El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

By Karinebernal

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Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... More

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 23.

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By Karinebernal

—Señorita —Luena irrumpe en mi nueva habitación esta mañana mientras desayuno —. Remill, el sastre, la está esperando para entregarle los vestidos que ha creado para usted en su estadía en el palacio.

Ella me acompaña a la sastrería, en donde encontramos a la señorita Vanir en frente del espejo, probándose un par de preciosos vestidos.

—Emery, ¿cierto? —sonríe al verme llegar a través del reflejo.

—Siéntate un momento, querida. Ahora traigo tu ropa. —Avisa el sastre.

—Sí, ese es mi nombre. —Acepto, acomodándome en el sofá junto a Luena.

Admira en el cristal su figura en un vestido negro ajustado con pedrería, el cual indudablemente resalta su cabello rojizo y sus ojos ámbar claro.

—Ella es muy hermosa —le susurro a Luena.

—Es una de las grandes bellezas de Lacrontte. Quizás por ello se ganó el corazón del rey Magnus.

—¿Qué tal? —llama nuestra atención con aquella pregunta —¿Me veo como una reina o como la futura reina de Lacrontte?

—¿Usted está comprometida con el rey? —Pregunto.

—Aún no, aunque debería estarlo. Espero me lo pida pronto, porque lo merezco. Soy lo mejor que le pasará en la vida.

—Sí, luce como una reina.

—Lo sé y cuando tenga una corona sobre la cabeza me veré todavía mejor.

Es tan segura de sí misma que siento le quedaría muy bien el papel de soberana.

—Creo que deberíamos pasar a la lencería, Remill. Quiero sorprender a Magnus con tus creaciones.

El sastre me trae mis atuendos, mientras ella va a cambiarse de ropa con las nuevas confecciones.

—Te hice cuatro vestidos, pues me dijeron que ese era el tiempo estimado que estarías por aquí y te aviso que no es el estilo que tenía en mente. Son bastante sencillos porque me ordenaron que no gastara demasiado en ti. Puedes ir al otro probador y ver si hay algo que quieres cambiar.

Cada uno de los trajes es igual al otro, monocromáticos y con colores claros. Blanco, gris, rosa y celeste. Todos constan de mangas cortas y abultadas, siluetas amplias y un corte plano en el pecho, así que con solo medir uno, sé cómo me quedará el resto.

Cuando salgo, ya Vanir está sobre el pequeño podio circular en un conjunto de lencería blanco que se amolda perfectamente a su cuerpo, haciendo lucir de maravilla sus largas piernas.

—Tienes un estilo bastante simple —dice cuando llego a su lado para mirarme al espejo.

—En realidad así no me visto, pero igual están muy bonitos. Gracias, Remill.

—Creo que le dará un paro cardiaco a Magnus cuando me vea esta noche con esto.

—¿Lo piensas usar tan pronto? —cuestiona el sastre.

—No hay tiempo que perder. Mi deber es enamorarlo todos los días, además, hoy quiero sorprenderlo porque ayer estuvo de muy mal humor. ¿Algún consejo que quieras darme para esta noche? —Me pregunta —. Algo que quizás supongas que no he experimentado.

—¿Sobre qué?

—Sexual —explica con calma.

—No, ninguno. —contesto, intimidada.

—¿Y tú? —Se vuelve a ver a Luena.

—Yo nunca he tenido novio, señorita Vanir.

—Que hermosa al llamarme así. Le pediré a Magnus que te asigne como mi doncella cuando viva aquí. Ambas tienen un rostro tan angelical —Toma mi cara entre sus manos, detallándome —. Si algún día necesitan un consejo no duden en buscarme.

—¿Ya estás comenzando con tus obras benéficas? —cuestiona el sastre.

—Siempre estaré disponible para quien me necesite. Por cierto, Emery. ¿Ya te probaste la ropa interior que Remill hizo para ti? Lo vi cociendo unas prendas un poco anticuadas para mi gusto, pero bueno, todos somos diferentes.

—No, prefiero hacerlo a solas.

—¿Te avergüenza algo de tu cuerpo? No te preocupes, lo entiendo.

—No se trata de eso, simplemente no quiero hacerlo.

—Si no te gustan las piezas puedes pedirle que te haga unas como las mías. Y tranquila, yo contentaré a Magnus si llega a discrepar. Aunque, ¿crees que le queden bien? —consulta al sastre —Es broma. Dentro de tu belleza, eres muy bonita. —Se gira a mirarme.

—Gracias, pero me siento cómoda con las que me suministraron.

—De acuerdo. Ya no insisto más. ¿Opinas que esto le gustará a Magnus?

