El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

By Karinebernal

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Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... More

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 2.

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By Karinebernal

Mi padre esta arreglando la maleta en su habitación. Hoy es día de presentación de perfumes y yo voy a acompañarlo. Básicamente mi función es entregar y sostener los objetos que él me pida; papá es el encargado de hablar y ayudar a la reina Genevive en su elección.

El viaje hasta el palacio siempre está cargado de nerviosismo, mi padre repite una y otra vez por el camino todo lo que dirá en un tono apresurado.

- No podemos perder estos clientes. - Dice con ansiedad, mientras caminamos. - Además de ser los mejores son los que le han dado el prestigio a la perfumería.

Al momento de llegar a la casa real, ya yo me sé su discurso, tan bien como él. Pasamos las puertas en silencio flanqueados por los guardias que nos guían hasta la sala principal y esperamos allí para ser anunciados ante la reina.

Papá es el primero en pasar al gran salón para organizar todos los enseres. Mientras yo me quedo absorta viendo el lujo a mi alrededor. Algunas cosas han cambiado desde mi última visita hace unos años, grandes jarrones están distribuidos en las mesas, lámparas de cristal cuelgan del techo alumbrado en todo el lugar y los pisos perfectamente pulidos brillan bajo mis pies. Mientras observo en silencio, siento un pecho fuerte chocar contra mi hombro.

Dos hombres pasan a mi lado sin darme oportunidad de ver sus rostros. Reconozco al sujeto más alto como el causante del choque.

- Espero pueda disculparme, señorita - Espeta sin volverse a mirarme.

Ambos continúan su camino llevando entre ellos una acalorada discusión.

- Señor, solo debe entrar un momento. - Dice el otro hombre, de estatura mediana.

- No me apetece, esto es algo que ella puede hacer sola. - Alega sin mirarlo. - Además, sabes todo lo que tengo que hacer con mi padre.

- Por favor, su madre la necesita - Suplica nuevamente - Solo debe escoger un perfume y de inmediato puede salir de la sala.

- ¡Atelmoff, ya he dicho que no! por favor entiéndeme. No pretendo ser grosero.

No había visto nunca a alguien rechazar un pedido de manera tan caballerosa.

- Tengo demasiado asuntos pendientes como para ir a elegir un perfumito. - Replica nuevamente, esfumando mi pensamiento anterior ante su comportamiento.

- Stefan. - Llama a mi espalda.

Me sobresaltó ligeramente al escuchar el grito y de inmediato me vuelvo para averiguar quién es el responsable.

Mis ojos no pueden creer lo que ven. La reina Genevive está de pie con evidente enojo en su rostro. Al verme su expresión se suaviza hasta parecer abochornada por la situación.

Su traje blanco resplandece sobre su corona de oro y zafiros, su cabello oscuro cae a ambos lados de su cara y su manos vestidas en joyas a juego, la hacen lucir indiscutiblemente poderosa. De inmediato hago una reverencia como muestra de respeto ante su majestad, ella sonríe con amabilidad juntando sus manos.

Entonces caigo en cuenta de una cosa, el joven a quien la reina le gritaba lo ha llamado, Stefan; es decir su hijo, por ende el que chocó contra mi fue el príncipe.

- Disculpa la escena, jovencita.- Dice suavemente.

- No hay nada que disculpar, majestad.

Ella, ya no me está mirando, su atención está dirigida hacia los dos hombres que hablaban hace un momento.

Me giro automáticamente hacia ellos de nuevo, pero ya han seguido su camino, evadiendo el llamado de la reina. El hombre junta sus manos suplicando ante el príncipe pero es inaudible lo que le dice debido a la distancia que han tomado.

••••

Mientras mi padre enseña las distintas esencias, explicando sus componentes, debo confesar que mi mente esta en otro lugar. Se encuentra junto al recuerdo del príncipe negándose a estar presente.

Inspiraba rebeldía y educación al mismo tiempo. Debe ser difícil atender todos los asuntos de una nación, ir a eventos sociales como a los que lo he visto asistir y le han hecho merecedor de las primeras planas del notidiario.
La vida aquí debe ser agotadora y monótona.

- ¡Emily!

