La Piedra del Matrimonio

By alseidetao

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... More

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 15: Modales
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 29: Entender el deber
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 36: Cargando la piedra
Capítulo 37: El otro lado
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 46: Viendo rojo
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 59: Algo maligno
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 77: Historia antigua

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By alseidetao


Traer a Petunia Dursley a Hogwarts fue una experiencia de la que Sirius podría haber prescindido. El trasladador les llevó directamente a la enfermería que ya comenzaba a llenarse de muggles durmientes. Tan pronto aparecieron les mandaron fuera de la zona de llegadas hacia la sala principal para dejar sitio a nuevas entradas de gente.

Mientras Petunia Dursley exclamaba sobre la forma en que habían llegado, sobre los modales bruscos con que se les había tratado y sobre la impactante visión de su marido e hijo siendo levitados para que no estorbaran, Susan Bones, de Hufflepuff, les indicó a Sirius y Remus dos lechos cerca de las largas y estrechas ventanas, al final de la sala. Aunque Petunia no era la única squib presente que había tenido poca experiencia con la magia, desde luego era la más molesta y ruidosa. Susan miró a la pareja e hizo un gesto de dolor antes de alzar la vista al cielo ante la actitud de la mujer. Sirius miró de reojo a Remus y vio cómo apretaba los labios para contener una sonrisa: era difícil molestar a un Hufflepuff por regla general, pero el que Petunia se estuviese quejando ahora del viejo edificio no le iba a ganar amigos, precisamente.

Sirius y Remus levitaron a los dos obesos Dursley a sus respectivas camas. Mientras lo hacían, Sirius vio a cuatro guardias de las Tierras de Invierno ante la puerta de la habitación privada de Harry. Un gesto de negación de uno de ellos le dijo a Sirius que nada había cambiado: Harry no había despertado. Sirius se sintió desanimado al saberlo.

– ¿Qué clase de hospital es éste? –inquirió Petunia cuando Dudley y Vernon estuvieron debidamente instalados y pudo echar un vistazo alrededor. Bufó mientras miraba hacia los altos techos. Sirius frunció el ceño, preguntándose cómo debía ver un muggle aquel lugar: no había monitores electrónicos, ni máquinas y accesorios muggles, y la larga sala estaba iluminada por velas de cera de abeja situadas en pequeños candelabros de pared.

–Ésta es la enfermería de Hogwarts, señora Dursley –le dijo Remus. Parecía haber recuperado su habitual calma, aunque Petunia seguía manteniendo las distancias. Sirius se preguntó si sería más probable que nunca le habían abofeteado antes, o que Remus no hubiese levantado antes la mano a una mujer. Lo cierto es que lo segundo parecía bastante más probable que lo primero.

– ¿Aquí van a cuidar a mi Dudley y a mi Vernon? –Exclamó ella, ofendida– ¡Exijo una habitación adecuada, un lugar privado!

–Es más fácil atender a todos si están juntos –explicó Remus.

– ¡Pero no hay ninguna clase de equipo! –Protestó ella– ¡Sólo camas!

–Tendrán todo lo necesario –le aseguró Remus. Segundos después la señora Pomfrey apareció con Anna Granger. Durante un rato estuvieron colocando intravenosas y un hechizo para monitorizar sus constantes vitales. Pomfrey explicó que los catéteres y los tubos de alimentación se insertarían después. Sirius se estremeció ante la idea, pero entendía que con el alto número de pacientes Pomfrey no podía usar los hechizos habituales en aquellas ocasiones: hubiese quedado agotada rápidamente.

– ¿Y qué hay de mí? –Exigió saber Petunia en cuanto acabaron de preparar a Dudley y a Vernon– ¿Dónde me voy a quedar?

–Estamos preparando dormitorios comunitarios de emergencia en Hufflepuff para los squibs –le dijo Susan– Hemos pensado que allí estarían más cómodos que en las otras salas.

– ¡Dormitorios comunitarios! –Exclamó Petunia, despectiva– No pienso quedarme en un dormitorio colectivo.

