El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

By Karinebernal

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Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... More

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 21.

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By Karinebernal

Viajamos por horas. Vimos la noche irse, el sol llegar hasta volver a esconderse. La espalda me duele, tengo las muñecas marcadas después de soportar por tanto tiempo las cadenas.
El señor Nicholas no cesa de culparme y más aún cuando fuimos trasladados a un calabozo en el que ahora no éramos nosotros los vigilantes sino los reos.

En nuestra celda hay dos camarotes en cada extremo. Ambos son de hierro y sostienen delgados colchones por medio de los cuales fácilmente se sienten las tablas de madera. Las paredes están raídas, manchadas con escritos y suciedad. No hay ventanas, ni luz interior, la única iluminación viene del pasillo vestido por distintas luminarias.

—Si se llegan a enterar de que Emily es la novia de Stefan, seguro le harán cosas terribles. —Susurra Keria para que el resto de encarcelados no nos escuchen.

—¿De qué habla? —Pregunto asustada.

A mi cabeza llega aquella conversación que tuve con Stefan, en donde mencionó que debía tener mucho cuidado con mi identidad, pues si la saben podían usarme para desestabilizarme.

—Es cierto —secunda su esposo —. Pueden torturarte para presionar a mi sobrino y de ser más sanguinarios, tal como sabemos que es el rey Magnus, podrían violarte para herir el orgullo de Stefan al tomar a su novia como suya.

—¿Cómo que el orgullo de Stefan? Solamente sería yo quien sufrirá si hacen algo así, su orgullo nada tiene que ver.

—Es una cuestión de hombría, de poder, ego e incluso diversión.

—Mi cuerpo no es una pieza de diversión para alguien, no es el terreno de batallas de ningún hombre y no hay nadie en este mundo con el poder de utilizarlo para enaltecer su hombría, satisfacer a su ego ni demostrar poder.

—¿Qué no te han enseñado cuan brutales son los Lacrontters? Eres una presa fácil que no tardarían en devorar.

—Padre, la asustas. —Media su hija, teniendo la razón.

—No busco amedrentarla sino advertirle lo que le puede pasar por estar aquí.

—Entonces ayudémosla a que no le ocurra. Los Lacrontters son los malos de esta historia, los villanos, no nosotros. Hallemos alguna manera para que no se enteren, démosle otra identidad que la mantenga a salvo.

—Exacto cambiemos mi nombre. Inventemos una historia para mi vida.

—Digamos que es mi hermana. —Me apoya Camille.

—No creo que eso funcione. Ellos me han visto un par de veces.

—Pues eso es lo que haremos —interviene Nicholas —. Serás mi hija y si lo descubren, pues mala suerte.

—Lo hace porque sabe que es factible que sepan que es mentira, ¿verdad? Por favor, no sea así. Ayúdenme con algo más, eso sería muy fácil de detectar.

—Es para lo único que te ayudaremos, lo tomas o lo dejas. Si inventas otra cosa no me quedará de otra que decir la verdad y ya sabes lo que pasara.

—Padre, no se comporte así.

—Por ella estamos aquí y, sin embargo, la estamos ayudando. Es todo lo que vamos a hacer y punto.

—Entonces que así sea. Puede llamarse Allia Pantresh. ¿Eres mayor o menor que yo? Tengo veintiuno.

—Hoy en mi cumpleaños número diecinueve —digo con un nudo en la garganta al ver cómo ha terminado esto.

—Entonces menor. Es mi hermana menor y es por eso que estaba en la fiesta con nosotros. ¿Hay algo que debamos saber de ti que sea importante como para convencer al rey?

Los pasos de guardias se escuchan acercarse mientras pienso en una respuesta. Uno de ellos abre la celda en la que fuimos confinados y un grupo a su espalda carga charolas con comida.

—Hora de comer —anuncia mientras nos dan las bandejas.

A pesar de que las celdas no tienen ningún tipo de ventilación, el clima helado de Lacrontte es más que suficiente para mantener una buena temperatura y no sofocarnos de calor.

—Les explicaré las reglas a partir de ahora. Estarán aquí mientras se cumple el plazo que el rey Magnus le dio al príncipe Stefan, y si en llegado caso no han entregado a Silas o hecho alguna tregua, los cuatro serán ejecutados en la horca. No hay otra opción. Si necesitan comunicarse con alguien en Mishnock para agilizar el proceso, pueden hacerlo por medio de cartas, las cuales serán leídas previamente por nosotros.

—No pueden hacernos esto —discute Nicholas —. Es una total injusticia.

—Haga silencio y mejor de gracias que no lo pusimos en una celda con el resto de prisioneros varones.

Veo a más custodios a su espalda repartiendo charolas de comida al resto de los encarcelados, sin embargo, hay alguien más que abre algunas celdas y saca

—¿Por qué se los llevan? —pregunta, mirando lo mismo que yo —. Exijo ser liberado de la misma forma.

—Créame, no quiere. Solo Obedezca y no refuta si no quiere que le cosamos la boca. Hablo en serio, ya lo hemos hecho antes con los prisioneros que perturban el orden.

—Ustedes son unos animales.

—Somos Lacrontters, señor. Seres superiores. —Sale de la celda y cierra las rejas —. Antes de irme, les informo que el rey les ha planteado otra opción. Si le dan la ubicación de Silas y lo encontramos allí, pueden ser liberados. De ustedes depende escoger que vale más, si su vida o la de su soberano.

—No merecemos estar aquí. Somos inocentes —discute su esposa.

—Son familia del rey y eso en Lacrontte también los vuelve culpables. Tienes tres días para pensarlo, a partir de ahora.

—¿Y los pasaremos encerrados aquí?

—Por supuesto, pero no sé preocupen que cada tarde vendremos a hacerles masajes, leerles libros y además, tendrán una campana de mano que podrán agitar para llamarnos cuando nos necesiten — Suelta con burla —Esto no es un palacio, aterricen. Son el último eslabón de la cadena social. Den gracias que su majestad ha ordenado que se les permita salir a darse una ducha diaria y que las tres mujeres puedan hacer sus necesidades fisiológicas lejos de estas celdas y de la mirada de los otros prisioneros.

