Construidos

By NeverAbril

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Kaysa entrará a una competencia de poder, pero alguien más acabará jugando con su corazón. More

Construidos
❤️Primera parte❤️
2. Solo uno
3. Fácil de destruir
4. La nueva generación
5. Intenciones desconocidas
6. El mapa de las sombras
7. Profecía de fuego y muerte
8. Caer en la trampa
9. Villanos del reino
10. Venenos adictivos
11. Cómo matar a Diego Stone
12. La academia del caos
13. Rojo escarlata
14. La casa de los placeres violentos
💚Segunda parte💚
15. La verdad es un afrodisíaco
16. Los que se odian, se desean
17. Sueño dorado
18. Algo más que sobrevivir
19. Las técnicas letales de una damisela en apuros
20. Manzana prohibida
21. Oferta de paz
22. Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca
23. Traspasar los límites
24. Búsqueda del tesoro
25. Necesidad de control
26. Juegos de cartas
27. Laboratorio de poemas
28. Verde esmeralda
💚Tercera parte❤️
29. Desiderátum
30. Promesa irresistible
31. Leyes románticas
32. Lo que se oculta debajo de las máscaras
33. Flores de primavera
34. Curiosidad científica
35. Las horas más oscuras
36. Sol de verano
37. Subordinación y sublevación
38. Diarios
39. La confianza de los inocentes
40. Cuento de hadas
41. La esperanza es un instinto
42. Asesina de Idrysa
43. Almas perdidas
44. Ir demasiado lejos
45. Su Alteza Real
46. Todos quieren gobernar el mundo
47. Eclipse
48. La maldición del corazón roto
49. Un traidor perfecto
50. Todos los amantes mueren
51. Un reino sin finales felices

1. Juramento de sangre

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By NeverAbril

No sabía cuánto tiempo más lo iba a soportar.

El ruido del carruaje en movimiento me recordaba que era la primera vez que salía oficialmente de casa y sus trompicones ocasionales me hicieron contar la cantidad de paisajes de los que había sido privada. Estática, le eché una ojeada a través de un resquicio a las calles cenicientas y a la gran afluencia de ciudadanos en ellas.

Todo era nuevo para mí. Desde la silueta armoniosa dibujada por las casas adosadas hasta la autonomía llena de gracia de la que los transeúntes gozaban, susurrando, al divisar mi carruaje, el último del desfile.

Las cosas que conocía consistían en palabras y, en teoría, eso era la realidad.

La escena me hizo caer en cuenta de algo. Yo era parte de la nobleza. Hacía que mis súbditos se alteraran de esa forma con solo aparecer, igual que un apéndice con una función desconocida para ellos que existía y no se lo consideraba como un órgano importante hasta que explotaba. Mi supuesta importancia era una farsa.

Pero, ¿qué era la vida real si no era una mentira?

Estaba llena de maravillas, mitos y mentiras. Mi vida era un cuento de hadas. Cuando la gente pensaba en uno, creía de inmediato que poseía un final feliz y eso solo era la versión cambiada para satisfacer al público. La original y la verdadera historia era sangrienta, retorcida y dolorosa. Por ende, cada vez que veía a alguien feliz, significaba que era terriblemente miserable.

Yo lucía miserable.

Me arrojaron de un barranco sin aviso alguno, aun así, no me asustaría, disfrutaría de la caída rauda camuflada como un vuelo, y al tocar el agua, pelearía contra la marea. Pues me sentía como una niña con un nuevo juguete, el mundo, y me gustaba cómo inició el juego.

―Falta poco para que bajes, así que, ¿puedes hacerme el favor de sentarte como corresponde, Kaysa? ―solicitó Nora.

Mi madre de cuarenta y tres años yacía frente a mí con su acento escocés indisimulable, su cabello castaño claro, sus ojos topacio como piedras preciosas, y su actitud mordaz. No la consideraba un individuo que destacase por su maternidad, ni por ser muy cálida. Lo único que le agradaba era que las cosas se hicieran a su modo y solo en la última nos asemejábamos.

