El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

נכתב על ידי Karinebernal

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Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... עוד

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 6.

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נכתב על ידי Karinebernal

Hemos pasado la mañana preparando todo para esta noche. Lo primero en la lista fue convencer a papá que Edmund nos había invitado a salir. Él no dudó demasiado pues es algo recurrente como amigo de la casa que es, así que la parte del permiso estuvo resuelta, sin embargo, nos costó mucho convencerlo que seríamos nosotros quien llegaríamos al lugar de encuentro y no que Rutheford vendría a buscarnos a casa como es costumbre.

Decido llevar un vestido color Jade, suelto y sedoso, que llega hasta mis tobillos con pequeñas perlas doradas que adornan el corsé del traje. Mi hermana opta por lucir pulcra en un vestido crema que hace justicia a su figura y su cabello lacio cae a cada lado de su rostro resaltando su maquillaje.

Salimos de casa una vez la hora de la cita se acerca y nos posicionamos en una esquina ubicada tres calles arriba, pues Daniel le informó a Liz que un carruaje pasaría por nosotras y no podemos permitir que padre lo vea o sospechará, pues es obvio para todos que Edmund no cuenta con ese tipo de transporte, así que debemos aguardar a que la carroza pase por aquí para interceptarla y evitar que llegue a nuestra vivienda.

—Estoy muy nerviosa por lo que pueda suceder en esta cena, Mily. —Comenta mi hermana mientras aguardamos.

—Estás consciente que no debes darle falsas ilusiones al general ¿cierto? Mañana viajamos a Lacrontte para tu cena de compromiso.

—Lo sé, no tienes que repetirlo. Estoy más que consciente que esto es una despedida.

Esta vez dejó el anillo en su habitación y sorteó la suerte para que nadie lo notara. No negaré que me preocupa que le esté ocultando ese detalle al general, pero por esta noche voy a respaldarla.

De un momento a otro escuchamos un carruaje acercarse y con toda la vergüenza del universo nos instalamos en medio de la calle para obligarlo a detenerse. El cochero y el paje visten los colores azul y vino distintivos del personas del palacio y es entonces donde sabemos que hemos dado con el transporte correcto.

—Somos Emily y Liz Malhore, las señoritas a quienes transportarán. —Informa mi hermana a los dos sujetos.

—Disculpe, pero tenemos órdenes de recogerlas en su hogar —habla el cochero mirando un papel —Calle Lewintong —casa 721.

—Pero ya estamos aquí. Les hicimos el trabajo más sencillo.

El hombre nos observa con duda, pero al final cede y el paje nos abre la puerta para dejarnos entrar.
Esto es muy vergonzoso, así que espero valga la pena todo el plan que armamos.

Al llegar, las altas y pesadas puertas fueron abiertas para nosotras, los guardias que se encuentran a cada lado hacen una reverencia dándonos la bienvenida.

Mientras caminamos por el palacio me maravilló al admirar los pasillos que resplandecen con la luz de las grandes lámparas, jamás había estado aquí de noche. Es un vista digna de admirar.
El lugar luce más espacioso y el nerviosismo recorre mi cuerpo desencadenando una sensación de hormigueo en mis manos y un vacío en el estómago.

Se respira el aire fresco que se cuela a través de los ventanales, haciéndome sentir cómoda. Las grandes escaleras te invitan a escalarlas, mientras mi mirada es atraída por todos los artilugios que decoran el lugar. El ventanal del pasillo adyacente al camino que recorremos permite observar el jardín real, ahora iluminado con la luz de la luna.

Una doncella nos guía por el palacio, señalando el camino hacia un salón de banquetes. Golpea la puerta con delicadeza que al instante se abre de par en par, dejando en evidencia a los guardias que las manipulan.
Con un gesto nos abren el paso hasta el interior, nos adentramos mientras nuestra guía se inclina en una reverencia como despedida.

Al pasar, la primera que persona que salta a la vista es el general, que en un tono amable se dirige hacia nosotras.

- Liz, Emily. Que alegría verlas.

A pesar de su grato saludo, es obvio que la emoción que siente es provocada por mi hermana. Se abalanza hacia ella y toma su mano invitándola a adentrarse más; solo me queda seguir sus figuras mirando todo a mi alrededor.

En el centro del lugar se encuentra un inmenso comedor hecho en mármol con detalles grabados en oro que adornan la parte superior de las sillas y brazos de las mismas. Velas, se sitúan en el centro de la mesa agregando más luz de la proporcionada por las lámparas y justo al final del salón se encuentra de espaldas contra una de las sillas del gran comedor el príncipe Stefan, quien se gira delicadamente.

De inmediato sus ojos se encuentran con los míos, en su rostro se dibuja una sonrisa que hace que todo mi cuerpo tiemble.

No aparta la mirada mientras camina hacia mí. Sus penetrantes ojos azules me observan en cada paso, lleva sus manos entrelazadas en la espalda aportando más misterio a su andar.

Luce un traje azul celeste con detalles color blanco en la chaqueta, una fila de botones plateados resaltan en el atuendo formal, acompañado de una impecable camisa blanca la cual contraste con el color azulado de su pantalón.
Esta vez no lleva corona permitiendo a su cabello caer finamente en su cara.

