Antes de diciembre / Después...

By JoanaMarcus

156M 9.2M 38.4M

PRIMER Y SEGUNDO LIBRO [Primer y segundo libro ¡publicados en papel! Esta es solamente la primera versión de... More

LIBRO 1: Antes de diciembre + trailer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26 - final
LIBRO 2: Después de diciembre
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo

Capítulo 4

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By JoanaMarcus

Hacía casi un año que no salía a correr por la mañana. Aproveché que era viernes —y no tenía clase— para empezar, pero no tardé en arrepentirme.

De pequeña había hecho atletismo e ir a correr por la mañana era casi obligatorio, así que lo hacía antes de ir a clase. Ahora, me costaba levantarme de la cama y encontrar el coraje suficiente como para ponerme los zapatos.

Llevaba solo media hora y ya estaba agotada. Volví a la residencia hiperventilando y me di una ducha. Menos mal que mi hermano Spencer no estaba ahí... 

—Buenos días —le dije a Naya al salir de la ducha y ver que se estaba despertando.

—¿Qué hora es? —preguntó, bostezando.

—Las once.

—¿Tan pronto?

—¿No habías quedado en ir a desayunar a casa de Will? —pregunté, secándome el pelo.

Ella resopló y se incorporó lentamente, estirándose.

—Es verdad —suspiró—. Ya me ducharé en su casa. Si tengo la mitad de mi armario ahí...

Parecía que hablaba más para sí misma que a mí, así que me centré en buscar algo que ponerme en el armario.

—¿Te vienes? —me preguntó, poniéndose las zapatillas.

—¿Yo? A mí no me ha invitado.

—¿Y qué? —puso los ojos en blanco—. Vamos, ven. Si Ross o Sue se quedan solos con nosotros se ponen de mal humor.

Sonreí y acepté ir con ella.

Ya en el metro, ella no dejaba de bostezar y ajustarse las gafas de sol, como si viniera de la mejor fiesta de su vida. Seguía teniendo la misma expresión de dormida cuando llamamos a la puerta de casa de Will.

Sue abrió la puerta y suspiró al vernos.

—¿Otra vez aquí?

—Yo también me alegro de verte —le dijo Naya, pasando por su lado.

Sue volvió a entrar sin decir nada más, así que me tocó a mí cerrar la puerta y entrar en casa de Will. Él y Naya ya estaban besuqueándose en la cocina mientras Sue los miraba con mala cara.

—Buenos días, Will —sonreí.

—Oh, buenos días —me sonrió, separándose de Naya.

—¿Y Ross? —pregunté, mirando a mi alrededor. Era extraño no verlo revoloteando por ahí.

—Durmiendo.

—¿Puedo ir a despertarlo? —Naya sonrió malévolamente y se marchó sin esperar respuesta.

Vi que Will suspiraba mientras ella abrí la habitación de Ross de un portazo y empezaba a gritarle que se despertara. Vi una almohada volando por la habitación y, diez segundos después, apareció Ross bostezando un frotándose la cara.

—¿Quién la ha dejado suelta por la casa? —protestó con voz adormilada, sentándose a mi lado en la barra.

—Oye, que no soy un perro.

—No, eres peor. Un mosquito molesto.

Naya le sacó el dedo corazón y él la ignoró.

—¿No hay nada para desayunar? —preguntó Naya, abriendo la nevera.

—Claro que hay algo —Ross me sonrió—. Pizza fría, agua tibia y cervezas. Un desayuno rico en proteínas.

—Ross, ve a comprar algo —le pidió Will.

—¿Y por qué tengo que ir yo? —le puso mala cara.

—Porque siempre lo hago yo.

—¿Y por qué no lo hace Sue?

—Yo desayuno mi helado —dijo ella, abriendo el congelador.

—¿Desayunas helado? —arrugué la nariz.

Ella se me quedó mirando fijamente y me puse roja.

—Ya voy —Ross suspiró y se puso de pie.

No tardó en irse de casa quejándose de que abusaban de él. Will y Naya estaban ocupados dándose amor junto a mí. Sue, mientras, miraba la televisión comiendo helado.

Casi estaba durmiéndome otra vez cuando Naya me miró.

—¿Era tu móvil el que sonaba anoche?

—¿Mi móvil? —pregunté, confusa.

