Enredada con el chef

By Bermardita

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Margo está rota, siente un vacío enorme en su interior. Thomas es un chef de élite, ¿podrán sus coqueteos y p... More

SINOPSIS
Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58 (+18)
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71 (+18)
Capítulo 72 (+18)
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Capítulo 76
Capítulo 77
Capítulo 78
Capítulo 79
Capítulo 80 (FINAL)
EPÍLOGO

Capítulo 5

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By Bermardita


"Los ingredientes no son sagrados. El arte de la cocina es sagrado."

―Tanith Tyrr


***

Tan pronto di mi primer paso dentro del apartamento, me estiré con libertad y lancé sobre el sillón mi bolso. Probablemente mi parte favorita del día era llegar por la noche y relajarme. El ambiente olía al perfume de lavanda que rocié en todo el apartamento en la mañana antes de ir a la universidad. Nada como llegar a casa y respirar aire limpio y ver todo en orden.

Todo estaba acomodado, los almohadones posicionadas meticulosamente sobre los sillones pardos; las sillas de la mesa del comedor estaban bien puestas. No existía nada fuera de lugar, y se debía a mis constantes cuidados, pude sonreír al pensar que en ningún lado sería una molestia para alguien; me cuidaba bastante bien solita.

―Iré a tomar una ducha ―le avisé a Thomas.

―¡Qué coincidencia! ―Su tono jocoso dejaba claro sus posibles segundas intenciones―. También iba a hacer lo mismo.

―¿En serio? ―respondí.

―Claro. No te molesta, ¿o sí?

―En absoluto ―expresé con aburrimiento e indiferencia.

Miré por encima de mi hombro izquierdo a Thomas. Lo encontré con la cabeza ladeada a un lado mientras tenía una media sonrisa en el rostro, un gesto que ignoré. Generalmente, solía ignorar sus comentarios picosos por una simple y sencilla razón: él jugaba demasiado para tomar algo en serio. Siendo sincera, comenzaba a cansarme un poco de ello.

Thomas era un buen hombre, demasiado bueno para convivir con una mujer como yo. Aunque a menudo soltara comentarios fuera de lugar, en su intento por darle un cambio colosal o hacer que fuese un poco más alegre mi día. Sin embargo, cuando actuaba así, sin querer, me asaltaban pensamientos como el de querer volverme invisible para todos o que al menos fingieran no verme. Por más que lo evitara, los extraños sentimientos de eterna soledad y tristeza me consumían y tomaban control de mis pensamientos. Tenía la impresión de que si seguía así, acabaría por dejar de importante todo y parecerme innecesario la compañía.

¿Realmente quería eso?

Cada persona que permanecía a mi alrededor se sentía siempre lo mismo; como lanzarse en un océano inmenso y salir seca, sin mojarme ni siquiera un poco. Eso representaba la compañía para mí en estos momentos. Era extraño, tenía más días buenos que se sentía como malos y días malos que se sentían cómodos, y quería estar sola la mayor parte del tiempo pero sin sentirme solitaria ni vacía por dentro.

Alejé esos pensamientos, no era momento para volver a ocupar mi mente en ideas molestas. Aparté la vista de Thomas para observar la prenda que traía puesta.

Llevaba una camiseta debajo de una blusa holgada color negra con formas circulares enormes color blanco. Me la quité enfrente de Thomas sin expresar nada o sentir nervios siquiera, luego la lancé sobre el sillón con descaro. De nuevo, me atreví a verlo por encima de mi hombro, ladeando un poco la cabeza, le esbocé una sonrisa minuciosa. Proseguí en levantar la camiseta blanca con las dos manos, con la clara intención de quedar solo en sujetador.

Contuve las ganas de carcajear. Estas cosas no representaban un reto o algo impudoroso para mí, no me importaba. Así de simple. Quizá en otro momento me hubiese sentido avergonzada e incluso le hubiera dado otra respuesta diferente a Thomas ante su comentario. Desde que dejó de interesarme ciertos asuntos, varias de mis emociones también quedaron bloqueadas, como la timidez, la rabia, la vergüenza.

Al pasar la camisera por encima de mi cabeza quedó enredada con mi cabello. Logré liberarla despacio. Solté mi coleta para volver a amarrarla en un moño alto. Al terminar, dirigí los dedos de mis manos a mi espalda, dispuesta a desabrochar los ganchos de mi sujetador.

Sin embargo, sentí una manos frías sobre las mías, impidiéndome seguir.

―¿Qué crees que haces? ―susurró Thomas cerca de mi oreja.

―Ya lo dije... ―empecé a decir con desgana―. Iré a darme un baño. ¿No dijiste que harías lo mismo?

―Eso dije.

