Rompiendo mi monotonía.

נכתב על ידי YourLittleBiscuit

2.4M 219K 799K

Samuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Un... עוד

Dedicatoria.
I. Mi indudable atractivo.
II. Mi idiotez con churros.
III. Mi hombría, la runner.
IV. Mi cerebro con leche.
V. Mis proyectiles de comida.
VI. Mi sensualidad destronada.
VII. Mis conocimientos sobre tópicos.
VIII. Mis maravillosas (diva)gaciones.
IX. Mis aventuras en el váter.
X. Mi debilidad tras una capa de orgullo.
XI. Mi experiencia con los tiburones voladores.
XII. Mi asombroso arte contemporáneo.
XIII. Mi birrichiri in il Gymnisiim.
XIV. Mi forma de ser, decepcionante.
XV. Mi psicóloga, la mujer piruleta.
XVI. My sign language is very bad.
XVII. Mis sentimientos por ti.
XVIII. Mi solución a todo son las patatas.
XIX. Mis carreras contra un chihuahua cabreado.
XX. Mi compañero es imbécil y los matemáticos merecen un holocausto.
XXI. Mi manera de buscar tu sonrisa y mis saltos rompe platos.
XXII. Mi noche a lo Steve Harrington con Steve Harrington.
XXIII. Mi cerebro está de fiesta en el hemisferio sur.
XXIV. Mis compañeros de clase esnifan tiza.
XXV. Mis conversaciones entre hombres son un poco extrañas.
XXVI. Mi orientación sexual, expuesta en el museo Gestalt.
XXVII. Mi sensación de que el mundo es muy pequeño.
XXVIII. Mis lanzamientos de xilófono, nuevo deporte olímpico.
XXIX. Mi concepto del Efecto Mariposa.
XXX. Mis tropiezos con Míster Sexy Wolf y los siete cabritillos.
XXXI. Mis palabras, tus silencios, nuestros miedos.
XXXII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (I)
XXXIII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (II)
XXXIV. Mis células, en estado de idiotafase.
XXXV. Mi frustración, eau de toilette nº 25 en La menor.
XXXVI. Mis noches de viernes son demasiado absurdas.
XXXVII. Mi necesidad de entenderte y mis encuentros con arañas asesinas.
XXXVIII. Mi música en tus silencios.
XXXIX. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (I).
XLI. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (III).
XLII. Mi seguridad, ahuyentando tus miedos, prometiéndonos felicidad.
XLIII. Mis primeros pasos conociéndote mejor.
XLIV. Mis encuentros nocturnos con topos terroríficos.
XLV. Mi balanza mental, desequilibrada.
XLVI. Mis explosiones, causantes de terceras guerras mundiales.
XLVII. Mi lista de objetivos por cumplir.
XLVIII. Mis charlas sobre las estrellas, los gatos exhibicionistas y el perdón.
XLIX. Mis llamadas a la línea caliente.
L. Mis silencios incómodos.
LI. Mis persecuciones a la psicóloga fugitiva.
LII. Mi orientación sexual, trending topic.
LIII. Mi visión de la realidad y la importancia de saber cuándo decir adiós.
LIV. Mis deseos a la estrella que bajaste al fin del cielo.
LV. Mi extraña familia y los ataques de las albóndigas voladoras.
LVI. Mi mundo te daré si tú me das, a cambio, tu mundo y una sonrisa.
LVII. Mis peleas con las gallinas y la lista de objetivos que cumplimos juntos.
LVIII. Mi angustia en tus dudas, mi sosiego en tus ojos.
LIX. Mis aventuras en el bosque de los magreos y el seto que destruimos juntos.
LX. Mi torpe forma de decirte adiós.
LXI. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (I).
LXII. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (II).
LXIII. Nuestra historia, rompiendo mi monotonía.
Extra I.
Extra II.

XL. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (II).

36.2K 3.1K 11.5K
נכתב על ידי YourLittleBiscuit

Años atrás:

Viernes por la noche. Estoy acompañado por Olivia Graf, la chica con la que me he estado viendo desde hace un par de semanas y que, ahora mismo, ha bebido un poco más de la cuenta. Por suerte está poco borracha. Cuando llegamos a mi casa, le abro la puerta y ella se dirige al salón sin pedir permiso. Menos mal que a estas horas nunca está mi padre. Bueno, en realidad, desde el intento de suicidio de mi hermana, él no está casi nunca en casa, y lo prefiero así.

Me toco el brazo justo donde mi ropa esconde un moratón y suspiro. Sí, lo prefiero así. Es difícil tratar con mi padre cuando está borracho.

—Raineeer, no te quedes en la entrada, ¡ven aquí! —me pide la chica.

Cierro la puerta y me dirijo a la sala, saltando sobre un par de latas de cerveza. Enciendo las luces y la encuentro de pie al lado del sofá, observando las bandejas vacías de comida china encima de la mesa que preside la estancia. Las tiraría a la basura, pero la papelera está hasta arriba de papeles. Ya la vaciaré en otro momento.

De pronto, ella apaga las luces y se acerca a mí, entrelazando nuestras manos.

—¿Tenemos la casa para nosotros dos?

—Sí —respondo, y ella me da un corto beso en la mejilla—. Supongo que mi padre no volverá hasta mañana.

Olivia tira de mí, me empuja contra el sofá y se sienta sobre mis piernas. Durante un rato nos mantenemos en silencio, besándonos cada vez con más urgencia. Ella parece disfrutar con la situación pero a mí me agobia su compañía, porque me hace sentir tan vacío y desordenado como esta casa.

En un momento dado, noto como baja sus manos hacia mi cintura e intenta quitarme la camiseta. Como la detengo, se centra en desabrocharme el pantalón. La sujeto por las muñecas para impedírselo y ella rompe el beso.

—Vamos a hacerlo —me pide con un susurro, y yo me separo de ella. Siempre está insistiendo con este tema.

—No, has bebido. No está bien.

—Te estoy dando mi permiso, tonto —protesta, agarrándose el borde de su camiseta con la intención de quitársela, y yo vuelvo a detenerla, detalle que la enfada—. Ay, ¿qué te pasa? ¿Primero me calientas y luego te rajas? ¿De qué vas? Eso no se hace.

La miro con los ojos entrecerrados. Qué chica tan maleducada.

—Me da igual que me des tu permiso, en tu estado no está bien que hagamos nada, y por mucho que insistas, no quiero acostarme contigo.

He hablado con la mayor sinceridad posible porque, aunque ella tiene casi diecisiete años, yo todavía tengo quince y no estoy preparado para dar este paso, y mucho menos con una persona como ella. Sin embargo, es posible que mis palabras le hayan molestado, porque se lleva las manos al pecho y me dedica un gesto de dolor mezclado con rabia. Se levanta de mis piernas y me da la espalda, cruzándose de brazos.

—Wow, gracias. Pensé que yo te gustaba. —Se queda en silencio, esperando una respuesta que no llega nunca. Hay pocas cosas en la vida que me gusten, y Olivia no forma parte de ellas—. ¿En serio no vas a responderme?

—Lo siento.

—Vete a la mierda —me espeta, con la voz pastosa por culpa del alcohol. Entonces, al cabo de unos segundos, suelta una risa tan suave como una caricia, que capta mi atención al instante. Se da la vuelta, se lleva una mano a la boca para ocultar su sonrisa y me dice—: ¡vaya! ¿Cómo no me di cuenta antes? Ahora entiendo por qué me rechazas: al final sí que era cierto eso que dicen de que eres marica.

Tenso la mandíbula. La alegría se le borra del rostro y da un paso hacia atrás, aunque su mirada sigue transmitiéndome el mismo veneno. Me levanto del sofá y me llevo una mano a la frente, sintiendo un mareo. ¿Por qué? ¿Por qué estoy condenado a que me persigan los recuerdos de lo sucedido hace un año?

—¡Lárgate! —exclamo, señalándole la puerta. Como ella no se mueve, la empujo y después la agarro con fuerza, echándola de casa e ignorando todos los insultos que me dedica. Cuando ya está fuera, le cierro la puerta en las narices—. ¡No quiero volver a saber de ti! ¡Déjame de una maldita vez en paz!

Apoyo la espalda en la pared e intento controlar el ritmo normal de mi respiración. Cuando estoy seguro de que ya se ha ido, me dejo arrastrar hasta el suelo y empiezo a llorar. Desearía estar en el hospital, en su habitación, sujetando su mano, diciéndole que todo irá bien. Dios, echo tanto de menos a Farah. Soy tan infeliz.

Cuando me canso de llorar, lo único que queda en mi pecho es rabia. Salgo de casa y me dirijo al único sitio donde sé que alguien podrá escucharme. Harto de todo, movido por una frustración que me supera, decido reivindicarme por lo menos una vez sin sentirme culpable.

Al llegar a mi destino, una casa que está a diez minutos de la mía, llamo al timbre y me abre mi mejor amigo, Hugo.

—Rainer, ¿qué haces aquí? —me pregunta, y noto en su rostro un sentimiento del que estoy demasiado acostumbrado: cansancio hacia mi persona—. Acabo de recibir un Whatsapp de Olivia. Chico, me dijo que la trataste como un capullo. ¿Qué te pasa? ¿Por qué la trataste mal?

—Ya, cállate, por favor —le espeto, con poca contundencia y bastante fragilidad, pero con la suficiente fuerza como para que él obedezca—. Siempre hablas, pero nunca me escuchas. Así que esta vez ¡vas a escucharme! Te pedí que me ayudases a sobrellevar lo de mi hermana, y todo lo que he hecho hasta ahora ha sido salir contigo, emborracharnos, fumar, conocer gente que no me interesa y un largo etcétera de cosas que yo odio. Y todo porque, según tú, me ayudaría a estar mejor. ¡Algo que no ha sucedido! ¿Sabes qué? No soy imbécil, sé lo que piensas de mí, se te nota en la cara: que soy una carga para ti, que no te apetece ayudarme, que te molesto. Lo único que te haces es fingir que me echas una mano mientras tú lo pasas bien —le recrimino, con la voz quebrada, aunque lo suficientemente bajo como para que su familia no me escuche. Me siento como un niño, frágil, desamparado, necesitado de la más mínima muestra de afecto—. Yo, lo único que quería era estar contigo, jugar videojuegos y hacer el tonto para olvidarme de que ya no me queda nada en esta vida. —Me limpio las lágrimas con la manga de la sudadera y me maldigo a mí mismo por mostrarme tan débil—. Siento mucho ser una carga pero por favor, no te hartes tú también de mí, eres el único amigo que me queda.

Cuando termino de hablar, Hugo, que ha permanecido todo el tiempo serio, carraspea y gira la cabeza para hablar con alguien. A mí me domina el miedo. Va a echarme de aquí, ¿verdad? No me extraña, me lo merezco.

—¡Eh, mamá! Rainer se va a quedar a dormir esta noche —exclama de pronto, para mi sorpresa. Abre más la puerta, se dirige al recibidor y abanea la mano para indicarme que le siga—. Me aburrí de jugar a Uncharted, así que me compré The Last of Us. Todavía no lo he probado, ¿quieres jugarlo tú? Dicen que es buenísimo.

Todavía perplejo, asiento con la cabeza y entro en la casa. Él sube las escaleras hacia el piso superior y yo me quedo en el recibidor, analizando lo que acaba de suceder. Su madre y su hermana pequeña aparecen y me saludan con una amplia sonrisa. La niña me ofrece unas galletas y yo las rechazo, no porque no me apetezca, sino porque me siento perdido.

Subo al piso de arriba y entro en el cuarto de mi amigo. Estoy preparando en mi cabeza mil discursos con los que pedirle disculpas por mi anterior actitud y por todos mis reproches. Entonces, sin que me dé tiempo a reaccionar, él se coloca frente a mí y cierra la puerta.

—¿Qué pasa...?

Algo interrumpe mi pregunta. Un gesto inesperado que creo no merecer, que me agobia, que me duele, que me frustra y que me llena. Hugo me da un fuerte abrazo, pegando mi cara contra su pecho mientras acaricia mi cabello. Intento apartarme de él, pero su agarre fuerte y firme me lo impide. Así que me quedo inmóvil, notando como mi respiración se agita, mi corazón late con fuerza, mis manos tiemblan y mis ojos se inundan por las lágrimas.

—Para, no me abraces —le pido, y empiezo a buscar mil excusas para que se aleje de mí—. No sigas, no te sientas obligado, no lo hagas por pena. ¡Es raro! Para.

—Lo siento, siento mucho ser un imbécil, Rainer. Pero no me iré nunca de tu lado, te lo prometo.

Asiento y correspondo al abrazo, inmensamente agradecido por el hecho de que me haya dado la razón en vez de echarme en cara mi actitud, así que me permito sentirme querido al menos por un rato. Hacía tanto tiempo que no recibía un abrazo.

—Gracias. De verdad, gracias. 