–Si quiere quedarse con Remus y conmigo, es más que bienvenida –ofreció Sirius, irritado– Creo que tenemos una alacena donde puede usted dormir... ¿verdad, Remus?

–Sí –asintió Remus prestamente– Bajo las escaleras, si no recuerdo mal. Estoy seguro que estaría de lo más cómoda allí.

Petunia palideció y se quedó callada. Sirius sonrió sarcástico.

– ¿No...? –preguntó.

–Espere y verá cuando llame a mi abogado –amenazó Petunia.

–Hágalo –sonrió Sirius de oreja a oreja– Estoy seguro de que hay un teléfono por aquí, en algún lado.

Tardaron otra media hora en instalar a Petunia en el dormitorio de Hufflepuff. Protestó durante todo el camino, pero las escaleras que se movían, los retratos que hablaban y los numerosos fantasmas la fueron reduciendo al silencio. Cuando el fantasma de Hufflepuff, el monje gordo, le dio la bienvenida, palideció y pareció a punto de desmayarse. Sirius y Remus la dejaron sentada en una cama, en compañía de numerosas mujeres squib. A Sirius le divirtió el hecho de que ella pareciese tan fuera de su elemento.

–Recuérdame que les diga a los de primer año que practiquen sus hechizos con esa mujer –gruñó Sirius mientras él y Remus volvían hacia la zona principal del castillo.

–Olvídate de los de primero, díselo a los de séptimo curso –sugirió Remus. Ambos sonrieron ante la idea– No creo que los Dursley pasaran un buen rato si se supiese cómo trataron a Harry durante todos estos años. Me imagino que la gente de las Tierras de Invierno se lo tomarían como una afrenta personal...

–Mucha gente se lo tomaría como una afrenta personal –asintió Sirius. Aunque Remus y él hubiesen sido declarados ciudadanos dentro del mundo mágico, ambos seguían siendo Merodeadores de corazón, y nada iba a cambiar eso.

– ¿Te parece que vaya a ver cómo va Dumbledore mientras tú visitas a Harry y te aseguras de que Severus haya dormido algo? –preguntó Remus. Sirius asintió y se separaron para seguir cada uno su camino.

En cuanto Sirius llegó de nuevo a la enfermería, lo primero que hizo fue ver cómo estaba Pomfrey. La mujer corría arriba y abajo por la sala, tratando frenéticamente de mantener una cierta apariencia de orden pese a que la gente seguía apareciendo sin cesar. Las camas se estaban llenando rápidamente y la gente debía ser redirigida hacia otras zonas del castillo. No obstante, Poppy encontró un momento para hablar con él, entrando a su oficina privada y cerrando la puerta a sus espaldas para mantener la privacidad. La mirada que le dirigió no fue precisamente animosa.

– ¿Ha empeorado su condición? –preguntó él, con miedo. Si algo le ocurría a Harry, él no podría soportarlo.

–No exactamente –repuso ella– Le he pedido a numerosos compañeros míos que le echaran un vistazo mientras estabais fuera. Ahora sabemos seguro que su cerebro sigue siendo funcional, pero su consciencia no está.

– ¿Qué diablos se supone que significa eso? –preguntó Sirius horrorizado. Aquello no pintaba nada bien.

–Creemos que es una forma de proyección astral. Ha mandado su mente a otro lugar, por eso sus constantes cerebrales son tan extrañas. Y, desgraciadamente, allí donde esté parece estar sufriendo molestias, como si tuviese violentas pesadillas. Esto está alterando el equilibrio de sus fluidos vitales: hay una subida importante de adrenalina y otras substancias en su sangre. Puesto que no podemos despertarle, tenemos que filtrar su sangre, ya que incluso en este breve lapso de tiempo su química interna estaba empezando a generar desequilibrios peligrosos.

Sirius se sintió obnubilado por toda aquella información. No sabía gran cosa sobre la proyección astral, aunque por lo que recordaba tenía un tío lejano que había sido experto en el tema y les había producido terribles pesadillas a sus enemigos.

