Construidos

By NeverAbril

2.9M 206K 192K

Kaysa entrará a una competencia de poder, pero alguien más acabará jugando con su corazón. More

Construidos
❤️Primera parte❤️
1. Juramento de sangre
2. Solo uno
3. Fácil de destruir
5. Intenciones desconocidas
6. El mapa de las sombras
7. Profecía de fuego y muerte
8. Caer en la trampa
9. Villanos del reino
10. Venenos adictivos
11. Cómo matar a Diego Stone
12. La academia del caos
13. Rojo escarlata
14. La casa de los placeres violentos
💚Segunda parte💚
15. La verdad es un afrodisíaco
16. Los que se odian, se desean
17. Sueño dorado
18. Algo más que sobrevivir
19. Las técnicas letales de una damisela en apuros
20. Manzana prohibida
21. Oferta de paz
22. Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca
23. Traspasar los límites
24. Búsqueda del tesoro
25. Necesidad de control
26. Juegos de cartas
27. Laboratorio de poemas
28. Verde esmeralda
💚Tercera parte❤️
29. Desiderátum
30. Promesa irresistible
31. Leyes románticas
32. Lo que se oculta debajo de las máscaras
33. Flores de primavera
34. Curiosidad científica
35. Las horas más oscuras
36. Sol de verano
37. Subordinación y sublevación
38. Diarios
39. La confianza de los inocentes
40. Cuento de hadas
41. La esperanza es un instinto
42. Asesina de Idrysa
43. Almas perdidas
44. Ir demasiado lejos
45. Su Alteza Real
46. Todos quieren gobernar el mundo
47. Eclipse
48. La maldición del corazón roto
49. Un traidor perfecto
50. Todos los amantes mueren
51. Un reino sin finales felices

4. La nueva generación

108K 7.2K 4.6K
By NeverAbril

Caminaba a mi primera clase cuando Emery me interceptó.

―Hola, ¿puedo acompañarla?

―Claro.

Asentí con la respiración levemente afectada por andar tan rápido que parecía que estaba trotando en el atrio. Desde afuera, las torres de los diferentes clanes de la academia eran demasiado similares y sus pasillos, más confusos que un laberinto. Debido a que me señalaron cuál era el sector rojo, es decir, donde descansarían los delegados y se ubicaban la mayoría de los campos de entrenamiento alrededor, di por hecho que primero debía ir allí.

Cometí un error.

Los nervios me jugaron una mala pasada e hicieron que olvidara que mencionaron en el recorrido de ayer el lugar en el que entrenaríamos.

En la actualidad, me dirigía allí y Emery se unió a mí con un semblante agradable, haciendo que me castigara menos por estar retrasada.

―No, la vi hace un rato. Apuesto a que solo quería hacer una entrada triunfal ―mencionó ella.

―Por desgracia, no. Me quedé dormida ―confesé sin más remedio.

No me molestaría en mentirle a alguien que creció con periodistas. Se rumoreaba que miembros de su clan conocidos como "los azules" tendían a aprender técnicas para averiguar cuando alguien decía la verdad o no.

Yo había llegado tarde al desayuno porque no había despertado temprano como correspondía y, apenas toqué la comida, tuve que correr. No pude hablar con nadie, y no me interesaba. Había cosas más importantes, tal vez no interesantes, pero sí importantes.

Las charlas casuales pasaban a segundo plano en comparación con la necesidad de mantener mi promedio académico.

―No le diga esto a nadie... ―A Emery se le escapó una risita suspensiva―. Yo también.

Hubiera sonreído de no ser porque me atropelló una idea turbulenta: aliados. La chica con la información servida en bandeja sería una muy buena para empezar y, en definitiva, no la quería en mi contra. En fin, iba a usar el consejo de Luvia Cavanagh.

―Bueno, ¿cómo esperan que durmamos tranquilos si literalmente dicen que la persona de la habitación de al lado quiere matarnos? ―bromeé, acelerando el paso una vez que nos adentramos en el pabellón.

―No lo sé. Probablemente, esperan que lo hagamos con un cuchillo debajo de la almohada o algo por el estilo ―concordó Emery, risueña.

Contraje la boca.

―Yo lo hago.

―¿Está bromeando?

―Sí, digamos que sí.

No, no lo hacía. En mi defensa, yo no confiaba ni en mi propia sombra.

―Usted tiene un sentido del humor peculiar ―denotó con extrañeza y una actitud amena―. Es un cumplido.

―¿Gracias? ―farfullé, dispuesta a cambiar de tema―. ¿Puedo preguntarle por qué se quedó dormida?

―Detalles menores. Yo no podía decidir qué atuendo ponerme, así que le hice unos arreglos al uniforme de entrenamiento, ¿qué le parece?

Nuestros uniformes eran negros en honor a nuestro juramento a la realeza y estaban diseñados para facilitar nuestros movimientos. Ignorando que reconocí parte de la estructura original del mismo en el de Emery, advertí que estaba más ajustado y la parte superior se había convertido en un top con detalles zarcos. La moda de Idrysa era un tema. Combinaba las prendas formales de alta costura que parecían sacadas de cuentos de hadas de las épocas antiguas y los atuendos más modernos e igual de elegantes que tendíamos a vestir a diario.

―Es azul.

―Y combina con mis ojos.

―Apenas llegamos ayer. ¿Cuándo tuvo tiempo de modificarlo?

―Cambié horas de sueño por horas de ensueño y el resultado valió la pena.

A pesar de que el diseño era una labor del clan Gray y ella lo tenía prohibido, eso me hizo empatizar con su circunstancia. Mi gusto culposo era un buen libro y el de Emery, la moda.

―No puedo creer que lo diseñó usted misma. Luce bien ―comenté, impresionada―. Es un cumplido.

―Eso espero. ¿Y qué la mantuvo ocupada tan tarde? ―preguntó, intrigada.

―El insomnio ―respondí, temiendo que mi paranoia tuviera sus fundamentos.

―Escuché por ahí que los guardias la encontraron peleando con alguien.

Mis sospechas fueron ciertas. Consiguió espías muy rápido. Impresionante.

―No hay nada que se le escape.

―No, a menos que elija dejarlo ir ―alegó en un tono sugerente.

―¿Haría eso por mí? ―inquirí, entendiendo su maniobra.

―¿Y cuál es el premio?

Ella no me amenazaba, me pedía algo.

―Una aliada.

―Prefiero una futura amiga ―corrigió Emery con buenos ánimos.

Asentí, accediendo a lo que para mí sería un experimento social.

―Puedo trabajar con eso.

―Debo decirle que lo de anoche fue genial. Yo me hubiera quedado medio pasmada con lo que dijo la señorita Gray. Usted realmente sabe cómo responder.

―¿Opina que fui muy dura?

Por más que yo pensaba que no, me interesaba oír otra opinión al respecto. Una versión de la historia no era suficiente si no lograbas ver el panorama completo.

Emery sacudió la cabeza.

―No, creo que fue genial. Me cae bien.

―Usted es fácil. Me refiero a que es fácil hablarle. Y también me agrada ―expresé sorprendida de ese hecho. No me agradaba mucha gente.

Valía la pena arriesgar mis secretos por investigar los de los demás en la disputa.

―Lo que sí estuvo de más fue lo que dijo sobre William. Sé que no debo decir esto, sin embargo, lamento su pérdida, no la de su clan, sino la suya ―comunicó Emery con sinceridad―. Yo no querría perder a ninguno de mis hermanos, por más molestos que sean.

