Magos del Infinito

By ChiyoChalybsVentus

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La guerra es la peor calamidad que puede cometer el hombre, pero aquellos que quisieron detenerlo cometieron... More

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El corazón de un caballero

La ironía de la existencia

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By ChiyoChalybsVentus


Al día siguiente, Yuya se encontraba sentado frente a la chimenea, con el fuego ya consumido. Se talló los ojos, acomodándose la camisa negra, pantalón y botas dejadas a un lado.

—Supongo que me cargaste de nuevo ¿No? –Volteó a ver a Yuri quien en otro extremo de la habitación, una segunda chimenea crepitaba entre fuego, olla colgada con fierros de buen grosor, dejando que el contenido hirviera, movía la mezcla como si una sopa se tratara.

—Tienes la mala costumbre de quedarte tirado por ahí —ironizó mientras tomaba el cucharón para probar el contenido, soplando suavemente para enfriarlo y probarlo. Yuya rodó los ojos, sin ponerle sentimiento al comentario de su compañero –En serio, trata de caer en algún lugar decente de donde no tenga que moverte nunca –Le pasó un cuenco con sopa caliente.

—Intentaré caer en tu espalda, así me arrastrarás a todos lados –Bromeó, recibiendo un golpe con el cucharón. Rio a pesar del dolor.

—Sé que es parte de tu maldición pero intenta al menos avisarme, idiota.

—No prometo nada –Dio un sorbo al cuenco, teniendo cuidado de no quemarse. –Delicioso –Yuri resopló, ya era un caso perdido. Se sentó en la silla para limpiar las pequeñas ramas de hojas azules.

—¿Estarás fuera de lo que dijo Ray?

—Por supuesto –Partió en dos una de las ramas, ya sin hojas, para lanzarla a la chimenea. —¿Y tú?

—Igual –Vio su sopa antes de seguir comiendo. –Será mejor apartarse.

—Tengo mis razones –Aclaró mordaz –pero ¿Será igual contigo? O ¿Solo huyes?

—Siempre tienes que ser un bastardo ¿No?

—No sé qué te sorprende –Razonó.

—Igual es mi problema ¿No?

—Lo sería si no te desmayaras, si no tuvieras un idiota por hermano que te sigue a todas partes, si no evadieras...

—No quiero oírte –Dejó el cuenco en el suelo, para colocarse una camisa amplia blanca, con detalles negros junto a su capa, sujeta debajo del cuello por un broche en forma de flor.

—No me cansaré de recriminártelo, además "todos" cargamos con ello.

—Si lo tuviste fácil, es tu problema, yo viviré como me dé la gana.

—Vuelve si te sientes mal –Cambió de tema, afilando su mirada hacia él, mientras veía como se iba. –Al menos, eso puedo hacer por ti. –Le lanzó una pequeña bolsa de cuero, con una especie de preparado. –La dosis de la semana –Yuya asintió para desaparecer al invocar un portal.

—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—

¿Cómo ellos no pueden sentir culpa al tomar la vida de otros? ¿Realmente estarán bien al hacerlo? O ¿Su ideal les permite verlo como algo bueno?

Sentado en lo alto de la pared amurallada de un castillo semi destruido, abandonado hace siglos, cuestionaba el corazón de los humanos con esas preguntas que apenas podía darles forma, uno que parecía hecho de piedra, una raza a la que dejó de pertenecer desde que su sangre se impregnó en su conciencia, desde que perdió su humanidad.

Posiblemente, nunca fue humano. O por lo menos, desde hace mucho lo veía así. Habían eliminado a su gente y ellos accionaron de la misma forma, tan brutal que había dejado una huella imborrable en su alma.

—Ojalá pudiese regresar y evitarlo –Susurró.

Y bien sabía que era algo que no podía evitarse, pero eran ellos o todo se perdería. De hecho, perdieron más de lo que salvaron. ¿A quién realmente salvaron? Divagó entre sus decepciones, su dolor y la culpa que día a adía seguía creciendo.

