Construidos

By NeverAbril

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Kaysa entrará a una competencia de poder, pero alguien más acabará jugando con su corazón. More

Construidos
❤️Primera parte❤️
1. Juramento de sangre
2. Solo uno
3. Fácil de destruir
4. La nueva generación
5. Intenciones desconocidas
6. El mapa de las sombras
7. Profecía de fuego y muerte
8. Caer en la trampa
9. Villanos del reino
11. Cómo matar a Diego Stone
12. La academia del caos
13. Rojo escarlata
14. La casa de los placeres violentos
💚Segunda parte💚
15. La verdad es un afrodisíaco
16. Los que se odian, se desean
17. Sueño dorado
18. Algo más que sobrevivir
19. Las técnicas letales de una damisela en apuros
20. Manzana prohibida
21. Oferta de paz
22. Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca
23. Traspasar los límites
24. Búsqueda del tesoro
25. Necesidad de control
26. Juegos de cartas
27. Laboratorio de poemas
28. Verde esmeralda
💚Tercera parte❤️
29. Desiderátum
30. Promesa irresistible
31. Leyes románticas
32. Lo que se oculta debajo de las máscaras
33. Flores de primavera
34. Curiosidad científica
35. Las horas más oscuras
36. Sol de verano
37. Subordinación y sublevación
38. Diarios
39. La confianza de los inocentes
40. Cuento de hadas
41. La esperanza es un instinto
42. Asesina de Idrysa
43. Almas perdidas
44. Ir demasiado lejos
45. Su Alteza Real
46. Todos quieren gobernar el mundo
47. Eclipse
48. La maldición del corazón roto
49. Un traidor perfecto
50. Todos los amantes mueren
51. Un reino sin finales felices

10. Venenos adictivos

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By NeverAbril

Mi plan recién estaba formándose. Todos los síntomas comenzaron a aparecer con una rapidez terrible para él y magnífica para mí.

Lo extraño fue que Diego soltó una carcajada ronca en medio del terrible sufrimiento que debía estar sintiendo y volteó para contemplarme con la mandíbula apretada, ocasionando que unos mechones de su cabello rubio se fugaran para terminar sobre su frente.

—¿Así es cómo será? —interrogó con la respiración entrecortada—. ¿Esta es su terrible venganza, asesina mía?

Sentí una ola de deleite con la palabra "asesina". En ese instante fue un cumplido más que delicioso.

—Y usted pensó que serían solo amenazas —me burlé, puse mi mano en su pecho y lo fui empujando hasta que él fue caminando de espaldas y terminó sentado en su silla.

Por mi parte, me senté con las piernas cruzadas sobre su escritorio y abandoné mi copa en la bandeja sin parar de estudiar a mi enemigo con la mirada.

Ni se molestó en ocultar sus emociones. Era como si estuviéramos en una partida de póker, él hubiera bajado sus defensas, y una baraja de cartas se dieran vuelta para que finalmente pudiera verlas.

Se notaba su enojo por el engaño, la admiración propiciada por el hecho de que logré engañarlo, y si me fijaba bien, también un poco de diversión en sus ojos diferentes.

—¿Está disfrutando esto? —bramó Diego, desabotonando los primeros botones de su camisa con agilidad. Le costaba respirar—. ¿Le da placer?

—Ya sabe la respuesta.

Su tono lánguido pasó a ser imperioso.

—Quiero escucharlo de su boca.

—Sí, lo disfruto, Stone —confesé, rebosante—. Para mí, la venganza es mejor que cualquier orgasmo.

El heredero liberó una risa oscura.

—Es muy obvio que no ha tenido sexo conmigo.

—Y nunca querré hacerlo.

—Siga repitiéndoselo hasta que se lo crea.

Un calor se cernió sobre mi anatomía pese a que mantuve mi enojo gobernándome. Traté de que mi mente no fuera a sitios indecorosos, imaginando escenas pecaminosas. En mi defensa, nadie podía controlar su cabeza. Si lo hiciéramos, la vida no sería vida.