–Cuando viajas astralmente, sigues atado a tu núcleo mágico –declaró, intentando recordar lo poco que sabía. Hacía doce años que no leía nada sobre aquel tema– Así encuentras el camino de vuelta... siguiendo la conexión a tu núcleo mágico. Si está proyectándose, ¿por qué no sigue esa conexión para regresar?

La señora Pomfrey agitó la cabeza, impotente:

–Tenemos docenas de teorías diferentes al respecto. Es posible que, sea lo que sea que está haciendo, no haya acabado, y simplemente no haya intentado regresar aún –explicó.

– ¿Crees que es lo más probable? –preguntó él, esperanzado. Si Harry fuese a volver tan pronto acabara lo que estaba haciendo... bueno, no tenía ni idea de qué estaba haciendo ahora, pero con suerte acabaría pronto. Pero, por desgracia, la sanadora negó con la cabeza.

–Creemos que es más probable que sencillamente no encuentre el camino de vuelta, que se haya perdido. No sabemos seguro si sigue conectado a su núcleo mágico, ya que lo agotó por completo al lanzar su contrahechizo. Y creemos que lo ha abandonado en busca de otra fuente de poder, una capaz de hacer lo necesario. Albus ha sugerido que Harry tiene la habilidad de ver cosas ocultas, energías que nosotros no podemos ni ver ni utilizar. Pensamos que ese es el motivo por el cual la firma mágica de Harry es tan extraña: ha abandonado su propio núcleo mágico y ha lanzado su mente de lleno al interior del núcleo mágico de la propia tierra. Creemos que se ha perdido dentro de él, que se ha perdido en el centro de la tierra.

Sirius la miró con incredulidad. Parte de él quería negar que Harry fuese capaz de hacer algo así, que nadie fuese capaz de algo así. Pero se trataba de Harry, y solía lograr lo imposible. Sin embargo, la idea de que en esta ocasión la tarea imposible en la que se había inmerso pudiese significar su propio final... era insoportable.

– ¡Pero tiene que haber una forma de ayudarle, de llamarle! –Insistió Sirius– ¡Tenemos que mostrarle cómo volver!

–Eso es lo que estamos investigando –le aseguró ella, señalando una enorme pila de libros que había tras su despacho– Estoy mirando todas las referencias posibles sobre el tema, y hay gente en San Mungo investigando también. Desgraciadamente, la solución obvia no es posible, así que estamos buscando métodos alternativos.

La solución obvia... Sirius frunció el ceño hasta que comprendió lo que la mujer insinuaba. Entonces palideció, sintiendo como si se le hubiese helado la sangre en las venas. Dios. La solución obvia.

– ¿Severus sabe todo esto? –preguntó, notando un nudo en la garganta. Poppy asintió.

–No se ha alejado de Harry. No puedo ni imaginarme cómo se debe sentir ahora. Siempre ha querido lo mejor para él.

Sirius sintió la necesidad de ver a su ahijado con sus propios ojos, así que le dio las gracias a Poppy y se dirigió hacia la sala principal. Al acercarse a la habitación privada de Harry los guardias le saludaron con una inclinación de cabeza. Reconoció a dos de ellos debido a su estancia en las Tierras de Invierno. Uno agarró el pomo de la puerta y lo abrió para que pasara con un gesto respetuoso. Sirius le sonrió, agradecido. Una vez dentro y con la puerta cerrada a sus espaldas se tomó unos instantes para observar el panorama que había ante él.

Bajo las finas sábanas blancas de la cama de hospital, Harry yacía inmóvil, su piel antinaturalmente pálida. En su mano izquierda llevaba algo que parecía un guante rojo y brillante, pero que Sirius, que estaba lo suficientemente familiarizado con los extraños objetos médicos del mundo mágico como para reconocerlo, supo que era un aparato para limpiar la sangre. A través de los dedos del guante se filtraba la sangre de Harry, limpiándola antes de que volviese a circular por sus venas. Aquel objeto hizo que Sirius tomara conciencia de la peligrosa condición de Harry: los meros cambios químicos que sufría podrían costarle la vida.

Sentado junto a la cama estaba Severus Snape, con aspecto exhausto. El moreno sujetaba la mano libre de Harry, acariciándola suavemente con sus dedos largos y elegantes. La mirada de Severus no abandonó el rostro de Harry, como si ni siquiera hubiese notado que Sirius había entrado en el cuarto.

