Construidos

By NeverAbril

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Kaysa entrará a una competencia de poder, pero alguien más acabará jugando con su corazón. More

Construidos
❤️Primera parte❤️
1. Juramento de sangre
2. Solo uno
3. Fácil de destruir
4. La nueva generación
5. Intenciones desconocidas
6. El mapa de las sombras
7. Profecía de fuego y muerte
8. Caer en la trampa
9. Villanos del reino
10. Venenos adictivos
11. Cómo matar a Diego Stone
13. Rojo escarlata
14. La casa de los placeres violentos
💚Segunda parte💚
15. La verdad es un afrodisíaco
16. Los que se odian, se desean
17. Sueño dorado
18. Algo más que sobrevivir
19. Las técnicas letales de una damisela en apuros
20. Manzana prohibida
21. Oferta de paz
22. Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca
23. Traspasar los límites
24. Búsqueda del tesoro
25. Necesidad de control
26. Juegos de cartas
27. Laboratorio de poemas
28. Verde esmeralda
💚Tercera parte❤️
29. Desiderátum
30. Promesa irresistible
31. Leyes románticas
32. Lo que se oculta debajo de las máscaras
33. Flores de primavera
34. Curiosidad científica
35. Las horas más oscuras
36. Sol de verano
37. Subordinación y sublevación
38. Diarios
39. La confianza de los inocentes
40. Cuento de hadas
41. La esperanza es un instinto
42. Asesina de Idrysa
43. Almas perdidas
44. Ir demasiado lejos
45. Su Alteza Real
46. Todos quieren gobernar el mundo
47. Eclipse
48. La maldición del corazón roto
49. Un traidor perfecto
50. Todos los amantes mueren
51. Un reino sin finales felices

12. La academia del caos

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By NeverAbril

La academia era un caos. No había ni un sitio libre de él. En cada rincón habitable había un aura turbulenta de la que nadie podía escapar.

Mi padre aprobó mi decisión, ya que sabía que hice lo correcto. Los profesores y los guardias rojos fingieron que no pasaba nada. Los estudiantes perdieron la cabeza. El convenio que firmé con Diego trajo más revueltas que la guerra que estuvo a punto de darse entre nosotros. En vez de intentar comprender nuestra decisión, decidieron ponerse en nuestra contra sin vacilación. Tenían ideas equivocadas de lo que implicaba el trato y creían que habíamos puesto fin a nuestra enemistad, lo que era una locura de por sí. Él y yo nos odiábamos más que nunca.

De camino a las clases de entrenamiento tuve que oír otra pila de quejas agresivas y comentarios despectivos disfrazados de críticas constructivas. Ninguno de ellos se puso en mi lugar. Estaba exhausta. Por más que intentara hacer las cosas bien, todo lo que yo hacía les parecía mal. Sinceramente, yo me preguntaba cuándo tendrían suficiente. Tal vez nunca.

Transité por los pasillos como si fuera un fantasma con respuestas programadas para complacer a los demás. Llegó un punto en el que quise gritar de lo agotada que estaba y, como siempre, tuve que contenerme. No me iba a retractar. Por ende, debía soportar las consecuencias.

Si bien algunos me apoyaban y se mostraban bondadosos, podía sentir la presión que ejercían las palabras maliciosas en mi corazón. Yo respondía. Sabía cómo defenderme. Mas, eso no significaba que no me doliera por más acostumbrada que estuviera.

La peor parte fue cuando llegué al campo de entrenamiento con mis otros compañeros y recibí una noticia casi devastadora.

—El día de hoy no entrenarán —anunció Aspen con su postura típica de instructor.

—¿Por qué? ¿No es entrenar el propósito de esta clase? —inquirió Cedric un tanto confundido.

—Sí. Solo que no es el único propósito —resaltó Aspen e interrumpió al heredero antes de que pudiera volver a hablar—. Me temo que tendré que destruir sus esperanzas desde el principio. No descansarán. Harán lo opuesto. Hoy habrá enfrentamientos.

Temblé. Considerando mi situación actual, tenía que ser una broma.

—¿De qué clase? —curioseó Finley en su regular tono de voz.

—Descuiden, no se enfrentarán entre ustedes. Eso déjenlo para las pruebas. Hoy habrá duelos entre miembros de sus propios clanes. Es un evento que será sorpresa y se dará una vez al mes.

—Eso me suena familiar —murmuró Emery por lo bajo.

—Cada delegado podrá retar a una persona y, si esa persona acepta, habrá un enfrentamiento. Casi siempre es para alimentar la competencia entre sus pretendientes —explicó el instructor—. Así que, respecto a ustedes, existen dos posibilidades: si nadie los reta, podrán descansar y mirar las peleas o si alguien lo hace, ustedes podrán elegir cómo será el duelo, si será combate cuerpo a cuerpo o con armas, y, en caso de que sean varias personas, si será individual o grupal. ¿Qué les parece?

Un horror, dije en mi mente.

—No suena tan difícil —comentó Prudence, serena, y tuve ganas de reír.

El día anterior Diego estuvo a punto de morir. Ese día era mi turno. Estaba segura de que mis delegados le sacarían provecho a esa oportunidad para descargarse contra mí a causa del cambio de distribución de algunos territorios que les informamos Diego y yo luego de nuestra reunión oficial.

Aspen prosiguió con la clase.

—Por ahora pueden ir a precalentar. Los delegados están presentando sus votos. En un rato les diremos quién peleará.

—No puedo esperar —dije con más ironía de la que debería.

Acatando las órdenes del instructor, nos limitamos a estirar y a correr alrededor de nuestro sector. Parecía una penitencia. Pasados unos minutos llegó la hora de la verdad. Aspen, quien había desaparecido de nuestra vista por un minuto, regresó en cuanto terminamos con el precalentamiento. La ansiedad se apoderó de mi ser.