Se detiene frente a mí a una distancia que denota respeto.

- Señorita Emily. - Extiende una mano hacia mí. Le ofrezco la mía y posa un pequeño beso como saludo.

- Su alteza. - Saludo, haciendo una reverencia.

—Por favor llámeme Stefan —pide con voz neutra, caballerosa —. Permítame resaltar lo hermosa que luce usted esta noche.

—Gracias. —respondo, ligeramente intimidada. La verdad es que no sé bien cómo responder a los halagos —. Por favor, usted tampoco me trate con tanta formalidad.

—Como desee, Emily. Aunque en realidad, me resulta extraño no llamarla por su apellido.

—¿Suele usted solo dirigirse a los demás de esa manera?

—Me han enseñado que siempre debe ser así. Sin embargo, haré mi mejor esfuerzo, pero muy seguramente estaré saltando entre lo formal e informal constantemente. —Estira su brazo, invitándome a entrelazarlo para llevarme hasta el comedor.

Uno de los sirvientes se acerca para separar una silla, indicando el lugar donde he de sentarme. Otro toma la silla correspondiente al lugar de Stefan, quien se sienta a la cabeza del comedor. Mi sitio es a su derecha y se une a mi costado mi hermana, mientras Daniel toma lugar al otro lado de la mesa.

—Creíamos que nunca íbamos a encontrarlas —inicia el general, mirando a mi hermana —. Y en verdad tenía ganas de volver a ver a Liz.

La sonrisa de ella se hace presente. Lo mira con tanta atención que parece como si intentara grabarse su rostro para el futuro.

—Debo decir que también quería verlo.

Esto es muy incómodo, y no solo por el compromiso de mi hermana si no por el genuino interés que está demostrando el general.

—No puedo creer que en veintidós años no me haya topado contigo.

—Bueno, Daniel, supongo que este era el momento indicado. —Interviene el príncipe mientras nos sirven la comida.

—Creo que deberíamos hacer un juego ¿no? Para que así podamos conocernos y la cena no sea tan tensa.

—¿Qué propones? —Le anima Stefan.

—Sencillo. Somos dos hombres contra dos mujeres. Seremos un grupo según nuestro sexo y lanzaremos pregunta a los opuestos. Lo que sea que queramos saber sobre las señoritas y lo que sea que ellas quieran saber sobre nosotros.

—Acepto —Liz me sorprende con aquella declaración —. Empiecen ustedes, por favor.

—Cuéntennos, ¿a qué se debe el que ninguna de las dos tenga pareja? Porque creo que no tienen ¿o me estoy equivocando?

—No tenemos —mi hermana se adelanta a decir —. Y supongo que es porque no ha llegado la persona correcta.

No me agrada el hecho de que esté mintiendo de esta manera.

—¿Y cuando fue su última relación? —Interroga el príncipe.

—Creo que es nuestro turno —tomo la palabra —. Y me gustaría devolverles la pregunta.

—Desde que terminé mi relación hace un año no he estado interesado en nadie. —Explica Daniel.

—Y yo aparte de las dos novias que oculto de la prensa, tampoco he encontrado a alguien para darle el tercer lugar. —Comenta Stefan, haciendo alusión a aquello que mencionó esa noche.

—No creo que nadie quiera ese sitio. —Comento, siguiéndole el juego.

—Apuesto que a usted primero escalaría una pared a media noche antes de aceptar la tercera posición.

Sonrío al entender la referencia. Dios, parece que este episodio me va a perseguir toda la vida.

—¿Alguna vez han tenido un novio? —Cuestiona el príncipe.

—Nunca. —Liz y yo respondemos al unísono.

Vaya, hablar al mismo tiempo si que nos hizo sonar patéticas.

—¿Algo que les guste hacer? —Pregunta mi hermana para cambiar el tema, sintiéndose avergonzada.

—Dedico la mayoría del tiempo a mi puesto en la armada —el general la rescata —, pero cuando no estoy allí me gusta viajar. Conozco muchos lugares que seguramente le parecerían interesantes, señorita Malhore.

—¿A cuál de las dos le hablas? —cuestiona Stefan —. Porque no creo que las hermanas estén dispuestas a compartir el mismo hombre. Aunque quizás tengas suerte.

—No podríamos hacer eso. —Volvemos hablar al unísono.

Debemos dejar de hacer eso o pareceremos inadaptadas.

—Vaya, cuanta coordinación. Ni siquiera Stafeta y yo con tantos años de amistad podríamos aspirar hacer algo semejante.

—Deja de llamarme así, Daniel. —Ordena el futuro soberano.

—¿El seudónimo se debe a algo en especial? —Inquiero curiosa.

—Hace tres años cuando Stefan cumplió los 18, le preparé una fiesta de celebración. Él es bastante reservado, por lo que creí que si la hacía fuera de Palkareth estaría más relajado y así fue. La celebración se extendió por dos días, pero cuando regresamos el rey Silas estaba enojadísimo.

—Y como castigo me puso a trabajar en el correo por dos meses, más exactamente en la oficina de estafeta, donde se recibe y clasifica la correspondencia. El sueldo que ganaba era todo el dinero con el que contaba, pues me dejó de dar dinero para que aprendiera la lección.