—Usted habla mucho para un hombre que morirá en unas horas.

—Entonces, tenemos tiempo de sobra para... —empezó a decir Diego y lo detuve antes de que pronunciara obscenidad.

—Nada, no haremos nada de lo que su mente perversa esté maquinando.

—Y eso que no ha visto ni una pizca de lo perverso que puedo ser.

—Ni lo veré.

Batallando con los efectos del envenenamiento, Diego quiso averiguar lo siguiente:

—Me rindo. ¿Qué me ha hecho?

Permitiéndome gozar de mi triunfo, le contesté:

—Me pregunto qué lo está matando más: las ganas de saber o el veneno que le di.

—¿Dónde lo puso? —indagó él, intoxicado y sin borrar su sonrisa intermitente y descabellada—. Sabe que no sería tan idiota como para beber el veneno, debió haberlo puesto en un lugar que al que solo yo tendría alcance.

—Lo puse en mi piel —le susurré al oído después de inclinarme en su dirección.

Me alejé con lentitud, mas no me enderecé del todo con tal de mirar de cerca los estragos que le había causado. Era espléndido.

—Me pareció más astuto utilizar un veneno que sea tan potente que se absorbe por la piel para no dejar rastros. Bastó que usted me tocara y bueno, estamos aquí.

—Villana lista —suspiró él en vez de decir "chica lista". Me gustó más su versión.

—Gracias. Me gusta que aprecie mi esfuerzo y dedicación.

Diego reprimió un jadeo al intentar ponerse de pie y no poder.

—¿Y cómo es que usted está bien?

Me apoyé sobre el respaldo de su asiento y señalé a la manzana que había traído con un ademán.

—Tomé el antídoto de camino aquí junto con un bocadillo. Es una pena que no quede ni una gota. ¿Recuerda cuando esta mañana le dije que me gustan las manzanas? Me refería a las manzanas envenenadas —aclaré, explicándole las circunstancias mientras disminuían sus fuerzas.

Le causó gracia mi confesión.

—Eso no lo vi venir. ¿Es fan de los cuentos de hadas?

Asentí. Había leído un par de cuentos que estaban incluidos en los libros prohibidos del reino.

—Yo sí sé conseguir mi "felices para siempre" a mi manera.

—Al costo de otros, querrá decir.

—Por algo dije que era el mío.

La condición de Diego fue empeorando.

—¿Entonces solo va a matarme por diversión? ¿O tiene otras intenciones?

Él estaba muriendo y yo lo estaba matando, aun así, tenía la impresión de que ambos lo estábamos disfrutando por igual.

—Es una mezcla de las dos cosas. Descuide, usted no está solo en esto. El dolor que está sintiendo, sus soldados también lo están sintiendo.

Cuando dije eso, pude percibir el auténtico odio en su expresión.

Curioso, no le molestó que lo atacara a él, pero sí la mera posibilidad de que dañara a sus súbditos. Me sorprendió. No había tanta maldad en él como pensé, o al menos no tanto como en mí.

—Eso es... —inició, furibundo.

—¿Extremo? Sí, casi tanto como la invasión que usted orquestó. Estamos en igualdad de condiciones.

—No puede matar a cientos de personas por esto.

—¿Por qué no? Es política. Es solo un juego —argumenté y utilicé una frase que él dijo unas horas atrás.

Tras eso, sucedió algo que me maravilló por lo inesperado que fue.

En un movimiento experimentado Diego sacó un pequeño y afilado cuchillo que no sabía que tenía escondido hasta que sentí su hoja fría sobre mi cuello.

—Yo también sé cómo jugar.

Contagiándome de su actitud arrogante, no borré mi sonrisa.

—Ahí está el monstruo del que tanto había oído.

—No debería sonar tan feliz por ello —recalcó él, manteniendo firme el agarre del cuchillo.

—Y usted debería tener cuidado con eso o quizá termine cortándose un dedo dado a su estado actual —bromeé, tensando mis músculos a causa de la cercanía que generó al apuntarme así—. ¿Y qué va a hacer? ¿Matarme?