—Felicidades, señor Lockwood.

—Gracias —formuló Cedric, sonriente, y tardó un segundo en desconfiar del saludo del instructor—. ¿Por qué?

—Usted no peleará hoy.

Extasiado, Cedric casi saltó de alegría. En realidad, él no era tan malo para pelear, simplemente no le gustaba, como alguien a quien no le agradaba levantarse temprano.

—Y tampoco lo harán el señor White o las señoritas Diamond y Gray.

Hubo confusión en mi interior.

—Aguarde, eso significa que...

—Sí, Blue, Aaline y Stone han sido retados a un duelo —confirmó Aspen en un giro de eventos.

—¿Por qué yo? —farfulló Emery sorprendida—. Es decir, es bastante obvio el motivo por el que esos dos van a ser retados. No entiendo por qué yo.

Diego y yo la miramos de reojo en perfecta sincronía.

—Sí, incluso lo convertimos en un juego y llevamos la cuenta de quién va ganando en sus discusiones —confesó Cedric con humor.

—¿Y quién va ganando? —curioseó Diego. Yo no había conversado con él desde ayer.

Cedric se limitó a señalarme a mí. Me hizo sentir mejor.

—¿Lo oyó? —le pregunté a Diego en un tono burlón.

—Sí, lo oí —respondió él y detecté lo opuesto a la inocencia en su mirada—. Recuerde que las cosas cambian en el último segundo.

Puse los ojos en blanco.

—¿Lo ve? —intervino Emery, dirigiéndose al instructor—. ¿Quién me desafió?

—En realidad, fueron varias personas.

La mandíbula de Emery amenazó con caerse.

—¿Por qué?

Aspen se encogió de hombros.

—Me temo que desconozco las razones, señorita Blue.

—Bien, no importa. Acepto todos los retos. Estoy de humor para patear algunos traseros —declaró Emery con una actitud que no vi antes en ella y le quedaba bien.

—De acuerdo —anotó el instructor con un suspiro dramático—. ¿Y ustedes qué dicen? ¿Aceptan?

Diego procedió a acceder a todos los retos y el suyo sería grupal, es decir, se enfrentaría a todos a la vez. Yo también lo hice. La diferencia era que yo tendría que lidiar con una sola persona: Koen Steiner.

Más tarde nos dirigimos como un grupo a un sector diferente de las instalaciones del internado cerca de la torre de los Stone. Había dos pares de plataformas rojas y cuadradas que estaban rodeadas de una muchedumbre compuesta por los diversos clanes. Estaban los delegados y los Construidos por igual. Por más que algunos mantenían la compostura, otros abucheaban o aplaudían a los individuos que luchaban dentro de los límites de la plataforma, causando un bullicio insufrible y excitante. Los duelos ya habían iniciado hacía rato.

Con tal de no perdernos en la multitud, Aspen nos guio para tener un asiento en primera fila, por así decirlo, y admirar el espectáculo de cerca.

Era brutal. De un lado había dos chicas del clan Gray peleando con sus armas más afiladas y del otro había cuatro delegados del clan Diamond batallando cuerpo a cuerpo como si se odiaran entre sí y me sorprendí cuando noté que Prudence se exaltó cuando uno de ellos salió herido. Supuse que ella sí estaba conociendo a sus pretendientes porque se reflejó en su semblante que se alegraba de que al final él ganara. Era cierto. Todos tenían sus secretos aquí y era imposible conocerlos en su totalidad.

—Prepárense porque pronto será su turno —avisó el instructor en cuanto los duelos finalizaron de manera oficial.

Me estremecí. La ansiedad se apoderaba de mí con sus garras despiadadas y se rehusaban a soltarme. Estaba muy cansada por el ajetreo de los últimos días y ya no recordaba lo que era dormir bien, por lo tanto, tendría que esforzarme al máximo para triunfar.

Emery se adelantó y fue la primera en luchar para que nadie opacara su pelea y Diego y yo ocupáramos las plataformas luego. Me marché por unos instantes para ir a la sala de armas, ponerme las protecciones correspondientes, ya que combatiría con mis manos, y sufrí una intercepción por parte de Koen en el pabellón próximo al gentío. No había una pared que nos cubriera, sino que las columnas de mármol era lo único que quizás les bloqueaba la vista. Aquello me tranquilizó. No quería estar a solas con Koen.

—Usted aceptó —comentó Koen, interponiéndose en mi camino—. No creí que lo haría.

Apreté los dientes, implorando paciencia.

—Bueno, no soy una cobarde.

Koen pareció ofenderse.

—¿Está implicando que yo lo soy?

—Entienda lo que quiera entender —dije con neutralidad.

Acto seguido, él cerró uno de sus puños a sus costados y se aproximó a mí. Lo hostil no fue su porte, sino su expresión. Se podía ver con claridad que no me veía como a un ser humano, sino que había capas y capas de los asquerosos pensamientos que le hacían pensar que yo era como los caballos de un carruaje que lo podían llevar a dónde quisiera mientras tirara de mis riendas con violencia. Incluso esos caballos merecían algo mejor.

—Esto no funciona así.

Observé a los delegados a través de la distancia. Irónicamente, yo era la que tenía que cuidarme las espaldas para reaccionar con propiedad.

—¿Esto? No existe un "esto" —señalé, procurando no llamar la atención—. Lo que sea que piensa que es esto, yo decido cómo funciona.

—En eso se equivoca —articuló Koen sin vida en sus dichos—. ¿Tengo que recordarle su lugar?

Reí con hostilidad y sepulté la risa en un instante, cambiando totalmente mi cara. Yo podía tratarme a mí misma como quisiera, pero nadie más me hablaba así y vivía para contarlo.

—No, ¿yo debo recordarle el suyo?