Una oleada de culpabilidad hizo mella en Sirius ante aquella visión, un sentimiento que llevaba cierto tiempo acechándole y que había tardado demasiado en aparecer. Se quedó allí, incapaz de moverse o hablar al pensar en todo cuanto les había llevado a aquel momento. Sintió culpa, rabia, tristeza... sus ojos se movieron hasta posarse en su amado ahijado. La solución obvia... ¿hasta qué punto podía culpársele a él de la actual situación de Harry? ¿Hasta qué punto era él responsable de cómo estaban ahora las cosas?

Miró hacia Severus, preguntándose si el otro le culparía siquiera por ello. Sospechaba que no, ya que los Slytherin rara vez entendían a los Gryffindor. No tenían la más remota idea de lo retorcidos que podían llegar a ser si querían, o de lo rencorosos que resultaban. A estas alturas, y tras la artística manipulación que Charlie había realizado de los Malfoy, deberían saber mejor a qué atenerse. Sin embargo, aquel había sido siempre su peor fallo: que les subestimaban.

"Y tú que siempre estás demonizando a los Slytherin", se dijo, sabiendo que era la realidad. Siempre había pensado que eran incapaces de emociones nobles como el amor, la amistad, la lealtad o el valor. Y mira que en las últimas semanas había tenido evidencia más que suficiente de lo contrario. Sabía que Severus amaba a Harry: lo llevaba escrito en cada línea de su rostro tenso, marcado por el estrés. Diablos, lo había sabido desde hacía meses, cuando le había visto en la barca que les llevaba a las Tierras de Invierno aferrado a la capa de Harry de la misma forma que ahora aferraba su mano: con desespero, ansioso por mantener una conexión con el joven perdido. Sirius sintió que los ojos le escocían e intentó retener las lágrimas. Aquello no era justo.

–Poppy dice que tiene pesadillas –la voz de Severus sobresaltó a Sirius, indicándole que en realidad sí que se había percatado de su presencia. No dijo nada, y Severus continuó hablando, sin mirar nada que no fuese el rostro de Harry– Dice que, esté donde esté, está asustado y sufriendo –La voz de Severus sonaba rasposa, dura. Semanas atrás Sirius hubiese tomado aquel tono como una muestra de indiferencia, pero ahora lo entendía mejor: la idea de que Harry estuviese sufriendo era una tortura para Severus– Le prometí que le despertaría si tenía pesadillas. Se lo prometí. He intentado llegar hasta él. Con Legeremancia... pero su mente está vacía. No hay nada a lo que aferrarse. No puede oírme. No puede sentirme.

Sirius sintió un agudo dolor en el corazón. Por supuesto que Harry no podía sentirle, no de la forma que Sirius sentía a Remus. Si Sirius buscaba en el centro de su núcleo mágico se encontraba la presencia de Remus Lupin, al igual que Remus le encontraría a él en el centro del suyo. Estaban vinculados, inseparables incluso por la distancia. Pero Harry no, Harry estaba solo. Harry tenía dieciséis años y se suponía que debía estar solo, porque se suponía que su vida debía ser únicamente suya. Se suponía que debería ser libre, tomar sus propias decisiones, querer a quien deseara, casarse con quien quisiera cuando estuviese preparado. No estaba bien que le forzaran a casarse con alguien que no le gustaba únicamente porque un montón de bastardos manipuladores no le dejaban en paz...

Pero había que admitir que Sirius estaba siendo parcial, y la conciencia de lo mucho que le afectaban sus prejuicios fue como una bofetada en la cara. Severus Snape amaba a Harry, y Harry no podía oírle. Sirius cerró los ojos con fuerza, tocando su conexión con Remus para tranquilizarse. Qué solo debía sentirse Severus ahora mismo...