Tomó un respiro, para gritar, desesperado, cuando la frustración y la angustia lo invadía sin piedad.

Tomó un rato para que se calmara, para tomar una decisión. Chasqueó los dedos. Desapareciendo tras abrir un agujero negro debajo de sus pies.

.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—.—

Yugo despertó cuando los rayos del sol apenas se asomaban entre las ramas. Observó por un momento el campo, recordando. La nostalgia le hizo esbozar una suave sonrisa, dirigiéndose al castillo, donde le aguardaba las labores del día.

Ingresó por detrás, donde estaban los hornos y las cocineras, robando un poco de pan y carne. Una de las mujeres con su delantal y trapo en mano, le pegó a modo de recordarle que debía esperar. Ya era algo común y continuamente era un chiste hacerlo.

—Si sabes que disfruto de tus manjares ¿Para qué me detienes? –rió Yugo

—Porque no es hora de la comida, ya te lo he dicho mil veces –Colocó las manos en la cintura, a modo de verse amenazante –Te pondré a barrer de nuevo ¿Eh?

—Y aun así no aprenderá –Dijo Yuto entrando a la cocina. Con respeto, se inclinaron ante él y regresaron a sus labores. Yugo mordió el pan.

—Eres un aburrido –Mencionó cuando le entregó un pergamino —¿Acaso no...?

—Ya no eres un novato para que estés con juegos –Recriminó.

—Aburrido –Extendió el pergamino con una mano sacudiéndolo, se acercó a uno de los hornos para tener un poco de luz. Una de las jóvenes le dio un poco de pan y queso a Yuto para que comiera ahí, dándole las gracias secamente.

—¿Ya terminaste? –Mordió el pan sin más.

—¿Cuándo debemos partir?

—Esta misma tarde, la campaña nos estará esperando en la frontera con Mezenas, para dirigirnos hacia allá –Yuto salió de la cocina sin más.

Caminó por los pasillos hasta que llegó a su habitación, tomando el bolso de cuero con sus pertenencias, para ir a la armería, por su armadura.

Yugo terminó su último bocado. Se volteó al ver que todas le veían un tanto preocupadas, en especial la encargada de la cocina con quien solía pelear y bromear.

—No se preocupen, todo estará bien –Sonrió para animarlas.

—Ojalá regreses muchacho –Mencionó sonriendo con picardía –Aún no te salvas del castigo.

—Pero si ya iba a barrer, además –Tomó una manzana para morderla con ahínco –Debo regresar por los manjares –bromeó.

.—.—.—.—.—.—

Una guerra.

Dos guerras.

Más guerras era igual a sangre, que correría cruelmente el suelo sin pensar a quien pertenecía. Yuya caminaba por el bosque, pensando que volvería a ver la sangre correr. ¿Cuántos años llevaba ya en ese predicamento? ¿Cuántas veces vería a los seres humanos provocar su destrucción?

Pero ahora quería hacer algo más que lamentarse de su alma pecadora. Quería entender como ellos podían andar como si no pasara nada al matar, como si desollaran un becerro sin problemas. ¿Por qué tenía que ser tan débil?

Se ocultaría entre ellos, intentando de nuevo entenderles. O por lo menos eso era lo que quería por el momento. ¿Sería capaz de llegar a una conclusión que sanara su alma? No lo sabía, pero debía intentarlo si no quería terminar paranoico e intentar de nuevo perderse en esa ansiada oscuridad que los consumió hace mucho.

Un pasado que todos querían enterrar.

Comenzó a correr, dando pequeños saltos para girar entre cada cruce u obstáculo, casi danzando. Chispas comenzaron a generarse mientras murmuraba aquellas palabras milenarias que regían sus hechizos, para que una suave brisa junto con las chispas lo transformaran en un pequeño de seis años, que cayó con gracia al suelo. Se estiró y arregló sus ropas, portando la capa a manera de protección, con la capucha baja. Su cabello tomó un color rojo neutral, desapareciendo su característico verde. Sus ojos se tornaron de color café.