—Acéptelo. Es bastante obvio quién será el pretendiente que gané su mano: yo. Después de todo, nuestro acuerdo de matrimonio se selló años atrás.

Gracias al convenio que hice, el diminuto territorio de Alemania de la familia Steiner pasaría a ser de Diego, por ende, lo que le pasará a Koen no era mi asunto. Su reclamo no tenía ningún sentido.

—Esa alianza se terminó hace tiempo y pronto dejará de ser de mi clan. Así que es imposible que usted vaya a ganar. No tengo ningún interés en usted —comuniqué, rechazándolo con claridad.

Él intentó tocarme. Yo me corrí la cara, teniendo repulsión a la mera idea de ello.

—Eso no me importa. Lo único que me interesa es su apellido y la cantidad de herederos que produzca. Se nota que no sirve para nada más, mucho menos gobernar. Usted solo tuvo suerte de que su hermano muriera en ese incendio.

Quedé estupefacta.

El reino había sido estructurado para que él creyera que podía decirme eso con todo el derecho del mudo y tener razón sin abstenerse a las consecuencias, así como muchos otros. Se equivocaba. Por eso yo era cómo era. Todos daban por hecho que podían tomar lo que me pertenecía cuando en realidad jamás nadie consiguió siquiera robarme el aliento.

—Yo sé quién soy y usted no tiene idea —declaré con rabia fría corriendo por mis venas—. ¡En cambio, usted es simplemente un patético e insignificante hombre con una mente más pequeña que el poder que se jacta de tener y que siente la estúpida necesidad de degradarme porque sabe que nunca estará a mi altura!

La respuesta que obtuve fue predecible.

—¿A su altura? Usted solo es otra puta con sangre noble.

No pareció importarle que tuviéramos público. Mientras yo sostenía mi sonrisa cruel, lo que lo sacó de quicio aún más, Koen alzó la mano como si fuera a abofetearme.

—Como dije: patético.

Mas, no recibí el golpe por más que me intrigaba averiguar qué le harían los delegados ante su atrevimiento violento. Alguien más llegó. Yo no había ido sola a la sala de armas.

—Respeto —formuló Diego, cerrando su mano sobre la muñeca de Koen y lo apartó con ímpetu, provocando que el delegado trastabillara y casi cayera, pese a que mi enemigo no utilizó toda su energía—. Eso es lo que deberían enseñarte o yo te haré aprender a la fuerza.

Diego se puso delante de mí y me dirigió una mirada que preguntaba «¿estás bien?». Con un movimiento de mi cabeza le di a entender que sí.

Su aparición encolerizó más a Koen.

—Váyase, Stone. Esto no es asunto suyo.

—Pero lo es. Puede que falten unos días para que se terminen de procesar los cambios del convenio. Entonces, su territorio pasará a ser mío y, bueno, si crees que ella es mala cuando se molesta, no me has visto a mí.

—¿Qué diablos está pasando aquí? —se burló Koen, sin embargo, una mirada de Diego hizo que se arrepintiera de inmediato.

—Si hay algo que me da asco, son los imbéciles como tú y, por lo que he comprobado, son bastante desechables. Así que, cierra la boca si no quieres terminar en la basura como los demás.

Ni siquiera intenté engañarme a mí misma. Disfruté las palabras de Diego.

—¿Qué? ¿Se están defendiendo? —bufó Koen—. ¿Ahora ustedes dos se complotaron? ¿Se van a casar también?

—¡Nunca! —dijimos Diego y yo en simultáneo ante la idea de casarnos.

—¿No es por eso que me cambió? ¿Por qué no se retracta y vuelve conmigo?

—¿Yo? —suspiré como si me hubiera insultado y la furia me cegó—. ¡Yo preferiría casarme con él antes que con usted!

—¿En serio? —rio Diego, perdiendo el enfoque en lo importante.

Entrecerré los ojos.

—Ahora no es momento, Stone.

Él bajó la cabeza, rindiéndose.

—De acuerdo.

—¡Fabuloso! ¡Acerté! —carcajeó Koen con desprecio y me señaló con el índice—. Y usted luce tan elegante, llena de gracia y con estándares muy altos, pero al final es una cualquiera. No aceptaré órdenes de una ramera ingrata que vive dando órdenes a pesar de que todos saben que su nombre será olvidado por los actos de su familia. Así acabará. ¡Morirá sola, sin fortuna y sin seguidores!

Sus dichos demolieron mis cimientos. Le tomó unos segundos en decirlo y a mí una eternidad en olvidarlo. No era sencillo procesar que cualquiera te dijera cosas de ese estilo.

Si suficientes personas te decían que no valías nada, comenzarías a dudar de tu valor. Era como si hubiera cien personas que dijeran que el cielo era azul y tú dieras por hecho que era celeste. Al final, les creerías a ellos.

Aquel turbulento desastre ocurría en mi mente. Nunca permitiría que alguien supiera cómo funcionaba mi mente. Reaccioné antes de lo premeditado. Me encaminé hacia Koen con las ganas de asesinarlo tatuadas en mis facciones y él retrocedió un paso, aterrado.

—No ahora —dijo Diego, adelantándose con rapidez para agarrarme de la cintura por un segundo y evitar que convirtiera a Koen en mi saco de boxeo—. Tendrá bastante tiempo para eso.

Reprimí mi cólera porque teníamos público y paré. La gente había empezado a percatarse de nuestra discusión.

—Porque es mi turno —agregó mi enemigo, yendo hacia Koen igual que lo hice hacía un minuto y yo tuve que detenerlo.

—Están locos —suspiró Koen, atónito.

—Sí, porque nos odiamos con locura —aclaré en un tono burlón.

—Y nadie le habla así —proclamó Diego, defendiéndome de las injurias—. Solo nosotros peleamos. Ella es mi enemiga. Mía.