—No se dejen engañar —habla uno de los reos de al lado —. No durarán demasiado aquí. Si el rey los llega a llamar ya no regresaran.

—Será mejor que cierres la boca —un guardia que espera en el pasillo lo amenaza.

—Explíquese. —Pide Keria.

—Si se llevan a las tres mujeres, solo una saldrá viva, sé por qué se los digo. Aquí las paredes hablan y mis oídos siempre están prestos a escuchar.

El golpe de algo ser impactado sobre el metal, se oye de repente y por el quejido que posterior nos damos cuenta de que han estrellado la cabeza del imprudente contra los barrotes.

—Parece que dejó ir enhebrando hilo en una aguja para cerrar ciertas bocas. —Amenaza, serio.

—Díganle al rey que me llame. Me enfrentaré a quien sea y saldré vivo de aquí.

—¿Por qué dice esas cosas? ¿De qué habla?

—Eso no es algo que les interese. Limítense a comer y esperar. Vámonos —Le dice a sus compañeros.

Todos caminan fuera, llevándose a tres hombres y al que juraría es aquel que nos advertía la manera en como aquí funcionan las cosas. Van a cocerle la boca, estoy segura, se la cocerán porque siguió hablando de más.

La piel se me eriza al imaginar la escena, por lo que decido ir a esconderme a mi cama de turno e intentar bloquear los pensamientos con comida, pero antes de tocar la colcha, Nicholas me arrebata mi plato, haciendo que gran parte de los alimentos caiga en el suelo.

—No tienes derecho a comer por habernos encerrado aquí. —Sentencia enojado.

—Esa no fue mi culpa, ya se lo he dicho. No tenía por qué tirar mis cosas.

—Vete acostumbrando. No comerás nada mientras continuemos aquí encerrados, soy un hombre de apetito voraz y esta mísera porción no me saciará, voy a tomar la tuya y no tienes derecho a discutir.

Trato de ser fuerte y no quebrarme, porque nada solucionaré si tomo esa actitud.

Debo esperar a que Stefan venga a rescatarme. Él no me dejará morir aquí, no después de lo que sé que tenemos, de saber que me quiere. 

Mis esperanzas están puestas en cualquiera que sea su plan. Vuelvo a confiar en él tal como lo hice con su estrategia para salvar a Rose, a quien por cierto deseo que haya podido escapar y este con bien en alguna de las ciudades de este reino del que ahora soy prisionera.

••••

Entro nuevamente a la celda, acompañada del guardia que me vigiló en mi camino al baño para volver a ser encerrada junto a la familia Pantresh, y es entonces donde los gritos del hermano de la reina comienzan a aturdirme como ya es costumbre.

—Al fin llegó la que nos metió en este lío —me acusa —. Ya avisaron que nos vendrán a buscar para la reunión con el rey Lacrontte, así que más te vale que asumas toda la responsabilidad si nos acusan de algo y te advierto que si nos amenazan de muerte, tú debes proponer que solo te asesinen a ti.

Hoy es el tercer día, por lo tanto, se ha acabado el plazo sin que Stefan aparezca.
Desde que fuimos aprensados el desayuno, el almuerzo y la cena pasaron frente a mis ojos, pero nunca llegaron a mi boca y hoy no fue la excepción. Únicamente pude oler los platillos más no tocarlos ni saborearlos, pues Nicholas me privó de toda comida.

Me duele la cabeza debido a la falta de alimento, por lo que intento sostener mi organismo con el agua que afortunadamente si me dejan tomar.

En una esquina veo el rostro preocupado de Camille ante la injusticia de su padre, pues por más que protestamos él no cede. Además, su madre parece apoyarlo en todo, ya que en ningún momento ha intentado interceder por mí, lo que hace que su esposo se sienta respaldado y continúe castigándome.

—No voy a hacer nada de eso —protesto enojada —. Suficiente tengo con aguantar que me quite la comida.

—No te lo estoy pidiendo, te lo exijo.

—Usted no tiene ningún derecho y le advierto que le diré al rey Magnus que me está quitando mi ración de alimentos.

—¿Y qué crees que hará él? ¿Acaso piensas que eso le va a importar? —se levanta de la cama, brioso —Lo único que hará es burlarse de ti. No le importa tu bienestar, el de nadie, así que hazte el favor de no humillarte y cállate la boca.

—Padre, estás siendo muy grosero.

—¿Se te olvida que por culpa de ella y su amiga estamos aquí?

—Yo no les pedí que fuesen a supervisar a Stefan. —Me defiendo.

—Pero mi cuñado sí.

—Entonces la culpa es del rey Silas, no mía.

—También lo estoy detestando a él. Huyó como un cobarde y fui yo quien terminé pagando las consecuencias de sus errores. Maldito imbécil.

—No hables así de tu cuñado, Nicholas. —Exige Keria.

—No te metas ahora en esto —le amenaza —. Saben cómo me pongo cuando estoy de mal humor, así que más le vale a Emily obedecer al pie de la letra todo lo que he dicho.

—Se llama Allia, no lo olvides, papá. No podemos decir su nombre real.

—Me da igual. Emily, Allia, aquí lo importante es que haga lo que le pido y punto.

—Stefan nos va a rescatar —le recuerda su esposa.

—No me hagas reír, Keria. Mi sobrino es un idiota, ¿en verdad esperas que nos rescate? Se mezcló con una plebeya, es obvio que nuestra única salida es intentar salvarnos a nosotros mismos.

—¿Y cómo crees que haremos eso?

—Vendiendo a mi hermana y a su esposo. No voy a morir para salvar a Silas.

—No lo haremos. Es tu familia.

—No, ustedes son mi familia. Es mi deber mantenerlas a salvo.

—Dale una oportunidad a Stefan, estoy segura de que vendrá por nosotros.

—¿Cómo? Es un estúpido.