Mis labios se tensaron y un nudo se formó en mi garganta.

En Idrysa no estaba permitido el duelo, por lo que no oí palabras semejantes a menudo. Fue reconfortante y extraño.

Me arrastraron al mero recuerdo de él y la revelación sobre que uno de mis guardaespaldas fue el suyo. No quería pensar en eso en simultáneo que nos acercábamos al campo de entrenamiento. No me llevaría a ningún lado. La ley lo impedía.

―Al fin llegan, señoritas. Tomen un arma de preferencia y síganme ―ordenó Aspen Kyle, el entrenador de la Corte Roja, en el segundo en el que traspasamos el umbral.

Los profesores eran seleccionados por la directora sin importar su posición con la intención de tener el grupo de las personas más capacitadas para entrenarnos. Por eso, permanecían siendo un misterio hasta que se presentaban o alguien filtraba información sobre ellos. Su padre había muerto en el mismo accidente que mi hermano. Nuestras tragedias coincidían en el calendario. No lo iba a mencionar.

Recorrí con la mirada la sala de armas. Mientras que del lado derecho estaban colgados diferentes tipos de espadas, en el izquierdo la variedad resultaba más amplia, había dagas, arcos, etc. y en el fondo pude vislumbrar los equipos de protección, además de un cuadrilátero de boxeo y bolsas de entrenamiento. A veces pensaba en la inutilidad de todo eso porque yo no iría nunca a un combate. Eliminé el pensamiento e hice lo que tenía que hacer.

Todo sea por el bien de la Nación, suspiré en mi mente.

Emery se alejó por su cuenta y yo me dispuse a ir en busca de mis armas. Los Construidos estaban ocupados, saliendo de la sala o seleccionando con cuidado un elemento que pondría en evidencia su estilo de pelea. Por mi parte, revisaba atenta las dagas cuando apareció alguien que me tentó a clavárselas.

―Llega tarde en el primer día ―notó Diego, lacerante, haciendo girar su espada con la mano. Aquel truco atrajo mi atención hacia su uniforme más riguroso que, por cierto, hacía que se viera diez veces mejor, si eso era posible, y despertó la ira en mi pecho―. Qué amable. No tenía que darme la ventaja.

―Creí que lo necesitaba ―repliqué, mordaz, acariciando los mangos de las dagas con las yemas de los dedos.

―¿Y por qué es eso?

―¿Es necesario que le responda?

No.

―Es desafortunado. Tenía la esperanza de que se aligerara la tensión entre nosotros después de lo de anoche.

―Y yo esperaba que no despertara. Supongo que los dos nos equivocamos.

―¿Está segura de que esa era su intención? Sus gritos fueron los que me despertaron esta mañana ―repuso él y su voz, no, su forma de hablar se suavizó debido a mi expresión―. ¿Qué pasó?

―Estoy perfecta.

―Eso no significa que esté bien.

Con esa frase mi corazón se desarmó en piezas que flotaron en mi pecho y se rearmaron igual que un escudo en la guerra. No quería involucrarme en esa conversación.

Tenía sentido que oyera mis ruidosas pesadillas. Su cuarto estaba pegado al mío. Me pregunté si podía oír desde lejos lo que sucedía en su cuarto.

―Dormí bastante bien. Estaba soñando con destruirlo ―mentí, torciendo la boca.

―Bueno, siga soñando.

―No hace falta.

Otra vez vislumbré aquella chispa maliciosa que brillaba como ascuas en sus ojos diferentes.

―Para ser específicos, ¿qué clase de sueño tuvo conmigo para que acabara gritando?

Me gustaría saberlo. Mis pesadillas eran un misterio, sucedían desde hacía bastante tiempo, y no se relacionaban en absoluto con él. Solo lo dije para molestarlo y ganar la batalla de palabras.

―Es algo gracioso que no se diera cuenta de que fue un chiste. Apenas lo conozco. Siendo sincera, olvido que usted existe en el momento en el que desaparece de mi vista ―expuse con franqueza.

―Lo siento, es que, basándome en lo poco que vi, no creí que usted tendría sentido del humor.

—Se equivocó. Es una costumbre suya.

Mis ojos se voltearon hacia arriba con desdén y escogí las dagas que más se adaptaban a mi agarre.

―¿Dagas?

Avancé unos centímetros en su dirección, amenazante, y le apunté con el filo de una de ellas como si no me diera cuenta de que las tenía.

―Sí, son perfectas para cortar las gargantas de los que me molestan con sus conversaciones sin sentido.

―¿Sin sentido? ―repitió Diego, corriendo la hoja afilada con su dedo índice, entretenido―. Yo pensé que nuestra charla nos estaba llevando a un buen lugar.

―¿Y dónde es eso? ¿Un mundo en el que no tengo que volver a verlo?

―Lo sabría si dejara de interrumpirme. ¿No cree que es muy temprano para las amenazas?

―Me parece que empezaron justo a tiempo.

Intrigado, Diego cruzó los brazos sobre su pecho.

―¿Para qué?

―Para probarle que voy a cumplirlas ―advertí con una sonrisa desafiante.

Ladeé la cabeza para ver cuando Aspen nos llamó a lo lejos, ya que Diego bloqueaba la mayor parte de mi visión con su cuerpo odiosamente atlético.

―Vamos, ¿por qué no lo intenta? ―retó él, inclinándose para poder enfrentar su mirada con la mía.

Acepté el desafío. Obtendría mi venganza por lo de anoche de un modo u otro.

Respondiendo al llamado del entrenador, salimos al exterior para reunirnos por separado con los demás, quienes optaron entre las variantes de las espadas disponibles a la hora de seleccionar sus armas.

―Ahora darán una muestra de sus habilidades a desarrollar y debilidades por eliminar. Lucharán hasta que su enemigo quede en el suelo. Recuerden que es un diagnóstico, aun así, cuenta en su calificación ―informó Aspen. Lucía de unos veinticuatro años de edad, casi veinticinco, con su pelo castaño claro, ojos verdes, hombros anchos, elevada altura y un uniforme más formal que el nuestro―. Pelearán en parejas uno por uno hasta que se vayan eliminando, procurando no lastimarse gravemente, y gane solo uno, ¿de acuerdo?

Lo preguntó como si tuviéramos otra alternativa. Qué donoso.

En tanto, calentábamos corriendo y estirándonos, creé diez escenarios posibles en mi imaginación e implementé un elemento para derrotarlos, aplicando mi estrategia mental. Como si fueran mis demonios, una vez que los venciera en mi cabeza, los vencería en mi realidad. Así la inseguridad no me traicionaría.

Los ciudadanos normales no se preparaban como nosotros, sino que se especializaban en su clan, solo aprendiendo medicina o lo que fuera a lo que se dedicara su clan en específico, y vivían sus vidas libres de la presión.

Nosotros éramos un caso diferente. No nos consideraban la elite solo por nuestro dinero, sino por lo que éramos capaces de hacer.

Nos entrenaron desde que aprendimos a caminar para saber todo tipo de combate, cómo convertir cualquier cosa en un arma y resistir los diversos métodos de tortura física o psicológica.

En ese aspecto no envidiaba a Stone. Gracias a que se dedicaban a ello, el entrenamiento militar de su clan era más estricto e inhumano que el del resto, al punto de que incluso algunos morían en el proceso y para los herederos era peor.

―¿Cuándo se declara que han sido vencidos? ―quiso saber Ivette, ligeramente aislada del grupo por voluntad propia.