– ¿Por qué nunca me dijiste lo que le había ocurrido a mi hermano? –preguntó Sirius. No había planeado decir nada, y su hermano Regulus no era ahora el tema más importante en su mente. Sin embargo, en el momento en que aquellas palabras surgieron de sus labios decidió que era tan buen momento como cualquier otro para discutir el tema. Severus se merecía saber por qué había habido siempre tanta tensión entre ellos, al menos. Éste alzó la mirada, confuso.

– ¿Qué?

–Regulus –dijo Sirius– ¿Por qué no me contaste lo que realmente le había pasado? Nunca he entendido por qué no lo hiciste. Tú me odiabas cuando pasó.

– ¿Cómo...? –empezó a preguntar Severus, interrumpiéndose al ser incapaz de seguir. Su rostro estaba pálido, agotado. Sirius entendió, sin embargo, qué le estaba preguntando.

–Narcissa –explicó– Justo después de que Harry limpiara mi reputación, recibí una carta suya. Siempre fue una perra muy rencorosa. Sabía que yo iba a cambiar mi Conscriptus para poder casarme con Remus. Me contó lo del... Troll –su voz se quebró. Había necesitado un par de semanas para procesar aquella información, e incluso ahora el mero concepto le revolvía el estómago– No se le ocurrió otra cosa que compararlo con mi relación con Remus –jamás perdonaría a Narcissa por aquello, por colocar al hermoso y dulce Remus a la altura de un Troll.

Severus parpadeó y luego volvió la mirada, como si no supiese qué decir. Sirius no podía culparle por ello. ¿Qué podías decir en aquellas circunstancias? ¿"Lamento que a tu hermano se lo follara hasta la muerte un Troll"...? No había palabras apropiadas.

–Recuerdo cuando Albus me habló de su muerte –continuó Sirius, pensando en aquellos días oscuros previos a la muerte de James y Lily– Dijo que su contacto con los Mortífagos le había comunicado que Regulus iba a dejar al Señor Oscuro, que quería cambiar de bando, pero que el Señor Oscuro le había descubierto y le había matado. En aquel momento yo no sabía que tú eras el espía, pero me creí la historia, porque quería creer que Regulus se había redimido, que había tratado de liberarse –Sirius sacudió la cabeza, asombrado por su propia ingenuidad. Incluso sabiendo todo lo que había ocurrido con anterioridad, había seguido teniendo la esperanza de que Regulus cambiaría algún día– ¿Por qué mentiste? ¿Por qué no le dijiste la verdad a Albus? –esa era la parte que Sirius no lograba entender, ya que Severus le había odiado en aquel momento del pasado, y sin embargo se había abstenido de meter el dedo en la llaga y refocilarse en su sufrimiento, aunque fuese de forma indirecta.

–Él había muerto –dijo Severus sencillamente– Saber la verdad no iba a cambiar ese hecho.

No es que contestara realmente a su pregunta, pero supuso que era cuanta respuesta iba a recibir de Severus. Sin embargo, ya era lo bastante clara para él. Su sentimiento de vergüenza creció.

–No quisiste herir mis sentimientos –declaró llanamente, como si estuviese anunciando algo trascendental. En cierto sentido lo era, al menos para ellos. Severus apartó la mirada.

–Tengo tres hermanos –le recordó.

–Yo te culpé por su muerte.

Severus volvió a mirarle entonces, atónito.

– ¿Qué?

Sirius le devolvió la mirada, pensando en los años de odio mutuo, de violencia, que habían transcurrido. Si no otra cosa, le debía a Severus una explicación, porque ahora podía ver que él nunca había hecho nada para merecer sus iras.

– ¿Sabías que Regulus era adicto a los Realzadores? –le preguntó. Vio que Severus se quedaba atónito; se dio cuenta que ni siquiera lo había sabido. Sirius meneó la cabeza, sin poder creerse del todo su propia ignorancia al respecto: tantos años, y Severus ni siquiera lo había sabido.

– ¿Y para qué necesitaba Realzadores Regulus Black? –inquirió Severus.

¿Para qué, ciertamente...? Regulus había sido muy hermoso. Si había algo que no necesitara, era un Realzador mágico de su apariencia. Aquellas pociones sólo las usaban los desesperados, ya que sus efectos secundarios eran tan terribles que los magos y brujas de aspecto corriente no se hubiesen arriesgado a tomarlas. Incluso las más inocuas eran adictivas, y las que Regulus había utilizado eran cualquier cosa menos inofensivas. E, irónicamente, nunca había necesitado tomarlas...