°°°

Ya ni siquiera consigo enumerar las veces que mi hermana se ha presentado en mis sueños. En ellos siempre sucede lo mismo: estoy tumbado en mi cama, y aunque soy incapaz de abrir los ojos, siento como ella me abraza y me repite unas palabras que en mi infancia fueron un tesoro para mí, un alivio, un salvavidas: que me protegerá de todos los males de este mundo, que debo alegrarme porque me quiere, que deje de llorar y dibuje una sonrisa por ella. Sin embargo, y como sucede ahora mismo, cuando consigo abrir los ojos para abrazarla y decirle cuánto la extraño, descubro que ha desaparecido. La realidad tiene muchas formas y, para mí, todas cansan. Creo que nunca en mi vida había sentido un vacío tan frío como en este mismo momento.

Me siento en la cama y compruebo la hora en mi reloj: son las once de la noche. Todavía no estoy acostumbrado a mi nueva habitación. Papá y yo nos mudamos a la casa de mi abuela, mucho más pequeña, porque la nuestra nos parecía muy solitaria y guardaba demasiadas historias, porque nos recordaba todo lo que perdimos. Sin embargo, nuestro nuevo hogar está tan falto de vida, que no me extraña que papá nunca quiera estar aquí. Da igual a dónde huyamos, no vamos a recuperar lo que perdimos en el pasado.

Bajo las escaleras hasta el recibidor con la intención de salir de casa para dar una vuelta y fumar. Cojo el abrigo que está colgado en un perchero, extrañado por su peso, y cuando me dispongo a ponérmelo escucho un maullido que procede de un animal grande, gris y orgulloso que está colgado de la prenda y me escruta en la oscuridad con sus brillantes ojos como dos linternas. No sé en qué momento he perdido la capacidad de sorprenderme, porque esta estampa es de lo más tétrica.

—Megalodón, ¿quién te ha dado permiso para dormir en mi abrigo? —le pregunto, mientras me lo pongo y esta se toma la libertad de subirse a mi regazo clavándome las uñas en la ropa. Mira que es rara esta gata. Ni siquiera sé cuándo fue que se autoinvitó a mi casa y me proclamó su dueño. Mi padre quiso echarla de forma infructuosa; cuando hicimos la mudanza y creímos que la habíamos perdido de vista, apareció dentro de una caja llena de libros, abrazada a un ejemplar de El gato negro que había destrozado con sus dientes. En fin, que este animal ha encontrado hogar por terca—. Eh, quieta, pequeña pervertida, ¿qué haces? —le pregunto entre risas, porque se ha metido debajo de mi abrigo y ahora asoma la cabeza cerca de mi cuello. Menudo macaco.

Cierro la puerta principal con llave y me dirijo a la calle abrazando a Megalodón, quien ronronea disfrutando del calor humano. Bueno, se supone que ronronea, pero yo me siento como un asesino a sueldo que esconde una motosierra bajo la ropa, porque menudo ruido emite este animal. ¿Será que tiene gases? Dejo atrás mis divagaciones y observo una camioneta que pasa por mi lado. Por un momento creo que es la de mi padre, pero lo descarto al ver que el conductor es un hombre que ronda los cincuenta años. Me centro en el detalle de que va demasiado rápido, seguro que tiene prisa por llegar a su casa y ver a su familia. Me pregunto si papá no viene a casa por la noche porque no hay nadie que le espere, salvo yo. Pero yo no soy suficiente. Casi nunca lo veo porque nuestros horarios no coinciden, así que a veces pienso que solo se entera de mi existencia porque debo hacer la compra, prepararle la comida y ocuparme de la casa. Aun así, me alegro de que coincidamos tan poco, porque cuando nos cruzamos él suele estar borracho y también enfadado. 

Enciendo un  cigarro y le doy una calada. Echo el aire hacia arriba por la boca y observo como difumina las estrellas en el cielo. Medito qué estará haciendo ahora mismo esa mujer a la que hace un tiempo llamaba madre, si será infeliz o si tendrá otra familia. Cuando me regodeo en esa última idea, tan venenosa, escucho como un coche frena a mi izquierda. Observo al conductor con cierto recelo. Al reconocerlo, tiro el cigarro al suelo, lo piso y doy un par de pasos hacia atrás, dispuesto a huir. 

—Rainer, ¡espera! No te vayas, por favor —me pide el señor Gestalt tras bajar la ventanilla del copiloto, y yo me detengo todavía con la intención de seguir huyendo en cualquier instante—. ¿Qué haces a estas horas tan lejos de casa? —Me encojo de hombros como respuesta. Él mira el cigarro que está en el suelo y niega con la cabeza—. Vamos, sube al coche, quiero hablar contigo.

—No.

—Rainer —insiste—. Sube al coche.

Obedezco sin rechistar, abro la puerta tomo asiento a su lado. Cuando él arranca, yo me tenso y me abrazo a mí mismo; mierda, se me había olvidado que llevo a la gata conmigo, debajo de la ropa. Espero que no se dé cuenta, menos mal que ha dejado de ronronear. Estoy a punto de suspirar aliviado cuando Megalodón asoma la cola y empieza a agitarla con rapidez.

—Esto... —murmuro, mientras él me mira por el rabillo del ojo y, acto seguido, se echa a reír.

—El otro día vi con Sonnie una película de miedo malísima donde los monstruos salían de la barriga de sus víctimas, espero que no te esté pasando lo mismo —dice, y yo niego con la cabeza con cierta vergüenza mientras Megalodón tose. Me sorprende hasta qué punto el respeto puede ir unido al descenso de la confianza en uno mismo, porque me siento cohibido al lado de este hombre, como un niño pequeño que aún tiene la necesidad de disculparse incluso por hablar. Apoyo la cabeza en la ventanilla y observo su perfil de reojo; hacía casi dos años que no lo veía, y el paso del tiempo se nota demasiado en las facciones de su rostro: sus ojeras más pronunciadas y sus labios más finos, sumados a las arrugas que antes no tenía y a un pelo que ahora es canoso. ¿Habré cambiado yo en algo?—. ¿Cómo estás, Rainer?

—Bien, supongo. ¿Cómo está Sonnie?

—También bien. —Tras mirarme un momento con un gesto serio, vuelve a clavar la vista en la carretera, mientras yo lo hago en mis rodillas. Me pregunto si le molestará el hecho de que haya cortado todo tipo de contacto con su hija—. Ya sé que Sonnie y tú no os habláis, no te preocupes por eso —prosigue, y por un momento me sorprende, porque he sentido como si me hubiese leído la mente—. ¿Cómo lleváis lo de vuestra hermana? Ya hace casi dos años de eso.

—Papá lo lleva a su manera, ya sabes, bebiendo, trabajando, desapareciendo por las noches.

—No lo culpes —se apresura a decirme, detalle que me molesta. ¿Acaso lo he hecho con esa respuesta?—. ¿Y tú?

—Mal.

—Nunca has sido alguien muy sincero —me confiesa, y yo le dedico una mirada dura que no cambia ni un ápice su gesto tranquilo—. Pero me alegra que no me mientas.

—Siempre te he admirado, no tengo motivos para hacerlo.

—¿Lo haces? —me pregunta, deteniéndose frente a un semáforo en rojo.

Tras unos segundos de silencio donde me dedico a pensar en lo estúpido que es estar quietos en una calle desierta, solo por el mero hecho de que le puede caer una multa, me decido a hablar:

—Lo hacía. Incluso quise ser profesor de pequeño, como tú. Aunque luego vino el atletismo y me olvidé de eso.

—¿Por qué hablas en pasado? ¿Ya no me admiras?

—No —respondo con rencor, recordando aquel día en el que me dejó de lado cuando me pusieron una zancadilla.

Sin embargo, su gesto no cambia ni un ápice ante mis palabras.

—¿Y por qué me admirabas?

—Supongo que gustaba tu manera de lograr que todo el mundo le hiciese caso a tus palabras. No sé si te has dado cuenta, pero cuando hablas eres capaz de tranquilizar a las personas y enseñarles muchas cosas. O al menos eso era lo que causabas en mí.

—Ya, yo también me sentía más motivado a enseñar gracias a alumnos como tú —me confiesa, y yo fijo la vista en la ventanilla, intentando disimular la vergüenza que siento por esta conversación—. La jubilación es dura. Extraño sacarle una sonrisa a mis alumnos.

—¿Por qué?

—¿Por qué el qué?

—¿Por qué lo extrañas? ¿Acaso te llena en algún sentido?

—En muchos. —Yo bufo como respuesta y le señalo el semáforo en verde, él vuelve a arrancar el coche. Ahora que me doy cuenta, llevamos un buen rato dando vueltas, menos mal que esto no es un taxi—. Parece que discrepas, ¿por qué?

—No creo en el poder de una sonrisa.

—¿Y eso?

—Desde que pasó lo de Farah seguí sus consejos: intenté cambiar mi suerte ayudando a los demás, sacándoles una sonrisa y siendo más alegre, pero, ¿sabes? He conseguido todo lo contrario; no encuentro satisfacción ninguna en hacerlo y cada vez me siento más infeliz. Me dijiste hace tiempo que me faltaba la cualidad de ser alegre, ¿recuerdas? —Asiente con la cabeza y yo prosigo—: pues no veo que eso funcione. Con lo fácil que sería sentirme como me da la gana. Durante todo este tiempo solo he querido torcerle la cara al mundo, mandarlo todo a la mierda y permitirme estar triste como hace mi padre, ¿por qué no puedo?

—Por lo que tú mismo has dicho: es lo más fácil. El mundo está lleno de personas que solo piensan en sí mismas y se van a lo más sencillo: guiarse por lo que sienten y ya. Está bien que busques ayudar a los demás para ayudarte a ti mismo, no es algo que todos hagan.

—¿Y de qué sirve? Eso no me hace feliz.

—Porque no buscas un motivo para serlo. Te centras demasiado en el medio y no en el objetivo. No te enfoques tanto en ayudar, sino en lo que te hace sentir.

Acaricio la cabeza de Megalodón, que muerde mi cinturón de seguridad. ¿Por qué él insiste en el tema en vez de buscar comprenderme? Creo que no me entiende.

—Ayudar es una mierda. Nadie te escucha cuando se la das, así que todo el esfuerzo es en vano.

—Eso no es verdad, Rainer. Te olvidas de que solo por el hecho de mostrar interés en los problemas ajenos, estás ayudando mucho a alguien que lo necesita.

—Supongo, aunque estaría genial encontrar, por lo menos una vez, a una persona que ayude de verdad.

—¿Sabes? Quizás esa persona está más cerca de lo que crees, pero hay algo que te impide dar el paso para ayudarla —me explica, y al momento pienso en mi padre y en Sonnie. Yo sé perfectamente que se refiere a ellos—. Esa persona eres tú mismo. —Ahí está de nuevo, leyendo mi mente y corrigiéndome—. Luego están tus seres queridos. ¿Sonreír es un buen comienzo para ser feliz. ¿Recuerdas lo que significa tu segundo nombre? El de tu hermana.

—Alegría. —Mueve las cejas, ladino, y yo me río aunque no comprendo a dónde quiere llegar con esta conversación—. Creo que no te entiendo.

—La sonrisa es un sinónimo de la alegría. Con ese gesto estarás haciéndole un homenaje a tu hermana. ¿No te parece ese un motivo genial de comenzar a ser feliz?

—Je, ¿entonces la solución a todos mis problemas está en ser alguien sonriente? Lástima que «sonriente» sea el significado del nombre de la mujer a la que hace un tiempo dejé de llamar madre.

—¿Y qué? Tú puedes darle un nuevo significa a las palabras. —Detiene el coche, abre la guantera que está frente a mí y saca una libreta y un bolígrafo. Acto seguido me los entrega—. Escribe la palabra sonrisa en una hoja.

—¿Por qué?

—Tú hazlo. —Obedezco, la escribo y se la enseño, como cuando era pequeño y le mostraba los ejercicios resueltos que mandaba en clases—. Mírala con atención; las palabras que uses vuelven a ti y te definen como persona, ¿entiendes? —pregunta, y aunque intenta motivarme, no puedo evitar pensar que esa misma frase me la dijo mi madre el día que se marchó—. Solo encuentra un motivo para sonreír y ya no tendrás que esforzarte para hacerlo. Todos los gestos que le dan significado a la felicidad te nacerán solos. —Afirmo con la cabeza. Él tamborilea unos segundos en el volante y después me mira, curioso—. Escríbeme esa palabra en árabe.

—¿Qué? ¡No!

—¿Por qué no? ¿Acaso no conoces nada de ese idioma?

—Sí, un poco —confieso, recordando las escasas veces que mi madre se interesó en estar conmigo para enseñarme esa lengua—. Pero no me gusta.

—Porque se burlaron de vosotros por ser extranjeros, ¿verdad? —Dejo descansar la libreta en mis piernas y echo la cabeza hacia atrás, pensativo—. ¿No crees que es el momento de que te aceptes? Tú eres tú, tu pasado, tu presente, tu futuro y tu sangre. Las palabras hirientes de los demás no pueden cambiar tu propia definición. Eres quien la porta y debes estar orgulloso de ti mismo, ese es otro paso para ser feliz: aceptarte. Así que escribe.