—Sí. Quería avisarte, pero estabas dormida y no quise molestarte.

Hurgué en mi bolsillo y saqué el móvil, extrañada. Casi se me paró el corazón cuando vi que Monty me había llamado doce veces.

—Mierda —solté.

—¿Qué pasa? —me preguntó ella, sorprendida.

—Es... mi novio. Se habrá enfadado porque no le respondía —miré a Will—. ¿Puedo llamar en la habitación o...?

—Solo hay cobertura aquí, lo siento. 

Entonces, esperemos que no me grite mucho.

Ellos me miraron mientras marcaba su número y me llevaba el móvil a la oreja. Respondió al primer tono.

—Mira quién sigue viva —dijo, enfadado.

Nunca habíamos tenido una discusión fuerte, pero sí nos habíamos peleado alguna vez. Y solía ser porque a mí se me olvidaba que mi móvil existía y no le respondía.

Apreté los labios un momento, intentando no enfadarme también.

—Lo siento. No escuché el móvil.

—No sabía que tu habitación fuera tan grande como para no oír un móvil que está al lado de tu cabeza, Jennifer.

Fruncí el ceño.

—¿Y tú cómo sabes que está al lado de mi cabeza? —intenté bromear.

—¿Sueno como si estuviera de humor? —me soltó, enfadado—. Porque te aseguro que no lo estoy.

—Cariño —solo utilizaba esos términos cuando estaba muy contenta o muy enfadada con él—, cuenta hasta diez. Relájate. No es para tanto.

—Estaba preocupado.

—Pero estoy bien, ¿no?

—Sí, pero sigues comportándote como siempre.

—¿Como siempre? —repetí—. ¿Y eso qué significa?

Esa vez ya no pude evitar sonar irritada. Me ponía muy nerviosa que insinuara que me portaba como una niña pequeña.

Justo en ese momento, Ross abrió la puerta y levantó dos bolsas de comida con una gran sonrisa.

—Queredme —dijo, dejándolas sobre la barra.

Naya y Will me miraron sin disimular mientras las abrían y empezaban a comer.

—Sabes perfectamente a lo que me refiero —me soltó Monty en el móvil—. Sabía que me harías esto.

—¿El qué? —pregunté, confusa.

Ross me miró con curiosidad, mordisqueando una tostada.

—Pasar de mí. Sabía que lo harías.

—¿Qué...? —estaba intentando parecer tranquila para que los demás no se pensaran que estaba loca, pero por dentro ya había matado a Monty tres veces—. ¿Podemos hablar de esto más tarde? Es que ahora no es un buen...

—Ni siquiera me has llamado en una semana.

—¿Y tú a mí? —ya no lo aguanté—. ¿Por qué siempre tengo que hacerlo yo?

—¡Tú eres la que decidió irse!

—Y tú estabas de acuerdo, ¿o te has olvidado de eso?

—¡Porque pensé que no pasarías de mí a las tres semanas de irte!

—Tú lo has dicho. Llevo tres semanas aquí. ¿Qué harás cuando lleve un mes? ¿Venir a secuestrarme o qué?

—Pues no sería tan mala idea —hizo una pausa, molesto—. ¿Qué hiciste anoche?

—Nada.

Y era cierto. Había mirado películas de superhéroes.

—Mentira. Hiciste algo. Y no me digas que no oíste el móvil. No es cierto.

—Te acabo de decir que nada —fruncí el ceño.

—Muy bien. No me lo cuentes. Tampoco me llames.

—Pero...

Me quedé mirando el móvil cuando me colgó sin decir nada más. Le tenía mucho cariño, pero podía ser tan imbécil cuando quería... Ni siquiera sabía a qué venía ese enfado tan repentino. No había hecho nada malo. A no ser que fantasear con Thor fuera algo malo, pero lo dudaba mucho.

Cuando levanté la cabeza vi que me estaban mirando fijamente. Al instante, disimularon hablando de la comida. Al menos, iban a fingir que no habían oído nada. 

Ross me pasó una bolsa con comida.

—Gracias, pero no desayuno nunca —le dije, devolviéndosela.

—¿Y no comes nada hasta el mediodía?

—No —intenté no sonar antipática. Él no tenía la culpa de que mi novio fuera un idiota.

De todas formas, soné muy antipática. Me sentí mal al instante.

Le sonreí y agarré la bolsa.