–Fue por Bella –explicó Sirius. No es que ella fuera fea tampoco; su generación había sido, en general, muy atractiva. Por desgracia, Bellatrix había sufrido la peor forma de locura familiar, además de ser tremendamente vanidosa. Esto y sus terribles celos la habían dejado lista para caer en las garras de la adicción– Estaba loca por Lucius Malfoy –continuó Sirius– pero Lucius sólo miraba a Narcissa. Cuanto más le ignoraba Narcissa, más la deseaba él, y más le deseaba a él Bella. Empezó a utilizar Realzadores para atraer su atención, aunque no es que le sirvieran para nada.

Sirius frunció el ceño al recordar. Severus se merecía que le contara su historia, pero revelaba una gran cantidad de detalles sórdidos sobre la familia Black. Sin embargo, ¿qué importaba ya? Bella era una psicópata homicida, y Regulus estaba muerto.

–El verano anterior a nuestro sexto curso, mi madre se enteró de que el comportamiento de Bella se estaba volviendo... cuestionable. Debido a que la familia estaba negociando una unión entre ella y Rodolphus Lestrange, madre pensó que sería una buena idea mantenerla aislada de la sociedad... lejos de los hombres, vamos. Nos mandó a Bella y a los demás a uno de los condados más aislados, con los padres de Bella para que nos vigilaran. ¿Llegaste a conocer a mi tío Cygnus, o a mi tía Druella?

Severus negó con la cabeza. Ambos habían formado parte de la cohorte de Voldemort, pero nunca habían sido demasiado dados a prodigarse socialmente.

–El tío Cygnus era... un Black típico, y la tía Druella era aún peor. Hacía que Bellatrix pareciese dulce y amable –le dijo Sirius. Los ojos de Severus se abrieron desmesuradamente al oír estas palabras: hacer que Bellatrix pareciese una persona agradable por comparación no era un logro pequeño...– Así que ahí estábamos... atrapados durante el verano en un viejo castillo lleno de corrientes de aire. El tío Cygnus y la tía Druella nos evitaban en la medida de lo posible. Narcissa y Andrómeda se encerraron en sus habitaciones y nos ignoraron. Yo estaba muy ocupado teniendo una rabieta porque no podía pasar el verano con James. Así que Bella se quedó con la única compañía de Reg... que tenía doce años. ¿Conoces los efectos secundarios de los Ensalzadores?

– ¡No lo hizo! ¡No pudo hacer eso...! –exclamó Severus, incrédulo.

–Al parecer estaba tomando algo realmente fuerte, que le dejaba un apetito sexual tan voraz que en cuestión de días se sentía totalmente desesperada. Primero intentó insinuárseme a mí, pero yo la rechacé por completo. Ni se me ocurrió que buscaría otras compañías. Primero, no obstante, tuvo que volver adicto a los Ensalzadores a Regulus... si no, no hubiese cedido a sus exigencias. Una vez lo hubo logrado, él estaba tan desesperado a su vez que no le importaba con quién estuviese –Sirius se estremeció al recordar– Una noche, les encontré con las manos en la masa. Por aquel entonces, el niño de doce años que era Regulus ya no bastaba para satisfacer a Bella, así que de alguna manera había logrado convencer al tío Cygnus para que se uniera a la fiesta. Les encontré a los tres. Cuando vi lo que Bella y Cygnus le estaban haciendo a Reg me puse furioso. Decidí denunciarles a la tía Druella, algo que no era precisamente moco de pavo. No sé qué le hubiese hecho a Bella, pero a Cygnus le habría torturado y asesinado por haber participado en aquel asunto.

– ¿Qué ocurrió? –preguntó Severus, aparentemente fascinado pese a sí mismo. Sirius se encogió de hombros.

–Bella me detuvo. Me temo que ahí es donde apareces tú en esta sucia historia...