—Le pediré que lo respete —pido, masajeando mi cien con el dolor palpitando en mi cabeza.

—Claro, quien más para confiar en él que su novia. ¿Crees a ojos cerrados que él podrá?

—Lo hará —apuesto, convencida.

—Entonces ayúdalo —levanta una ceja, retándome.

—¿De qué habla?

—Ve allá afuera y dile al rey Magnus que tienes información sobre el paradero de Silas.

—Te dije que no traicionaremos a la familia —refuta su esposa.

—Y no lo haremos, simplemente ayudaremos a mi sobrino a conseguir más tiempo.

—¿Qué estás planeando, padre?

—Emily o más bien, Allia, cuando estemos frente a Magnus dirá algún lugar al azar y lo convencerá de que allí se encuentra Silas, él enviará soldados en su búsqueda, lo cual le tomará algunos días más mientras esperamos que Stefan venga por nosotros y si en llegado caso no aparece a tiempo y descubre que le han mentido, solo la asesinará a ella.

—No haré eso. —Me rehúso de inmediato.

—Entonces eso quiere decir que no confías en las habilidades de Stefan.

—Lo hago, pero no tengo por qué demostrárselo a usted.

—Hazlo entonces. Si todo sale bien, él vendrá a buscarnos mucho antes de que el rey Magnus descubra la verdad y terminará salvándote a ti también.

—No lo voy a obedecer.

—De acuerdo. Eso significa que seguirás muriéndote de hambre y deshidratación, porque no pienso darte ni siquiera agua.

—Es injusto lo que hace conmigo.

—No tienes nada que perder, Allia —enfatiza mi nombre falso —. Hazlo por el bien de todos, incluyendo el tuyo.

Miro a Camille en busca de ayuda, pero su rostro refleja la misma duda que me embarga. Igualmente, tampoco hay mucho que pueda hacer por mí.

—Llámalos, si lo hago por ti sospecharan. Es una orden. —Sigue hablando.

—No lo haré, no cederé a sus caprichos.

—Entonces tendré que obligarte. ¡Guardias! —vocifera sin quitarme la mirada —. Estamos listos para reunirnos con el rey Magnus.

Los custodios vienen casi de inmediato, mientras yo continuo renitente a caer en los juegos de este hombre. Me lanza una mirada de advertencia a medida que nos sacan a los cuatro del calabozo y pasamos por un campo abierto en la parte trasera del palacio hasta adentrarnos en él por un corredor y llegar hasta la ya conocida sala del trono.

—Cuando estén frente al rey, hagan una reverencia y no hablen o se presenten si no les han dado la palabra —informan antes de dejarnos pasar —. Los prisioneros de guerra hacen presencia en la sala. —Nos anuncian al tiempo que caminamos al centro.

Ruego por dentro que no me reconozcan y que podamos seguir con el plan que trazamos anoche.

En el trono se encuentra el rey y a su lado el señor Francis, quien pasea la mirada por todos nosotros hasta detenerse en mí. Entrecierra los ojos, estudiándome. Es obvio que me descubrirá y seguramente también su insoportable monarca.

Él se acerca y le susurra algo al oído de su soberano, cosa que hace que este dirige su atención al medio, justo donde nos encontramos y en segundos me enfrente con la mirada.

—Acusada —Puedo escuchar la altivez en su voz.

Todo el teatro que habíamos armado se fue a la basura. No nos creerá la historia que inventamos. Me han reconocido.

—Majestad. —Le ofrezco una reverencia.

—Parece que a usted le encanta estar por aquí, sin embargo, permítame contarle que odio las visitas y la suya no es la excepción.

—¿Entonces me puedo ir? —Aprovecho la situación para intentar zafarme.

—Si no se hubiese convertido en una prisionera de guerra podría hacerlo, pero me parece que le estoy haciendo un favor al retenerla, ya que todo indica que tiene una fijación por meterse en problemas para aparecer frente a mí.

—Yo solo quiero volver a casa. —Reitero.

—No hasta que me digan donde está Silas y que parentesco hay entre ustedes.

—Ella es mi hija —se adelanta Nicholas.

—No intente verme la cara de idiota, Pantresh. ¿Cree que no tenemos registros de su familia? Los hemos investigado. Usted solamente tiene una hija llamada Camille y estoy completamente seguro de que no es la acusada.

—No recuerdo a la perfección su nombre, sin embargo, tengo una idea de el. —Anuncia el señor Francis con ojos sagaces, intrépidos.

Comienzo a hiperventilar. Si lo dice estaré en problemas. Si rastrean mi identidad sabrán que soy la novia de Stefan y me harán todas esas cosas horribles que Nicholas mencionó.

—Dímelo de una vez —exige el rey.

—No lo sé, era algo como Erialy o Emi...

—Emery —me adelanto a decir, usando el hueco en su memoria a mi favor —. Me llamo Emery.

—Sí, creo que ese es. —Señala poco convencido, pero aun así el alivio me invade.

—¿Qué haces aquí? —me pregunta directamente —¿Y por qué pretendían mentirme respecto a tu identidad? ¿Qué hay detrás de tu fachada?

—Nada en particular. —Suelto sin saber qué decir.

—Esa respuesta no me sirve. ¿Qué hacías allí? Hasta donde sabemos era una cena parlamentaria. ¿Eres una noble? ¿Acaso también eres familiar de los Denavritz?

¿Cómo lo sabe? Se supone que el evento no tuvo mucha publicidad hasta el último momento.

—Estaba en la fiesta por mi amiga Valentine —miento, dirigiéndome al consejero —. Seguramente nos recuerda, señor Modrisage.

—Es muy allegada a la familia real, lo sabemos —me responde —, pero eso no explica su presencia allí.

—Soy su amiga, por eso fui su acompañante.

—No me termina de convencer, señorita Emery. Debe saber que si nos está mintiendo lo sabremos tarde o temprano.

—No tendría por qué hacer algo así.

—¿Entonces por qué los Pantresh querían hacerla pasar como su hija?