Siento un fuerte apretón en la mano, junto a un susurro molesto de mi padre, que de inmediato me saca de mis pensamientos.
Lo miro aún perdida de lo que ocurre en mi entorno hasta que él vuelve hablar.

- Hija, podrías buscar mi maletín - Dice amablemente al notar lo desconcertada que estoy- al parecer lo dejé en la sala principal.

Volviendo a la realidad, realizo una reverencia ante la reina quien me regala una sonrisa y sintiéndome torpe salgo del gran salón.

Mientras hago mi recorrido, veo al hombre que anteriormente llamaron como Atelmoff salir de unas de las oficinas del palacio.

Inmediatamente mis pasos actúan más rápido que mi mente y antes de enterarme ya estoy caminando hacia allá.
La puerta se encuentra a medio cerrar y atribuyéndole mi comportamiento a la curiosidad, observó a escondidas lo que aguarda adentro.

Mi corazón palpita atropelladamente al ver al príncipe con sus brazos apoyados en un escritorio, luciendo una camisa blanca recogida hasta los codos, que se ajusta a sus fornidos músculos, junto a un pantalón negro que se acomoda grandiosamente a sus largas piernas.

Su cabello desordenado acompaña su nariz recta y perfecta, sus labios entre abiertos dejan escapar el aire entre cada respiración y sus pómulos fuertes y definidos, crean una imagen digna de ver. Se nota ansioso, mirando a la ventana frente a él, pasa sus manos por el cabello despeinándolo más, su pecho sube y baja de forma frenética.

- ¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

Una voz a mi lado me hace sobre saltar, me giro para encontrar un guardia real, vigilándome con cautela.

- No, discúlpeme, me perdí buscando la sala principal. - Miento.

En realidad, solo quería espiar al príncipe unos segundos más, pero mi intento por ser sigilosa ha fracasado monumentalmente.

- Permítame guiarla - Me da una señal con su mano para que lo siga.

••••

La presentación del perfume terminó sin más y a decir verdad no recuerdo lo que pasó, estuve absorta en mis pensamientos todo el tiempo.

Me marcho del palacio sin volver a verlo y con la decepción de saber que él ni siquiera me miró.

Mientras camino con mi padre por la calle, veo un grupo numeroso de guardias marchar de manera sincronizada, formando una línea fina por la calles.

El uniforme azul y vino se asemeja al mar teñido de sangre. Es inquietante a la vista y más al sumarle el hecho de ver las armas que cuelgan de sus hombros.

- ¿Qué sucede, padre? - Cuestiono confundida.

- Recaudación de impuestos. - Dice con algo de desaprobación.

Avanzamos hasta la plaza donde las filas se extienden por las calles, claramente divididos por las clases sociales.

Hay un millar de hileras de plebeyos, pues no podemos mezclarnos con los grandes señores y damas de la nación. Todos ya sostienen en sus manos una pequeña bolsa color vino con los tritens previamente indicados por ley según tu función dentro del reino.

Todos los desempleados de Mishnock deben contribuir a la monarquía por el simple hecho de habitar la nación, sin embargo, a ellos son los que peor tratan, pues mientras menos impuestos pagues, menos vales.

Los obreros y sirvientes que trabajan en casas de aquellos con título nobiliario van en una sola fila, junto a trabajadores de las plazas de mercado, campesinos, herreros y oficios similares.

Los joyeros, perfumistas, orfebres, floresteros, músicos, tutores, sastres y profesiones derivadas deben organizarse en otras y es aquí donde mi padre me deja.

- Cuida mi lugar en la hilera, mientras voy a la oficina de correos a enviarle el dinero de los impuestos a tu abuela. - Dice antes de alejarse.

Lo veo caminar mientras el lugar comienza a llenarse de personas. Todos nos encontramos bajo en estridente sol de Palkareth mientras las filas de los condes, vizcondes, barones y señores, están bajo unas gruesas carpas que los protege de los violentos rayos. Mientras los duques y marqueses no deben siquiera salir de sus casas para pagar los impuestos, debido a que los recaudadores van hasta sus viviendas para recoger el dinero.

Los guardias, militares, cocineros, doncellas y cualquier otra persona que sirva en el palacio o el reino en general, pagan los impuestos más bajos de la nación pues se redimen con su trabajo, sin embargo, el precio subiría si algún dejan su puesto en la casa real.

