La Piedra del Matrimonio

Oleh alseidetao

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Para evitar las maquinaciones del Ministerio, Harry debe casarse con el reacio Severus Snape. Pero el matrimo... Lebih Banyak

Capítulo 1: La piedra del matrimonio
Capítulo 2: Con Este Anillo
Capítulo 3: Habitantes de la mazmorra
Capítulo 4: Enfrentándose al mundo
Capítulo 5: Marcas oscuras
Capítulo 6: Vivir con Snape
Capítulo 7: Lazos que unen
Capítulo 8: Todos los hombres del Rey
Capítulo 9: La estrella del perro
Capítulo 10: Espadas y flechas
Capítulo 11: Enfrentándose a Gryffindors
Capítulo 12: Emplazando culpas
Capítulo 13: Entendiendo a los hombres lobo
Capítulo 14: Volviendo a la normalidad
Capítulo 15: Modales
Capítulo 16: Conociendo a los cuñados
Capítulo 17: Espinas
Capítulo 18: El corazón del laberinto
Capítulo 19: Vínculos
Capítulo 20: Sinistra
Capítulo 21: Serpientes
Capítulo 22: Familia
Capítulo 23: Lobos
Capítulo 24: Lecciones de Historia
Capítulo 25: Nochebuena
Capítulo 26: Regalos de Navidad
Capítulo 27: Antes de la tormenta
Capítulo 28: Vikingos
Capítulo 29: Entender el deber
Capítulo 30: Persecución
Capítulo 31: Acortando distancias
Capítulo 32: El dolor de crecer
Capítulo 33: Largas historias
Capítulo 34: A dormir
Capítulo 35: Al abismo
Capítulo 36: Cargando la piedra
Capítulo 37: El otro lado
Capítulo 38: Política
Capítulo 39: Honor familiar
Capítulo 40: La locura del lobo
Capítulo 41: Salvaje
Capítulo 42: Caramelos de limón
Capítulo 43: Para eso están los amigos
Capítulo 44: Cierra los ojos
Capítulo 45: Amaestrando al dragón
Capítulo 46: Viendo rojo
Capítulo 47: Cedo
Capítulo 48: El Lobo en la puerta
Capítulo 49: Bailando
Capítulo 50: La materia de los sueños
Capítulo 51: Grandes gestos románticos
Capítulo 52: San Valentín
Capítulo 53: Afecto de cortesía
Capítulo 54: Despertando a Lunático
Capítulo 55: Maniobras legales
Capítulo 56: Peones
Capítulo 57: Obviedades
Capítulo 58: El significado de las cosas
Capítulo 60: La voz del Rey
Capítulo 61: La llamada
Capítulo 62: Stonehenge
Capítulo 63: El corazón sangrante
Capítulo 64: El resto del mundo
Capítulo 65: En la luna
Capítulo 66: Sinestesia
Capítulo 67: Cantos afilados
Capítulo 68: La búsqueda del poder
Capítulo 69: Al final de este camino
Capítulo 70: El precio del valor
Capítulo 71: Lo que importa
Capítulo 72: Yendo hacia delante
Capítulo 73: Así es como el mundo acaba
Capítulo 74: El sol moribundo
Capítulo 75: Valeroso mundo nuevo
Capítulo 76: Los indignos
Capítulo 77: Historia antigua
Capítulo 78: Regresando a casa
Capítulo 79: Solucionando
Capítulo 80: Decisiones y Progreso
Capítulo 81: El amanecer de un nuevo día
Capítulo 82: Echando una mano a las cosas
Capítulo 83: Sorpresas en todas partes
Capítulo 84: Extraños compañeros de cama
Capítulo 85: Borrones
Capítulo 86: Furia
Capítulo 87: Pasiones
Capítulo 88: De vuelta al negocio
Capítulo 89: Idas y Venidas
Capítulo 90: Maniobras Legales II
Capítulo 91: Rosas
Capítulo 92: Educación continua
Capítulo 93: Los recién llegados
Capítulo 94: Experiencias de aprendizaje
Capítulo 95: Encuentros cercanos
Capítulo 96: En desacuerdo
Capítulo 97: Hacer las Paces
Capítulo 98: ¿Quién sabe?
Capítulo 99: La paz se desmorona
Capítulo 100: Comienzan las hostilidades
Capítulo 101: Primeras señales del futuro
Capítulo 102: Lecciones desplegadas
Capítulo 103: El fin de los vampiros
Capítulo 104: Reconocimiento y premonición
Capítulo 105: Verdadera naturaleza
Capítulo 106: Exámenes finales
Capítulo 107: Explicaciones
Capítulo 108: La calma antes de la tormenta
Capítulo 109: Reescribiendo la historia
Capítulo 110: La fuerza del vínculo
Capítulo 111: Magia salvaje
Capítulo 112: Consecuencias del ataque
Capítulo 113: Últimos días de tranquilidad
Capítulo 114: Rudos Despertares
Capítulo 115: Primeras Impresiones
Capítulo 116: Desquitarse
Capítulo 117: Nuevos comienzos
Capítulo 118: Tiempos felices
Capítulo 119: Tiempos de fiesta
Capítulo 120: Favor de Merlín
Capítulo 121: Fin del verano, parte 1
Capítulo 122: Fin del verano, parte 2
Capítulo 123: Una falta cercana
Capítulo 124: Retrasar lo inevitable
Capítulo 125: Las formas de la primera ola
Capítulo 126: Compañeros de cama más extraños
Capítulo 127: Planificación de la Operación Castillo Mágico
Capítulo 128: Revelaciones
Capítulo 129: La primera ola se rompe
Capítulo 130: Limpiando
Capítulo 131: Padrinos
Capítulo 132: Percepciones erróneas
Capítulo 133: Zona de conflicto
Capítulo 134: Visitantes
Capítulo 135: Pez fuera del agua
Capítulo 136: La segunda ola
Capítulo 137: La batalla de Hogsmeade
Capítulo 138: Algunas explicaciones que hacer
Capítulo 139: Decir adios
Capítulo 140: Faltas de comunicación
Capítulo 141: Las formas de la tercera ola
Capítulo 142: El Campeón del Rey
Capítulo 143: La batalla de Hogwarts
Capítulo 144: La gratitud del rey
Capítulo 145: Los Comienzos del Rey
Capítulo 146: La Vida del Rey

