Rompiendo mi monotonía.

By YourLittleBiscuit

2.4M 219K 801K

Samuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Un... More

Dedicatoria.
I. Mi indudable atractivo.
II. Mi idiotez con churros.
III. Mi hombría, la runner.
IV. Mi cerebro con leche.
V. Mis proyectiles de comida.
VI. Mi sensualidad destronada.
VII. Mis conocimientos sobre tópicos.
VIII. Mis maravillosas (diva)gaciones.
IX. Mis aventuras en el váter.
X. Mi debilidad tras una capa de orgullo.
XI. Mi experiencia con los tiburones voladores.
XII. Mi asombroso arte contemporáneo.
XIII. Mi birrichiri in il Gymnisiim.
XIV. Mi forma de ser, decepcionante.
XV. Mi psicóloga, la mujer piruleta.
XVI. My sign language is very bad.
XVII. Mis sentimientos por ti.
XVIII. Mi solución a todo son las patatas.
XIX. Mis carreras contra un chihuahua cabreado.
XX. Mi compañero es imbécil y los matemáticos merecen un holocausto.
XXI. Mi manera de buscar tu sonrisa y mis saltos rompe platos.
XXII. Mi noche a lo Steve Harrington con Steve Harrington.
XXIII. Mi cerebro está de fiesta en el hemisferio sur.
XXIV. Mis compañeros de clase esnifan tiza.
XXV. Mis conversaciones entre hombres son un poco extrañas.
XXVI. Mi orientación sexual, expuesta en el museo Gestalt.
XXVII. Mi sensación de que el mundo es muy pequeño.
XXVIII. Mis lanzamientos de xilófono, nuevo deporte olímpico.
XXIX. Mi concepto del Efecto Mariposa.
XXX. Mis tropiezos con Míster Sexy Wolf y los siete cabritillos.
XXXI. Mis palabras, tus silencios, nuestros miedos.
XXXII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (I)
XXXIII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (II)
XXXIV. Mis células, en estado de idiotafase.
XXXV. Mi frustración, eau de toilette nº 25 en La menor.
XXXVI. Mis noches de viernes son demasiado absurdas.
XXXVII. Mi necesidad de entenderte y mis encuentros con arañas asesinas.
XXXVIII. Mi música en tus silencios.
XXXIX. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (I).
XL. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (II).
XLI. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (III).
XLIII. Mis primeros pasos conociéndote mejor.
XLIV. Mis encuentros nocturnos con topos terroríficos.
XLV. Mi balanza mental, desequilibrada.
XLVI. Mis explosiones, causantes de terceras guerras mundiales.
XLVII. Mi lista de objetivos por cumplir.
XLVIII. Mis charlas sobre las estrellas, los gatos exhibicionistas y el perdón.
XLIX. Mis llamadas a la línea caliente.
L. Mis silencios incómodos.
LI. Mis persecuciones a la psicóloga fugitiva.
LII. Mi orientación sexual, trending topic.
LIII. Mi visión de la realidad y la importancia de saber cuándo decir adiós.
LIV. Mis deseos a la estrella que bajaste al fin del cielo.
LV. Mi extraña familia y los ataques de las albóndigas voladoras.
LVI. Mi mundo te daré si tú me das, a cambio, tu mundo y una sonrisa.
LVII. Mis peleas con las gallinas y la lista de objetivos que cumplimos juntos.
LVIII. Mi angustia en tus dudas, mi sosiego en tus ojos.
LIX. Mis aventuras en el bosque de los magreos y el seto que destruimos juntos.
LX. Mi torpe forma de decirte adiós.
LXI. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (I).
LXII. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (II).
LXIII. Nuestra historia, rompiendo mi monotonía.
Extra I.
Extra II.

XLII. Mi seguridad, ahuyentando tus miedos, prometiéndonos felicidad.

38K 3.4K 17.4K
By YourLittleBiscuit

Martes por la mañana. Estoy sentando en la cocina, admirando con tedio cómo dan vueltas las manecillas del reloj de pared. Levanto muy despacio el brazo derecho y empiezo a beber del vaso de leche que me he adjudicado como desayuno. Vigilo de vez en cuando la tostada que he abandonado en la mesa porque, en esta casa, la comida que no ha sido preparada por mi hermana está en constante peligro de extinción por culpa de depredadores ansiosos de una presa que no funcione como laxante. Bostezo y repaso mentalmente todo lo que hice ayer: levantarme y odiar al mundo por ser lunes, correr para no perder el autobús, llegar al Gymnasium para soportar seis aburridas horas de clases y besar a un compañero con la inestabilidad emocional propia de un koala con insomnio después de tocar el piano con él a mi lado. Espera, ¿qué? Por favor, ¿dónde tengo la cabeza? Hoy voy a ver a Rainer. Me niego, antes prefiero atragantarme con la leche. ¿Dónde está Sylvia cuando quiero que me intoxique? Oh, acaba de entrar en la cocina, maravilloso, perfecto. Vamos, ahora lánzame tus patatas asesinas, extermíname con tus guisos, méteme en el microondas. ¿A qué esperas? Dame uno de tus platos y provócame una indigestión que me deje anclado de por vida en el baño. Genial, acaba de coger un cuchillo para cortar el envoltorio de un paquete de queso. Olvídalo y clávalo en mi pecho, ¡demonios! Vaya, me está viendo raro. Espera, va a abrir la boca. Sí, sí, dime algo asombroso y estremecedor, que me haga caer y darme un golpe casi mortal contra la esquina de la mesa. Suelta eso tan jugoso que tienes en tu cabecita. Vamos, estoy listo para tus palabras.

—A mamá le llegó la menopausia —dice al fin, y yo escupo la leche tras atragantarme con ella. Demonios, esto no me lo esperaba. Ah, joder, me he babado. 

—¿Y es necesario que me lo cuentes?

—¡Por supuesto! —exclama, mientras busca algo en la nevera. No sé el qué, y ella tampoco parece saberlo—. Te aviso porque, desde que habló con su médico, está bastante desanimada. Dios, no la entiendo, yo sería tan feliz si dejase de tener la regla. 

Que sepas que la noticia de tu madre me afecta.

¿Eh?

Para bien. ¿Te imaginas un mundo con un mini tú? La naturaleza es sabia y por eso nos ha librado de esa terrible posibilidad.

Dejo de pensar cuando mis padres entran en la cocina, acompañados de mi hermano. Sin mediar palabra, se sientan en la mesa y le señalan a Sylvia la silla que hay en frente, indicándole con ese gesto que también se siente. Yo recupero mi tostada antes de que encuentre la muerte en una boca que no es la mía y los observo; no es necesario que estruje mi cerebro como si se tratara de esponja de baño para entender lo que sucede, porque el movimiento de mi padre acariciándose la tripa me explica que estoy a punto de presenciar un intercambio de palabras que tendrá como protagonista a la comida. O lo que es lo mismo: voy a contemplar como pisotean el orgullo de mi hermana en favor de una vida sana.

—Cariño, queríamos comentarte algo acerca de tu forma de cocinar —comienza mi padre este primer asalto, captando la atención de su víctima, quien afirma enérgicamente con la cabeza sin tener la más remota idea ni de que el combate acaba de comenzar ni de que va a recibir un puñetazo verbal en unos instantes—. A ver, lo primero que queremos decirte es que te agradecemos mucho el esfuerzo que haces para prepararnos la comida todos los días. Así que no sabemos cómo te vas a tomar esto pero... —titubea, se lleva las manos a la sien y me observa, como pidiéndome ayuda. Yo niego con la cabeza al momento y esquivo su mirada. Ah, no, a mí no me metas en tus matanzas, doctor Müller—. Esto...

—Sylvia —le interrumpe mi madre, que ya empezaba a dibujar su característica sonrisa de exasperación por culpa de los rodeos de su ayudante verdugo—. Cielo, el caso es que cocinas fatal.

Y así, de un solo golpe certero y en el primer asalto, la púgil más joven cae y se da de bruces contra el suelo del ring. Ha sido un combate breve, pero intenso. Un momento, se le están aguando los ojos. Mierda, se va a echar a llorar. Mamá es una bestia.