—Es lo justo, considerando lo que acaba de hacer.

Con su fuerza restante, Diego procedió a agarrar el brazo con el que yo me sostenía para tirar de él y provocar que yo terminara torpemente sobre su regazo sin remover el cuchillo pegado a mi cuello. Mi piel se erizó. Jadeé más que sorprendida y mi corazón cobró vida. En otro momento, me habría apartado de inmediato. No lo hice gracias a un pequeño detalle.

—Si sabe que cada vez que me toca, más veneno entra en su sistema, ¿no?

—Sí, y quiero tomarlo por completo —declaró él, guiando mi mano hacia su rostro.

Clanes, de verdad estaba totalmente loco o el envenenamiento le había quitado el buen juicio.

—Ahora hablemos de lo que yo quiero, señor Stone —espeté, pasando a agarrar su barbilla y presionarla con el anillo afilado de mi índice.

—¿Qué le puedo ofrecer, señorita Aaline?

No permití que el hecho de que pudiera asesinarme en cualquier instante me intimidara. Había sobrevivido a muchos intentos de asesinatos como para temer por mi vida.

—Tengo una contraoferta para usted.

Se deshizo de mi agarre al correr la cara para encarar de vuelta.

—Me muero por oírla.

Aplasté la lengua en mi paladar, evitando reír por la ironía.

—Primero que nada, dará la orden para que se retiren todos los soldados que envió a mis territorios y recién ahí consideraré discutir los detalles de la división equitativa que me propuso esta mañana.

Diego tensó la boca con amargura.

—Luce muy tranquila para alguien que tiene un cuchillo en la garganta.

Oteé el arma y luego a él.

—Suena demasiado calmado para un hombre al que acaban de envenenar.

No le quedó más opción que sopesar mi proposición y me adelanté a aclarar unos puntos.

—Si no lo hace, le quedan alrededor de unas horas de vida. A sus soldados también. Pronto le llegarán las misivas con las noticias.

—Oh, ¿en serio?

—Los seres vivos son predecibles. Necesitan cosas como comida y agua, así que no es tan difícil infiltrarse y contaminarlas con algo especial. Además, como usted dijo, soy lista. El veneno que utilice es único en su clase. No lo venden en ningún lado y es escaso. Por eso lo guardo en secreto, ni siquiera mi padre sabe dónde, por lo que no vale la pena intentar hacer un trato con él o cualquier otro miembro de mi familia. Ah, y no se moleste en pedir que lo atienda un médico. Nadie de mi clan lo hará.

—Gracias por el aviso —bisbiseó el heredero, conservando su reticencia por más que seguía afligido, y continué, animada.

—Y, si está considerando torturarme, lo que es totalmente comprensible, yo lo haría si estuviera en su lugar, me temo que no servirá. Cuanto más se enfurezcan para sonsacarme la información, es más probable que usted esté sufriendo y eso es consuelo suficiente para mí. Claro que, si accede a mi pedido, estoy más que feliz de darle el antídoto a usted y ofrecerle mi reserva para curar a los demás. Hoy estoy particularmente caritativa.

—Es aterrador y tentador imaginar cómo se comporta cuando no lo es —denotó Diego, entrecerrando sus ojos teñidos de rojo y los míos se iluminaron.

—Lo averiguará si se niega a mi propuesta.

Él me estudió.

—¿Cuánto tardo en planear esto?

—Diez minutos —respondí, sincera.

—Si no hubiera arruinado todos mis planes, diría que eso fue impresionante —farfulló y soltó un bufido, agotado—. ¿Qué más da? Es impresionante.

—Lo sé. No hace falta que me lo diga.

El rubio amenazó con sonreír.

—Y eso fue arrogante.

—Lo aprendí de usted.

Diego pareció cautivado por mi respuesta.

—Es bueno oírlo. La confianza le sienta bien.

Puse los ojos en blanco, procurando no caer en su juego de seducción falsa. Mas, era cierto. Mi autoestima crecía cada vez que debía pelear por mí y lo que me pertenecía. Me generaba más seguridad y me daba la sensación de que valía la pena luchar.

