Antes de diciembre / Después...

By JoanaMarcus

156M 9.2M 38.4M

PRIMER Y SEGUNDO LIBRO [Primer y segundo libro ¡publicados en papel! Esta es solamente la primera versión de... More

LIBRO 1: Antes de diciembre + trailer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26 - final
LIBRO 2: Después de diciembre
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 6

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By JoanaMarcus

MARATÓN 2/3

Cuando me desperté, me quedé mirando fijamente el techo un momento. Estaba sudando y tenía el corazón acelerado.

No acababa de soñar lo que acababa de soñar, ¿verdad?

Era imposible.

Me llevé las manos a la cara y solté una palabrota en voz baja. No acababa de soñar eso. No lo había hecho.

No acababa de soñar que lo hacía con Ross.

Lo miré de reojo. Estaba durmiendo plácidamente, como si nunca hubiera roto un plato. En ese momento, suspiró y se acomodó en la almohada.

No podía haber soñado que lo hacía con él. Era imposible. Si a mí Ross no me gustaba. ¿Por qué lo había soñado? ¿Se me estaba yendo la cabeza por haber dormido con él una noche? Me moví un poco hacia el lado contrario, suspirando.

Lo único que estaba claro era que tenía que irme de esa cama. Me puse mi ropa de deporte, me até el pelo y salí de su casa. Todo el mundo dormía plácidamente, así que me ahorré muchas explicaciones de mi cara roja como un tomate.

Lo peor no era que hubiera soñado eso, sino que en el sueño él... era muy bueno.

Mucho mejor que Monty.

Me entraron ganas de golpearme a mí misma.

Ese día estuve mucho más tiempo que los otros. Una hora y media. Quería agotarme para dormir sin soñar. Cuando terminé, estaba tan cansada que me dolían las piernas. Me detuve un momento en la puerta del edifico de Ross, sujetándome las costillas, jadeando.

Fue en ese momento cuando mi hermana me llamó.

—Hola, Shanon —la saludé, intentando recuperar la respiración.

—¿Has salido a correr?

—¿Cómo lo has adivinado? —pregunté irónicamente.

—Spencer estaría orgulloso —me dijo, divertida—. Desde que da clases de gimnasia, está obsesionado con que la gente haga deporte. Como si eso fuera sano.

—Técnicamente, es sano.

—No para mí. Si salgo a correr, me canso. Eso no puede ser sano.

—Tu vida es un drama, Shanon —sonreí.

—Bueno, ¿qué tal todo? Mamá me dijo que volvías a casa.

—En realidad, eso es lo que quiere ella, pero no lo voy a hacer.

—Creo que no le gusta que en casa solo estén los chicos.

—¿Eso crees? —me reí—. Yo creo que incluso ellos son conscientes de eso.

—¡Owen! —gritó mi hermana a su hijo, apartándose del móvil—. ¡Deja de lamer ese juguete! Bien —volvió a acercarse—. ¿De qué estábamos hablando?

—De mis problemas financieros.

—Ah, sí. ¿Has encontrado trabajo?

—No he tenido tiempo. Pero un amigo me ha dejado quedarme a vivir con él una temporada.

—¿Un amigo? Mhm...

Puse los ojos en blanco.

—Shanon —advertí.

—¿Amigo hasta qué punto?

—Sigo teniendo novio, ¿recuerdas?

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

Mi hermana no soportaba a mi novio. Eso lo había dejado claro el primer día que lo había visto. Había arrugado la nariz disimuladamente y había negado con la cabeza. Y todavía no había cambiado de opinión.

—No necesito una razón —le dije, negando con la cabeza—. ¿Por qué te cae tan mal?

—Para empezar, se llama Montgomery.

Otra que se metía con su nombre.

—Pues... bien bonito que es ese nombre. Es original.

—Dios mío, ¿ya te has metido drogas universitarias de esas?

—Qué graciosa.

—Bueno, su nombre debería ser razón suficiente como para cuestionarte el por qué estás con él.

—La pregunta es, ¿alguna vez te gustará alguien que te presente?

—No lo sé. ¿Cómo se llama tu amigo?

—¿El de la casa?

—Sí.

—Ross.

—¿Ross?

—Bueno... Jack Ross.

—¿Ves? Jack es un nombre normal.

Negué con la cabeza.