—Pero haré una excepción —le dije, a pesar de que no tenía hambre en absoluto.

—Bueno —Will nos miró, rompiendo el silencio—. ¿Y qué hacemos esta noche?

—A mí no me apetece salir, la verdad —dijo Naya.

—Ni a mí —coincidí. Monty me quitaba las ganas de todo cuando se enfadaba.

—Podríamos ir al cine —propuso Will.

—Nunca diré que no a ir al cine —Ross asintió con la cabeza.

Sonreí, incómoda, y los tres me miraron.

—¿Qué? —me preguntó Naya, curiosa.

—Es que... no quiero que os penséis que soy muy rara.

—Dime que has ido alguna vez al cine —Ross empezó a reírse de mí antes de que lo confirmara—. Dios, es como si viniera de un universo paralelo.

—Es que a mis amigos nunca les gustó demasiado —dije, avergonzada.

—Pues hoy será tu primera vez —me sonrió Naya—. Pero, por la noche. Tengo un montón de trabajo acumulado.

—La verdad es que yo también —murmuré.

—Y yo tengo que irme —Ross miró el móvil—. Nos vemos esta noche. Ya me diréis la hora.

Se puso de pie sin decir nada más y desapareció.

***

Chris estaba en el mostrador cuando llegué después de mi clase de las cinco. Me saludó con la mano, levantando la mirada del Candy Crush de su móvil.

—¿Qué tal, Jennifer?

—Bien —le sonreí—. ¿Ya tienes vidas?

—Sí. Me las pasó mi madre —sonrió, orgulloso—. Naya me ha dicho que te llevas bien con sus amigos.

—Sí, la verdad es que son muy simpáticos.

—Sí... —él puso mala cara—. Ross no hace mucho caso a mis normas... pero por lo demás no está mal.

—¿Por qué será que no me extraña? —sonreí.

—Ahora ya se porta mejor, pero cuando Lana vivía aquí...

Me quedé mirándolo un momento.

—¿Tiene... novia? —pregunté, sorprendida. No recordaba que lo hubiera mencionado.

—Hasta donde yo sé, ya no. Pero Lana ni siquiera vive aquí. Creo que está por Francia o... vete tú a saber dónde. Seguro que es una buena universidad. Era bastante lista. Y muy simpática.

—Parece una chica interesante —observé, repiqueteando los dedos en el mostrador.

—No estaba mal —él se encogió de hombros—. Pero no me saludaba al pasar por aquí. Eres de las pocas que lo hacen.

Me sonrió ampliamente antes de volver a sus cosas. Yo me quedé mirándolo un momento, pensando en seguir preguntando, pero me dije a mí misma que no sería apropiado y desistí.

Como tenía ganas de hablar con alguien y Nel, mi mejor amiga, seguía sin responderme —como había hecho desde que me había ido—, decidí llamar a mi única hermana. Shanon.

Ella me respondió enseguida.

—Hola, desconocida —me saludó—. ¿Qué tal todo?

—Bien. Estaba aburrida y he pensado en llamarte —dije, sentándome en la cama.

—Qué bonito por tu parte que solo pienses en mí cuando te aburres.

—No quería decir eso.

—Lo sé. Deberías ver a mamá. Está como loca. Tengo que ir a verla casi cada día porque dice que te echa de menos.

—¿En serio? —no pude evitar sonreír.

—Sí. Y papá también. Y hace muy poco que te fuiste. No sé qué harán en noviembre.

—Espero haber podido ir a veros para ese entonces.

—Jenny, sabes que no pueden gastarse mucho dinero en eso —me dijo ella tras una pausa—. Creo que lo mejor es que no vengas a no ser que sea una fecha importante.

—Vale, sí... tienes razón.

Solía tenerla. Y yo solía no tenerla.

—Ahora que hemos hablado de familia y dinero —casi pude ver su sonrisa—. ¿Ya has encontrado a un chico guapo con el que besuquearte por ahí?

—Shanon...

—O una chica. Yo no te juzgo.

—Ninguno de los dos.

—Venga ya.

—Estoy saliendo con Monty.

Ella resopló.

—Aunque esta mañana hemos discutido. Se ha vuelto loco por una tontería.

—Pues como siempre.

—Pero... es que consigue que me sienta mal y ni siquiera sé por qué.

—Qué mal me cae ese chico.