—Deje de pretender que coquetea conmigo —le pedí, inclinándome en su dirección.

—¿Quién dijo que estaba fingiendo? —dijo Diego, acercándose a mí con malicia—. Tal vez estoy "coqueteando" con usted de verdad.

Retrocedí un poco a sabiendas de que mentía.

—Volvamos a lo que nos concierne, por favor.

Tras reflexionar sobre sus posibilidades y caer en la siguiente dolorosa etapa del envenenamiento, me dio su respuesta final.

—Bien, haré lo que desea.

—Así se habla —felicité, mordisqueando mi labio inferior al no ser capaz de esconder mi sonrisa triunfal.

—Ha logrado convertirse en mi veneno y en mi antídoto a la vez. Algo así nunca puede terminar bien —dijo él a medida que deslizaba el cuchillo por mi cuello para finalmente arrojarlo al piso.

Exhalé, relajando la tensión que se había construido en la zona baja de mi estómago.

—Es lo que espero.

No fue el fin. Diego tenía una duda restante.

—¿Cómo supo que no iba a matarla?

—No lo sabía —confesé, vacilante—. Solo...

Su voz se redujo a un susurro:

—¿Confió en mí?

No me molesté en contestarle.

Lamí los labios al tener la impresión de que estaban secos y me levanté con cuidado. No me había dado cuenta de que mi cuerpo había sido invadido por tal cantidad de adrenalina que sentía el impulso de hacer algo para descargarme, solo que no sabía qué. Volteé al percibir que los dedos de Diego acariciaron la punta de los míos, llamando mi atención.

—¿A dónde va tan rápido?

Aparté la mano, nerviosa, y la oculté en mi espalda junto con la otra.

—Le doy espacio para que cumpla con su palabra. Entonces y solo entonces haré mi parte del trato.

Él permaneció en su silla, padeciendo las etapas progresivas del envenenamiento. Me enervaba que bajo esa fina capa de sudor y sonrisa agotada que danzaba en boca lucía como si acababa de tener sexo y no sufrir un ataque directo de mi parte.

Maldije, pensando que tenía que irme de allí y fui a recuperar mi manzana.

—Bien, váyase. Pero permítame ser lo suficientemente claro: usted también tiene que cumplir con lo prometido o... —Hizo una pausa justo cuando alcancé a cerrar mi puño sobre el pomo de la puerta—. O me convertiré en el villano que tanto quiere que sea y no le gustara.

—¿Quién sabe? Tal vez le sorprenda —dije previo a darle un mordisco a mi manzana y cruzar la salida.

La horda de súbditos de Diego había reducido su número, mas algunos continuaban aguardando allí. Tenía que salir de allí cuanto antes o iniciarían una cacería y me perseguirán hasta con picas y antorchas con tal de atraparme por lo que hice. Ellos no se parecían ellos en nada a su líder en ese aspecto. Por suerte, mi guardaespaldas vino a buscar deprisa.

—Vamos, tenemos que irnos de aquí ya —le advertí, caminando velozmente y él me acompañó, respetando el protocolo.

—¿Qué pudiste hacer que fuera tan malo? —bromeó y me miró consternado al notar mi expresión.

—Oh, es malo.

Estábamos por descender por las escaleras cuando los delegados que ingresaron a la oficina de Diego salieron y se dirigieron hacia nosotros con expresiones que sugerían que querían encerrarme en un calabozo. Apresuré mis pasos a más no poder y tiré la manzana en un cesto que había en el pasillo. Mi guardaespaldas lucía más espantado que yo.

—¿Por qué nos están señalando así?

—Tú solo corre si tienes deseos de vivir —farfullé, descendiendo por los escalones sin mirar atrás.

—Clanes, debería haber escogido a Lockwood. Ahora deseo haberme cuestionado antes si hice lo correcto en ofrecerme como voluntario para custodiarte.

—No imagino por qué.

Al paso que íbamos no tardamos en atravesar el vestíbulo.