—Estoy seguro de que lo dejará sin palabras.

—Que amable eres. Igualmente, lo que sea que use no importa tanto.

Me devuelvo al sofá, en donde Luena me ayuda a doblar el resto de los vestidos y me enseña una caja con zapatos que le han dado para mí.

—Remill quiero uno exactamente igual, pero en color oro. Sabes que Magnus adora ese tono y necesito tener uno.

Los toques en la puerta frenan la respuesta de este, quien le pasa inmediatamente un abrigo a la señorita Etheldret para que se cubra.

—Quizás es Magnus. Él sabe que estoy aquí y puede que quiera verme. Abre la puerta, rápido, cariño. —Le pide a Luena, quien se apresura a obedecer.

Pero para su mala fortuna se trata de un guardia, lo cual provoca un gesto de decepción en ella.

—Señorita, el rey la solicita en el ala suroeste del palacio. —Anuncia.

—¿A mí? —pregunta, esperanzada.

—No, a la señorita Emery Naford. Salga de inmediato, solo tiene unos minutos para usted.

—¿Solicitaste una reunión con él? —Interroga y yo niego —. Qué extraño entonces. Mejor iré a su oficina y lo esperaré allí.

Luena se encarga de llevar la ropa a mi habitación, mientras yo acompaño al guardia en mi nuevo vestido blanco al lugar al que fui solicitada.

Bajamos las escaleras y salimos hasta los exteriores del palacio, muy en el fondo, tanto que pensé me llevarían hacia otro lado para hacerme daño, hasta que de pronto visualicé en la distancia al rey Magnus.

Se encuentra en una especie de círculo inmenso bordeado con piedras blancas. Al frente hay una reja fuertemente custodiada por guardias que parece conducir a un nivel subterráneo y es entonces donde lo reconozco. Es el calabozo en donde estuve algunos días prisionera.

Me petrifico al instante. Él prometió no volverme a enviar allí. Me mintió, pero está muy equivocado si cree que volveré a ese sitio.

—Teníamos un trato. —Le grito, llamando su atención.

Se gira hasta encontrarme. No tiene camisa, pero si con muchas heridas en el cuerpo, algunas sangran, otras son solo rasguños. Muchas cicatrices se extienden en su espalda, ninguna en su torso, el cual está tan limpio como mojado. El sudor lo recorre desde la cabeza hasta la parte baja de su abdomen.

—¿De qué habla, irrespetuosa? —cuestiona, desenrollando vendas de sus manos.

Doy pasos hacia atrás, mientras lo observo liberar sus nudillos ensangrentados. Gotas caen de su cabello ante el movimiento de su cuello. Sus mejillas están rojas y la respiración agitada demuestran el cansancio físico debido a un gran esfuerzo.

—Prometió que no me volvería a encerrar en el calabozo.

—Y no lo pienso. ¿De dónde saca esas conclusiones?

—No lo sé. Lo tenemos al frente.

Veo sangre esparcida dentro del círculo. ¿Qué estuvo haciendo? ¿Acaso ya descubrió que le mentí, asesinó a los Pantresh y ahora viene por mí?

—Puede retirarse. —Le pide al guardia que ha venido conmigo.

—¿Va a asesinarme?

No me responde. Un sirviente le pasa una toalla con la que limpia su rostro, flexionando los músculos de sus brazos. Levanta la vista al sol, quien golpea su cuerpo, haciéndolo brillar debido al sudor que lo baña.

—Contésteme.

—Usted no es nadie para exigirme respuestas.

El sirviente le pasa un vaso de agua que bebe con desesperación. Luego va por otro y después por un par más, ignorando mi presencia.

—¿Por qué estoy aquí? —insisto.

—Porque se me da la gana que esté aquí.

—¿Me matará? ¿Ya se deshizo de los Pantresh?

Camina hacia mí a pasos agigantados. Recoge lo que parecer ser una daga manchada de sangre del suelo y con ella me señala, iracundo.

—No me colmes la paciencia, pueblerina y cállate de una buena vez.

—Me llamo Emery, no pueblerina. Y aleje esa cosa de mí.

—Me da igual —sentencia enfadado, pero acatando mi pedido —. Si te traje aquí no es para verle la cara. Lo último que quiero es estar cerca de usted. La mandé a llamar para informarle que mis hombres no han visto movimientos en Erebolt por estos días.

¡Vida mía! ¿Sus solados ya llegaron hasta allá? Se supone que debían tardar casi dos semanas.

—Más vale que no me esté mintiendo y de ser así, aproveche este instante como una segunda oportunidad que le doy para decir la verdad.