Capítulo 59: Algo maligno

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Oleh alseidetao


Para todos los habitantes del castillo las dos siguientes semanas fueron bastante movidas. Los estudiantes volvieron de las vacaciones mientras el campo de quidditch sufría rápidas transformaciones a manos de docenas de obreros, que entraban y salían a todas horas, de día y de noche. Cuando Dumbledore anunció que cualquier estudiante por encima de los dieciséis podía hacer las pruebas para entrar al equipo nacional, la excitación había sido casi palpable entre los alumnos.

Para Harry, la presión era doble puesto que todos los Gryffindors querían que pasara la prueba, y por mucho que les explicara lo peligroso que sería eso para todos los implicados, seguía habiendo muchos que pensaban que el riesgo valía la pena. Al fin y al cabo, se trataba de quidditch.

Aparte, se encontró con que le daba mil vueltas a todo cuanto Severus le decía. Incluso un comentario inocuo o una pregunta corriente sobre cómo le había ido el día dejaba a Harry meditabundo, preguntándose qué querría decir. ¿Estaría realmente interesado en su rutina, o sólo era educado...?

También se había vuelto muy consciente de cada roce casual. Era como si desde el beso, su cuerpo se hubiese sensibilizado a la presencia de Severus. Ahora más que nunca se daba cuenta de la magia que notaba emanar del hombre, vibrando justo debajo de la piel. ¡Hubiese sido tan fácil volverse adicto a aquella sensación, convertirla en un ansia...!

Aunque el beso no se repitió, Severus parecía estar más atento de lo habitual con él; eso le relajaba, ya que parecía confirmar lo que Hermione le había dicho sobre su relación, que Severus sentía afecto por él. Pero, por primera vez en su vida, Harry temía que llegara su cumpleaños, que le obligaría a tomar una decisión sobre un tema tan confuso.

