Volvieron al castillo por el mismo lugar por donde habían marchado, siguiendo el camino oculto a lo largo del lago hasta la entrada secundaria donde Dobby les esperaba. Se le había unido Remus, que aguardaba ansioso mirando hacia la oscuridad en un estado evidente de nervios. Al ver a los tres recién llegados se apresuró a salirles al paso.
Sirius corrió a reunirse con Remus, abrazándole apretadamente. Harry vio que el hombre lobo parecía agotado. Seguramente se había quedado preocupado cuando Sirius se había marchado en respuesta a la llamada. No pudo menos que preguntarse dónde estaría Severus. ¿Sabría lo que había ocurrido aquella noche? Le preocupaba que no estuviese allí para recibirles también.
Segundos después Remus abrazaba a Harry apretadamente también, diciendo simplemente:
–Bienvenido a casa.
Harry sonrió agradecido, contento de volver a estar en terreno familiar.
–Te llevaré a tus habitaciones, Harry –le dijo Dumbledore una vez estuvieron en el interior del recinto y con la puerta bien cerrada a sus espaldas– Creo que cualquier conversación sobre lo ocurrido puede esperar hasta mañana. Todos necesitamos dormir. Sospecho que los próximos días van a ser complicados para todos nosotros.
Agradecido y sin palabras, Harry asintió. Se sentía agotado hasta el extremo. En aquellos momentos se sentía capaz de dormir una semana entera del tirón. Tras todo lo ocurrido, su mente estaba obnubilada, incapaz de procesar nada más.
Sirius y Remus se despidieron tras prometerle que se verían por la mañana, retirándose a sus estancias. Harry y Dumbledore se dirigieron hacia las mazmorras. Dumbledore le dejó en la puerta, apretándole brevemente el hombro. El anciano también parecía agotado. Cuando Harry entró, lo único que quería hacer era derrumbarse en el sofá y dormir. La cama parecía estar demasiado lejos. Suspirando, dejó el abrigo en el respaldo del sofá; sin duda los elfos domésticos se lo dejarían bien colgado antes de que a él le diese tiempo de arreglarlo. El fuego estaba encendido, y había velas encendidas que indicaban que Severus había estado allí antes que él. Se preguntó dónde estaría ahora. Quizás siguiera preparando pociones para la enfermería, se dijo. Entró al dormitorio y se quedó helado por la sorpresa ante la visión que se mostró ante sus ojos.
–Severus –susurró, horrorizado.
Severus Snape estaba sentado en el centro de la habitación, en el suelo. No llevaba nada salvo los pantalones, ni siquiera zapatos. Pero lo que le llamó la atención a Harry era la daga de brillo pérfido que sostenía contra su brazo. Las tiras plateadas aún seguían envolviendo la Marca Oscura, allí donde Dumbledore las había colocado meses atrás. Pero Severus estaba intentando alcanzar la carne por debajo de las bandas metálicas, intentando cortar la marca para arrancársela de la piel. La sangre brotaba de debajo de la protección y goteaba en el suelo, donde estaba formando un charco. Había en sus ojos una mirada salvaje, de locura, mientras cortaba su propia carne intentando alcanzar el corazón de la marca por debajo de las tiras. Alternaba gemidos de dolor con sollozos y maldiciones, mientras se intentaba liberar de aquel vínculo antinatural. El asombro de Harry se convirtió rápidamente en pánico.
– ¡Severus! –gritó, agarrando la daga para arrebatársela al otro. La lanzó al otro lado de la habitación de forma que rebotó contra la pared, dejando un rastro de sangre en su vuelo. Trató de contener la sangre que brotaba con sus manos. ¡Había tanta sangre!
– ¡Harry! –Gritó Severus, agarrándole de los brazos, como si no viese la sangre que estaba derramando, ni los intentos de Harry por impedirlo– ¡No me la puedo quitar, Harry! ¡No hay forma de quitarla! –su mirada estaba llena de locura. Harry sintió un repentino acceso de pánico mientras luchaba por liberarse de su presa para intentar restañar la sangre.
