asistir a la cena de cumpleaños. Liz no ha hecho acto de presencia en todo el día, pensé que por tratarse de mi fecha vendría, pero ya me quedó claro que no será así.

El vestido que Stefan me ha obsequiado es de un color azul absolutamente hermoso. Está hecho con flores en relieve que inician en el escote del corsé y bajan en cascada alrededor de traje. Los pliegues de la falda ancha y espesa están elaborados por metros de tela de organza y tirantes cubiertos con pequeñas flores del mismo tono caen sobre mis brazos. La pieza se acopla perfectamente a mi piel y el escote deja el espacio perfecto para lucir el collar que me ha obsequiado hace días.

—Luces encantadora. —Halaga mamá cuando me reúno con ellos y Mia en la sala.

—Ya no luces como un espantapájaros —dice mi hermanita.

—Que amable de tu parte, Mimy.

—Emily. Ha llegado el momento de darte nuestro obsequio. Ve a ver tu jardín —Me pide mi padre, alegre.

Voy hasta él, intentando tener el mejor humor a pesar de las circunstancias y admito que me emociono muchísimo cuando veo las glicinas que les pedí hace tiempo colgando en un espacio del patio. Se ven preciosas.

—Compraron las glicinas que quería —digo, sin poder creerlo.

—Feliz cumpleaños, hija —me abraza papá —. Todo lo que quieras trataremos de proporcionártelo.

Sé que probablemente estoy obsesionada con las flores y esto sonará como una tontería, pero ver aquellas enredaderas adornando el espacio que representa la mayor parte de mí, me hace sentir bien de alguna manera.

—Gracias, en verdad gracias por todo.

—Esperamos que la ausencia de Liz no te desanime, porque queremos que esta noche sea inolvidable para ti. —Me besa en la frente, cálido y cariñoso.

Nos movemos hasta el palacio, en donde nos dan todos los honores. La entrada se vislumbra repleta de carruajes finos, lo que no es más que la señal de que todos los parlamentarios y nobles que Stefan ha invitado ya se encuentran adentro.

Los sirvientes nos guían por los corredores que tal como fue prometido se encuentran inusualmente despejados de guardias. Giramos y pasamos por infinidad de corredores, hasta detenernos frente a dos puertas blancas gigantes, unas que no había visto antes. Los hombres que la custodian nos dan el acceso sin mediar palabra y cuando el interior del lugar se desvela, quedo maravillada.

—Feliz cumpleaños, cielo —Stefan es el primero en aparecer frente a mí con una sonrisa de alegría genuina.

Se trata del salón azul del que tanto ha hablado Valentine, el que solo se usa para eventos de gran índole y que pocas personas conocen. Altas paredes de color azul turquesa construyen la sala, detalles en dorado suben, bajan y se cruzan como trepadoras, bordando caminos por todos los muros que parecen infinitos. El piso es de color blanco azulado y está pulido de tal manera que se refleja la luz en él.

Gigantescos espejos con marcos dorados se sitúan en la pared derecha y bajo estos reposan sillones acolchados en un tono oro pálido que se extiende a lo largo del piso junto a la pared. El techo es una cúpula de cristal, circundada con cerrojos que se asemejan a caminos en el vidrio. La luz del cielo nocturno se filtra a través del vitral dando un panorama idílico del exterior, y para terminar de robarme el aliento, todo está decorado con árboles de cerezo, mis favoritas.

—Gracias —las palabras se pierden en mi garganta ante la fascinación por su esmero —. Tuviste muy en cuenta mis gustos, ¿no? —cuestiono sorprendida señalando las flores y mi vestido.

—Ya conocía algunos, simplemente los utilicé. El día del festival llevabas un vestido azul.

—¿Aún lo recuerdas? —Pregunto sorprendida.

—Jamás olvidaría algo que tuviera que ver contigo.

—¿Cómo sabías mis medidas?

—Tuve ciertos ayudantes —Le da una mirada rápida a mi madre, quien sonríe en respuesta.

—Mereces un hombre que te ayude a cumplir cada uno de tus anhelos y me tranquiliza saber que ya lo encontraste.

—Eso significa que ya fui aprobado por tu madre —me extiende la mano —. Si me disculpan familia Malhore, voy a llevarme a su hija porque estoy ansioso porque todos vean la majestuosa novia que tengo.

—No puedes ir por allí diciéndome esas cosas —indico mientras nos alejamos de mi familia y nos perdemos entre las múltiples mesas.

