Rompiendo mi monotonía.

By YourLittleBiscuit

2.4M 219K 801K

Samuel Müller y su nuevo compañero de clase, Rainer Wolf, competirán por una beca para estudiar en Estados Un... More

Dedicatoria.
I. Mi indudable atractivo.
II. Mi idiotez con churros.
III. Mi hombría, la runner.
IV. Mi cerebro con leche.
V. Mis proyectiles de comida.
VI. Mi sensualidad destronada.
VII. Mis conocimientos sobre tópicos.
VIII. Mis maravillosas (diva)gaciones.
IX. Mis aventuras en el váter.
X. Mi debilidad tras una capa de orgullo.
XI. Mi experiencia con los tiburones voladores.
XII. Mi asombroso arte contemporáneo.
XIII. Mi birrichiri in il Gymnisiim.
XIV. Mi forma de ser, decepcionante.
XV. Mi psicóloga, la mujer piruleta.
XVI. My sign language is very bad.
XVII. Mis sentimientos por ti.
XVIII. Mi solución a todo son las patatas.
XIX. Mis carreras contra un chihuahua cabreado.
XX. Mi compañero es imbécil y los matemáticos merecen un holocausto.
XXI. Mi manera de buscar tu sonrisa y mis saltos rompe platos.
XXII. Mi noche a lo Steve Harrington con Steve Harrington.
XXIII. Mi cerebro está de fiesta en el hemisferio sur.
XXIV. Mis compañeros de clase esnifan tiza.
XXV. Mis conversaciones entre hombres son un poco extrañas.
XXVI. Mi orientación sexual, expuesta en el museo Gestalt.
XXVII. Mi sensación de que el mundo es muy pequeño.
XXVIII. Mis lanzamientos de xilófono, nuevo deporte olímpico.
XXIX. Mi concepto del Efecto Mariposa.
XXX. Mis tropiezos con Míster Sexy Wolf y los siete cabritillos.
XXXI. Mis palabras, tus silencios, nuestros miedos.
XXXII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (I)
XXXIII. Mi forma de cuidar de ti, la tuya de cuidar de mí (II)
XXXV. Mi frustración, eau de toilette nº 25 en La menor.
XXXVI. Mis noches de viernes son demasiado absurdas.
XXXVII. Mi necesidad de entenderte y mis encuentros con arañas asesinas.
XXXVIII. Mi música en tus silencios.
XXXIX. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (I).
XL. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (II).
XLI. Mi mala suerte y tus buenas intenciones (III).
XLII. Mi seguridad, ahuyentando tus miedos, prometiéndonos felicidad.
XLIII. Mis primeros pasos conociéndote mejor.
XLIV. Mis encuentros nocturnos con topos terroríficos.
XLV. Mi balanza mental, desequilibrada.
XLVI. Mis explosiones, causantes de terceras guerras mundiales.
XLVII. Mi lista de objetivos por cumplir.
XLVIII. Mis charlas sobre las estrellas, los gatos exhibicionistas y el perdón.
XLIX. Mis llamadas a la línea caliente.
L. Mis silencios incómodos.
LI. Mis persecuciones a la psicóloga fugitiva.
LII. Mi orientación sexual, trending topic.
LIII. Mi visión de la realidad y la importancia de saber cuándo decir adiós.
LIV. Mis deseos a la estrella que bajaste al fin del cielo.
LV. Mi extraña familia y los ataques de las albóndigas voladoras.
LVI. Mi mundo te daré si tú me das, a cambio, tu mundo y una sonrisa.
LVII. Mis peleas con las gallinas y la lista de objetivos que cumplimos juntos.
LVIII. Mi angustia en tus dudas, mi sosiego en tus ojos.
LIX. Mis aventuras en el bosque de los magreos y el seto que destruimos juntos.
LX. Mi torpe forma de decirte adiós.
LXI. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (I).
LXII. Mi etapa de transición y mi amor por la chica que se infravaloraba (II).
LXIII. Nuestra historia, rompiendo mi monotonía.
Extra I.
Extra II.

XXXIV. Mis células, en estado de idiotafase.

28.1K 3.2K 9.6K
By YourLittleBiscuit

Año nuevo, vida nueva. O al menos eso es lo que te vende la sociedad cuando cambias el calendario y regresas al frío enero. Que serás súper hiper mega feliz, que lograrás todo lo que te propongas, que te volverás un triunfador. Pero, al cabo de unos días, desaparece todo tu optimismo y descubres que tu vida está igual de estancada que antes: tienes los mismos problemas por resolver, tu rutina no ha cambiado ni un ápice, tus ojeras permanecen ahí, en tu cara, riéndose de ti en el espejo. Lo peor es que la gente sigue siendo idiota, o incluso más que antes, y lo sabes con tan solo oír frases como esta: ¡oh, no te veía desde el año pasado!

De verdad que esa gente se merece lo peor.

Pero de qué buen humor te has levantado hoy, eh.

El que me caracteriza, baby.

Me doy un par de palmadas en la cara y salgo de mi casa, teniendo como destino la parada del autobús que me lleva al Gymnasium. Venga, que la gente no cambie con el año nuevo no significa que yo no pueda. Voy a recuperar mi buen humor de siempre; el gran Müller volverá a brillar más que este sol mañanero.

¿Hablas del astro que está ahí en el cielo, tapado por varias nubes? ¿Esa cosa tan ridícula?

No. O sea, sí. Bueno, da igual. Decido ignorar a mi cerebro y, tras un rato de silenciosa espera en la parada, subo al autobús que acaba de frenar frente a mí; nada va a impedir que cumpla mi nuevo propósito. Nada.

—¡Pero si es mi amargado favorito! —exclama Adam cuando ya estoy dentro del autobús. Lo localizo sin mucha dificultad por lo característico que es su pelo en punta. Está tumbado en uno de los asientos de atrás—. Ven aquí, ¿alguien ha pedido café solo?

Inspiro con lentitud, ignorando el tic que me ha dado en el ojo izquierdo. Relájate, Samuel, solo ha sido un comentario inocente.