—Temían que si ven que yo no soy importante en su plan, me asesinen desde ahora.

—Ciertamente, es lo que debería hacer —habla el rey Lacrontte —. Si no me ayudas en nada, estorbas y a mí me encanta deshacerme de las cosas innecesarias.

—Soy una persona, no un objeto.

—Me da igual lo que seas. Ahora eres una prisionera y no puedes hablar a menos que te dé la palabra. En este momento la situación es la siguiente, aunque creo que ya la conocen. Le di al inepto de su sobrino —le habla a Nicholas —tres días para entregarme a su padre, de otra forma todos ustedes serán asesinados y por si no lo han notado, hoy a la media noche acaba el tiempo para usted.

—Es injusto, majestad. Nuestro error fue estar en el sitio equivocado, nada más.

—No, su error fue emparentarse con el maldito Silas Denavritz.

—Eso lo hizo mi hermana, no yo.

—Ese ciertamente no es mi problema.

—Al menos, deje ir a mi hija —interviene Keria —. Ella es solo una muchacha. Tiene una vida por delante.

—No hago excepciones por nadie. Todos se quedan aquí, incluida la acusada treinta y cinco. Si no aparece Silas ante mí está noche, los cuatro serán ejecutados en la horca al amanecer  y en esta ocasión —me mira —. No habrá nadie que la salve.

—No tiene que esperar demasiado, majestad —dice el padre —. La señorita Emery en la celda nos dijo que tenía información sobre el rey Silas.

Lo miro de inmediato, ofuscada. ¿Qué está inventando?
No puede hundirme solamente a mí para salir sano con su familia.

—¿Eso es cierto? —Desea saber, mirándome.

—Por supuesto que sí —se adelanta antes de que pueda responder —. Dice que conoce su ubicación, pero no nos lo ha querido revelar.

La cabeza me palpita por la falta de comida y por la ira que ahora me llena las venas. ¿Cómo se le ocurre ponerme en esta situación? ¿Qué le he hecho para que me haga esto? Primero el alimento y ahora me expone a la muerte inminente.

—¿Qué es lo que se supone que sabes?

—Anda, díselo. —Me insta.

Está cumpliendo lo que dijo que haría. Me está obligando a asumir toda la culpa.

—Parece que no quiere confesar frente a nosotros —alega frente a mi silencio —. No se deje engañar, es astuta, majestad. Seguramente querrá pedirle algo.

—¡Cállate, cállate! —suelto, molesta, indignada —. Eres de las peores personas que he conocido en mi vida, lo juro.

—¿Tienes o no algo que decir? —me presiona el soberano.

—Lo tiene. Solo que está moviendo bien sus cartas. Busca sacar provecho con su información.

Me abalanzo sobre él y comienzo a darle manotazos en el pecho, brazos y rostro con la poca energía que tengo. No lo soporto. No tolero su descaro, su intimidación y arrogancia.

—Cállese de una vez. No se cansa de hacer mi vida un infierno. No le he hecho nada, déjeme en paz.

Las lágrimas de exasperación fluyen mientras grito. Intenta alejarse de mí, pero me prendo de su brazo, bloqueándole cualquier salida.

—Usted no parece ni siquiera un Pantresh, es igual de déspota, injusto y malo como el rey Silas.

—Lo ve —se zafa cuando un guardia me toma de la cintura para alejarme de él —. Ella lo conoce bien, por eso tiene la información. Probablemente, sea una de sus amantes.

Lo escupo con rabia directamente en el rostro.
¿En qué momento me mezclé con la monarquía? Estas personas no temen pisotear y ensuciar el nombre de cualquiera que se encuentren en el camino con tal de salvarse a sí mismos.

Un par de hombres lo atajan cuando intenta tocarme por lo que he hecho. Se meten en medio y lo apartan de mí.

—Cuanta fiereza, acusada número treinta y cinco.
—oigo la burla del rey —. Es usted toda una pequeña bestia.

—No me gusta que se metan conmigo. Que quieran enlodarme con acusaciones falsas. No soy la amante del rey, no soy la amante de nadie. Soy solo una persona que estaba en el lugar equivocado.

—Según sus alegatos usted siempre lo está.

Siento que voy a desmayarme. La habitación me da vueltas y la lucidez visual me abandona. Necesito comer, al menos algo, lo que sea, solo un poco.

Respiro con dificultad, sobreponiéndome a la exaltación emocional, a la ira e impotencia y mientras intento reponerme algo se me ocurre. Algo para librarme de este sujeto.

—Él tiene razón, majestad. Tengo información.

Si pensó que me orillaría a esta situación y no intentaría sacar ventaja en medio de las circunstancias, está muy equivocado.

—Sin embargo, quiero decirlo a solas tal como él mencionó. Tengo algunas cosas que pedir a cambio de la ubicación.

—No tengo tiempo que perder, así que suelta de una vez lo que tienes que decirme, porque no te hallas en posición de pedir ni un gramo de sal.

—Entonces usted tampoco tendrá la información. —Intento sonar segura para convencerlo.

—Recuérdeme su nombre, acusada.

—Emery.

—Su apellido también.

Debo tener cuidado con lo que diré, pues si recuerda un poco mi nombre, puede que también mi apellido, por lo que no puedo irme a los extremos.

—Naford.

—Emery Naford ¿Qué deseas?

—Hablaré una vez ellos se vayan. —Me yergo, intentando mostrarme segura.

Para mi buena suerte, el rey los hace retirarse y una vez estamos solos comienzo a soltar mis exigencias.

—No quiero volver a la celda mientras lo buscan y antes de revelar su ubicación quiero tomar un baño y comer.

—¿Algo más? Me observa con curiosidad mientras sopesa mi pedido.

—Es todo por el momento.

—Creí que pedirías dinero.

—No es de mi interés.

—El dinero es del interés de todo. Mueve familias, gobiernos, pueblos enteros.

—No a mí —me mantengo firme —. ¿Acepta el trato?

—Tiene claro que si no hallo a Silas en la ubicación que me dé, será ejecutada, ¿verdad?