―Cuando este quede en el suelo. Sin posibilidad de empate. White y Aaline son los primeros.

Las advertencias de Luvia Cavanagh revivieron en mi interior.

En la actualidad, cerré los puños alrededor de mis dagas y Emery me dio un empujoncito con el hombro, alentándome con discreción, e hizo que me cuestionara las diferencias entre una amiga y una aliada.

Avancé dispuesta a probar que no era débil y mucho menos fácil de destruir.

En el campo de entrenamiento el viento soplaba de tal manera que hacía enloquecer el flequillo que cubría mi frente, siendo algo fastidioso. Respiré hondo, intentando tranquilizarme. Lo había hecho cientos de veces y casi siempre vencí a mis contrincantes, a mis profesores, y anhelaba que no me hubieran dejado ganar por cortesía. Lo dudaba. La rudeza estaba de moda. Finley y yo nos apartamos y fuimos en dirección al centro. Me acomodé en mi posición de guardia, igualándole. Luego de recibir la señal, él avanzó veloz hacia mí; mas yo le esquivé, dejando que su espada cayera al suelo. No parecía seguro de ninguno de sus movimientos y la humedad del ambiente no ayudaba en nada a la concentración.

Me prepararon para dinamitar a un atacante en menos de un minuto. No perdería el tiempo con tal mostrar una bella coreografía y que la competencia durara más. Yo quería terminar esto lo más rápido posible. Sería frenético.

Sus pasos fueron ligeros y no lo suficientemente veloces para derribarme. Atrapé su espada con mis cuchillos para después darle un golpe en la parte baja del estómago con mi rodilla a modo de distracción, causando la caída no solo de su espada sino un traspié de su parte. Yo había ganado. Nos amigamos con una reverencia corta. Él recogió su arma y nos retiramos en cuanto llegó el turno de Stone y Lockwood.

Observé atentamente cada paso del entrenamiento hasta su conclusión. Cedric perdió.

No me sorprendí con el resultado, lo que sí sobresaltó fue que noté algo particular. Así como escogí a Emery para que fuera mi aliada por la información, descubrí que Diego había elegido a Cedric como el suyo. Trabajaba con una destreza sensacional. Sin duda lucían como unos aliados peculiares a simple vista. Diego tenía un aspecto macizo y Cedric, bueno, a diferencia del resto, Cedric parecía emocionado por competir.

Regresé mi centro al entreoír un quejido.

―Me pregunto qué sucedería si me rehúso a pelear ―dijo Prudence, pensando en voz alta, apenas recibió la orden de Aspen.

―Yo me pregunto qué ocurriría si todos nos rehusáramos ―murmuré con curiosidad.

―Es muy posible que nos obliguen de igual manera ―opinó ella, rendida, y se alejó.

La trayectoria que tomó hizo que yo reparara en alguien más.

―Perdón por eso ―me disculpé con Finley, viendo un pequeño corte en su palma.

―Oh, no me había dado cuenta ―dijo él, sorprendido.

Gracias a que hablaba muy bajo por naturalidad, me esforcé por escucharlo.

―¿En serio? ―cuestioné retóricamente. Debía estar muy exaltado―. Bueno, no es malo, solo tiene que relajarse.

No existía una rivalidad entre Finley y yo más allá de la que instauró la academia, por lo que no pretendía producir una con mi mal temperamento. Estaba tratando de acotar mi lista de enemigos.

Su clan no me preocupaba y no me traería problemas ser amable con él.

Además, todos aquí hacían lo que hacían por conveniencia. Cada movimiento que realizara o no tendría que estar basado en la competencia o terminaría con más de un puñal en mi espalda y nadie sobrevivía con tantas heridas. Así que, mi estrategia no sería buscar adversarios donde no los había, sino ver quién venía voluntariamente. Lo que no impedía que me mantuviera alerta como siempre.

―No es tan simple. Es obligatorio y yo no soy muy bueno. Me estanqué con los años en vez de avanzar ―confesó él en simultáneo que pasaron Prudence e Ivette.

Mis entrenadores del pasado me habrían dicho que me aprovechara de su declaración o que no confiara en la misma. Mi instinto fue por un camino distinto que el que marcaron para mí.

―No tiene que decir eso ―sostuve con amabilidad―. Nada se nos da por mera suerte y menos en esto. Si practica más, mejorará.

―Ojalá hubiera más horas en el día ―suspiró como si estuviera resignado a que no iba a ganar por más que lo intentara.

―Sí. ―Asentí, deseando lo opuesto en mi caso. Había demasiadas.

―Gracias ―suspiró Finley, sopesando el consejo―. Usted es sorprendentemente amable.

Hice un amago de sonrisa serena.

―Le prometo que lo soy de verdad.

―Elijo creerle.

―¿Está asustado de mí?

―Solo lo necesario.

Un montón de personas me evitaban debido a mi estatus y reputación. No les interesaba si yo me esforzaba para probar lo contrario. Eventualmente, algo relacionado conmigo los ahuyentaba. Al final, se burlaban a mis espaldas o no se atrevían ni a mencionar mi nombre.

¿Quién podía hacer amistades duraderas y verdaderas si nadie alcanzaba a conocerse con certidumbre?

―Y aquí están mis dos dulzuras. Espero que no le moleste que les diga de ese modo, agarro confianza muy rápido. ―Apareció Blue, colocando un brazo en cada uno. Su mirada siguió la de White. Él miraba a Aspen, no como nosotras, no como un alumno que miraba a su profesor. Decidí ignorarlo, no me incumbía. Sin embargo, Emery me sonrió cómplice. Finley no se percató de ello.

―No es una molestia ―respondí, franca, sin contar que me habían llamado muchas cosas y ninguna de ellas estaba relacionada con algo remotamente dulce. Me agradó.

―White, oí que su clan desarrolló una nueva forma de identificar a los renegados de los Territorios Blancos, ¿es cierto? ―consultó Emery, llamando la atención del heredero con información inédita, y por eso la elegí como aliada.

―Sí ―respondió Finley, desorientado. No estaba preparado para ello―. Fue idea de uno de mis hermanos.

―¿Matthew? ―adiviné, absorbiendo las noticias como si ya las supiera.

Él asintió. Percibí algo de resentimiento hacia su hermano mayor.

―¿De verdad piensan que ayudará a diferenciarlos de Destruidos? ―indagó Emery, incisiva.

―Ese es el objetivo principal ―reveló Finley previo a tragar saliva.

Levanté una de mis cejas.

―¿Hay más de uno?

―¡Bravo! ―felicitó Aspen, interrumpiendo el interrogatorio camuflado en la forma de una charla informal. Ivette le ganó a Prudence. Yo estaba en shock―. ¡Gray y Blue!

Finley suspiró aliviado. Yo almacené la noticia en secreto. En general, los clanes colaboraban, ideando planes por separado para capturar a los rebeldes, y el suyo no sería la excepción.

―Mi hora ha llegado ―murmuró Emery, exudando coquetería.

Le devolví los ánimos que ella me regaló cuando fue mi turno.

Prudence retornó con nosotros, refugiándose en su mutismo, y observó la siguiente pelea. No me dio la impresión de tener ganas de conversar y lo respeté.

No me sorprendió que Ivette atacara primero, sino que Emery se lo devolviera con el doble de fuerza.

Increíble y velozmente, ella venció a Ivette, abandonándola en el piso después de un minuto de batalla. Le extendió su palma a la rubia; ella no la aceptó.

―¿Siempre es tan orgullosa? ―le escuché cuestionar a Emery.