—¡Hoy soñé que te venía la regla! —prosigue Klaus, que está situado un asiento delante de mi amigo.

Lo siguiente que escucho es un chillido agudo. Cuando me acerco a ellos para saber por qué ha emitido un sonido igual al de un animal al que le han pisado la cola, compruebo que se debe a que Dagna ha respondido a ese último comentario estrujando con fuerza el zumo que Klaus estaba bebiendo, causando que el contenido haya mojado toda la cara de su propietario. Uh, adiós zumo.

Me siento al lado de Dustin, que duerme a pierna suelta con la cara aplastada contra el cristal de la ventana. Por lo menos sé que él no me hará ningún comentario acerca de mi humor. Venga, no voy a permitir que las palabras de mis compañeros impidan que cumpla mi propósito de año nuevo. Soy inmune a los comentarios, llegan a mí y resbalan en mi brillante cara.

—Oh, Samuel... —murmura Dustin medio dormido, desperezándose—. Cuánto tiempo, llevaba sin verte desde el año pasado.

Madre mía, me están poniendo esto demasiado difícil.

Cuando el autobús se detiene delante del Gymnasium y bajo a la calle, todo mi optimismo se escapa de mi cuerpo como los gases de un borracho. Joder, ¿quién me mandaría venir el primer día? Mejor dicho, ¿quién me mandaría volver a este centro? De todas las cosas horribles que me puedo encontrar el primer día de clases —como las peligrosas y orondas curvas del director Weber, los nuevos piercings de la profesora Goethe o un examen de Inglés—, a lo que menos me quiero enfrentar ahora mismo es a Wolf. La última vez que hablamos fue un auténtico desastre en todos los sentidos. Un agobio domina mi pecho, ¿habrá sido discreto con el tema de mis sentimientos o se lo habrá contado a alguien? No, claro que no, no me lo imagino pregonando a los cuatro vientos: «¡al gran Müller le gusta alguien más que su reflejo en un espejo! Sí, le gusto yo, el mejor: ¡Rainer Wolf!»

Espera, a decir verdad, puedo imaginarme hasta su voz pronunciando esas palabras.

Dios, estoy asustado, no tengo ni la más remota idea de cómo se comportará a partir de ahora conmigo.

Cuando estoy a unos pasos de entrar en el Sinclair, escucho a lo lejos la voz de Annie llamándome, pero esta se detiene a mitad de mi nombre porque alguien me ha abrazado. Miro hacia abajo y me encuentro a Viveka aferrada a mi cintura, sacándole la lengua a todas sus compañeras de clase, que nos miran con la boca muy abierta. Demasiado abierta.

—¡Cuánto tiempo, Sammy! —murmura ella contra mi pecho, y yo siento un escalofrío al escuchar ese apodo. Cómo odio que me llamen así—. Te he echado tanto de menos. —Y vuelve a separar su cara de mí para echarle la lengua a sus compañeras, que la miran bufando.

Estoy a punto de saludarla con la misma alegría, ignorando mi incomodidad en favor de mi promesa de tener un buen humor cuando, de pronto, Klaus se abalanza sobre mí, provocando que tanto Viveka como yo tropecemos, casi perdiendo el equilibrio. Aquí viene mi amigo, a marcar el territorio.

—Mi querido Samuel, mío, solo mío —me dice, aunque la mira a ella—. ¡Yo sí te he echado de menos! Llevaba siglos sin verte.

—Pero qué dices, si te pasaste todo el fin de año con él —repone Dustin, uniéndose al abrazo.

En eso lleva razón, ya que en Noche Vieja decidí salir con él para no aguantar en casa a mis padres borrachos, en actitud cariñosa delante de todos sus familiares y amigos. El problema fue que después se unieron a nosotros unos conocidos de Klaus igual de dramáticos pero aún más borrachos. Cuando quisieron tocarme los codos decidí que aquella noche podía quedarse para siempre en el olvido.

No sé en qué momento ha sucedido, pero las gemelas, Adolf y varios chicos del curso de Viveka se han unido al abrazo. Ellos se ríen, ignorando el hecho de que me están ahogando. Me quejo porque casi no puedo respirar, aunque a ellos ese detalle no les importa lo más mínimo; sin embargo, las risas se acaban cuando Reinhardt nos rodea con sus enormes brazos en actitud cariñosa, aplastándonos a todos hasta el punto de que algunos, yo incluido, empezamos a toser desesperados. Alguien me muerde el brazo, Adolf grita pidiendo auxilio. Yo creo que voy a morir en cualquier momento.

Da igual, tengo que seguir sonriendo, ¡arriba el buen ánimo! Moriré joven, aunque con una sonrisa en la cara, una bastante tétrica, pero eso no importa. Oh, joder, alguien me está tocando el culo.

Tras escaparme de ese sándwich humano, entro en el Gymnasium y camino en dirección a mi aula. Cuando estoy dentro, lo primero que veo es el encerado y a Adam escribiendo en él, en letras grandes, la siguiente frase: «Samuel Müller, qué rico es tu culito». Cuando termina, se dedica a dibujar muchos corazones a su alrededor. Al percatarse de que lo he descubierto, suelta la tiza y camina hasta su asiento fingiendo no haber hecho nada malo. Bien, no pasa nada, esto es solo una broma, hay que reírse, nada más. Así que voy a coger el borrador y voy a eliminar todas las pruebas de su estúpida broma. O, en su defecto, se lo lanzaré en toda la cara.

Sí, eso mismo voy a hacer.

—¡No puedes atacar a alguien indefenso! —exclama Adam, tapándose los ojos—. No miro, soy invidente, estás en una posición de superioridad y eres un cobarde. —Resoplo y bajo el brazo, que ya estaba en posición de lanzar el borrador. Entonces, él me da la espalda y murmura—: Don culito.