—No soy nada suyo —aclaré, enfocando mi atención en él.

—¿Lo ve? Incluso terminamos los insultos del otro, ¿no es la cosa más horrible que ha escuchado?

El delegado chistó.

—¡Usted me necesitará! ¡Acuérdese de lo que le digo! —bramó Koen y, sin más para rebatir, se fue, lo que me permitió volver a respirar.

Lo que necesitaba era que desapareciera de mi vista.

El problema fue que estaba inspirando y exhalando como si estuviera frente a un jurado despiadado.

Los gritos constantes de aliento para la pelea de Emery me aturdían, el escrutinio de los delegados que miraban para acá me atormentaba, y mi cerebro retumbaba.

Toda la tensión de mis músculos me pasó factura. Me llenaba una sensación de vacío. Siempre estaba ahí, solo que algunas veces no podía pensar en nada más que en eso.

Mi cuerpo empezó a temblar por más que no se notara en el exterior. Agité mis manos a mis costados al sentir que aquello que intentaba evitar se apoderaba de mí. Fui consciente del propio sonido de mi respiración y la cantidad de veces que latía mi corazón. No podía quedarme quieta y tampoco manejaba mis movimientos.

Mis ojos se fueron humedeciendo con lágrimas que no salían y la cabeza comenzaba a dolerme. Ignoré lo que fuera que estaba diciendo Diego porque ya no oía nada con claridad, era como estar bajo el agua, y mi voz se había perdido.

Me esforcé para ocultarme detrás de una de las paredes, ya que no quería que nadie me viera así y me apoyé contra el muro en busca de serenarme.

Por favor, no ahora, supliqué internamente.

Tragué saliva y me mordí los labios una y otra vez. Me faltaba el aliento. Odiaba sentirme así. No controlaba cuándo sucedía. Hacía bastante que no tenía un ataque de pánico. Por eso vivía aterrada. No podía seguir viviendo así. Jamás terminaría.

—¿Kaysa? —nombró Diego en cuanto me siguió.

Me había dispuesto a ir y venir caminando a la vez que trataba de controlar mi respiración al darme cuenta de que reposar no ayudaba en nada.

—No puedo... —tartamudeé—. No puedo.

Acto seguido, hizo algo que no esperé. Se puso frente a mí y frenó mi círculo vicioso en el que no paraba, iba y volvía de un extremo a otro. Yo todavía luchaba contra las sensaciones cuando él continuó con su mirada y su voz serena.

—No trate de frenarlo. Si pasa, pasa —dijo y tomó mis manos para que cruzara mis brazos sobre mi pecho. No opuse resistencia—. Ahora sigua respirando así y déjelo ir.

En cada ocasión yo peleaba contra los episodios. No supe por qué elegí escuchar su consejo y me entregué a la sensación horrible porque al intentar controlarla siempre quedaba atrapada en mi pecho. Aún era horrible, sofocante, y me ponía en una situación vulnerable. Mas, no empeoró mi condición y la presión se redujo un poco.

—Eso es —agregó Diego y se colocó detrás de mí con lentitud.

Jadeé. Mi cara se arrugó como si fuera a liberar las lágrimas almacenadas en mi interior y un sollozo brotó de mí en medio del caos. No estaba llorando. Simplemente, las emociones me superaban y se expresaban de esa forma. Quería que parara. Solo eso.

—Sé de algo que puede ayudar, ¿me dejara probarlo? —dijo a modo de advertencia—. Es un abrazo, así que, espero que no me mate por esto.

Mis nervios, ya tensos de por sí, sucumbieron e hicieron que me estremeciera cuando Diego se inclinó y me abrazó por detrás para mantener mis brazos en mi pecho y ejercer más presión. Fue justo en aquel sector donde la raíz del ataque iniciaba. En realidad, estaba siendo de ayuda.

—¿Está bien así? —preguntó él con su aliento cálido, acariciando mi cuello—. ¿Lo hago más suave? ¿O tal vez más fuerte?

Emití un sonido débil y pareció comprenderme, ya que me apretó más contra sí.

—¿Así?

—Más fuerte —pedí de manera entrecortada.

Acatando mi pedido, me abrazó con más fuerza y mi agitación fue disminuyendo. Dejé todo ir y, tras unos minutos, todo el caos que parecía gobernarme se fue calmando como las aguas del mar luego de un maremoto. Al menos ya no me sentía tan fuera de control.

Después de sobrevivir a esa guerra interna, vino un silencio de cementerio en mi mente, igual que en los campos de batalla una vez que el enfrentamiento cesaba. Había rastros de la sensación como cadáveres, no obstante, ya era capaz de recuperar la concentración. Me conformé con eso.

Mi ritmo cardiaco, mi respiración y mis temblores se fueron reduciendo. Cerré los ojos por un instante, amoldándome a la idea de que estaba sana y salva.

Mi seguridad no perduró. Fui recordando la posición en la que me hallaba y con quién y, por desgracia, carecía de tiempo para recuperarme por completo.

Giré mi cabeza para contemplar a Diego, quien ya me observaba. Tuve que escalar por su mandíbula afilada, su boca de aspecto cautivador y el resto de sus facciones hasta encontrarme con sus iris de diferentes colores.

Clanes, ¿cómo carajos terminábamos tan cerca?

—¿Se encuentra mejor? —consultó él, disminuyendo la potencia de su agarre.

En dicha ocasión no me quejé. Aun cuando estábamos en guerra, me había ayudado. Por ende, sin importar las perversas razones que pudiera tener, decidí perdonarlas y no refunfuñar.

—Sí, eso creo —conseguí contestar—. ¿Puede soltarme?

El heredero tensó los labios como si fuera a reír y lo evitara.

—Sí, eso prueba que está mejor.