―¿Entonces? ―Me volví hacia él y lo miré a los ojos.

Lo vi tragar saliva mientras apartaba la vista. Al notar que Thomas hacía el esfuerzo por no mirar mis bustos, bajé la mirada, colocando mis manos sobre mis pechos con inocencia. Él apartaba la vista porque... ¿le resultaban atractivas?

―¿Quieres tocarlas? ―le dije con voz neutra―. Puedes mirar.

―No seas tan descarada... ―dijo.

Elevé la vista. Su expresión en ese instante resultaba interesante. Había conseguido quebrar ese muro de confianza y de seguridad, de completa tranquilidad y diversión. Jamás hubiese imaginado que alterar a Thomas sería pan comido al mostrarle un poco de piel y darle una cucharada de su propia medicina.

―¿Por qué, Thomas? ―quise saber. Él parecía inquieto, como si le costara mantener la compostura. ―. ¿O es que yo logré acelerar tu corazón?

Thomas soltó una risa incrédula.

―Solo digo ―agregué. Solté una pequeña risa desvergonzada antes de terminar la conversación―. A veces puedo armarme de valor y comenzar a jugar, lo sabes, ¿no?

Sabía que mi actitud no se lo esperaba. Llevaba meses viviendo con él y podía predecir que podría hacer y qué no. Solté un suspiro, hastiada.

―Eres aburrido, Thomas, debí habértelo dicho antes ―finalicé. Recogí la ropa que dejé sobre el sillón y me encaminé hacia el cuarto de baño. Después de trabar la puerta con el pestillo, encendí la regadera. Quería que el agua estuviera caliente antes de mojarme.

En mi mente apareció el rostro impresionado de Thomas cuando intenté desabrochar los ganchos de mi sujetador. Verlo con una expresión que no era de tranquilidad ni de concentración ni de alegría... sí que era un evento nuevo. Mi pequeña travesura había resultado divertida. Sinceramente, aunque no sintiese la más mínima vergüenza, no lo habría hecho frente a otra persona.

Thomas era diferente, en el buen sentido, claro. A comparación de mí, él resultaba siendo alguien de buen corazón; no me necesitaba a su lado ni era necesario tenerme como su asistente. Con estos meses, viviendo bajo el mismo techo, había sido tiempo suficiente para saber de él, para advertir qué tan lejos podía llegar con una mujer y qué tan respetuoso podía ser con ella.

Luego de esta escena, era más que suficiente para corroborar mis observaciones. Además, Thomas tenía una novia. Una muy bonita, rubia y de ojos azules pálidos. Tenían citas los miércoles y sábados por la noche, y no hablaban de cosas más allá de los padres de cada uno o de los logros que pretendían alcanzar. Lo más lejos que esa relación había llegado era a darse un estúpido beso suave. Un pequeño piquito. Pareciera que entre los dos no existiera atracción, o tal vez lo había, pero era unilateral.

Él la trataba bien, la cuidaba, pero no podía decir que fueran a durar. Era una pareja aburridísima, no tenía chiste ni chispa. ¿Cómo sabía todo eso? Simple. Thomas me convirtió en el mal tercio de sus citas.

Por situaciones como esta, me sorprendía de mi habilidad para pasar desapercibida, en serio. O tal vez se debía a mi actitud aburrida y desinteresada lo que incitaba a la gente a ignorarme. Aunque Thomas hacía el esfuerzo por incluirme en sus conversaciones, nunca me sacaba más de cinco palabras en una oración.

Terminé de quitarme el pantalón y mis braguitas de algodón y, finalmente, me metí bajo el agua. El vapor comenzaba a expandirse en ese cuarto reducido. Luego de varios minutos, me encontré en la sala, vestida y bien dispuesta dormirme. Sin embargo, Thomas llegó de la cocina a la sala a interrumpir mis ideas.

―Te preparé café ―me avisó―, y debemos hablar.

Me volví hacia él y acepté su ofrecimiento sin objeción alguna.

―¿Sobre qué?

―Sobre lo que dijiste.

―Mmm... sé más específico.

―¿Desde cuándo? ―inquirió para mi sorpresa―. ¿Desde cuándo te resulto aburrido?

"¿Le dolió mi comentario anterior?" fue lo primero que pasó por mi mente al escucharlo hablar.

―Siempre fuiste aburrido, Thomas ―le confesé con sinceridad―. No creas que por hacer comentarios pervertidos de inmediato me parecerás interesante; al principio lo eras, ahora ya no.

―Dijiste que dejarías de venir si el trabajo o yo te resultaba aburrido. ¿Qué explicación le das a eso?

Reí.