En el mismo instante en el que le lanzo el borrador a Adam y él se agacha para esquivarlo, entran en clase la mayor parte de nuestros compañeros, seguidos de la profesora de biología, la señora Petri, que nos ha bendecido a todos con su inusual puntualidad. Y yo le he bendecido la cara con el borrador que acabo de lanzar. Oh, mierda, menuda forma de empezar el día. Ella contempla el suelo, donde ha caído mi proyectil, se limpia la frente que tiene manchada de tiza con la manga de su chaqueta y después me mira con los ojos entrecerrados.

—Muy bien, Müller, ¿empezamos el año siendo estúpidos? —me espeta, tirando su bolso en el escritorio con una fiereza que nos asusta a todos—. Pues yo también. El próximo lunes tenéis examen de repaso de todo lo dado en el curso. Ahora, a tu asiento. ¡Ya!

Resoplo como respuesta, intentando no sentirme aludido por los comentarios rabiosos que me están dedicando mis compañeros. Petri coge una tiza y se dispone a escribir algo en el encerado, ahí recuerdo que no me dio tiempo a borrar todo lo que puso Adam. ¡Ah! ¿Por qué el mundo me odia?

—Samuel, qué culito —lee, y se gira para escrutar con la mirada a Annie, quien da un respingo en su asiento y niega con la cabeza, indicándole con ese gesto que ella no ha sido la autora de esa pintada. Escucho a Maud reírse y a Dagna gruñir como respuesta. Reinhardt tose. La profesora opta por borrarlo todo definitivamente, de forma un tanto desesperada—. Dejad la fiesta de una vez, que ya ha empezado la clase. —Todos asentimos y sacamos los cuadernos de nuestras mochilas—. ¿Dónde están Wolf y Spyri? —Miramos hacia los asientos de nuestros dos compañeros, que están vacíos. Ninguno da una respuesta clara de sus paraderos—. ¡La puntualidad es una virtud! Quien llega tarde a los sitios no será nadie en la vida.

Ignoro su comentario de lo más hipócrita y me centro en el aliviador hecho de que Rainer no ha llegado todavía a clase, lo que me da un margen de tiempo para pensar. Aún no he decidido qué cara debo ponerle a alguien que, literalmente, me ha dicho que mis sentimientos son una mierda y que no vuelva a dirigirle la palabra. Que ya no somos amigos, que me aleje de él. Me pregunto si, con el pasar de los días, seguirá pensando lo mismo o se habrá retractado. Todo parece indicar que ha optado por la primera opción, porque en las vacaciones ni siquiera me ha escrito para, no sé, ¿disculparse por haberse comportado como un capullo conmigo? He dejado toda esta situación tan estancada por el daño que me causó que ni siquiera sé como afrontar el tema. Ah, joder, siempre hago lo mismo, dejar los problemas a un lado en vez de encararlos.

—Chicos, antes de que se me olvide, tenemos que hablar sobre los nuevos temas de trabajo —dice la señora Petri y, de pronto, escuchamos que alguien abre la puerta de un golpe. Giramos la cabeza hacia la entrada del aula y vemos a Rainer y Heidi apoyados en el marco de la puerta, rojos como si hubiesen corrido una maratón para llegar lo antes posible al Gymnasium—. ¿Qué horas son estas para llegar? Hace quince minutos que empecé a dar clase. La próxima vez os quedáis fuera —escupe esa reprimenda como si ella fuese el ser más puntual de este planeta, como si no fuese una costumbre suya casi patentada el llegar siempre media hora tarde a todos los sitios. Entonces, echa una visual a todos los alumnos, ignorando nuestras miradas acusatorias, y hace la pregunta que Maud tanto necesita formular—. ¿Se puede saber por qué habéis llegado juntos?

—¡Coincidencia! —se apresura a decir Heidi y, acto seguido, se lleva las manos al pecho y adopta una posición de disculpa un tanto innecesaria. Los nervios le pueden y no soporta que le riñan—. Perdón por llegar tarde, tuve problemas en casa: se ha congelado el agua del pozo y no he podido ducharme, y es que a por encima me ha explotado la caldera, así que tampoco tendría agua caliente. La cocina no funciona y no he podido prepararme el desayuno, hasta me he quedado sin internet. —Mira a los lados y después al suelo, avergonzada, para luego murmurar lo siguiente—: y he tenido que ordeñar a mi cabra.

Todos la observamos anonadados por aquel último detalle sobre su, hasta ahora, desconocida mascota. Adam murmura algo sobre una tal Clara Sesemann, Rainer se aleja un poco de Heidi y, cuando nota la mirada interrogativa de la profesora sobre él, decide dar también una razón a su tardanza.

—A mí se me pegaron las sábanas —suelta con simpleza, sin sentir la presión de inventarse una gran historia como la de su compañera.

Ambos se dirigen a sus respectivos asientos. Wolf lo hace sin mirar a absolutamente nadie, ni a Annie, que lo saluda enérgicamente con la mano. Solo se sienta, saca un cuaderno y un estuche y mira al frente. Deduzco que su propósito de año nuevo ha sido opuesto al mío, porque menudo humor.

—Como iba diciendo —prosigue la señora Petri—, os voy a poner los nuevos temas de los trabajos en grupo. Y, como las notas de la anterior evaluación han sido bastante bajas en general, trabajaréis sobre el contenido ya dado. En dos semanas quiero un trabajo de treinta páginas de la célula eucariota: historia, orgánulos con sus funciones, y todo lo que se os ocurra que os parezca de interés. Busco profundidad, las fotografías que pongáis serán, como mínimo, de microscopía electrónico, y referenciadas. Solo usaréis como bibliografía libros y artículos científicos. ¡Como vuelva a ver algo sacado de la Wikipedia o del blog del científico loco de no sé qué, le pongo un cero a los dueños del trabajo! —remata, clavando sus ojos en Adler—. ¿Alguna pregunta?

—Sí —contesta Rainer, levantando la mano—. ¿Las parejas siguen siendo las mismas o podemos cambiar?

Tanja se pone muy recta en su asiento, notablemente interesada en la pregunta que ha formulado nuestro compañero. Klaus la observa con los ojos entrecerrados y se cruza de brazos, fingiendo estar ofendido. Aunque, la verdad, entiendo a mi compañera; no es nada fácil trabajar con él. Yo, por mi parte, miro a Wolf perplejo. ¿En serio ha hecho esa pregunta? ¿Con qué intención? ¿La de no verme más la cara? Ahora tengo más que claro que sigue pensando que no quiere hablarme más.