―Sí, puedo ―mascullé con una falsa expresión carialegre y enderecé mi postura.

Mis padres e instructores justificaron mi falta de libertad con discursos sobre la precaución. Existían riesgos en el exterior que ningún heredero proveniente de la capital podía correr jamás, al menos eso decían.

Si me ponía a reflexionar, era un tanto irónico. Necesitaba protección del reino que debía salvaguardar. La base del gobierno era una excelente dosis de sarcasmo. Tenía sentido. Mientras las personas fueran números y los lugares, líneas en un mapa, las cosas serían más sencillas de administrar.

No necesitaba verlo.

Bueno, para ser franca, repetí dicha excusa por años.

Me había refugiado en las paredes de mi casa, viajando a través de las páginas de los libros, y oculté mi rostro en público con un velo por orden de mis padres para que los demás no supieran cómo lucía hasta el momento de mi presentación oficial ante la sociedad.

Eso era hoy.

La velocidad del coche no se equiparaba al ritmo de mis latidos. Estaba demasiado nerviosa. Procuré que mi semblante se mantuviera impasible, sin embargo, en un sector recóndito de mi mente, cientos de pensamientos me atacaban. Uno en especial: el no lograr superar las expectativas.

Perfección. Una palabra que en definitiva no tenía una definición precisa y que quería ser alcanzada por todos. Se clasificaba como un anhelo muy popular al punto de convertirse en una presión constante para cada persona; como seres humanos debíamos aspirar a serlo para lograr ser aceptados. Debían idealizarte y admirarte. Se había creado una moral y una ética que declaraba cómo debías comportarte y qué era apropiado sentir o no. Te indicaban la manera en la que debías vestirte, hablar y pensar. Éramos un producto de la sociedad, no muy diferentes a títeres manejados con cuerdas invisibles y había que conformarse con eso si se deseaba sobrevivir.

Yo necesitaba sobrevivir.

Como heredera, yo era un símbolo de perfección y poder.

No tenía opción.

De pronto, noté que nos detuvimos. El trayecto interminable finalizó. Miré a mis padres y dije:

―Creo que esta es la despedida.

―Te veremos en la gala de presentación ―aseguró Albert.

―Pero no cuentes con nada y no confíes en... ―pronunció Nora y mi padre la interrumpió.

―Ahora estás por tu cuenta.

Aquella frase me aterrorizó y también me emocionó.

Físicamente, me parecía más a mi padre, excepto por el pelo, el suyo variaba entre un castaño y negro. Poseíamos el mismo color de iris, una cantidad similar de pecas, y las facciones en forma de corazón. No sabría qué decir en cuanto a personalidad. Lo único que le interesaba de mí eran mis logros académicos. Bien podríamos ser desconocidos.

―¿Algún último consejo?

―Solo no lo estropees ―habló Nora en un tono adusto.

―Ganaré, cueste lo que cueste.

Realmente no teníamos nada más de que hablar. Lo resumí todo en esa frase.

Mi madre solía decirme: "recuerda que a veces para obtener la mejor madera hay que cortar el árbol más fuerte y hermoso". Nunca supe qué significaba aquella metáfora ni por qué me acordé de la misma. Quizá mi promesa atrajo esa memoria; lo ignoraba. Ya lista, me apeé del vehículo con la ayuda de un oficial. Estaría sola de ahora en adelante.

Lo primero que vislumbré fueron los gigantescos muros de cemento que protegían el edificio en su interior, las verjas negras abiertas, un grupo eufórico de periodistas y nacionalistas que aclamaba cosas incomprensibles detrás de la cerca que me protegía del público, y los transportes de los herederos que vinieron antes que yo estacionados junto a la acera. Supuse que lo mejor iba al final.

Escoltada por un guardia rojo intrascendente, atravesé el umbral de la entrada al internado en el que estaría hasta cumplir veintiuno y graduarme.

Y había una explicación más complicada de lo que ya parecía para ello.