―Tu comida es interesante, pero Thomas como persona es aburrido. Podría decirse que contigo puedo comer lo que en mi casa no. Así de simple.

―Básicamente... estás aquí por la comida.

―Obvio.

Él soltó una carcajada. Su expresión se relajó, la incomodidad que percibí en él hacia un rato se esfumó para ser sustituido por diversión. A quién quería mentir, esta era una de las cosas por las que aún permanecía al lado de él. Podía enojarse por mis comentarios pero luego se relajaba y terminaba olvidándolo, casi como si no hubiera dicho ni hecho nada.

En realidad, yo tenía miedo de que terminara aburrido de mi falta de voluntad, de mi pesimismo y carácter horrible. Sobre todo, de mi falta de sinceridad.

Thomas realmente era un buen hombre.

―No vuelvas a hacer lo de hace rato ―comentó, viéndome a los ojos, con una expresión que no pude descifrar.

―¿Por qué?

―¿Realmente preguntas eso? ―inquirió con incredulidad.

―Temes que vuelva a agitar tu corazón ―solté sin reparos, aunque fingí quedar pensativa para aparentar que podría existir otra razón para excusar lo ocurrido―. Es eso, ¿no es así?

―¿No reaccionarías de la misma manera, Margo?

―De hecho, no.

―¿No?

―No ―rectifiqué―. Solo es piel, Thomas.

Él sacudió la cabeza con desdén.

―¿Segura, Margo?

―¿Quieres probarlo? ―inquirí―. Desvístete entonces, y veamos quién altera a quién.

―Realmente eres... irreparable. Dejemos esta conversación así.

―Como quieras.

Ingenuamente creí que la conversación había llegado a su punto final. Bebí por sorbos el café caliente, era justo como me gustaba, con canela y con poquita azúcar. Sonreí. Tal vez Thomas me había estado observando más de lo que esperaba.

―¿Por qué llorabas ese día?

Fingí no haberlo escuchado. Con ese día debía referirse a nuestro primer encuentro, cuando dejé mis cosas en la casa de una amiga y me perdí en el camino de vuelta a su casa. Ese día que solté maldiciones por mi problema y terminé llorando por no saber cómo llorar. El incidente lo creía muerto, enterado en el baúl de los recuerdos estúpidos. Thomas me había caído bien porque nunca cuestionaba mis motivos o mi forma de ser ni mucho menos mis acciones. Daba mi espacio y vivíamos en paz, pero ahora estaba siendo molesto.

―¿No responderás? ―quiso saber.

Mantenía la vista fija sobre mi taza. No veía su rostro para saber si el leve sonido que escapó de sus labios fue una risa burlona o contenida.

―¿Debo decirte mis suposiciones?

―Haz tu mejor esfuerzo ―contesté de mala gana.

―Sé por qué no querías regresar a tu casa, pero no por qué comenzaste a llorar; así que aquí va una idea. ―Hizo una breve pausa antes de proseguir―. Primera teoría: te rompieron el corazón, por eso no quieres hablar de ello.

―¿Me estás insultando o qué?

Él soltó una carcajada.

―Ni yo me lo creía, pero la posibilidad no podía descartarse.

―Nadie le rompe el corazón a Margo ―le aclaré con seguridad, volviéndome hacia él―, para eso me lo rompo yo misma. No necesito a nadie para eso.

Un destello de inquietud o tal vez de tristeza se logró percibir en sus ojos azules. ¿Realmente pensaba en ese día? ¿Le inquietaba mis razones?

En verdad no entendía a Thomas, un día podía ser despreocupado y al siguiente, como ahora, preocuparse por mis asuntos.

―Debió ser duro... ―dijo y colocó su mano sobre mi cabeza, alborotando mi cabello. Esbozaba una pequeña sonrisa en sus labios que se sentía reconfortante de algún modo.

Ese gesto... ese estúpido gesto me recordó a mi hermano pequeño, Oliver. Se sentía inocente, cálido, suave. Aparté la mirada y vacié el contenido de la taza de un solo trago.

―Gracias por el café ―le dije, dejé la taza en el centro de mesa y me tumbé sobre el sillón. Me tapé con las sábanas tan rápido como pude.

―Podría dormir en el sofá y tú en la cama, lo sabes, ¿no?

―No, gracias ―contesté―. Aquí estoy cómoda. Y no seas tan amable, es molesto.

―Yo creo que te gusta por eso te molesta.

―¡No es cierto!

―Así como tampoco soy aburrido.

―Si eso te hace sentir mejor ―finalicé, riendo despacio bajo las sábanas.

Lo último que escuché antes de quedarme dormida fueron los pasos de Thomas alejarse y próximamente el de la caída del agua en el ducha. 


Gracias por leerme <3

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