Vio sus manos, suspirando de alivio. Había logrado transformarse esta vez. Aún si era a medias, tuvo el mejor resultado esta vez. Luego le agradecería a Yuri por sus plantas. Decidido, se encaminó hacia el siguiente pueblo.

—.—.—.—.—.—.—.—.—.—

El ejército llegó a la ciudad sin provisiones, fueron interceptados por dos grupos rebeldes que los detuvieron durante diez días, conteniéndolos con éxito. Pero ninguno de los dos grupos llevaba provisiones y el tiempo de camino se alargó, haciendo que escasearan y se detuvieran en la siguiente ciudad.

—Aún no me creo que no tenían nada del botín —dijo Yugo molesto

—De lo que robaron... —Aclaró Yuto

—¡Eso mismo!

—Enviaré a las tropas contigo, les alcanzaré en un par de días —ignoró la queja de su amigo.

—¿Qué harás? ¿eh? —Preguntó con un toque de picardía —¿Buscarás?

—Debo esperar la respuesta del alquimista, enviarán a dos hechiceros para combatir...

—¿Hechiceros? ¡Esos son brujos! No se puede confiar en ellos -Interrumpió molesto.

—Usan magia de luz

—Luz del infierno usarán —Contradijo sarcástico

—Yugo, no todos son malos

—Y me lo dices tú, quien ha perseguido a los magos por años y que aún los buscamos ¿No crees es falsa tu venganza?

—No pienso que todo el mundo sea malo, pero hay quienes que ni la muerte merecen —Aclaró serio, y eso lo decía por los asesinos que aún buscaba sin parar.

—Eso dices tú, pero creo que odio no sientes.

—¿Qué sabrás tu? No has perdido a nadie que yo sepa.

—Eso crees tú, pero no sabes lo que he perdido

—Vete antes de que peleemos de nuevo —Se dio la vuelta, molesto. Yugo sonrió para sí mismo.

—Ya verás como te sorprenderá el destino —Caminó hacia las tropas, calle abajo.

—.—.—.—.—.—.—.—.—.—

Yuya caminó por las calles, sin interesarse demasiado en el lugar. ¿Cuántas veces había estado ahí? Décadas y seguía sin encontrarle valor alguno. ¿Cuánto había pasado ya desde aquella vez?

Durante la semana, preguntó a varios adultos sobre la guerra, el rey y otras que surgían en el camino, pero muchos le respondían que se lo preguntara a sus padres. Cansado, compró comida y se sentó en una banca, tomando entre sus manitas un bollo de francés y un trozo de carne seca.

—Un vagabundo no debería comer tan bien —Uno de los caballeros que no había visto pasar (ya que habían llegado a la ciudad por provisiones y algunos aprovechaban para chantajear a los pobladores), le arrebató la comida para dársela a dos de sus compañeros. El pequeño le vio molesto, pero no se quejó. No estaba en posición de pelear.

—Deberías de agradecernos que protegemos al reino —Soltó otro de los caballeros con orgullo.

—¿Con comida? —Preguntó de manera inocente.

—Con todo —Le arrebataron la bolsa de cuero que tenía a un lado —eres muy pequeño para viajar —Le dijo al revisar la bolsa tenía utensilios y comida —¿Y el dinero?

—Otros soldados me lo arrebataron —Aclaró, intentando ponerse a llorar, eso funcionaba.

—No te creo, o lo entregas todo o te golpeamos —Alzó un puño hacia él. El otro caballero le detuvo mientras Yuya mostraba lo asustado que estaba, o al menos, demostrarlo.

—Es un niño, mira. No creo que traiga dinero —Intentó el otro caballero.

—A todos les cobraremos, sin excepción.

—Ya se le paga a la corona, malandrines —Una anciana con bastón de madera y cabello blanco atado en una larga trenza, llegó hasta ellos, molesta.

—No se meta anciana —Estos retrocedieron por el blandir del bastón, Yuya les vio sin interés.