—¡Pero yo quiero aprender! No quiero que me cocine siempre un hombre como hace papá contigo. ¡Pareces una mantenida! —suelta como respuesta al anterior golpe y, entonces, las dos mujeres Müller estallan en una pelea de lo más ridícula. Papá se sienta a mi lado, me quita el vaso de leche y comienza mirarlas con el mismo tedio que yo. Mi hermano mayor, por su parte, decide hacer algo mucho más coherente y se larga de la cocina. Entonces, Sylvia suelta algo en medio de los chillidos que emite que nos paraliza a todos—: ¡Por eso Juud me llamaba inútil, porque no sé hacer nada, ni siquiera sé cocinar!

Es ahí cuando mi madre se detiene y clava sus ojos en un punto fijo de la cocina, no sabemos cuál, pero parece que está descargando toda su ira contra él. Debo aclarar algo: Frieda Müller es una mujer de mente cerrada en algunos aspectos; sin embargo, en otros, tiene un discurso muy interiorizado bastante más acorde con los ideales del este siglo y no con los de la época en la que se crió. 

—¡Tú no eres una inútil por no saber cocinar! —le espeta, dando un golpe en la mesa tan repentino que provoca que mi padre zarandee la cabeza y mire a los lados durante unos segundos, como perdido—. ¡Ni que fueses un robot de cocina!

—Pero él sí sabía, y siempre me preparaba la comida y...

—Oh, mira tú qué bien, como si fuese un plus, seguro que presumía de eso —prosigue mi madre, alzando las manos como forma de mostrar su indignación. Mi hermana no lo niega, así que deduce que ha dado en el blanco. Yo no sé qué decir, me he limitado a irme a una esquina a devorar mi tostada porque papá no le quitaba el ojo de encima—. Claro, que una mujer sepa cocinar es lo normal, pero cuando sabe un hombre nos sorprendemos. En fin. ¿Tienes el número de ese idiota? —Sylvia niega con rapidez y mi madre intenta quitarle el teléfono que tiene en el bolsillo—. No lo escondas, niña idiota, ¡tengo que decirle que nadie insulta a mi hija!

—Bien, creo que es momento de que me vaya a la escuela —digo, seguro de que me van a ignorar, y mi madre, que ya tiene las manos metidas en los bolsillos traseros de su hija, clava los ojos en mí. ¿Ahora qué he hecho?

—Tú no te escapes muy lejos esta semana, que tengo que hablar muy seriamente sobre tus notas. 

—Pero si he sacado las mejores. 

—¡Por eso mismo! Tenemos que hablar de tu futuro.

Oh, Dios. ¡No!

Salgo de casa con la corbata a medio poner y la tostada en la boca, tan concentrado en los chillidos que sigue emitiendo mi hermana que no me percato, hasta que el sol golpea mi cara, del hecho de que en breves voy a tener que enfrentarme a lo que sucedió ayer en el auditorio. Durante el viaje en autobús intento distraerme con la conversación que me da Klaus, que me relata con pasión el encontronazo que ha tenido esta mañana con una cucaracha que dormía dentro de sus deportivas. Pobrecita, por lo visto tuvo que soportar que mi compañero la atacase con proyectiles de un zumo que, para alegría de él, era de manzana. 

Llego a clases intentando ignorarlos a todos y con los nervios a flor de piel. No dejo de darle vueltas a la cabeza, preguntándome qué hará mi compañero al verme: ¿querrá hablar conmigo sobre el beso? ¿Querrá disculparse? Espera, ¿y si decide ignorarme como siempre que hay tensión entre nosotros? Ojalá no suceda eso, porque sé que esa actitud me irritaría y dañaría por partes iguales. 

Observo como todos toman asiento en sus respectivos pupitres; Annie a mi derecha, Klaus delante. La mesa de mi izquierda sigue vacía. El señor Endler entra en el aula y yo me resigno a pensar que Rainer no va a venir cuando, de pronto, sus zapatillas Converse de imitación hacen aparición impidiendo que el profesor cierre la puerta. La abre, le dedica una mirada achinada con la que parece recriminarle que no se haya percatado de su presencia y niega con la cabeza como forma de reproche. Toda la autoridad de Endler desaparece cuando, nervioso, le pide perdón a Wolf, quien comienza a caminar muy dignamente hacia su silla, ignorando las disculpas. ¿Qué demonios? Yo clavo los ojos en la madera de mi mesa, nervioso porque sé lo que va a suceder ahora: me va a hacer el vacío.

El tiempo se me hace eterno mientras él avanza hasta su pupitre hasta que, de pronto, cuando llega a mi posición, hace algo que me sorprende: con el puño cerrado, me da un ligero golpe en la cabeza como forma de saludo.

—Hey, Müller —le escucho decir mientras toma asiento y yo me llevo las manos a la cara, exhausto. No hay quien lo entienda.

Me encantaría charlar con su cerebro, seguro que tiene la materia gris estropeada.

El profesor de matemáticas inicia la clase, pero yo ni siquiera levanto la mirada para prestarle atención. Mierda, de entre todas las opciones que había tenido en cuenta, pensé que la que más me molestaría sería que me hiciese el vacío pero, ¿qué ha significado este saludo? Simple, que va a fingir que todo está bien entre nosotros, que no sucedió nada, exactamente lo que me pidió ayer. Y, de alguna forma, eso me duele más. Pude aceptar esto cuando competíamos en serio por la beca, cuando yo le molestaba, cuando le confesé mis sentimientos, pero no después de un beso que compartimos ambos, donde él fue tan culpable como yo de que hubiese sucedido, sobre todo si se dio tras un momento tan íntimo para mí, donde me sentí tan expuesto. Será cabrón.

Levanto la vista y se la mantengo, como buscando retarle con la mirada. Él se percata y me mira, para después hacer algo que también me parece fuera de toda lógica: sonreírme. Qué rabia me da no entender nada.

—Ah, vete a la mierda —suelto para su sorpresa, el problema es que lo hago lo suficientemente alto como para que la mitad de la clase me escuche, incluida la cotilla de Maud.

—¿Qué?

—Que dejes de fingir para sentirte mejor —remato, y la repentina seriedad de su gesto me dan a entender que mis palabras le han molestado, o dolido.

—Bien, pues paso de ti, capullo.

Y, cuando estoy a punto de responderle demostrando una falta de madurez increíble, siento como algo impacta en mi cabeza: un bolígrafo que acto seguido aterriza en el suelo. Me giro a mi derecha y me encuentro a Annie inclinada hacia delante, tan molesta que las ventanas de la nariz se le han abierto más de lo normal. 

—¿Queréis callaros de una maldita vez? Idiotas. 

Miro a mi alrededor: ahora toda la clase nos presta atención, incluido Endler, que se ha detenido a mitad de una ecuación y golpea el encerado con la tiza, impaciente por continuar. Me disculpo y me froto el pelo, harto. Joder, incluso ahora tengo que pedir perdón. Estoy tan cansado de todo esto, no vamos a ninguna parte así. 

°°°

—Me encanta cuando Rainer y tú discutís, incluso me entran ganas de sacar las palomitas —me dice Klaus desde el asiento de atrás del autobús, fingiendo darme un masaje en los hombros—. Que sepas que te apoyo, amigo. ¡Únete de una maldita vez a la A. A. R. y pateémosle el culo a ese delegado!

—No me da la gana —respondo, pegando la frente en el cristal. Este chico tiene la cualidad de tomárselo todo a broma.

—Que sí, que tenemos zumos gratis, y eso son palabras mayores.

—Cállate Klaus, esto no tiene nada de divertido, es muy incómodo estar en medio de los dos bandos —le interrumpe Adam, que está sentado a su lado, y al momento me siento culpable de meterlo en esta situación, porque mis peleas con Wolf afectan a alguien más además de nosotros dos.

—Eso es porque eres un traidor, tienes tan en cuenta a un chico que llegó hace cinco meses como a tu amigo desde hace más de dos años. ¡Traidor!

—Adam tiene razón, siempre estáis peleando, jo, y tengo que estar intercediendo —interrumpe Annie, que está sentada a mi lado. Ah, por favor, cuánto drama innecesario.