—Siempre te ha caído mal, pero no te ha hecho nada malo.

—No es que me haya hecho nada malo, es que... lo veo muy poca cosa para ti.

—¿Y qué quieres? ¿Qué me case con Brad Pitt?

—Pues no estaría mal. Aunque intentaría robártelo. Lo siento.

—Violarías el código de hermanas.

—En el amor y en la guerra todo vale.

Me reí y seguí hablando con ella por casi una hora, hasta que empezó a anochecer y Naya apareció con cara de aburrimiento por haber estado todo el día en la biblioteca estudiando. Colgué el teléfono y la miré.

—¿Feliz de estar en la Universidad? —pregunté, divertida.

—Mucho —ironizó—. Esto es un sueño hecho realidad.

—¿No tenemos que ir al cine con esos dos?

—Sí, pero tenemos media hora.

—Genial, voy a ducharme.

Me di una ducha rápida y me puse el albornoz de Dory que mi padre me había regalado hacía unos años. Me miré en el espejo y puse mala cara cuando vi que tenía ojeras. Quizá debería haber echado una siesta esa tarde.

Cuando abrí la puerta, me quedé mirando mi cama, donde Ross estaba tumbado mirando mi álbum de fotos. Por un momento, no reaccioné. Después, vi que Will y Naya se daban el lote en su cama.

—Eh... hola —dije.

Ellos no respondieron. Ross me miró por encima del álbum.

—Empezaba a sentir que me estaba fundiendo con el entorno —dijo, suspirando—. Estoy cansado de oír succiones y lametazos.

Will le lanzó un cojín sin separarse de su novia.

—Bonito albornoz —me sonrió Ross ampliamente—. Se nota que hasta hace poco solo habías visto Buscando a Nemo.

—No tengo otro —dije, a la defensiva, acercándome—. ¿Se puede saber qué haces con mi álbum?

—Me aburría.

—¿Y no tienes móvil?

—Sí. Pero me gusta más el drama realista.

Le quité el álbum y miré la foto. Estábamos Monty, un amigo suyo y Nel sonriendo a la cámara.

—¿Quiénes son?

Me senté a su lado y empecé a señalar caras.

—Mi novio, Monty...

—¿Monty? —puso cara de horror—. Por Dios, ¿qué le hizo a sus padres para que lo odiaran al nacer?

—Viene de Montgomery.

—No sé si lo hace peor.

Sonreí y pasé a la siguiente.

—Nel, una amiga, y un amigo de Monty. Ganaron un partido de fútbol por primera vez.

—Tienen pinta de ser malísimos.

—Lo eran. Solo iban a los entrenamientos para salir después con sus amigos a beber.

Dejé el álbum en la cama y agarré algo de ropa del armario.

—Cinco minutos y estoy lista —dije.

—Yo creo que voy a ponerme tapones —murmuró Ross, volviendo a tumbarse.

Me encerré en el cuarto de baño, me vestí y salí tan rápido como pude. En esta ocasión, Will estaba de pie, estirándose la ropa arrugada.

—¿Lista? —me preguntó Naya.

—¿No quieres peinarte antes de irnos? —le pregunté, divertida.

Ella se miró en un espejo y se retocó el pelo rápidamente.

El coche era de Ross, así que Will se quedó en la parte de delante y Naya y yo en la de atrás. Tuve que apartar dos chaquetas para sentarme.

—¿Dónde íbamos? —preguntó Ross, mirando a Will.

—Centro comercial. Cine —le informó Naya, asomándose entre los dos asientos—. ¿Podemos ir a ver la película esa de guerra?

—No me apetece llorar —dije.

—Me uno a Jenna —coincidió Will.

Ross metió la llave en el contacto y dio un acelerón saliendo del aparcamiento. Intenté no entrar en pánico cuando vi que se encendía un cigarrillo mientras conducía.

—¿Y cuál es la alternativa? —preguntó Naya, desanimada.

—La de miedo —dijo Ross, girando sin poner el intermitente—. La de la monja esa.

—¡Sí, esa! —accedió Will.

—No sé... —intenté decir.

—Ni de coña —interrumpió Naya.

—¿De quién es el coche? —preguntó Ross.

—Tuyo, pero...

—Entonces, la de la monja.

—Eso no es justo, Ross —protestó Naya.