Trago con dificultad. Vida mía, ¿por qué me metes en tantos problemas? ¿Cómo voy a salir de aquí?
No quiero dudar de Stefan, pero me da pavor que no llegue a tiempo para salvarme de esta situación antes de que sea tarde.

—Estoy al tanto y asumo la responsabilidad.

—Esa respuesta me lleva a creerte. La enviaré con un guardia para que le dé lo que ha pedido y una vez se cumplan sus caprichos la llevaran a reunirse conmigo, ¿entendido?

—Entendido, majestad.

••••

Tal como lo anunció me manda con un guardia, el cual me guía hasta una de las habitaciones del palacio. Paredes cremas, cortinas beises, cama sencilla y tocador modesto.

—Luena, tienes un trabajo. Atiéndela y cuando esté preparada me llamas. El rey no quiere que toque ninguna de las habitaciones principales del palacio, así que préstale tu baño para que se asee.

Claro, es un cuarto de algún integrante del servicio. Eso explica la poca opulencia en este sitio.

Una joven sale de una puerta, recogiendo su corto cabello oscuro y ondulado en un moño bajo para luego alisar la falda de su uniforme y mostrar una apariencia impecable.

—Buenas tardes —me saluda con una reverencia—. Soy Luena y desde este momento estoy a tus servicios. ¿Puedo conocer su nombre, mi señora?

—Que no se tarde —repite el custodio, impidiéndome responder —. Es una prisionera de guerra y tiene cuentas pendientes por las que rendir.

—Entendido, pero si te marchas y me dejas hacer mi trabajo apuesto a que terminaría pronto —Pelea con el sujeto.

—De acuerdo. Mandaré a preparar la comida que solicitaste. ¿Algún pedido en especial? —Me habla.

—Si no es mucha molestia quiero todo lo que haya. —Suelto emocionada.

La idea de comer me pone ansiosa. Tengo días sin probar algo diferente al agua o las galletas saladas que escasamente esconde Camille para mí. Imagino la infinita variedad de alimentos que voy a poder probar y solo entonces me prometo a mi misma intentar disfrutar de todo esto antes de volver a preocuparme por lo que pasará.

—Pase por aquí, señorita —me invita la mujer —el baño está en esta puerta, le traeré un nuevo jabón y una toalla limpia. ¿Requiere algo más?

—Champú, por favor.

—Por supuesto. Puede ir quitándose la ropa.

Entro a la ducha con presura, posicionándome bajo el agua para mojar mi cabello. En ese calabozo el polvo se adhirió a mi cuero cabello, causando un fastidio insoportable.

Luena trae mis pedidos más tarde, por lo que extiendo mi baño al menos por una hora. Al salir ella me viste con uno de sus trajes y me indica que han traído la comida para mí.

—¿Le queda bien mi vestido? Creo que somos de la misma talla, ¿verdad?

—Está perfecto. Gracias por su cordialidad.

—Es mi trabajo, señorita. La dejaré para que coma tranquila, debo hacer otras cosas, pero si me necesita, dígale a un guardia que envíe en mi búsqueda.

Han traído una mesa y silla de madera que me sirve como comedor, los cuales están repletos de tanta comida como nunca antes había visto. Tomo el tenedor y cuchillo sin saber por donde empezar. Es un completo banquete que revuelve mi apetito más de la cuenta.

Empiezo a comer pollo, fruta, zumos y papas hervidas con tanta prisa que no saboreo demasiado en el camino, solo estoy concentrada en llenar el vacío que me han dejado este tiempo de abstinencia obligada. Cada plato sabe mejor que el anterior, por lo que intento probar todo lo que puedo, obviando el agua que me recuerda los momentos de hambre que tuve que aguantar.

Simplemente, es cuestión de minutos para que mi estómago me pase factura por la ingesta desmesurada de alimento y las náuseas invadan mi boca. Me levanto y corro hacia al baño, doblándome con urgencia para regurgitar toda la comida después del atracón.

Me siento en el piso sintiendo los estragos del malestar que se calma poco a poco entre cada expelería y siendo sincera, desconozco cuanto tiempo estuve allí pues únicamente me levanto cuando Luena regresa y me ayuda a ponerme en pie.

—¿Qué le ocurrió, señorita? —pregunta preocupada.

—No debí comer tanto.

—¿Quiere que llame al médico del palacio? Sí, eso haré. Puede recostarse en mi cama mientras regreso.

No opongo resistencia, pues de verdad el malestar me sobrepasa.

Pocos minutos después, un hombre de traje elegante con cabello y bigote completamente blanco debido a las canas se presenta como Allard y comienza a examinarme minuciosamente.

—¿Cuántas expulsiones hiciste? —pregunta.

—Creo que perdí la cuenta.

—¿Alguna deposición?

—Ninguna hasta el momento.

—Hace cuanto fue su última comida, sin contar esta, por supuesto.

—Hace tres días.

—Se puede saber que ocurre aquí? —Aquella voz autoritaria que ya es familiar para mí aparece de repente —¿Por qué llamaron al médico?

—La señorita no se siente bien. —Señala Luena con voz temblorosa.

—¿Y a quién le interesa como se siente la acusada número treinta y cinco?

—Bueno, a mí, soy el médico del palacio. Mi deber es velar por la salud de todos los que se encuentren dentro de este lugar.

—Pero solo cuando yo te lo ordene.

—¿Entonces dejo la revisión de la señorita a medias? Hay un presunto atracón de comida después de no ingerir ningún alimento desde hace tres días.

—¿Acaso no le gustaba a su majestad el menú que le servíamos? —cuestiona con sátira el rey, dirigiéndose a mí —. ¿O tenía miedo de que la envenenáramos?

—El señor Nicholas no me dejaba comer. —Explico cansada.

—¿De qué habla?

—Me quitaba la comida una vez llegaba, por eso pedí la cena antes de darle la información.

Por un momento pienso que va a entender mi problema y se mostrara solidario, pero lo único que hace es recriminarme.