—Tengo que ir a ducharme, Shanon.

—¿Y vas a venir por Navidad? —me preguntó—. Porque es dentro de dos meses. Y mamá ya me ha dicho que hará comida para todos.

—Claro que iré —le aseguré—. Si encuentro la forma de pagarme el billete del avión.

—El cumpleaños de mamá es en un mes y también deberías ir.

—Shanon, no tengo dinero...

—Si no vas —me dijo lentamente— pienso ir a agarrarte de la oreja y a humillarte delante de tus nuevos amigos, ¿me has oído?

—¿Ya te ha salido el espíritu de madre malvada?

—Ya me has oído —se relajó—. Ahora, ve a buscar una manera de pagarte el billete.

Colgué el móvil y entré en el edificio justo en el momento en que una anciana también lo hacía. Le sujeté la puerta y ella me sonrió. Esperamos las dos juntas al ascensor. Pensé en decirle algo, pero no se me ocurría nada interesante, así que me mantuve callada.

—¿Vives aquí? —me preguntó ella, al final.

—Eh... sí, bueno, es temporal.

—Ya veo —comentó, y parecía divertida.

No entendí nada, así que sonreí, algo incómoda, y esperé el ascensor.

—¿En el piso de los chicos del tercero?

—¿Los conoce?

—Sí, llevo viviendo aquí muchos años. Son buenos chicos, ¿eh?

—Mucho —aseguré—. El dueño, Ross, me ha dejado quedarme gratis. Ni mi mejor amiga me hubiera dejado.

—Suena como un buen chico.

—Lo es —aseguré, con una sonrisa tonta.

La borré enseguida cuando el maldito sueño vino a mi mente.

Las dos subimos al ascensor y me giré para preguntarle a qué piso iba, pero ella se adelantó y pulsó el botón del tercero.

—¿Es la vecina que tenemos en frente? —pregunté, sorprendida.

Ella asintió con la cabeza y me giré hacia delante, sin embargo, noté que me hacía una inspección de arriba a abajo. Quizá quería quejarse por el ruido que hacíamos o algo así, pero no lo llegaba a hacer y me estaba poniendo muy nerviosa. Además, no parecía querer quejarse de nada. Al contrario, parecía estar contenta.

—Ay, cuando yo tenía tu edad... —comentó, nostálgica—. Si me hubieran dejado vivir con dos chicos en ese entonces, el piso habría salido ardiendo. Ya me entiendes.

Balbuceé, confusa

—Bueno, nosotros no...

—No te hagas la inocente conmigo —me dio un codazo con una sonrisa traviesa—. Yo viví en los ochenta, niña. Me metí más basura en el cuerpo que la que tú verás en tu vida.

—¿En serio? —sonreí, sorprendida.

—Era una época mejor —me aseguró con una sonrisa malvada—. Además, tienes cara de pasillo de la vergüenza.

—¿Qué es eso? —fruncí el ceño.

—Básicamente, es la mañana después de haber tenido sexo y arrepentirte de ello.

—¿Tanto se me nota? —pregunté sin pensarlo, antes de ponerme roja como un tomate—. Es decir que... n-no... yo no...

—Puedes contármelo —me dijo, sonriendo.

Por algún motivo, me dio confianza. Y no me atrevía a contárselo a nadie que me conociera lo suficiente como para juzgarme.

—Es que... —la miré, avergonzada— he soñado que... usted ya sabe... con el dueño del piso.

—¿Con el del pelo desordenado?

—Sí, con ese.

Ella me miró, sorprendida.

—¿Y qué?

—Que se supone que es solo mi amigo.

Lo pensó un momento.

—¿Y qué tal el sueño?

—¿Qué tal?

—¿Estaba bien o mal?

Tartamudeé un momento, dudando.

—No estaba mal... pero...

—Es decir, que estaba muy bien.

Puse mala cara. No tenía sentido negarlo.

—Mejor que mi novio —murmuré.

Ella se rio abiertamente.

—Bueno, igual deberías tomártelo como una señal, niña.

—¿Usted cree?

—Eres joven, ya encontrarás novios de sobra. Y ya tendrás tiempo de que esos sueños dejen de serlo.

Sonreí, avergonzada, mientras las puertas del ascensor se abrían.

—Y tranquila —me guiñó un ojo—. No le diré nada a nadie.