Los dos nos enderezamos. Yo carraspeé la garganta en busca de liberarme del nudo que habitaba en ella. Diego no invadió mi espacio y se mantuvo en su sitio. Lo aprecié. Nunca nadie supo que me sucedía eso hasta que apareció él.

—¿Cómo sabía que eso serviría? —indagué, nerviosa.

—Me ha pasado antes. Ya no me sucede, pero conozco el... —confesó para mi sorpresa y no terminó de decir "conozco el sentimiento"—. A mi hermano menor también le pasa algo parecido a veces.

—¿Dionisio? —nombré, confundida—. Pero él todavía es un niño.

—Lo sé. Por eso trato de protegerlo lo más que puedo. No todos en mi familia nos llevamos tan mal.

La manera en la que se refirió a su hermano pequeño me recordó a la forma en la que yo hablaba del mío. Había cariño y protección en su tono. Fue otro lado que vi en mi enemigo. Estaba viendo cómo era cuando le importaba alguien y era su prioridad.

—Eso es algo, ¿no?

—Supongo. Usted me preguntó por qué hice todos estos tratos y cambios. La mayoría fueron por él. No quiero que lidie con alguien como mi hermano. Lo destrozarían porque Dionisio no es como nosotros. Es incapaz de dañar a alguien. Así que trato de hacer lo que puedo para que haya paz en mi clan y que pueda crecer con libertad —articuló, pretendiendo estar bien. Ahí entendí por qué no quería ir a una batalla conmigo más allá de la riña personal que manteníamos—. Disculpe, ¿la estoy aburriendo?

Me dejé guiar por la candidez en su ser y negué con la cabeza. Su historia y su voz me ayudaban a serenarme.

—No, siga hablando.

—Nada más. En ocasiones, usar técnicas para evitar los ataques no funciona y aprendí a las malas que esto sirve para calmarse. Si le sucede otra vez, puede hacerlo sola.

Por primera vez, no lo juzgué. Teníamos otra cosa en común, pero no era algo para celebrar.

—Lo tendré en mente —aseguré, entrelazando mis dedos—. ¿Puede no contarle a nadie lo que pasó?

—De acuerdo. Además, ¿a quién se lo voy a decir? ¿Cedric?

Esbocé una débil sonrisa.

—Bueno, a él le gusta cotillear más que a Emery y ella es una periodista.

—Bien, es nuestro pequeño y sucio secreto —susurró Diego y dobló su postura para hablarme con secretismo.

—Tiene que hacer que todo parezca perverso, ¿no?

Revivió la diversión perversa que residía en él.

—Bueno, soy un gusto adquirido, ¿lo sabe?

—Sin duda —formulé sin ánimos de replicar.

—Por cierto, ¿fue sincera cuando dijo que prefería casarse conmigo?

Me mordí la lengua. Sabía que él estaba distrayéndome mientras pasaba lo peor, sencillamente le seguí la corriente.

—Se había tardado.

Diego retrocedió para descansar sobre la pared como si estuviera exhausto.

—Lo sé. Fue muy difícil aguantarme las ganas de preguntarle.

—Debió resistir mejor.

—No se desvíe del tema.

—Por supuesto que no lo dije en serio. Clanes, cualquier matrimonio daría más frutos. Por lo menos no sería tan problemático —mascullé con humor—. ¿Por qué le interesa?

—A mí no me interesa.

Estudié su actitud.

—¿Y por qué lo preguntó?

—¡Oiga! ¡Nos están llamando! —exclamó Diego, evitando dar una confesión.

En vez de molestarme, nos encaminamos hacia gentío. Fue abrumador, sin embargo, tuve que soportar el impacto entre nuestro silencio y el griterío de los demás.

No fue hasta ese instante en que me di cuenta de que había diferentes formas de discutir. La mayoría eran como la que tuve con Koen, sin embargo, existía una clase rara de discusiones que eran como las que tenía con Diego y esas extrañamente siempre me daban la sensación de que estábamos coqueteando y no compitiendo.

Hablando de competencia, tuve que lidiar con todo lo que recién había ocurrido a medida que me subía a la plataforma para iniciar el duelo.

Koen ya estaba allí con los labios curvados hacia arriba, pensando que ganarme sería pan comido.

Yo no sonreí. Mi expresión se ensombreció casi sin darme cuenta. Él vino para pelear. Yo fui para aniquilar.

—¡Buenas noticias! —Aspen hizo una pausa estando parado en medio de las dos plataformas—. ¡Los duelos empiezan ahora!

No me concentré en otra cosa. El manojo de nervios que fui hacía unos minutos se había ido y solamente quedaba lo que algunos llamaban la Asesina de Idrysa. Siempre había otra venganza por la que vivir.

Koen y yo nos lanzamos a luchar en cuanto nos dieron la orden. Fue rápido. Él había estado tan concentrado en golpearme que descuidó su defensa y me agaché, esquivando un golpe, a la vez que le asestaba dos puñetazos en el abdomen. Trastabilló adolorido con sus puños en alto y alzó la vista, mas no nada le sirvió para resistirse a mí. Usé en su contra todo lo que decía que tenía y no era cierto.

Por más que quiso agarrar de mi uniforme para entrenar en busca de tirarme, utilicé la cercanía y comencé a atacar. Logró bloquearme una única vez y perdió la fuerza.

Yo no perdí nada.

Después conseguí golpear su rostro una y otra vez hasta que conseguí abrirle una herida en la mejilla. Sangró. Me gustó. A pesar de que mi respiración se había acelerado y mi estómago estaba revuelto, fue satisfactorio.

El duelo prosiguió. En aquel momento cargado de agresividad, Koen apenas logró hacer algo. En vez de bloquear mis arremetidas, jaló de mi cabello con violencia, arruinando mi coleta, y ahogué un quejido. Estaba haciendo trampa. A los demás no les pareció importar. Era un espectáculo para ellos. Los gritos de aliento y los abucheos continuaron.