—No, no se van a cambiar las parejas —responde la profesora, y él bufa como respuesta, tomando una actitud que a ella no le gusta nada—. ¿Algún problema, Wolf?

—Es que, no sé. Müller y yo sacamos muy buenas notas. Si cambiásemos de pareja podríamos ayudar a alguien que se le hace más cuesta arriba esta asignatura. A mí estos trabajos me resultan demasiado fáciles, pero sé que hay compañeros a los que no. Así que, ¿por qué no hacemos cambios?

La profesora se lo piensa por unos segundos, abre la boca aunque no pronuncia nada, dudosa. Nos mira a todos pero, como ninguno parece muy interesado en la proposición de Wolf salvo Tanja, decide dar al fin una respuesta.

—No, seguiréis con los mismos compañeros, punto.

—Joder —se le escapa, y todos lo observamos notando lo tensa que se ha vuelto la conversación entre los dos.

—¿Pasa algo, Wolf?

—Es que...

—Es que nada, si tienes algún problema con tu compañero buscáis como resolverlo. Esto no solo se trata de sacar una buena nota, sino de aprender a trabajar en equipo. Ahora déjame seguir con la clase, ¿puede ser?

Rainer se queda con la palabra en la boca, cohibido por el mal humor de la profesora. Los ojos de nuestros compañeros están clavados en nosotros dos. Qué vergüenza, ¿por qué se comporta así? ¿Es que se le ha caído un tornillo de camino al Gymnasium?

Suspiro y comienzo a recoger las cosas de mi pupitre; la señora Petri nos ha dicho que en diez minutos tenemos que estar en uno de los dos laboratorios del colegio, el de la planta superior. Nos levantamos con tedio, pensando en lo aburrido que es dar clase allí, ya que la mayor parte de las veces hay problemas con los microscopios y las muestras que usamos. Cuando estoy a punto de cruzar la puerta, alguien me agarra del brazo para impedírmelo. Me giro para encontrarme con Annie, que mira a Reinhardt y Dustin mientras ladea la cabeza en dirección a la salida, pidiéndoles con ese gesto silencioso que dejen de ser unos rezagados y se vayan para dejarnos solos. Cuando desaparecen del aula, me habla:

—¿Pasa algo, Sam?

—¿Algo de qué? —pregunto, deseando que no se refiera al tema que quiero esquivar a toda costa.

—¿Rainer se ha peleado contigo? ¿Ya no os habláis? —Genial, sí que es eso. Me quedo callado, porque no tengo ni la más remota idea de qué decirle, y ella interpreta mi silencio como una respuesta fría de mi parte. Se sujeta el brazo, incómoda, diciendo adiós a toda esa valentía que había reunido para hablarme, viendo que aún no tenemos claros los límites de nuestra confianza—. Te lo pregunto porque... No sé, si quieres puedo hablar con él para intentar arreglar vuestro problema. Así que cuéntame: ¿qué ha pasado? ¿En qué puedo ayudarte?

—Oh, Annie —digo, y me giro para darle la espalda y así ocultar la sonrisa que me ha nacido al escucharla, la primera no forzada de todo el día. Una que ella no entendería en el contexto de esta conversación—. No te preocupes, de verdad —prosigo, saliendo del aula. Ella me sigue—. No creo que sea algo que se solucione hablando.

—¿Estás seguro? —pregunta, posicionándose delante de mí y alzando el puño—. Porque soy muy, muy persuasiva cuando me lo propongo. Puedo convencer a ese chico de lo que quiera poniendo a su gata de mi parte, ya verás.

—En serio, estoy seguro.

—¿Seguro segurísimo? Megalodón me ama.

—Sí —me río, y le rodeo los hombros con el brazo para estrechárselos.

No sé por qué he hecho eso, simplemente me nació el impulso de tener esa cercanía con Annie. Ella me mira con los ojos muy abiertos, asiente con la cabeza, me da un ligero golpe con el puño cerrado en el pecho y se despide de mí. Acto seguido, se va corriendo al laboratorio.

Subo yo también las escaleras, tan lento como puedo y, cuando llego al laboratorio, me quedo estático en el sitio, analizando los asientos que quedan libres. Oh, mierda.

Rainer y yo hacemos contacto visual. Yo estoy de pie y él está sentado al lado del único sitio que queda sin ocupar. Rueda los ojos y murmura algo entre dientes que no logro escuchar por culpa de la distancia. Como sigo quieto en la entrada, la profesora me da un par de empujones con la mano en la espalda para que avance, aunque han sido lo bastante fuertes como para que me tambalee hacia delante. Suspiro, resignado, y me siento al lado de Wolf, tirando la mochila al lado de la suya mientras observo por el rabillo del ojo como él se apropia del microscopio. Qué incómodo.

Esto me ha recordado a cierta escena de cierta película de cierto vampiro que brilla y cierta chica con la expresividad de una tabla. ¿Te suena de algo, campeón?

No, cállate, cerebro.

Pues tú ahora mismo eres Bella, ¡ja!

—Muy bien, chicos, durante las próximas dos semanas daremos los temas de espermiogénesis, oogénesis y embriogénesis —explica la profesora, escribiendo las etapas de la mitosis y la meiosis en el encerado—. Encended el microscopio, coged las muestras que tenéis delante... Adam, deja de jugar con ese portaobjetos. ¡Dagna! ¿Cuántas veces tengo que decir que empecéis a ver por el microscopio con el objetivo más pequeño? Klaus, no uses tu pelo como muestra.

—¡Pero es por la ciencia!

—Deja de decir tonterías. Ahora, coged vuestras muestras y comprobad en qué fase de la mitosis está cada una. Guiaros por el libro si tenéis alguna duda.