– ¡Dobby! –gritó Harry por encima de los ruegos frenéticos de Severus para que le ayudara a cortarse la marca. El pequeño elfo apareció inmediatamente, poniendo gesto horrorizado al ver lo que ocurría– ¡Tráeme Esencia de Díctamo, deprisa! Tiene que haber en el laboratorio –el chico no era muy habilidoso con los hechizos curativos, así que esperaba que las pociones de Severus fuesen efectivas. Sabía muy bien, tras su incidente con las flechas en Hogsmead, que si la daga estaba encantada la poción no tendría efecto.
Severus estaba intentando recuperar la daga. Harry luchó por mantenerle sujeto para que no se arrastrara por el suelo hasta ella. Cuando el otro se dio cuenta de que Harry no iba a soltarle, conjuró la daga que vino hacia su mano, en una impresionante demostración de magia sin varita. Harry sostuvo la mano del hombre, apartando la daga de él mientras con la otra mano apretaba la herida para evitar que se desangrara. Sabía muy bien que no era lo suficiente fuerte como para vencer en una confrontación física contra el otro hombre. Estaba empezando a sufrir temblores musculares debido a la tensión que tenía que emplear para apartarle del arma.
– ¡Severus! –Gritó, tratando de llamarle la atención– ¡Severus, escúchame!
– ¡Tengo que arrancármela, Harry! –protestó Severus con desesperación. Harry sospechaba que, si hubiese llegado más tarde, el hombre se habría cortado el brazo entero– ¡Tengo que librarme de ella! ¡Es la única forma de llegar hasta ti! Tengo que ir... ¡la campana me llama! ¡Tengo que encontrarte!
– ¡Severus, estoy aquí! –Dijo Harry en tono suplicante– Mírame, Severus. Estoy aquí. La campana ya no suena. ¡Escucha, Severus, escucha! ¡Ya no suena!
Por un momento Severus se quedó helado, con expresión horrorizada y llena de pánico, como si no pudiese aceptar lo que Harry le decía, o no lo entendiera del todo. En aquel momento reapareció Dobby trayendo la poción que Harry le había pedido. Al ver cómo luchaban por la posesión de la daga, el elfo chasqueó los dedos e hizo que el arma se desvaneciera de la habitación.
– ¡La campana, Harry...! –la voz de Severus estaba rota de tanto gritar. Harry agitó la cabeza.
–Está en silencio, Severus. Se ha callado. Escucha... todo está en silencio.
Por fin, sus palabras parecieron llegar hasta el otro. Severus pareció mirar a la nada unos segundos, momento que Harry aprovechó para tomar la poción que Dobby le ofrecía. Aferrando el brazo de Severus, echó la poción directamente en la herida, rogando que las bandas protectoras que protegían al otro del dolor de la Marca Oscura no interfiriesen con el poder curativo de la pócima. Un humo verde pálido ascendió de la herida, la sangre se detuvo y el corte empezó a cerrarse, pero muy lentamente. Harry estaba seguro de que el efecto debería haber sido más rápido.
– ¿Harry? –Severus ya no luchaba contra él, pero su tono era el de una persona muy perdida– Intenté llegar hasta ti. Traté de seguirte.
–Lo sé, Severus –asintió Harry, tratando de consolarle y sacarle de aquella desesperación.
– ¡Está dentro de mí! –Siseó Severus, la locura volviendo a sus ojos– ¡Está dentro, en torno a mi corazón, ahogándome, exprimiéndome! ¡Intenté alcanzarte pero no podía respirar, no podía pensar!
Harry le acarició la cara, apartando el cabello negro que le caía sobre el rostro.
–Ya ha terminado –susurró, sintiendo que se le rompía el corazón al ver tanto dolor en los ojos del otro– Todo está bien ahora. Todo irá bien.
Pero la respuesta de Severus fue agitar la cabeza violentamente, con una mirada de ardiente desesperación:
–Te alejarán de mí –acusó– ¡Se te llevarán! ¡Dirán que lo nuestro no es real, que es una mentira! Tengo que protegerte... ¡no puedo dejar que se te lleven!