—¿Qué pretendes entonces? ¿Qué niegue lo obvio? Eres una mujer hermosa y no pienso callarlo.

Definitivamente, el recibir elogios no es para mí.

—Todos te miran —Le digo mirando alrededor para desviar el tema.

—Claro, se preguntan qué he hecho para merecerte.

—Ya debes parar con los halagos.

—Eso sería un delito y señorita mía, yo no soy un criminal. Acompáñame por aquí, quiero presentarte a mis vigilantes —susurra mientras me lleva hasta una mesa alejada en la que reposan tres personas.

—Familia, ella es mi novia, Emily Malhore —anuncia a medida que les doy la mano —. Emily, ella es mi tía Keria, mi tío Nicholas y mi prima Camille.

La primera tiene unos pequeños ojos avellana y cabello fino color negro, su nariz es prominente, a diferencia de su esposo, quien cuenta con una finura ósea y pómulos marcados que opacan la oscuridad de su iris. Por otra parte, su hija, comparte la tonalidad de su madre y la delgadez de su padre con resultado delicado y juvenil.

—Un placer conocerte, Emily. Hemos escuchado algunas cosas de ti. —Me sonríe la mujer.

—Espero que todas sean buenas.

—Nos gustaría decirlo, pero las opiniones varían y aquellas referentes a tu nombre no son la excepción —habla su esposo.

—Tío, le suplicaré, sea prudente con sus comentarios —interviene Stefan —. Le recuerdo que es su cumpleaños.

—Por supuesto. Mis palabras no tienen la intención de ofenderla, señorita.

—Y no lo hacen. El concepto que tengo sobre mí misma no tambalea por los comentarios de los demás.

—Supongo que es esa entereza la que le disgusta a mi cuñado.

Nadie imagina cuanto me molesta que mencionen al rey. Desde que amenazó de muerte a Rose y me golpeó, soy su detractora número uno. Quisiese tener el poder para discutir sobre ese desalmado, pero sería una guerra perdida desde el inicio.

—Feliz cumpleaños, Emily —su joven hija me rescata del incómodo momento —. Es un placer al fin conocer a la persona que le ha robado el corazón a Stefan.

—Si ya tiene su corazón, será fácil robarle la fortuna. —Escucho comentar con ironía nuevamente al hermano de la reina.

—Si me disculpan, prefiero retirarme —me excuso para evitar cualquier enfrentamiento.

—Creí que el concepto sobre sí misma jamás tambalearía.

—Y no lo hace, simplemente no quiero seguir perdiendo el tiempo. Fue un placer conocerlos. Gracias por sus amables comentarios, aunque algunos me parecieron inútiles.

Me marcho sin esperar respuesta y sin importar los llamados de Stefan para que me detenga. Recorro la estancia llena de música y comida hasta llegar al otro lado, a una mesa llena de invitados conocidos para mí. Me siento con ellos sin molestarme en saludar. Tomo una de las copas y la bebo con urgencia para calmar la ira que me provocaron aquellas malintencionadas declaraciones.

—Feliz cumpleaños —oigo lo inevitable —. Estuve esperando a que te desocuparas con los Pantresh para ir a felicitarte, pero has venido por ti misma. No tuve que esforzarme.

—Lamento no haberlos saludado, pero me han robado el buen humor. Hola, Val.

—No sabía que era su fecha hasta que la señorita Russo me invitó a venir con ella —señala Willy a su lado —. No tuve tiempo de comprarle un obsequio, espero no le moleste.

—No lo hace. Gracias por asistir, eso para mí es suficiente.

—Llego usted con el brío de un caballo ¿Le sucedió algún infortunio?

—Demasiados, pero les restaré importancia y por favor, tutéeme o me sentiré mil años mayor. Por cierto y ¿Amadea?

—Ay, Em. No sé cómo decirte esto, pero debido a lo que pasó en la cena de compromiso de Cedric su madre le prohibió juntarse contigo. No es nada en contra tuya, pero como eres amiga de Rose, ella no quiere que tenga ningún contacto con cualquier persona que se junte con tu amiga. Supongo entenderás a lo que se refiere.

—Sí, era de imaginarse. No te preocupes.

—Dejando eso de lado. Te he traído un regalo muy especial y sé que te va a gustar cuando lo abras, bueno, yo espero que si te guste. ¿Quieres que te dé una pista sobre lo que es?, porque puedo hacerlo si quieres —dice emocionada —. Está bien, te diré. Son zapatillas de balé para las clases que prometí darte. Podemos empezar cuando quieras, tengo mucho tiempo disponible.