—No le estoy mintiendo —Miento —¿Y cómo llegó su ejército tan rápido?

—¿Cree que voy a enviar a alguien? Están ahí, hay Lacrontters en toda Mishnock. No es un secreto y si usted se junta con lo Russo, cuyo padre hace parte del consejo de Mishnock, debería saberlo —Me estudia, esperando una reacción, pero no le doy ninguna.

—Ellos no me cuentan esas cosas. Valentine y yo solo hablamos de los temas que me enseña en clase.

¿Por qué si recuerdan el nombre de Lady Valentine a pesar de haber arrancado también su visita del registro?

Claro, la fiesta. Los Russo eran invitados y, además, Val mencionó que su padre tenía una sucursal de su banco en Lacrontte y hacía tratos con algunos hombres.

—Enviamos una carta ayer por la tarde —aquella de la que Francis me advirtió —a los Russo y hace segundos acabó de llegar su contestación.

El criado se acerca y le pasa un papel que se dispone a leer.

Estimado señor Modrisage.

Me alegra recibir noticias suyas, pero me intriga el motivo por el cual me escribió.

No quiero que mi hija esté en problemas, razón por la cual le responderé genuinamente su pregunta. Esta mañana al despertar le consulté su duda a mi pequeña Valentine, quien me contó del proyecto que usted menciona, siendo la joven Emery la afortunada ganadora de la bondad de mi hija. Así que claro que la conoce, pues de allí viene su cercana relación y el por qué la acompaña a los eventos.

Dominic Russo.

—¿Cree que debería tragarme esa respuesta? —inquiere al finalizar.

—Le están confirmando lo que ya le dije. ¿No veo por qué no?

—¿A qué se dedica su familia, señorita?

Sé que el señor Francis me recuerda medianamente por lo que sucedió el día de mi casi sentencia, razón por la cual debo tener mucho cuidado con lo que diré a continuación.

—Desde que Valentine nos ayuda, papá vende perfumes en las calles de Palkareth.

No especifico ningún lugar como el mercado, porque sería fácil ubicarlos si me llega a pedir exactamente en qué sitio de la plaza se halla su puesto y podría descubrir el engaño.

—¿Si son tan pobres de dónde sacan el dinero para crear perfumes? ¿Cómo lograron venir al bazar de Lacrontte?

Sabía que Francis lo puso al tanto de lo que ocurrió ese día.

—Valentine financió nuestro viaje.

—¿Tiene más familia aparte de su padre?

—Somos solo él y yo. Por eso cuando fui tomada como prisionera, papá quería tomar mi sitio. Soy todo lo que tiene.

—¿Su madre donde se encuentra?

—Murió dándome a luz —invento.

—Es decir que usted la mató.

—No es así —aprovecho el tema sensible para desviar su atención —¡Y no se atreva a repetir eso! Toda mi vida me he sentido culpable por ello, pero es una carga personal que usted no debe tocar —comienzo a fingir indignación —. No tiene ningún derecho en remover mi pasado.

—¡¿Quién se cree para gritarme?! —reclama, apuntándome nuevamente con la daga, demostrando que mi táctica ha funcionado.

En un movimiento impulsivo, guiado por el miedo y la adrenalina, agarro el arma, cortándome la palma con el filo al quitárselo y una vez lo logro, bajo hasta el mango para ser yo quien tome el control de la situación, pero el rey Lacrontte es rápido y se mueve, abalanzándose sobre mí, por lo que aterrorizada llevo la punta hacia su cuerpo, clavándola en su brazo derecho.

—¡¿Qué has hecho, maldita pueblerina?! —Se queja alejándose y sacando la daga con brusquedad de su brazo.

Me escandalizo al ver la sangre en su cuerpo y en mis manos. Me siento como una asesina, aun cuando sé que no he llegado a esa estancia. Los guardias corren, se acercan, pero él los detiene.

—¿Tenías miedo de que te asesinara? —dice, lanzando el objeto lejos de nosotros —pues es lo que debo hacer.

—Lo siento, lo siento mucho —la desesperación nubla mi razón e inunda mi voz —. Yo no quería lastimarlo, en verdad lo lamento. Perdóneme, por favor. Le juro que no fue mi intención.

—Cierre a boca. ¿No se cansa de hablar? ¿De decir tonterías? Esto le costará la muerte.

—En verdad lo siento, majestad. —Las lágrimas se agolpan en mis ojos debido a lo que he hecho.

Yo jamás había lastimado a alguien. No quería hacerlo, en verdad no quería dañarlo.