Antes de que Harry pudiese responder, Severus se había lanzado hacia adelante y Harry se encontró apretado contra el pecho desnudo del otro, que le besaba con la misma desesperación con la que segundos antes se había estado cortando el brazo. Aquel beso le dejó atontado, sin aliento. Los brazos que le rodeaban parecían de acero. Con un movimiento violento, Severus le puso contra el suelo mientras él quedaba encima, apretando sus caderas contra las del joven, aferrándose al cuerpo cada vez más encendido de Harry.
Severus, con las manos aún cubiertas de sangre, tiró de las ropas de Harry, colando sus manos por debajo de la camisa y recorriendo su torso con ellas. Harry dejó escapar una exclamación de sorpresa ante la sensación de placer que sintió cuando aquellos dedos largos acariciaron sus pezones. Nunca se le habría ocurrido que un cuerpo masculino respondería de aquella forma a ese tipo de caricias, ni que su cuerpo pudiese sentir aquellas sensaciones, como si le recorriese una corriente eléctrica. Quería gritar de sorpresa o de placer, pero la boca de Severus le acallaba, su lengua profundamente enterrada en la boca de él, como marcando territorio.
Harry se sentía aterrado, excitado y confuso a la vez, y totalmente incapaz de evitar que su cuerpo reaccionara. Su corazón latía aceleradamente y en su cabeza parecía haber docenas de voces indicándole cientos de formas distintas de reaccionar ante aquella situación.
También se dio cuenta de que, desesperado o no, excitado o no, Severus estaba temblando por la reacción, por muy agresivo que estuviese siendo. Además, más allá de la pura sensación física, notaba la magia de Severus revuelta, intensa, salvaje pero caótica, completamente fuera de control. Cuando se apartó para recuperar el aliento, Harry vio que habían rodado hasta el charco de sangre que estaba ahora empapándole la ropa. Se sintió horrorizado en parte, mientras que otra fracción de su ser se sentía completamente obnubilada por el placer ante lo que Severus estaba haciéndole a su cuello. Los dientes del hombre le rascaban la piel. ¡Quién hubiese dicho que sus lóbulos eran tan sensibles...! Pero no, la sangre... ¡Severus estaba herido!
Hizo un gesto frenético a Dobby, que se tiraba de las orejas, asustado. Aquello fue suficiente: el elfo chasqueó los dedos y Severus fue apartado de Harry, semiinconsciente y tirado por el suelo del dormitorio.
–Mi poción –siseó Harry al elfo, mientras se incorporaba y gateaba hasta donde estaba Severus para comprobar su estado. El otro tenía la cara blanca como el papel debido a la pérdida de sangre y a la reacción, y sus ojos estaban velados. Temblaba violentamente, como si sintiera un intenso frío pese a que la habitación estaba caldeada.
Dobby le tendió uno de los frasquitos de pócima para dormir que había sacado de la mesilla de Harry. Éste se colocó tras Severus, incorporándole parcialmente de forma que su peso reposara contra el pecho del joven. Abrió el tapón con los dientes y colocó el frasco en los labios pálidos de Severus.
–Bebe, Severus –le susurró al oído– Por favor... –vio cómo Severus tragaba convulsivamente, bebiéndose la poción sin más aspaviento. Harry le acarició el pelo, apartándoselo de la cara.
–Harry –susurró Severus, inclinando la cabeza a un lado, mientras su cuerpo se iba quedando rígido e inerte– Te alejarán de mí.
–No. Te lo prometo, Severus. ¡Te lo prometo! –atraído cual mariposa a la llama, Harry besó con suavidad la cara del otro hombre, su mejilla áspera por la barba incipiente, el puente de la nariz ganchuda, y por último sus labios. Era aterrador lo helados que estaban, cuando hacía unos instantes habían sido exigentes y cálidos. Ahora parecía que la vida se hubiese olvidado de aquel cuerpo. Los ojos negros de Severus se abrieron unos segundos, encontrándose con los de Harry.
–Tengo que encontrarte –susurró.