—Nadie te ha pedido que lo hagas —le espeto, con la suficiente antipatía como para arrepentirme al momento, pero a ella no parece importarle.

—Pues se siente, ya le he enviado unos cuantos mensajes a Rainer echándole bronca, aunque me ha ignorado. Mirad, llegáis a ser exasperantes, de verdad. ¡Vuestra relación no avanza! Que si os peleáis, que si volvéis a hablaros, que si después os insultáis. Así lo único que hacéis es manchar lo bueno que había entre vosotros. ¡Si es que antes os llevabais genial! Y era tan divertido estar cerca de vosotros cuando hablabais de tonterías. Como cuando os dedicasteis durante dos descansos enteros a espiar a los profesores e imitar sus caras cuando iban al baño a cagar.

—¿Entonces cuál es tu solución, Annie? ¿Que siga burlándome de los profesores con él?

—No, Sam, que paréis.

—Annie tiene razón —interrumpe Adam justo cuando el autobús se detiene en mi parada—. Estáis creando un ambiente demasiado incómodo para todos nosotros. Hablad y solucionadlo de la forma que sea.

—Que fácil es dar consejos cuando no tenéis ni idea de la situación —sentencio, bajando del autobús. 

A pesar de mi respuesta, decido hacerles un poco de caso y tener una conversación cara a cara con Rainer donde aclaremos cómo va a ser nuestra relación a partir de ahora, porque no es justo para ninguno de nosotros dos fingir que no pasó nada en ese auditorio, ni hacernos el vacío. Me gustaría tener las cosas claras, pero es muy difícil mirar más allá cuando se trata de él porque todo se vuelve traslúcido y, por momentos, opaco.

Sin embargo, el miércoles, cuando espero a Rainer en clases a primera hora de la mañana, no aparece. Tampoco lo hace el jueves ni hoy, viernes. Y, de alguna forma, interpreto esta ausencia  como una actitud dañina hacia mi persona, como una forma de decirme que lo deje en paz, que ese beso no significó nada para él y que estoy molestando dándole tanta importancia. Esto es, en cierta forma, muy agotador.

—¿Te pasa algo, Samuel? —me pregunta Sylvia cuando llego a casa, sentándose a mi lado en el sofá. Estoy cansado, así que niego con la cabeza porque lo que menos me apetece ahora mismo es escucharla. El problema es que ella no me cree a pesar de que es una persona demasiado fácil de engañar—. ¿Por qué me mientes? Se te nota de lejos que estás mal. Como sigas con esa cara vas a lograr que mamá te pregunte si Juud te ha llamado mal cocinero, o que coja tu teléfono para averiguar si te están hostigando. ¿Acaso quieres que haga eso?

—No, qué va —respondo, intentando volatilizar una imagen mental de mi madre como súper defensora de sus hijos de la que no estoy nada acostumbrado—. Solo estoy cansado.

—Ya, claro. No sé por qué no me cuentas las cosas, seguro que te podría ayudar. ¿Es un tema de estudios? —Vuelvo a negar con la cabeza—. ¿Te has peleado con un amigo? Dile a Klaus que te trate bien. —Me río, no lleva razón, pero casi. Porque si le dijese que me he peleado con mi compañero buscaría saber el motivo, y no lo entendería—. Entonces... ¿Algún problema de chicas? —Y ahí me entra la risa floja—. ¡Ajá, lo sabía!

Detengo la carcajada ridícula que se me ha escapado y la miro fijamente. Si Wolf supiese que estamos hablando de él como si fuese una chica, me lanzaría a su gata a la cara. La verdad es que me duele pensar que mi hermana no sabe cómo es mi forma de reaccionar ante cualquier problema, porque yo no estaría tan decaído por culpa de los estudios, sino frustrado. Nuestra mala relación de hermanos nos ha pasado factura porque nos conocemos poco, y me temo que sea demasiado tarde para enmendar nuestros errores. Pero cuando la miro tan sonriente, expectante por una respuesta de mi parte, pienso que, aunque sea tarde, prefiero esforzarme ahora por ella que no hacerlo nunca. Qué demonios, puedo intentar contarle lo que me pasa, quizás me entretenga y saque algo en limpio de sus palabras. Total, hoy no he podido hablar con Gestalt.

—Está bien, has adivinado —digo al fin. Sylvia da una palmada como señal de victoria y después se abraza a sus piernas.

—¡Lo sabía! Entonces, ¿qué problema tienes con esa chica? ¿Te gusta? ¿Tú le gustas a ella?

Que conste que me desligo de toda esta conversación, de hecho, me estás dando vergüenza ajena, que lo sepas.

—Sí y no, o no sé. Quiero decir, no tengo ni la más remota idea de lo que siente ella —intento explicarle, pero la situación se me hace de lo más cómica. Tratar a Rainer de mujer es tan extraño. Solo falta que diga que se llama Raina o algo así—. Me ha dado indicios de que sí siente algo por mí, pero después se desdice y me hace sentir mal, aunque eso tampoco parece importarle en lo más mínimo. Y al final todo es dar vueltas y más vueltas.

—Oye, no estaremos hablando de Annie, ¿no?

—Claro que no —me apuro a aclararle, y ella chasca la lengua como señal de su inconformidad.

—Ya lo entiendo, así que te has topado con una indecisa. Ay, Samuel, lo siento por ti.

—¿Eh? ¿Por qué?

—Porque yo me he cruzado con varios chicos así. Te quieren, no te quieren, te dan largas y luego todas las explicaciones son demasiado cortas. ¿Sabes qué les pasa? Que viven en su propio drama, que son unos incomprendidos y nadie los entiende. Están tan centrados en lo que les hace daño que se olvidan de buscar su propia felicidad, incluso cuando la tienen delante. Se pasan la vida complicándose, son unos aburridos. A esa gente es mejor ignorarla, que para dramas ya están los nuestros como para cargar con los de los demás.

—Entonces, lo que me recomiendas es...

—Que la mandes a paseo, que la quites de tu vida, que no te estorbe. Eso hacía yo, ¿y sabes qué? Que aunque dolía al final me sentía liberada. Y terminé por darme cuenta que lo que más dolía de esas despedidas eran sus reacciones  victimizándose. Siempre están igual, buscando cómo hacerte sentir mal y culpable —me explica, y yo no tengo ni la más remota idea de qué pensar. Su punto de vista es mucho más claro y radical que el de Gestalt; donde la psicóloga habría profundizado y sacado peros en los que los beneficiados son las dudas, mi hermana da una opinión directa donde el primer beneficiado es uno mismo—. Bah, Samuel, quien te quiere no te trata así, el problema de esa gente es que solo está centrada en sí misma.

—Supongo —respondo, lo suficientemente dolido con esta conversación y su sinceridad como para que haya dejado de darme gracia que piense que hablamos de una chica—. ¿Cómo lo haces para estar tan segura en este tipo de temas?

—Fácil, sigo la norma de hacerme las siguientes cuatro preguntas: la forma en la que se está comportando esa persona en esa situación, ¿es como me habría comportado yo? ¿Crees que te has merecido ese trato? ¿Tu yo del pasado y del futuro estarían orgullosos de cómo actúas en el presente? Si la respuesta a esas tres preguntas es no, piensa: cuando estás con esa persona, ¿la tristeza que sientes es más larga que la felicidad que te da? Si aquí la respuesta es afirmativa, es más que evidente que esa persona no te merece y no tienes de qué preocuparte, así que no debes gastar más tiempo con ella. ¿Entiendes?

—Claro. ¿De dónde sacaste eso? Es genial.

—Era lo que me decía siempre mi amiga Angelica, lástima que ella era incapaz de aplicar sus propios consejos en el amor, porque al final se ató al primer idiota que le hizo caso. En fin, Samuel, tú verás a quién le das prioridad y a quién no.