Ivette no le contestó y se puso de pie.

Eso fue lamentable.

Si bien sus dinastías no se declararon enemigas, en la actualidad había cierto jaleo entre ellas y se notaba.

Por más que una parte de mí deseó que el entrenador nos hubiera enfrentado a Ivette y a mí para destrozarla por sus alegaciones de traición, me alegré de que Emery le ganara esta ronda.

―¡Aaline y Stone vengan!

El llamado encendió los latidos vengativos de mi centro. Había esperado enfrentarlo cara a cara gran parte de mi vida y ahora que el momento se presentó supe que valía la pena. Daría rienda suelta a mi odio por completo.

La mención me recordó que los guardias rojos nos encontraron en el balcón, se limitaron a darnos una advertencia y no lo mencionaron de nuevo. Fue suerte. Borré el recuerdo y obedecí la orden del entrenador. Me dediqué a estudiar sus gestos. Todos tenían un patrón predecible, ocho o siete movimientos repetitivos de defensa y ofensa, pero él los cambiaba con frecuencia y me dificultaba descifrarlo. Avancé en un dos por tres. Diego resistió mis estocadas, tomó uno de mis brazos y lo dobló hasta hacerme girar sobre mi propio eje. Me complicaba las cosas que él fuera ambidiestro y yo no. No era nada definitivo respecto a la competencia.

A pesar de que estaba de espaldas, miré hacia mis pies y supe que me encontraba a pocos centímetros de su cuerpo. Tensa, percibí la calidez de su pecho firme contra mis omoplatos. Reprimí un refunfuño, contemplando mi situación actual.

Odié que su brazo me rodeara, inmovilizando mi brazo izquierdo, y me apretara contra sí al sujetar mi muñeca derecha para que la empuñadura de una de mis dagas ejerciera presión en la zona próxima a mi corazón. Lo peor era que ni siquiera me apuntaba con su espada, no lo necesitaba. Nada estaba saliendo como lo planeé.

Apreté la mandíbula y sacudí mis hombros en un intento fallido de liberarme.

Mierda, articulé en mi mente.

Diego se inclinó hacia delante en busca de alcanzar mi oído. Su maldita respiración generó un cosquilleo que navegó por mi sistema nervioso. Detesté el rumbo que obtuvieron las cosas.

―Eso no estuvo mal, aunque así no me va a ganar ―habló él en un tono que no destilaba ninguna otra cosa que no fuera arrogancia.

Giré un poco la cabeza con la intención de encararlo. Estaba más cerca de lo que imaginé. Fue muy tarde para retractarme. Aparte, su cabello lucía aún más rubio en la luz del sol y su mirada expectante destilaba retos e intrigas. Me estaba desafiando y lo disfrutaba. No me intimidó.

―¿Quién se cree que es? ―repliqué con altivez.

―Yo.

―¿Siempre tiene tanta fe en sí mismo?

―¿Por qué no debería tenerla?

―No se puede mantener ni una conversación con usted.

―Pues, no hablemos.

―Peleemos ―concluí a medida que él me desasía y comenzábamos de nuevo.

Tras ubicarnos en nuestros sitios, Diego atacó por primera vez y comencé a dar giros, golpeando duro su espada hasta que resbalé y me sostuve de su antebrazo, causando nuestra caída. Tragué grueso al notar el calor de su cuerpo sobre el mío a horcajadas. Las venas de su cuello y la ligera capa de sudor sobre mi pecho exponían la tensión del ambiente. Sostuve las palmas sobre el césped. Nuestras armas estaban lejos y no sabía definir lo que me causaba la tonta situación.

El impacto me dolió y también corrompió la sangre en mis venas, envenenándome con adrenalina.

Olvidé cómo se respiraba con propiedad. El aire se infiltró en mis pulmones e inspiré el aroma del bosque cercano fusionado con el perfume fresco y adictivo que provenía de la piel de Diego, quien estaba arriba de mí con la boca entreabierta y jadeante a causa de la pelea. Aun así, ninguno de los dos bajó sus defensas.

―Ha perdido.

―Usted también está sobre el suelo ―le indiqué a Diego.

―No, usted está sobre el suelo. Yo estoy sobre su cuerpo ―expuso con obviedad.

La forma en que utilizó las palabras causó un indisimulable rubor en mis mejillas. Maldije al resplandor de la primavera.

El sol chocaba contra mis retinas, obstruyendo mi visión, y la sombra de Diego era lo único que apaciguaba la intensidad de la luz solar. No por mucho.

―No lo disfrute tanto porque las cosas cambian en el último segundo ―dije antes de regalarle un rodillazo. Me sujeté de sus hombros y alteré la posición. Estiré mis miembros de pie y busqué los instrumentos de práctica.

No estaba segura de que fuera un golpe legal. No era mi culpa que hubiera dado por hecho de que la pelea terminó solo porque los dos terminamos en el piso. Aspen dijo que acaba cuando uno lo hacía, no ambos, y retorcí sus palabras a mi antojo.

Quisiera ser como Emery para tenderle la mano a mi enemigo, sin embargo, no estaba en mi naturaleza y Diego se levantó por su cuenta. Ahí cobré mi venganza por lo de anoche.

―¡No espere que los demás jueguen limpio si usted hace trampa! ―comentó Cedric a mi favor, a él no le gustaba perder.

―¡Felicidades, es el primer empate que veo! ―alentó el entrenador, satírico, ante la queja que presentó Ivette sobre que aquello no contaba.

Ella no estaba en el lado de nadie, sino que lanzaba ataques esporádicos contra quien se pusiera en su camino y al parecer éramos todos nosotros. Por más molesta que fuera, no la vi como una verdadera amenaza, no todavía. Era muy obvia.

Luego de ello, Aspen llamó a Emery y a Diego para debatir el puesto de la final. Tuve que aguardar lo que parecieron menos de unos instantes. Él arrasó, dándole honor a su título, y ella peleó con dignidad. Mas, fueron bastante cordiales. Finalmente, anunció contra quién contendería.

―De acuerdo, Stone y Aaline. ¡Adelante!

La competencia despertó la peor parte de mí otra vez.

Pude ver a Diego mirándome desde el otro lado del campo de entrenamiento y tiré una de las comisuras de mi boca hacia arriba.

Por alguna razón, sus sonrisas, o lo más cercano a ellas que él dejó escapar las dos veces que las vi, no eran inocentes, sino que cargaban amenazas y ahora estaban dirigidas a mí, no obstante, las mías eran mucho peores.

Habíamos peleado una vez y ya me había vuelto a inundar esa adrenalina que nada ni nadie más me daba. No iba a empatar otra vez. Quería que todo lo que pensara, sintiera y tuviera fuera yo y mi odio hacia él.

Antes de iniciar el duelo, Diego se acercó de pasada y me susurró al oído:

―No le tendré piedad ―dijo sin ningún problema.

Dudaba que la palabra «piedad» estuviera en su diccionario.

―No la necesito.

¿Para qué diablos le dije eso?, me cuestioné internamente.

―¿Tiende a provocar a la mayoría de sus contrincantes así?

―No, el juego previo es lo nuestro.

Ambos nos enfrentamos. Retomando el asunto, giré y apuñalé a la nada sin conseguir éxito. Diego me atrajo hacia sí y me arrebató uno de mis cuchillos, doblándome el brazo. Apreté los dientes con la boca cerrada. Me enojé debido a que dedujo mi confabulación, en consecuencia, hice un movimiento peligroso que no haría usualmente. Alcé la rodilla para golpear su abdomen y tuve la suerte de que no obviara mi ataque. Festejé la efímera victoria mientras me alejaba.