Iba a replicar, pero en ese momento Ross abrió la puerta del piso y se me quedó mirando.

—¿Has ido a correr? —me preguntó, como si fuera lo más anormal del mundo.

—Sí, Ross —me acerqué a él—, hay gente que hace ejercicio porque sino engorda cien kilos. Y más con la dieta que llevamos.

—Yo te querría igual —me aseguró con una sonrisa.

Iba a entrar, pero vi que miraba a la anciana, que estaba abriendo la puerta de su casa.

—Hola, Jackie —le dijo ella.

Me quedé mirándolos. ¿Se conocían? Bueno... era lógico si eran vecinos.

—Hola, abuela —le dijo Ross, sonriendo.

Oh, no.

Abrí los ojos como platos.

Oh, no, por favor.

No acabo de decirle a una anciana que he tenido sueños eróticos con su nieto.

Por suerte, ya estaba roja por el ejercicio y pude disimular lo avergonzada que estaba.

Hora de querer morirse por segunda vez en una mañana.

—Ah, Jen, esta es mi abuela. Abuela, esta es mi nueva compañera de piso.

—Ya nos hemos conocido —aseguró la mujer con una sonrisita malévola.

—¿Ah, sí? —Ross sonrió, sin entender nada.

No pude decir nada. Estaba demasiado avergonzada.

—Bueno, me voy a desayunar —la mujer sonrió—. Portaos bien, niños.

Pasé por debajo del brazo de Ross y me quité los auriculares. ¿Cómo podía ser tan torpe? Mientras intentaba convencerme de que eso no acababa de pasar, noté que él chocaba su cadera con la mía.

—Qué bien te queda lo de estar sudadita —me aseguró.

—Eres un pervertido —negué con la cabeza.

—Lo dices como si te sorprendiera —dijo, comiendo un trozo de pizza fría.

—¿Vas a desayunar eso? —pregunté, señalando la pizza.

—Ese era el plan, sí. No hay nada más.

Me quedé mirándolo.

—¿Esa es toda la comida que hay?

—Sí —se encogió de hombros—. Aquí cada uno se pide la comida que quiere. O, si está desesperado, la va a buscar.

Abrí la nevera. Había una botella de agua, al menos veinte cervezas y un yogur caducado.

—No podéis tener una nevera tan deprimente.

—No es deprimente. Hay cervezas. Las cervezas hacen las cosas no deprimentes.

Lo miré con mala cara.

—¿No tenéis un bote?

—¿Un qué? ¿Y para qué?

—Para poner todos dinero e ir a comprar comida.

Él estaba comiendo su pizza fría sentado en la barra. Me miró, confuso.

—No.

—Pues deberíais hacerlo y esta tarde iremos a comprar comida que no sea pizza o sushi.

—A mí me gusta la pizza y el sushi —protestó.

—¿Y no te gustaría tener algo más que desayunar?

Se encogió de hombros.

—No soy muy exigente con la vida, la verdad.

—Deberíamos ir a comprar, Ross.

—¿A un supermercado?

—Sí. Abajo hay uno.

—Ah, ¿sí?

—¿Cuánto hace que vives aquí? —pregunté, perpleja.

—Dos años. Más o menos.

—¿Y no has ido nunca a comprar nada?

—Will suele encargarse de eso —dijo, confuso—. O no. No lo sé.

Pasé por su lado, negando con la cabeza.

—Para algunas cosas eres un genio y para otras eres un completo desastre.

—¿Dónde vas? —me preguntó con la boca llena de pizza.

—A ducharme —le grité por el pasillo.

—¿Puedo ir?

—¡No!

Cerré la puerta escuchando su risa.

***

—Pollo ecológico —leyó Ross, volviendo a dejarlo en el carrito mientras él lo empujaba—. ¿Por qué ecológico?

—Porque ese pollo ha vivido bien —señalé el otro—. Ese de la estantería no.

—¿Y eso le cambia el sabor?

Lo miré con mala cara y sonrió ampliamente.

—A ver —repasé—, tenemos pollo, verduras, aceite, leche, cereales...

—...ternera para mi chili... —continuó Ross.

—Sí, para tu chili —lo miré de reojo, con una ceja enarcada.

—No lo dirás así cuando lo pruebes —me aseguró, ofendido, siguiéndome por los pasillos del supermercado.