—Y desde ahí lo apode Stafeta —Concluye el general —¿Ustedes tienen algún apodo?

—Yo soy Mily, pero Liz no tiene.

—Yo podría colocarle alguno. —Propone Daniel con sus ojos grises puestos en ella.

—El príncipe no ha respondido la pregunta. —Le advierte mi hermana, intentando desviar el tema.

—Bueno, me encanta jugar polo y dibujar. Aunque también hago obras sociales como sacar personas de prisión. —Dice con los ojos puestos en mí.

Si así va a jugar yo también puedo responder.

—Y también le gusta decir una que otra mentira para tener al pueblo calmado. —Agrego, mirándolo.

—Emily. —Me regaña Liz, mientras el heredero ríe.

—Bueno, créame que de esta mesa no soy el único mentiroso. —Responde con tranquilidad y una diversión oculta.

Mi hermana se tensiona ante el comentario, pero siento que esto no tiene nada que ver con ella.

—Quizás esto sea algo apresurado —irrumpe Daniel —. Pero me excuso en que dentro de unos días tendré que viajar a la frontera para supervisar a las nuevas tropas que llegarán y quiero aprovechar el tiempo que me queda en Palkareth, razón por la cual, quisiera saber que hará mañana la señorita Liz y si esta disponible para un nuevo encuentro.

Mi consanguínea se queda callada por unos segundos y me mira en busca de ayuda.

—Mañana tendremos un viaje familiar. —Explico por ella.

—Comprendo. ¿Se me permite saber a dónde?

—Lacrontte, por negocios de nuestros padres.

—No sabía que los Malhore tenían negocios fuera de Mishnock. —Interviene Stefan.

—Es algo nuevo. —Declaro, dispuesta a no revelar demasiado.

La cena continua después de eso, pero mi hermana a perdido algo de la emoción que tenía al principio. Supongo que tantas mentiras la han acusado mentalmente.

- Cuando el rey no está, el sucesor toma su lugar en el comedor. En este caso Stefan. - Expresa Daniel, informándonos sobre las reglas de la realeza de Mishnock en un intento por romper la tensión que comenzó a recorrernos.

- ¿Puedo preguntar dónde se encuentra el rey? - Interrogo, arrepintiéndome de inmediato por mi intromisión.

—Claro. Mi madre está fuera y mi padre en una reunión de negocios. La verdad quise que este encuentro fuese privado. —Responde Stefan con tranquilidad.

Cuando la cena finaliza, Stefan se levanta de la mesa y se dirige hacia mí.
La inmensidad de sus ojos azules me detalla mientras habla.

- ¿Me concedería el honor de dar un paseo a su lado?

Automáticamente miró a mi hermana preguntando en silencio, que hará ella cuando yo me retire.

- No te preocupes, nosotros también caminaremos un rato. - Declara Daniel, al otro lado de la mesa.

Me escabullo con el príncipe, quién mantiene sus manos en la espalda mientras avanza a mi lado.
Al salir, optó por quitarse la chaqueta y debo admitir que su cuerpo delgado se entalla bien en la camisa blanca y más aún con ese porte recto que siempre trae consigo.

El reflejo de la luna le ilumina el rostro, acentuando más sus brillantes ojos azules. Caminamos juntos por el jardín en donde se levantan grandes paredes de arbustos y enredaderas, acompañados de una fuente situada al fondo que juega con una gran cantidad de agua.
Por todo el lugar hay rosales blancos y rojos, es algo realmente hermoso y digno de ver.

El cielo nocturno está estrellado y las luces clavadas en el piso del jardín parpadean compitiendo con el titilar de las estrellas. Estoy completamente maravillada con la belleza de este lugar.

- Gracias por venir esta noche - Murmura Stefan, mirándome mientras caminamos.

- Gracias a usted por invitarnos.

—Las habría invitado desde hace tiempo, pero ustedes son difíciles de hallar.

—Usted ya conocía la dirección de mi casa.

—Bueno, a decir verdad era imposible recordarla, solo la escuche una vez y fue hace mucho tiempo.

Le doy la razón. Sería demasiado increíble el que recordara donde vivo.

—Y con todo lo que sucedió en el festival, mi mente colapsó. Me alegra saber que usted y los suyos se encuentran bien.

—Fue un momento traumático —confieso —. Muchos Lacrontters nos apuntaban y amenazaban.

—Lamento que haya tenido que pasar por eso, pero nos tomaron por sorpresa. —explica apenado —. Aún así y volviendo al tema inicial, admito que quería volver a verla, pues parece que usted tiene una vida muy movida e interesante.

—¿A qué se refiere?

—Bueno, se escapa de casa, va a un bar, termina entre rejas y luego recibe una multa.

Mi rostro amenaza con caer de la vergüenza. ¡Por todas las flores del mundo! Espero no este hablando de la misma falta.

—¿De qué habla? —Finjo inocencia.

El príncipe sonríe tal como lo hizo aquella noche. Sabe que está causando estragos en mí a causa de la pena que me corroe por el suceso del mercado. Lo sabe, claro que lo sabe.