En una milésima de segundo, Koen me soltó de sopetón, provocando que yo tambaleara, y me arrojó una patada a la rodilla. Caí de espaldas a la plataforma y me pateó en el vientre. Perdí el aire de mis pulmones y apreté los dientes, luchando para soportar el dolor. Los presentes se callaron, aguantando la respiración igual que yo. Lo soporté. Su victoria pasajera no duró por mucho.

En cuanto quiso tirarse para pegarme con su codo y el peso de su cuerpo, rodeé por la plataforma y con una maniobra de mis piernas me las arreglé para darle una patada en la cara, causando que él también terminara en el suelo. Lo derribé. Yo no necesitaba hacer trampa para triunfar.

Él no pudo ponerse de pie. Yo me levanté sin problemas y le di otra patada para noquearlo definitivamente. Resultó que yo era más fuerte que él porque acabó escupiendo sangre a diferencia de mí. Genial.

—No necesito a nadie —le susurré, triunfal, y me pasé la lengua por los dientes—. Y menos a hijos de hombres miserables como usted.

Entonces, me enderecé en el instante en que Aspen me declaró la ganadora del duelo y, pese a que estaba un poco magullada y adolorida, sonreí jadeante alimentándome de los aplausos y las personas que me alentaban. Se sentía bien que gritaran para mí. Me lo merecía.

Por otro lado, Diego aún se encontraba combatiendo. Como era un duelo grupal, originalmente había diez delegados peleando con él y en la actualidad solo restaban cinco. Los movimientos que realizaban todos eran muy veloces y dinámicos para que pudiera describirlos. En el hueco que formaban, mi mirada se conectó con la de Diego por un segundo.

Estaba agitado y riendo, no obstante, se veía la venganza en sus ojos. Tenía el pelo rubio y húmedo cayendo sobre su frente, la mandíbula apretada y un par de gotas de sangre que descendían por sus labios.

Él procedió a limpiarse el líquido rojo con el dorso de la mano y reanudó su pelea. Me pareció muy injusto que incluso así luciera atractivo.

Bajé de la plataforma para ir hacia Emery, ya que había concluido su duelo hacía rato. Unos guardias rojos tuvieron que encargarse de cargar a Koen para que pudiera abandonar el escenario. Fue cómico para mí, considerando que dijo varias veces que podía hacerme papilla. No permití que rondara más por mi cerebro ni tampoco sus dichos. Tal vez me atormentarían más tarde. Ahora no.

—Por todos los clanes, usted lo mandó al hospital —comentó Emery, estando impecable—. ¿De qué están hechos sus puños? ¿Hierro?

—No —reí, acomodándome a su lado—. ¿Y qué hay de usted? Se ve bien para alguien que acaba de pelear.

Emery se paró frente a mí y procedió a estirar sus brazos para quitarme y entregarme el lazo que sujetaba mi cabello, desarmar por completo mi coleta, y peinar un poco algunos mechones. Me hizo sentir bonita.

—En mi defensa, siempre me veo bien.

A lo lejos vislumbré a Ivette, quien se ubicaba a un par de metros con sus hermanos, y me miró como si quisiera estrangularme. Ahí entendí un poco su desprecio hacia mí. Además, la competencia, estaba un poco celosa, incluso si ella misma no lo sabía.

Esquivé la mirada de Emery.

—Todos lo saben.

Le encantó el elogio.

—Gracias por aclararlo —expresó Emery, obligándome a mirar para arriba, aunque no era mucho más alta que yo—. Y, sí, gané, pero no hubo necesidad de pelear. Simplemente esquivé sus golpes. Ellos hicieron el resto con su torpeza.

—Se tiene que ser bastante tonto para enfrentarse a usted, ¿no?

—A nosotras.

—¿Pudo averiguar por qué la retaron en primer lugar? —indagué mientras nos dedicábamos a analizar el duelo de Diego, igual que el resto.

—Lamentablemente sí. Hay un rumor en mi clan sobre que mi pasión por el diseño me distrae de mis obligaciones y que mis padres ya no me permiten usarlos o crearlos.

Detecté pena en su voz.

—¿Y es cierto?

—Sí. Por eso, algunos se rebelaron. No importa. Yo puedo lucir bien y patear traseros sin problemas, ¿verdad? No es mi culpa que ellos ni siquiera lo intenten —alegó con orgullo y la actitud alicaída retornó—. Aun así, es una pena que nadie pueda ver mis diseños. Se darán cuenta si me pongo uno de ellos.

La compadecí. Reflexioné sobre su situación. Yo no sabría qué hacer si los demás se enteraran de mis poemas y me prohibieran escribir. En consecuencia, me adelanté a decir lo siguiente:

—Bueno, ellos no pueden impedir que yo lo haga.

El entusiasmo se marcó en sus ojos celestes.

—¿Qué?

—Deberíamos mantenerlo en secreto, pero, si quiere, puede diseñarlos y yo puedo usarlos.

—¿En serio? —preguntó ella, asentí, y se lanzó a darme un abrazo—. Sería como si yo fuera una diseñadora oficial y usted mi modelo. ¡Le prometo que no la defraudaré!

—Señorita Blue —farfullé, atosigada—. Me está ahogando más de lo que lo hizo mi oponente en el duelo.

Ella me soltó sin extraviar su sonrisa.

—Lo siento.

—Está bien.

El festejo no acabó.

—¡Oh! ¡Tengo tanto por hacer!

Lo que no estaba bien fue que Diego ganara el duelo en un santiamén. Los chicos y chicas que se enfrentaron a él se desmoronaron igual que las paredes en una demolición. Fue sorprendente que triunfara teniendo en cuenta lo que padeció el día anterior. No podía creer que era la misma persona que me ayudó unos minutos atrás. Su dualidad me enloquecía. Supuse que le hacía justicia a su reputación.