– ¡Estoy aquí! –exclamó Harry, pero Severus ya estaba dormido. Probablemente ni le hubiese escuchado.
Durante unos momentos Harry se quedó ahí sentado, aferrando a Severus contra sí, abrazando su torso desnudo. Deslizó los dedos por las finas bandas plateadas que cubrían la marca, tratando de comprobar el estado de la herida de debajo. La marca parecía hinchada y en carne viva, aunque la herida estaba prácticamente cerrada. Seguía brotando sangre de algunos puntos, sin embargo. No obstante, Harry estaba seguro de haber curado lo peor. Ahora sólo tenía que lidiar con la pérdida de sangre... y con la locura.
Miró al suelo, al charco que se había repartido por el suelo, y trató de juzgar la cantidad: ¿era suficiente como para poner la vida del hombre en peligro? No sabía lo suficiente de sanación para estar seguro al respecto, pero dudaba en llamar a Pomfrey. Para empezar, porque probablemente siguiese ocupada con los heridos del día, y para seguir, porque no creía que Severus deseara que nadie le viese en aquellas condiciones.
–Dobby va a traer una poción de regeneración de sangre –le dijo el elfo antes de desvanecerse de nuevo. Unos segundos más tarde reaparecía con otro vial, etiquetado con la letra precisa de Severus.
Harry confiaba más en el juicio del elfo que en suyo propio, y de todas formas sabía por clase que aquella poción no sería contraproducente en caso de ser innecesaria. Le costó un poco, pero logró que el otro tomara unos tragos de líquido. Dobby, mientras tanto, limpiaba el suelo. Entre los dos lograron vendar el brazo de Severus entre las bandas metálicas. Harry nunca se había sentido más agradecido por la ayuda del elfo.
Exhausto, Harry intentó levantar a Severus para meterlo en la cama. Al final tuvo que sacar la varita y hacerlo levitar. Se tomó un momento para realizar un Fregotego en la sangre de ambos cuerpos antes de quitarse la ropa excepto por los calzoncillos, y luego se metió en el lecho también. Tapó bien a Severus, asustado por lo fría que tenía la piel. Su pulso sin embargo, como pudo notar en el cuello, era fuerte, aunque se iba relajando a medida que la pócima del sueño le afectaba.
Acarició lentamente las cicatrices del torso de Severus. Eran muchas, y todas causadas por un pasado que él desconocía. Le hablaban de una vida de dolor y dificultades, mientras que los músculos que había debajo de ellas demostraban la fuerza y la determinación necesarias para sobrepasar cualquier obstáculo que se le interpusiera en el camino. Severus sobreviviría a esto también, se dijo. No importaba lo fuerte que hubiese sido su ataque de locura, Severus era más fuerte que eso. Tenía que serlo. Harry no podía imaginar alternativa alguna a ello.
Se inclinó y le besó el pecho, sobre el corazón. Luego apoyó la mejilla allí y abrazó a Severus. Escuchaba el latido del corazón de Severus bajo su cabeza, lento y sereno.
–Severus –susurró. Pero el otro no contestó. Harry cerró los ojos y fingió que no notaba las lágrimas que se le escurrían lentamente entre las pestañas.
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Al día siguiente, cuando Severus despertó, no recordaba haber tomado poción para no soñar pero tuvo que sacudirse sus efectos para poder desvelarse. Se encontró abrazado a Harry, y tardó unos instantes en darse cuenta de que ambos estaban desnudos, o casi: el pecho de Harry, desde luego, no estaba cubierto. En cambio, Severus llevaba... pantalones. ¿Por qué estaba en pantalones para dormir? ¿Y dónde estaba el pijama de estilo muggle que tanto le gustaba usar a Harry...?
Entonces recordó lo ocurrido la noche anterior, y se le heló la sangre en las venas.
Sus ojos se posaron en su antebrazo y en las bandas plateadas en torno a la marca. Había un vendaje entre las tiras. Recordaba con demasiada claridad cómo había estado cortándose. Oh, Dios... Harry le había encontrado de aquella forma, después de todo lo que había pasado aquel día... regresaba a casa y se encontraba a Severus sentado en un charco de sangre intentando arrancarse el brazo.