Asiento con la cabeza, aunque no hago nada por el mero hecho de que, como comprobé antes, Rainer se ha apropiado del microscopio. Con una facilidad pasmosa y sin ni siquiera usar el libro como referencia, identifica su muestra y anota la respuesta en una hoja. Acto seguido se aparta, dejándome vía libre para que yo también la identifique. Ah, genial, que ni siquiera me va a compartir la respuesta. Menudo compañerismo.

Miro por el ocular, ajustando el micrómetro para distinguir algo. Espera. ¿Qué mierda? No distingo nada. ¿Qué se supone que vio él aquí? ¿Fantasmas?

—Esto... —murmuro, cojo el libro y empiezo a ojear las fotos de las distintas fases de la mitosis, contrariado. La profesora se da cuenta de lo perdido que estoy y se acerca a mí, con una cara de cabreo que impone respeto. 

—Müller, ¿hay algún problema? —Niego con la cabeza, deseando que me deje en paz—. Entonces dime en qué fase está tu célula, que te veo aquí sin hacer nada. —Pero bueno, ¿de qué va esta mujer? —. Vamos, dime.

Me acerco de nuevo al microscopio y miro por él, siendo consciente de que tengo un cuarto de posibilidades de acertar con mi respuesta. Venga, cerebro, no me falles ahora.

—Está en... ¿Idiofase? —respondo, y escucho como Rainer se ríe por lo bajo. ¿Y a este qué le pasa ahora?

Petri mira por el objetivo cerrando un ojo y después niega con la cabeza. Acto seguido y me da con varias hojas en la nuca.

—Tú sí que estás en esa fase, en idiotafase. Aquí solo veo cristal, chico, despierta. —¿Pero qué? Mueve el macrómetro y posa sus ojos en mi compañero—. Wolf, dime tú la respuesta.

—Telofase.

—Exacto. Me parece a mí que alguien sigue con la fiesta de año nuevo, ¿eh, Müller?

Y se va a regañar a Klaus y Adam, que están jugando con un mechero Bunsen. Yo me apodero del microscopio antes de que lo haga mi compañero, cambio la muestra y, mientras intento enfocarla, opto por hablarle por primera vez desde que discutimos antes de Navidades.

—¿Has movido la muestra a propósito? —le interrogo, intentando sacar a relucir su actitud infantil, pero dándome cuenta al momento de que el único niño aquí soy yo por recriminarle eso. La culpa de la bronca que me acaba de echar la profesora es solo mía, por no saber diferenciar entre un cristal y una puñetera célula—. Mira, da igual.

Paso de volver a verlo rodando los ojos, así que me concentro en desentrañar los entresijos de esta célula fea y mal teñida que tengo delante. Venga, esto no es incómodo, que Rainer me haga el vacío no duele en lo más mínimo. Si me convenzo a mí mismo de eso, entonces todo estará bien. Este es mi propósito de año nuevo, no dejar que nada me afecte y tener el mismo buen humor de siempre. Aunque lo primero que me hayan dicho mis amigos al verme es que soy un amargado, aunque la profesora no tenga ni un poco de tacto conmigo y aunque Rainer esté pasando de mí como la mierda. No les importa lo más mínimo si esto me duele o no, porque les da igual tratarme como a un saco de boxeo. Pero a mí no me molesta, a mí no me molesta. No me afecta y punto.

—Terminé —le escucho decir a mi compañero al cabo de media hora donde nos hemos compartido el microscopio. ¿Cómo demonios puede ser tan rápido? Si aún me quedan cinco muestras por ver.

—Está bien, puedes tomarte un descanso —le responde Petri, para después mirarme con cara de duda—. Y tu compañero, ¿aún no ha terminado?

—Ni idea.

—Samuel, no te quedes atrás.

Inspiro con fuerza, cagándome mentalmente en todos los presentes. ¿A este chico que le pasa? ¿Por qué me trata así? ¿Y yo por qué se lo permito? Si repaso todo lo que he hecho, no encuentro ni un solo motivo por el que merezca este trato. Todo iba bien entre nosotros, no hice nada malo confesándole mis sentimientos. Míos, no suyos. Sí, no eran correspondidos, pero no hizo falta decírmelo de una forma tan cruel. Demonios, fue él quien actuó mal, no yo. De hecho, es él quien se está comportando como un verdadero imbécil ahora mismo. ¿Por qué le doy tantas vueltas a este tema, como si fuese yo el culpable de algo? Mi propósito de año nuevo no debería ser sonreír ante todo y recuperar mi buen humor, sino hacerme valer y no dejar que me vuelvan a pisar como hizo y hace él.

Interiorizo esos pensamientos y, cuando suena el timbre que avisa del comienzo del descanso, le entrego la hoja de respuestas a la profesora y salgo de primero del laboratorio, para ir de camino al aula con la intención de recoger mis cosas. Allí me siento en mi mesa y veo con parsimonia como todos mis compañeros llegan, toman sus pertenencias y se van al hall. Todos salvo Wolf, que llega de último, como supuse. Ahora que estamos solos, decido enfrentarlo de una vez por todas.

—Oye, Rainer, ¿tienes algún problema conmigo? —le pregunto, bajando de la mesa y apoyándome en la esquina de la suya. Él se cuelga su mochila del hombro. Ni me mira, actúa como si yo no existiera—. Te estoy hablando, deja de comportarte como un idiota. Lo que pasó el otro día no te da motivo alguno para tratarme así. —Sigue el silencio, lo que provoca que alce el tono de voz—. De verdad que tienes una actitud de mierda. ¿Piensas prolongarla durante mucho tiempo?

Me mira durante un instante, con la suficiente dureza como para que me sienta cohibido. Pero no es ese geste el que desestabiliza todo el discurso que tenía preparado, o que saldría de mi boca a medida que su silencio persistiese. No, eso no, sino el detalle de que Adam se asoma por la puerta y se dirige a Wolf, como si yo no existiera. De hecho, él tampoco me mira en ningún momento.

—Eh, Rainer, que te estamos esperando fuera —le dice, y su cabeza vuelve a desaparecer por la puerta.

—¡Ahora voy!