Cojo de nuevo la libreta y lo hago, solo porque quiero que deje de una vez el tema. Sin embargo, cuando termino, compruebo con sorna que ha sido demasiado fácil. Miro a mi alrededor y, al recordar que estamos solos, me doy cuenta de que nadie me está juzgando por esto, solo yo mismo. Mierda, este hombre siempre consigue hacerme ver las cosas desde otro punto de vista, detalle que me sorprende. Y, sin percatarme, vuelvo a sonreír. Es como si la palabra que he escrito hubiese vuelto a mí de golpe, interiorizándola en lo más hondo de mi pecho.

—¿Quieres entrar en casa? —me pregunta de pronto y yo observo el exterior; ¿en qué momento llegamos a donde vive? He estado demasiado distraído en mí mismo. Lo miro de nuevo con los ojos achinados y al momento entiendo cuáles son sus intenciones—. Está Sonnie. Seguro que hablar con ella te hará feliz. El poder del perdón es extraordinario, ¿sabes?

—Oh, bueno, yo... —titubeo, inseguro. Solo yo sé cuántas veces he querido volver a hablarle, pero el dolor por lo que me hizo lo impedía. Pensaba siempre que ojalá no hubiese sucedido nada malo entre nosotros, porque amistades como la de ella no se encuentran en todas partes.

—No te preocupes por lo que pueda pasar cuando te vea, ella también quiere estar contigo.

—¿De verdad?

—Hasta yo sé que te echa mucho de menos. Se arrepiente por lo sucedido, Rainer, y ese sentimiento es algo que no muchas personas están dispuestas a aceptar.

Medito durante un momento: me dolió que se distanciase de mí, pero solo teníamos catorce años cuando sucedió todo eso. Al fin y al cabo, actuó como yo: alejándose de un ser querido por miedo al acoso, por la presión de nuestros compañeros, por inmadurez. Tiene razón, ¿cuántas personas están dispuestas a arrepentirse y aceptar su error?

—Esto... ¿Puedo quedarme a dormir? —le pregunto, y él me regala una sonrisa llena de orgullo. Esa misma que ponía hace años cada vez que ayudaba a un alumno.

—Claro, pero quiero la puerta de su cuarto abierta, y no hagáis nada raro.

—¡No! —exclamo, avergonzado por la situación, y él levanta una mano y me acaricia el pelo.

—Vas por el camino correcto, créeme.

Afirmo con la cabeza y me abrazo de nuevo a Megalodón. Ojalá no se equivoque, porque hace mucho tiempo que he empezado a odiar cada esperanza que me daban de salir de este martirio.

°°°

—Así que hoy es tu primer día en ese centro, ¿eh? —me pregunta Ruwa cuando llego a la cocina, en busca de una tostada. 

Desde que mamá se fue, mi tía nos visita a mi padre y a mí tres veces por semana, en ocasiones acompañada por su hija Fatima y, otras, sola. A pesar de estar tan ocupada y cansada por su trabajo, busca dar lo mejor de sí misma para animarnos y hacernos reír, y yo le agradezco demasiado todo su esfuerzo. Es curioso, pero a pesar de ser mi tía, me ha transmitido más cariño que mi madre, y me ha compartido un calor de hogar que hacía tiempo que no experimentaba. Por eso mismo, le agradezco también el hecho de que haya venido hasta aquí para hacerme una visita en mi primer día de curso. Es un bonito detalle por su parte, porque iniciar este día tan señalado sin nadie a mi lado me iba a hacer sentir demasiado solo.

Me apoyo en la encimera y la observo comer una tostada. Ella me mira de arriba a abajo, se lleva una servilleta a la boca, traga y exclama:

—¡Oye! ¿Cuándo te di permiso para crecer tanto? —me pregunta y yo me echo a reír. Fatima se sitúa a mi lado y se pone de puntillas—. Menudo estirón has pegado este verano. ¿Cuánto mides?

—Creo que un metro ochenta. 

—Y pensar que antes eras un enano. En fin, estos alemanes y su genética. —Le da un sorbo a su café, aclara la voz y prosigue—: ¿a cuántos Gymnasiums has asistido desde que te echaron del otro?  

—Este es el tercero.

—¿No te gustaron los otros? —Niego con la cabeza como única respuesta. No veo necesario explicarle que no solo me aburrían, sino que lo pasaba mal. Por mucho que me esforzase en buscar un buen ambiente del que rodearme, siempre terminaba encontrándome con alguien que sufría las burlas de los demás, con gente tóxica que me hacía rememorar situaciones de las que solo quería huir—. ¿Y qué tiene el Emil Sinclair de especial? Con lo caro que es.

—Ofrecen una beca a Estados Unidos para hacer estudios universitarios. ¿No sería genial conseguirla?

—Supongo. ¿Hay allí carreras relacionadas con el atletismo?

—Lo dudo, pero me da igual. Voy a hacer Medicina —le aclaro, y ella arruga la frente como respuesta.

—¿Por qué?

—Farah se merece lo mejor —murmuro, me acerco a Fatima y ella se agarra de mi mano—. Y no te preocupes por el dinero, entré a trabajar en una cafetería este verano. En fin, yo ya me voy, muchas gracias por todo.

—Rainer, antes de que te vayas: ¿por qué te quieres ir tan lejos? Aquí hay muy buenas universidades, y no tendrías que estar pendiente de los gastos. 

—Ya te lo he dicho, porque Farah se merece lo mejor.

Cierro la puerta antes de que Ruwa siga con su charla, cojo la mochila, la bicicleta y me dirijo al Emil Sinclair. Durante todo el trayecto me convenzo a mí mismo de que hoy será un gran día, de que no tengo nada de qué preocuparme porque, si sonrío y me lo tomo todo con humor, la suerte se inclinará a mi favor. Cuando llego al centro y dejo la bicicleta a buen resguardo, suspiro y miro a mi alrededor, percatándome con un poco de agobio de la cantidad de alumnos que hay. Todos van vestidos de uniforme, al igual que yo; sin embargo, hay un aire de opulencia que los envuelve, y no tengo claro si ese detalle es real o producto de mis paranoias. Suspiro y avanzo, sintiendo poco a poco como crece la presión causada por un ambiente nuevo que desconozco y no domino. Varios chicos hablan a gritos, riéndose y rememorando lo que han hecho durante las vacaciones, mientras otra fuma escondida tras un arbusto que tiene una forma de lo más extravagante; parece un dinosaurio. Casi en la entrada, una pareja se abraza mientras sus compañeros les piden que se vayan a un hotel. 

Cuando me dispongo a seguir caminando, me encuentro frente a frente con una chica alta y de pelo negro recogido en un moño, que me escruta con unos ojos muy curiosos. Le acompaña otra chica más baja y joven, que da un paso al frente, dispuesta a hablarme:

—¿Eres nuevo? —Afirmo con la cabeza y ella da una palmada, contenta—. ¿A qué klase vas?

—A la doce —respondo, y ella le da un codazo a su acompañante. Entonces, ambas se ríen.

—Vas a ser mi nuevo compañero —se explica la alta—. Wow, hacía dos años que no venía nadie nuevo a mi curso. ¿Por qué te cambiaste en el último año? ¿Qué te trae por aquí, en el Sinclair? —me interroga, como si fuese una periodista nata. Estoy a punto de responderte cuando me interrumpe—: a ver si adivino: quieres la beca a Estados Unidos.

—Supongo que acertaste. —Ella me da unos golpecitos en el hombro, como dándome el pésame—. ¿Qué pasa?

—Es que en nuestra clase está Samuel Müller, así que prepárate para ser una sombra.

¿A qué ha venido ese comentario?

—Creo que no entiendo, ¿quién es ese chico? 

—El mejor alumno con diferencia de este centro. Un niño de papá obsesionado con esa dichosa beca, nadie en especial —se explica, dedicándome una sonrisa que ni por asomo hace honor al veneno que han desprendido sus palabras debido al tono con el que me ha hablado. Genial, menudo comienzo—. Bueno, nosotras ya nos vamos. Por cierto, me llamo Maud. ¡Nos vemos en clase!

La miro alejarse con su amiga y comienzo a caminar hacia la entrada, sumergido en mis pensamientos. Vaya, así que tendré a alguien compitiendo por la beca, ¿eh? Mierda, y parece ser muy buen estudiante. El sentimiento de agobio crece con más fuerza en mi pecho, pero busco tranquilizarme con el pensamiento de que no pasa nada, porque puedo superar a quien quiera si me lo propongo. Yo también soy muy buen estudiante. Ese tal Samuel solo es un chico normal como todos los demás, no debo tomármelo muy en serio.

Llego de último a la entrada de mi aula y me siento en un banco que hay cerca, esperando a que llegue la profesora. Cuando aparece frente a mí y se presenta, se mete en la clase y después me invita a entrar. Suspiro, cierro los ojos un momento e imploro al cielo para que todo vaya bien. Este va a ser mi último año aquí, solo quiero estar tranquilo y feliz. No pido mucho, ¿verdad?

Doy un paso hacia delante, notando lo nervioso que estoy. Entro en el aula sin fijarme en nadie, me detengo al lado de la profesora y miro al frente, a mis compañeros. Es, en ese mismo instante en el que mis ojos se cruzan con los de un chico que me resulta familiar, cuando noto como me da un vuelco al corazón y tengo ganas de huir de allí. Esto debe ser una broma de mal gusto, ¿a qué juega el destino? Vuelvo mi vista al suelo y siento la necesidad de pedirle a la profesora que me deje irme. ¿Por qué tengo que estar en el mismo centro y en la misma clase que el chico que me dio la paliza que me ha impedido volver a competir? ¿Es esta una broma del destino, que me recuerda que no debo ser feliz en ningún momento? ¿Que debo torturarme siempre por lo que le hice a mi hermana? Vamos, tengo que dejar de martirizarme, no puedo huir ahora, a pesar de que siento que en cualquier momento se me van a aguar los ojos. No debo permitir que esto me afecte porque puedo vencer mi propia mala suerte.

Sin embargo, cuando alzo la vista para ver de nuevo a mis compañeros, el agobio aumenta, porque me encuentro con una chica que es demasiado parecida a Ava. Joder, ¿qué está pasando aquí? Como escapatoria, observo el fondo de la clase, pensando en que todo son imaginaciones mías, cuando me encuentro con otra chica que estoy seguro de que me ha reconocido al momento, o al menos eso es lo que sospecho, porque me observa con demasiada intensidad. Me pregunto cuántas veces me he cruzado con ella en el hospital cuando voy a visitar a mi hermana. De nuevo, hay algo más en esta clase que me recuerda a Farah. Y es que, aunque no quiera creérmelo, todos son demasiado parecidos a los últimos compañeros que tuve el año en el que perdí a mi hermana. Incluso hay un chico de pelo rubio en punta que me recuerda mucho a Hugo. Suspiro, agobiado, a pesar de que estoy fingiendo muy bien una actitud despreocupada, porque estoy acostumbrado a mentir con mi estado de ánimo incluso con mi expresión corporal. Es, entonces, cuando observo a un compañero que está al fondo, que no me recuerda a ninguno de los que llamé amigos hace dos años, a los que me dieron la espalda cuando creí que mi suerte no podía ir a peor. Dejo de pensar cuando nuestros ojos se encuentran y la realidad cae sobre mí como un balde de agua fría. Por supuesto que no me recuerda a ninguno de mis antiguos compañeros; mismo aspecto, misma mirada despierta, misma actitud despreocupada, mismo asiento: ese chico es como yo.

—Tú deja que digan su nombre; ya verás como es moro.

Una voz femenina provoca que vuelva a la realidad de una forma dolorosa. No, no puedo volver a vivir esto otra vez. De nuevo esa sensación de asco hacia las personas me domina, envenenándome cuando, de pronto, unas palabras vienen a mí con la intención de rescatarme:

Tú eres tú, tu pasado, tu presente, tu futuro y tu sangre. Las palabras hirientes de los demás no pueden cambiar tu propia definición. Eres quien la porta y debes estar orgulloso de ti mismo, ese es otro paso para ser feliz: aceptarte. 

Ese recuerdo me llena de una valentía y seguridad que creí ya desconocidas en mí. Que hablen, que digan lo que quieran, no me conocen así que no debe importarme lo más mínimo lo que digan de mí. Al fin y al cabo, todos hablan de todos y eso no debe limitarme nunca. Dejo que la profesora me presente, que diga mi nombre, que todos se asombren al darse cuenta que soy tan alemán como ellos. ¿Qué importa? A pesar de ser niños ricos, a pesar de sus prejuicios, no son mejores que yo. Así que los escruto con la mirada por última vez y, cuando la profesora termina de presentarme, los saludo con la mejor de mis sonrisas.

—Hey —les digo, y ahora parece que nadie tiene ganas de hacer un solo comentario.