—Una multa por inventar tener una relación conmigo y aprovecharse de ello para vender objetos a un precio exorbitante. —sus ojos azules se tornan profundos mientras me observa —. Eso era lo que decía el reporte que esta junto con su expediente, señorita Malhore.

—Lo lamento, no tenía que ver eso —me disculpo rápidamente con el rubor recorriendo mis mejillas —. Tengo trescientos Tritens, con eso prometo comenzar a pagar la deuda.

—No se preocupe por ello. He deshecho la multa. Mejor use ese dinero para su viaje a Lacrontte, aunque a decir verdad no creo que le alcance para muchas cosas, haciendo el cambio a su moneda serían solo treinta Quinels.

—¿Disculpe? —Cuestiono confundida. —Pero son trescientos Tritens ¿cómo pasaría a ser tan poco?

—Bueno, un Quinel equivale a diez Tritens, puede sacar la cuenta.

Nuestro reino y economía están peor de lo que pensaba.

—Igualmente lamento lo que hice. Necesitaba vender esas cosas pues saquearon la perfumería de mis padres y sé que no tengo excusas, pero esa es la razón del invento.

—Cuanto lo siento, señori... Emily —Se corrige —. Si cree que puedo ayudarla en algo no dude en avisarme. ¿Tienen alguna sospecha de quién pudo haber sido?

—No lo sé, algún Mishniano o un Lacrontter.

—No creo que los guardias Lacrontter tomen una perfumería, es decir, no los imagino volviendo a su reino cargando fragancias.

Y tiene razón, sería muy tonto que hicieran eso. Ellos vinieron por algo más, el oro que querían robar, por ejemplo.

—Si, también lo dudo. Estaban concentrados en intentar llevar mejores cosas, como lo que ocurrió con los ejecutados.

—Y pudieron hacerlo. Lacrontte se llevó la mitad de nuestra reserva de oro. —revela, dejándome anonadada —. Ya no vale la pena intentar ocultarlo, lo han dicho en el periódico de su reino, haciendo alarde del hurto. A nosotros simplemente nos ha quedado mantener el silencio para no alarmar a las personas, pero estoy seguro que por allí se corre la voz.

Mis ojos se abren en sorpresa al escucharlo y si antes creía que estábamos mal, ahora sé que estamos peor.

—Pero bueno, esos son asuntos del estado que ahora no quiero tocar. Si la invite es porque quiero conocerla, por algo me esmeré tanto en buscarla.

—¿Cuánto? —Inquiero curiosa.

—Me hará confesar mi dedicación por hallarla.

—Suena a algo que una mujer querría escuchar. —Replico y él sonríe.

Lo veo bajar su cabeza, clavando su mirada al suelo. Su nariz respingada y fina le da un perfil maravilloso. ¿Acaso el príncipe está nervioso?

—Cuando las cosas en el reino se calmaron un poco, le solicité a Daniel que iniciara una pequeña búsqueda para encontrar a la familia Malhore. En especial a una de sus integrantes. —Enfatiza la última frase, devolviéndome la mirada.

- No somos muy conocidos por el apellido. - Confieso débilmente.

—Eso me di cuenta. Familia del perfume—replica con gracia —, pero luego Daniel me trajo buenas noticias. Los días de búsqueda habían dado sus frutos y ya conocía su paradero.

- Eso suena a obsesión. - Declaro en broma, haciéndolo sonreír nuevamente.

- Claro que no. Eso suena a ganas de verte.

No se me ocurre nada para responderle. Estoy petrificada y solo me resta el intentar mantener la compostura para que no note el efecto que esa frase tuvo sobre mí.

—¿He dicho algo que la ha contrariado? —Cuestiona preocupado.

—En lo absoluto, pero creo que cada vez que nos vemos estoy en las peores circunstancias.

Es cierto, primero la pelea en la plaza, luego mi encierro, después el festival que terminó en ataque y ahora su conocimiento sobre la multa.

—Lo que he aprendido en esos encuentros es que usted una mujer de armas tomar y que me debe un té.

—¿Un té? —Inquiero confundida.

—Su amiga, la joven eufórica dijo que si estuviesen en otras circunstancias me lo ofrecería y bueno, aún lo estoy esperando.

—Lamento el comportamiento de Rose.

—Es bastante intimidante. Creí que si me quedaba unos minutos más terminaría desnudándose en plena calle.

—Era más probable que fuese usted el que quedara sin ropa.

—¿Disculpe? —Sus cejas se levantan ante mi comentario.

—Es decir, ella terminaría desnudándolo —corrijo avergonzada —. Pero le aseguro que es inofensiva y es la mejor amiga que encontré. Sin embargo, puedo prepararle el té si así quiere. —Propongo divertida.

—Me creería si le digo que tengo años de no entrar a la cocina del palacio.

—Ciertamente no me sorprende.

El príncipe me guía de vuelta al interior de su hogar. Nos perdemos entre los pasillos del primer piso, buscando el sitio indicado.
Él sonríe mientras avanzamos al tener claro el trasfondo de la acción. Esto no lo hacemos porque se lo deba, más bien, es como una broma entre nosotros.

—¿En verdad usted nunca ha tenido novio? —Cuestiona mientras caminamos.