Idrysa, el reino, abarcaba el mundo entero y se consolidó hacía un siglo más o menos. Comúnmente también era llamado "la Nación". Aunque era regido en su totalidad por los miembros de la realeza oscura, quienes eran respetados como dioses, su territorio estaba dividido por los seis clanes que ayudaron a que la monarquía fuera instaurada.

A pesar de que al principio serían siete y cada uno gobernaría un continente, la traición de uno de los fundadores, el paso del tiempo, y las batallas que se originaron luego a causa de la rivalidad, hicieron que ese séptimo clan fuera olvidado, los dominios cambiaran y el resultado fuera la sociedad actual.

Eran una coalición y a la vez adversarios. Los clanes se distinguían por colores y se diferenciaban por sus convicciones y aportes a la comunidad. Su poderío era inmenso al gobernar casi sin restricciones y su fortuna aumentaba continuamente. Los descendientes de sus fundadores se convirtieron en sus respectivos líderes, constituyendo las dinastías principales de Londres, la capital. Mi familia era uno de esos linajes.

Los clanes también estaban compuestos por los habitantes sujetos a nuestra autoridad política al pagarnos un tributo y seguir sus pautas. La mayoría eran simples trabajadores y su importancia variaba según su estirpe y su riqueza o la falta de la misma.

Los ciudadanos más influyentes que les juraron lealtad a los fundadores en los inicios fueron nombrados sus delegados en diversas regiones para que se encargaran de que sus súbditos comulgaran con sus ideales y obedecieran sus ordenanzas. Su limitado poder también pasó de manera hereditaria y sus primogénitos conservaban sus puestos.

En la actualidad, su progenie se ocupaba de regentar, rendirles cuentas y luchar para que sus demás hijos fueran lo suficientemente pudientes para estar a la altura de una alianza con nosotros.

Con la intención de facilitar aquella cuestión en busca de garantizar la estabilidad socioeconómica del pueblo, se legitimó una competición para que enviaran a sus hijos desde sus países natales e intentarán probar cuál sería el mejor para casarse con el líder de su clan correspondiente.

Yo no competía con ellos, sino que ellos lucharán por mí.

Uno lo lograría y el resto probablemente se limitaría a unirse en matrimonio con otro de los competidores que fracasaron.

Pero el verdadero juego se daba entre nosotros, los bisnietos, los herederos de élite, y era muy diferente y mucho más hostil.

El Consejo de los Clanes era el grupo encabezado por los jefes de los clanes. Ellos se reunían para debatir asuntos de suma importancia que involucraban a todas las dinastías e informar a la realeza sobre los mismos para asesorarlos. Su único líder, el concejal, mi padre, era la mano derecha del rey, se lo consideraba la segunda persona más importante en la Nación y siempre tenía la última palabra.

Y, con la llegada de una nueva generación, era el momento de elegir a un nuevo líder.

Yo, al igual que los demás, crecí como una Instruida, es decir, siendo la hija de una de las familias de la más elevada alcurnia de cada continente, siendo criada en mi hogar, en la capital desde niña, preparándome particularmente con el objetivo de que fuera la elegida para gobernar.

Una vez que nos graduáramos del internado, nos convertiríamos en Construidos, los jefes de los clanes, solo que eso no era suficiente. La codicia y el poder se tornaban sinónimos con mucha facilidad. Así que, la competencia sería entre nosotros, los portadores de sangre noble, y la recompensa sería el puesto más alto del reino. Por eso íbamos allí.

―Bienvenida a la Academia Black ―saludó la mujer que deduje era Luvia Cavanagh, la directora.

Calculé gracias a su traza que disponía de unos cincuenta años, sus rasgos lucían afilados y sus ojos cafés denotaban una evidente ascendencia japonesa. Ella utilizaba un vestido negro similar al tono de su cabello. Se ocuparía de juzgarnos y seleccionar al futuro concejal, ya que pertenecía a la Corte Real al ser la hija de la antigua directora y la actual esposa del hermano del rey.

¿Quién era el rey?