—Ese es un precioso gesto.

—Ahora me siento peor —interviene Willy —. Permíteme invitarte a salir alguna vez para reponer mi falta.

—No hay falta que suplir. No tendrías por qué haber sabido que hoy se celebraría una cena en mi honor.

—¿Eso es un sí? —Insiste.

—Lo es si con eso dejas de sentirte culpable.

—A mí nunca me has invitado a algo así —Le reclama Valentine.

—Cuando sea tu cumpleaños lo haré.

—Disculpen la interrupción —Stefan se une a nosotros y habla en tono bajo —, pero debo llevarme a Emily para un asunto importante.

Inmediatamente, miro en dirección a los Pantresh, quienes ya caminan hacia la salida.

Dios, al parecer, ha llegado el momento.

Me levanto con nerviosismo ante la expresión en su rostro que confirma mis sospechas.

—Mis tíos quieren retirarse de la fiesta, así que hay que adelantar el plan —explica a medida que caminamos detrás de ellos.

Giro discretamente hacia mis padres mientras atravesamos la puerta y descubro que ellos ya me están mirándome. Saben perfectamente a lo que voy, se los conté todo y de corazón deseo lo mismo que veo en sus ojos, que todo salga acorde al plan estipulado.

Al salir me topo con un escenario inhóspito. Tal como lo predijo Stefan, los corredores están deshabitados y en un silencio sepulcral que solo se ve interrumpido un par de segundos cuando la puerta del salón deja escapar las rítmicas melodías que animan la celebración.

Los cinco marchamos acompañados solamente de un dúo de guardias hasta el exterior de la casa real, pasamos el jardín real por el que caminé con el príncipe en mi primera visita y nos aventuramos más allá de los establos hacia una edificación de piedra y granito que habla por sí misma sobre su antigüedad. Me atrevería a asegurar que no hay persona viva más longeva en el palacio que esta construcción.

Un par de hombres que escoltan las rejas de hierro las abren para nosotros. El chirrido de sus bisagras resulta espeluznante y la oscuridad que precede la única salida visible aumenta mi nerviosismo.

—¿Por qué han traído también a su hija? —Le susurro a Stefan cuando nos encaminamos al interior.

—No quisieron dejarla en la fiesta por protección. Temen que le puedan hacer algo, son muy sobre protectores.

—Es porque hay plebeyos, ¿no es así?

—Que eso no te aflija, cielo. Algún día serás reina y les callarás la boca.

—¿Se puede saber de qué están hablando? —reprocha el señor Pantresh.

—Somos una pareja. Siempre tendremos algo que decirnos.

Llegamos hasta una de las celdas al fondo del lugar prácticamente vacío y allí encontramos una mujer joven de cabello largo, oscuro y facciones parecidas a las de Rose, sin embargo, son bastante diferentes entre sí o al menos para mí lo es. Aun si su cuerpo durara días antes de llegar hasta mí y la descomposición hiciese de las suyas, podría reconocer que no se trata de ella.

—¿Cuál es tu nombre? —Le pregunta Nicholas a la mujer que está encadenada y sentada en el piso.

—Rose Alfort, señor.

Tiene un vestido largo de cuello alto que muy seguramente esconde la escrófula que padece, lleva las manos en su espalda y tapa con la falda sus pies para ocultar los signos de gota en sus manos.

—No la veo muy agraciada para ser escogida como una dama cortesana. —Le señala al príncipe.

—Eso debes decírselo a Silas, él fue quien la escogió.

Me duele en el alma al ver a esa persona en tales condiciones y saber aún más que morirá pronto para salvar a alguien que definitivamente muchos dirían que no lo merece.

—Aún no se le nota el embarazo —dice la joven Camille.

—Es reciente, no debe haber pasado el primer trimestre todavía.

—Allí está formándose tu hermano o hermana, Stefan.

—Deja de decir tonterías —reprende su padre —. Solo hay un heredero Denavritz en el mundo y debe seguir siendo de la misma forma. Esta es una aberración que jamás debió concebirse.

—Habla usted igual que el rey Silas. Grotesco y humillante. —Puntuó molesta.

—Es cierto y la verdad por lo general es dolorosa.

—No hemos venido aquí a ofenderla —media el príncipe —. Al menos respeten sus últimos minutos de vida.

—¿Acaso la asesinarán ahora mismo? —cuestiono asustada.