—Muy bien, Wolf, siéntate donde mejor te parezca, como allí, al lado del señorito Müller —finaliza la profesora, y yo camino hacia mi pupitre, riéndome para mis adentros. Ja, ¿cómo no? Era más que obvio que ese chico tan parecido a mí tenía que ser Samuel, el que va a competir conmigo por esa dichosa beca. Esto va a ser interesante.

°°°

—Samuel, ¿podemos ir a dormir esta noche a tu casa? —pregunta Klaus, un chico que porta con orgullo una larga coleta rubia. Lo he escuchado hablar pocas veces desde que ha iniciado el curso, pero no me hacen falta más para concluir que es un idiota.

—No, lo siento, mi hermana no quiere a nadie por allí. Además, se ha adueñado del cuarto en el que dormíais.

—¿Eh? ¿Aún sigue en tu casa? —se mete Adam. Este chico me cae mucho mejor. ¿Cómo no? Si es igual a Hugo—. ¿Cuándo se piensa ir?

—Ni idea, pero ya podía hacerlo pronto, es insoportable.

Miro al frente y observo como la profesora Petri apura recogiendo sus cosas para irse del aula, esquivando a Heidi, que parecía tener la intención de hacerle una pregunta. Intento evadirme de mi alrededor y, sobre todo, de la voz de Müller. No tiene ni la más remota idea de lo afortunado que es por estar en compañía de su hermana, ¿y la desprecia de esa forma? Bah. Se me está haciendo demasiado insoportable su presencia, y en parte es culpa mía. Cada vez que lo veo, es como verme a mí mismo hace más de dos años. Igual de despreocupado, igual de egoísta, viviendo en una burbuja de monotonía donde es su propio rey. Ojalá pudiera pincharla, hacer que explotara y enseñarle que el mundo no es tan sencillo como él cree, que hay algo más allá de su vida perfecta y acomodada. Solo tengo que arrebatarle la beca y así podré mostrarle lo que tanto quise que me mostraran a mí hace tiempo: que en esta vida existen más personas que uno mismo, y un día se arrepentirá de no haberlo entendido antes y de tener esa actitud tan imparcial ante el mundo, aceptando todo lo que le imponen solo para no meterse en problemas.

Por la tarde, me voy a la cafetería a cumplir con mi turno, con la mente puesta en lo poco que voy a dormir esta noche; ¿qué tipo de ser humano sin corazón anuncia un examen en la primera semana de clases? Creo que empiezo a odiar la biología.

Aburrido por la falta de clientela, reviso el teléfono y, en un momento dado, observo una llamada realizada hace un par de días por mi entrenador. Me preguntó cuándo volvía al equipo de atletismo, por qué me había ido, que si había sido debido a lo de mi hermana, que si necesitaba hablar con alguien podía contar con él. Le colgué dejándole claro, muy a mi pesar, que abandonaba el atletismo. Aunque aún sigo corriendo porque ese es un hábito que no voy a abandonar nunca, no he vuelto a ser tan rápido como era antes. Aún me duele el pie, pero no me importa, supongo que esta es una forma que tengo de castigarme por lo que le hice a Farah, al igual que el hecho de que...

El sonido de la campana que está colocada en la puerta de entrada me interrumpe; Samuel Müller entra en la cafetería, solo. Resoplo, cansado al pensar que debo tratar con él. Sin embargo, algo en su gesto triste me detiene. ¿Por qué esa actitud? Con lo alegre que es, con la buena vida que tiene.

Le atiendo, y me río para mis adentros al percatarme de lo absorto en su mundo que está. Ni siquiera sabía lo que iba a tomar, ha pedido algo al azar porque no quería parecer idiota quedándose en silencio. Y, por un momento, algo en mí me pide que deje de detestarlo, que busque ayudarlo porque parece alguien que lo está pasando mal. ¿Qué culpa tiene de que me recuerde a mí? Ninguna. Así que aparto mi desdén un instante mientras le preparo el macchiato que me ha pedido, pienso qué significa él para mí y, partiendo de esa premisa, cómo puedo ayudarlo.

Él es Samuel Müller. Tiene diecisiete años, al igual que yo. Hizo atletismo y quiere esa beca, como yo. Pero cuando lo miro, ya no es Samuel Müller, es Rainer Wolf con catorce años, el mismo idiota que perdió todo lo que quería por la imparcialidad con la que convivía dentro de su propia burbuja. O, también, basándome en su gesto triste, soy yo con casi quince años, perdido, sin comprender cuál era mi culpa, deseando que alguien me apoyase, sintiéndome solo. Demasiado solo.

Ahí comprendo qué es lo que necesita ese chico, así que antes de darle su café, escribo en él la palabra «Smile». Es lo único que necesita para volver a confiar en que todo puede mejorar, ¿verdad? Porque eso era y aún es lo que necesito yo.

Le entrego el café, ignorando el hecho de que acaba de reconocerme y busca hablar conmigo. Vuelvo a la barra y me siento en un taburete, aburrido. Observo como él se fija en su consumición y me imagino las mil y una respuestas idiotas que me dará. Sin embargo, hace algo que me resulta inesperado: sonríe, y eso provoca que yo también sonría por inercia. He podido ayudarlo, aunque sea por unos segundos, y no he necesitado para ello hacer uso de mis palabras ni de mis consejos; solo he tenido un gesto desinteresado basado en lo que necesitaría mi alma en este tipo de situaciones.

Al cabo de un rato, él se levanta, deja dinero al lado de su taza y se va con dos chicos: uno es Klaus y el otro es tan parecido a él que podría ser su hermano. Me acerco a la mesa para limpiarla y me encuentro un papel en el que hay escrita una palabra: "Thanks :)". Espera, ¿por qué Müller ha puesto eso?

Porque las palabras que uses regresan a ti y te definen. Has hecho algo bueno por él, le diste un motivo para sonreír. Toda acción sincera regresa a ti, por eso mismo ahora tú también estás sonriendo, Rainer.

Me guardo el papel en el bolsillo y vuelvo a la barra, pensando en el hecho de que por primera vez en mucho tiempo he sentido algo bueno por ayudar a otra persona. Vaya, quizás la vida de ese chico no es tan perfecta como pensaba. Puede que no sea el idiota que yo quiero creer que es. Puede que, como hicieron los demás conmigo hace dos años, lo esté juzgando sin razón por culpa del veneno.

Quizás debería darle una oportunidad a su persona.

Quizás.

°°°

Si hay algo que adoro sobre todas las cosas es encontrar un momento donde relajarme, alejado de las preocupaciones de los estudios, de mi padre, de mi hermana. Y eso mismo hago ahora, sentado en la tapa de un wc del baño femenino del piso inferior del Gymnasium, mientras mi compañera Dagna, en mis piernas, me mete la lengua hasta la garganta. Oh, joder, qué impaciencia tiene esta chica, ¿es que no necesita coger aire? Porque yo me estoy ahogando.

—Hoy podrías venir a mi casa, estaré sola todo el día —dice de pronto, con una mirada traviesa que me aclara sus intenciones. Creo que ha llegado ese momento incómodo donde tengo que rechazar a esta chica por el mero hecho de que no me apetece perder la virginidad con una desconocida que me recuerda demasiado a Ava. Hugo tiene razón, no la he superado, pero es que joder, esta chica es demasiado fog...—. ¿Rainer? ¿Qué me dices?

—Oh, lo siento, no creo que sea buena idea, hoy estoy ocupado —me excuso, y aunque creo que mi mentira ha sido demasiado evidente, ella se la cree al momento.

—No hay problema, podemos seguir con esto ahora —murmura, volviendo a besarme mientras restriega sus caderas en mi entrepierna. Ay, Dios, no hagas eso que me gusta, no lo hagas.

Clavo la vista en el techo mientras ella se centra en mi cuello y me acaricia el vientre. Bien, creo que este es el momento perfecto para bajar el ritmo antes de que el tema se descontrole. Solo necesito tener fuerza de voluntad, demasiada fuerza de... No debo reírme, pero me está haciendo cosquillas. Socorro.

—Oh, ¿qué es eso? —pregunta Dagna de pronto, separando su cabeza de mi cuello y bajándola hasta la altura de la tapa del wc. Menuda postura más rara acaba de adoptar.

—¿Qué pasa? —inquiero, mientras ella empieza a palpar el suelo y yo la agarro de la cintura, temiendo que pierda el equilibrio.

—Mira, estaba tirada en el suelo —me dice, mostrándome una cartera. Acto seguido la abre y empieza a rebuscar en su interior. Al momento me percato de los billetes que hay dentro. ¿Quién necesita llevar tal cantidad de dinero a un centro de estudios? Hace tiempo que decidí que no quería entender a los niños ricos—. Oh, aquí hay un carné de identidad. ¡Anda! Pero mira de quién es. —Empieza a leer el nombre y yo entiendo de quién se trata al momento, porque he visto la foto de la tarjeta. Joder, incluso ahí sale con un gesto arrogante—. Samuel Oliver Müller. ¿Oliver? ¿En serio?

—¿Qué pasa con ese nombre?

—Nada, es que no tenía ni idea de que se llamaba así —me responde, y yo no le tomo más importancia a sus palabras hasta que vuelve a hablar—. Qué extraño, ¿por qué nos lo ha ocultado? Nadie lo sabía, y los profesores jamás lo han llamado por ese nombre.

Me llevo una mano a la frente y me permito olvidarme de Dagna para pensar en él y, por extensión, para pensar en mí mismo. ¿Por qué oculta su segundo nombre como yo? Ya nadie usa el nombre de Farah para referirse a mí, por el simple hecho de que en la época donde mi hermana me causaba problemas, lo odiaba aunque ahora siento que no merezco siquiera llevarlo. ¿Y él? ¿Por qué motivo lo esconde? Joder, hasta en los detalles más simples me recuerda a mí y a lo estúpido que soy. A veces pienso que la vida se está riendo de mí, porque cada vez que intento evadirme de mis problemas aparece algo que me amarga. Vamos, ¿con qué más puede sorprenderme ahora el destino?

Aparto la vista de su nombre y miro el resto de datos. Ahí me percato de la fecha de su nacimiento y creo perder la respiración durante unos segundos; nació un diez de junio, el mismo día en el que mi hermana intentó suicidarse. Suelto la tarjeta, que cae en la falda de Dagna. Ella la recoge y me mira, contrariada.

—¿Te pasa algo? Te ha cambiado la cara de golpe —me pregunta, acariciando mi mejilla mientras busca besarme, pero yo aparto el rostro. No, ahora no me apetece ninguna muestra de afecto, por más superficial que sea; no me la merezco.

—Tranquila, no pasa nada. —Me levanto y ella se arregla la ropa mientras me mira con una sonrisa. Yo agarro la cartera y le tiendo la mano, con la intención de que me entregue la tarjeta—. Dame el carné, le voy a devolver esto a Müller.

—¿Eh? Ni de broma, se lo voy a dar a Adler —me responde riéndose y, acto seguido, me quita la cartera de la mano. Al darse cuenta de que no entiendo su actitud, vuelve a hablar todavía con un deje de diversión en su voz—. ¿Por qué me miras así? 

—Quizás ese chico esconde su nombre por algún motivo importante.

—¿Quién? ¿Samuel? Bah, exageras, seguro que es por alguna estupidez. Él es así. —La miro entrecerrando los ojos y eso provoca que ella borre su sonrisa durante un momento. Echa la espalda hacia atrás y titubea. Tira la cartera en el suelo y se guarda la tarjeta en el bolsillo de la falda—. Venga, solo vamos a divertirnos un rato a su costa.

—¿Te parece divertido reírte de otra persona? —le pregunto, serio, y ella se lleva una mano al pelo, nerviosa. Asiente con un ligero movimiento de cabeza y busca agarrar mi brazo, pero yo la aparto. Ahora comprendo cómo es esta chica: superficial, que ni siquiera llega a entender el daño que puede hacerle a los demás con sus actos porque no le interesa meditar en ellos. Malintencionada sin intención de serlo porque una parte de ella está protegida por la inocencia típica de una niña pequeña caprichosa. Así es como era Ava antes de juntarse con Hannes y destruir toda esa capa de candor que la transformó en alguien con actitudes ruines. Necesito desprenderme por completo de su recuerdo e irme de aquí—. Dagna, creo que es mejor que no nos sigamos viendo de esta forma.

—¿Qué? ¿Por qué?

—He entendido que no me siento cómodo haciendo este tipo de cosas con una compañera de clases.

—Oh, entiendo —murmura, con la cabeza gacha, y yo me dispongo a salir del cubículo cuando ella da un golpe en la puerta, impidiéndomelo. Cuando me giro para verla, descubro que sus ojos están llorosos—. Pero no hacía falta que me mirases con lástima, idiota.

Abro la puerta y salgo del baño, sintiéndome demasiado mal por lo que acaba de suceder. Me habría gustado decirle que la mirada de lástima no se la había dedicado a ella, sino a mí, pero lo más probable es que no me hubiese creído. Así que, ¿de qué habría servido? La sinceridad, a veces, se transforma en otra mentira a ojos del resto de personas.