—A veces me arrepiento de haber aceptado ser tu guardaespaldas, mi lady —confesó él, apresurando sus movimientos.

—No, no lo haces —rebatí, recordando las cosas que me había dicho, y me dio la razón.

—No, no lo hago.

No era debido a mí, sino gracias a William. La mera mención de mi hermano en mi cabeza me hizo preguntar si alguna vez él había escapado de una situación de ese estilo. Lo dudaba bastante.

Me adelanté por mi cuenta, fui a mi cuarto para deshacerme de los restos del veneno y terminé yendo al comedor para finalizar el almuerzo y comer algo en el día. No podían entrar a la torre de Construidos sin permiso y no se arriesgarían a armar un escándalo frente a otro de los herederos. Por ende, me senté a disfrutar de la comida justo como mi enemigo lo hizo hacía unas horas.

—Ahí está —murmuró Emery, saludando a su manera.

—Aquí estoy —suspiré, viendo cómo una de mis damas me servía un plato.

—¿Dónde estaba? —curioseó ella al ser una coleccionista de información—. Dijo que sería un momento y, bueno, fue un momento bastante largo por así decirlo.

—Fui a tener una pequeña charla con Stone.

—¿Él vendrá pronto? —preguntó Cedric con algo de ilusión.

—Lo dudo mucho —contesté, procurando no reír.

—¿Sabe algo que nosotros no?

Por supuesto que sí, pensé.

—No, solo tengo un presentimiento.

Me dispuse a consumir lo que me ofrecía el menú del día con normalidad para que no sospecharan nada antes de lo previsto. Los minutos volaron. Tuve que prepararme mentalmente para volver a salir del edificio, ya que las clases no habían sido canceladas. No me ocultaría. Las acciones podrían tener consecuencias, pero los resultados de las mías estaban calculados a la perfección.

Mis compañeros charlaban casualmente en el instante en el que emergimos al exterior. Una horda de delegados rojos se encontraba rodeando la entrada como si fuera un asedio y, pese a que se encaminaron hacia mí de forma descortés, fueron bloqueados por los miembros de mi clan que paseaban por ahí por sus propios deberes. De modo que habría ido a la lección de arte con total normalidad de no ser porque Clara acudió a mí para avisarme que la directora solicitaba que la visitara en la sala de reuniones. Me limité a obedecer.

—Buenos días, señora Cavanagh, ¿usted me mandó a llamar? —formulé al entrar.

—Sí, tengo una pregunta importante que hacerle —respondió ella, yendo al grano—. ¿Lo hizo?

Hundí las cejas, pretendiendo no saber a qué se refería.

—¿Hacer qué?

—Señorita, creo que las dos sabemos a lo que me refiero.

Me mantuve firme en mi postura.

—En realidad, no.

—El señor Stone ha sido envenenado.

—¿De verdad? —suspiré, fingiendo inocencia hasta que alguien pudiera probar lo contrario.

—Parece sorprendida, aunque usted fue la última persona con la que habló antes de que ocurriera.

—Qué coincidencia.

—¿Lo es? —sospechó Luvia Cavanagh sin modificar su rostro ecuánime—. Según lo que tengo informado, ustedes entraron en conflicto y esto no me da la impresión de que sea una coincidencia.

Realicé un encogimiento de hombros.

—Bueno, no se puede encarcelar a alguien por una casualidad. Es muy simple la verdad. Si fue envenenado como dice, quizás recién empezó a notar los síntomas en ese momento, sin embargo, eso no implica que está relacionado conmigo.

—No necesito una explicación sobre cómo funciona el veneno.

—¿Por qué? ¿Es una experta? —inquirí con un deje de rebeldía.

La directora cruzó sus brazos, provocando que se tensara la tela de su vestido negro con mangas largas.

—Eso no es de su incumbencia. Lo que sí es de mi incumbencia es asegurarme de que todos mis estudiantes se gradúen con vida a pesar del objetivo principal del establecimiento y sería una terrible complicación que ellos comenzaran a intentar matarse porque, después de todo, en esta competencia está permitido casi todo, menos asesinar.