El día antes de las pruebas nacionales, empezaron a llegar las masas de gente. Los jugadores profesionales de todos los equipos de la liga trataban de conseguir el puesto, atrayendo con ellos a las legiones de fans que cada uno de ellos tenía, y que querían tener la oportunidad de verles jugar en directo. Hogsmead se llenó de gente, y empezaron a aparecer tiendas en los alrededores del camino a Hogwarts. Fiel a su palabra, Dumbledore no admitió a nadie en el castillo, rechazando incluso a los jugadores famosos que pidieron asilo; sólo los grupos de aurores que habían venido para controlar al populacho tuvieron permiso para entrar.

Las clases continuaron con relativa normalidad debido al esfuerzo de los profesores; pero muchos de ellos también estaban emocionados y a la expectativa. Al fin y al cabo, pocos magos y brujas no amaban el quidditch, o tenían un jugador o equipo favorito. Todos tenían entrada para ver el evento.

El día de las pruebas, Harry se despertó con una ligera migraña, como si se hubiese pasado la noche combatiendo negras pesadillas. Por supuesto no era así, ya que había tomado su poción contra ellas, y había dormido profundamente. Sin embargo, se sentía inquieto y decidió desayunar por una vez en su cuarto, en vez de enfrentarse al caos reinante en el comedor.

No resultó ninguna sorpresa que Severus se sentara con él a la pequeña mesa que Dobby había preparado. Cuando el fuego llameó y Sirius y Remus entraron a la habitación, Severus ni protestó. Los dos hombres se añadieron a tomar el cuantioso desayuno traído por el elfo doméstico.

Harry sabía que los tres hombres estaban nerviosos debido a la seguridad. Harry, al igual que el resto de estudiantes, tenía que acudir a las pruebas. El Ministro había decidido que sería una muestra de orgullo nacional si todos los estudiantes se presentaban vestidos de sus colores de casa, cada uno de ellos llevando además una bandera inglesa. Como aquel evento sería cubierto de forma exhaustiva tanto por la prensa nacional como por la internacional, el Ministro había buscado lograr un gran impacto visual de cara a las fotos. Y pese a que no podía obligar a Harry a pasar las pruebas -cosa que le había puesto considerablemente furioso-, sí que podía exigir que todos los estudiantes estuviesen presentes, como parte de una actividad escolar.

La insistencia tanto de Severus como de Dumbledore habían logrado que el Ministro accediera a ciertas medidas extra de seguridad; al fin y al cabo, al hombre no le interesaba ser recordado como el Ministro que había conseguido que mataran a Harry Potter. Harry, junto con Ron, Ginny, Hermione y Draco, que por mera asociación podían ser objetivo del enemigo, estarían rodeados de miembros de la Orden. Severus y Remus se quedarían a su lado todo el tiempo, así como Dumbledore y la mayor parte de la familia Weasley de más edad. Molly se había tenido que quedar en casa debido al estado avanzado de su embarazo.

Incluso Sirius había insistido en quedarse junto a Harry. Él y Remus habían estado trabajando en un disfraz apropiado, ya que el perro resultaba un tanto obvio. Remus había por tanto perfeccionado una ilusión que hacía que Canuto pareciese un gato particularmente gordo, de color naranja. Como Crookshanks era muy conocido en Hogwarts, nadie se fijaría mucho en que un gato naranja anduviese cerca de Hermione. No obstante, aquello ponía muy nervioso a Harry. Iba a haber aurores por todas partes, y un simple error haría que Sirius fuese capturado.

–No estés tan preocupado –le dijo Sirius, inclinándose por encima de la mesa del desayuno para revolverle el pelo– No me va a ocurrir nada.

–Sería más seguro si te quedaras a resguardo, donde nadie te viera –declaró Harry. Miró hacia Remus y Severus, esperando encontrar apoyo en ellos. Se dio cuenta de que Remus parecía tan inquieto como él lo estaba, mientras que el rostro de Severus era tan ilegible como siempre. Sin embargo, ni uno ni otro dijo nada.

–Harry –suspiró Sirius– nada va a evitar que te proteja. Si pasa algo hoy, si los Mortífagos atacaran, necesitaremos hasta el último mago para protegerte.