Miro a mi alrededor y veo a personas ser arrastradas por los soldados en la plaza, hacía un grupo de gente rodeada por los militares como si se tratara de criminales.

- Esto es una injusticia. - Dice alguien a mi espalda.

Las trompetas suenan antes de que pueda dar una respuesta y los guardias reales llenan el lugar, avisando la presencia de alguno de los monarcas.

- Una reverencia para su alteza el príncipe Stefan Denavritz Pantresh.

La multitud hace lo pedido, doblando su cuerpo ante el heredero, chocando en ocasiones unos con otros debido a la cercanía.

El príncipe sube a un escenario improvisado, rodeado de soldados y guardias. Es justo allí donde puedo ver su rostro a detalle.

- Pueblo de Mishnock. - Inicia.

Lo observo con cuidado tal como lo hacía hace un tiempo en el palacio. Sus ojos azules brillan con el sol en un contraste fuerte y atractivo de su cabello negro.

- Gracias a ustedes y a sus puntuales aportes nuestra frontera seguirá segura.

Papá llega a mi por la derecha atento a lo que dice el futuro rey. Toma mi lugar en la fila, llenando una bolsa con los tritens correspondientes.

- La guerra se mantiene a pocos kilómetros de aquí pero gracias a nuestros valerosos hombres, el reino Lacrontte no ha tomado nuestra nación.

La fila avanza y yo continuo mirándolo. La tranquilidad que refleja al recitar su discurso es como si lo hubiese ensañado por días para parecer más un estatua parlante que un soberano agradecido con su nación.

- El rey Magnus no se cansara hasta repetir con nosotros la historia que vivieron nuestros antepasados, pero ahora no necesitamos un libertador si no unión para vencer la violencia de los Lacrontters. - Espeta con la mirada puesta en el horizonte.

El príncipe tiene una belleza indiscutible pero también una manera tan extraña de dirigirse a la nación que me hace complicado conectarme a su discurso.

- Nombre, señor. - Pregunta el recaudador. Ni siquiera había notado que ya estábamos en primera fila.

- Erick Malhore. - Responde concentrado.

- Ocupación y número total de su núcleo familiar. - Espeta sin mirarlo. - Más le vale que no mienta. Tenemos los registros.

- Perfumista y 5 personas.

- Serían entonces 100 tritens.

- ¿Disculpe? Son siempre 50 tritens. 10 por persona.

—Los impuestos han subido y para ustedes ahora son 20, así que dispóngase a pagar pues la fila es larga.

De mala gana mi padre toma su maletín y lo apoya sobre la mesa para sacar los 50 Tritens pedidos y así completar lo que anteriormente había reunido. Sabemos bien que nos irá peor si no cumplimos con lo ordenado.

Pasa la bolsa de monedas a uno de los recaudadores, quien empieza a contarlos con rapidez para luego dar un asentimiento de cabeza al verificar que toda esta completo.

—Gracias por contribuir a la guerra. —Dice el segundo hombre, entregándole a papá una pegatina en forma circular con nuestro apellido grabado junto a un breve mensaje.

"Cumplí con el pago mis impuesto para ayudar a mi nación" tal papel debe ser puesto en la puerta de cada hogar para registrar quienes obedecieron la norma y diferenciarlos de los que no.
Nunca he preguntado que pasa con aquellos que no pagan lo reglamentado.

- Como si tuviera opción. - Susurra mientras salimos de la fila.

Una barrida de gritos se escuchan de repente mientras el príncipe continúa su discurso.
Mi padre parece ver algo que mi baja estatura no me permite y corre hasta el un grupo de guardias que llevan a rastras a un hombre.

- Esto es un atropello ¿por qué le hacen esto? - Cuestiona indignado.

- No ha pagado sus impuestos y la ley ordena que cualquiera que no lo haga debe ser encarcelado.

- Tiene casi 70 años, por Dios.

Me escabulló entra la multitud que se ha reunido y descubro el rostro de nuestro vecino. El señor Kingsley.

Es un hombre de avanzada edad que vive a unos metros de mi hogar. Siempre está solo y parece que su familia lo ha abandonado a su suerte.