—Lo tengo claro. Lo que quise decir es que no hay evidencia que me apunté a mí.

—¿No? ¿Y qué me dice sobre el hecho de que oí que les ha prohibido a los médicos atenderlo?

—Las personas pueden abstenerse de ofrecer sus servicios.

—¿Y qué hay de su juramento hipocrático?

—En lo personal, no tengo problemas con curarlo yo misma mientras sea remunerada como se debe y él ya está consciente de cuál es mi precio, pues nada es gratis.

—No, nada lo es. ¿Y su precio tal vez es la retirada de la invasión que inició ayer? Porque si es así, le aviso que ya ha pagado. Justo cuando solicite su presencia, señorita Aaline, me comunicaron que él ha ordenado que se retiren. ¿No piensa que es mucha casualidad que haya decidido eso con tanta prisa?

Obtuve una sensación de alivio. Diego cumplió con lo pactado. Mis nervios se calmaron, procesando que la invasión había sido frenada y que, en efecto, triunfe por ahora. El resto estaba por verse.

—No, quizás la muerte hizo que quisiera corregir sus errores. Suele pasar.

—No con tanta frecuencia.

—Entonces, si es tan amable, ¿me puede decir si estoy en un interrogatorio o no? —cuestioné a sabiendas de que carecía de evidencia en mi contra.

Luvia Cavanagh demoró unos segundos en dar su veredicto.

—No lo está. Perdón por la intervención. Puede ir a clases con normalidad.

—Gracias.

Me dirigí a la salida con sagacidad.

—Felicidades por su victoria —finalizó la directora, dándome a entender que sí sabía que había sido yo por más que no tenía pruebas y que precisamente por eso me felicitaba.

No dije nada, ya que eso sería admitir el crimen, y me fui sin más.

Yo entendía que lo hice no era algo para enorgullecerse, no obstante, así funcionaba Idrysa. Lo que en el pasado era malo, ahora era bueno, y viceversa. En consecuencia, todos debían adaptarse a ello.

Mis tres damas se habían unido para informarme con más detalles lo que había sucedido a la salida. Era cierto. Diego había enviado la orden por escrito para que sus soldados abandonaran los territorios de manera pacífica y les informó que aquellos que fueron afectados por el veneno obtendrían su antídoto pronto. Lo que faltaba era que yo actuara.

Todo eso me puso a pensar. Quizás sí decía la verdad cuando confesó que solamente buscaba el bienestar de los miembros de su clan y que era una pena que nuestros intereses siempre chocaran. Odié tener que admitir que se había ganado un poco de mi respeto aquel día, al menos como líder. Mas, no me arrepentía de haber intentado matarlo y aún no me agradaba. Pero supuse que estábamos progresando.

Basándome en eso, me abstuve de ir a verlo y me di el lujo de asistir a la clase de arte y permitir que sufriera un poco más. La venganza sabía más exquisita si la degustabas con lentitud. Además, necesitaba hacer tiempo para recibir la confirmación de que los soldados efectivamente se habían marchado y fue así en gran parte. Más tarde, arribaron las otras misivas de los delegados de las tierras más lejanas. Por consiguiente, fue mi turno de proceder.

Puesto que Diego se había refugiado en el sector de su clan, tuve que armarme no de valor, sino con mi colección de dagas de todos los tamaños para ir allí.

Aproveché el ínterin de quince minutos entre clases para cambiar mi ropa por un vestido más oscuro que marcaba mi cintura y también me ayudaría a esconder mi arsenal personal. Tenía dos cuchillos delgados en mis botas, un cuchillo perfectamente escondido en mi corpiño y otro oculto en mi cabello suelto, y la daga de siempre atada a mi muslo y cubierta por la falda suelta. No confiaba en que todos siguieran la orden que oí que Diego impuso para que no me atacaran. Algunos pocos estaban del lado de Dimitri y desconocía su posición en el escenario actual. La dinastía Stone era impredecible.