—¿Y le costaba mucho avisarle a un guardia sobre la situación?

—Él dijo que si le decía a usted solo le burlaría de mí, porque no le importaría

—Y tiene toda la razón, acusada, para esos asuntos banales tengo a grupo de hombres con uniforme oscuro llamados guardias reales. Creo que no era tan difícil deducir cuál era el paso a seguir.

—¡No me regañe! De igual forma ya no importa.

—Solo deme el dato que necesito. No estoy de humor para lidiar con problemas de plebeyos.

—Majestad —irrumpe el médico —. Necesita hidratación y reposo.

—¿Y qué quiere? ¿Qué la ponga en una habitación con enfermeras a la mano?

—Dele espacio para que se reponga, luego podrán reunirse.

—¡Por todos los muertos que cargo en la espalda! —suspira frustrado —¿En qué momento de mi vida vino a aparecer esta mujer para quitarme el tiempo? Escúcheme bien —me señala, molesto —. Le doy una hora para que esté en perfectas condiciones, ni un minuto más y hablo muy en serio, acusada número treinta y cinco.

—Me llamo Emery. —Le recuerdo mi identidad falsa.

—Me da igual su nombre. Limítese a seguir las instrucciones y no se tarde, le pediré a los guardias que la dejen pasar sin ser anunciada para que acabemos con esto lo antes posible.

Sale de la habitación a pasos agigantados y sin volverse un segundo, con el porte altivo y prepotente que siempre lleva consigo.

—¿Es difícil vivir con él? —Le pregunto a Luena y el médico, pero solo ella responde.

—Tenemos prohibido quejarnos, si lo hacemos podríamos perder el trabajo.

—Era de esperarse.

••••

Mientras espero que mi estado mejore un poco pienso en que le diré al rey Magnus. No tengo idea de donde está Silas, por lo que en mi cabeza busco las ciudades más alejadas de Lacrontte para que le tome mayor tiempo llegar hasta allá y por ende Stefan tenga mayores oportunidades de venir a recatarnos.

Decido irme por el extremo oeste de Mishnock, cerca a la frontera con Cristeners, pensaba tomar a Hilffman, el lugar que siempre menciona Nahomi, pero este está bastante cerca de Lacrontte, por lo que me ubico en al sur y elijo Erebolt, quien está lo suficientemente alejada como para tomarle casi tres semanas enteras llegar por tierra.

—¿Quiere qué le preste otro vestido, señorita? –pregunta cuando me levanto para ir al encuentro.

—Por favor —Acepto, despojándome del manchado traje.

Me encamino después de arreglarme, siguiendo las indicaciones de Luena, hasta la segunda planta del palacio, sitio en el que se encuentra la oficina del rey. Subo las escaleras y llego hasta la elegante puerta, en donde los guardias después identificarme me abren el paso.

Camino al interior de la oficina, fingiendo una seguridad que no tengo, pues la verdad es que mi corazón late fuerte y en mi estómago se ha implantado un vacío enorme debido a la ansiedad, sin embargo, solo me resta dar el primer paso dentro para quedar petrificada al ver al rey Magnus sentado en su escritorio con una mujer cobriza de rodillas frente a él y quien con esmero baja el cierre de su pantalón.

Los ojos del soberano me observan con ira una vez nuestras miradas se encuentran. Trastabillo y dudo a medida que intento huir de la escena, pero antes de lograrlo un grito atraviesa mis tímpanos.

—¡Sal ahora mismo de aquí!

La mujer se asusta y se gira hasta dar conmigo. La sorpresa en su rostro es evidente mientras es levanta del brazo con brusquedad por su majestad.

—En verdad lo siento. —Es lo único que logro decir antes de salir corriendo.

—¿Quién eres? —Cuestiona la mujer en medio de su estupor al tiempo que cruzo la puerta.

Los guardias no hacen ningún comentario al respecto cuando me ven llegar agitada, pero puedo sentir la tensión de sus cuerpos en el momento en que una discusión comienza a escucharse.

—No voy a irme —se oye la voz de una mujer —. Pídele a ella que espere.

—Es un asunto importante, no colmes mi paciencia.

—Vine a verte, no puedes correrme.

—Y no lo estoy haciendo, solo te estoy ordenando que te quedes afuera. Escuchaste bien, es una orden, no una petición.

—¿Quién es ella? ¿De dónde salió?

—¡Guardias! —grita de repente y los hombres en la puerta se apresuran a entrar —. Saquen a la señorita Etheldret al pasillo.

—¿Es en serio, Magnus?

—Te lo pedí a las buenas y lo único que haces es interrogarme como si tuvieses el derecho. Espera afuera y cuando se acabe la reunión podrás volver a entrar.

—Si salgo de aquí no voy a volver a hablarte en días, lo juro.

—Perfecto, es tu decisión y la respeto. Ahora retírate, que tengo un asunto pendiente por resolver.

¡Vida mía! ¿En qué me he metido? ¿Qué estaban haciendo? Recuerdo haberle escuchado mencionar en la fiesta de Daniel que odiaba que lo interrumpiesen en estos momentos.

Veo a la mujer salir custodiada por los guardias. Me mira con desconfianza antes de plantarse en el pasillo con los brazos cruzados.

Me dan la orden de ingresar y vuelvo al lugar al que jamás hubiese deseado pisar. Es una oficina amplia en tonos café por la madera que lo cubre, la cual brilla bajo un candelero central que reposa sobre nuestras cabezas. Una estantería alta y repleta de libros, un fastuoso escritorio de agar y una silla de cuero oscuro terminan de llenar la estancia.

Al fondo hay un sillón que mira directamente a la mesa, así que me dirijo hasta allá para tomar sitio, no obstante, el rey me detiene y me ordena ocupar los asientos de invitados más cercanos a su escribanía.

Me siento con cuidado y para aplacar la vergüenza, paso la yema de los dedos por el borde de la mesa hasta llegar a una placa de cristal que lleva su nombre.