- Si desea que sea liberado debe pagar sus impuestos. - Alega el altivo soldado.

—Son 5 tritens ¿no? —pregunta papá, rebuscando las últimas monedas en el maletín —. Él es un hombre desempleado, por lo tanto paga menos.

- Son 30. Él es ahora un infractor, así que su delito sextuplica sus impuestos.

- Solo tengo 28 Tristens. Tuve que tomar más dinero para completar mis impuestos.

- Son 30 tristens. Si no los tiene le sugiero que no obstruya el paso.

- Papá puedo ir a casa por lo que falta.

- No, no te dejaré ir sola. - Dice, poniendo la mano en mi hombro para luego volverse al soldado. - Solo restan 2, déjelo pasar esta vez.

- Son ordenes reales.

- ¡Es un anciano! - Brama frustrado. - Estoy pagando por su libertad.

- No le grite a la autoridad. - Asevera el soldado. - ¿Acaso no respeta la ley?

- Lo hago, pero no voy a tolerar injusticias.

- ¿Quiere ver una injusticia? - Dice de manera retadora. - Queda usted detenido por irrespeto a la autoridad.

- ¿Qué? - El grito sofocado sale de mi garganta ante la sorpresa causada por sus palabras. - No pueden detener a mi padre.

Un par de hombres toman los brazos de papá para guiarlos hasta el resto de cuidados infractores.

Si el desacatar una orden sextuplica la pena, no quiero pensar en todo lo que debemos pagar. No creo que contemos con ese dinero.

Papá intenta pasarme su maletín, pero antes de que nuestras manos se toquen soy bloqueada por un guardia que me envía lejos de la escena. Mis pies tropiezan pero no caigo.
Me toma unos segundos mantener el equilibrio y una vez que lo consigo la impotencia llena mi sistema.

- ¿Qué sucede aquí? - La firme voz me hace detener en el momento en que pienso protestar por el mal trato.

Unos ojos azules se cruzan conmigo, mirándome con detenimiento. Se trata del príncipe.

- Son solo infractores, alteza. - Explica uno de los hombres.

- Eso no es cierto. - Me atrevo a decir con un poco de miedo. - Mi padre no ha hecho nada.

- Irrespetó a la autoridad.

- Solo intentaba salvar a un hombre. - Replico en voz baja.

- ¿Qué hombre? - Pregunta el príncipe, mirándome con curiosidad.

- Nuestro vecino. Es un anciano al cual llevaban como un animal. - Replica mi padre, aún retenido por los soldados.

- Intentamos pagar. - Hablo nuevamente al ver que el heredero ha mantenido su atención en mi.

Su mirada es suave pero profunda. El torso se pega a su camisa a medida que respira y sus labios definidos se mueven con gracia mientras habla.

- Suéltenlos. - Dice de repente pero sin volverse a ellos. - A ambos.

Rápidamente mi padre vuelve a mi lado con la bolsa de Tristens en la mano y en pocos segundos nos acompaña el señor Kingsley quien no cesa de agradecer.

- Esto le pertenece, alteza. - Habla mi progenitor, pasando las monedas a sus manos.

- No es necesario que paguen. - Dice con voz neutra. - Disculpen las molestias causadas.

- No tiene usted que disculparse, alteza. - Espeta nuestro vecino.

- Han asustado a una señorita, creo que es mi deber ofrecerles mis excusas.

Levanto la mirada hacia él, quien aparta la vista cuando nuestros ojos se cruzan.

- Espero estén bien. - Repone antes de darse la vuelta y marchar lejos de nosotros.

Su actitud me resulta extraña aunque supongo que es así como se comporta un monarca. Camina con elegancia llevando las manos en su espalda hasta perderse en compañía de un grupo de guardias que lo esperan al otro lado de la plaza.

••••

Dejamos al señor Kingsley en su hogar y vamos directo a la nuestra con algo de impotencia por lo sucedido en la plaza, pero todo se nivela cuando pienso en lo cerca que estuve del príncipe.

- No comentes nada de lo sucedido. - Pide el mayor de los Malhore antes de entrar a casa.

Asiento en aprobación mientras nos adentramos.
Encontrando a mamá sola en la sala con un gesto de curiosidad en el rostro.