Severus se levantó con cuidado, moviéndose lentamente para no molestar al joven que le abrazaba. En silencio, se metió en el baño cerrando la puerta a sus espaldas y sellándola con un hechizo de silencio. Se miró al espejo. Su reflejo parecía el de un extraño.
No era la primera vez que Severus experimentaba dolor, desde las heridas recibidas durante un duelo a espada hasta el extremo de un Cruciatus. Pero incluso durante la agonía extrema de la Imperdonable, Severus nunca se había sentido próximo a la locura. De alguna forma, siempre había sido capaz de separar sus emociones y pensamientos de las sensaciones físicas.
Pero la noche anterior, por primera vez en su vida, se había sentido próximo a la locura. Al principio, sólo había sido la campana, sonando cada vez más fuerte hasta resultar ensordecedora; pero luego había llegado la compulsión, la Llamada, y cuando se había dado cuenta de que no iba a ser capaz de contestarla, pensó que el corazón se le iba a salir por la boca. Había sabido de inmediato qué era lo que fallaba, había sentido al Señor Oscuro en su mente, enroscándose en torno a su alma, absorbiendo su magia. Había luchado contra ello, había intentado escapar de aquella horrible presa, había tratado de llegar a aquella parte de su ser que la campana llamaba. Era como nacer de nuevo, sólo para encontrarse en el último momento con que no podía llegar a su propio nacimiento. Nada pudo hacer para liberarse, y al final no podía respirar, ver o pensar. Su magia, siempre tan fuerte, le había fallado. Y además de lo terriblemente erróneo de la situación, más allá del dolor provocado porque se le negara lo que era suyo por derecho, vino el pánico al darse cuenta de que Harry estaría allí. Harry sería llamado a aquel lugar y Severus no podría llegar hasta él. Severus no podría protegerle.
La idea de cortarse la marca y arrancársela del cuerpo le había resultado perfectamente lógica en aquel momento, y para entonces ya estaba por encima del simple dolor físico. Cuando no pudo cortar las tiras que ataban la marca, había hundido la hoja por debajo de ellas. No podía escarbar adecuadamente, así que pensó en mutilar la carne hasta dejar hueso desnudo. Si hubiese tenido un hacha en aquel momento, simplemente se habría rebanado el brazo. Estaba desesperado.
Severus cerró los ojos apretadamente. Harry había llegado y se había encontrado aquella escena. Había peleado contra él para recuperar el cuchillo. ¿Le habría herido? No lo recordaba. Pero podría haberle cortado accidentalmente.
De repente abrió los ojos, atónito: había atacado a Harry. No estaba muy seguro de cómo había sucedido, pero podía recordar con precisión haberse abalanzado sobre él, forzarle contra el suelo, arrancarle la ropa. ¿Era ése el motivo por el cual estaban semidesnudos en la cama...? ¿Le habría violado? Apenas llegó a tiempo al retrete para vomitar todo cuanto le quedaba en el estómago.
Pasó largo rato antes de que sus nauseas remitieran. Se sentó en el suelo frío, temblando, intentando reconstruir la cadena de acontecimientos para descubrir qué había pasado. Alguien más había estado en la habitación. Alguien había ayudado a Harry y le había detenido a él.
– ¡Dobby! –llamó. El elfo apareció de inmediato delante de él. Para su sorpresa, traía un frasco de pociones con una etiqueta de su puño y letra.
–El maestro Severus debería beber esto, cree Dobby –dijo, tendiéndole el vial. Severus cogió la botellita, confuso. Los elfos no solían ofrecer pociones sin que se les ordenara traerlas. Era una pócima calmante, algo que necesitaba tomar, sin duda. Quitó el tapón y luego se tragó la dosis. Luego miró fijamente a la pequeña criatura.
– ¿Le hice daño? –preguntó. Dobby había sido propiedad de Lucius Malfoy, así que debía saber bien cómo podía llegar a herir un hombre a otro. Pero Dobby negó con la cabeza mientras sus orejas se erguían.