—Repito, ¿de quién es el coche?

—Sí, pero el cine no es tuyo —le dije, asomándome.

Will y Naya sonrieron al ver su cara de fastidio.

—Deberías venir más veces, Jenna —me dijo Will—. No mucha gente sabe hacer que se calle.

—Yo confiaba en ti —me dijo Ross, mirándome como si le hubiera traicionado.

—¡Mira al frente! —protesté, girándole la cara.

—¡Pero si estoy en una carretera recta!

—¡Anda que no ha muerto gente en carreteras rectas!

—Bueno —Will nos centró—. ¿Qué película vamos a ver?

—La de terror —dijo Ross.

—Yo también quiero ir a verla —me dijo Will.

Hubo un momento de silencio en el que la decisión recayó sobre mí. Suspiré.

—Pues la de terror, supongo.

Ross y Will sonrieron ampliamente, mientras que Naya me ponía los ojos en blanco. Después de eso, cada uno se quedó en silencio escuchando la música de la radio.

Decidí centrar la vista al frente, donde tenía a Ross realizando más imprudencias al volante de las que me gustaría. Iba vestido con una sudadera, así que tenía la nuca casi descubierta. Me quedé mirando un rastro negro de lo que parecía un tatuaje. Yo también llevaba uno pequeñito ahí —del cual seguía arrepintiéndome—. El suyo parecía mayor. Me pregunté qué sería.

—¿Sue no viene? —pregunté cuando hubo un momento de silencio.

—Sue se fusionó con el sillón de casa hace ya tiempo —dijo Ross, soltando el humo por la ventanilla.

—No le gusta salir de casa —me dijo Will.

—A veces, me da la sensación de que no le caigo bien —confesé.

Para mi sorpresa, los tres se rieron.

—Lo raro sería que le cayeras bien —me aseguró Naya.

—¿Por qué?

—No le gusta la gente —dijo Will—. Es un poco rara. Pero te terminas acostumbrando a ella.

—O no —dijo Ross—. Yo llevo casi dos años viviendo con ella y no me he acostumbrado.

En ese momento, entró en el aparcamiento y aparcó con un movimiento donde pudo, que fue considerablemente lejos de la puerta. Cuando bajé del coche, me alegré de haber seguido el consejo de mamá y haberme puesto abrigo. Hacía muchísimo frío.

Will y Naya lideraron el grupo dándose abracitos mientras subíamos las escaleras mecánicas del centro comercial. Ross miraba a su alrededor distraídamente mientras iba a mi lado. Cuando llegamos a la sala de cine, cada uno pagó su entrada.

Nada más entrar, me quedé mirando la pantalla gigante con la boca abierta, sorprendida.

—¡Es gigante! —le dije a Ross, sorprendida, señalándola.

Algunos que pasaban por nuestro lado me miraron como si me hubiera crecido otra cabeza. Él se limitó a mirarme con una pequeña sonrisa, negando con la cabeza.

La sala estaba prácticamente llena, así que tuvimos que apañarnos en la cuarta fila. Will y Naya no quisieron separarse, así que yo me quedé entre Will y Ross, que empezó a comer palomitas como si no hubiera comido en años.

—¿Siempre tienes tanta hambre? —le pregunté mientras todavía ponían publicidad.

—Siempre.

—¿Y no engordas?

—Nunca.

—Creo que te odio.

—Yo creo que no. Toma, anda.

Acepté la oferta y le robé un puñado de palomitas. Por fin, la película empezó y la miré, atenta.

—Oye —me susurró al cabo de unos minutos.

—¿Qué pasa?

—¿Alguna vez has visto una película de terror?

—La verdad es que no.

Él pareció divertido, pero no dijo nada. Fruncí el ceño.

—¿Qué?

—Creo que esta noche te arrepentirás de haber venido.

No entendí de qué me hablaba hasta que, media hora más tarde, empezó a hacerse de noche en la dichosa película y cada cinco minutos había un salto de la música que hacía que me agarrara con fuerza a lo primero que pillaba. Con suerte, me agarraba al asiento, pero podía ser también el brazo de Ross. Él parecía pasárselo en grande mientras comía y miraba mis sustos. Empecé a pasarlo mal de verdad cuando la estúpida protagonista siguió haciendo cosas estúpidas, como si quisiera que la monja loca la persiguiera y la matara.