—¿Para qué esperar más? —discrepa el hombre —. Quiero largarme pronto de aquí. Mi vida en Quinston me espera. Camille, hija, aguarda afuera un momento, no quiero que atestigües tal escena.

—Emily, será mejor que tú también la acompañes. Estoy seguro de que no quieres ver esto.

Quiero replicar, pero sé que debe hacerse si deseo que Rose pueda salvarse. En este momento debe estar siendo llevada fuera del palacio y espero que de Palkareth, así que no opongo resistencia alguna y me voy en compañía de la joven de ojos avellana.

En cuestión de segundos escuchamos un disparo, cierro los ojos esperando que todo acabe, pero luego oímos otro y otro, seguidos de una ráfaga larga que se acerca y se acerca a nosotras. En un parpadear, los hombres que custodian la puerta entran con afán, bloqueando el acceso con un candado grande y oxidado.

—Alteza —comienza a gritar uno de ellos formando un eco en el pasillo estrecho —. Parece estamos bajo ataque. Vi el fuego de detonaciones extrañas en uno de los cristales superiores.

Nos llevan con ellos casi a rastras hacia donde se encuentran los demás, apagando de un soplo las antorchas que dan luz a la estancia y sumiéndola en la oscuridad absoluta

—¿Quiénes? ¿Los Lacrontters? —Inquiere Stefan, escandalizado por la noticia.

—No tengo idea. Repito, solo vi detonaciones y seguí las instrucciones del protocolo de seguridad de emergencia.

—Mis padres y Mia están en la fiesta, Stefan. —Le recuerdo alarmada.

Lo busco a tientas en la penumbra, pero él me halla primero y toma mi mano. Su tacto es inconfundible. Suave y cálido.

—Tranquila. No hay evidencia que asegure que se trata de algo malo.

—¿Cómo no? —alega su tío —. ¿No escuchaste que fue una detonación sospechosa?

Sé a lo que se refiere. Probablemente, fue Atelmoff como parte del plan de huida. Quizás había guardias en las salidas del palacio y tuvo que hacer explotar algo en la planta superior para distraer a los custodios y hacer que se muevan de la puerta.

—Solo esperemos. Aquí está toda su familia, a salvo.

No hay gritos, no hay disparos, salvo los primeros y eso en cierta manera me reconforta. Me mantengo al lado de Stefan y él me abraza de manera protectora, por un momento me siento a salvo hasta que escuchamos como el candado es estallado de un tiro.

—¡Alguien abra una celda, rápido! —ordena soltándome —. Hagámonos pasar por reos, camúflense.

Pero es tarde. Somos sorprendidos por la luz de unos faroles que ciegan nuestros ojos ya habituados a la oscuridad.

—No se muevan —ordenan con voz autoritaria revelando nuestros rostros y también los suyos o más bien su uniforme y el escudo de hilos dorados en su pecho. Lacrontters.

—No se acerquen más o dispararemos —defiende uno de los cuatro guardias a nuestro lado.

—Háganlo, ustedes son pocos, nosotros todo un ejército.

—¿Qué buscan? Mis padres no están aquí. —Stefan toma la vocería.

—Lo sabemos, partieron hace unos días. Los seguimos, pero perdimos su rastro. Es hábil, la práctica lo ha hecho un experto en desaparecer, así que nos hemos visto obligados a tomar otras medidas.

Los compañeros a su espalda disparan cuatro veces al mismo tiempo. Me encojo asustada, esperando el impacto, pero son los guardias reales quienes se desploman con las manos empuñadas en su arma de dotación.

—Ahora no tienen seguridad. —Se burla.

—No había porque hacer eso. Yo me hubiese entregado voluntariamente.

—Uno, no podemos confiarnos y dos, no hemos venido por usted, alteza, sino por su familia, los Pantresh.

—Claro que no —rechista Nicholas —. Llévense a Stefan.

—Silas no rescatará a su hijo, pero probablemente la reina si a su hermano y familia. Denavritz, queda en ti avisarle.

—¿A qué te refieres? No puedes llevártelos.

—Podemos y lo haremos. Escucha bien el trato de su majestad, el rey Magnus VI Lacrontte Hefferline. Te da tres días a partir del momento en que lleguemos a Lacrontte para entregar a tu padre en bandeja de oro o de otra forma todos ellos serán asesinados.

Jadeo, asustada, aterrorizada. No pueden llevarme a ese reino, no pueden secuestrarme, no pueden llevarme lejos de mi hogar, de mis padres, de mi vida.