A diferencia de la vez anterior, no había una caterva de delegados enemigos afuera, sino un grupo de los míos vino a verme con aires más festivos que los que tuvieron durante nuestra reunión oficial. No supe qué podían querer. Contaba con tiempo limitado y tuve que descubrirlo enseguida.

—¿Los puedo ayudar en algo?

—Ya lo ha hecho —comunicó uno de los hijos de Dinamarca—. Hemos oído las novedades.

—Ya estamos en proceso de recuperar lo perdido —aseguró una de las chicas del grupo de delegados.

—Le ofrecemos nuestras disculpas más sinceras por dudar de su plan. Fue brillante —expresó otro de mis pretendientes.

Los presentes concordaron con él, contentos, y realizaron una reverencia de respeto. Incluso los que yacían en el interior del sector verde se pusieron contra las ventanas para hacer que notara su apoyo. El gesto produjo una oleada de energía al comprender el poder que ejercía sobre ellos. Una palabra se vino a mi mente al observarlos: fidelidad. Si me esforzaba lo suficiente, algún día podría convertirla en lealtad.

—Y satisfactorio —añadió Koen Steiner, arruinando el momento—. Los rumores dicen que es la causante del estado de Stone.

—No tengo tiempo para rumores —repliqué, cortante, y me apresuré a atravesar el gentío luego de agradecerle a los demás por sus comentarios positivos.

En un momento se me cayó uno de los extractos hechos a base de hierbas medicinales que cargaba en uno de los frascos que transportaba en un botiquín y me resultó gracioso que todos mis pretendientes se agacharon a la vez para recogerla y dármela. O en realidad no era tan cómico y yo estaba de buen humor por mi insidiosa victoria. Como fuera, el clima festivo no rondaba por el sitio que era mi destino.

Sin más opción que colaborar, fui con toda la inocencia del mundo a visitar a mi enemigo. Por supuesto, guardias rojos y delegados custodiaban la entrada a la torre roja y no confiaba en que mis intenciones eran del todo benevolentes. Supuse que debía tomarlo como un cumplido. Adicionalmente, mi sector estaba igual de protegido por precaución y yo tenía a un séquito de guardias detrás de mí. Era como vivir una guerra a puertas cerradas.

—¿Cómo es que tiene el descaro de venir aquí después de lo que hizo? —preguntó una de las delegadas de la muchedumbre.

—¿Y qué hice? Tendrá que refrescarme la memoria —formulé e invoqué mi sonrisa más cínica.

No era una sonrisa sincera, sino un escudo, como un muro de espinas que me protegía de sentirme mal por las cosas que las personas tenían el derecho de decirme.

Si el mundo creía que yo era una flor que podía marchitarse con facilidad, tendría que convertirme en la más venenosa de todas para que nadie se atreviera ni a tocarme.

—Usted es una... —bramó un delegado, amenazante, y lo detuve al levantar mi dedo índice.

—Háganlo, insúltenme. Pero les advierto que mi guardaespaldas tendrá que cortarles la lengua por eso.

—¿Lo haré? —consultó uno de los dos guardaespaldas que estaba detrás de mí, acojonado, y asentí, por ende, se aclaró la garganta—. ¡Sí, lo haré!

—Además, vine en son de paz. Tengo un trato con el señor Stone y he venido a cumplirlo —aclaré, exhibiendo mi botiquín.

—¿Qué? ¿Vino a asesinarlo de una vez por todas y piensa que le permitiremos entrar así nomás? —repuso alguien más entre el gentío.

, respondí en mi cabeza.

Tuve que decir algo distinto en voz alta.

—No, lo que tengo aquí son los ingredientes para fabricar el antídoto que salvará la vida de su jefe. Y, si creen que es tan simple que lo pueden hacer ustedes mismos, debo decirles que, si le dan la dosis equivocada o si mezclan mal los componentes, él agonizará lenta y dolorosamente. Y si me tocan un pelo, él morirá porque soy la única calificada de aquí que puede prepararlo. Así que, tienen dos opciones: me dejan pasar o dejan que él muera y seamos sinceros, les conviene escucharme.