—Solo intentaba defenderme, tenía miedo de que me hiciera algo —balbuceo, nerviosa.

Paso las manos por mi vestido, ensuciando el blanco con el tono rojo que sale de mis propias heridas.

—Déjeme ayudarlo. —intento acercarme, pero se corre, huyendo de mí.

—No me toque con sus manos de plebeya.

Estoy desesperada. Quiero arreglar el daño que hice, pero no me lo permite.

Me agitó y comienzo a llorar. Sintiéndome culpable y tan mal como nunca en la vida.

—Perdón, yo no quería hacerlo. —Repito.

Mis emociones me controlan, me ciegan. Siendo la sangre en su brazo y la conciencia de que he sido yo quien ha hecho eso, quienes me guían hacia un abismo de completa ansiedad.

—¡Tranquilícese! —me grita —¿Por qué se pone así? Detenga el espectáculo.

—Yo nunca había herido a nadie antes, se lo juro.

Mis manos arden, pero poco me importa. Mi mente solo está centrada en lo que hice y en lo que mis ojos borrosos por las lágrimas ya no me permiten ver con claridad.

—Le creo —asegura con tranquilidad.

—Entonces permítame ayudarlo, por favor. Se lo ruego.

El rey Magnus ve mi angustia y sé que la comprende, lo puedo ver en su mirada.

—Déjeme ayudarlo. —insisto, despersonalizada.

—De acuerdo ¿Qué quiere hacer? —pregunta y el alivio me llena.

—Yo sé un poco de reanimación. —Limpio mi llanto, aclarando mi vista.

—No estoy agonizando, pueblerina.

—Nunca se sabe.

Intenta sonreír, se nota en las comisuras de sus labios levemente levantadas. Sin embargo, la reprime, doblando su cuello para evitar que el gesto tome su rostro.

—¿Qué va a hacer? —Me pregunta con voz grave, seria y al ver que no contesto empieza a guiarme —. Un torniquete, realice uno para evitar que siga sangrando.

—Sí, eso era lo que pensaba hacer.

Resopla frustrado antes de quitarse la venda que aún portada en una de sus manos al ver que continúo petrificada. Me la extiende, molesto y la recibo con manos temblorosas.

—Hágalo rápido. —Exige.

Mis palmas sangran, así que las paso nuevamente por mi vestido antes de levantarlas para alcanzar el brazo del rey Magnus y amarrar la venda debajo de su herida.

Tiemblo incontroladamente, respirando con dificultad. Mi corazón está acelerado del pánico y la culpabilidad que me embarga.

—Perdóneme, por favor. Yo jamás había hecho algo así.

—Sí, sí. Haga silencio que no quiero escucharla.

Se aleja hastiado cuando termino y camina hacia el interior del palacio sin decir una sola palabra. Lo sigo, refugiándome detrás de su espalda ancha y atlética.

—¿Hacia dónde se dirige? —pregunto con voz apagada, culpable.

—Al médico, así que ya déjeme en paz.

—Permítame acompañarlo. Quiero asegurarme de que estará bien, por favor.

No responde, así que lo tomo como un sí.

Avanzamos hasta detenernos en una de las tantas puertas, después de pasar bajo la vista discreta de guardias y empleados.

—Allard, más te vale que estés aquí. —Vocifera autoritario.

—Siempre a sus servicios, majestad. —El hombre de cabello blanco aparece en escena.

—Tengo una herida que necesito revises.

Se sienta en la camilla dispuesta en el lugar, mientras yo me quedo de pie cerca a la puerta, vigilante.

—¿Cómo ocurrió? Le he dicho que es peligroso enfrentarse a los prisioneros. Debe parar con esos torneos.

¿De qué está hablando este hombre?

—Majestad, ¿quién le hizo ese torniquete o acaso se le olvidó como se hace uno? La venda debe ir encima de la herida para que haga presión e impida que la sangre llegué allí.

Me mira y puedo leer en su mirada lo que me dice. Soy una tonta.

—Yo lo hice —me cubre, aunque no tiene que hacerlo —. Al parecer después de tantas batallas se me olvidó donde va.

El médico comienza a hacer su trabajo. Limpia la herida, la sutura y vuelve a venderlo. En todo el proceso, el rey Magnus no hace ningún gesto de dolor, se mantiene estoico, como si fuese un chequeo de rutina.

—¿Qué? ¿No vas a mostrarle las tuyas? —me mira de repente, cuando acaban con él —. Ella tiene un par en las manos —informa por mí.

—Permítame, señorita. —El médico se me acerca y yo le extiendo las manos, mostrando mis cortadas.