—No hay necesidad de hacer tal cosa. Pidan algo, lo que sea.

—Eso es lo único que le interesa a su majestad y tienes tres días para proporcionárselo.

—Es injusto. No pueden hacernos esto, ni siquiera nos mezclamos con la monarquía. —Pelea Keria.

—No es algo que nos importe y lo son. Son infantes.

Estoy a punto de decir que no pertenezco a esta familia, que soy una sirvienta más, pero sé que mi atuendo no los convencerá de ello, además, Stefan me agarra de la cintura cuando ve mis intenciones.

—¿Tres días? —repite lo que le han dicho.

—Ni uno más. —Explica el guardia.

—¿Atacaron a algún invitado?

—Acordonamos la zona. Los buscamos dentro, pero se nos informó que habían salido.

—Stefan, no cedas —discute su tío. —Nos estás vendiendo al enemigo.

—Los rescataré, lo prometo.

—Al infierno tus promesas. Que te lleven a ti y a tu…

—¡Tío, basta! —Lo interrumpe antes de que revele mi relación con él.

Los Lacrontter mantienen sus armas apuntándonos. Camille solloza temerosa, la respiración agitada de su madre se escucha y el enojo de su padre no cesa.

—Esto es inaudito. —Continúa quejándose.

—Si nos acompañan por las buenas, nos ahorran el tener que usar la fuerza.

—Stefan, no. Me niego.

—No hay opción, tío.

—Tu padre no va a entregarse.

—¿Cómo entraron? —pregunta de repente, mirándolos con sospecha.

—No fue difícil enterarse de lo que pasaría en el interior. —Le contestan.

Veo en su rostro la lucidez, parece que hubiese descubierto una verdad ocultad. Algo se esclareció en su cabeza. Su gesto pasa de la sorpresa a la decepción, pero no comenta nada, se lo guarda para sí con un dolor profundo reflejado en sus ojos azules.

—Necesito más tiempo. —Pide luego de procesar lo encontrado.

—El rey solo te concedió tres días, no hay más.

—Es muy poco tiempo.

—Eso a él no le puede importar menos.

—No me iré con nadie —Sigue peleando el hermano de la reina.

—Demasiada habladuría, debemos partir pronto.

Muchos más Lacrontter se aglomeran afuera del calabozo. Todos con armas, todos alertas, vigilantes, astutos. Se ven como una mancha negra al final del corredor, una mancha que nos espera para ser sepultados entre su oscuridad y no hablo solamente de sus trajes.

Los hombres se acercan y nos someten. Nos superan en número y estrategia. No tenemos como defendernos, nuestros únicos protectores desde hace minutos fallecieron en el piso. Somos esposados con agresividad y obligados a formar una cadena humana en la cual ocupo el tercer lugar.

—Ahora son prisioneros de guerra del reino Lacrontte y de su majestad, el rey Magnus. Cuando estemos allá se les informara a que cosas tiene derecho. —Explican mientras nos instan a caminar fuera.

—Los rescataré, lo prometo y velaré por quienes se quedan aquí. —Lo escucho a mi espalda y sé que se refiere a mi familia.

Las lágrimas invaden mi rostro mientras camino hacia la salida trasera del palacio donde más Lacrontters nos esperan y algunos guardias Mishnianos reposan desangrados en el suelo.

Alguien nos traicionó. Eso fue lo que vi en el rostro de Stefan. Alguien les dio la información, los puso al tanto de que no habría demasiada seguridad. Fuimos la presa de nuestro propio plan, le dimos la llave para capturarnos, les hicimos el camino sencillo y ellos no dudaron en aprovecharlo.

Ahora debo saber ¿quién fue y por qué? ¿Quién de los que conocía esta maniobra le dio los detalles a los Lacrontter? ¿Y qué ganaba con esto? ¿Qué beneficio le trae orillar a Stefan a entregar a su padre y por ende sacar al rey Silas del camino?

Notas del autor

Gracias infinitas a todos los que aún siguen la historia.

A partir de aquí la historia se fragmenta, esto nunca se vio en la versión original y nos llevará a situaciones completamente nuevas, pero no se preocupen que todo vuelve a tomar su rumbo al final del libro. Espero que les guste y no se afanen a criticar sin saber como quedará la historia al final.

Sin nada más que decir, los quiero y nos vemos en el próximo capítulo.
Agradezco también todos sus votos.

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P.D: La imagen multimedia es lo más parecido que encontré a lo que me imaginé del salón azul.

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