—...huevos y fruta. ¿Falta algo?

—¿Cerveza?

—Salsa de tomate —dije, girando en seco.

Escuché que él hacía lo mismo y se apresuraba a seguirme.

—Creo que prefiero comprar cerveza.

—Tenéis cervezas de sobra.

—Nunca se tienen cervezas de sobra, Jen.

—Estás enganchado, ¿eh?

—No, estoy enganchado al... ¡mierda! Me estoy quedando sin tabaco.

—Mejor —murmuré—. Es muy tóxico.

—De algo hay que morirse.

Me giré, mirándolo.

—¿Has besado alguna vez a alguien que fuma? Es como besar un cenicero.

—¿Eso es una indirecta, Jen?

Seguí mi camino, ignorándolo.

—No me puedo creer que ni siquiera tuvierais sal.

—Tampoco la hemos necesitado nunca —me dijo—. ¿Podemos coger chocolate o algo así?

—¿Chocolate? ¿Para qué?

—¿Para disfrutar un poco de la vida? —preguntó, como si fuera evidente.

—No.

—¿Por qué no? —puso una mueca.

—Porque tenemos el dinero justo para esto.

—Yo traigo más dinero.

—¿Has oído alguna vez el término derrochar?

Giré por un pasillo y él me siguió.

—Eres una aburrida.

—Y tú un pesado.

—Me lo tomaré como un cumplido.

—No lo es.

—Sí lo es.

—No lo es.

—Sí lo es.

Me detuve y metí la salsa en el carrito.

—No lo es.

—Que sí lo es.

—Que no, pesado.

—Que sí, pesada.

Yo estaba repasando la lista mental que había hecho. Ross me miraba, aburrido.

—¿Estás intentando desintegrar la comida con la mirada? —preguntó, bostezando.

—Estoy pensando en si nos dejamos algo. ¿Cómo es que nunca has ido a hacer la compra?

—Teníamos un manager de compras que lo hacía cuando era pequeño —dijo.

Suspiré.

—Qué triste es ser pobre —murmuré.

—Si nos casáramos, mi fortuna sería tuya —sonrió, siguiéndome de nuevo.

—Pero tendría que aguantarte todo el día. No sé si valdría la pena.

—Y me dices eso después de que te abra las puertas de mi casa.

Me detuve en una de las cajas y empecé a poner cosas en las cintas. Me sorprendí cuando vi que Ross había desaparecido. Sin embargo, volvió a aparecer enseguida con dos barras de chocolate, un paquete de golosinas y gominolas, y otro de palomitas. Lo dejó todo en la cinta y me sonrió ampliamente cuando vio que lo juzgaba con la mirada.

Al final, pagó los extras él con su tarjeta y lo llevamos todo a su coche. Estaba lloviendo otra vez, así que me quité la chaqueta mojada cuando entramos en el vehículo. Él se frotó las manos y puso la calefacción.

—Lo último que habría pensado que haría hoy era la compra —me aseguró—. Aunque no ha estado tan mal.

—A mí me encantaba ir de compras con mi padre —suspiré.

Él me miró de reojo mientras esperaba a que se calentara el coche con la calefacción.

—¿Te encantaba?

—Sí, bueno, ahora ya no lo veo mucho —bromeé, aunque tenía un deje triste—. A nadie de mi familia.

—¿Los echas de menos?

—Claro que los echo de menos.

—¿Y por qué no vas a verlos?

—Si no tengo dinero para pagarme la residencia, ¿cómo voy a tenerlo para ir a verlos? —suspiré—. Y mi madre se va a cabrear porque dentro de un mes es su cumpleaños y no podré ir. Y en Navidad igual. Creo que mi hermana mayor me va a dar una paliza cuando me vea.

Se quedó un momento en silencio. No estaba acostumbrada a que alguien me dejara hablar tanto tiempo sin aburrirse. Monty solía ser el primero que bostezaba y me hablaba de su entrenamiento. Me mordisqueé el labio inferior, preocupada.

—¿Te... estoy aburriendo? —pregunté.

—No me aburrirías ni aunque lo quisieras —aseguró, sonriendo.

Menuda diferencia.

Pero no dijo nada durante un momento.

—¿Dónde dijiste que vivían tus padres? —preguntó, al final, mirándome.