Una segunda mirada a Remus y Severus confirmó que estaban de acuerdo con Sirius. Pese al riesgo, tenían que tener al máximo posible de magos hábiles en torno a Harry. Estaban tan unidos por esa idea común que ni siquiera discutieron durante el desayuno. Harry tuvo que resignarse y aceptar la situación.

Por la tarde los estudiantes de Hogwarts se dirigieron hacia el rediseñado campo de quidditch, abriéndose camino a través del gentío. Harry, Ron, Hermione, Ginny y Draco, rodeados de miembros de la Orden y numerosos aurores, fueron guiados a una entrada privada, por la que accedieron a un palco en lo alto de una larga escalera que daba a unas gradas interminables que descendían hasta el campo de quidditch.

Como todos los campos de quidditch, estaba abierto al exterior, pero las gradas se habían expandido hasta resultar el doble de altas, empezando desde el nivel del suelo, donde Harry supuso que estarían los asientos más baratos, y se alzaba en el aire de forma vertiginosa, hasta llegar a los palcos privados, mucho más lujosos. El lugar ya estaba lleno casi hasta los topes y cientos de magos y brujas iban en busca de sus localidades, soltando gritos animosos cada vez que veían a un jugador que se añadía a los que ya estaban volando. El día era perfecto: cielo despejado, un ligero viento fresco y revigorizante... resultaba casi idílico.

Sentado junto a Severus y a Remus, con un enorme gato naranja sentado en las rodillas de este último, Harry miraba admirado las vistas. Aunque no era más que una prueba, en cierta manera le recordaba por el gentío a la final de la copa mundial de quidditch, a la que había asistido antes de su cuarto curso. No creía que las gradas de Hogwarts volviesen a acoger nunca a tal multitud. A partir de ahora, durante los partidos escolares, aquello parecería desolado. Los estudiantes de Hogwarts apenas llenarían una sección.

–Se han pasado un poco –comentó Hermione. Estaba sentada justo detrás de Harry, entre Ron y Ginny. Draco, que estaba sentado delante de Harry, junto a Charlie y Arthur Weasley, le oyó y se volvió en redondo.

– ¡Es ridículo! –asintió, sorprendiéndolos a todos al estar de acuerdo con Hermione– Nadie podrá escuchar cómo el público aplaude cuando te venza en el próximo partido, Potter.

Cuando Severus había informado al rubio de que no podía arriesgarse a realizar la prueba para el equipo nacional, ya que su relación con los Weasley le ponía en posición de riesgo, el joven había tenido un ataque de genio particularmente espectacular; aunque al final se había calmado, dejándose consolar por Charlie. Pese a que por fuera seguía siendo el mismo cretino de siempre, se deshacía cada vez que Charlie le sonreía.

Cosa curiosa, el comentario de Draco fue lo primero en todo el día que hizo que Harry se relajara: eso era lo normal, lo habitual: que Draco Malfoy se metiese con su habilidad en el quidditch. Sonrió ampliamente al Slytherin.

– ¿Vencerme? –Bufó– ¿Y desde cuando eres capaz de ello?

El rubio sonrió socarrón.

–Qué fácilmente te confías. Ahora subestimarás mis habilidades y te sentirás falsamente seguro, y te voy a patear el trasero en el próximo juego. ¡Este año Slytherin se quedará la copa!

– ¡Ja! –la voz de Minerva McGonagall les sorprendió a todos. Estaba sentada a la izquierda, cerca de Dumbledore, y había oído toda la conversación. Ella, Severus y Dumbledore eran los únicos profesores que no se sentaban con el resto de alumnos. Todos habían considerado más prudente que se quedara cerca de Harry también– La copa será para Gryffindor.

Severus se inclinó en su asiento para mirarla.

–Cincuenta galeones a que no es así –dijo, para entusiasmo de Draco.

– ¡Acepto la apuesta! –Exclamó McGonnagall, antes de mirar con severidad a Harry– ¡Más vale que me consigas esa copa, jovencito!

– ¡Sí, señora! –asintió Harry al acto. Luego lanzó una mirada negra a Severus– ¿Apuestas contra mí?

El otro se encogió de hombros.

–Apuesto contra Gryffindor.