Es, esta mezcla de actitudes, este desdén de su parte, los que provocan que un mismo pensamiento ronde por mi mente ahora mismo. Aunque, más que un pensamiento, es una sensación: me siento solo.

—Espera. —Detengo a mi compañero sujetándolo del brazo, impidiendo que salga del aula. Él permanece estático, sin girar la cabeza para verme. Joder, para de hacer esto, me duele—. Por favor, deja de hacerme el vacío, no me sienta bien —le pido, casi como un ruego, con un tono de voz tan bajo que delata mi estado de ánimo. Él sigue callado—. En serio, olvida lo que te dije la otra vez, quizás... Quizás tenías razón y solo estaba confundido —miento, ¿por qué lo hago? —. Fue una tontería, ¿vale? —No hay respuesta, pero siento como él se tensa. Ni siquiera entiendo mis palabras, es como si estuviese retrocediendo todo lo que avancé para aceptar lo que siento. Si hace un momento sabía que el que se había equivocado en todo era él, ¿por qué me comporto como si fuese yo el verdadero culpable? Me estoy arrastrando solo por terminar con su silencio—. Escucha, me olvidaré de lo que dije, fue un error.

Entonces se gira para verme, al fin reaccionando a mi presencia, aunque de una forma que no me esperaba, porque me empuja con cuidado hacia atrás mientras avanza hacia mí, cerrando la puerta del aula.

—No digas eso —suelta de pronto, confundiéndome más de lo que ya estaba. Y en ese silencio, ahora de ambos, parece arrepentirse de lo que ha dicho; se lleva las manos a la cabeza y suspira, denotando un hartazgo semejante al mío—. Así que lo que dijiste el otro día fue un error, ¿no? —me pregunta, pero yo no sé qué decir. Escuchar su voz provoca que no encuentre como insistir en esa mentira—. ¿Eres así siempre? ¿Te dedicas a soltar palabras tan fuertes así, porque sí, sin tenerlas claras? ¿Tú de qué vas?

—No es eso —murmuro, sin tener la más remota idea de cómo huir de esta situación.

—¿Entonces qué es?

—No lo sé.

—Insisito, ¿tienes idea de lo que pueden afectar tus palabras a los demás?

—¿Qué?

Hipócrita.

—Lo que has oído, Samuel. ¿Te parece normal lo que dijiste tan a la ligera?

—Qué más da lo que te responda ahora, si para ti es una mierda —le encaro, molesto al recordar sus palabras. Esta discusión no está yendo a ninguna parte—. ¿A ti sí te parece normal todo lo que me dijiste?

—¡Claro que no! —exclama, ofuscado, y yo me sorprendo por esa respuesta. Si le parece mal, ¿por qué sigue actuando así? Me cuesta demasiado descifrar a este chico y me molesta la gente así de complicada—. Déjalo de una vez, Samuel. Ten más claras las cosas antes de hablar. Tanto drama y al final solo ha sido un error.

Rainer se dispone a salir del aula. Desesperado por entenderlo, cambio el sentido de mis palabras:

—¿Y si no es un error?

Esa pregunta lo pilla desprevenido. Deja de mirarme, para ocupar su vista en el suelo, tensa la mandíbula y da un paso hacia atrás.

—Me da igual, déjame en paz —me responde, se gira y apoya la mano en el tirador de la puerta, pero se detiene antes de abrirla—. No te creo.

—¿Qué?

—¿Por qué ibas a sentir algo por mí? —Me quedo en silencio, no sé qué decir. Debería ser lo más sencillo de responder, pero no encuentro las palabras para explicarlo—. ¿Ves? No es verdad. Al igual que el hecho de que quieres estudiar medicina. Cuando te pregunté el motivo no supiste qué decir porque es mentira, todo es mentira.

Es verdad. He empezado el año nuevo como el anterior, sin ser sincero conmigo mismo, sin tener las cosas claras. Y, por más que lo intento, no logro cambiar. Doy pequeños pasos y al momento retrocedo, quedándome estancado en el mismo sitio. Pero sé cuál es mi problema, puedo solucionarlo si lo intento. Aquí, ahora.

—Quiero estudiar Música —suelto, casi sin ser consciente de mis palabras. Él me mira sorprendido, y su boca se abre para pronunciar un casi inaudible «¿qué?» —. Tocar el piano. No me gusta la Medicina, pero mis padres han querido que estudie esa carrera desde hace unos cuantos años y yo lo acepté sin pensar en mis propios deseos. Porque, si protesto, siento que solo les causo problemas, que soy un desagradecido y una persona decepcionante. Tenías razón, tengo una personalidad de mierda, por eso me dedico a cumplir los caprichos de mis padres. Soy consciente de eso, pero me dolió que tú me lo dijeses.

Respiro de forma pausada y miro a los lados asustado, porque me percato de que es la primera vez que digo esto en alto, que manifiesto que este deseo sigue presente en mí y no es algo del pasado. Imploro para que se vaya y busco refugio en la idea de que él me dejará solo y podré sumirme en mis pensamientos. Sin embargo, no lo hace. Permanece ante mí, inmóvil, mirándome.

—Esa no era la respuesta que quería escuchar ahora —me dice, con la voz pausada.

En cierta forma me molesta que haya ignorado mi confesión, pero decido olvidar ese detalle porque, en realidad, Rainer está en lo cierto: le he dado una información que él pidió antes, no ahora. Entiendo sus palabras como una invitación para que siga sincerándome, para que sea yo quien le dé claridad a esta conversación. Por eso mismo, sigo hablando:

—Me dijiste que estoy confundido. No sé lo que siento por Annie, llevo toda la vida queriéndola.

—Está bien —se apresura a decir, y vuelve a buscar con su mano el tirador de la puerta.

—Lo único que sé es que cada vez que estoy cerca de ti me siento feliz, supongo que por eso quiero estar más a tu lado —le digo, manteniendo la distancia entre ambos, porque parece que cualquier movimiento en falso será más que suficiente para asustarlo definitivamente de toda la carga emocional de mis palabras.

