Pide un deseo [Johnlock]

By DelianWriter

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Extras especiales Johnlock de Navidad que los lectores de Las perlas de Agra me encargaron como regalo. More

Nota inicial
1- Sueño
2- Deseo
3 - Premonición
5 - Misión
¡Feliz Navidad y próspero 2020!
6 - Orgullo

4 - Regalo

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By DelianWriter


NA: Este cuarto extra es canónico de mi historia, Las Perlas de Agra, y está dedicado  a Kokkuri-sempai, quien me pidió a través de Wattpad un extra familiar abriendo regalos.


4- Regalo


Todo era blanco hasta donde alcanzaba la vista, la nieve en algunos puntos se había acumulado hasta alcanzar una altura de varios pies y no paraba de nevar. Llegar a la bonita casa de campo de los señores Holmes había sido toda una odisea.

John había envuelto a Ella en tantas capas de ropa entre abrigo, gorro, guantes, jersey y calcetines además de leotardos que la pobre parecía una pelota hecha de trapos y apenas se podía mover, hasta el punto de que Sherlock no podía evitar pensar que saldría rodando de un momento a otro si John la soltaba.

Con gritos, pataleos y manotazos a duras penas consiguió su madre meterla en el carruaje y Sherlock hubiese hecho lo mismo que su hija de haber podido, pero una mirada autoritaria de Watson bastó para disuadirlo.

Era absurdo, desde que vivían juntos en Baker Street ellos siempre habían pasado las Navidades allí como cualquier otro día normal y no entendía por qué Watson había aceptado la invitación de sus padres para ir a pasar el día cuando no parecía mucho más conforme que él con la idea. Pero había suspirado con resignación y le había dicho "bueno, la Navidad es para estar en familia. Ella apenas ve a sus abuelos y seguro que ellos tienen la casa decorada, nosotros ni siquiera hemos puesto un simple lazo". Y vaya si la casa de sus padres estaba decorada, parecía un pastel nupcial.

Holmes resopló: estúpidas costumbres y maldita buena educación. Si sus padre querían darle un regalo podían simplemente enviarlo como hacían todo los años en lugar de obligarlos a ir hasta allí con aquel tiempo de mil demonios.

Pero lo peor no era que ellos hubiesen ido sino que John hubiera insistido en llevarse a la señora Hudson y la señorita Morstan. "¿Cómo vamos a dejarlas solas en una fecha tan señalada?" había argumentado Watson y Sherlock no encontró ninguna excusa convincente para eliminar al menos a Mary del plan, así que tuvo que morderse la lengua mientras se maldecía a sí mismo y a John todo el camino mientras se apretaban todos en el carruaje como sardinas en lata. Y para colmo, por si no había ya poco espacio, la señora Hudson llevaba sobre el regazo una cesta enorme que contenía galletas de jengibre que ella misma había hecho.

- Sherlock, querido, te estamos esperando. Íbamos a servir el chocolate ahora. - dijo su madre, distrayéndolo de sus pensamientos y él se giró sin disimular su disgusto.

Alrededor de la chimenea encendida del salón, que desprendía un agradable calor y aroma, estaban todos reunidos, acomodados en sofás y sillones. Todos menos Ella, que no paraba de restregarse contra la enorme alfombra que había frente al fuego. Le habían quitado la mayoría de la ropa hasta dejarla únicamente con sus leotardos blancos y una camisa del mismo color con las mangas abombadas con un vestido de lana rojo con su canesú encima. Parecía sumamente feliz sintiendo sus fibras entre los dedos y acariciando sus mejillas, sin importarle que la falda se le hubiese levantado hasta la altura del ombligo ni que John la regañase por eso.

Sherlock sintió una punzada de envidia. El simple hecho de ser niño justificaba muchas conductas inapropiadas y no le parecía justo.

Sin pensárselo dos veces, se tumbó junto a su hija y la imitó. El tacto de la alfombra resultaba muy reconfortante y sus pulsaciones se relajaron mientras deshacía su engominado peinado contra ella.

- ¿Se puede saber qué demonio estás haciendo? - le preguntó John con el ceño fruncido .

- Trabajo de campo. - respondió con tranquilidad arrancándole una risa a Mary, que intentó ocultarla tapándose la boca con la mano.

- Parece divertido. Yo haría lo mismo si no estuviese tan mayor. - opinó la señora Hudson y Sherrinford simplemente sonrió y no dijo nada. Era un hombre de pocas palabras que llevaba una pajarita ridícula porque de encantaba avergonzar a su hijo menor. Pensándolo bien no sé sabía quién era el más raro de la familia Holmes.

Susan entró junto a la sirvienta, que llevaba el chocolate en una bandeja. A la chica casi se le cae de la sorpresa y la señora Holmes abrió mucho los ojos mientras ponía los brazos en jarras.