—Lo dije muy en serio. ¿Es difícil de creer? —indago y él asiente —. Bueno, usted está en la lista de solteros, también es complicado creer que el heredero no tiene un prospecto.

—Le doy la razón. Ya los medios en un par de ocasiones han insinuado que me gustan los hombres por no tener pareja a mis veintiún años. ¿Puede creer que se murmure sobre la sexualidad de una persona por esa razón?

—Lo que ellos no saben es que usted mantiene una relación secreta con dos mujeres.

—Y estoy completamente seguro que usted también tiene un hombre escondido en su habitación.

—Por supuesto y es el rey enemigo. No olvide que soy una espía. —Replico, haciendo alusión al cargo que me puso la guardia civil.

—Ha traicionado a su patria con un Lacrontter, Emily Malhore, y yo que pensaba que eras una buena chica.

—Al parecer ambos nos equivocamos porque yo jamás creí que fueses tan agradable.

—¿Cómo pensaste que sería entonces? —Sus ojos se abren en sorpresa.

- La verdad, no lo sé - Pauso un instante pensando en que decir. - Solo, no así.

- ¿Creías que sería engreído?

- En cierta manera, si. - Admito.

—Me alegra cambiarte el concepto.

Stefan es tan afable que es imposible que no te agrade. Es muy facil tratar con él. Es cautivador, elegante y humilde, en pocas palabras su título monárquico le queda bien.

De un momento a otro somos sorprendidos por una mujer de cabello negro y vestido azul que sale de uno de los corredores, la cual se detiene frente a nosotros mientras arregla su cabello, y con una sonrisa saluda a Stefan.

—Alteza, un placer volver a verlo. Ha pasado un tiempo ¿no?

El príncipe queda estupefacto y es evidente para mí lo incómodo que se encuentra frente a esta mujer.

La observo a detalle pues su rostro me resulta familiar y en pocos segundos la identifico. Es aquella dama del bar, la que me ayudó a escapar de Faustus, el hombre que quería llevarme.
Su nombre, ¿cuál era su nombre?

—Señora Shelly —saluda el príncipe, dándome la respuesta —¿Qué hace por aquí?

—Lo de siempre, trabajando. —responde con naturalidad para luego dirigir su atención a mi —. Oye, creo que te he visto ¿no?

—Si, en Milicius. —Le confirmo.

—Claro, eras la chica del escándalo. —Su mirada va hacia el príncipe. —Veo que seguiste con este trabajo. Espero ya hayas aprendido algunas técnicas de autodefensa, aunque el príncipe es un caballero y estoy segura no se propasara contigo. Por cierto, alteza, me alegra que ahora lo esté intentando con alguien de su edad, quizás así se sienta más cómodo.

—¿Disculpe? —la confusión de Stefan es notable y la mía también —¿Tú trabajas con ella? —Me pregunta.

—Claro que no —la mujer es quien responde —. Yo no la manejo, pero si quisiera saber quién es tu madama porque hasta donde yo sé, soy la única que tiene negocios con el palacio. ¿Quién te representa? —me cuestiona —. Si eres la favorita del príncipe yo puedo cobijarte y hacer que trabajes para mí. Te ofreceré más de lo que te dan. ¿Qué dices?

—Creo que hay un malentendido. —Es lo único que respondo.

—Prometo que te volveré una dama cortesana, igual que la joven que se encarga del rey Silas.

¡Por todas las flores del mundo! El rey engaña a la reina Genevive.

—No diga esas cosas frente a mí —le reclama Stefan —. No me interesa estar al tanto de las porquerías que hace mi padre.

—Lo lamento, alteza. No fue mi intención molestarlo, pero quiero darle un buen trato a la chica, por si es la que más le gusta.

—¿Qué es una dama cortesana? —Pregunto ignorante.

—Son las meretrices exclusivas y de alta clase. Si me convierto en tu madama, te aseguro que tu único cliente será el príncipe.

—¿Te dedicas a esto? —Cuestiona el príncipe nuevamente, dejando a un lado la mujer.

—No, no trabajo con nadie.

—No voy a juzgarte, solo quiero estar enterado. —Presiona.

—Creo que lo mejor será que me retire —decido al sentirme intimidada —. Muchas gracias por la invitación, alteza.

Me reverencio antes de darme la vuelta para caminar lejos de la escena, pero soy tomada de la mano por el príncipe, quien me detiene.

—Señorita Emily, disculpe si la he incomodado.

—En lo absoluto, sin embargo, prefiero marcharme.

—Por favor. Lo lamento en verdad si la he ofendido. Créame que no fue mi intención.

—Con todo respeto, pero este trabajo no es una ofensa, alteza. —Se defiende la joven.

—No he dicho que lo sea, solo estoy disculpándome con ella y agradeceré el hecho que no nos interrumpa.

—¿Cuñada? —Una voz llega a nosotros en un tono de sorpresa.

¡Cielos, esa voz! Ruego al mundo que no se trate de quien imagino.

—¡Emily Malhore! —habla nuevamente y es imposible que no me vuelva a ver de quien se trata.

Percival. Lo que me faltaba.

—Señor Gastrell —Saludo intentando sonar calmada.

—¿Se conocen? —Pregunta el príncipe aún más confundido.