°°°

—¿Qué? ¿Cómo que tengo que hacer pareja con el gilipollas de tu novio? —le pregunto a Annie, quien acaba de llamarme por teléfono, interrumpiendo una infructuosa siesta. Lo que me faltaba, trabajar con Müller, aún no se me ha pasado el enfado después de que me haya lanzado su almuerzo en el comedor del Gymnasium y que, por su culpa, haya recibido la primera anotación por conducta, como para que ahora tenga que compartir oxígeno y  calificaciones con él. En fin, esto me  pasa por faltar un día a clase para recuperar fuerzas—. ¿Cuándo es la próxima clase de biología? Voy a pedirle a Petri que me cambie de compañero.

Lo siento, Rainer, pero esa profe no permite cambios. Y oye, no insultes a Samuel, jo.

—Eso es imposible.

¿Por qué?

—Porque es algo inherente a todo ser vivo, ya sabes, una función vital: ir al baño, respirar, estornudar, insultar a Müller, tener gases, volver a insultar a Müller.

¡Eh! Como sigas te cuelgo, tonto.

—Perdona, boba —digo, y no puedo evitar reírme. Esta chica me recuerda tanto a Farah cuando era más pequeña que solo por ese hecho me encanta hablarle.

Pues ya que vas a trabajar con él podrías esforzarte un poco en apartar ese odio que le tienes. Estoy segura de que os llevariais muy bien. Hazme caso, sería genial que fueseis amigos. Sois igual de idiotas, e igual de competitivos.

—¿Tú crees?

Sí, sí, sí, tú confía en mí. Sam es genial. —Protesta al escucharme reír y prosigue—: oye, ¡es verdad! Todo el mundo piensa que es el típico niño rico engreído hasta que lo conoce, por eso la gente le quiere tanto.

—Bah, solo lo dices porque estás enamorada de él. Pero bueno, supongo que es verdad y por eso está con una chica como tú.

¿Oh? —murmura, sin comprender muy bien lo que he dicho. Qué inocente es—. En fin, nos vemos mañana. Ah, por cierto, no fumes delante de él o tendrás que aguantar uno de sus sermones sobre ser saludable y créeme, puedes vivir sin saberlos. ¡Chao!

Eso mismo me propongo, llevarme bien con él para hacer esto mucho más fácil. Dejar atrás mi actitud competitiva porque, a decir verdad, ¿de qué sirve? Ya tengo las mejores notas, si no bajo este ritmo, la beca será mía. Así que solo debo esperar al día siguiente, y eso hago; sin embargo, nada empieza bien ese día, porque aquí me encuentro, consolando a Annie dentro de uno de los baños del primer piso, mientras Tanja me mira con impotencia, sin tener muy claro qué hacer para ayudar a una amiga que se está ahogando en su propia tristeza.

Me siento en el suelo, frente a ella, observo como llora de forma desesperada mientras su rostro se vuelve un revuelto de lágrimas y gestos de dolor. Todo por culpa de lo que acaba de suceder: la pelea de su novio con Adler y que se haya descubierto que le fue infiel, algo que ahora todo el centro sabe. Por un momento me pregunto, ¿cómo puede ser posible que haya engañado a su pareja y, aún así, no encuentre en ella un llanto de culpa al saberse descubierta, al haber arruinado su relación? No, este es un llanto de dolor, cargado con un sentimiento de impotencia. Hay algo que se me escapa de esta situación, ¿qué está pasando aquí?

—Tienes que intentar tranquilizarte, por favor —le pido, mientras Tanja, de pie, se agarra a mis hombros nerviosa.

—Lo siento mucho, Annie, no teníamos que haber hablado de eso en el baño, pensé que estaba vacío. Perdón, en serio, perdón —balbucea su amiga, a punto de echarse a llorar también.

Y yo me arrepiento demasiado al pensar que pude evitar todo esto si hubiese recuperado la cartera y se la hubiese devuelto a Samuel. Soy idiota, si hubiese hecho eso seguirían juntos y nadie estaría sufriendo. Poco me importa que ese chico hubiese seguido viviendo en una mentira, porque hay algo en esta situación que no entiendo, y no tengo derecho alguno a juzgar a Annie ni a entrometerme en los asuntos de ellos dos.

Vaya. De alguna forma, el dolor que me transmite esta pareja me recuerda al mismo que sentí yo cuando me dejaron.

—¿Chicos? ¿Estáis ahí dentro? —escuchamos que llama a la puerta Adam. Acto seguido, la abre y aparece junto a Klaus, quien nos regala una mirada de desprecio que no aporta nada a la situación y solo aumenta el llanto de la chica.

Adam echa a su amigo, entra, cierra la puerta del baño y se detiene frente a Annie. La mira con el gesto serio, y en este momento parece que se está preguntando a quién apoyar y mostrarle toda su amistad en una situación así: a la víctima que ha desaparecido o al culpable que llora como víctima. Aprieta los puños, tensa la mandíbula y, tras meditarlo unos segundos en los que ella lo mira fijamente, se agacha a mi lado y le sujeta las manos.

—Deja de llorar de una vez —le pide, con una voz autoritaria que me sorprende tanto como su presencia—. En serio, ya basta, no me gusta verte así.

Ella abre mucho los ojos como respuesta y, a pesar de que le siguen cayendo las lágrimas, se queda en silencio.

—Gracias, pero deberías estar con Sam.

—Luego lo llamo. Mira, en nada empiezan las clases así que yo ya me voy. Y Annie —prosigue, tras abrir de nuevo la puerta del baño—, llorar no sirve de nada. Te levantas, asumes tus errores y sigues adelante, ¿de acuerdo?

No espera una respuesta, simplemente se va. Tras más de diez minutos, Annie inspira de forma pausada, se limpia las lágrimas, recoge su mochila y se pone de pie.

—Tiene razón —nos dice, todavía con la voz temblando—. Necesito irme de aquí y pensar un poco. No sé, quizás encuentre alguna solución. Rainer, muchas gracias por haber intervenido en la pelea, evitaste que se pegasen como dos idiotas —me aclara, sujetando mis manos, para luego hacerle el mismo gesto a su amiga—. Gracias por estar conmigo, chicos. Nos vemos mañana. Decidle a Endler que... No sé, ya se os ocurrirá alguna excusa para justificar que no esté en clase. Y por cierto, si podéis animar a Sam también, os lo agradecería mucho.

—No te preocupes, a la tarde paso por tu casa —dice Tanja, dándole un rápido abrazo como despedida.

Sale del baño con la cabeza gacha mientras yo medito en su última petición, la cual, a mi parecer, también ha sido rara. Tanja no comenta nada al respecto, ¿por qué? ¿Soy el único extrañado por todo esto? 

—Mierda —murmura Tanja, sentándose a mi lado con una actitud derrotada—. Espero que nadie se burle de ella por todo lo que ha pasado. La gente a veces puede ser tan cruel.

—No te preocupes. No pasará eso porque su novio no lo permitirá —le digo, observando como ella abraza sus piernas y asiente con la cabeza como respuesta, confiada. Por supuesto que no pasará eso, porque por una vez confío en que ese chico no sea como yo y no cometa el error de dejarla sola en un momento de debilidad tan grande. Así, como hice yo con Farah.

°°°

Rainer: Müller, me dejé el pendrive en tu casa, ya me lo devolveras

Samuel primero de su ego: Y tú me tienes que devolver la camiseta que te presté.

Rainer: ajá, mientras tu me devuelves la camiseta que me deje en tu cuarto

Samuel primero de su ego: Cuando me devuelvas las neuronas que se me murieron viendo Sharknado.

Rainer: okay, okay, parecemos negociadores xD

Samuel primero de su ego: Por cierto, ¿todo bien?

Rainer: ?

Samuel primero de su ego: No sé, después de contestar la llamada estabas muy raro.

Rainer: ah, sin problema con eso, cosas de mi padre mandándome recados

Samuel primero de su ego: Ok.

Miro extrañado el chat y dejo el teléfono en la encimera de la cocina. Joder, este chico es tan frío que hasta me da risa, no tengo ni la más remota de si es así siempre o su mal humor es producto de lo sucedido con su novia. O exnovia. Esto me empieza a dar bastante pena, hacían muy buena pareja.

—Hola, hijo —murmura mi padre en la entrada de la cocina, provocando que me sobresalte. No esperaba encontrarme con él a estas horas.

Doy un paso hacia atrás y lo estudio con la mirada. No parece borracho, detalle que me alivia demasiado. Por el contrario, lo noto muy cansado.

—¿Hiciste la cena? —me pregunta, tomando asiento en la mesa que preside la estancia. Yo afirmo con la cabeza, coloco nuestros respectivos platos con pasta y me siento a su lado—. Gracias, Rainer.

—No es nada... —murmuro. Empiezo a comer con desgana, intentando ignorar su presencia. Megalodón, por su parte, está dormida en el suelo, al lado de mis piernas.

Mierda, no debí ponerme una camiseta de manga corta, se me nota demasiado el moratón de mi muñeca.

—¿Qué tal en la escuela?

—Bien.

—¿Qué tal te llevas con tus compañeros?

—Bien.

—¿Podrías contestar otra cosa que no sea bien?

—Pero es lo que tú quieres escuchar —respondo con sinceridad, tentando a mi suerte.

Entonces, papá levanta la mano hacia mi rostro y yo cierro los ojos.

—¿Por qué reaccionas así? —me pregunta, mientras me aparta un mechón de pelo de la frente. Espera, ¿solo iba a hacer eso? —. ¿Por qué actúas como si alguien te fuese a pegar?

Suelto el tenedor y me quedo estático, incapaz de decir ni hacer nada. Él me mira de arriba a abajo durante unos segundos que me resultan eternos y después me agarra del brazo, descubriendo el moratón de mi muñeca.

—Eh, ¿quién te ha hecho eso? ¿Acaso te están pegando en el colegio?

—Papá, vamos a seguir cenando, por favor —le suplico sin mirarlo a la cara, con la voz entrecortada.

—Rainer, ¿quién te ha hecho esto? —grita, zarandeando mi brazo, haciéndome daño y poniéndome muy nervioso—. ¡Dime!

—Papá, fuiste tú —respondo, intentando que no se me corte la voz—. ¿No recuerdas? Ayer llegaste borracho por la noche, intenté quitarte la botella y me pegaste en la muñeca.

—¿Qué?

—A veces llegas borracho y cuando intento decirte algo, te enfadas conmigo. —Él me mira con un gesto de susto que me quema. Sé que se acuerda, es imposible que se haya olvidado de todas esas veces donde me ha pegado. Aunque, quizás, se ha obligado a sí mismo a olvidarlas—. No pasa nada, sé que no era tu intención hacerme daño. Sigamos cenando, ¿vale?

Cojo de nuevo el tenedor y miro de reojo que no me hace caso. Se lleva las manos a la cara y permanece callado. Derrumbado. Roto.

—Venga, papá, da igual. Sigamos comiendo, ¿vale? Tenemos que aprovechar que hoy por fin coincides conmigo en la hora de la cena.

Mis actos desesperados para evadir el tema fallan. Ante mis últimas palabras, papá se echa a llorar. Lo único que me queda de consuelo es pensar que al menos, esta noche, ya no beberá.  

°°°

—Rainer, ¿puedo hablar contigo en mi despacho?

La voz de la hermana mayor de Sonnie capta mi atención en medio del pasillo, cuando me estoy dirigiendo a clases. Guardo el móvil en el bolsillo; ya he terminado de revisar si le han borrado las redes sociales del Gymnasium a Maud. Qué ganas tengo de ver la cara de lechuga que se le pondrá al descubrirlo. Olvido el tema y decido volver a la realidad de la que caí con lentitud por la falta de sueño: ¿qué hace Schmetterling aquí, en este centro?

—Hey, Schmet...

—Llámame Gestalt —me interrumpe, mientras la sigo con paso apurado. Cómo corre esta mujer.

—Pues Gestalt, ¿qué haces aquí? ¿Ha pasado algo con Sonnie?

—Qué va. Es que ahora soy la nueva psicóloga del Sinclair. —Me detengo, contrariado por esta revelación. Ella entra en un despacho y me indica que la siga moviendo un dedo índice. Accedo al interior y me señala un asiento frente al escritorio. Mierda, ¿por qué ha elegido ser la psicóloga de este Gymnasium? Es tan incómodo—. Ya me contaron lo que sucedió ayer antes de entrar en clases. Le echaste un buen discurso a tus compañeros, sobre todo a una tal Angela. ¿Por qué motivo?

—Se estaban burlando de una chica que va en mi curso —respondo, como si fuera lo más evidente. Vamos a ver, estaban insultando a Annie, se reían de ella, y ningún profesor ni ningún alumno parecía estar en la labor de ayudarla. Mis acciones son de lo más entendibles. 