- ¡Sherlock, ese no es modo de comportarse y menos delante de la gente. Eres un caballero!

- Detective, mamá, se dice detective.

La señora Holmes resopló y John se preguntó si Susan actuaba aún como una madre sobreprotectora porque Sherlock la incentivaba o si era Sherlock el que se comportaba como un malcriado porque su madre le trataba como un niño. Negando con la cabeza, se resignó a no encontrar una respuesta satisfactoria y aceptó la taza de chocolate, que olía deliciosamente a canela.

En cuanto Ella la vio, se levantó lo más rápido que pudo y se apoyó en la rodilla de su madre para asomarse a ver qué contenía la taza.

- Es chocolate, amor mío. ¿Quieres un poco?

Asintiendo a la invitación, Ella metió el dedo dentro del espeso líquido antes de que John pudiera reaccionar. La niña dio un brinco al quemarse y comenzó a llorar con fuerza.

Sherlock se arrastró por el suelo con celeridad y se metió el maltrecho dedito de Ella en la boca, chupándolo. La pequeña detuvo poco a poco los sollozos, pero seguían saliéndole gruesas lágrimas.

John se levantó a toda prisa del sillón, alarmado.

- Aceite de lavanda. Necesito aceite de lavanda. - farfulló mientras sudaba más que si tuviese un paciente a las puertas de la muerte.

Con gran tranquilidad, Mary fue hasta su bolso y sacó un frasquito y se lo entregó a John, que se deshizo en agradecimientos antes de arrodillarse ante Ella al lado de Sherlock y aplicarle el ungüento en la zona afectada.

- Estos hombres... - negó la señora Hudson mientras se llevaba su propia taza a los labios.

Media hora después nadie se acordaba de aquel susto e incluso Ella había olvidado el daño que se había hecho y se había bebido una taza de chocolate, esparciéndose gran parte por la cara: tenía las mejillas, el bigote y el entrecejo manchados de chocolate. Su abuela la limpió entre protestas.

El reloj dio las diez de la noche y el señor Holmes sonrió, levantándose del sillón.

- Buena hora para abrir los regalos. - dijo mientras se acercaba a un pequeño abeto que habían colocado al lado de la chimenea, decorado con lazos y cintas satinadas además de bolas de cristal de colores que proyectaban extraños e hipnóticos destellos cálidos al reflejar el fuego. A los pies del árbol había una gran cantidad de regalos de distintos tamaños.

- Mira este grande para quién es. Pero si es para la pequeña de la casa. - exclamó contento el abuelo mientras miraba a Ella, pero la niña frunció el ceño desconcertada y no se movió. Sherrinford tuvo que hacer un sinfín de aspavientos para conseguir que se acercarse. - Es para ti, milady. - le volvió a indicar mientras cogía su mano y la ponía sobre el papel del enorme paquete.

Ella pareció finalmente entender y tiró del papel con fuerza hasta destruirlo y descubrir una caja. Sherrinford la abrió y sacó de ella un balancín de madera con forma de caballo.

La niña soltó un gritó de alegría y se apresuró a subirse, agarrándose de sus crines hechas de lana para darse impulso.

- ¡Ey, aún quedan más regalos! - intentó detenerla, pero ya era demasiado tarde, estaba ocupada balanceándose mientras hacía resoplidos imitando a un caballo.

Viendo que no iba a conseguir nada, Sherrinford se encogió de hombros, enternecido, y le revolvió el pelo a la niña antes de girarse a la atenta audiencia.

- Bueno, pues vamos a abrir el resto nuestros regalos mientras Ella se decide.

La señora Hudson fue la primera. Sherlock y John le habían comprado cinco novelas románticas, ya que sabían que le encantaba ese tipo de literatura. John albergaba también la vaga esperanza de que no espiase su vida amorosa, aunque en el fondo sabía que eso nunca iba a ocurrir.

- ¡Oy, queridos, muchas gracias! Llevaba tiempo queriendo leer estos cuatro libros, pero me temo que no he oído siquiera hablar del último. ¿De qué va "El tesoro escondido"? - dijo extrañada al ver que el libro no tenía sinopsis ni ningún dibujo en la portada o relieve que diese una pista de su contenido. Abrió una página al azar y leyó un fragmento que le hizo a abrir mucho los ojos y se santiguó sonrojada. - Jesús, María y José.

- ¿No lo quiere? - preguntó divertido Sherlock.

- Esas cosas no se preguntan a una señora. - se apresuró a responder la señora Hudson mientras apretaba el libro contra sí por si a Sherlock se le ocurría arrebatárselo a traición.

Después Sherrinford abrió un paquete de ocho pajaritas de la mejor seda, todas ellas con diseños estrambóticos, desde enormes lunares hasta pingüinos, pasando por payasos y rayas de diversos colores.