– ¿Yo? –inquirió Severus, completamente anonadado. Era más que obvio, por sus reacciones, que nunca había tenido conocimiento de todo aquello. Sirius dejó que en sus labios apareciese una sonrisa de burla hacia sí mismo.

–Bella me habló de los Ensalzadores, que tanto ella como Reg eran adictos a ellos y no podían evitar actuar como actuaban –explicó Sirius– Y después me dijo de dónde los había sacado, cómo el experto en pociones de la casa Slytherin los había fabricado y les había vuelto adictos a su uso. Me convenció de que todo esto era culpa tuya. Antes de esto, no me gustabas, pero aquello me hizo odiarte de veras. Por primera vez en mi vida fui digno de mi apellido Black... me volví loco de furia hacia ti.

– ¡Por eso intentaste matarme aquel año, enviándome al Sauce Boxeador! –exclamó Severus, mirándole atónito. Sirius se río sin rastro de alegría:

–Severus, intenté matarte en diez ocasiones aquel año. El incidente del Sauce Boxeador no fue más que la última y más exitosa tentativa de toda una serie.

– ¿Cómo...? –se dio cuenta de que Severus estaba intentando recordar aquel año preciso, tratando de descubrir cuándo se habían dado aquellos atentados frustrados.

– ¿Nunca te preguntaste cómo era posible que mis amigos me perdonaran tan rápido por lo que había hecho? –Le dijo Sirius, ya que le parecía que ese detalle hubiese debido desconcertarle– Si hubiese tenido éxito, Remus habría pagado el pato. Traicioné su secreto. Le habrían realizado la eutanasia si Dumbledore no hubiese intervenido. Y sin embargo, tanto él como James me perdonaron de inmediato.

–Asumí que ellos también me odiaban –admitió Severus. Sirius negó con la cabeza:

–Para ellos no era más que una rivalidad juvenil, ni de lejos lo que yo sentía. Aquel verano, tras lo ocurrido, hui de casa y me fui a vivir con James. James y Remus sabían que yo estaba mal, entonces. Cuando digo que me volví loco, lo digo de la forma más literal, y tras tantos años en Azkaban puedo decir que conozco perfectamente lo que significa estar demente. Aquel año intenté asesinarte una y otra vez, y mis planes se fueron volviendo cada vez más elaborados y demenciales. James y Remus se pasaron aquel curso persiguiéndome para detenerme, frustrando cada tentativa. Les aterraba pedir ayuda a Dumbledore porque pensaban que yo sería expulsado. En el último intento, cuando casi lo logro... me di cuenta repentinamente de lo que había estado a punto de hacerle a Remus. Aquello me sacó de aquella locura, me devolvió mis sentidos. James y Remus sintieron tal alivio de que recuperara la cordura que me perdonaron sin pensar. Yo aún te odiaba, pero por fin llegué a la conclusión de que Bella y Reg hubiesen podido negarse a tomar los Ensalzadores.

– ¿Por eso me odiabas? –preguntó Severus, que aún parecía estremecido por la narración. Sirius asintió:

–Por eso, cuando Regulus murió, me convencí a mí mismo de que tú le habías matado. Supuse que, finalmente, había decidido plantarte cara, dejar las pociones y abandonar al Señor Oscuro, y tú le habías eliminado.

–Entiendo –Severus se hundió en su silla– ¿Esa es la opinión que tienes de mí? No me extraña que te enfurecieras tanto cuando desposé a Harry.

No tenía nada de extraño, efectivamente, pensó Sirius. Y eso que Remus y Albus habían tratado repetidas veces de convencerle de que se equivocaba al juzgar a Severus. Nunca había podido dejar atrás la idea de que Reg había muerto por culpa de Snape. La carta de Narcissa le había aclarado muchas cosas, en concreto su completo fracaso a la hora de juzgar a ciertas personas.

– ¿Por qué me cuentas esto ahora? –preguntó Severus, que parecía haber palidecido aún más, como si las palabras de Sirius le hubiesen arrebatado la última chispa de vida.

–Culpabilidad –dijo Sirius simplemente– Porque entiendo que estaba equivocado –era extraño admitir aquello en voz alta después de tantos años. Severus agitó la cabeza ligeramente al escuchar su confesión.