—¿Cómo se burlaron de ella? —inquiere, tomando asiento frente a mí y adoptando una posición de lo más correcta que contrasta demasiado con las malas posturas que pone en su casa. ¿Y por qué me habla con ese tono pausado tan poco normal en ella? Esta formalidad me está molestando.

—Esa tal Angela le escribió que era una puta en su casillero —respondo, y al momento caigo en cuenta de un detalle—. Estoy seguro de que ya sabes todo esto, ¿por qué me lo preguntas?

—Porque quiero escuchar tu versión. —No la creo, simple. La conozco desde hace años y sé cuándo oculta algo porque dirige la mirada a la izquierda y se rasca la nariz. Oh, Schmet, ¿se te ha olvidado que me enseñaste lo básico sobre lenguaje no verbal?—. Pero bueno, me alegra mucho que alguien haya tomado la iniciativa de defenderla. Si no hubieses estado, quizás nadie la habría ayudado.

—Ya, ese es el problema de que existan personas estúpidas.

—No las calificaría como estúpidas, solo se dejan llevar demasiado por ciertas emociones, tienen poca empatía o les ahogan los problemas personales. Hay tantas razones por las que la gente actúa como actúa. Pero, a veces, las emociones por las que uno se deja llevar resultan muy negativas. Al fin y al cabo, ¿qué te aporta dedicarte a insultar y juzgar a alguien que se ha equivocado? A sabiendas de que nosotros mismos podemos fallar y no queremos que nos traten mal. Hay momentos donde pecamos de ser jueces de lo que nos conviene.

—¿Verdad? Es lo que más le gusta a algunos.

—Sí, pero incluso cuando buscamos abrirle los ojos a alguien y mostrarle lo mal que ha actuado, podemos caer en su propio error y hacerle daño con nuestras palabras por culpa de nuestras propias emociones. —La miro fijamente, comprendiendo a dónde quiere ir con esta conversación. Al ver que me resulta evidente, dibuja una sonrisa de medio lado casi imperceptible y sigue—. ¿Te culpas de algo, Rainer? —inquiere, y yo no sé qué responderle—. ¿Qué hacían los amigos de la chica?

—No hacían nada, contemplaban la escena en silencio. 

—¿Y su novio?

—Lo mismo, mirar como se burlaban de ella y después huir como un jodido cobarde.

—Lo has insultado —me señala, y yo frunzo el ceño como respuesta. ¿Qué tiene eso de importante?—. No sueles faltarle el respeto a nadie, por lo que deduzco que te ha afectado de alguna forma su actitud.

—¿Qué? No sé por qué dices eso, yo estoy muy tranquilo, lo que ha hecho ese chico no me afecta de ninguna forma.

—¿Seguro? —Afirmo con la cabeza y ella se ajusta las gafas—. ¿Te percatas de los gestos que pones? Pareces nervioso y molesto, así que no entiendo por qué me mientes. Rainer, ¿te sigues culpando por lo sucedido?

—No... —murmuro, sintiendo una presión en mi pecho a causa de la conversación. Necesito irme de aquí.

—¿Y por qué creo que sí? Es decir, tú hiciste lo mismo que ese chico: huiste cuando tu hermana pasaba por lo mismo que la señorita Zimmermann. Creo que de verdad lo estás tomando como algo personal. Sonnie el otro día me dijo...

—¡Eh! ¿Qué te dijo Sonnie?

—Solo me comentó que tu nueva clase te hace sentir mal, que algunas personas te recuerdan lo que te pasó hace dos años. —Genial, esta chica no sabe estar con la boca cerrada ni dos minutos—. Así que me gustaría saber si lo estás pasando mal, si no eres capaz de separar sucesos del pasado con los del presente. Me preocupas, Rainer. ¿Te gustaría que hablase con el director Weber para iniciar unas sesiones conmigo? Quizás te podría...

—Eh, no te pases de la raya, yo no necesito esas mierdas. Ni que estuviese loco.

—Rainer, el psicólogo no es para locos, todos tenemos una mente que a veces se resiente. De hecho, el novio de Zimmermann va a empezar sesiones conmigo, si es que aparece en algún momento, claro...

—Normal que las necesite, ese chico es estúpido —remato, y ella frunce la boca, descontenta por mis palabras. ¿Por qué tiene que ser ella la molesta?

—Ahora en serio, Rainer, no deberías hablar así de un compañero tuyo, te estás pasando.

Y esa última frase me enfada demasiado. ¿Así que ahora soy yo el que se excede?

—¡¿Pasando?! ¿Por qué? Solo digo la verdad, ¿acaso debo tener pena por él? Un niñato arrogante que vive en su burbuja, que ve con sus propios ojos como acosan a una chica con la que ha estado toda su vida y su única respuesta es salir huyendo como un cobarde y dejarla de lado. El gran Samuel Müller comportándose como una rata. Solo es un niño mimado y altanero, merece todo lo que le dije, a ver si así se baja de la nube en la que está porque no es el chico genial que todos creen, solo es una mierda más del montón que no supo ayudar a alguien que le pedía ayuda, que permite que le acosen. Solo es...

—Rainer —me interrumpe de pronto, y yo la miro con dificultad porque tengo la vista nublada. Espera, ¿qué me pasa?—. ¿Por qué estás llorando?

Me llevo las manos a la cara y compruebo que en verdad estoy llorando. Me levanto de la silla y busco la salida, aunque soy incapaz de moverme del sitio. Es verdad, estoy repitiendo lo que hizo Nikola conmigo. 

—Escucha —prosigue, pero yo no quiero oír más su voz—. Tienes que dejar de reflejarte en los demás para martirizarte. Lo que estás haciendo no es sano. Necesitas hablar con alguien de esto. ¿No te das cuenta? Cargas contra ese chico porque te estás reflejando en él. Te castigas y como sigas así te vas a quedar solo.

—Eso es una estupidez. ¿Hablar con quién? ¿Contigo? Me encanta como ahora te dedicas a fingir que eres psicóloga. Dos años después eres la defensora de todos. ¿Y antes? ¿Dónde estabas cuando Farah y yo te necesitábamos? En ningún sitio, tú también sabías lo que pasaba y nos ignoraste.

—Basta, ¿te crees que no lo sé? Al menos intento compensar lo que sucedió —me recrimina, abandonando el tono pausado de su voz.

—No, no intentas nada, solo finges hacerlo, por eso no sirves para esta profesión. ¿Sabes por qué ese chico no viene? Porque es imposible tomarte en serio, ni a ti ni a lo que haces.

—Para, por favor, me haces sentir mal —me pide, pero más que tranquilizarme, esas palabras y toda la carga emocional que conllevan me enfadan mucho más.

—Pudiste hablar hace dos años conmigo, pero decidiste hacerlo ahora. ¿Sabes lo que me habría gustado que te acercases cuando todos huían de mí? Nos abandonaste, ¡todo lo que pasó es culpa de gente tan doble cara como tú! Fingís ser héroes pero eso no hará que Farah se cure. ¡Solo yo estoy luchando para que se despierte!

Y, en ese momento, ella se levanta con brusquedad de su asiento y golpea la mesa.

—Rainer, tienes que metértelo en la cabeza de una maldita vez: tu hermana no va a despertar.

Ya no digo más. Aguanto la respiración y la miro fijamente, tan asombrado como lo está ella, que se lleva las manos a la cara, arrepentida por sus palabras. Va a hablar, quizás con la intención de disculparse, pero la interrumpo:

—Vete a la mierda. No te acerques más a mí.

°°°

Abro la puerta de mi antigua casa, con el corazón en un puño y la respiración acelerada. No debería estar aquí, no tendría que estar haciendo esto. Sin embargo, la ausencia de mi abuela parece una llamada a que continúe. La visita a mi hermana me ha afectado, cuántas veces me habrá dicho mi padre que no la visite, pero no puedo dejar de hacerlo porque siento que la abandono otra vez.

Paso por el recibidor, alumbrando la estancia con la luz del teléfono. Me detengo al apreciar mi reflejo en el espejo que hay sobre un mueble. Pienso en el motivo por el que estoy aquí: cuando quiero recordar la mirada y la cara de Farah utilizo sus fotos. Pero su voz se está borrando poco a poco de mi memoria. Detallo mi rostro cansado, mis ojeras y toda la tristeza marcada en mi gesto decaído. Centro mi atención en el moreno de mi piel y, por un momento, me pregunto si Samuel Müller se dio cuenta de mis raíces cuando me vio en el metro junto a mi tía y mi prima, y si usará esa información para rebajarme. Tiene motivos más que suficientes para atacarme. Todos lo hicieron, ¿por qué no él? Incluso Ava lo hizo.

Subo las escaleras y miro con detenimiento la puerta del cuarto de Farah. Las piernas me tiemblan y creo que saldré huyendo en cualquier momento. Me mentalizo de que no debo mirar la viga del techo, ni su cama. Solo tengo que buscar su teléfono, su cargador y salir de aquí antes de que llegue mi abuela. Así que abro la puerta y centro mi atención en la oscuridad de la estancia. A medida que avanzo, siento un enorme peso sobre mis hombros; me tortura el hecho de estar escuchando la madera que hay sobre mi cabeza, susurrándome con una voz clara que tengo la de la culpa de que la viga que hay sobre mi cabeza cediese ante el peso de mi hermana, que su cuerpo cayese en el suelo que ahora mismo piso, provocando un ruido sordo que le indicó a mi padre que algo extraño estaba sucediendo en esta habitación. A mi espalda está el pestillo que rompió a golpes intentando acceder al interior, gritando palabras de súplica que nunca escuché pero retumban cada día en mi cabeza.

Abro un cajón de la mesilla y lo primero que encuentro es una libreta de matemáticas. La reviso: hay fórmulas por todas partes, dibujos en las esquinas de bailarinas de ballet y notas musicales. Representaciones de cosas que ella amaba. Decido no dilatar esta situación tan dolorosa, recojo el teléfono y el cargador y salgo de la casa. Camino por las calles oscuras, no sé durante cuánto tiempo, pero empieza a asustarme el hecho de que la presión que siento en el pecho se haya transformado en agobio y mi respiración se haya acelerado. Necesito descansar, no me encuentro bien.

Llego a mi casa, agradeciendo que no hay nadie, como siempre. Pongo a cargar el teléfono y me tiro en cama, con la vista fija en donde se encuentra el aparato. Tras unos minutos, me sobresalto por un hecho absurdo: la pantalla se ha encendido. Como si fuese un rastro de vida, de que ella está cerca. Me levanto y desbloqueo el teléfono. Comienzo a revisarlo, y creo ver en él un tesoro: está lleno de fotos de Farah con todos los amigos que tuvo antes de que le dejasen de lado. Paso las fotos, mientras observo en algunas el rostro de Nikola y me pregunto qué habrá pasado de ella. Se fue de nuestro Gymnasium tras lo sucedido con mi hermana y no volví saber más de ella. Ni siquiera sé si se ha sentido culpable de algo, porque aquel diez de junio había roto con Farah.

Entonces me percato de algo: no hay ni una sola foto mía. El agobio crece en mi pecho, ¿por qué? ¿Tanto me odiaba? Intento alejar esa idea de mi cabeza, aunque sigue latente en mí. Salgo de la galería y reviso el resto de carpetas. Cuando llego al Whatsapp, me cercioro de que los datos están desconectados y accedo a él. La aplicación tarda poco en abrirse, porque no le llegan los cientos de mensajes que aún están pendientes, esperando a que ella los lea algún día. Miro los últimos chats que usó: Nikola, una amiga del colegio, dos chicos más que no conozco y yo. Una parte de mí necesita comprobar una verdad dolorosa, así que busco el nombre de Olga. Lo encuentro y miro la cantidad de mensajes que le envió, todos sin respuesta. Los ojeo y descubro con pesar que están llenos de palabras venenosas que prefiero ignorar. ¿En qué estaba pensando mi hermana cuando las escribió?

Reviso el chat que tiene con Nikola. Sé que no está bien, pero me gustaría saber de qué hablaban antes de romper; si era feliz, si su novia se había percatado de su estado de ánimo. Paso los mensajes y compruebo que todo son discusiones. Después llegan momentos más pausados, donde ella habla de lo cansada que se siente, de lo mucho que odia al mundo por lo mal que la tratan, de lo sola que se siente. Nikola le pregunta por mí, Farah dice que solo soy un idiota. Me río, ¿qué más puedo hacer? Después de todo el daño que nos hicimos, esas palabras no tienen ningún efecto en mí, parecen una caricia. Dejo pasar el tiempo mientras ojeo la conversación sin centrarme en los detalles. Empiezo a sentirme incómodo aunque me siga riendo por las ocurrencias de mi hermana: ella y su novia tenían planeada una vida juntas. Hablaban de irse de mochileras a Italia, buscar un trabajo y vivir en uno de esos pueblos llenos de viñedos. Ignoro los detalles de su vida sexual o las peleas que tienen sobre temas absurdos. Entonces, llego a un punto de la conversación que no esperaba, que había olvidado y que provoca que me domine la rabia. Hace tiempo me preguntaba por qué Hannes había buscado darme esa última paliza, ¿qué había hecho mi hermana para enfadarlo tanto? ¿Con qué lo había chantajeado esta vez? No tenía ni la más remota idea, y ante mi desconocimiento acabé olvidando esa pregunta hasta ahora, porque unos mensajes me dan la respuesta:

Farah: el estupido de Hannes se dedica a burlarse de nosotras x ser "bolleras", y al final resulta que es igual

Nikola: ¿Por qué dices eso?