Tras unos murmullos incomprensibles, una voz masculina resaltó.

—Puede pasar —dictaminó Dimitri Stone desde el umbral del vestíbulo y los presentes fueron volteando a verlo con incredulidad para enumerar una decena de motivos para no hacerlo. Las ignoró en su totalidad—. Repito: puede pasar.

Sorprendida, avancé y ellos no tuvieron más alternativa que aceptarlo. Mas, oí bisbiseos de aquellos que apoyaban a Diego en vez de al primogénito de los Stone. No aprobaban las decisiones de Dimitri.

Para colmo, mi gato hizo una aparición, siendo tan curioso como yo. Dimitri lo miró como si le diera asco y le prohibió la entrada al mismo. Por ende, me vi en la obligación de enviar a alguien para que se lo llevara. Aun así, mi cara expresaba mi desdén. Nadie miraba mal a mi gato sin abstenerse a las consecuencias.

—¿No deberíamos revisarla y ver que no cargue armas? —sugirió un guardia rojo.

—Puede intentarlo, pero no garantizo su seguridad —notifiqué sin sonar ni un poco preocupada por las dagas distribuidas sobre mí.

—No será necesario. Venga —opinó Dimitri previo a que yo traspasara la entrada junto a mis guardaespaldas y los demás quedaron atrás—. Gracias por venir.

—Yo no me agradecería tanto si fuera usted.

—Trataba de ser amable.

Lo estudié. Estaba utilizando un tono muy cortés con alguien que era sospechosa de intentar matar a su hermano. Había algo raro. Yo había oído ese tono en otras personas. Quería algo.

—¿Por qué?

—¿Sus guardaespaldas podrían darnos un momento? —solicitó Dimitri, sereno—. Lo que debo decirle es muy importante como para que cualquiera lo oiga.

No me gustó cómo pronunció "cualquiera". Tuve que pasarlo por alto y ceder.

—Chicos —dije y bastó para que los guardaespaldas retrocedieran y nos dieran espacio sin perdernos de vista. El séquito de guardias vigilaba el exterior.

Dimitri y yo nos adentramos al vestíbulo.

—Sé que fue usted —expresó él en cuanto contamos con privacidad.

No me moví, demostrando que no me afectaba la posibilidad de ser arrestada.

—¿Por qué está tan seguro de ello?

—No trate de negarlo. Todo el mundo lo sospecha.

—Y nadie tiene pruebas.

La imparcialidad tampoco abandonó a Dimitri.

—Bien, no tengo interés en obligarla a que admita su culpabilidad.

—¿Y de qué quería hablarme? —cuestioné, desorientada.

—Dijo que hizo un trato con mi hermano. Yo le propongo que haga uno conmigo.

La desconfianza se apoderó de mis instintos.

—¿Qué clase de trato?

—Uno en el que hacemos de cuenta que la invasión jamás ocurrió —ofreció Dimitri para mi sorpresa.

—¿Cómo?

—Es sencillo. Si está dispuesta a llevar a cabo algo como lo que supongo que hizo, significa que quiere sacar a Diego de su camino.

—Es una forma de decirlo —suspiré, ya que había más matices en mi opinión de Diego Stone.

—Bueno, yo también quiero hacerlo.

—¿Por qué? Él es...

—Mi relación con mi hermano es un asunto complicado y privado. Lo que sí nos une a nosotros son los negocios. Llegar a este extremo no es lo que deseo, sin embargo, lo considero necesario si planeo ser el sucesor de mi padre. A pesar de que Diego no sigue las normas como debería, cuenta con el apoyo de nuestros súbditos y eso es algo que jamás entenderé. Por ende, es un obstáculo para mí y los obstáculos deben ser eliminados. Hoy es una oportunidad perfecta para eso y fingir que fue un accidente. Al final de cuentas, eso nos conviene a los dos.

Temblé, adivinando lo que conllevaría.

—¿Qué está diciendo?

No hubo ni un rastro de humanidad en Dimitri a la hora de decir:

—Quiero que mate a mi hermano. 

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