–Dobby no deja que hieras al maestro Potter –respondió– Dobby ayuda a Harry Potter trayendo Díctamo y desvaneciendo malvado cuchillo. Dobby sabe qué hacer.
Sintió un repentino alivio. No le había hecho daño. Tal vez le hubiese asustado, pero Dobby había evitado que le hiriese.
–Gracias, Dobby –susurró, agradecido como nunca antes a un elfo. Se levantó con cuidado– Tráeme mis ropas –le ordenó, y el elfo asintió y desapareció. Severus se quitó los pantalones y se metió a la ducha. Estaba claro que le habían limpiado con un Fregotego, que eran muy buenos para las prisas pero le dejaban la piel algo escocida y seca. El agua empapó el vendaje, así que se lo quitó. La esencia de díctamo le había curado las heridas de cuchillo. Diez puntos para Gryffindor por recordar sus usos. Pero la marca aún parecía irritada. Su mera visión le hizo sentir enfermo.
Voldemort todavía le poseía, no importaba a quién fuese él leal en realidad, no importaba en qué bando luchara: Voldemort tenía pleno control sobre su poder, y en todo este tiempo él no lo había sabido. Ninguno de ellos había tenido ni la más mínima idea de ello. No se imaginaba que un sólo mago o bruja del mundo hubiese aceptado la marca si realmente hubiese sabido lo que implicaba. Se suponía que era un simple método de comunicación, una forma de que Voldemort contactara con sus seguidores, y una forma para que ellos pudiesen armonizar su magia de forma que pudiesen realizar hechizos conjuntos. Pero esto iba mucho más lejos, daba a Voldemort acceso y control total del el poder individual de los afectados, incluso sin consentimiento de ellos. Y no había nada que ninguno de ellos pudiese hacer para evitarlo. Incluso con su marca protegida por Dumbledore para que Voldemort no pudiese torturarle a través de ella, su poder seguía en manos del Señor Oscuro. Cuando llegara el momento de que Voldemort luchara contra Harry, la magia de Severus sería utilizada contra su propio compañero vinculado. La mera idea era insoportable.
Cuando Severus acabó de ducharse se encontró con que Dobby le había dejado ropa preparada. Severus se vistió en silencio y salió del baño, retirando el hechizo de silencio. Harry todavía dormía como un tronco. Severus dejó el dormitorio, cerrando la puerta a su espalda. Con un movimiento de varita prendió la chimenea. No hacía frío, pero necesitaba aquella luz familiar. A pesar del calmante que había tomado, aún se sentía inquieto y se encontró caminando arriba y abajo ante el fuego mientras repasaba una y otra vez lo ocurrido. Dioses, pensó, ¿qué le iba a decir a Harry? ¿Cómo podía disculparse? ¿Cómo podía haber perdido el control de aquella forma?
Trató de reconstruir los acontecimientos, pese a que todo le venía borroso a la mente. ¿Qué le había dicho a Harry? Recordaba haber gritado, intentar explicar algo... pero los detalles se le habían borrado por completo de la memoria. ¿Había luchado Harry contra él cuando le había atacado? Recordaba tener sangre en las manos, y sangre en las manos de Harry.
Durante ocho meses había hecho todo lo posible por crear un vínculo de confianza entre ellos, un hogar al que Harry se sintiese feliz de volver, donde se sintiera seguro y bienvenido... y en un minuto lo había destruido todo. Y para colmo, en el peor momento posible, cuando el mundo entero ejercía presión sobre él.
El sonido de un golpe proveniente del dormitorio le sobresaltó. Se dio la vuelta alarmado. La puerta que conducía al cuarto se abrió de golpe, y Harry entró corriendo, llamándole a gritos y asustado. Su mirada aterrada clavó en el sitio a Severus. Al verle allí en pie, Harry se detuvo de golpe. Se llevó una mano al corazón, como para controlar su corazón acelerado. Severus no pudo evitar darse cuenta de que el joven estaba prácticamente desnudo... ¡y era tan hermoso...!
– ¿Estás bien?