—Vale —responde. Aleja la mano del tirador y la deja suspendida. Permanece quieto, y su mirada huidiza es uno de los muchos detalles que borran su actitud despreocupada y vivaz y lo hacen parecer demasiado frágil.

Quizás, este sea el momento de que me calle para no empeorar la situación. O de que siga y sea claro conmigo mismo, a pesar de estar arrastrándome.

—Me gusta como eres. Tu forma tan desenfadada de ver la vida a pesar de los problemas, tu insistencia en ayudar a los demás, sea quien sea. Tus ideales tan imposibles y tan bienintencionados, que solo quieras ver el lado bueno de las cosas. Que seas un idiota las veinticuatro horas del día. Me gusta porque no tendrías que ser así pero, a pesar de todo, eres así.

Cojo aire y asimilo todo lo que he dicho, entre temeroso y avergonzado por haberme expuesto de esa manera. Sobre todo porque la forma en la que Rainer me miraba mientras le hablaba, tan seria, me hacía sentir frágil a mí también. Él se lleva una mano al pelo y su gesto se torna triste.

—No es verdad —insiste, mirando ahora a la puerta con cierta preocupación—, no digas tonterías, eso no tiene nada de especial, yo no tengo nada de especial.

—Para mí sí.

—Oye —susurra, algo nervioso por lo último que he dicho—. Detente, nos pueden escuchar.

—¿Eso es lo único que te importa?

—No, sabes que no, Samuel.

—No, no sé nada, no logro entenderte ahora mismo. Mira, me da igual que no me correspondas, pero no me trates así. Lo que siento no es una mierda, es lo que me causas.

Me dedica una mirada de soslayo en la cual percibo demasiados sentimientos negativos. Tras unos segundos pensando, suspira con pesar y habla:

—Lo siento, pero no puedo.

—¿No puedes qué?

—Ignorar lo que me dices, necesito que me dejes un tiempo tranquilo.

—¿Por qué tengo que dejarte tranquilo? —Tras un silencio corto, se gira y abre finalmente la puerta—. ¿No me vas a responder?

—No. Déjame en paz, Müller —finaliza, recuperando su tono serio que evapora todo rastro de debilidad de su persona. Y, al igual que hicieron el resto de mis compañeros antes, cruza la puerta y se va, dejándome solo.

Ni siquiera tengo el más mínimo interés en ir a buscarlo. Lo que diga le da igual, como me sienta no le importa lo más mínimo porque, ahora mismo, solo está pensando en él y en nadie más. No sé qué pasa por su mente, pero soy incapaz de descifrarlo, de saber cómo actuar con él. Ya no sé qué hacer, pero debo dejar de arrastrarme. Esto no es sano.

Me siento en el pupitre que tengo cerca, el de Dagna, meto las manos en los bolsillos del pantalón y clavo la vista en el corcho donde están colgadas las calificaciones pasadas. Ahí está esa dichosa hoja, recordándonos a todos que, después de horas de estudio y trabajo, tras batallar con los libros y los apuntes, con los exámenes y el agobio, todo nuestro esfuerzo ha quedado resumido en una ridícula cifra que no nos hace justifica. Y mi nombre encabeza la lista, porque al final fui yo quien sacó las mejores calificaciones ya que el bajo rendimiento que tuvo Rainer hace unos meses le pasó factura. 

Mi madre no ha dejado de restregarle a todo el mundo mi supuesto éxito, como si esa cifra fuese tan importante. Voy a tener una beca que no quiero y se la quitaré a quien se la merece. Haré la carrera que detesto y seré una marioneta de mis padres. Me convertiré en mi hermano mayor mientras él queda oculto en el mayor de los olvidos, cargando el cartel preconcebido que le pusieron mis padres, que fortalecieron con mi nacimiento y que seguiré fortaleciendo yo con cada uno de mis triunfos nacidos del capricho de mis padres: eres un error.

Cuando, en realidad, él único que será un error si sigue ese camino seré yo.

—¿Has desayunado?

Me llevo una mano al pecho debido al susto. Madre mía, ¿quién ha hecho esa pregunta? Me giro para saber de quién se trata y me encuentro a Annie en la entrada, sosteniendo dos croissants en la mano. ¿Qué hace aquí?

—No —le digo con cierta reticencia, recordando las pocas ganas que tenía de comer por la mañana, pues eso significaba cruzarse con mis hermanos en la cocina.

—Eso está mal, hay que desafuñar sempre —me recrimina, pronunciando esas últimas palabras con la boca llena. Me río, y Annie sabe el motivo: porque es curioso que ella me diga eso, cuando hubo un tiempo en el que era yo quien le pedía cada mañana que desayunase. Traga de una forma muy ruidosa y me ofrece uno de sus croissants—. Come, lo compré para ti.

Lo cojo y la miro, confundido. ¿Por qué me ha comprado esto? ¿Y por qué está aquí? ¿Acaso me ha estado buscando? Es como si se preocupase por mí. ¿Lo hace? No debería, no me porté bien con ella. Opté por el rencor cuando descubrí su engaño, la dejé de lado cuando pasaba por un mal momento. Ella debería hacer lo mismo conmigo.

—¿Por qué estás aquí?

—¿Y por qué no? —me dice ella, sentándose a mi lado en la mesa. A pesar de su considerable altura, tiene un cuerpo tan menudo que los dos entramos perfectamente en el pupitre.

—Annie, no seas buena conmigo. Te dejé de lado cuando te insultaban, no te defendí y te hice el vacío.

—¿Y?

—Ni siquiera entendí del todo por qué fuiste el otro día a mi casa.

—Ya te lo expliqué —me contesta con una mezcla de tedio y divertimento, y le da otro bocado a su merienda—. Te quiello.

—¿Entonces me has perdonado por lo que pasó esa vez? —Ella asiente con la cabeza—. ¿Por qué? Si tú no eres una defensora acérrima del perdón —le recuerdo, y ella se ríe, sin apartar la vista de mi croissant. En cualquier momento volará de mi mano, estoy seguro.

—Sam, no compares lo de Maud con lo tuyo. Yo sé que tú te sientes mal de verdad. Además, en realidad, ninguno de los dos es culpable de lo que pasó ese día. Fueron los demás los se entrometieron en nuestros asuntos y se burlaron de mí.