Afirmo, y ella me da una palmada en la cabeza antes de irse. Cuando lo hace, recuerdo el momento en el que me confesé, y en el que nos besamos, y después pienso en las reacciones de Rainer. ¿Me habría comportado como hizo él? Ni por asomo, ni aunque no hubiese correspondido a sus sentimientos. ¿Me merecí ese trato? Tampoco. ¿Estoy orgulloso de cómo actúo? No, y tampoco lo estaré en el futuro. Me siento decaído y vulnerable a cada una de las actitudes de mi compañero, lo que es bastante reprochable. Pero, además, Sylvia tiene razón en algo: los momentos de felicidad que me da Wolf tienen una menor duración que las tristezas que me causa. Quizás todos llevan razón y es momento de cortar por lo sano, dejar de ser indulgente, pensar por una vez en mí y en mi bienestar porque es más que evidente que él no piensa en el mío. Quizás debería, al fin, dar el paso que ninguno de los dos se atreve a dar y demostrar una madurez que a ambos nos falta.

Así que, sin tener muy claro de dónde saco la fuerza de voluntad, cojo mi teléfono, subo las escaleras y me encierro en mi cuarto. Busco el número de Wolf, lo marco y espero a que responda. En el primer toque pienso en algo: lo más probable es que me ignore. Sin embargo, en el tercero, me percato de que no siempre llevo razón con mis conclusiones, porque él responde la llamada.

—¿Rainer? —Esa es mi forma tonta de saludar, preguntando quién se encuentra al otro lado cuando es evidente que se trata de él. Y es en este mismo reproche acompañado de su silencio donde me doy cuenta de que me estoy poniendo nervioso—. ¿Puedo preguntarte algo?

Claro.

—¿Por qué no viniste a clase estos días? ¿Todo bien?

Mi intención no era hacerle un interrogatorio donde demostrara que, de alguna forma, me preocupó su ausencia, pero los nervios me obligan a decir verdades mientras mi mente sigue trabajando en la mejor forma en la que le diré que me cansé de todo esto.

Sí, no te preocupes por mí. Estuve en otra ciudad con un amigo. Fuimos a ver una universidad que hay allí que tiene muy buena fama en Medicina.

—¿Y estuviste los tres días? —pregunto, por el mero hecho de que nadie tarda tanto tiempo en ver una facultad y que su tono de voz muestra una simpatía demasiado falsa.

No, me di un tiempo de descanso.

Lo sabía.

—Ah, entiendo. ¿Seguro que está todo bien?

Debería ser yo quien te preguntase eso a ti, no tú a mí.

Es increíble hasta qué punto me ha dolido esa respuesta, como si el que molesta y el equivocado fuese yo, no él. ¿Y si en verdad lo soy por el mero hecho de estar insistiendo? ¿De no ser claro incluso en esto? Tengo que dejar de darle vueltas a todo.

—Lo sé, pero quiero asegurarme por última vez.

¿Última vez? —inquiere, y noto un temblor en su voz que prefiero ignorar.

—Necesito alejarme de ti —suelto de golpe, envalentonándome porque él mismo me ha dado pie a hacerlo con su pregunta—. Sé que esta no es la primera vez que lo intento, pero sí es la primera vez que estoy completamente seguro de que es lo mejor para mí. Lo siento, pero tú me haces daño.

Samuel...

—Y no aguanto esto —prosigo, consciente de que mis últimas palabras no han sido las más adecuadas—, no soporto estos vaivenes emocionales, que nos alejemos, que nos acerquemos y después nos distanciamos de nuevo. Nuestra relación ya no va hacia ninguna parte, no avanzamos. Así que lo mejor es cortar esto, antes de que el daño sea peor. Solo quiero que crezcamos como personas. No sé, quizás, en un futuro, todo sea distinto, mejor.

Entiendo.

—Solo debemos distanciarnos. Tengo que olvidarte.

Solo eso. Está bien.

Mierda, a pesar de lo cortas que son sus respuestas, noto en su tono de voz lo decaído que está. ¿Por qué me duele pensar que le hago daño con esto? Necesito suavizar el golpe.

—Pero esto no quita lo que te dije hace tiempo: que te admiro, que te aprecio, que eres realmente importante para mí. Y este final no significa que haya cambiado de opinión. Tú has sabido sacar lo mejor de mí, por eso yo tengo que saber cuándo es mejor que me aleje por el bien de los dos.

Está bien. ¿Algo más?

—No.

Bien, pues ya has dicho todo lo que necesitabas decirme. No te preocupes, que yo te entiendo, ¿está bien?

—Está bien —repito su respuesta, y al momento me encuentro deseando que me interrumpa, que me diga que sí le importo, que no es la persona egoísta que describió mi hermana, que me necesita a su lado. Sin embargo, su silencio es el único que habla. Esto duele demasiado. O corto la llamada ahora mismo o me detractaré de echarlo de mi vida—. Bueno, adiós, Rainer. Y no te olvides, ¿eh? Smile.

Y cuelgo.

Me siento en cama y miro al techo pensativo, preguntándome si me siento tan bien conmigo mismo como supuestamente me vendió mi hermana que me sentiría. Eché a Rainer de mi vida con una facilidad pasmosa ignorando su voz impregnada de dolor y ni siquiera se victimizó como vaticinó mi hermana, ni quiso hacerme ver como el culpable de todo. Con el paso de los minutos, compruebo que me siento peor. Joder, ¿por qué? Me tumbo en la cama y espero a que mi malestar disminuya en vano. Tras un buen rato sin hacer nada más que cansarme pensando, recibo un mensaje de Adam invitándome a jugar a la Play con Klaus en su casa. Acepto al momento porque necesito un momento de paz.

Y, entonces, recibo otros dos mensajes:

Rainer W.: no se que estás haciendo ahora mismo pero si no estás ocupado, podrías pasarte por mi casa para hablar sobre esto de... cortar la relación? o como quieras llamarlo

Rainer W.: por favor

Je, ni de broma, estoy muy ocupado pasando de ti.

Wow, eres tan maduro. ¿Te sientes mejor por tratar así a alguien que parece pasarlo mal?

Ya, ¡cállate!

Salgo de casa y me dirijo a una parada de autobús. Le mando un mensaje a Adam para avisarle de que llegaré a la suya en veinte minutos. Se supone que el trayecto tendría que ser de lo más sencillo y libre de obstáculos; sin embargo, me encuentro bajo la marquesina a una chica de ojos ambarinos y pelo corto y castaño, que me observa primero frunciendo el ceño, para después abrir mucho la boca en señal de sorpresa, demostrándome que me ha reconocido. Mierda, ahora mismo no quiero aguantar a esta especie de híbrido entre Gestalt y Klaus, es demasiado para mi cerebro, sobre todo un viernes por la noche.

¿Es que el destino no está de acuerdo con que me aleje? O quizás al destino le da igual mi bienestar y solo quiere reírse a mi costa.

—¿Samuel? ¿Eres tú? —le escucho decir. No, qué va. Yo soy Bruce Wayne, el caballero de la noche y voy a largarme corriendo—. ¿Puedo hablar contigo? —Al momento me doy la vuelta para regresar a mi casa mientras cojo el teléfono para decirle a Adam que no me espere. Prefiero quedarme en cama esta noche antes que aguantar a esta chica. Sin embargo, cuando coloco el patrón de desbloqueo, su voz me detiene—. ¡Ajá! Intentas huir de mí, pero soy muy rápida —me intercepta colocándose frente a mí a una velocidad inusitada y yo freno en seco.

—Sonnie, no tengo interés ninguno en charl... —No me da tiempo a seguir hablando, porque ella me quita el teléfono de la mano y empieza a correr para alejarse de mí dando grandes zancadas—. ¿¡Pero qué demonios haces!? ¡Devuélveme el iPhone!

—¡Cuando me digas lo qué pasa entre Rainer y tú!

—¿Qué? ¿Por qué?

—¡Porque sois dos idiotas!

Le doy una patada al suelo consciente de mi derrota, porque ella ha abierto la aplicación de mensajería y está revisando el chat con Rainer. Avanzo con desgana hasta su posición y extiendo el brazo para que me dé el terminal mientras ella ojea los mensajes a una velocidad impresionante. De pronto, sin venir a cuento, me lo lanza al pecho. Dios, por poco se me cae al suelo.

—¿Pero a ti qué te pasa? —inquiero, guardándolo en el bolsillo. Comienzo a caminar para regresar a casa cuando ella me detiene agarrándome del brazo.

—¿Por qué has dejado sus mensajes sin responder?