—Eso no se ve bien, pero tampoco parece ser tan grave.

—¿Está usted bien? —Le pregunto al amargado cuando inician mi curación.

—Eso a usted no le interesa. —Replica, caminando hacia la puerta.

—Sabe que sí. Estoy preocupada, solo respóndame, por favor.

—Estoy perfectamente, pueblerina. Ahora déjeme en paz. Tuvo suerte de que no fuese en mi pecho o ahí si estuviese en problemas.

—Gracias por dejarme acompañarlo.

—No la deje, usted se invitó sola.

Él pudo haberme frenado tal como sucedió con los guardias, pero no lo hizo, sin embargo, no comento nada.

—Y tampoco exagere. Me hirió en el brazo, no es como si me hubiese agredido a muerte.

—Nunca se sabe. —repito lo que dije afuera.

Y entonces lo veo. Una fugaz y diminuta sonrisa aparece en su rostro, mostrando un par de hoyuelos profundos. Los cuales desaparecen de la misma manera en que surgieron, de prisa.

••••

Después de unos minutos en el consultorio del palacio y de ir a mi alcoba por un cambio de ropa, se me ocurre una idea para ofrecerle disculpas al rey Magnus por lo que sucedió. Así que me dirijo a la cocina y le pido al cocinero que me ayude a preparar quecses. Pongo a tostar el pan, Bronson lo corta en pequeños cubos mientras yo los ubico en pequeñas canastas para bañarlos con miel.

—¿Qué tanto le gusta la miel? —pregunto para saber cuánta cantidad poner.

—Hasta donde sé, no tiene problemas con ella. Pon la que consideres necesaria.

—Eso era todo —dice el catador, pendiente a la preparación —. Creí que era algo más elaborado

—Es comida callejera Mishniana, pero no se lo digan.

Luego que Odo probara los quecses y tomara su tiempo en ver si morirá o no, me acompaña hasta la oficina de su majestad, lugar en el que nos informaron que estaba, no obstante, somos detenidos por los guardias al llegar.

—No pueden entrar. El rey pidió que no lo interrumpieran.

—¿Cómo quieres que no le reclame? Por poco te asesina, Magnus. Mira tu brazo.

Los gritos comienzan a escucharse fuera de la oficina. Reconozco la voz, es Vanir.

—Tampoco exageres. Fue un accidente, de no haber sido así ya la habría enviado a la horca.

—¿Por qué la defiendes? ¿Acaso te gusta esa mujer?

—Creo que lo mejor será que nos vayamos. —Susurra el catador.

—¿De qué estás hablando? —el enojo se incrementa en el soberano Lacrontte —¿En verdad piensas que podría fijarme en una plebeya Mishniana, Vanir?

—No lo sé. No encuentro otra explicación para que loa defiendas. Tú no haces eso con nadie.

—No la estoy defendiendo. Detén esta escena ahora mismo o de lo contrario te pediré que te vayas.

—¿Vas a correrme como lo hiciste la primera vez que vi a esa mujer? ¿La pondrás por encima de mí otra vez?

—No la pongo sobre ti, porque ella no es nadie en mi vida, sin embargo, tú tampoco tienes derecho a reclamarme nada. Estás exagerando con cosas que no tienen fundamento y hasta que no te comportes como una persona racional no voy a hablar contigo. Te lo conté solamente por qué preguntaste que había sucedido, pero te recuerdo que soy tu rey, Vanir, y yo no le rindo cuentas a ninguna persona.

—Yo soy tu novia. ¿No merezco una explicación? Porque yo creo que sí.

—Por favor retírense. —Nos ordena un guardia.

—¿Explicación sobre qué? No ha ocurrido nada —Puedo escuchar la exasperación en su tono —. Sal de aquí ahora mismo y regresa cuando vuelvas a ser la mujer madura que sé que eres.

Odo me toma del brazo, arrastrándome lejos de la escena, por lo que ya no puedo seguir el hilo de la discusión. ¿Por qué siempre causo problemas a cada lugar al que voy?

—Te los obsequio —le extiendo la canasta con quecses, decaída —. Disfrútalos.

—Lamento que no hayas podido entregárselos.

—Está bien. Ya encontraré otra forma de pedirle disculpas.

Nadie alcanza a imaginar lo terrible y triste que me siento. No quiero causar líos, pero al parecer es lo único que sé hacer.

Nota de autor.

¡Hola! Hello! Hei!

Seguramente el capítulo les pareció corto, pero no se preocupen que dentro de unos minutos tendrán el siguiente que será un poco más extenso.

Nos vemos dentro de poco, los quiero.

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