—¿Cómo se mete ahí? —susurré, irritada.

—Si no lo hiciera, no habría película —me dijo Ross en voz baja.

—Lo sé, pero es estúpida.

Cuando terminó la película, solté por fin el brazo de Ross, que seguro que estaba rojo de los apretones, aunque él no protestó. Salimos de la sala y yo intenté no girarme para asegurarme de que no había una monja persiguiéndome.

—¿Ya nos vamos? —preguntó Naya.

—Podéis venir a casa —sugirió Will, aunque me pareció más una propuesta hacia Naya.

Los tres se quedaron mirándome, en busca de una respuesta.

—Yo debería irme a la residencia, la verdad...

—No seas así —ella me puso un puchero—. Vamos, por fa, por fa...

—Luego te puedo llevar a la residencia —me dijo Ross—. Estoy empezando a asumir que soy el chico de los recados.

Así que terminé aceptando sin saber muy bien por qué.

Como siempre.

El camino de vuelta se me hizo un poco más largo, especialmente porque esta vez me senté delante y me tocó escuchar los arrumacos de esos dos detrás. Ross parecía estar cansado también, porque puso los ojos en blanco varias veces, cosa que se me hizo divertida.

Pedimos pizzas y Will se ofreció a pagar mi parte mientras mirábamos un programa de reformas en la tele. Sue no hizo acto de presencia. Después, fui a ver películas con Ross en su habitación.

Sin embargo, no dejaba de mirar el rincón oscuro de la habitación.

—¿Qué haces? —preguntó Ross, mirándome.

La chica del pelo oscuro de Los Increíbles se quedó pausada en la pantalla.

—¿Yo? Nada.

—¿Estabas mirando el rincón? —preguntó, divertido.

—No.

—¿Tienes miedo?

—¡No!

—No pasa nada. Tener miedo de una película de miedo es... casi obligatorio.

—Pues no te veo muy asustado.

—Porque ya he visto muchas —sonrió—. Te aseguro que no va a salir ninguna monja asesina de ahí.

Me quedé mirando el rincón con mala cara.

—¿Qué? —preguntó.

—Es de noche —dije.

—Gracias por avisarme. No me había dado cuenta.

Suspiré.

—Es que está oscuro —insistí.

—Vale, eso también lo había visto —enarcó una ceja, intrigado.

Yo me mordisqueé el labio, nerviosa.

—¿Puedes... acompañarme al baño?

Él se quedó mirándome un momento, y luego se echó a reír. Puse mala cara.

—Sabía que no tendría que habértelo pedido.

—No, espera —seguía riéndose, pero se puso de pie y me siguió—. Vamos, yo te cubro las espaldas.

El cuarto de baño era la segunda puerta, así que había unos metros hasta la habitación de Ross. De pronto, el pasillo se me hizo largo y oscuro. Él iba andando detrás de mí con una sonrisa burlona. Abrí la puerta y lo miré.

—Espera aquí.

—Como ordenes.

Cerré la puerta y me apresuré a hacer pis. Mientras me lavaba las manos, escuché que llamaba a la puerta.

—¿Sigues viva?

—Sí, Ross —puse los ojos en blanco.

—¿Y cómo sé que eres tú y no te está obligando a decir eso un espíritu de monja?

—Porque te lo digo yo.

—Pero, ¿cómo sé que eres tú y no...?

Abrí la puerta, interrumpiéndole. Estaba riéndose abiertamente. Yo le puse mala cara.

—No tiene gracia. Estoy asustada.

—Sí que tiene gracia —dijo, riendo—. Admítelo.

—Que te den.

Fui directa a su habitación y él se apresuró a seguirme, cerrando la puerta. Él se dejó caer en la cama, haciendo que el portátil rebotara y tuviera que sujetarlo.

—¿Nunca has tenido miedo de una película de terror? —le pregunté.

—Bueno... de pequeño vi un trozo de El exorcista. La escena de las escaleras. Estuve unas cuantas noches asustado.

—¡Y te ríes de mí!

—¡Yo tenía ocho años, tú diecinueve!

—Dieciocho —me defendí.

Hubo un momento de silencio cuando empecé a escuchar sonidos para más de dieciocho años en la habitación de Will.

—Que empiece la fiesta —murmuró Ross, sacudiendo la cabeza.