—Pues... ¿¡Porque me da la maldita gana!? Estás como un cencerro.

—Él quiere verte.

—Mira qué bien, vete tú a verle —contesto con desgana, liberándome de su agarre. Y esa sugerencia parece no agradarle en absoluto.

—¡No! ¡Yo no!

—Aj, ¿por qué no? ¡Eres su maldita mejor amiga! Ocúpate de él.

—Porque yo no soy tú —responde, con la voz entrecortada. Espera, ¿por qué se ha puesto así?—. Vete a verle, joder, él te necesita.

—Chica, no me obligues a detestarte a ti también —suelto, y ella me mira frunciendo la boca como si le doliesen mis palabras—. Oye, tu amigo no me necesita a mí, lo que necesita es solucionar sus problemas y estar en paz con su pasado. Así que me voy. Y si tanto quieres que alguien lo ayude, responsabilízate de tus propios deseos. 

Sonnie se frota los ojos, suspira y se sincera con una facilidad que me pasma:

—No puedo porque soy una cobarde que le da miedo fallar. 

—Pues responsabilízate también de tus defectos.

Me doy la vuelta dispuesto a alejarme por fin de ella, cuando siento como se aferra a mi chaqueta.

—No te vayas, yo te necesito.

—¿Por qué?

—Porque cuando él habla de ti ya no existe Farah —me confiesa y, entonces, empieza a sollozar. No lo entiendo, ¿por qué me dice eso?—. Y yo ya no soporto lo mucho que la extraño. Todo iba tan bien hasta que su madre se fue. ¿Por qué todo se tuvo que torcer, eh? Éramos tan felices. Quería tanto que volviese esa época, y ahora que pensé que lo había logrado, la veo cada vez tan lejos.

—¿Y qué tengo que ver yo en eso?

—¿Por qué eres tan idiota y no te das cuenta de lo que siente?

Me giro y, tras observarla con duda, me alejo de ella. No, a mí no me vas a engañar así, dándome unas falsas esperanzas que detestaría y me harían sufrir.

—Rainer no siente nada por mí. Si lo hiciese no me trataría tan mal. Así que dejadme en paz, no quiero saber más de él.

—Ah, no sabía que eras un experto en los comportamientos humanos. ¿Qué pasa? ¿Ya lo has mandado a la mierda?

—Sí, Sonnie, hice exactamente eso.

—Y eso te hace más feliz, ¿no? —me pregunta, y no hallo respuesta que darle por el mero hecho de que es negativa—. Ya no eres tan experto, ¿eh? Ni siquiera sabes lo que haces. Todo iba tan bien —prosigue, acercándose a mí para después posar sus manos en mi pecho y empujarme una vez, y otra vez, y otra, y aunque su fuerza es mínima, de alguna forma sus intentos me hacen daño—. Todo parecía tan próximo a acabarse, pero solo sabéis ser idiotas, y él es imbécil y tú lo mandas a la mierda. ¿Y yo qué? ¡Yo también lo he estado pasando mal todo este tiempo y a nadie le ha importado! Solo soy Sonnie la amiga idiota que tiene que alegrar a todo el mundo, que ve lo fácil que es que seamos felices, ¡pero solo sabéis complicarlo todo!

La miro con cierta tristeza, pensando en lo mal que lo está pasando y en que quizás ni siquiera Rainer se ha dado cuenta de eso. 

—Lo siento, pero debo velar por mí mismo  —murmuro, intentando agarrar su hombro para tranquilizarla; sin embargo, ella rechaza mi contacto y se aleja dos pasos de mí. Un autobús se detiene a su espalda y ella suspira.

—Está bien. Solo déjame decirte una cosa: jamás escuché a Rainer hablar con tanta alegría de alguien que no fuese Farah hasta que pronunció tu nombre por primera vez —me confiesa, subiéndose al autobús—. Adiós, perdona si te molesté.

Las puertas se cierran, el transporte se aleja calle abajo y la farola que tengo en frente parpadea. El viento sopla sin ninguna fuerza así que subo la cremallera de mi chaqueta. Me siento en la marquesina, cierro los ojos y me permito pensar un momento en mi compañero sonriendo mientras habla de su hermana. Y, de pronto, lo imagino hablando de mí. Feliz. Farah se fue de su vida sin decirle adiós cara a cara. ¿De verdad quiero hacer yo lo mismo?

El sonido agudo de un vehículo frenando delante de mí provoca que abra los ojos. Un autobús se ha parado delante de la marquesina, y gracias al letrero luminoso que tiene en la parte delantera comprendo que se dirige a la zona en la que vive mi compañero. Suspiro, preguntándome si esto es una señal de un destino caprichoso que desea darme alas para cortarlas y después hacerme volar. La farola sigue parpadeando; sin embargo, cuando me pongo de pie, se queda encendida. 

Demonios. 

Saco la tarjeta del bolsillo y me subo al autobús con la única intención de ir a ver a Rainer. Cuando me bajo en la parada más cercana a su casa, empiezo a caminar apresurado esperando no equivocarme de camino. A medida que avanzo me va dominando la impaciencia, así que sin pensármelo dos veces cojo aire y empiezo a correr deseando encontrarme lo más pronto posible con él. Ignoro a las pocas personas que pasean por la calle, a la oscuridad cada vez más incipiente y al mundo entero si hace falta en favor de mi objetivo. Sin embargo, cuando me encuentro a solas con mi propia existencia, la suya me golpea y me detiene: lo encuentro arrodillado en la acera, con una mano en su tobillo y la otra en su rostro.

Movido por una fuerza de la que desconozco su origen, me acerco a Rainer y analizo su posición: ha tropezado y se ha caído, es obvio. Siempre tropieza. Me inclino hacia delante para ayudarlo a levantarse y descubro que está llorando. ¿Por qué es tan frágil? ¿Por qué parece que se va a romper en mil pedazos? Me arrodillo y acaricio su mejilla, buscando consolarlo y acompañarlo en cada una de sus tristezas. Ahí me pierdo en su tacto de la misma forma que él se pierde en el mío.

Siempre estoy igual. Me pasaba lo mismo con Annie; una lágrima saca mi lado más protector con la persona que quiero.

—Rainer, aquí estoy —le digo, y él abre al momento los ojos, incrédulo por mi presencia. 

—¿Samuel? ¿Qué haces aquí?

—Tú me pediste que viniese, y por última vez he salido a buscarte —respondo, alejando mi mano para no incomodarlo—. ¿Qué haces en medio de la calle?

—También salí a buscarte —responde, y al momento empiezo a reírme por lo absurda que me resulta esta situación. Pues al final será cierto que los que se buscan se encuentran.

—Somos dos tontos, ¿verdad?

—Demasiado —murmura, con una sonrisa tímida—. Oye, levántate, no te agaches por mí.

No sé qué sucede dentro de mí, pero esa mezcla entre su voz temblorosa y apagada, y ese mensaje de debilidad escondido tras sus últimas palabras, me causan la necesidad de acercarme a él y abrazarle sin ningún tipo de miedo a su rechazo, solo porque sé que eso le hará sentir mejor. Ahí me entiendo a mí mismo y mi proceder cuando hice esa llamada; cara a cara recuerdo cuánto le aprecio y olvido mi valentía.

—Es que quiero abrazarte. —Y lo hago, con fuerza, demostrándole con ese gesto que puedo protegerle del mundo un instante y que en esta vida aunque nos sintamos solos, siempre nos abrigará el cariño de un ser querido—. Y si no quieres que me agache por ti, entonces me levantaré contigo —prosigo, para además recordarme a mí mismo que tengo el poder de levantarme cuando yo decida, y eso mismo hago. Parece que ese gesto lo reconforta, porque se abraza con más fuerza a mí, y murmura en mi cuello, mientras yo acaricio su pelo:

—Gracias, de verdad.

—Vamos a tu casa, ¿de acuerdo? —le pregunto, y él afirma con una leve inclinación de cabeza.

Caminamos en silencio mientras mi mente se debate cómo iniciar de nuevo la conversación que ya tuvimos por teléfono. Pero pronto dejo atrás esos pensamientos cuando Rainer se arrima más a mí y entrelazamos nuestras manos. Lo observo frotarse los ojos con cansancio y se me escapa una sonrisa. Cuando nuestras miradas se encuentran, nuestros gestos se tornan serios. 

