Todo está blanco, justo como si nos enfocaran con una lámpara directamente a los ojos.
Lentamente, nuestra visión se acostumbra y llegamos a ver.
Empezamos a distinguir formas, siluetas grises sobre el fondo blanco, pero con sombras, contornos que finalmente muestran qué son.
Ahí la vemos, una chica con el pelo rubio.
Es joven, no llegará a los veinte años.
Cuando ya nos hemos acostumbrado a la iluminación podemos ver sus facciones: sus labios son finos, no como sus ojos, grandes y azules, sorprendidos por lo que hay a su alrededor.
¿Y qué hay a su alrededor?
No hay nada.
Tal vez ella haya aparecido a la vez que nosotros, pero no puede vernos.
Dice “hola” dos veces, primero en voz baja y luego gritando.
Está completamente desnuda, pero no tapa sus intimidades... ¡Qué va a tapar si está a solas! Se pone en pie y camina lentamente a un lugar indeterminado. Podríamos pensar que no hay suelo, ya que la chica no proyecta sombra alguna, pero debe haberlo. Si no, caería al vacío indefinidamente y nosotros nos veríamos obligados a seguirla hasta el fin de los tiempos.
―Claudia. Estoy aquí ―dice una voz masculina.
―¿Quién eres? ―responde Claudia (porque por ahora sólo tenemos a una chica en la historia).
―Soy quien te va a introducir en el mundo. Sólo tienes que hacer lo que yo te pida ―ella se limita a reírse, como si tuviese gracia el encontrarse en un espacio desconocido donde todo es blanco y nada existe―. Por favor, no te rías de mis palabras.
Claudia siente miedo. No puede evitar sentirse observada y tapa sus intimidades y sus pechos. Ese hombre puede verla... ¿desde cuánto tiempo estaría haciéndolo?
Mira a su alrededor, al supuesto cielo que debería estar sobre nuestras cabezas pero, que al igual que el suelo, es inexsistente.