–No tenías por qué molestarte. No es más que una vieja historia, el pasado, pasado está. Historia antigua. No me importa ya.

Sirius no le creyó. Había habido demasiadas cosas últimamente que le habían demostrado lo contrario. No pudo menos que recordar la expresión de incredulidad y alivio que había aparecido brevemente en el rostro de Severus cuando Sirius había aceptado ser su Segundo durante los duelos del Ministerio de Magia.

–Pero es que no es historia antigua, Severus –le dijo Sirius– El pasado sigue presente, y ahora... ha afectado a Harry.

Severus irguió la cabeza de golpe al oír esto y le miró con fijeza, los ojos entornados.

– ¿Qué quieres decir?

–He estado saboteando vuestra relación –dijo Sirius tras tragar saliva– No fue muy difícil... bastó con un comentario aquí o allí, una broma dicha de paso... lo suficiente como para que Harry supiese que yo no te aprobaba, que vuestra relación debía mantenerse platónica, que cualquier otra cosa hubiese estado mal.

En los ojos de Severus apareció un brillo dolido, duro. Se quedó helado, incapaz de contestar a Sirius. La mirada de éste se deslizó hacia Harry, fijándose en lo extremadamente quieto que estaba. Una lágrima se deslizó por su mejilla.

–Sé que le quieres –le dijo al silencioso hombre que había ante él– No puedo menos que pensar que, si hubiese mantenido la boca cerrada, ahora serías capaz de despertarle –"la solución obvia", como había dicho Poppy– Ahora estarías vinculado a él y tendrías su firma mágica en tu interior. Sería capaz de oírte, no importa donde estuvieses –más lágrimas se escaparon de sus ojos. Poppy había dicho que Harry estaba sufriendo, atrapado en la oscuridad, solo, soñando cosas horribles. Entonces oyó una exclamación ahogada. Miró hacia Severus, frunciendo el ceño a través de las lágrimas. El otro parecía atónito.

– ¡Black, eres un genio!

Por unos instantes Sirius no entendió lo que le decía Severus. Tuvo que repasar sus palabras mentalmente, y entonces se quedó mirando asombrado a Severus, que acababa de levantarse de un salto para aferrar algo que llevaba al cuello.

– ¿Cómo? ¿Qué? –Preguntó confuso– ¿Qué quieres decir? No estás vinculado a él... ¿verdad?

–No –Severus negó con la cabeza, y finalmente extrajo de bajo su ropa una cadena que colgaba en torno a su cuello. En su extremo se balanceaba una piedra color esmeralda con venas rojas como la sangre– ¡Yo no, pero esto sí! –alzó la piedra para que Sirius la viese. Él reconoció la forma y el tamaño fácilmente. Eran bastante comunes entre los estudiantes más mayores. Él mismo había hecho una cuando cursaba sexto.

– ¿Una Piedra del Corazón? –Preguntó, aún más confuso– ¡Pero si las Piedras del Corazón no hacen absolutamente nada!

–No cualquier Piedra del Corazón –explicó Severus, con la excitación iluminándole la cara– La Piedra de Harry, ¡y la más poderosa jamás creada! ¡Si con esto no podemos despertarle, nada lo hará! Quédate con él. Voy a buscar a Dumbledore y a Pomfrey.

Sirius se quedó mirando cómo el hombre salía rápidamente, como si le hubiesen dado un nuevo sentido a su vida. Consternado y agotado, Sirius se volvió hacia su inmóvil ahijado.

– ¿Una Piedra del Corazón verde y roja...? –Le dijo– ¿Me estás intentando decir algo sobre los Gryffindor y los Slytherin? –sonrió y se enjugó las lágrimas, antes de inclinarse a besar la frente de Harry– Sigo pensando que no deberías practicar el sexo hasta que tengas veinticinco años, pero si realmente consigue despertarte, mantendré la boca cerrada. No está tan mal... para ser un Slytherin.        

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Con este capitulo terminamos con la primera autora, Josephine Darcy, y con la primera traductora, Lady Debar :3  

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