Entramos en su casa y él se desprende de mi agarre, valiéndose por sí solo para caminar aunque de forma un tanto torpe. Llama a su padre pero nadie le responde. Deduzco que estamos solos.

—Bueno, ¿comenzamos a hablar del tema? —pregunto una vez que he cruzado el recibidor, palpando la pared hasta encontrar el interruptor de la luz.

Cuando todo se ilumina, me encuentro con una sala de estar un tanto caótica: latas de cerveza tiradas, algunas aún llenas, una caja de pizza sin consumir abierta sobre la mesa, ropa sobre el sofá y papeles de periódico en el suelo. Mi padre, si pisase este sitio, se habría puesto histérico. Mi vista va volando a las cortinas; juraría que acabo de ver el rabo de un animal gris. Maldita gata. Observo como Rainer se tira en el sofá y apoya el pie derecho en la mesa, ajeno a todo el revuelo que le rodea, como si lo tuviese más que normalizado.

—Siento mucho haberme ido el otro día, cuando nos... —duda. Supongo que le resulta bastante incómodo recordar que nos besamos, detalle que provoca que vuelva a enfadarme—. Bueno, ya sabes.

—Sí, ya sé. Hablas de eso que parecías tan dispuesto a hacer pero de lo que después te arrepentiste tan rápido —prosigo, ordenando los periódicos y colocándolos con cuidado sobre un estante. Lo miro, parece que mi forma de hablar lo deja más decaído. 

—A veces actúo sin pensar y luego pienso demasiado —murmura. ¿Qué quiere decirme? ¿Qué todo lo que hizo conmigo eran las típicas estupideces de alguien impulsivo que no medita sus acciones? ¿De que fue un error? Wow, no sé cómo sentirme al respecto, ¿mal?—. Y todo lo que he soportado me bloquea porque...

—Que sí, Wolf, que eres un pobre chico de pasado trágico que como sufrió debe ser perdonado. ¡Claro que sí! Pero si luego soy yo quien te da la patada por amor propio, me convierto en el malo.

—No iba a decir eso.

—¿Entonces qué? —inquiero, mientras tiro la caja de pizza en la papelera, detalle que no le hace ninguna gracia a la gata, porque me bufa tumbada sobre la ropa que acabo de colocar bien doblada en una mesita—. ¿Lo mismo con palabras que te dejen bien a ti?

—No, iba a decir que me bloquean porque me cuesta perdonarme a mí mismo. Pero quiero que sepas que si pudiese volver atrás me habría ido del auditorio, sí, porque tenía que hacerlo, pero no habría negado nada de lo que pasó entre nosotros dos —suelta, con una facilidad y una seriedad que me sorprenden. Yo no sé si creerle—. ¿Desde cuándo estás tan seguro de esto?

—¿De qué?

—De que debemos avanzar de una forma u otra.

—No sé, pero al menos lo intento, no como otros que solo saben estancarse y dañar a los demás.

Esas últimas palabras llenas de reproche parecen más que suficientes para llenar de determinación a mi compañero, porque se levanta del sofá, da un par de golpes con la punta del pie derecho en el suelo como forma de comprobar su estado, y me mira durante unos segundos.

—¿Cuenta como un intento decirle a mi padre que me gusta un chico?

Me quedo en silencio, abro mucho los ojos y aprieto con fuerza la última lata de cerveza que me queda por tirar a la basura, mientras repito en mi cabeza lo que Rainer acaba de decir. ¿Cómo que le gusta un chico? ¿Qué chico? No, esto es una broma, ¿verdad? Se está vengando por cómo le estoy hablando, él es así. Retrocedo y choco contra la pared, cerca de un cuadro familiar que prefiero ignorar, porque mi vista está fija en cómo él comienza a caminar hasta detenerse frente a mí.

—¿Qué chico? —dejo escapar, y él sonríe un momento, una de esas sonrisas burlonas que he visto en él algunas veces, cuando alguien hace una pregunta que le resulta demasiado absurda. Dios, incluso estoy comenzando a conocer todo su catálogo de gestos.

—¿La pregunta es en serio? ¿Eres así de lento o es que te pongo nervioso? —inquiere, intentando invadir mi espacio personal, porque en esta batalla por ver quién se mantiene más firme, él solo tiene que acercarse más de lo debido a mí para desestabilizarme, y lo sabe. No, no voy a perder este pulso, no voy a dejar que sea él quien me vacile como siempre.

—No lo sé, Rainer, contigo nunca se sabe nada, por eso causas tantos problemas. —Él entrecierra los ojos y yo doy un paso hacia delante para encararlo con peor burla—. Y si soy yo ese chico, dímelo. Vamos, dime que te gusto, que te gusta Samuel Müller, ese que según tú es un niño rico que nunca podrá llegarte ni a las suelas de los zapatos, un decepcionante, un idiota. Di que te gusta alguien que es tan poca cosa para un chico tan supuestamente genial como tú, di que...

—Para —me pide, firme, y eso solo sabe aumentar mis ganas de seguir burlándome.

—Venga, Wolf, ¿por qué tengo que parar?

—Me estoy enamorando de ti, imbécil.

Me detengo, todavía sufriendo el efecto de unas palabras que han borrado mi actitud de un golpe certero. Dichas sin titubear, con rabia, demostrándome una sinceridad que me abruma. De todos los sentimientos que creí que Rainer guardaba por mí, jamás pensé que encontraría nada parecido al amor. Y ahí recuerdo todas las veces que deseé que él me correspondiera, todas esas peticiones caprichosas y silenciosas que hice, cumplidas en este mismo instante. 

—Dudo que sientas lo mismo —prosigue—, cuando dijiste por qué te gustaba, describiste a alguien que no es real. Te gusta una versión de mí que solo existe en tu cabeza.

—Mentira —respondo al momento, porque lo que menos voy a tolerar es que dude de mis sentimientos. 

—Es verdad. Te fijaste en ese chico que siempre es alegre, que nunca hace daño a los demás, que los quiere ayudar, que es el mejor en todo. ¿Qué queda de él ahora mismo?

—Todo, Rainer. Quizás tienes tan poco amor propio que no entiendes nada, pero eso no vuelve menos reales mis sentimientos. Me fijé en las veces que me ayudaste, en las que me sonreías, en las palabras que me decías cuando estábamos solos. Todos esos buenos gestos que te nacían conmigo y me hacían sentir tanto, porque no tenías que ser así conmigo y a pesar de todo, lo eras. ¡Lo eres, demonios! ¿Y ahora me dices que esa persona a la que he estado observando todo este tiempo no eras tú, sino una mentira? No me vengas con cuentos y no trates mis sentimientos como un error. Asume tus facetas, ¡incluso las buenas!

Inspiro con fuerza, intentando tranquilizarme porque me he expuesto de tal forma ante Rainer que me devoran los nervios. Sin embargo, la firmeza con la que he dicho esto último parece alegrarle. Suspira, esquiva mi mirada con vergüenza y sonríe. Acto seguido observa a nuestro alrededor y me dice con una voz pausada:

—No sé cómo eres capaz de ordenarlo todo en mi vida.

—¿Qué?

—Que incluso llegas aquí y haces que esto parezca un hogar.

Observo yo también la estancia; desde que llegamos me he dedicado a recogerla por el mero hecho de que necesitaba hacer algo para distraer la mente mientras hablábamos. Y, sin darme cuenta, unos minutos han sido más que suficientes para dejar la sala como un lugar acogedor. Me llevo una mano al brazo contrario, incómodo. ¿Por qué me lo dice como si fuera algo importante? Tampoco es para tanto, o quizás sí lo es para él.

—Todas las veces que decía ser mejor que tú, me callaba lo mucho que podía llegar a admirarte.

—¿De verdad? ¿Me admiras? —pregunto, y él le dedica una sonrisa dulce a mis dudas—. Es que nunca eres sincero, Rainer.

—Eso puede cambiar ahora mismo.

—¿Cómo?

—Te quiero, Samuel.