Farah: hoy a la salida, cuando ya se habian ido todos, recuerdas que no te acompañe a casa?

Nikola: Ajá

Farah: el caso es que quise entrar en los baños para peinarme, pero claro, estaba la estúpida de anette, asi que me fui al de chicos

Nikola: Oh

Farah: no hay problema, o sea, solo quería usar el espejo

Nikola: Ya, ya... ¿Y qué pasó?

Farah: que escuche llegar a hannes acompañado de jannick así que me meti en uno de los wc y a que no sabes que? se estaban metiendo la lengua hasta el fondo, anda con estos hipócritas de mierda

Nikola: No lo entiendo, pensé que ese Janick estaba con Ava. ¿Estás segura de lo que has visto?

Farah: tan segura como que les saque una foto, y que esa foto va a ir directa a su hermana, que apostamos a que su familia de ricachones apesta a homofoba y que le vamos a hacer la vida imposible con esto? :)

Nikola: Esto es broma, ¿verdad? ¿Tienes la foto?

Farah: ahora te la mando. X cierto, qe le dolería más? que se la mandase primero a la loca de su hermana o al marica de su novio?

Como un espejo que cae al suelo, toda la figura de bondad que construí sobre mi hermana tras su accidente se rompió en mil pedazos, mostrándome de nuevo su verdadera cara, aquella que me hizo tanto daño. Lanzo el móvil a un lado, desesperado, creyendo entrar en pánico en cualquier momento, rememorando de golpe todo el daño que me hicieron estas actitudes. Entonces, simples palabras como "idiota" me pesan. Busco en mi mente algo, el más mínimo recuerdo que me alivie, y lo único que sé hacer es coger mi teléfono, marcar su número y llamarla. Tras varios tonos suena una voz, y al momento todo el agobio que siento se transforma en llanto porque soy demasiado débil.

—Has llamado a mi teléfono y por alguna razón que desconoces y yo llamo dormir no he podido responderte. Pero no me montes drama, siempre puedes mandarme un mensaje. Son gratis, carcamal, que ya no estamos en el siglo XX. ¡Un besito!

Empiezo a reírme aliviado porque al fin he escuchado esa voz alegre que tanto deseaba guardar en mi memoria. Pero, de pronto, otra voz me interrumpe.

—Rainer, ¿qué estás haciendo?

Mi padre enciende la luz y me mira, sin comprender lo que sucede. Por qué estoy sentado en el suelo, llorando y abrazando mis piernas, agarrando con una mano mi teléfono mientras el de Farah está tirado a mis pies. Es, gracias a ese último detalle, que entiende lo que estoy haciendo. Y su gesto serio más que provocar mi arrepentimiento, me asusta.

—Papá, yo...

—¿Qué mierda haces con eso? —me pregunta, señalando el terminal de mi hermana—. ¿Has ido a casa de la abuela a buscarlo?

—Espera, puedo explicarlo —le pido, levantándome y agarrándole del brazo para tranquilizarlo. Pero no importa lo que haga, porque él ya se ha enfadado demasiado. Me aparta de un empujón con tanta fuerza que mi espalda choca contra la pared y, después, coge el teléfono del suelo—. No, para, ya lo devuelvo.

—¿Explicar el qué? ¿Cuándo vas a asimilarlo de una jodida vez? ¡Ella ya no está entre nosotros! —grita, y yo me llevo una mano al pecho, porque me ahogo por culpa de lo rápido que estoy respirando—. ¿Qué es lo que no entiendes, Rainer?

—No sé de qué me estás hablando —le respondo, y su gesto de rabia provoca que empiece a balbucear palabras sin sentido—. No sé qué dices, ¿por qué mientes? Farah está bien, ¿vale? Voy a salvarla y ella volverá con nosotros y seremos felices de nuevo —le digo, y le agarro de la chaqueta para buscar su mirada—. Me crees, ¿verdad, papá? ¿Me crees?

Y, en ese momento y para mayor desesperación mía, comienza a apretar el teléfono con fuerza. Escucho como se rompe y me abalanzo sobre él, intentando quitárselo en vano. No sé cuando comienzo a gritar y a suplicarle que me lo devuelva, pero cada palabra mía le da más motivos para molestarse más y, cuando me arrodillo en el suelo, creyendo llegar al límite de mis fuerzas, estrella el terminal en la pared y lo último que veo antes de perder el conocimiento es como lo pisa, rompiendo en pedazos el único lugar que aún conservaba un resquicio de mi hermana.

°°°

Me estoy destruyendo a mí mismo. El señor Gestalt me dijo que solo debía encontrar un motivo para sonreír y así sería feliz. Entonces, ¿por qué me siento peor que nunca? ¿Por qué me estoy hundiendo en mi propia miseria? Necesito algo que me despierte, que me haga reaccionar antes de que colapse.

—Me haces daño.

La voz de Samuel Müller se repite en mi cabeza, a la vez que la mía propia, recordándome que me hago daño a mí mismo y, en el camino, se lo hago a los demás. De nuevo vuelvo a reflejarme en él, pero esta vez pienso que su presencia no solo ha llegado a mi vida para recordarme todos los errores de mi pasado, como un castigo, sino para mostrarme hasta qué punto me estoy destruyendo al arrastrarlo conmigo. Tengo que terminar con esto, porque no quiero destrozar a otra persona de la misma forma que destrocé a Farah.

No sé en qué momento motivado por la valentía, me atrevo a acercarme a él, a decirle cómo me siento, a explicarle por qué motivo egoísta empecé a castigarle con mi desprecio porque en realidad me castigaba a mí mismo. Espero cualquier respuesta en ese trastero, y mientras lloro delante de él, me percato de que mi confesión no ha servido de nada, que de nuevo he caído tan bajo que necesitaré volver a huir. Me pregunto si me mandará a la mierda, si se reirá de mí, si me llamará egoísta o dirá que solo soy patético, un victimista. Porque, sinceramente, es lo que me diría a mí mismo. Sin embargo, su respuesta me sorprende y confunde al mismo tiempo, porque me abraza y me confiesa algo que jamás creí oír de nadie: cree que me admira. ¿Por qué?

—Has sido capaz de transformar las desgracias de tu vida en maneras de ayudar a los demás. Eso me parece admirable. Deberías sentirte feliz, muy pocos tienen la fuerza de voluntad suficiente como para no caer en el victimismo y el odio. Yo menos —me confiesa, y yo creo que voy a reírme en cualquier momento. No, no tiene ni la más remota idea de quién soy, porque sí he caído en el victimismo, sí he caído en el odio. Ni siquiera esto me está sirviendo para estar mejor, solo me hace daño. Sus palabras son tan irónicas—. Lo que no puedes hacer es responsabilizarte de todas tus desgracias. No tienes la culpa de lo que le sucedió a tu hermana, pero deseas ayudarla, y tú eres el único capaz de cumplir tus sueños. Así que no te rindas, ¿de acuerdo? Yo voy a seguir esforzándome para ser el mejor, y tú también lo harás. Y me superarás porque ya has demostrado que puedes hacerlo. Así que lucha, que hay alguien que te está esperando al final del camino.

Me separo y lo miro un momento, pensando en lo que me ha dicho. Todas esas palabras cargadas de optimismo que llevaba tanto tiempo sin escuchar, que ni siquiera la voz de mi conciencia se esforzaba en recordarme. Ahí me percato de cuánto necesitaba que alguien creyese en mí aunque en el acto se llevase una imagen equivocada de quién soy en realidad. Todo lo que me ha dicho Samuel es como un empujón que me alienta a levantarme y a luchar una vez más. Agradezco que este chico no haya hecho nada predecible: no me ha atacado ni ha buscado dañarme como tanto me merezco motivado por el rencor, como hice con mi hermana la última vez que hablé con ella. Entonces entiendo algo: él es, sin duda alguna, una mejor versión de mí mismo. Es todo lo que me gustaría ser, porque no es un recuerdo de mi pasado, sino del presente que puedo alcanzar si me esfuerzo en mejorar, si me levanto porque ya no puedo caer más bajo. Parpadeo y, cuando lo miro, ya no encuentro a ese chico que conocí un par de meses atrás, aquel chico que despreciaba por culpa del odio que sentía hacia mí mismo; lo que encuentro es un futuro y un motivo para seguir adelante. Por eso, al fin, me armo de valor y le regalo un bonito gesto al mundo, a él y al reflejo de mi espejo: suspiro, cierro los ojos y le dedico una sonrisa. En este instante, aquí y ahora, puedo encontrar un motivo para sonreír y ser feliz.

—Me esforzaré y te pisotearé, Samuel.

—Y yo esperaré sentado por ese día.

Me río, porque de verdad yo también estaré esperando por ese día en el que pueda superar a una mejor versión de mí mismo. Solo debo ser feliz, nada más. Agarro el brazo de Samuel, busco un rotulador y recuerdo lo que me dijo hace tiempo el señor Gestalt: las palabras que usas vuelven a ti y te definen.

—¿Qué demonios haces? —me pregunta, mientras intento recordar aquella palabra en árabe a la que ahora quiero darle un significado. No solo puedo buscar que sea inherente a mí, puedo compensar a este chico por todo lo que le he hecho, compartírsela y lograr que él también la asimile como suya.

—Te escribo algo. Aunque no estoy seguro de hacerlo bien.

—¿Es que estás practicando tu letra de médico en mi brazo?

—¡No! —respondo con la voz entrecortada al terminar de escribir, tras una escueta carcajada—. Esto es árabe. O eso creo, solo sé lo mínimo que mi madre me enseñó.

—Oh. ¿Y qué dice en lo que me has puesto?

—Uhm... Eso tendrás que averiguarlo por ti mismo —le digo, levantándome y abriendo con las llaves la puerta del trastero. Porque el significado de esa palabra no es algo que se entienda al momento; uno mismo debe esforzarse para lograrlo, para asimilarlo y volverlo algo inherente al alma. Para comprender el gesto escondido en una palabra tan corta, primero hay que buscarlo. Suspiro, le lanzo las llaves y recojo mi mochila del suelo, colgándomela del hombro—. Hazlo. —Cruzo la puerta y, antes de irme, le miro de nuevo y busco aclararle algo que necesito que tenga presente—: gracias por esto, Samuel, de verdad.

Puede decirse que aquella tarde me sentí ansioso, alegre del avance que di, pero con miedo de haberme equivocado de nuevo, de que ese chico me mintiese y me traicionase igual que Ava, contándole a todo el mundo mis problemas. Por eso mismo, cuando regreso a clases la mañana siguiente, lo primero que pienso es en que tengo miedo. Inspiro, buscando tranquilizarme; tengo mala suerte, así que no debería sorprenderme si me encuentro con una sorpresa desagradable, con un motivo más para hundirme en un momento donde siento que vuelvo a creer en mí mismo. Abro la puerta intentando adoptar una actitud despreocupada y me encuentro a mis compañeros hablando animadamente, ignorando mi presencia. Como era de esperar, la señora Petri todavía no ha llegado. Tomo asiento y miro con aburrimiento al encerado. Adam y Annie me saludan, cada uno desde su respectivo asiento. Klaus me dedica su ya común cara de asco. Sí, lo sé, me la merezco. 

Qué extraño, de alguna forma deseaba que la rutina permaneciese inalterable, pero ahora siento una decepción que no entiendo. ¿Qué es lo que quiero?

—¿Cómo estás, Wolf?

Una voz grave y pausada me aleja de mis pensamientos. Alzo la vista para saber quién me habla, ignorando cómo Adolf persigue con una regla a Adam, y cómo Dagna le tapa la boca a Reinhardt antes de que este llame a Emily. Me encuentro de frente a Samuel Müller con el abrigo a medio quitar, completamente despeinado y con cara de no haber dormido en toda la noche. Antes de que pueda preguntarle qué le ha pasado, me dedica una sonrisa. Y sin darme cuenta, yo le sonrío de vuelta.

—Genial —respondo, y él me da una palmada en el hombro antes de irse a su pupitre.

—Me alegro por eso.