—Nunca cambiarán —Susurró, sabía que era injusto si a todos les colocaba la misma etiqueta, especialmente aquellos que siempre buscaban un poco de justicia; la anciana era una de ellas. Valor, determinación y aún con miedo, enfrentar a los gigantes de los caballeros.

¿Qué fue lo que vio en aquel entonces? ¿Por qué gustaba ayudarlos?

Se levantó al ver como la empujaban para caer al suelo, partiendo en dos el bastón que habían atrapado en uno de los golpes. Se acercó a ella, aún con su corta edad. Ya era demasiado.

—¡Ya me quitaron todo! ¡Déjenla en paz! —Les gritó con su aguda e infantil voz, haciéndoles reír.

—Un pequeño que ya defiende, creo que nos serviría bien como saco de boxeo ¿No creen compañeros? —Recibió asentimientos por parte de los otros dos.

—Vete pequeño, corre hasta donde el herrero —Instó la anciana al intentar ponerse de pie.

—No la voy a dejar sola, señora —Se paró frente a ella, solo para recibir la primera patada al estómago que lo mandó al suelo. Vio luces, sin poder enfocar bien. Sintió como le jalaban del cabello, inspeccionándole.

—¿Quiénes son tus padres? Escoria —Cabello rojo, podría pertenecer a otro reino, era raro verlo por esos tiempos. —Y tienes ojos rojos, creo que podemos venderte como esclavo.

—¿Qué? —Se suponía que eran cafés.

—Mejor llévalo con los supremos hechiceros, pueda ser que esté pactado con los demonios —Aconsejó el otro caballero.

—¡están locos!

—Las leyendas no mienten —Dijo el tercer caballero a diversión de los demás —Todos los que posean ojos rojos tienen el alma pactada.

—¡Hay magos por todo el mundo! ¡No pueden condenarlo por ello!

—Los magos bendecidos por el creador su aspecto es distinto, igual, hay que llevarlo y ver si lo castigan de una vez —Los otros rieron. Yuya les escupió en la cara.

—¿Qué hacen con ese niño? —El golpe había resonado en la plaza, y por todo lo dicho, llamó la atención de todos, rodeándoles. El pequeño escupió sangre, algo aturdido por el golpe al rostro. Los caballeros giraron enardecidos hacia quien había hecho la pregunta, para palidecer en ese momento.

—Mi señor, pensamos que se encontraba en la frontera ya —Dijo uno de manera nerviosa. El otro soltó al niño, cayendo al suelo.

—Eso pensaría de ustedes —Dijo Yuto, acomodando su espada. Tres caballeros aparecieron detrás del mayor, imponentes. —¿Por qué golpeaban al niño?

—Fue insolente y le enseñábamos una lección —Mintió.

—No es cierto, mi señor —La anciana caminó despacio, intentando no caer al no traer su apoyo por culpa de los otros —Le robaron su comida y cosas, y el pequeño intentó defenderme.

—¡Anciana mentirosa! —Exclamó uno de ellos —No es cierto, si usted me deja explicarle...

—Arréstenlos —Los otros caballeros les detuvieron. —Llévenselos a los supremos y que los encierren, llegaré en un rato por su sentencia.

Los gritos y el forcejeo se escucharon mientras los arrastraban por la plaza hacia su destino. Yuto se acercó a Yuya, quien se veía aturdido. Le llamó varias veces, hasta que lo levantó para llevarlo como un costal bajo el brazo.

Yuya había visto al caballero, el mismo que noches atrás apareció donde asesinaron en el pueblo anterior. Entró en pánico, sin poder reaccionar correctamente. Mareado, se dejó llevar hasta que cayó en la inconsciencia.

La maldición lo condenaba de nuevo. 

.-.-.-.-.-.-.-

Holis!

Espero no haber tardado tanto, los gajes del oficio de toda vida perteneciente al proletariado XD. Dudas surgirán y en los próximos capítulos lo sabrán. Espero que les guste y puedan darle su voto a esta historia.

Feliz semana. 

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