Tres sencillas palabras causan en mí un sentimiento tan fuerte que inunda mi pecho. Escucho los latidos acelerados de mi corazón, tan incrédulo como yo ante lo que acabo de escuchar. Cierro los ojos un momento, repitiendo sus palabras en mi mente, y entonces me percato de algo: yo también estoy sonriendo.

—No sabía que sentías eso por mí —respondo, agachando la mirada.

—Me lo he callado demasiado tiempo.

Noto como le empieza a brillar la mirada. Una lágrima resbala por su mejilla y otra más la acompaña. No me importa que llore una vez más, porque sé que le estoy ayudando a desahogarse.

—Repítemelo —le digo, y esa petición es sustituida al momento por un exigencia—. Dímelo. Dime otra vez lo que sientes por mí.

—Te quiero —comienza con una voz débil, limpiándose la cara con la manga de la chaqueta—. Haberte conocido es lo más bonito que me pudo haber pasado. Cuando estoy contigo siento que mejoro y me acerco poco a poco a lo que significa la felicidad. Pero también me vuelvo caprichoso y egoísta porque quiero que me mires a mí, que me sonrías a mí, que me ames a mí y que me elijas a mí. Quiero crecer contigo y que tú crezcas conmigo, porque a tu lado solo deseo ser mejor persona. Porque Samuel, me estoy enamorando demasiado de ti.

Se calla, y yo recibo la calidez de sus palabras borrando todo rastro de frío de mi alma.  

—Así es imposible irse de tu lado —murmuro. Rainer se acerca más a mí y sujeta mi rostro con sus manos. Nos miramos durante unos segundos y, entonces, observo como él se inclina hacia delante con la intención de besarme. Dios, tengo tantas ganas de sentir sus labios. Sin embargo, cuando está a escasos centímetros de mi boca, recuerdo todos los momentos donde a él le dominaron los miedos y lo aparto—. No me beses.

—¿Por qué?

—Porque necesito estar seguro de que no te arrepentirás de hacerlo. Me dolería demasiado.

Esa última frase parece despertar algo en mi compañero, porque sin titubear un solo momento, me sujeta la mano y comienza a caminar, tirando de mí.

—Espera, ¿qué haces? —pregunto mientras él me arrastra fuera de la sala.

—No me arrepiento de coger tu mano.

—¿Rainer?

—No me arrepiento de cruzar la sala. No me arrepiento de subir las escaleras —prosigue, y ambos subimos las escaleras hacia el piso superior—. Ni me voy a arrepentir de llevarte a mi cuarto.

Eso hacemos, entrar en su habitación y detenernos cerca de la puerta, mientras yo intento asimilar esta carrera tan brusca y busco refugio en un alrededor oscuro, lejos de su mirada.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunto, apoyándome en la puerta aún entreabierta y, entonces, él la cierra.

—No me arrepiento de cerrar la puerta, ni de que estemos solos, ni de acercarme más a ti, ni de tocar tu mejilla. Y no me voy a arrepentir de besarte.

Cierro los ojos y noto su respiración cerca de mi boca. Nuestros labios se rozan y me besa con cuidado, en una suave y cálida caricia cargada de afecto. Sostiene mi rostro con sumo cuidado y lo hace suyo; una de sus manos se pasea por mi nuca enredándose los dedos con mi cabello. Rainer comienza a dibujar un camino de besos por mi mandíbula. Cuando baja al cuello, suelto una leve risa que se transforma en un quejido suave a causa del acúmulo de sensaciones que me produce y me debilita la voz. Toco su pecho con cuidado y él me da un beso en la frente. Sonrío disfrutando de cada uno de sus gestos llenos de cariño y me siento adicto a ellos. Cuando nuestras bocas vuelven a juntarse, necesitadas de atención, ya no existe ningún tipo de barrera y la inocencia se hace más sutil y más pequeña. Nuestras lenguas se encuentran al igual que nuestras respiraciones. El tiempo se detiene permitiendo que nos recreemos en este agradable encuentro. Mis dedos acarician su vientre y su chaqueta cae al suelo. La mía tiene el mismo destino. Me concentro en el sonido de nuestros besos, húmedos e impacientes, de nuestras respiraciones, erráticas y calientes, así como de nuestros movimientos, acompasados y torpes. En este momento, te comportas como si me adorases y me besas como si fuese la persona más preciada de tu vida presente. Como si el mundo girase a nuestro alrededor y tu eje llevase mi nombre. Y me gusta, porque yo me comporto exactamente igual que tú.

Rainer se pega aún más a mi cuerpo y yo suspiro al sentir la agradable fricción de nuestras caderas. En este punto, nos quedamos quietos, intentando controlar el ritmo de unas respiraciones cada vez más agitadas. Estoy como si mis pies hubiesen dejado de tocar el suelo. Pero mi inocencia vuelve a hacerse presente, por lo que mis manos se quedan clavadas en su cintura sin saber muy bien cómo continuar con este acercamiento tan íntimo.

Y, entonces, él decide tomar ahora las riendas de la situación y comienza a tirar de mí para llegar hasta su cama. Mis pasos torpes siguiéndole no son más que un símil de la batalla que se libra en mi cabeza, entre la parte racional que cree que esto va demasiado rápido y la que quiere seguir disfrutando de este momento. Sin embargo, cuando Rainer me empuja con cuidado en su cama, es la primera parte la que gana la batalla y yo, sentado, me echo hacia atrás mientras le mantengo la mirada, a punto de pedirle que se detenga.

El caso es que, cuando voy a abrir la boca, él se arrodilla frente a mí y, sin mediar palabra, me abraza con fuerza. Dejo pasar los segundos mientras acaricio su cabeza, sin tener muy claro qué pensar de todo esto. Hasta que, de pronto, rompe el silencio:

—Ya está, me acepté, no va a pasar nada malo —le escucho murmurar contra mi cuello, y se aferra con más fuerza a mí, como si yo pudiese protegerle de algo.

¿Qué tipo de batallas mentales ha enfrentado este chico para que actúe así? No le doy más vueltas y me separo de él para mirarlo a los ojos. Con tranquilidad le susurro lo que creo que necesita oír:

—Claro que no va a pasar nada malo. Ni tampoco se va a repetir lo de tu hermana, te lo prometo. ¿Me crees? —Asiente con la cabeza, con un gesto decaído que me contagia—. Entonces, ¿por qué estás tan triste?

—¿Qué tengo de bueno para ti?

Vaya, me sorprende la facilidad con la que ha hecho una pregunta que expone su lado más vulnerable, inseguro e infantil. Y en cierta forma me alegra no encontrar un atisbo de duda sobre mi persona en este momento, porque eso me ayuda a darle una respuesta; yo soy yo, soy lo mejor que tengo para ofrecer, y quisiera que él lo viese igual consigo mismo. Así que me levanto de la cama y voy directo al escritorio que tenemos a nuestra derecha. Cojo un rotulador negro, me permito un minuto para pensar y vuelvo a sentarme a su lado en la cama. Le agarro de la muñeca derecha, le remango la chaqueta y poso la punta del rotulador en su antebrazo.

—¿Sabes qué voy a hacer ahora mismo? —inquiero mientras escribo, y él empieza a reírse como respuesta a las cosquillas que le produce el rotulador.

—No sé, ¿practicar tu letra de médico? —me responde, rememorando aquella pregunta que le hice en el trastero hace meses, y empiezo a comprender por qué hay tantas cosas de mí que no olvida, por lo que me nace la duda de cuánto tiempo llevará queriéndome.

Aún me sorprende que esto sea mutuo.