No miré hacia atrás. Retrocedí con el pecho subiendo y bajando un tanto desmedido. Él se deshizo de mi daga, ya que no le servía de nada, y se armó, exponiendo la sonrisa que disimuló en el pasado. Esa ocasión sería la definitiva.

―No existe nada "nuestro" ―bramé, reanudando nuestra conversación con salvajismo―. Lo puedo probar.

―¿Y qué estaría dispuesta a hacer? ―cuestionó Diego en un tono provocativo que hizo que entrara en combustión.

―Todo.

Mi comentario no le disgustó a Diego. Inclusive diría que se envaneció, ¿quién en su sano juicio se enorgullecía si lo afrentaban?

Avanzamos. En la confluencia de acciones, me distraje al oír algunos murmullos proviniendo de los labios de nuestros compañeros, quienes no oían nuestro intercambio de provocaciones gracias a la lejanía, y fue por un momento tan breve que no debió hacer la gran diferencia. Daría mi alma por saber qué pensaban los demás.

En esa oportunidad, Diego se precipitó con la primera estocada y la bloqueé de un modo que me dio un pase para atacar. No lo premedité y corté la distancia sin querer. Su fuerte avance le cedió la ventaja para aprovecharse de nuestra proximidad. Debido a que me aferré a mi arma, me tomó la muñeca durante mi defensa, y trastabillé, provocando que una de mis rodillas impactara contra el suelo, en simultáneo que la espada de Diego giró hasta acabar depositada sobre mi nuca.

Mi corazón dio un vuelco, turbado. Él me sostuvo la mirada y la cólera reemplazó a la sensación de pérdida. Las piernas me temblaron a medida que soltaba la daga o, mejor dicho, mi enemigo me la quitaba. Perdí y, si no fuera un entrenamiento de práctica, ya me habría decapitado. En ese momento no estaba segura de a quién odiaba más por ello.

―Yo también ―reveló Diego, no obstante, no lo dijo con crueles intenciones a pesar de mis deseos asesinos―. Pero no de esta forma.

Tuve problemas para procesarlo. Para mi pesar, Diego procedió a guardar su espada con agilidad en la funda ubicada en su espalda y se inclinó más en mi dirección para tenderme su mano.

Hubo una lucha en mi interior sobre aquel gesto conciliador. No supe que tomé una decisión hasta que acepté su mano y me ayudó a enderezarme. Su agarre era firme y a la vez suave conmigo. Era del tipo del que podías aferrarte si estabas a punto de caer de un abismo o la clase que podría empujarte al vacío si quisiera.

Yo era terca, no idiota. Por más que tendía a mandar a la mierda a la gente, a veces aceptaba ayuda y sugerencias en los momentos apropiados. No necesariamente tenía que significar algo en nuestro juego de poder.

Además, mis palpitaciones no tuvieron un descanso gracias a que el impulso me arrastró directo hacia mi enemigo. La tensión entre nosotros no se iba y tal vez nunca lo hiciera, sin embargo, había respeto y ahí me di cuenta de que eso quizás perduraría.

―Fue una buena pelea ―dictaminó Diego sin apartarse y yo tampoco lo hice.

―No estoy segura. El final pudo ser mejor ―enfaticé, recuperando mi sentido del humor y él también.

―Entonces, no lo fue porque usted no ganó. ¿Eso dice?

―Exacto.

―Bueno, le prometo que tendrá muchas otras oportunidades para pelear conmigo ―garantizó él, tirando de mí como si fuera un secreto, aunque estábamos en un sitio lleno de gente mirándonos.

―No puedo esperar ―espeté, sosteniendo mi postura.

―¡Eso es todo! ―confirmó Aspen, sacándonos de aquel embelesamiento suscitado por el combate―. A partir de ahora, el auténtico entrenamiento empieza.

Solté a Diego súbitamente y sentí un cosquilleo repentino. El viento bailó entre mis dedos y tuve que disimularlo, cerrando mi mano. Pero cuando un mechón de mi flequillo me molestó a causa de la brisa y tuve que correrlo con el índice, miré a Diego por un efímero segundo y noté que abría y cerraba la palma como si le pasara lo mismo. Era extraño pensar que esas manos eran las que me escribieron todas esas cartas de odio a lo largo de los años.

―¿Entonces, lo que hicimos fue un juego? ―se le escapó a Finley, espantado.

El entrenador amenazó con reír, se aclaró la garganta y recobró la formalidad.

―Sí, algo así.

Al finiquitar la valoración, retorné a mis aposentos, me di una ducha, almorcé con mis compañeros y proseguí con mi nueva rutina. Descansar no era una opción.

La sala de reuniones designada para darnos la charla informativa acerca de los asuntos de Estado era menos amplia de lo que esperaba y no disponía de las ornamentaciones que sospechaba que escondería.

Dos grandes ventanales cristalinos que se extendían por un extremo de la estancia la alumbraban con sutilidad y brindaban una vista a los jardines al estar en el edificio de entrada. Un tapiz de tela de un tono oscuro abrigaba las paredes con bordados de los colores representativos de las dinastías. Los seis nos sentamos alrededor de la mesa redonda de madera de ébano. Por mucho que conversáramos en algunas ocasiones, había otras como la actual en la que el silencio nos gobernaba.

Luvia Cavanagh ingresó apresurada con un blusón oscuro que caía sobre su falda recta y el eco de sus pisadas con sus zapatos de salón con incrustaciones de cristales. Arrojó un par de vades sobre dicha mesa, provocando un sonido similar al de una bofetada.

―Conducta y charlas informativas ―anunció ella, colocándose delante de una pizarra dispuesta a dar la materia. Asentí por inercia―. Las carpetas que les acabo de entregar son informes parciales que revelan la situación actual de la Nación, pero principalmente de Europa. Tomen una cada uno. Vamos, no tenemos todo el día. Al menos no yo.

Dicho y hecho.

―Hoy no habrá clase en sí, sino más bien una charla en la que discutiremos la agenda planeada para los próximos tres años en un plano general y los actuales problemas de Idrysa para ver cómo los resolverían como equipo. Eso último será una simulación de sus futuras interacciones en el Consejo, el resto, no.

―¿Y cuál es la agenda? ―indagó Prudence, quien, como todos, cambió su uniforme por prendas de su clan. En su caso, por un vestido de muselina gris y unas perlas elegantes que adornaban su cuello.

―Como todos ustedes saben, el reino ha sufrido severos atentados orquestados por Destruidos a lo largo de esta última década. Ustedes se concentrarán en los que han padecido las academias.

―¿Alguna razón en específico para ello? ―interrogué, rascando las cutículas de mis uñas, casi sin notarlo.

―En un principio, hubo ataques en países lejanos como Argentina, Australia y China e incontables territorios. Con el transcurso del tiempo, han sumado fuerzas y se van acercando a la Capital, nuestro hogar y el de la corona. Ya no son rebeldes comunes, son amenazas para la monarquía y, por ende, para ustedes ―evidenció la directora, exhibiendo la cruda realidad, y hubo conmoción.

―El pueblo piensa que es... ―interrumpió Finley a la defensiva y apoyó los codos sobre la mesa, causando que se tensara la tela blanca de su camisa con botonadura lateral y resaltara la línea delgada del delineado blanco de sus ojos.