Edmund Black, el monarca, el más conspicuo de los hombres, gobernaba cada centímetro del mundo y representaba a la Nación entera. A pesar de que se rumoreaba que estaba enfermo por su edad avanzada, ya teníamos un nuevo, adoptado, y más joven príncipe para que lo reemplazara.

Los Black, la familia real, no regían simplemente una dinastía, sino que su poder era absoluto. Todo y todos en el mundo les pertenecían, reinaban sin límites y nadie los igualaba o los cuestionaba. Ellos crearon un imperio glorioso a base de sangre y sacrificio.

La historia declaraba que durante las tragedias del fin de la sociedad anterior ellos fueron los defensores de la humanidad y los que pusieron los cimientos de la nueva comunidad. Por lo que los demás clanes les nombraron sus superiores en muestra de respeto.

―Por aquí, mi lady ―señaló el guardia rojo de antes, indicando que siguiera la fila de Instruidos y lo hice, aunque no los observé de forma directa.

Estaban de espaldas, vestidos de blanco y negro para la ceremonia. La mayoría tenía alrededor de dieciocho años, lo que no fue una casualidad, puesto que el sistema daba la orden de cuándo les parecía apropiado que tuvieran hijos como un mandato social.

Era el método más efectivo que se les ocurrió para controlar la población y los recursos disponibles.

Los ciudadanos elegían entre los veinte y los treinta si tenerlos o no, y sus parejas eran seleccionadas a través de un sorteo. Pero era opcional para ellos. Nosotros no teníamos alternativa. Sí o sí, debíamos tener un heredero.

Mi bisabuelo, Ítalo Aaline, fundó el clan Aaline tras la Gran Caída que ocurrió durante el cambio de siglo después de la cruenta Tercera Guerra Mundial. Aquella prolongada batalla causó más catástrofes que ningún acontecimiento en la historia global contemporánea. Pero ya en el 2084 la situación mejoró y yo continuaría con su legado.

A medida que me alejaba de los muros y me adentraba en los extensos terrenos que mezclaban caminos de cemento y áreas reducidas de césped bien podado, tuve la sensación de que me volvía más pequeña ante esos años de historia pasados y porvenir.

Cavanagh detuvo su andar y nosotros también a modo de imitación. Sin dudar, aposté a que los demás habían ensayado la ceremonia un centenar de veces como yo.

―La ceremonia de iniciación comenzará ahora ―proclamó la directora, carente de titubeos―. Las reglas son las siguientes: los pensamientos propios son descartados. Ustedes no son individuos, son el futuro de la sociedad, son parte del conjunto. Nada más. Los sentimientos son olvidados. No existen. Pero, sí existen las alianzas y la traición; y ese tipo de cosas no son perdonadas. Los remordimientos son enterrados. Toda pena, culpa por algún acontecimiento del pasado, será ignorada sin salir a la luz. Hagan lo que se les pide y serán recompensados.

Acto seguido, volteamos en dirección a donde los árboles de nuestros antepasados, fieles a la tradición, plantaron, formando el pequeño y denso bosque que rodeaba al edificio central de la academia junto con los parterres de flores. Los Construidos debían realizar un juramento de sangre y plantar una semilla en honor a ese como recordatorio del mismo.

Se trataba de un rito privado y casi religioso. Solo la directora, unos pocos guardias y nosotros lo presenciábamos. Los ciudadanos que celebraban este acontecimiento estaban afuera y los hijos de delegados vendrían unos días más tarde. Desafortunadamente, aquello me ponía más ansiosa.

―Todos conocen el procedimiento, se han preparado desde su nacimiento. Comiencen ―prosiguió Luvia.

―Yo, Diego Stone, prometo convertirme en un arma letal en contra de la imperfección y proteger a Idrysa. Olvido quién fui, descarto quién soy para convertirme en quién seré. Esto representa mi compromiso con la causa y juro con mi sangre ser indestructible ―finalizó él, dando el inicio a la nueva generación de Construidos.