—¿Siempre son así de...? Mhm... —intenté buscar la palabra adecuada.

—¿Pesados?

—Iba a decir cariñosos.

—Sí, siempre son unos pesados cariñosos —me dijo—. Pero no te preocupes, Sue no tardará en cortarles el rollo.

—¿Qué quieres decir?

Él se señaló las orejas, mirándome, y esperó. Fruncí el ceño, confusa.

De pronto, escuché pasos por el pasillo y a alguien aporreando la habitación de al lado.

—¡Tengo que despertarme a las seis! —les gritó Sue—. ¡Si queréis gritar id a la calle!

Al instante, los ruidos cesaron y Sue volvió a su habitación. Ross sonrió.

—Siempre me quejo de Sue, pero la verdad es que ayuda bastante en ese sentido. Además...

Se interrumpió a sí mismo cuando un móvil empezó a sonar. Él miró su pantalla y no pude evitar hacer lo mismo. Vi la imagen de una chica con flequillo rubio, muy mona, sonriéndole a la cámara.

—¿Te importa...?

—Estás en tu casa —le dije.

Él se puso de pie y fue al salón, respondiendo por el camino. No alcancé a escuchar nada, así que me quedé mirando la película pausada, repiqueteando los dedos en mi estómago. Por algún motivo, tenía mucha curiosidad por saber de qué estaba hablando, per me contuve.

Aburrida, fui a la cocina, donde él hablaba en voz baja con la chica. Mientras me servía un vaso de agua, vi que Will aparecía solo con pantalones.

—¿Necesitas recuperar fuerzas? —le pregunté, divertida, pasándole un vaso.

—Quizá lo necesitaría más si Sue no hubiera aparecido —suspiró—. Naya se ha quedado dormida.

—Pues igual debería irme a la residencia —dije, mirando a Ross.

—Puedes quedarte aquí a dormir siempre que quieras —me aseguró.

—Si no tenéis habitación de invitados.

—Pues en el sofá, o con Ross, si es como un osito de peluche. ¿Con quién habla?

—Ni idea —mentí. Mejor fingir que no había mirado la imagen de la chica.

Él se terminó el vaso de agua y lo dejó en la encimera.

—¿Quieres que te lleve a la residencia en un momento?

—Tienes a Naya en la habitación...

—...durmiendo, sí —se encogió de hombros—. Dame cinco minutos y me visto.

Efectivamente, cinco minutos después apareció completamente vestido y con las llaves del coche.

—¿Vamos?

Ross colgó en ese momento y se nos quedó mirando.

—¿Ya te vas? —me preguntó con cierto tono recriminatorio—. Solo estábamos a mitad de la película.

—Es que tengo sueño. La puedo terminar en mi habitación —admití.

—Eso está al nivel de traición de alguien que empieza una serie con otra persona y la termina solo.

—¿Qué pasa? —le preguntó Will—. ¿Quieres venir?

Ross sonrió ampliamente y se adelantó.

—Si insistís, no puedo negarme.

—Nadie ha insistido —Will frunció el ceño, pero después sonrió y siguió a su amigo hacia el garaje.

El coche de Will era un poco más grande que el de Ross, así que me sentí increíblemente pequeña en la parte de atrás sola, asomándome entre los dos asientos de delante.

—¿Y esa radio? —Ross la encendió y puso música baja—. No me dijiste que ibas a cambiarla.

—Naya me la regaló ayer —comentó Will, sacando el coche del aparcamiento con mucha más suavidad que Ross.

—¿Por qué?

—No lo sé. Porque quería, supongo.

Ross y yo intercambiamos una mirada.

—¿Qué? —preguntó Will.

—¿Tiene que darte una mala noticia pronto? —preguntó Ross, burlón.

—No tiene nada que ver con eso.

—Incluso yo sé que tiene algo que ver con eso —dije.

Will frunció el ceño.

—¿No puede regalarme algo simplemente porque me quiere?

—No —dijimos los dos a la vez.

—Sois igual de molestos —dijo, poniendo los ojos en blanco.

El agua repiqueteaba en el parabrisas cuando llegamos a la calle. Will seguía murmurando que éramos molestos mientras yo miraba la lluvia resbalando por las ventanas.

—¿...verdad, Jen? —me preguntó Ross.

Me quedé mirándolo.

—¿Eh?