Tumbo la cabeza en mi mesa y pienso en que quizás era esto lo que necesitaba que se alejase de la normalidad, rompiendo mi monotonía. No ha pasado lo de siempre, algo malo; la balanza de la buena suerte se ha inclinado esta vez hacia mí. Agradezco la amabilidad de Samuel y el hecho de que, por una vez en mi vida, alguien me haya escuchado de verdad. Y, con el paso de los días, se vuelven a repetir los mismos acercamientos, con él interesado en saber cómo estoy, mientras yo me pregunto si lo hace por lástima o porque de verdad le importa, pero dándome cuenta de algo: siempre que me habla sonríe y siempre que le respondo sonrío de vuelta. Ahí recuerdo las palabras que me dijo el señor Gestalt y que ahora tienen un significado más fuerte:

Encuentra un motivo para sonreír y ya no tendrás que esforzarte para hacerlo. Todos los gestos que le dan significado a la felicidad te nacerán solos.

Suspiro, sintiendo un calor en mi pecho. Estoy tan agradecida con la amabilidad de ese chico, pero una parte de mí dominada por el egoísmo no deja de formularse la misma pregunta: ¿volverá a ser amable conmigo otra vez?

—Hey, ¿qué vas a hacer ahora? —me pregunta Samuel cuando suena la campana que anuncia el fin de las clases de Historia y el inicio del primer descanso.

—Me sentaré en algún sitio a estudiar para el examen de mañana.

—Qué aplicado —murmura, observando como guardo mi libreta en la mochila y la cuelgo al hombro. Me percato de que estamos solos y me pregunto por qué no se ha ido aún con sus amigos—. Oye, siempre estás solo.

Esa apreciación me resulta innecesaria, pero no me molesta porque sé que la ha hecho sin mala intención.

—Ya, bueno. Nos vemos luego.

Justo cuando me doy la vuelta para irme de la clase, algo detiene mis pasos: Samuel sujetando mi brazo. Cuando voy a preguntarle qué le sucede, me interrumpe hablando con determinación:

—Vente conmigo y con mis amigos, estoy seguro de que les caerás bien.

No me da tiempo a negarme, porque me arrastra fuera del aula y me lleva hacia las escaleras del primer piso, donde se encuentras sus amigos: Reinhardt, Dustin, Adolf, Klaus y Adam. Cuando nos detenemos frente a ellos, los miro intentando mostrarme tranquilo, aunque por dentro estoy demasiado asustado. Ellos me devuelven una mirada cargada de extrañeza y se mantienen en silencio. No me extrañaría que me mandasen a la mierda, ya que he tratado bastante mal a Samuel. Sin embargo, como ninguno de ellos se decide a hablar, doy el primer paso:

—Hey —murmuro, y los cinco me saludan con un movimiento de cabeza.

Samuel se sienta en uno de los escalones y yo lo imito. Bien, esto es incómodo, demasiado incómodo. 

Durante un rato, charlan sobre lo aburridas que son las clases de Matemáticas y lo difícil que ha sido el último examen de Inglés. Yo no participo en la conversación, solo me mantengo en silencio escuchándolos al igual que hace Reinhardt. 

Socorro, quiero irme de aquí.

—Buah, mirad, por ahí va el profesor de Química —señala Klaus, refiriéndose al señor Hahn. Alzamos la vista y lo vemos dirigiéndose a la sala de profesores cargado con un montón de papeles.

—Seguro que acaba de fotocopiar los exámenes más difíciles del mundo —murmura Müller. De pronto, agudiza la voz y lo imita—: soy Otto Hahn, tengo una obsesión con el uranio y mi fetiche sexual es suspender alumnos.

Todos se echan a reír. Yo lo miro entrecerrando los ojos.

—Te ha salido fatal —concluyo, ante su cara de sorpresa. Klaus se lleva las manos al pecho, como si lo hubiese ofendido a él—. Pon atención, Müller, porque voy a mostrarte como imitar al profesor de Química. —Me aflojo la corbata, carraspeo y comienzo—: soy Otto Hahn, el mejor profesor del Sinclair y debéis prestarme atención cuando explico. ¡Señorita Maud! Suelte el teléfono o le obligo a comer una croqueta radioactiva. ¡Señorito Dustin! Deje de dormir en clases o le bajo un punto en la evaluación final. —El profesor sale corriendo de la sala de profesores con un par de exámenes en la mano, detalle que yo aprovecho para continuar con este espectáculo—: oh, joder, no debí comerme plutonio en el desayuno, ¡me ha dado diarrea! Menuda fisión nuclear estoy sintiendo en mi estómago. —Ahora el hombre se detiene, mira las hojas, se encoge de hombros y... Oh, ¡Dios mío! ¡Se dirige al baño!—. Diantres, no tengo papel higiénico. Bueno, no me queda más remedio que limpiarme con los exámenes.

Y Otto Hahn entra en uno de los baños, dando un sonoro portazo. 

Todos se quedan en silencio, mirándome con los ojos muy abiertos. Samuel, por su parte, aprieta con fuerza los labios intentando contener una risa, pero acaba desistiendo y suelta una carcajada que contagia al resto.

—Madre mía, ¿cómo has hecho esa imitación? ¡Es genial! Aunque no tanto como las mías—me dice, y no tardamos ni dos segundos en sumergirnos en una competición de lo más absurda para ver quién imita mejor al director Weber mientras los demás adoptan el papel de jurado para decidir al ganador.

En el siguiente descanso, para mi sorpresa, volvemos a estar los seis juntos y, salvo Klaus, todos parecen estar cómodos con mi compañía. O, al menos, es así como lo siento. Pero quien más parece disfrutar de mi presencia es Samuel, detalle que agradezco mucho.

Al llegar a casa, saludo a mi gata y me voy corriendo a mi cuarto. Allí, tumbado en mi cama, pienso en el hecho de que, después de tanto tiempo, he disfrutado de la compañía de la gente con la que comparto clase sin sentir miedo, sin preocuparme de sus desprecios, del acoso, de si molesto. Entonces, me percato de algo que quizás sea tonto, pero para mí es realmente importante: voy a dejar de estar solo y asustado en mi centro de estudios. Voy a hacer amigos de nuevo.

Sin poder evitarlo, me llevo las manos a la cara y rompo a llorar, agradecido por el día de hoy, por lo mucho que me divertí y por la amabilidad de mi compañero, que logró todo esto.

Gracias, Samuel, de verdad. 

°°°

—Eh, Rainer, despierta —me avisa Hugo, dándome una colleja en la cabeza. Yo alzo la vista, recordando dónde me encuentro ahora: en la cafetería, y a pesar de ser aún las seis de la tarde, me caigo de sueño. Qué ganas tengo de irme a casa y descansar un rato—. Han entrado unos chicos. ¿Los atiendes tú?

Afirmo con la cabeza y miro al frente. Allí me encuentro, para mi sorpresa, a Samuel acompañado de Klaus, Adam, Dustin y Adolf. Lo observo y me río al comprobar que incluso tiene la misma cara de cansado que yo. ¿Hasta en eso vamos a parecernos?

—Hola, ¿qué hacéis aquí? —les pregunto cuando llego a su mesa, ignorando el bufido que acaba de soltar Klaus al verme. No va a ganar esta guerra de desprecios por el mero hecho de que tengo demasiada experiencia en este campo.

—Bueno... —comienza a explicarse Adam, arrastrando las palabras mientras da un par de palmadas en la madera—. No sabíamos a dónde ir a tomar algo y Samuel ofreció este sitio como opción. ¿Verdad? —me explica, y Müller tumba la cabeza en la mesa de un golpe. Auch, seguro que le ha dolido. 

—¡Sí, señor Neisser! —exclama él con desgana, alzando un brazo. Qué diablos, medio dormido parece borracho.

—Qué conste que yo me opuse —remarca Klaus, todos lo ignoramos.

—Ya, ya. En fin, ¿qué vais a tomar?

—¡Tú emborráchanos! —gritan Adam, Klaus y Adolf al unísono. Este último con una cara de desquiciado que me asusta por un momento.

—Bu – Bueno, a mí me pones café, que tengo que volver a casa temprano —responde Dustin con nerviosismo, y yo fijo mi vista en Samuel, que sigue con la cara pegada a la mesa.

Ese —me dice, y yo frunzo el ceño, sin entender a qué se refiere, por lo que se ríe y sigue hablando—: eme, i, ele, e. Ahora adivina lo que te pido.

Tras un segundo de incertidumbre ruedo los ojos y asiento, entendiendo al fin a qué se refiere. Todos nos miran extrañados, y el capitán inopia, alias Dustin, encabeza el desconcierto con una frase que me resulta ya demasiado característica en él:

—No entiendo.

Tras servirles las consumiciones, regreso a la barra y me dedico a hablar con Hugo mientras observo como mis compañeros se van uno por uno la cafetería, hasta que solo queda Samuel en la mesa. De hecho, ya no hay ningún cliente más en el establecimiento. Por eso decido desprenderme del delantal y hacerle compañía; hay algo que quiero decirle.

—¿Qué tal? —me pregunta, cuando se da cuenta de que me he sentado frente a él—. Mañana Adam quiere organizar algo por Halloween, ¿vendrás con nosotros?

—Lo dudo —respondo, y observo durante un instante como tuerce la boca, disconforme—. Y estoy bien, gracias.

—Bah —suelta, sin abandonar esa característica frialdad inherente a su personalidad que aparece en momentos donde quiere restarle importancia a algo—. Es una pregunta sin importancia.

—No, quiero decir que gracias por todo.

—¿Todo el qué?

Pienso por un momento la respuesta. En momentos así es cuando más me cuesta sincerarme, pero al menos con él he recordado el poder de las palabras y todo lo bueno que puede suceder por ser sincero. Un ejemplo: su compañía.

—Por portarte bien conmigo a pesar de los problemas que te di.

—No pasa nada —responde, manteniéndome la mirada con una seriedad que me cohíbe al principio.

—¿Sabes? No preguntes por qué, pero pensé que había hecho el estúpido contándote sobre mi vida y que lo usarías en mi contra. De hecho, me sorprende tu atención, a veces pienso que lo haces por pena. 

—No pienses así, ya te dije el otro día que esto no lo hago por pena.

—Aun así, gracias por escucharme, Müller.

No dice nada, solo apoya la barbilla en la mano y mira a la calle a través del cristal, pensativo. Yo hago lo mismo y dejamos pasar el tiempo hasta que, de pronto, vuelve a traerme a la realidad con su voz:

—Gracias a ti.

—¿Por qué? —pregunto, contrariado. No tiene por qué agradecerme nada, lo único que he hecho desde que lo conozco ha sido molestarle. En todo caso, le tendría que agradecer yo a él por despertarme de ese estado de maltrato mental en el que me había sumergido—. No te entiendo.

—Porque me despertaste.

—¿Qué? —inquiero, como muestra de lo perplejo que me acaba de dejar que haya respondido lo mismo que yo estaba pensando. 

—Da igual, Wolf. Por cierto, me alegra que estés mejor. No sé, pero de alguna forma saber eso me hace estar mejor a mí también —me explica, con una sencillez que me sorprende, y al percatarse de mi confusión me sonríe—. No te pregunto cómo estás por pena, sino porque de verdad me interesa. —Descanso la vista en la mesa. Ya ni siquiera me apetece sonreírle de vuelta, no me nace ese gesto. Solo me concentro en el hecho de que noto un calor sofocante en el pecho. Me llevo ambas manos al cuello y me percato de lo rápido que me late el corazón. ¿Por qué estoy reaccionando así?—. No puedo sentir pena por alguien al que admiro, ¿no crees?

Eso es lo que me pregunta, con la mayor de las facilidades y una alegría que en otro momento me habría contagiado, pero no ahora. ¿Por qué me dice estas palabras? ¿Tengo que confiar en él cuando me da a entender que de verdad las siente, o en realidad solo es un producto de sus buenas intenciones? No me da tiempo a envalentonarme y preguntarle porque él se levanta, deja unas monedas en la mesa y se despide dándome una palmada en el hombro. Lo último que escucho como muestra de su presencia es la campana de la puerta principal al abrirse. Aunque eso no es lo último que yo siento, porque aún noto el efecto de sus palabras en mi pecho.

Me sorprende cómo este chico está logrando un cambio tan grande en mí con tan poco esfuerzo y en tan poco tiempo. Porque, de alguna forma, me hace feliz.

°°°

המשך קריאה

You'll Also Like

332K 12.9K 41
Se llama Marcos. Se apellida Cooper. Y toca la guitarra. Jude Brown es una estudiante de periodismo, tras un largo camino en su vida, tiene que busc...
395K 55.8K 43
(LGBT+) Dos estudiantes rivales comienzan a enamorarse mientras fingen ser pareja para resolver el misterio que rodea a un objeto mágico. Misterio/so...
33.5K 5.1K 8
Matías es artista. Todas las tardes, él sale a vender pinturas en la plaza del pueblo. Un día, una extraña señora aparece y le encarga un retrato. P...
3.3K 363 26
"¿𝙌𝒖𝒆 𝒑𝒆𝒅𝒊𝒓𝒊𝒂𝒔 𝒂 𝒄𝒂𝒎𝒃𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝒔𝒆𝒓 𝒎𝒊 𝒏𝒐𝒗𝒊𝒐?" Eric Dusk se considera a sí mismo una persona responsable y altruista, pero n...