- ¿Cómo les fue con la reina? - Pregunta.

- Son 20 Tritens por persona ahora. - Avisa papá con frustración, dejando el maletín en el comedor.

- ¿20? eso es algo exagerado. No somos grandes señores.

- Eso no le importa a la monarquía. - Dice padre, tomando lugar en la mesa.

- ¿Cuál es la razón para subir los impuestos?

- La guerra, supongo. Necesitan más dinero para costearla.

Mi hermana menor está influenciada por Rose y ahora también se ha convertido en una admiradora del príncipe, por lo que para mí no es una sorpresa subir a mi habitación después de dejar a mis padres discutiendo las injusticias del estado y encontrarla emocionada queriendo escuchar cada detalle de mi visita al palacio y esperanzada en que haya podido encontrar al heredero.

—¿Lo viste? Por favor dime que lo viste — demanda desesperada.

—Lo vi —antes de poder añadir algo más, su fuerte grito me hace estremecer.

—¿Cómo es? ¿Es igual de apuesto que en las fotografías? ¿Qué te dijo cuando te conoció? ¿Se enamoraron? — interroga agitada.

—¡Calma! —la tomo por los hombros tratando de tranquilizarla —. Es muy fuerte — respondo al recordar el momento en que chocó contra mi —. Es igual de apuesto que en el notidiario, pero no nos conocimos, es decir, él ni siquiera me vio y por supuesto que no nos enamoramos.

Oculto la verdad debido al pedido de mi padre, así que omito nuestro encuentro en la plaza, a pesar que el recuerdo de sus ojos azules sobre mí me ronde la cabeza con fuerza.

El rostro de Mia se sumerge en una decepción absoluta al escucharme, pero no podría desobedecer a papá solo por un chisme sin fundamento.

- ¿Cómo que no te vio, Mily? - Pregunta confundida.

- Solo se tropezó conmigo, ofreció disculpas, pero no me vio.

- Emily, pero eso es algo - Su rostro se enciende nuevamente - Así empiezan las historias de amor, ¿no crees?

De algo estoy muy segura y es que eso no significa nada. Mis posibilidades de volver a verlo son de una en un millón. Tengo que ser realista y no guardar esperanzas gracias a eventos tontos como este. Sin embargo, prefiero callar y no borrar la sonrisa que se formó en los labios de mi hermanita.

••••

Cuando el reloj marca las 7, mi madre golpea la puerta de mi habitación para informarme que los inversionistas ya han llegado a casa.
Liz se encuentra a su espalda, impoluta en un vestido violeta que resalta el tono caucásico de nuestra piel.

—¿Estas preparada? —pregunta mamá con una sonrisa alentadora.

Me limito a asentir aún cuando por dentro estoy muriendo de nerviosismo al pensar que alguno de esos hombres puede hacer una propuesta que yo no estoy dispuesta a aceptar.

—Se ven hermosas —adula una vez me uno a ellas fuera de mi alcoba.

Bajamos hacia la primera planta donde la iluminación hace relucir mi vestido crema, bordado en pequeñas margaritas blancas y hojas verdes.

Mia se encuentra en el comedor junto a mi padre, quien ya conversa con 3 hombres que se encuentran de espalda. Rodeamos la mesa y tomamos lugar frente a ellos e inmediatamente quedo petrificada con los varones que se encuentran aquí.

El primero debe oscilar los 30 años, con cabello oscuro y nariz resignada, el segundo con piel morena y ojos miel debe pasar los 20 y el tercero cuenta con unos ojos esmeralda y cabello oscuro que aunque intentan reflejar buen humor me resultan bastante escalofriantes.

—Es un placer conocerlas —saluda el último sujeto, observándome fijamente mientras su mirada se oscurece.

—Buenas noches —respondo, dirigiendo mi atención a todos los presentes.

—Sin duda es una excelente noche —escucho comentar al segundo con una sonrisa intimidante —. En verdad espero cerrar un trato en esta cena y que el cruzar hasta la frontera enemiga valga la pena.

Esta reunión solo tiene 2 opciones, ser todo un éxito para Liz y para mí o un rotundo fracaso para ambas. Espero con el corazón que sea lo primero.

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