A continuación, aquellos que nos batimos a duelo y acabamos con una que otra herida menor fuimos a la enfermería. Sufrí un escalofrío al entrar, recordando que presencié el cruento suicidio del guardia. Si bien había sucedido tanto desde ese momento que mi cabeza tuvo que priorizar y enfocarse en algunas cosas, mis otros problemas revivieron en mi memoria.

Las notas misteriosas, el escritor anónimo, los secretos de la academia, y la muerte enigmática del desconocido formaban parte de una lista de pendientes que debía resolver más adelante.

Me hallaba quejándome en mi diminuto sector separado por una cortina a punto de quitarme la parte superior de mi uniforme. No era lo que más deseaba, pero la patada que recibí causaría un moratón gigantesco si no la trataba bien.

Me quedé solamente con mi sostén deportivo y siseé al contemplar mi herida. Agarré las vendas que deposité en la camilla y gruñí frustrada. Por más que desconfiara de los médicos del internado y no quisiera que un enfermero me asistiera, vendarme a mí misma no era un procedimiento sencillo.

Casi entré en crisis cuando Diego pasó por allí para marcharse luego de ser atendido y volvió sobre sus pasos, bloqueando la visión que los demás podrían tener de mí.

—¿Necesita ayuda?

—No —vociferé de entrada y puse los ojos en blanco—. Bien, sí.

—¿Quiere que le ofrezca la mía?

—Solo aceptaré si no se pone a alardear.

Diego hizo un gesto que significaba que sus labios estaban sellados.

—Lo intentaré.

Me encaminé hacia él. Tomé un extremo del vendaje, colocándolo en mi vientre, y Diego sujetó el otro para ir pasándolo por mi torso.

Me ponía nerviosa su toque electrizante y ocasional en mis caderas, la proximidad que me embrujaba al punto de silenciar el ruido de la habitación, y todo lo que englobaba a aquel heredero.

Otra vez yo estaba de espaldas y sus manos sobre mi cuerpo. A ese punto daba la impresión de que no podíamos vernos sin tocarnos.

—Diego —suspiré al percibir sus dedos arrastrarse por mi zona lumbar, lo que me generó un cosquilleo cálido.

Él continuó el camino de su caricia hasta mi abdomen y se adelantó un paso, reduciendo la distancia entre nosotros.

—Me gusta cómo suena.

Me mojé los labios y giré para encararlo.

—¿Qué cosa?

—Mi nombre en su boca —confesó Diego, frenando sus movimientos para cerrar su mano sobre mi cintura.

Mi corazón dio un salto y nunca más regresó a la normalidad.

—¿Por qué?

—Es más agradable que cuando me llama "maldito Stone".

—Siendo sincera, ese es un apodo más apropiado —bromeé con la intención de deshacerme de lo que fuera que me estaba pasando.

Todavía había gente rodando por allí y, aunque no estaba pasando nada y no sucedería nada, me sentía sensible y expuesta.

—Nada de lo que estoy pensando ahora mismo es apropiado —dijo él para mi sorpresa.

Mi propia creatividad se desató.

—¿Y qué ronda por su mente?

—Cosas que probablemente harían que usted me gritara que me odia. —Hizo una pausa para respirar mientras me admiraba—. Pero también que secretamente le gustarían.

Por accidente retrocedí un paso, chocando contra su cuerpo.

—¿Cómo qué?

Me regaló una sonrisa maliciosa y peligrosa.

—Si lo digo, dejaría de ser un secreto.

Olvidé que era el señor "no hablo de mi vida privada".

—No me interesa —dije en un tono similar al que él empleó en el pasado.

Chasqueó la lengua.

—Mentirosa.

Lo ignoré y fijé mi atención en el frente.

—Vamos, acabemos de una vez con el vendaje.

—Señorita Aaline, terminamos hace más de un minuto —murmuró en mi oído tras inclinarse por un efímero momento.

Ahogué un jadeo. Bajé la mirada y, en efecto, lo habíamos hecho. Mis manos debieron actuar por instinto cuando charlaba con él. No pude evitar sonrojarme.

—Bueno, gracias y qué tenga un horrible día —espeté, vistiéndome otra vez.

Su expresión de satisfacción aumentó.

—Lo tendré gracias a usted.

Más tarde, tuve un golpe de inspiración y corrí a mi habitación a redactar un nuevo poema antes de proseguir con una jornada de clases relativamente normal. Lo agradecí en gran profundidad. Llegada la noche estaba cenando con mis compañeros cuando Clara vino a comunicarme algo.

—Perdona la molestia, señorita, te ha llegado una nota sin remitente. Decía que era urgente y pidió que no lo abriéramos porque era privado. ¿La aceptas? —comunicó ella, entregándome el sobre en una bandeja de plata.

Abandoné mi copa de vino y rasgué el papel en simultáneo que los presentes reían de una broma de Cedric. No había sospechado nada hasta que comencé a leer la nota.

"Soy yo de vuelta. Lamento interrumpir tu rutina. He de confesar que es adictivo escribirte. Ansío que sepas quién soy. Pero eso no es lo que vine a decirte. Esta noche le ocurrirá algo terrible a alguien. No preguntes cómo lo sé, es un plan, y me temo que es inevitable. Así que, te ruego que vayas al pasadizo y salgas de la academia por tu propio bien. Hay un túnel subterráneo que va directo al centro de la ciudad. Úsalo y cuídate. Vuelve antes del amanecer. Si todo sale bien, mañana te enviaré otra nota explicando todo".

Tuve que disimular y pretender que no ocurrió nada durante el resto de la cena.