—Te escribo esa palabra en árabe que tú me escribiste a mí hace tiempo. Recuerdas ese día, ¿verdad? Yo no lo olvido, porque a partir de ahí empecé a sentir algo por ti. Te dejé de ver como ese idiota que estaba siempre alegre, ansioso por molestarme, por ser el mejor. Empecé a verte como una persona que lo pasaba mal y, a pesar de todo, se disculpaba incluso en un momento de sufrimiento, se esforzaba por hacer feliz al otro, por darle lo mejor de sí mismo, por enseñarle sin ser esa su intención. Y lo mejor de todo es que sin darte cuenta rompiste esta burbuja de monotonía en la que estaba atrapado y me mostraste que hay un mundo por el que luchar que vale la pena: el de tus propios sueños. Que yo creía ser el mejor en todo, y solo lo era para cumpliendo los sueños de los demás. Que era genial satisfaciendo al otro y olvidándome de mí mismo. Has estado todo este tiempo conmigo, me has apoyado, y no he podido ignorar esto que siento cuando estoy a tu lado. Me encanta estar contigo, y estoy seguro de que todo lo que tienes es bueno para mí, solo debemos no volver a hacernos daño o esto no habrá servido de nada —respondo, poniéndole la tapa al rotulador, y él se ríe en bajo y me da un leve empujón en el hombro.

—Eres un maldito cursi, Müller.

—Es mi forma de darte seguridad. Así que escucha —prosigo, soltando el rotulador en la cama y sujetando su rostro—. No te olvides de quién eres, tú eres todo lo que me has transmitido, lo que me enseñaste a ser. Tú eres esa palabra que he escrito en tu brazo —prosigo, posando los pulgares en las comisuras de sus labios para forzarle a dibujar una sonrisa—. Y tú eres este gesto.

Nos mantenemos en silencio, mirándonos. Dejo de forzarle la sonrisa porque ahora le nace por sí sola. En este ambiente mortecino, detallo con dificultad su pelo revuelto, sus ojos claros, sus hoyuelos y sus labios. Entonces, me inclino hacia delante cediendo a las ganas que tengo de volver a besarle, cuando escucho como me susurra una petición que me detiene a medio camino:

—Samuel, seamos pareja.

Se me escapa una pequeña risa por culpa de los nervios, lo miro con decisión y respondo a escasos centímetros de su boca:

—A mí no me van esas mierdas.

—Espera... ¿¡Qué!? ¡Eres un rencoroso! —exclama, molestándose más a medida que aumento mis carcajadas. El codazo que me acaba de meter en el vientre es más que merecido, lo sé—. Joder, menudo humor tienes.

—Lo sé. —Rainer espera mi respuesta con un nerviosismo tan dulce que necesito volver a abrazarlo—. Escucha: ahora mismo me haría muy feliz ser tu pareja, pero si acepto tu petición estaré demostrando que no aprendí de mis errores. —Me separo y descubro su mirada cargada de pesar y miedo, así que continúo explicándome—. Mi relación con Annie no funcionó porque empezamos de golpe, sin meditarlo. Pero no quiero cometer ese error contigo. —Sujeto su rostro y le doy un beso corto con la intención de tranquilizarlo—. Me gustaría que nos diésemos un tiempo para conocernos mejor, para saber cómo funcionamos juntos pero, sobre todo, para que empieces a sanar y me permitas entender cuáles son esas tristezas que cargas sobre tus hombros. Yo también me esforzaré para mejorar como persona, pero entiende que en una relación participamos los dos y si queremos merecernos, debemos sanar.

—De acuerdo —contesta sin fuerzas, triste y con la mirada gacha.

—¿Qué sucede?

—¿Y si te canso? ¿Y si te hartas de mí y dejo de interesarte?

—Eso no va a suceder.

Se lleva una mano a la nuca y suspira. No parece muy seguro pero al menos está más tranquilo.

—Supongo que lo callaremos. —Afirmo con la cabeza—. ¿Tu familia me odiaría si se entera?

No respondo. La respuesta es afirmativa pero no pienso martirizarlo con ella. Sé cómo son mis padres, se negarían en rotundo a que estuviese con un chico y yo tampoco puedo pedirles que cambien su forma de pensar de la noche a la mañana. Ojalá fuese tan fácil. Y aunque lo fuese, prefiero que lo mantengamos en privada porque no sé en qué va a resultar esto. Quizás en una semana comprobemos que estamos mejor como amigos. Bah, tengo que dejar de darle vueltas al asunto porque...

—No pasa nada —interrumpe de pronto mis pensamientos—. Voy a compensar todos mis errores, conseguiré que esto funcione.

—Eso intentaremos.

—Voy a cuidar de ti.

—Cuidaremos el uno del otro.

—Está bien, aunque eso ya lo hacías antes —remata, abrazándome con más fuerza.

—Eres un maldito cursi, Wolf —contesto, y recibo una colleja en la cabeza que yo mismo me he buscado, aunque me causa el mismo efecto que una cosquilla.

Acomoda la cabeza en mi hombro y permanecemos así un largo rato, abrazados mientras busco consolarlo. En un momento dado, descubro que se ha quedado dormido. No me extraña, cuando hablábamos parecía demasiado cansado. Espero a que despierte hasta que desisto, lo tubo en la cama y me levanto de ella con cuidado, sin hacer el más mínimo ruido. Sin embargo, cuando poso la mano en el picaporte de la puerta, él me interrumpe con su voz adormilada:

—¿Te vas?

—Sí, es demasiado tarde. Mañana nos llamamos para hablar otra vez de esto, ¿de acuerdo?

—Ya... —murmura, moviéndose en la cama—. Siempre te vas.

Cuando me giro para verle, extrañado por esa afirmación, me percato de que está medio dormido. ¿Estará soñando? Camino despacio hacia donde se encuentra, me agacho y le doy un beso en la frente. Ese gesto parece sorprenderle porque abre los ojos al momento, clavándolos en mí. Después, sujeta mi rostro. 

—Yo no me voy de tu lado, Rainer.

—Eso ya lo sé, ¿por qué lo dices? —responde, y después me observa frunciendo el ceño—. ¿Qué estabas haciendo? ¿Me estabas viendo dormir? Rarito.

Ignoro la burla y lo abrazo por última vez, para después despedirme de nuevo. Bajo las escaleras y cruzo la sala evitando hacer contacto visual con la gata, que me mira con el desprecio plasmado incluso en sus bigotes. Cierro la puerta de la casa y cuando soy consciente de que me encuentro fuera, en la boca de la noche, inspiro con fuerza. Aprovecho que me encuentro solo y me río durante unos segundos, descargando toda la alegría que me inunda con ese gesto. Compruebo que mi teléfono está lleno de llamadas perdidas de Adam, Klaus y mi hermana. Me inclino hacia delante, cierro los ojos, cuento hasta tres y, cuando los vuelvo a abrir, echo a correr hacia casa. Por primera vez desde hace mucho tiempo echo una carrera no contra mí mismo, sino por mí. Y, por primera vez en mi vida, mientras siento el aire silbar en mis oídos y golpear mi cara, mientras noto como con cada paso suelto el peso que había sobre mis hombros, me siento libre.

Si he tenido la valentía suficiente como para enfrentar este problema y encontrarle una solución, puedo enfrentarme al resto. Aún no sé cómo, pero sí cuando: pronto, porque el curso termina en tres meses y el tiempo se me acaba. Y lo único que tengo claro ahora mismo es que he comenzado a dar los últimos pasos para encontrar mi propia felicidad.

Ya queda menos para terminar esta carrera llena de obstáculos.

°°°

Hey. Qué tal.

#WhenOsHagoEsperar42CapítulosParaUnSainerReal

Espero que os gustase el cap, (y si no, os tomáis unas galletas y a la cama), os mando un abracete y todas esas cosas bonitas que hacen los humanos como yo.

En fin. Si tuviese que dividir el libro en dos en cuestión de trama y extensión, estoy convencida de que la primera parte de la obra terminaría aquí, en este capítulo. Así que nos vemos en la siguiente parte!

I love yoooou :D

Continue Reading

You'll Also Like

14.8K 730 19
idea se me ocurrio cuando andaba súper súper mariguano
3.3K 210 13
Armin es un chico tímido, tan tímido que cada que escucha la voz de quien le gusta se sonroja hasta la nariz. Tras unos sucesos que el no puede contr...
68.9K 7.3K 52
[Terminada] [En edición] Axel Derry no hubiera creído que un incidente en la biblioteca con el "chico nuevo" iba a iniciar una etapa en su vida que l...
54.3K 9.8K 20
El éxito y carisma de un influencer puede encandilar a los fans, lo que no saben es que no todo lo que se ve en la pantalla es tal como aparenta ser...