Severus tardó unos segundos en darse cuenta de que Harry le acababa de hacer aquella pregunta. ¿No hubiese debido ser él quien preguntara...? ¿Harry se preocupaba por él? Se hubiese dado de golpes contra una pared: claro que se preocupaba, la noche anterior le había encontrado intentándose cortar el brazo y se despertaba y no le encontraba.
–Estoy bien –respondió rápidamente. ¿Qué podía decir para arreglar lo que había hecho? – Harry, te debo una disculpa. No puedo... –sus palabras fueron interrumpidas cuando Harry cruzó la habitación para darle un apretado abrazo.
–No, por favor –le suplicó– No digas nada.
Severus se quedó atónito al notar la súbita presión de un cuerpo cálido contra él. Confuso, pasó lentamente los brazos en torno al chico. ¿Eso era todo? ¿Ya estaba perdonado? ¿Así de simple? No parecía posible, ya que en su vida nunca había habido una sola cosa tan fácil de lograr, pero la forma en que Harry se le aferraba indicaba una necesidad de normalidad o de consuelo que podía llegar a superar su atroz comportamiento. Tal vez Harry fuese capaz de perdonarle, ¿pero sería capaz él de perdonarse a sí mismo con la misma facilidad? ¿Podía aceptar algo tan puro en su vida, sin destruirlo?
Entonces se dio cuenta de que sus manos estaban acariciando la piel de la espalda de Harry, que su cabeza se había inclinado para inspirar el aroma de su cuerpo, y que su magia parecía reaccionar al poder que había ante él. Su virilidad ya estaba empezando a endurecerse por el deseo, y supo que no había absolutamente nada puro en la dirección que sus pensamientos estaban tomando. De hecho, como no terminara con aquello ahora mismo iba a hacer algo imperdonable.
–Supongo que te habrás dado cuenta de que estás prácticamente desnudo –indicó al joven, tratando de mantener el tono ligero y un poco burlón. Harry soltó una exclamación y se apartó, mirándose a sí mismo avergonzado y se ruborizó hasta las orejas. Un segundo después corría a través del cuarto hacia el dormitorio para cerrar de un portazo tras de sí, dejando a Severus solo y recuperando su autocontrol.
Se dejó caer en uno de los sofás. ¿Cómo, en nombre de Merlín, iba a sobrevivir a algo así...? ¡Le deseaba tanto que dolía! Y era mucho más que el mero deseo de su cuerpo... tenía la horrible sospecha de que también deseaba el poder de Harry, sobre todo tras lo que había ocurrido la noche anterior. Aquello era enfermizo: aquel joven estaba dispuesto a sacrificarse por todos, era capaz de perdonar a Severus sus crímenes, y Severus en lo único que podía pensar era en alimentarse de su poder, como un vampiro lujurioso.
Qué persona tan maravillosa era, pensó Severus disgustado. ¡Qué gran protector había elegido Albus para el Chico-que-vivió! Que hombre tan virtuoso y desprendido había indicado la Piedra del Matrimonio como compañero vinculado ideal para el salvador del mundo mágico. Arturo Pendragón se había casado con la bella Ginebra, pero el pobre Harry Potter se había encontrado ligado al malvado Caballero Negro.
El ruido que hizo una lechuza al entrar le distrajo de sus cada vez más negros pensamientos. La lechuza blanca de Harry, Hedwig, entró dejando caer el periódico en el regazo de Severus antes de posarse en su percha. Parecía algo molesta esta mañana. Severus la miró preocupado, pero ella ululó y miró con intención al diario que le acababa de entregar.
El Profeta era inusualmente grueso, con más páginas de lo habitual. Severus lo desdobló y miró los titulares. Los millones de cosas en las que debería pensar en vez de lo bien que olía la piel de Harry o lo perfecto que era notar su cuerpo contra el propio volvieron bruscamente a su mente.
Oh, Merlín, pensó asombrado mirando la llamativa primera plana con foto y cabecera resplandeciente. Estaba casado con el Rey del mundo mágico. ¿Cómo, en nombre de Salazar, se suponía que iba a lidiar con eso?
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otro solo porque quiero :3