– ¡Ey, ése es Galvin Gudgeon, de los Chudley Cannons! –exclamó Ron excitadamente, captando la atención de todos. Todos se volvieron a mirar a lo que les pareció un borrón de puro rápido que pasaba sobre su escoba. Más y más aspirantes a Buscadores entraban en el campo. Pronto todos, pese al riesgo, compartían la emoción del acontecimiento.

El Ministro pasó brevemente en su palco, acompañado por un grupo de Aurores, saludando a todos con una sonrisa amistosa. Le preguntó a Harry de nuevo si no quería cambiar de opinión y pasar las pruebas, sólo para retirar la oferta cuando se encontró una docena de miradas asesinas como respuesta. Se excusó y emprendió la marcha hacia su propio palco, una vez en el cual usó un hechizo Sonorus para dar la bienvenida a todos los presentes.

Había fotógrafos por todos lados. Miles de cámaras lanzaron destellos de flashes al sacar fotos y fotos del Ministro mientras éste hablaba, pero Harry no pudo menos que percatarse de la gran cantidad de aparatos que estaban fijos en él, en vez del Ministro. Notó cómo Severus se le acercaba ligeramente, hasta que sus piernas se tocaron. El calor y la presión del cuerpo del otro hombre le resultaron reconfortantes. Harry resistió la tentación de alargar la mano para coger la de Severus.

Al no saber cómo eran las pruebas para entrar a un equipo profesional, Harry se sorprendió al oír las bases de la primera parte, que se explicaron a la entusiasta multitud y a los jugadores: había unos cincuenta jugadores intentando lograr el puesto, y todos ellos debían volar mientras quinientas snitches se soltaban a la vez. Los diez jugadores que lograran el máximo posible de snitches pasarían a la segunda parte. El acontecimiento prometía ser tremendamente espectacular y muy caótico, y Harry lamentó intensamente no poder unirse a los demás jugadores que estaban realizando la prueba. Miró por encima del hombro hacia Ron, que le dirigió una sonrisa de comprensión. Asintió ligeramente. El pelirrojo sabía muy bien lo que sentía, y la compasión y el compañerismo de su amigo hizo que se sintiera mejor.

La multitud aulló cuando las snitches fueron liberadas, y los jugadores se lanzaron como balas para ir a cogerlas antes de que pudiesen perderse. Harry vio cómo Marci Alegar, de los Appleby Arrows, coger dos snitches de una brazada y metérselas dentro de la camisa antes de dirigirse velozmente a por más. Al otro lado de la pista, Marco Halifax de los Falmouth Falcons estaba cazando snitches con su sombrero. El gentío jaleaba a sus jugadores favoritos, incluso cuando algunas de las snitches se lanzaron sobre los espectadores. Algunos de ellos incluso atraparon alguna snitch que otra.

Inmerso en la excitación del espectáculo, Harry estaba desprevenido para cuando su dolor de cabeza retornó centuplicado, como si le hubiesen golpeado con un objeto afilado entre los ojos. Debido al jaleo reinante nadie oyó su exclamación. Tomó aire y cerró los ojos con fuerza, como si así fuese a curarse la repentina migraña. Por un momento tuvo la sensación de ser retorcido, como si fuese lanzado a otro lugar por un trasladador, pero el asiento bajo él y el calor de Severus, tan próximo, no desaparecieron, por lo que supo que no había ido a ninguna parte. Aún podía oír el rugido de la multitud y a sus amigos aplaudiendo a los jugadores que iban atrapando más y más snitches.

Sin embargo, delante de él lo que veía era algo completamente distinto, sentía pensamientos en su mente que no eran suyos. Un segundo antes había estado mirando el juego, y al siguiente se encontraba en un helado terreno al norte de Canadá, cientos de kilómetros al norte de Yellowknife.

"Humanos, por ahora", fue el pensamiento que cruzó su mente, frío y ajeno, mientras se concentraba en el extraño glifo que estaba trazando en el suelo, a la débil luz que precedía al amanecer.

Le pareció que de nuevo vivía aquella sensación de vértigo, y ahora se encontraba en medio de un campo de maíz en Nebraska y que había seres humanos cerca, durmiendo en varias casas. Sintió el hambre rebullir en su interior, pero se centró de nuevo en el glifo que dibujó en el suelo.