Dios mío, que este hombre no comente nada respecto al compromiso, por favor.

—Por supuesto —un orgulloso Percival responde —. Voy a casarme con su hermana.

¿Qué podía esperar? Era obvio que todo terminaría explotando en mi cara.

—¿Tienes más hermanas? —Inquiere y sé lo que pasa por su cabeza en este momento.

—Una. Se llama Mia, pero es la menor de las tres —Revelo, dejándome en evidencia.

—Así que usted va a casar se con Liz Malhore —Deduce el príncipe, mirando al hombre de barba y la vergüenza me consume de inmediato.

Cierro los ojos como una cobarde, intentando no mirar la escena que me ha dejado en el paredón a mi hermana y a mí.

—Efectivamente. ¿Usted la conoce?

—No, aún no he tenido el placer. —Miente, pero puedo escuchar la decepción en su tono.

—Es muy hermosa, se parece a Emily, bueno no tanto, pero tiene los mismos rasgos. Seguramente le agradaría si la viese.

La vergüenza empieza a consumirme a niveles inimaginables. Esto no puede estar pasándome, no hoy ni ahora. No obstante y de un momento a otro caigo en cuenta de algo.

—¿Estaba usted acostándose con esta mujer?

—Bueno esto es incómodo —dice ella —. No lo tomes personal, a esto me dedico.

—No, es decir, sí, pero no es como crees —balbucea nervioso —. Es como una despedida a mi soltería.

Lo peor es que ni siquiera puedo reclamarle en nombre de Liz porque ella está abajo en una cita con otro hombre.

—Quiero pedirle que por favor no le comente nada su hermana. Prometo darle cincuenta Quinels por su silencio ¿qué le parece?

Quisiera abrir un hueco en la tierra y perder en él. ¿Qué sacrificio estoy pagando?

—No quiero su dinero. Usted no puede comprarme con eso.

—Bueno ya compre a su hermana. ¿Qué diferencia hay? Estoy seguro que usted también tiene un precio.

La palma de mi mano impacta directamente contra su mejilla. No es demasiado alto así que logró alcanzarlo con la bofetada, pero al final no hay mucho que pueda decir, él tiene razón, compró a Liz.

—¿Acaso está loca? —toma mi brazo y me zarandea mientras grita —¿Cómo se le ocurre golpearme? ¿Se le olvida cuánto poder tengo sobre su familia?

—Le ordeno que la suelte —Exige Stefan, interponiéndose entre ambos.

—¿No ha visto lo que me ha hecho? Es una salvaje.

—Lo tiene más que merecido. Usted la ofendió.

—¡Por todos los cielos! ¿Qué es este escándalo?

El hombre de ojos verdes y cabello café que se hace llamar Mercader sale del mismo corredor acompañado de otra mujer. Está vez es una castaña.

—Alteza —su asombro es evidente al vernos —. Señorita Malhore.

Esto tiene que ser una broma.

La joven que ha salido con él camina hasta posicionarse al lado de Shelly, y no puedo creer que también está acostándose con otra persona cuando en la cena dijeron que tenía novia y a palabras de Cedric, es una de las grandes belleza de Lacrontte.

—¿Puedo preguntar qué hace aquí? —Dice mirándome.

—Es mi invitada. —Es el príncipe quién responde.

—Aparte de los negocios de tu padre, no sabía que ustedes se relacionaban socialmente con la monarquía.

—Yo tampoco tenía conocimiento que ustedes frecuentaban el palacio.

—Se los dijimos. Su perfumería nos el único negocio que tenemos en Mishnock.

—¿A qué negocios se refiere? —Cuestiona Stefan.

—Vamos abrir una sucursal de su perfumería en Lacrontte. Hablando de ello —se dirige a mí —, escuche que su padre ya ha comenzado a remodelar. Espero invierta bien el dinero que le dimos.

—¿Por eso la señorita Liz Malhore va a casarse con Percival? ¿Eso fue parte del trato? —Inquiere el futuro rey.

—¿Cómo lo sabe, alteza? Veo que es más cercano a Emily de lo que creí.

—Y nosotros que estábamos pensando en buscarle un prospecto en Cristeners —se burla Gastrell —. El príncipe es el mejor partido para ella.

Esto es sin duda una de las peores cosas que me han pasado en la vida. No le deseo a nadie mi suerte.

—Mañana viajamos a Lacrontte para la cena de compromiso de Liz.

Stefan suspira, completamente decepcionado y posa sus ojos sobre mí, buscando alguna respuesta. Yo no soy capaz de decir nada y simplemente opto por bajar la cabeza al no poder sostener la mirada.

Unas pisadas se escuchan de repente desde el corredor en que han salido todos, haciendo que el príncipe se agite casi con brío.

—Shelly, si se trata de mi padre, dile que por favor no salga. No quiero ver como le es infiel a mi madre.

La mujer obedece y camina hasta el corredor que al parecer guarda las habitaciones, pero no logra perderse en este cuando la figura del rey Silas aparece adusto y serio frente a nosotros.

—Yo hago lo que me apetezca, Stefan —sentencia con frialdad —¿A qué se debe esta reunión?