—Batman es mejor que Superman —me dijo—. ¿Verdad?

—¿Por qué todas tus conversaciones derivan en superhéroes? —le preguntó Will.

—Porque hablar del medioambiente está bien, pero es bastante aburrido. Bueno, Jen, ¿cuál es mejor?

—Mhm... supongo que los dos tienen algo bueno y algo malo.

—Eso lo dice porque no quiere ofenderte —Will empezó a reírse.

Ross le puso mala cara.

—Lo dice porque es más lista que tú.

—Batman no tiene poderes —recalcó Will.

—Pero es millonario —dijo Ross, ofendido.

—Superman podría matar a Batman de un soplido.

—A mí me gusta la Mujer Maravilla —comenté, sonriendo.

Los dos se quedaron en silencio con mala cara.

—La Mujer Maravilla es un aburrimiento —me dijo Will.

—¡Es la mejor! —le protesté.

—El otro día le puse la película —explicó Ross—. Quizá la he introducido en el feminismo de superhéroes muy pronto. No estaba preparada para ello.

—¿Y qué tiene de malo la Mujer Maravilla? —protesté—. Es la única a la que se le ocurre formar la liga de la justicia.

—Pero...

Will interrumpió a Ross dándole un manotazo en el brazo. Los dos lo miramos, confusos.

—¿Ese no es Mike? —preguntó Will.

Efectivamente, Mike, el hermano de Ross, estaba fuera de un local. Parecía que acababan de echarlo. Le estaba gritando algo a la puerta de cristal mientras la camarera le sacaba el dedo corazón.

—Deberíamos parar —dije—. No parece que tenga como volver a casa.

—Quizá por eso no deberíamos parar —sugirió Ross—. A ver si se pierde por el monte.

—¿Qué monte? Si esto es una ciudad —le dijo Will.

—Pues por un callejón.

—No seas así, es tu hermano —le dije.

—Y por eso paso de recogerlo.

—¿Y vas a dormir tranquilo sabiendo que podría estar solo por aquí de noche? —pregunté.

Él me miró un momento antes de suspirar y asentir con la cabeza a Will, que giró el volante para entrar al aparcamiento del bar. Cuando el coche se detuvo delante de Mike, él se acercó y miró por la ventanilla, empapado por la lluvia.

—¡Hermanito! —lo saludó con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sube y calla  —dijo él sin tanto entusiasmo.

—¿Habéis venido a rescatarme? —preguntó, antes de mirarme—. Hola, Jennifer.

—Hola, Mike.

Él subió al coche, sentándose a mi lado. Me sonrió ampliamente mientras su hermano pequeño lo fulminaba desde el asiento delantero.

—¿Dónde ibais? —preguntó Mike.

—Me acompañaban a la residencia —le dije.

—¿Ya? Pero si es viernes.

—No me gusta mucho salir.

—Si salieras una noche conmigo, lo amarías.

—No la molestes, Mike —le dijo Ross secamente.

—No la molestes, Mike —él lo imitó y se echó a reír.

Vi que Will reprimía una sonrisa cuando Ross soltó algo parecido a un bufido de desesperación.

—¿Por qué siempre que te veo hay una chica echándote de alguna parte? —le pregunté a Mike, rompiendo el silencio.

—Se me da bien cabrear a la gente —él sonrió—. Como habrás podido comprobar con mi querido hermanito.

—Después de casi veinte años contigo, por fin has dicho algo coherente —murmuró Ross.

—Gracias —él sonrió, sin importarle el tono irónico—. Bueno, ¿no vais a poner música?

Will lo hizo, y probablemente fue para que los dos hermanos no discutieran. Mike empezó a cantar todas las canciones a todo pulmón mientras Will sonreía y Ross clavaba la mirada al frente con exasperación.

Por fin, llegamos a mi residencia y me puse la chaqueta.

—Gracias por traerme, Will —dije, apretándole el hombro.

—¿Gracias por traerme, Will? —repitió Ross, mirándome—. ¿Y yo qué soy? ¿Un adorno?

—Gracias por traerme, Ross —corregí.

—Eso está mejor.

—¿Gracias por traerme, Ross? —repitió Mike, mirándome—. ¿Y yo...?

—Tú, cállate —le cortó Ross.

Él hizo como si se cerrara los labios con una cremallera y yo bajé del coche, divertida.



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