—Dos cosas, acusada. Está prohibido tocar mi escritorio, así que aparte sus manos —ordena, déspota —y segundo, si tira esa placa juro que la mandaré a la horca.

Retiro las manos al instante, pues lo último que quiero es morir por un pedazo de vidrio.

—Quiero empezar diciendo que no fue mi intención. De verdad no quise ser inoportuna, pero usted les dijo a los guardias que me dejaran entrar sin ser anunciada y por eso ingresé.

—Sí, ya lo sé, créame, de otra forma la hubiese enviado directo a prisión sin posibilidad de apelación.

—Yo no quería ver eso, lo juro.

—¿Ver qué? Usted no vio nada.

—A lo que me refiero es que no quería ver como usted intentaba hacer...

—Cállese la boca —me interrumpe, hosco —. No vio nada y nunca lo verá, que eso le quede claro.

—Lo sé. No tiene siquiera que decirlo.

—Solo dígame la ciudad para que vuelva al calabozo.

—¡¿Qué?! —me espanto —. No, yo no pienso volver a ese lugar. Si le doy la ubicación debe dejarme aquí, prométalo, por favor.

—Yo no le hago promesas a nadie, acusada.

—Entonces no le diré nada.

—No tiente suerte. No estoy de humor para estupideces.

—Únicamente le estoy pidiendo una cosa. No volver al calabozo. Puede darme la peor habitación del palacio, le juro que la aceptaré, pero no quiero volver allá.

Parece reflexionarlo. Me mira fijamente con la esmeralda en sus ojos atravesando mi rostro.

—Voy a disfrutar asesinarte si no encuentro a Silas donde me dices.

—No me amenace, eso no me gusta.

—¿Acaso cree que...?

—Sí, ya sé que no le importa —corto su discurso —, pero a mí me hace sentir muy mal.

—¡No vuelva a interrumpirme, señorita! —grita, iracundo, haciendo saltar las venas en su cuello —¿Quién se considera para callar mis palabras? Soy el rey de Lacrontte, usted no es más que una plebeya promedio.

—Lo siento —recompongo mi vestido, inquieta. No me gusta que me levanten la voz. Me aflige —. Prometo no hacerlo más si usted deja de amenazarme. ¿Tenemos un trato? —Le extiendo la mano, pero él no la toma.

—Yo no hago tratos con nadie y mucho menos con una Mishniana.

—Es usted de verdad complicado, pero no importa. ¿Recuerda que le dije que no tenía otra petición que hacerle? Pues ahora si tengo una.

—Ya es tarde, su momento de negociar acabó.

—No es algo difícil. Solo quiero que saque a Camille del calabozo. Es la hija de los Pantresh.

—¿Por qué haría eso? ¿Ella tiene alguna información que me sirva? Si no me beneficia en algo no voy a sacarla.

—Ella fue la única persona de los tres que me ayudó cuando estaba allá. Me daba galletas a escondidas de su padre.

—¿Cree que me interesa quien la ayudó? Si no me es útil, no sale. Fin. Ahora dígame el dato.

—Escúcheme, sin eso no le diré nada. —Me mantengo firme.

—Entonces la encerraré nuevamente. Nadie viene a mi oficina a chantajearme ¿Entiende eso o se lo hago saber a las malas?

—Ya le dije que deje de amenazarme.

—Usted no me dice que puedo o no hacer y agradezca el hecho de que estoy esperando por su confesión, porque podría utilizar otros métodos para hacerla hablar, así que no agote las migajas de paciencia que tengo y deme la maldita ubicación —intento refutar, pero me calla —. Y antes que lo vuelva a pedir, le dejo las dos opciones que tiene disponible. Habla ahora y no la mando al calabozo o se queda callada y la envío de vuelta. No hay cabida para terceros. Tiene quince segundos para decidir y ya voy en diez.

—Se encuentra en la ciudad de Erebolt. —Revelo sin alternativa.

—¿Se da cuenta de lo sencillo que es? Felicidades, haré que le preparen una habitación en el primer piso. Ahora salga de aquí y más le vale que me haya dicho la verdad si quiere volver a su nación con vida.

—Deje de amedrentarme. —Replico ofuscada.

—¿Tengo que repetirle que salga de aquí, pueblerina?

—Es usted un grosero. —Me coloco en pie de mala gana y camino hacia la puerta.

—Búsquese un mejor insulto si de verdad quiere ofenderme.

—Se me ocurren un millón, se lo juro.

—Entonces la escucho. —Me reta.

—No lo diré porque no le daré el gusto de asesinarme. No vale la pena desperdiciar mi vida por usted.

Aquello lo enoja más de lo que creí. Parece que sin siquiera intentarlo lo he ofendido, pues se levanta impetuoso y a pasos firmes e imponentes camina hacia donde me encuentro, asegura la puerta que acabo de abrir y me encierra entre esta y su cuerpo.

Me siento tan diminuta como aquella ocasión en la que me amenazó en el palacio de Mishnock.

—La reto —me mira fijamente, bajando la cabeza para encontrar mis ojos —. Veamos si es capaz de humillarme con la ofensa de la que tanto presume.

El olor de su perfume me invade nuevamente, el inmisericorde tono con el que me habla me aterra, no lo niego y la monumental altura de su cuerpo musculado me cubre cuando levanta el brazo para bloquear la puerta y evitar así que vuelva a abrirla.

—Solo hablaré cuando yo lo desee, no cuando usted me lo exija. —Murmuro intimidada.

—¿Sabe que es el poder, prisionera? Mi definición favorita asegura que se trata de la facultad para subordinar a otras personas o controlar una situación bajo la arbitrariedad, y en este momento estoy haciendo ambas, sin embargo, hay algo que adoro aún más que el hecho de tener poder y es la capacidad de dominar. ¿Sabe lo que significa esa palabra? ¿Alguna vez ha tenido la dicha de dominar algo o a alguien?

No respondo, siento que cualquier palabra que pronuncie la usará en mi contra.