Sus ojos azules, tal como los de su hijo, se pasean por todo el pasillo, mirando a cada uno de los presentes mientras Shelly y la otra joven corren en busca de la mujer que falta, aquella que estaba con el rey.

—¿Quién es ella? —Pregunta al verme.

—Le comente en la tarde que tendría invitados. Ella es Emily, hija de Erick Malhore.

—¡Oh, el gran perfumista de Mishnock! Escuche que su negocio fue saqueado.

—Desafortunadamente, majestad. —hablo tras una reverencia —. Pero ya hemos arreglado la situación.

—Menos mal. ¿Qué haría el mundo sin perfumes?

Me observa, detallándome. Y no sé si en verdad se alegra o esta siendo sarcástico.

—Su padre es un gran hombre, así que supongo que usted también. Es de mi gusto saber que Stefan tiene ese tipo de compañías.

—Muchas gracias, majestad. —Mi voz sale en un hilo. El rey Silas es muy intimidante.

—¿Y ustedes qué? —le pregunta a los dos hombres —¿Traigo una mesa para sentarnos a hablar en medio del pasillo o desean un sofá?

—No entiendo el mal humor, su majestad, si viene de un momento de completa relajación. —Replica el Mercader.

—Lo mejor será que nos retiremos. —Stefan me indica el camino asqueado.

—Siempre tan santurrón. —Replica su padre.

—La verdad es que no puedo disfrutar escuchar como se regocija siéndole infiel mi madre.

El Rey Silas lo mira con desdén, prácticamente como si lo regañara por decir eso frente a mí.

—Creo que si es mejor que te largues en este momento —su mirada es amenazante —. Señorita Malhore creo que no está demás comentarle que lo escucho aquí no puede decirlo fuera.

—No se preocupe, majestad, no hablo de nada que no sea de mi incumbencia.

—Espero aprendas ese tipo de cosas de ella —le dice con sátira a su hijo —. Un placer conocerla, Emily.

Stefan me guía lejos de la escena con evidente vergüenza en su rostro y admito que me alegra no ser la única a la que dejaron expuesta esta noche. Sin embargo, hay una gran diferencia entre ambos y es que el príncipe es inocente mientras Liz y yo somos unas totales mentirosas, razón por la cual, mi delito es mucho peor.

—Lamento mucho que hayas tenido que presenciar aquello. —Comenta mientras volvemos al comedor.

—Créeme que yo lamento más lo que ocurrió esta noche.

—Hablando de eso —se detiene a encararme —. No soy quien para juzgarlas, por ende no voy a señalar sus mentiras y tampoco le comentaré nada al respecto a Daniel, pero si necesito que tu hermana sea sincera con él, porque Peterson esta genuinamente interesado en ella y no es justo que lo engañen de esta manera.

—No se preocupe. En verdad me esforzaré en no causarle ninguna otra molestia. Buscare a Liz y nos iremos.

—Por favor no malinterprete mis palabras. No le estoy pidiendo que se vaya o que se aleje.

—Lo entendí perfectamente, pero ya es hora de partir y prefiero por ahora dejar la visita hasta aquí. Le prometo que le pediré a mi hermana que aclare todo con el general.

Él asiente con calma antes de volver a caminar a mi lado en su postura noble, llevando las manos en su espalda. A nuestro paso los sirvientes nos saludan con una reverencia y los guardias nos escoltan hasta el salón del banquete. Allí encontramos a Liz y Daniel, sonriéndose como dos enamorados.

—¿Cómo les ha ido? —Pregunta Peterson con ojos brillantes —. Porque a nosotros nos fue de maravilla.

—Apuesto a que nuestra noche estuvo más entretenida. —Comenta Stefan con sátira.

Le dedico a mi hermana una mirada de advertencia para que se levante y venga hacia mí en este instante, pero ella parece no entenderme o simplemente no querer obedecerme y se mantiene atada al lado del general.

- ¡Atelmoff! - Llama con autoridad el príncipe.

Rápidamente aparece en la puerta un hombre de mediana edad, delgado, con cabello oscuro y vestido con un traje claro. Lo reconozco como aquel sujeto que pedía a Stefan que acompañara a la reina en la prueba del perfume.

—Si, alteza. —Habla con gracia, inclinándose en una reverencia.

—Ordena que alisten un carruaje para las señoritas.

—Tienes una hermana fabulosa, Emily —escucho a Daniel una vez el hombre desaparece de nuestra vista para acatar la orden —. Espero volver a verlas cuando regresen de su viaje.

El príncipe suspira decaído ante las ilusiones de su amigo, mientras yo solo quiero arrancar a Liz del brazo del general.

Todos caminamos por el pasillo hasta llegar a la entrada principal del palacio cuando el hombre conocido como Atelmoff indica que el carruaje está listo.

El paje abre la puerta del elegante transporte, mientras un cochero está situado adelante para conducir los caballos que guiaran nuestra marcha.

—Fue un placer, señorita Malhore —Se despide el príncipe antes que suba a la carroza.

El viaje empieza y a los pocos segundos Liz comienza a chillar de alegría, contando su velada con Daniel.

—Lo besé, es decir, él me besó pero yo le correspondí. —Confiesa emocionada.

—Prometimos que no alimentarias sus ilusiones.

—No lo hice apropósito, lo juro. Fue algo que fluyó.