—En el sur del estado.

No dijo de nada, pero vi que estaba pensativo.

—¿Qué? —sonreí.

—Nada —encendió el motor.

—No me digas eso —le pinché la mejilla con un dedo—. Vamos, ¿qué?

—No es nada —repitió—. Y cállate, que quiero escuchar a The Smiths.

Cuando intenté protestar, subió el volumen y le saqué el dedo corazón, haciendo que sonriera.

Los demás estaban en el piso. Sue estaba encerrada en su habitación, Naya estaba sentada en el sofá y Will estaba en la cocina bebiendo una cerveza. Se quedó completamente descolocado cuando nos vio entrar con bolsas.

—¿Qué está pasando? —preguntó—. ¿Se acerca el Apocalipsis? ¿Ross ha ido de compras?

—Ha costado, pero sí —dejé la bolsa en la encimera—. Por fin hay comida decente en esta casa.

—¿Qué habéis traído? —preguntó Naya, acercándose—. ¡Golosinas!

—¡SON MÍAS!

Mientras Ross y Naya se peleaban por ellas, miré a Will.

—Quiere hacer chili para cenar.

—¿Otra vez chili? —él suspiró.

—¿Qué tiene de malo? —pregunté, confusa.

—Espero que te guste el picante.

Dos horas más tarde, Ross estaba en la cocina yendo de un lado para otro mientras yo estaba sentada en el sofá intentando corregir unos apuntes de filosofía. Naya dormía en el otro y Will cambiaba de canal, bostezando.

—¡Ay! —escuché que Ross protestaba y vi que se metía un dedo en la boca por haberse quemado. Intenté no reírme con todas mis fuerzas.

—¿Cómo es que no ha ido nunca a comprar comida? —le pregunté a Will en voz baja.

—¿Ross? —él se encogió de hombros—. Sus padres tienen dinero y contratan a gente para que haga esas cosas por ellos.

—Mi objetivo en la vida debería haber sido tener dinero —murmuré.

Él me sonrió. Lo miré, intentando no pasarme de curiosa.

—¿A qué se dedican?

Will frunció el ceño.

—¿Ross no te ha hablado nunca de ellos?

—No demasiado.

—Bueno... su padre es Jack Ross. ¿No te suena?

—La verdad es que no.

—Es pianista.

—Sí, y su madre pintora. Eso lo sabía, pero... ¿son tan importantes?

—Bastante. Su madre también es fotógrafa. Tiene cinco galerías de arte. Y su padre ahora está retirado, pero solía ser bastante famoso. Ha viajado por todo el mundo. Creo que incluso tocó para el presidente o algo así.

—Joder —me salió.

Y yo extrañándome de que no hubiera ido nunca de compras. Segunda vez ese día en que me sentía estúpida.

En realidad, ya es la tercera.

Gracias, conciencia.

—Pero... Ross no parece así.

—¿Así?

—Así... ¿rico?

—Ah, pero Ross es... —intentó buscar la palabra adecuada durante unos segundos—. Es muy Ross.

Will debió verme la cara, porque se rio y me apretó el hombro.

—No sé en qué estarás pensando, pero relájate.

—Estoy relajada —mentí.

—Sí, claro, y yo soy blanco.

Un rato más tarde Ross empezó a gritar que alguien pusiera la mesa y lo hicimos entre todos. Sue no apareció hasta que el olor a chili invadió toda la casa, y se sentó sin decir una palabra. Mi estómago ya rugía cuando me senté junto a la silla vacía de Ross y Naya. Él dejó la olla sobre un trozo de madera y empezó a servir a los demás.

—No es por presumir —dijo—. Pero me ha salido buenísimo.

—Sí es por presumir —le dijo Will.

—Un poco sí —coincidí.

—Sea por lo que sea, ¿podemos comer ya? —preguntó Naya.

Empezamos a comer y la verdad era que sí que estaba muy bueno, pero también picaba muchísimo. Ross se lo comía como si nada, pero Naya hacía paradas para beber agua, cosa que lo hacía aún peor. Estaba roja como un tomate.

Ross ya se había terminado su plato cuando pillé a Will mirando a Sue. Ella estaba muy seria. Como nadie le preguntó nada, me atreví a hacerlo yo misma.

—¿Estás bien? —pregunté.