No fue difícil imaginar cómo terminaba la frase. El pueblo pensaba que Destruidos era un grupo pequeño de mercenarios codiciosos y no una organización entera que pretendía destruir todo lo que construimos.

―La diferencia entre el pueblo y nosotros es la verdad. Ellos la desconocen y están seguros. Nosotros, no, y por eso tenemos más amenazas de muerte que razones para vivir. Sin embargo, lidiamos con esto por la supervivencia de ambos. ―Luvia Cavanagh ocultó una pequeña risa sardónica producto de años exhaustivos de batallar con ello―. No se engañen. ¿Qué creen que pasaría si atacan Londres?

Un miedo cerval subió por mi columna vertebral. Tuve que repetirme a mí misma que no existía razón para temer y, sobre todo, no debía temer.

―¿Les organizamos una fiesta de bienvenida? ―bromeó Cedric con ironía y lo miramos con incredulidad.

Además de su postura relajada, portaba un atuendo que la igualaba: un chaleco púrpura de punto arriba de una camisa más clara junto con unos pantalones que se apegaban al estilo.

Haciendo caso omiso al comentario, Luvia Cavanagh prosiguió.

―Ustedes son su objetivo principal y los primeros que van a ejecutar, si es que tienen suerte y no les hacen alguna otra atrocidad inimaginable. Así que, en estos tres años, su tarea va a ser erradicar Destruidos de una vez por todas.

―¿Solo eso? ―consultó Diego, imperturbable.

―No ―se limitó a entonar la directora―. Por ahora pasemos a revisar los documentos. Es importante.

Mis cejas se fueron hundiendo en mi frente, en tanto leía los informes.

―¿Destruidos atacó la Academia de Hungría hace unos días? ¿Cómo es posible? ―intervino Diego―. Es una de las más seguras, aunque no tanto si eso pasó.

El sistema educativo de Idrysa era más que complicado y no era bueno con nadie.

Nosotros, los Construidos, teníamos el internado oscuro y solo asistíamos al alcanzar la mayoría de edad después de ser preparados en casa.

Los delegados más relevantes poseían pequeñas academias en sus respectivos países, educándose con normalidad desde pequeños, al disfrutar de más libertad para salir a las calles y ser de menor importancia que nosotros a los ojos de la realeza, y al final venían aquí para la competencia.

Y, bueno, los nacionalistas con el privilegio de ir a las escuelas comunes de sus regiones que se las arreglaban para obtener los recursos necesarios con la intención de terminar sus cursos, se graduaban para continuar con las labores que fueron de sus padres, ya que todos los trabajos eran hereditarios. Si tu padre fue un soldado, serías un soldado y así sucesivamente con los demás puestos existentes. En los casos más raros, aquellos que carecían de padres, terminaban siendo adoptados o en los Territorios Blancos, y los que carecían de estudios tendían a convertirse en sirvientes o, bueno, criminales.

Eso último era algo que planeaba cambiar al asumir mi puesto.

―Ese es justo el problema. Aún no hemos descifrado cómo consiguieron ingresar. Afortunadamente, no hemos contado con pérdidas mayores, pero sí una gran parte del archivo y armamento brindado gracias a su preferencia hacia la Corte Roja, lo cual no sabemos si es para peor o mejor, señor Stone ―alegó Cavanagh.

―¿Usted sugiere que se están preparando para un ataque a gran escala? ―consultó Emery, acomodando un mechón de cabello ondulado, lo que arrastró mi atención sobre el maquillaje intenso de sus ojos y el conjunto de dos piezas que portaba: un top sin hombros y unos pantalones largos del mismo color zafiro que alargaba su figura.

―Es muy probable.

Una deducción peligrosa sobresalió entre mis pensamientos.

―Seguramente recibieron ayuda de algún infiltrado ―puntualicé.

―Al principio tuvimos esa teoría. Interrogamos al personal y ninguno ha resultado culpable ―farfulló la directora.

―¿Y los herederos?

La pregunta de Diego causó un silencio perturbador y a mi curiosidad. Nosotros éramos estudiantes. Él decía tan poco y generaba un viraje.

―Eso es imposible ―refutó Luvia Cavanagh, determinada.

Como mencioné, estaba prohibido cuestionar al gobierno, más a sus integrantes. El mero rumor de que uno de nosotros cometiera un crimen tan atroz era imperdonable.

―Bueno, traidores hay en todas partes ―se encogió de hombros Ivette y al decirlo dirigió su mirada en mi dirección.

No me costó descifrar a lo que se refería. Ella no iba a dejar ir el tema de William y yo tampoco, pese a que la pena por difamación era la decapitación.

―Y también idiotas, al parecer ―agregué por lo bajo, enderezándome.

Apenas noté que Diego también giró para verme.

Ahí había otro ejemplo de ello.

―¿Qué acaba de decir? ―Ivette frunció su ceño, escandalizada. Su expresión no acompañaba para nada a su delicado mono color salmón y su cabello perfectamente trenzado―. Puede repetirlo.

―¿Por qué? Todos aquí pueden confirmar lo que dije ―repuse, jugando con las palabras.

―¿Entonces niega que es una posibilidad que fuera un espía?

―No, en absoluto y es interesante que diga eso. Otro de los informes dice que la academia de París fue atacada y se sabe que su clan controla la mayoría de los territorios de Francia. Supongo que esa es la razón principal de esta discusión. Se comenta que el ataque fue orquestado con tanta facilidad y organización que fue casi como si tuvieran a alguien que los ayudara desde adentro ―recalqué y, al final, una sonrisa taimada se asomó por mi rostro.

Elegí cortar el problema de raíz y no su cabeza.

Ivette negó con la cabeza.

―Si usted está insinuando que nosotros tuvimos algo que ver con ello...

―No insinúo nada, yo estoy diciendo hechos.

Tenía que atenerse a las consecuencias. Por eso no había nada que dijera que lo refutaría a comparación de lo que ella decía en sus habladurías infundadas.

Agobiada, la directora soltó un suspiro y tensó su musculatura al liberarlo. Antes de eso, juraría que vi una fugaz expresión de orgullo porque alguien siguió su consejo.

―Si hay un espía o no, es su trabajo averiguarlo antes de que sea nuestro el turno de atacar ―intervino con severidad.

Ese era uno de los secretos de que Idrysa siguiera de pie. Si bien los clanes competían entre sí y algunos eran rivales, si alguien se enfrentaba a uno de nosotros como Destruidos lo hacía, todos saldríamos a defendernos igual que un frente unido.

Las clases fueron pasando con tanta rapidez que fue como si se impartieran a la misma hora. Con la llegada de Historia Universal, nos encaminamos hacia el este del campus. El edificio del clan Blue albergaba un vestíbulo tapizado de índigo con las constelaciones de estrellas pintadas, profundas corrientes de aire sin importar que había escasas ventanas, y una escalera con un ojo tan pronunciado que veíamos el techo puntiagudo al subirla para ir a la reconocida biblioteca del internado. La formaban varios pisos y los ayudantes azules nos abrieron las puertas principales para que pudiéramos explorar su belleza literaria y ver a los demás alumnos dentro.

Lámparas con forma de globos terráqueos fabricados a base de metal y bañados en oro colgaban arriba de nosotros, siendo las encargadas de iluminar tal obra de arte, junto con los candelabros con velas flamantes que se encontraban en lugares estratégicos.

La estancia desprendía el aroma peculiar y húmedo de los libros viejos y una mezcla de tinta y granos de café. El fondo era una colección interminable de libreros puestos uno detrás de otro como si marcaran varios caminos. No llegamos hasta allá.