- ¡Mamá! ¿Cómo se te ocurre regalarle algo tan feo? - le recriminó Sherlock disgustado.

- A tu padre le encantan.

Sherlock sentía la cara arder de la vergüenza ajena, pero tuvo que reconocer que su padre había recibido ese regalo con más entusiasmo que el suyo a pesar de que eran unos carísimos gemelos con rubíes incrustados.

Susan tuvo como regalo de su esposo un collar de diamantes con un diseño simple que resaltaba la calidad de las piedras y de parte de su hijo una fotografía de primer plano con un marco en madera y pan de oro de Ella.

- ¡Dios mío, tengo una nieta preciosa! - dijo al borde de las lágrimas mientras acariciaba la fotografía con cuidado. - Dame un abrazo, chiquitina.

La niña se acercó no muy convencida y dejó que su abuela la estrujado mientras abría mucho los ojos, agobiada. Sherlock miró entonces a John sorprendido, quién se cruzó de brazos con gesto de suficiencia. Él había sido el que había propuesto ese regalo con gran atino.

Mary tenía un solo regalo colocado en una pequeña caja de terciopelo. Al abrirlo se llevó una mano a la boca, al borde de las lágrimas.

- Joh- doctor Watson... - se apresuró a decir, tartamudeando levemente. El doctor le sonrió, algo sonrojado.

- Tal vez no sea un regalo al uso, pero pensé que te gustaría recuperar tus pendientes de perlas.

- ¿Cómo has...? ¡Los empeñé en Irlanda!

- Sherlock me debía un favor. - respondió echándole una mirada al detective, que la apartó fingiendo indignación.

- Yo no tengo nada para vosotros, salvo esto. - Mary le dio un beso en la mejilla a John, que sonrió encantado y para sorpresa de Sherlock, se acercó a él y le dio también un beso en la mejilla. Eso lo puso colorado hasta las orejas y todos rieron salvo el propio Sherlock que ya no sabía si estaba indignado o solo avergonzado.

Finalmente llegó el turno de que Sherlock y John abriesen los regalos. La señora Hudson les había tejido a ambos bufandas: la de Sherlock era azul oscuro mientras que la de John era castaño claro. Los señores Holmes, por su parte, habían regalado a su hijo un maletín repleto de botes con distintas sustancias, probetas y una balanza con pesos, mientras que a John le habían dado un hermoso reloj de bolsillo.

Watson lo contempló sin entusiasmo. Era una verdadera obra de artesanía suiza con una carcasa de plata profusamente decorada con relieves vegetales. No podía encontrarle ninguna pega, pero aun así tuvo que hacer un esfuerzo consciente por controlar la expresión de su rostro para no delatar sus sentimientos. Él siempre llevaba encima el maltrecho reloj de su hermano Henry y aunque una parte de él lo odiaba por múltiples razones no se sentía inclinado a deshacerse de él. Era lo único que le quedaba de su hermano.

- Gracias, es muy bonito. - se forzó a decir John.

Sherlock contempló su reacción sabiendo qué significaba cada pequeño gesto y frunció el ceño preocupado. No quería verlo así, de modo que le rozó con su propio regalo la rodilla para llamarle la atención. John fijó entonces su vista en él.

El regalo en cuestión estaba muy mal envuelto y en papel de periódico, nada menos, como si fuese un pescado, lo que hizo que a Watson se le escapase una risa involuntaria.

- Déjame adivinar, lo has envuelto tú.

- Es obvio que sí. Vamos, ábrelo. - le apremió muy sonrojado.

Watson no se hizo de rogar y abrió el envoltorio.

- ¿Qué demonios...? - exclamó levantando un cenicero de fino cristal y casi se cae del asiento del ataque de risa que le dio al vez la inscripción dorada que tenía en la parte trasera. - ¡Lo hiciste! ¡Dios mio, no me puedo creer que robases un cenicero del palacio de Bakingham!

- ¡Sherlock! ¡¿Es cierto eso?! - gritó su madre disgustada y Sherlock hizo un gesto con la mano para restarle importancia.

- No es la primera vez que lo hago. Ah, esto también es para ti. - dijo resuelto mientras le pasaba a John una pluma. - He visto que te empezaba a fallar la que siempre llevas.

- Muy observador. - sonrió John, cogiendo la pluma y metiéndosela en el bolsillo de la chaqueta.

Holmes carraspeó y extendió la mano, esperando su regalo, pero John apartó la mirada, fijándola en el suelo.

- No, yo no tengo nada para ti.

- ¿Cómo? ¡¿Nada?! - la voz le salió extrañamente aguda por la indignación. - ¡¿A la señorita Morstan sí y a mí no?! ¡No tienes vergüenza, John, eso no se hace! ¡Devuélveme la pluma!