—Mañana vamos a tu cena de compromiso. —Le recuerdo.

—Ya lo sé. Esa fue nuestra despedida. Tengo claro que no puedo volver a verlo.

—El príncipe lo sabe todo y quiere que seas sincera con Daniel.

—¿Por qué se lo dijiste? —reclama enojada —. Era un secreto entre nosotras.

—Yo no abrí la boca —me defiendo —. Percival y el mercader estaban en el palacio. Ellos me vieron con Stefan y le contaron sobre el negocio.

—¿Estas diciendo que el príncipe sabía todo cuando me vio sonriendo al lado de Daniel?

—Si. No imaginas la vergüenza que pase esta noche, Liz.

Mi hermana quiere echarse a llorar. Sus ojos se cristalizan con culpabilidad y decepción.

—No te sientas mal, Percival hizo algo peor.

—¿De qué hablas?

—Estaba con una meretriz en el palacio.

Le digo la verdad porque no quiero ocultarle nada y tampoco quiero que se mortifique la cabeza creyendo que fue infiel cuando su prometido tampoco merece ese respeto.

—Que asco. No puedo creer que me vaya a casar con ese hombre.

—Aún estas a tiempo de arrepentirte.

—No tenemos de donde sacar tres millones de Tritens, Mily. Es mi deber continuar con el compromiso, yo los metí en esto y no puedo fallarles ahora.

Nos bajamos de la carroza a pocas cuadras de la casa, pues no podemos llegar en el transporte real.
Caminamos hasta el umbral y nos tomamos nuestros minutos para reponernos del agite antes de tocar el aldabón.

—Pasen —papá nos abre la puerta una vez llamamos — ¿Cómo les fue?

—Excelente. Edmund es muy amable. —Miente Liz.

Su gesto es pétreo, enojado. No entiendo que ocurre, pues él se creyó nuestra excusa. Mi hermana intenta comenzar a recordarle la mentira, pero se queda en silencio cuando vemos a su amigo sentando en una de las sillas del comedor.

Esto es lo último que faltaba.

El rostro del soldado Rutheford es de decepción absoluta al notar que lo hemos usado para escaparnos y tiene todo el derecho de sentirse así.

—Yo solo venía a despedirme por lo de su viaje. No fue mi intención meterlas en líos. —Se disculpa aún cuando no tiene que hacerlo.

—No fue nuestra intención mentir —se excusa Liz —. Pero sabía que si te decíamos a donde iríamos, no nos dejarías ir.

—¿En dónde estaban? —pregunta papá —. Y más les vale que sean honestas.

—En el palacio. —Esta vez soy yo quien responde.

—¿Piensan que me voy a creer eso? ¿Qué me voy a tragar esa mentira?

—Es cierto. El príncipe nos invitó.

—¿Y para qué las invitaría si no somos nobiliarios? Por favor, no me sigan mintiendo.

—Es cierto. Hay un joven que me pretende. Un general de la ejército —explica mi consanguínea —. Y estaba al tanto que no me dejarías ir a verlo y yo quería despedirme de él.

—¿A ti te gusta?

—Eso no importa ahora.

—Tienes razón. —el enojo de papá es evidente —. Este joven lleva más de dos horas aquí. Trajo flores para ti —señala a mi hermana —Y le pedí que se quedara porque quería ver sus caras de mentirosas cuando aparecieran por esa puerta.

—En verdad lo sentimos. No volverá a pasar. —Me disculpo por ambas.

—No lo esperaba de ti, Emily Ann Malhore. Jamás me has mentido.

Su acusación me hace sentir mal, peor de lo que imaginé. Siento que lo he decepcionado y eso me causa una presión en el pecho inexplicable.

—Vayan a sus habitaciones ahora —exige molesto —. A la media noche tenemos que partir a Lacrontte, pero no crean que esto lo olvidaré tan fácil. Han perdido mi confianza.

—Lo lamento muchísimo, Edmund. —Le dice mi hermana a su amigo antes de caminar escaleras arriba.

Sigo a Liz con el corazón afligido al ver la furia en los ojos de papá y la tristeza en la mirada de Rutheford.

—No te preocupes demasiado —habla Liz, sacándome de mis pensamientos —. Eres la favorita de papá.

—Eso no es cierto. —discuto de inmediato mientras llegamos a la segunda planta —. Nos quiere a todas por igual.

—Claro —fuerza una sonrisa —. Buenas noches, Mily.

—Es verdad. Solo se comporta con nosotros según nuestras personalidades. Tú eres más reservada y por ello no se muestra tan afectuoso contigo porque respeta tu carácter distante. Mia es extremadamente juguetona, por esa razón siempre están bromeando o divirtiéndose juntos y yo soy la más cariñosa, es por esa razón que me ofrece más abrazos o caricias, pero no significa que haya favoritismo por alguna de las tres.

—Nos vemos en unas horas para el viaje. Te quiero. —Es lo único que responde antes de encerrarse en su habitación, dejándome sola en el pasillo.

¿Por qué está comportándose así y de dónde viene ese disparate de que soy la preferida de papá? Últimamente no la entiendo, es como hubiesen cambiado a mi hermana por una mujer completamente irracional.

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