Y sigue comiendo, mientras una pena se instala en mi pecho. Sí, en eso tiene razón, pero Maud al menos tuvo la valentía de pedirle perdón, cosa que yo no he hecho. Suspiro y la miro, está entretenida limpiándose las manos en la servilleta. Sus pies se columpian hacia delante y hacia atrás; no llegan al suelo. A pesar de ser una chica alta, me hace gracia lo pequeña que parece a mi lado.

—Lo siento, Annie.

—¿El qué?

—Lo que te hice aquella vez. No debí dejarte de lado.

—Sam, de verdad, no pasa nada. Además, yo me porte un millón de veces peor contigo.

—Sí pasa —insisto, entregándole el croissant, que no dura ni un segundo más en mi mano. Pienso que le va a dar un bocado, pero me encuentro con que intenta metérmelo en la boca.

—Come.

—No tengo hambre, de verdad —respondo a su insistencia. Ella infla los mofletes y sigue comiendo—. Siempre he querido estar a tu lado, defenderte, entenderte.

—Lo sé.

—Porque eres muy importante para mí.

—También lo sé.

—Y a pesar de eso, te dejé de lado en cuánto me fallaste.

Ahí detiene el movimiento de sus pies y su gesto alegre cambia a uno taciturno. Más que una disculpa, parece un monólogo donde me echo en cara mis errores. Solo espero no hacerle daño con mis palabras.

—No pasa nada, tonto. Como tú bien has dicho, te fallé.

—Annie, sí pasa. Me bloqueé. No creí que fuese posible que incluso la persona que más me importaba, en la que más confiaba, me mintiese. Pero ese no fue ni de broma un motivo justo para dejarte de lado, para hacerte el vacío. Fui un idiota, solo pensé en mí. Y nos hemos mantenido demasiado tiempo alejados el uno del otro, a pesar de prometernos que eso no volvería a pasar.

Ahí me percato de lo que ha motivado que me esté disculpando: me están haciendo lo mismo que le hice yo a Annie, y ahora más que nunca puedo entender lo mal que se sintió ella al ver que la ignoraba en un momento donde me necesitaba tanto. Me pregunto cuánto habrían cambiado las cosas entre nosotros si hubiese reaccionado de otra forma cuando me enteré de que me había mentido. Quizás... Quizás Annie y yo...

Dejo de pensar, porque ella me da un puñetazo en el hombro. Mierda, eso ha dolido.

—¡Espabila! ¿Dónde está el gran Samuel Müller que es más sexi que el sol y más fuerte que la báscula del director Weber?

—¡Eh!

—Estás muy decaído.

—Perdona.

—Puedes estar como quieras, que no me espantas, pero me gusta que sonrías de vez en cuando. ¿Por qué ya no hablas de tu indudable atractivo?

—Yo nunca he hablado de eso salvo contigo, y sabes que lo hago en broma.

—Lo sé, lo sé, pero se notaba cuando lo pensabas, porque se te ponía cara de idiota egocéntrico. —Auch, esta sinceridad duele—. Venga, di conmigo: estoy bueno.

—No.

—¡Dilo!

—Está bien... Estoy muy bueno —puntualizo.

—¡Estás bueno que te cagas!

—Tan bueno como un churro.

—A ver... —murmura ella, mirándome de arriba a abajo con los ojos entrecerrados—. Tampoco exageremos.

Y nos echamos a reír, detalle que ella aprovecha para meterme el croissant en la boca. Yo lo acepto y lo muerdo. Joder, esto está casi tan bueno como yo.

Oh, por Dios, ya empezamos de nuevo.

—Sam, perdóname a mí por todo, por lo que sucedió entre nosotros, por mentirte, por lo que te dije cuando rompimos —dice de pronto, con un tono serio. Ahora las tornas han cambio, es ella quien se disculpa y yo quien insistirá en que no pasa nada, aunque eso no sea verdad porque me duele hablar del tema.

—Tranquila. Además, tardé en entender por qué me dijiste todo aquello, pero logré hacerlo, Annie —le respondo, recordando las explicaciones de Gestalt sobre la actitud de mi ex novia cuando rompió conmigo.

Ella me mira frunciendo el ceño, como si no estuviese del todo conforme o de acuerdo con mi respuesta pero, al cabo de unos segundos, se encoge de hombros y sigue comiendo, restándole importancia a todas las palabras dichas antes. A veces me pregunto qué surca su mente, ¿en qué estará pensando ahora mismo? En fin, cada persona es un mundo, eso está claro.

Me pregunto si Annie estará mejor, si el hecho de distanciarnos le ayudó a ser más feliz. Ella huyó, yo huyo, y hay tantas personas que huyen por tristeza o miedo. Sin embargo, aquí estamos, sentados en la mesa de Dagna, comiendo en silencio, pero pensando en demasiadas cosas.

De verdad que hay que tener una gran fuerza de voluntad para dejar de huir, pero vale la pena vencer al miedo, por eso mi propósito de año nuevo va a ser sincerarme conmigo mismo. Poco a poco, aunque cueste, con tal de ser feliz. A pesar de que me traiga problemas, porque lo que verdaderamente vale la pena es lo que cuesta. 

°°°


Continue Reading

You'll Also Like

54.3K 9.8K 20
El éxito y carisma de un influencer puede encandilar a los fans, lo que no saben es que no todo lo que se ve en la pantalla es tal como aparenta ser...
3.2K 209 13
Armin es un chico tímido, tan tímido que cada que escucha la voz de quien le gusta se sonroja hasta la nariz. Tras unos sucesos que el no puede contr...
557K 75K 57
(LGBT+) Un joven rey invoca a un príncipe hada para realizar un ritual mágico que mejore su suerte. ¿Qué tan mal podrían salir las cosas cuando el am...
4.6K 332 5
Una pequeña confusión puede ser el comienzo de todo. ¿No es así? Te equivocas de persona y gracias a ello encuentras a la indicada. Un nuevo año esc...