- Si te la devuelvo será para meterte la por el culo. - susurró John conteniéndose mientras apretaba los puños. La vena le palpitaban furiosamente en el cuello a flor de piel. Por suerte Mary fue ágil y se apresuró a darle uno de los paquetes a Ella.

- ¡Mirad todos, Ella va abrir el resto de sus regalos!

Todos fijaron su atención en la pequeña y se estableció de este modo una tregua entre Sherlock y John.

Ella abrió primero varias piezas de ropa que arrojó en el suelo sin mucho interés. Sin embargo, se mostró igual de contenta que cuando recibió el caballo al abrir una caja de bloques de madera de colores, un soldadito de hojalata al que se le daba cuerda para caminar y una caja de música en cuyo interior daba vueltas una pequeña bailarina.

Cuando terminaron de abrir los regalos ya hacía tiempo que habían dado las doce. Ella había aguantado todo aquel tiempo despierta e incluso un poco más jugando con sus nuevos juguetes hasta que se quedó dormida encima de la alfombra.

- Matilda os mostrará ahora vuestras habitaciones. - indicó la señora Holmes a sus invitados refiriéndose a la sirvienta.

John descubrió al ser conducido a su habitación que los señores Holmes habían dispuesto que durmiesen él y Sherlock en su cuarto mientras que ellos lo hacían en una de las múltiples habitaciones de invitados. Una amplia cama de matrimonio con dosel los esperaba y Watson tragó saliva ante la presión implícita dentro de aquel gesto.

Sherlock acostó a su hija en la cuna que habían colocado a los pies de la cama con mucho cuidado de no despertarla y se comenzó a quitar la ropa, dándole la espalda.

Podía notar en la sequedad de sus gestos que estaba molesto y Watson suspiró mientras se comenzaba a desnudar hasta quedarse en ropa interior. Normalmente ni él ni Sherlock llevaban ya que consistía en una única pieza de cuerpo entero de algodón aparatosa aunque cómoda, sin embargo, como hacía frío ambos se la habían puesto bajo la ropa como una prenda extra de abrigo.

Se agachó entonces para sacar del bolsillo de su chaqueta, tirada por el suelo, un pequeño paquete. Lo contempló indeciso, sonrojado, pero finalmente asintió y se acercó a Sherlock, que aún le daba la espalda.

Desde atrás lo rodeó con los brazos, sobresaltándolo. Buscó sus manos a tientas, con la nariz entre sus omóplatos. Sherlock sentía escalofríos de placer al notar su respiración caliente aún a través de la tela.

Cuando John por fin localizó su mano derecha depósito en ella con cuidado el paquete, cerrándole el puño para que no lo soltase.

- Supongo que si todavía guardas la fotografía de la señorita Adler no tendrás problemas con esto. - susurró Watson con voz profunda.

Sherlock contempló durante un instante lo que tenía entre los dedos y después abrió el envoltorio muy despacio. Contenía una caja y Holmes ya sabía lo que tenía su interior antes de abrirla y aún así se sorprendió. Era un relicario ovalado de plata, liso. Cuando lo abrió vio que contenía en la parte interna izquierda una miniatura de Ella y en la derecha una de John.

- Poco original, ¿Verdad? No soy muy bueno haciendo regalos... - se intentó defender John antes de notar que Sherlock temblaba levemente, preso de la emoción.

Watson lo abrazó con fuerza, aún sin salir de su estupor. Pensaba que Holmes se burlaría, que incluso lo consideraría estúpido, pero estaba llorando. Ahora John se alegraba de no haberse atrevido a dárselo en público porque sabía que hubiese sido demasiado para el detective contener aquellos sentimientos.

Guiado por el deseo, el amor, Sherlock se giró y buscó los labios que John y él lo recibió sin reservas. Dejó que lo envolviese, que explorase cada rincón de su boca hasta quedarse sin aliento. Se separaron jadeando, avergonzados, sin poder parar de tocarse, de abrazarse.

Ambos se acostaron en la cama, tapándose hasta esconder sus rostros del mundo entre las sábanas.

John le colocó a Sherlock el relicario en el cuello y se separó de él para observarlo. En la oscuridad no era más que un borrón negro sobre la ropa interior blanca de Sherlock.

Watson suspiró feliz, echándose boca arriba mientras cerraba los ojos. Sintió pronto el suave peso de la cabeza de Sherlock sobre su pecho y con cariño le acarició los rizos que se habían desprendido de su peinado. Su tacto era ligeramente aceitoso por los productos capilares que había usado, pero no le importó.

- John, esta ha sido la mejor Navidad de mi vida, gracias. - murmuró soñoliento Sherlock y John volvió a sonreír, callando que para él también había sido la mejor Navidad que había vivido nunca.

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