Había regresado a mis aposentos, simulando que estaba lista para irme a dormir, cuando un plan se apoderó de mi mente.

—¿Te parece lindo? —le pregunté a Clara, notando que su mirada se perdía con disimulo en uno de mis vestidos mientras buscaba algo en mi armario.

Me fui quitando los zapatos, siendo entretenida por la ambición en sus ojos. No lo miraba con codicia, sino como si fuera obnubilada por su belleza.

—Por supuesto. Todo lo que te pones es tan... elegante y hermoso.

Fui hacia la dama. Mis pies se estremecieron ante el frío del suelo.

—¿Y qué te pones tú?

—¿Por qué lo preguntas? —cuestionó Clara, sacando el camisón de seda que yo usaría como pijama para entregármelo.

—Nada en particular. El uniforme es bonito, pero imagino que tienes más ropa.

Ella le dio un último vistazo a mi armario y luego mantuvo fija su mirada en mí, evaluando cómo me desvestía hasta quedar en ropa interior. Estábamos solas.

—Sí, me pongo otras cosas, solo que nada se compara con esto.

—¿Te gusta? —indagué, arrebatándole la prenda sobre la que se cerraban sus puños.

Clara tragó con dificultad.

—Sí, mucho.

Fue momento de sacar mi astucia.

—Entonces, te propongo un intercambio. Puedes elegir el vestido que más te guste y quedártelo si me das uno de los tuyos.

—¿En serio? ¡Eso sería maravilloso! —chilló ella con la felicidad emanando de sus poros y se lanzó a darme un abrazo fugaz justo en el instante en que me ponía el camisón. Quedé petrificada y con la prenda enrollada a la altura del pecho. Clara se despegó al instante—. ¡Lo siento! Déjame ayudarte.

Mojé mis labios para hablar.

—Está bien. No estoy acostumbrada a los abrazos.

Jadeé, sintiendo cómo los dedos de Clara se arrastraban por mi piel desnuda mientras me bajaba y acomodaba el camisón.

—¿Cómo es eso posible? Eres una heredera. Deberías estar acostumbrada a que la gente demuestre su adoración por ti, ¿no?

—Esa es la cosa con la adoración, si no le concedes a la gente exactamente lo que quieren, se vuelven contra ti —expuse, percibiendo el roce de la tela contra mi anatomía con más fulgor—. Los abrazos no son algo común.

Su aflicción se hizo notoria en su porte.

—Eso es una pena.

Acaricié mi brazo antes de alzar y agachar mis hombros.

—No saber de lo que me estoy perdiendo sirve.

—Yo podría abrazarte —sugirió Clara con una sonrisa inocente.

La arruiné.

—No es necesario. Además, no me has respondido. ¿Qué opinas de un intercambio?

—Me encantaría tener cualquier cosa que fuera tuya, sin embargo, no entiendo por qué querrías la ropa de alguien que trabaja en la servidumbre.

Para que mi atuendo no me delate, respondí en mi mente al planificar mi escape.

—Me apetece un cambio para variar. Aunque tengo toneladas de vestidos y cientos de zapatos, no tengo ningún lugar al que ir. No salgo mucho y es un desperdicio que estén en mi armario. Son hermosos, como dijiste. Así que, creí que sería bueno que, si yo no puedo salir, al menos ellos sí. Merecen ver la ciudad y que la ciudad los vea.

Le agradaron mis palabras.

—Es como oírte hablar de arte.

—Además, apuesto a que se te verían bien —añadí, incitándola a aceptar en simultáneo que depositaba mis palmas en su cintura ancha para jugar con ella—. Vamos, podrías ser mi muñeca.

Clara rio, llevando sus manos a mis codos por inercia.

—¿Tu muñeca? ¿Me vestirías y jugarías conmigo?

La acerqué a mí, haciendo que trastabillara y que su pelo castaño rojizo se balanceara en su espalda.

—Si tú quieres.

—¿Y cómo jugarías conmigo? —se atrevió a preguntar ella.

Nuestros pechos chocaron antes de que nuestras caderas se pegaran. Me sorprendí a mí misma al estar detallando su rostro.

—Tienes que aceptar para que te responda.

Sus manos cálidas y algo ásperas por el trabajo escalaron por mis brazos.

—Acepto.

Sonreí, victoriosa.

—Ya te dije. Puedes elegir cualquiera de mis vestidos.

El agarre de Clara se aflojó de golpe como si esa no fuera la respuesta que esperaba.

—De acuerdo.

Y tras su aceptación, ella se apartó y se fue para buscar lo necesario para el intercambio. Fue rápido. Ella me entregó el vestido, escogió el suyo sin demoras y se fue para siempre. Me pregunté si yo había hecho algo mal.

No esperé al horario particular que los guardaespaldas cambiaron de turno. Me vi obligada a tomar una decisión.

En la nota decía que lo que sucedería sería inevitable y que mi presencia no lo cambiaría, sin embargo, quizás era una trampa para hacer que saliera de las instalaciones y así poder secuestrarme o algo por el estilo.

Pero, sin importar sus métodos, el escritor anónimo parecía ser honesto y me daba curiosidad.

Pensé en las personas que conocía en el internado y también en mis profundos deseos de pasear por el mundo. Jamás había salido sola y la idea le daba rienda suelta a mi imaginación.

Lo que me molestaba era que de verdad ansiaba salir de aquí por más que fuera por cinco minutos.

Después de unos instantes, elegí ser egoísta y escapar. Podía cuidarme sola de lo que fuera que sucediera.

Por ende, moví el armario, accedí al pasadizo secreto, entré y avancé sin mirar atrás.

¡Al fin saldría!

Estaba tan emocionada que mi corazón se detuvo junto con mi andar en cuanto oí algo en el oscuro y silencioso túnel subterráneo.

Ya no estaba sola. Había alguien más conmigo. 

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