―Yo, Emery Alessandra Blue, prometo convertirme en un arma en contra de la imperfección...

Semilla. Gotas de sangre. Juramento.

―Yo, Finley White, prometo convertirme en un arma letal en contra de la imperfección...

Semilla. Gotas de sangre. Juramento.

―Yo, Prudence Diamond, prometo convertirme en un arma letal en contra de la imperfección...

Semilla. Gotas de sangre. Juramento.

―Yo, Ivette Gray, prometo convertirme en un arma letal en contra de la imperfección...

Semilla. Gotas de sangre. Juramento.

―Yo, Cedric Angus Lockwood, prometo convertirme en un arma letal en contra de la imperfección...

Semilla. Gotas de sangre. Juramento.

Poco a poco los herederos fueron revelando sus rostros. Yo esperé hasta estar lista. Con cuidado, agarré los extremos bordados del velo negro que me acariciaba y lo acomodé hacia atrás, depositándolo sobre mi cabeza para que quedara estirado sobre mi cabello. Tragué grueso. Estaba expuesta en más de un sentido.

El guardia rojo que me acompañó fue el primero en verme claramente. Se suponía que su mirada debía permanecer imparcial, mas sus labios se entreabrieron un poco. Me contempló por un instante, obnubilado y casi sorprendido como si fuera abriera los ojos por primera vez. Luego reinstauró la neutralidad requerida.

Quise preguntarle qué carajos le pasaba y me abstuve de hacerlo.

"Sé callada, sé tranquila, sé imparcial, sé lo que todos quieren y nadie puede, sé perfecta", me había repetido Nora un millón de veces.

Qué fastidio.

Me di cuenta de que el momento había llegado. Respiré profundo, me quité los guantes de encaje que complementaban mi atuendo ceremonial con el vestido blanco que me llegaba hasta las rodillas, y acepté los utensilios ceremoniales que un guardia me entregó.

―Yo, Kaysa Rose Aaline, prometo convertirme en un arma letal en contra de la imperfección... ―A medida que decía las líneas que había memorizado, realicé un corte sobre la palma de mi mano con la daga, escondiendo una mueca de dolor. Dejé las gotas de sangre caer, me incliné hacia la porción de tierra y cubrí la semilla con la otra mano. Ya estaba hecho.

Una ráfaga de viento sibilante me golpeó.

Estaba muy sensible, como un oso de garras afiladas que salía de su cueva tras hibernar.

Sentí un cosquilleo en la piel que me hizo estremecer. Yo podía lograrlo. Sí. Tenía que hacerlo.

―Ahora ustedes son miembros de la nueva generación de Construidos. Espero que sean dignos de la tarea que cargan ―oficializó Cavanagh.

Le devolví el arma al oficial y continué el camino marcado por la directora tal y como lo hizo el resto. Alcé la vista en busca de contemplar el recinto. A pesar de que las nubes grises ensombrecieron el aspecto del paisaje, disfruté de mi campo de visión. La geografía, las avenidas y las construcciones fueron alteradas en su totalidad y la academia no sería una excepción. Se edificó encima de los cimientos del Big Ben y del Palacio de Westminster, cuya estructura original se perdió y se transformó en un edificio de color arena, poseedor de varios niveles y sectores como copia del estilo gótico perpendicular anterior creado a partir de granito.

Una obra hermosa y sombría, reflexioné.

Su entrada era una puerta gigantesca de roble. La academia contaba con edificaciones con almenas, pináculos, parapetos, y torres medianas y unidas por viaductos de piedra, incluso se podía ver desde lejos que poseía una colección extensa de balcones. Mas, el lugar era monumental e imposible de apreciar con una mirada.

Regresé mi enfoque a la realidad. Cavanagh nos advirtió que una vez que ingresáramos nuestras vidas no serían las mismas. Como Construidos dimos el primer paso y entramos. Cerraron las puertas detrás de nosotros y la competencia real empezó.

Si solo uno de todos nosotros iba a triunfar, me aseguraría de ser yo. 

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