Atravesamos velozmente la primera parte que se dividía en dos con la ayuda de un par de extensas mesas rústicas sobre las que descansaban más tomos, pergaminos, hojas ordinarias, plumas estilográficas, unas cuantas tazas de las que emergía un ligero vapor y sus respectivos dueños.

Nosotros éramos la nueva y más completa generación de Construidos, sin embargo, nos precedían dos más y allí estaban. Compartíamos el horario de esa clase con los hermanos y las hermanas de mis compañeros. Sus edades variaban entre los diecinueve y veintiún años. Se hallaban concentrados en sus estudios y no interactuamos con ellos. Yo sabía que los demás ya lo habían hecho. Después de todo, no solo pertenecían al mismo clan, eran familia.

Por un momento me sentí sola. A veces lo toleraba como podía, mas verlos así fue un recordatorio de que lo estaba de verdad.

―Venga aquí ―murmuró Emery, agarrándome el brazo con suavidad para que me acomodara a su lado, y lo hice, aguantando una risa de sorpresa―. ¿Cree que si sumamos los años que vamos a vivir finalmente lograríamos leer todo esto?

Era como si mi paraíso hubiera tomado la forma de una biblioteca rústica más grande de lo que habría imaginado. No había aberturas. Las paredes parecían estar hechas de estantes repletos de libros, ya que los vastos libreros de madera llenaban cada centímetro desde el suelo hasta el techo. Inclusive colocaron escaleras corredizas con rieles para poder alcanzar aquellos ubicados en las alturas superiores. Podría quedarme a vivir y nunca volver a salir.

Había tantos tomos que tenía mis dudas sobre si alguien alcanzaría a leerlos todos en cien años. Se me puso la piel de gallina. Caí bajo un encanto al contemplarlos, como si contuvieran hechizos antiguos y los misterios del universo, en vez de pedazos de historia y, quizás, trozos de las almas de los escritores. Su majestuosidad carecía de comparación.

―No ―suspiré en tono de broma y proseguimos―. Pero me gustaría intentarlo.

―En ese caso, usted lea lo que quiera, yo la veré mientras como arándanos.

Su actitud despreocupada hizo que mi sensación de soledad se fuera momentáneamente.

―No tengo problemas con eso.

―Siendo honesta, no comprendo cuál es el punto de tener tantos libros si nadie va a llegar a leerlos.

―Yo pienso que es un reto.

―O tal vez somos muy arrogantes y damos por hecho que lo haremos.

―Bueno, algunos de nosotros lo son.

Subimos a la segunda planta a través de unas escaleras más anchas. El espacio de allí era más reducido en contraste a la de abajo y gozaba de una vista panorámica del camino que acabamos de transitar. Poseía una cantidad inferior de anaqueles inundados de libros, una solitaria y larga mesa de ébano con bancos adosados para que nos sentáramos.

En cuanto deposité mi libro, se presentó un hombre de unos cuarenta años aproximadamente, con cabello negro atado en una coleta y piel morena clara que vestía una camisa azul y pantalones de lino. Se encaminó a nosotros desde uno de los pasillos anexos, acomodando sus lentes, los que ocultaban sus ojos celestes. Me emocioné. Era el tutor y también el tío de Emery.

Usualmente, los profesores no compartían lazos de sangre con los estudiantes. Se rumoreaba que él se ofreció para el puesto y, como la madre de Emery era quien dirigía al clan Blue y eso descartó la posibilidad de que hubiera un conflicto de intereses, nadie planteó una queja.

―Seré directo. Mi nombre es Elton Blue y soy su profesor de Historia Universal ―se presentó él a la brevedad―. No tengo tiempo para presentaciones oficiales, así que vamos a lo que nos concierne.

―¿Por qué? ―se quejó Cedric, decepcionado―. Tenía todo un discurso preparado.

―Sí, qué pena.

―Hola, tío ―saludó Emery con una sonrisa brillante y él asintió como si eso fuera más que suficiente.

―Para hoy prepare una colección de las actas originales que firmaron los fundadores para que las vean. La Corte Real las cedió con amabilidad por hoy ―anunció Elton y un ayudante trajo los pergaminos enmarcados con extremo cuidado para depositarlos sobre nuestra mesa e irse―. ¿Por qué? La prueba diagnóstica será sobre la historia de los inicios de Idrysa.

―¿Y en qué consistirá? ―interpeló Prudence a mi derecha.

―Oírla.

«Todo terminó y empezó con la Tercera Guerra Mundial. Fue el cruento y raudo resultado de conflictos que no pararon de aumentar en tamaño y agresividad con el transcurso del tiempo hasta que todos los países terminaron involucrados y dejó una huella imborrable en el planeta. Llegó al extremo en el que un cuarto de la población mundial desapareció totalmente. En aquel entonces se creía la llegada del fin y así fue, no por desastres naturales o eventos inexplicables, sino por la debilidad de la humanidad.

«Después de eso, entre los años 1999 y 2000, se dio lo que llamamos la Gran Caída. El mundo cayó en una anarquía total en la que se perdieron todas las leyes sagradas y no hubo más gobernantes que la locura, el terror y la violencia.

«Por otro lado, los países se sumieron en más batallas, manteniendo en un estado de alerta permanente a todos los territorios y originando la destrucción de aquello que conocían, hasta que cada persona estuvo por su cuenta. Se gastaron suministros en batallas sangrientas, dejando al pueblo sin forma de satisfacer sus necesidades básicas y sin medicinas ni educación.

«En aquel ajetreo, los científicos y más cercanos a la tecnología, una de las principales razones de los enfrentamientos, sintieron terror de sus propias creaciones y eliminaron los sistemas electrónicos y sus datos pertenecientes hasta que fue como si retrocediéramos dos siglos. Se debilitó el sistema carcelario, dejando que los criminales escaparan, y las personas comenzaron a delinquir al no tener control en las calles. Todo se convirtió en una pelea por la supervivencia y solo lo consiguieron los que fueron capaces de lo que sea.

«Y, en medio de aquel caos y desesperación, apareció Thomas Black, el primer rey y el fundador de Idrysa. Si bien existen leyendas sobre él, se desconoce origen, ya que creció durante la guerra y en esa época los sobrevivientes eran pocos, pero lo más importante fue a donde se dirigió. Tuvo una visión y era un líder nato, por lo tanto, primero empezó desde cero, aquí en Londres, unificando a los ciudadanos y enseñándoles cómo pelear. A pesar de que muchos trataron de hacer lo mismo, solo Thomas lo logró.

«Su lista de seguidores se incrementó a medida que conquistaba territorios con la intención de proteger a lo que quedaba de la población. Con el tiempo se convirtió en el soberano del reino más grande que se alzó junto con su esposa Rosemary, la última heredera con sangre real inglesa, con quien forjó una alianza.

«Finalmente, su causa común hizo que cruzaran caminos con los otros jefes de grupos más poderosos que se fueron formando alrededor del mundo, es decir, los primeros líderes de los clanes, y todos unieron fuerzas y crearon el sistema que tenemos hoy en día para preservar a la humanidad y resurgir de las cenizas.

«De ahí nuestras reglas. Las emociones nos llevaron a la perdición, por ende, son una debilidad. El fin del mundo no llegó con algo desconocido, sino con algo que todos sabíamos que existía, pero lo obviamos a diario. Por ello tienen que ser fríos y entender que sentir es morir. La regla es que hay que sobrevivir. Cueste lo que cueste. Ustedes están aquí para liderar un país, es su única tarea.