—Dominar se traduce a obediencia absoluta, sometimiento y hay una manera muy llamativa de conseguirla. Persuadiendo, chantajeando, amenazando e incluso empleando la fuerza. —Su voz es inquebrantable, dictatorial.

—¿Por qué me está diciendo esas cosas? —Apoyo la cabeza contra la madera para no perder su mirada.

—Todo lo anterior lo utilizo para gobernar y tener poder —continúa, omitiendo mis palabras —, pero no hay nada mejor que la sumisión voluntaria, porque no se necesita de medidas extremas para conseguirla. Así que dejo a su voluntad cuál de las dos vías quiere para su rendición, pueblerina. Cuando tenga la respuesta ya sabe a dónde venir para hacérmela saber.

Lo siguiente que escucho es el sonido del pomo al ser desbloqueado, dando final a nuestra conversación, misma que estaba por convertirse en algo unilateral porque no se me ocurría algún argumento para defenderme o rebatir sus palabras.

—Cuando de la orden para que la señorita Vanir ingrese, le permiten el paso antes no. —Dictamina a sus guardias.

Me escabullo debajo de su figura para volver al pasillo con la opresión en mi pecho desvelando lo acobardaba que estaba.

Debo hacerle caso a cada uno de los libros y lecciones en donde me señalaban las razones para odiar al rey Magnus Lacrontte. Intenté buscar un ápice de bondad en él, pero indudablemente no hay ninguna.

—Nunca antes te había visto por aquí. —Ataja la mujer que ha salido de la oficina.

El ámbar claro de sus ojos me estudia de pies a cabeza sin ningún tipo de discreción. El cabello cobrizo que vi en medio de las piernas del rey enmarcan su rostro delgado y fino. Es esbelta y del tamaño suficiente para orillarme a levantar la vista y poder mirarla a la cara.

—Soy una prisionera de guerra, señorita.

—Que linda eres. ¿Cómo te llamas?

—Emery. —Repito la mentira.

—Soy Vanir Etheldret, la novia de Magnus.

¡Por todas las flores del mundo! Que horrible ha de ser soportar a un hombre como el rey Lacrontte. Nunca lo elegiría como pareja, así fuese la última persona sobre la tierra.

—Le ofrezco una disculpa por la manera en como entre.

—Descuida, aunque siendo sincera me hubiese gustado que no interrumpieras nuestra intimidad.

—Jamás volveré a hacerlo. Lo prometo.

—Lo sé, yo me encargaré de ello. —Puntúa con un tinte amenazante que decido dejar pasar.

—Con todo respeto, señora Vanir, ¿Cómo puede convivir con alguien así de soberbio?

—Te acostumbras. Después de un tiempo ya sabes cómo comportarte para agradarle.

—¿Por qué habría de comportarme diferente para agradarle?

—No lo sé, ¿por qué es el rey? —responde irónica.

—Aun así no podría cambiar mi carácter solamente para…

—Y no tienes que hacerlo —me corta —. No ocupas el papel de su compañera, de lo contrario lo entenderías. Pero no te preocupes para eso, estoy yo.

—No me preocupa.

—Que agradable pensamiento. Si te mantienes bajo esa premisa nos llevaremos muy bien.

—Ya puede pasar, señorita Vanir. —La llama un guardia.

—Nos vemos luego, Emery. Debo contentar al hombre que hiciste enojar con tu arrebato.

Se contonea hasta perderse al interior de la oficina, encendiendo nuevamente la vergüenza en mi interior con sus últimas palabras.
No me queda de otra que devolverme a mi habitación apenada por lo que sea que vi y las conversaciones que tuve a partir de ello.

—Venga conmigo, señorita —pide un custodio —. Le mostraré cuál será su habitación por el tiempo de su estadía.

Descendemos hasta el primer piso en donde me llevan hasta una alcoba cercana a la de Luena. Es igual de sencilla, por lo que deduzco que también es para los integrantes del servicio.

—Mañana se le suministrarán las cosas que requiera y queda a su disposición la doncella Luena para cubrir sus necesidades.

El hombre se marcha, pero no quedo sola mucho tiempo, pues poco después aparece Francis, quien luego de anunciarse pasa dentro.

—¿Esta cómoda en su alcoba, Emery? —pregunta, manteniéndose cerca a la puerta.

—Sí, muchas gracias por su hospitalidad.

—Me alegra —asegura, pero no hay ninguna expresión en su rostro que lo confirme —. ¿Sabe una cosa señorita? No recuerdo del todo su nombre, empero, todavía no me convenzo del todo que sea ese. Lo bueno es que tengo una medida infalible para verificarlo, lo cual solamente me tomara unos minutos.

Me inquieto. Me asusto. Habla con tal seriedad que es imposible no alarmarse.

—¿A qué se refiere? Yo estoy diciendo la verdad.

—De ser así, no hay por qué temer si es que decido comprobarlo, ¿cierto?

—Señor Modrisage. —El llamado viene del pasillo, casi como un ángel.

Me sonríe con calma antes de levantar la voz para indicar que se encuentra conmigo.

—Lamento interrumpirlo —es un custodio —, pero el rey Magnus ha discutido con la señorita Vanir… otra vez y ella se niega a marcharse del palacio. Se ha solicitado su presencia para que ayude a convencerla de que se retire.

Se gira pausadamente a mirarme nuevamente. Es evidente que desconfía de mí. La manera en como sus ojos me estudian habla por él, es astuto, meticuloso, incrédulo y suspicaz.

—Volveremos a mantener esta conversación cuando tenga el dato, señorita —advierte con voz firme —. Por el momento el deber me llama.

Sale con la misma calma con la que entró, dejando una ansiedad instalada en mi sistema.

¿De qué está hablando? ¿A qué medida se refiere? No hay rastro de nada hasta donde tengo memoria. Cuando vine aquí no hubo algo que… ¡Por mis vestidos! ¡El registro! Se refiere a aquella agenda en donde escribió nuestros nombres la ocasión en la que vine con Valentine y Amadea.

Estoy acabada. Va a descubrir quien soy y no podré hacer algo para evitarlo a menos que…

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