Ella clavó la mirada en mí.

—¿Ahora importa si estoy bien o no?

Parpadeé, sorprendida.

—Bueno... no lo sé... yo...

—Ni siquiera entiendo qué haces aquí.

Me quedé mirándola, entre confusa por el repentino enfado y avergonzada. 

—No seas así —le dijo Ross con el ceño fruncido—. Solo intentaba ser amable contigo.

—Pues puede ahorrarse su amabilidad —murmuró Sue.

Tragué saliva, incómoda.

—Ignórala —me recomendó Will—. Solo quiere un poco de atención.

—Sí, claro, ignoradme, como cuando decidisteis meter a esa en nuestra casa.

—No necesitamos... —empezó Ross.

—No —lo detuve, poniendo una mano en su brazo y mirando a Sue—. ¿Te pasa algo conmigo?

—¿Has tardado mucho en llegar a esa conclusión? —me preguntó, mirándome.

—Aunque te parezca increíble, a veces mi cerebro consigue deducir cosas —ironicé, algo irritada.

—Pues sí, tengo un problema contigo —me dijo—. Que te has metido a vivir aquí sin que te conozcamos de nada.

Ups...

—Si hay un problema con que viva aquí... —empecé.

—No hay ningún problema con eso —me interrumpió Ross, y parecía sinceramente enfadado cuando miró a Sue.

—Tú no tienes ningún problema con eso, pero a mí nadie me ha pedido mi opinión, y también vivo aquí —le dijo Sue.

—Si tuviéramos que esperar a que aceptaras algo, no haríamos nada nunca —le dijo Will, intentando calmar la situación—. ¿Podemos seguir comiendo en paz?

—¿Alguien me ha preguntado qué me parece tener a una desconocida paseándose por mi casa? —preguntó Sue, señalándome.

Estaba tan sorprendida porque Sue estuviera tan enfadada conmigo y Ross estuviera tan serio que no supe qué decir.

Y era cierto, Ross estaba muy serio. Nunca lo había visto enfadado. Estaba acostumbrada a verlo contento o, como mucho, molesto. Pero nunca enfadado.

—¿Tienes que hacer esto ahora? —le preguntó a Sue—. No es el momento.

—¿Y cuándo será el momento, Ross?

—Ahora, no.

—Oh, cállate. Incluso ella sabe que sobra aquí.

Vi que él iba a replicar algo poco amable.

—Ross... —empecé. Tampoco quería que discutieran por mi culpa.

—No, es una bocazas y alguien tenía que decírselo —me dijo, antes de mirarla—. Estoy harto de que te estés quejando siempre por absolutamente todo. ¿Tanto te molesta que haya alguien más aquí? Si te pasas el día ignorándonos.

—¡Claro que me molesta que metas una desconocida en mi casa! —le gritó ella.

—De verdad, si hay un problema con que me quede aquí... —intenté decir.

—No hay ningún problema —me interrumpió Ross—. Ignórala.

—¿No hay un problema, Ross?

—No, no lo hay.

—Claro que no —Sue sonrió irónicamente—. Como quieres follártela, no hay ningún problema con que se quede.

La frase se quedó suspendida en el aire durante un momento.

Sentí que mi cara se volvía completamente roja y agaché la cabeza.

No levanté la cara para ver las caras de los demás, pero había un silencio tan tenso que podía cortarse con un cuchillo. Tragué saliva con fuerza y me atreví a levantar la cabeza. Ross estaba mirando fijamente a Sue, que dejó sus cubiertos en la mesa de un golpe, se puso de pie y se encerró en su habitación.

Will miró a Ross con una expresión extraña, y Naya sonrió, algo nerviosa.

—Bueno —dijo—, ¿no deberíamos limpiar todo esto? No creo que ella lo haga esta noche, ¿eh? Je, je...

Nadie le respondió durante un momento, y después vi que le daba una patada por debajo de la mesa a Will, que reaccionó enseguida.

—Oh, sí —dijo—. ¿Por qué no te vas a duchar, Jenna? Nosotros nos encargamos.

Sabía que Ross me estaba mirando, pero no me atreví a devolverle la mirada. Me limité a ponerme de pie e ir rápidamente hacia el cuarto de baño. No sin antes echar una ojeada resentida a la puerta de Sue.



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