Después de ello, Elton explicó que adoctrinaron a los Construidos para que no cometiéramos los errores del pasado y dotaron nuestras mentes de todos los conocimientos humanos y planeación estratégica militar con tal de probar qué tan lejos llegaba la inteligencia sin emoción. Dijo que no nacimos con poder, sino que lo habíamos creado. Ellos no nos formaron para ser lo más cercano que estarían los humanos a la excelencia. Nosotros éramos la perfección en persona.

La última clase fue la más relajada. El edificio destinado a los miembros del clan Gray y las aulas relacionadas con el arte brillaba con tonos pasteles del color rosa y pinturas magistrales que cubrían la piedra. Sus decoraciones hacían que pareciera etéreo, delicado y filoso.

El salón de música se destacó, disponiendo del segundo lugar entre mis favoritos del internado oscuro. Ocupaba el primer piso, por lo que no pude descubrir mucho acerca del resto. Una alfombra se extendía por el predio, rellenando el espacio disponible. Allí había toda clase de instrumentos musicales. En lo personal, yo quería lanzarme en especial al gran piano en medio del aula que estaba iluminado por el solitario ventanal por el que ingresaba la luz natural a través de una cortina clara. Me controlé.

La profesora de alrededor de cincuenta años nos recibió con su sonrisa afable, su cabello claro y canoso recogido, y sus ojos verdemares. Además de cargar un largo vestido negro, no tenía la actitud fría de los demás entrenadores. Más bien lucía emocionada.

―Buenos días, chicos. Soy Marlee Black ―saludó ella con una cara risueña―. Pueden relajarse y olvidarse de los protocolos por la siguiente hora.

Me sorprendió su apellido. No era solo parte de la Corte Real. Era la princesa Marlee, la hermana menor del rey, y conocida por su divertido desdén hacia las costumbres de la realeza. Cuando era niña yo habría saltado para hacerle mil preguntas, por suerte ahora tenía un poco más de compostura.

―No considero que esto sea una clase, sino más bien un curso recreativo ―agregó la profesora―. Se han especializado en el instrumento de su clan durante su instrucción, ¿y qué más les voy a enseñar que no sepan a esta altura? Cavanagh dice que continúen así, lo que yo no apruebo. Pueden seleccionar el que deseen y partiremos de allí.

Nos dio la libertad de elegir y eso me conmovió. Elegí uno completo: el piano. Black nos indicó que comenzáramos con algo básico como el Himno Mundial, la única canción que poseía letra. Las demás se basaban en melodías, ya que sin pensamientos o sentimientos no había nada que expresar en las palabras como se hacía en el viejo mundo.

―¡Brillante! ―nos felicitó Marlee―. Lockwood debería intentar con algo más que un mísero triángulo.

―No subestime el poder de mi instrumento ―se justificó Cedric.

No supe la razón del porqué sonreí.

Había cierta amabilidad implícita en el ambiente que Marlee que no experimentó con otros profesores. Era agradable y cómodo, como si dijera que no teníamos que temer por cometer un error.

Más tarde, la cena fue más tenue y sin tanta presión como la del día anterior. Al llegar a mi habitación exhausta, mis damas se despidieron una por una. Clara fue la última.

―¿No necesitas nada más? ―preguntó la chica y me hizo suspirar, ya que éramos las únicas en mi dormitorio.

―Tal vez la habilidad de nunca cansarme. ¿Puedes darme eso?

Ella tiró de su labio inferior con sus incisivos.

―No, pero puedo darte algo que te dé energía.

―¿Y qué es eso? ―curioseé, ladeando la cabeza.

―Aliento.

Reí desde la comodidad de mi colchón.

―¿Aliento? ¿Como respiración boca a boca?

Clara sacudió la cabeza, apretando los labios en un intento de sonrisa, y un mechón de su pelo se escabulló por su mejilla.

―No, soy tu dama ―dijo con su voz naturalmente suave y un poco dulce―. Estoy aquí para lo que necesites. Incluso si eso es apoyo.

―¿Eso es parte de tu trabajo?

―Puede serlo.

Si bien aprecié su intención, me pregunté si quería algo a cambio.

―¿Por qué? ―objeté, desorientada, y ella tuvo una reacción similar.

―¿Por qué te apoyaría?

―Bueno, sí.

―No solo puedo encargarme de vestirte y cosas por el estilo, sino también animarte. ―Clara eliminó un paso de la distancia que nos dividía―. Sé que la academia puede ser difícil. A veces una palabra gentil es todo lo que necesitas.

No sabía si debía defenderme o no.

―¿Y crees que eso es lo que necesito?

La dama conservó su postura sutil.

―Es lo que todos necesitan. La vida es dura, ¿por qué las personas insisten en complicarla más? Por eso me gusta intentar hacerla más fácil, al menos para las personas que veo a diario. Ayuda a crear un ambiente más agradable.

―Eres optimista, ¿no? ―espeté tras su pequeño discurso.

Clara me sonrió con orgullo.

―Me gusta pensar que lo soy.

Le sostuve la mirada con frialdad.

―Bueno, yo no lo soy.

―Lo entiendo ―murmuró ella, apenada, dando por hecho de que había rechazado su amabilidad.

No permití que mi escepticismo me privara de la gentileza que algunos podían ofrecer.

―No me dejaste terminar. Yo no lo soy, por eso necesito una dosis de optimismo de vez en cuando.

La alegría hizo que los mofletes de la chica resaltaran.

―De acuerdo. Para empezar, ¿cómo estuvo tu primer día?

―Como cualquier primera vez: raro ―respondí sin entrar en detalles. Aún era cautelosa―. ¿Y el tuyo? ¿Ya susurran por ahí que soy una jefa terrible?

Ella volvió a negar con la cabeza.

―No eres terrible. Bueno, no ha pasado suficiente tiempo para saberlo.

Valoré su honestidad.

―Buena respuesta.

―Es honesta ―aclaró Clara.

―Si tú lo dices. Si no te molesta, quiero dormir. Puedes irte.

Con una reverencia corta, Clara se marchó.

―Te veré en la mañana.

Me acosté libre en la cama con un jadeo. Sobreviví a mi primera jornada. Me levanté exaltada al escuchar que las puertas de mi alcoba se abrieron y cerraron de pronto.

Crucé las piernas con cuidado.

―Buenas noches, Kaysa.  

Continue Reading

You'll Also Like

124K 5.7K 49
# 𝐄𝐒𝐂𝐄𝐍𝐀𝐑𝐈𝐎𝐒 ! ✧ ▬▬ 𝗯𝗹𝗮𝗰𝗸𝗽𝗶𝗻𝗸; love, angst, sad, cute scenarios. ❪ blackpink x fem and male oc! ❫ ━━━ 𝐒𝐔𝐌𝐌𝐀𝐑𝐘 . . . % ━━━ �...
100K 3K 14
TERMINADA... "La obsesión puede hacerte llegar al borde de la locura y guiarte directamente a la perdición" Un chico que con tan solo pestañear podrí...
356 241 93
La prosa que me narra, mi escondite seguro. Algún día abriré este tesoro y me sorprenderé o decepcionaré de lo que alguna vez pensé y escribí. Por el...
5.8K 480 28
Peligro. Con esa sola palabra podrías indetificar al Escuadrón Zodiacal #1 de asesinos. Las psicópatas más peligrosos del mundo habían sido captados...