Entonces apareció en medio del Amazonas, con la vida zumbando a su alrededor, el aire húmedo y cargado, y el hambre creció más, pues esta vez no sólo sentía humanos cerca, sino magos, magia. De nuevo trazó el glifo en el suelo y siguió adelante, cruzando el espacio en un parpadeo.

No había nada alrededor salvo hielo, en esta ocasión. Estaba en el final del mundo. Sin embargo, el glifo ardió rabiosamente en la tierra helada sobre la que lo trazó. Y entonces se encontró en el medio del Nunca-Nunca, en pleno centro árido de Australia, y sentir la vida lejos, en la ciudad de Alice Springs donde tanto magos como muggles vivían. Su hambre aumentó aún más mientras dibujaba el glifo diestramente.

Un humano le esperaba en medio de la selva de Indonesia. El hombre gritó cuando le devoró por completo antes de dejar su marca en el suelo. Un río hinchado y tumultuoso en China y la vacía estepa rusa no contenían más humanos, y su hambre cada vez era más acuciante. Marcó el suelo cada vez, sus pensamientos fijos en su destino final. Allí habría magos, tantos como deseara, le había prometido.

Olió sangre en el suelo de Dafur mientras dejaba allí su sello, y notó que la arena del desierto de Egipto se revolvía cuando la marcaba. Y entonces volvió su atención hacia el norte, hacia la poblada Europa, donde su jornada finalizaría y su hambre se saciaría. Primero, el sur de Francia, y por último Inglaterra, donde se le había dicho que podría alimentarse hasta que no quedaran cuerpos por devorar.

Harry se quitó de la cabeza los extraños pensamientos que le invadían y se forzó a volver al presente, al lugar en el que Severus estaba con él, junto con Remus, Sirius y aquellos a los que consideraba familia y amigos. Todos estaban contemplando a los jugadores de quidditch y su caza alocada de snitches, completamente ajenos a lo que se les venía encima. Se estiró para aferrar las manos de Severus y Remus, y se las apretó fuerte. Ambos hombres se giraron de inmediato hacia él. Sirius, en su forma de gato, volvió la cabeza para ver qué ocurría.

–Tenemos que sacar a todo el mundo de aquí –les dijo Harry con voz aterrada, sintiendo la certeza de la condena planeando por encima de todos.

–Harry, ¿qué ocurre? –preguntó Severus inmediatamente.

Y entonces ya fue demasiado tarde.

Apareció en medio del campo de quidditch. No había barrera capaz de detener a aquella cosa, ya que había caminado por la Tierra mucho antes que el ser humano existiera. Pese a que jamás habían encontrado nada parecido, a algún nivel profundo, instintivo, terrible, todos aquellos que lo vieron supieron lo que era: algo maligno, demoníaco, un dios anciano y antiguo de una época de pesadilla largamente olvidada.

La criatura era tan alta como las gradas, empequeñeciendo incluso a los gigantes legendarios. Su piel no era otra cosa que oscuras sombras que no paraban de moverse, haciendo que su figura fuese difícil de captar... aunque parecía tener brazos, demasiados brazos, y deformes tentáculos latigueando en el aire que hubiesen sido más propios del calamar gigante. Pero no aunque resultaba deforme, se distinguía perfectamente unos ojos rojos resplandecientes, de los que caía fuego que incendió el césped del campo de quidditch, así como una inmensa boca ansiosa, repleta de hileras e hileras de dientes aserrados, como los de un tiburón.

En cuestión de segundos los gritos de entusiasmo del público se convirtieron en aullidos de pánico. La gente se levantó de sus asientos, tratando de huir, pero no había forma de hacerlo puesto que la salida estaba abajo. En el momento en que el ser vio movimiento alargó sus manos inmensas de garras titánicas, y atrapó a cuatro personas a las que metió en su boca. Las hileras de dientes los machacaron, mientras sus víctimas chillaban en agonía, indefensas. El pánico cundió por doquier.

Los aurores corrieron entre el gentío y lanzaron hechizo tras hechizo a la criatura, pero su sombría piel parecía absorber la magia, volviéndola ineficaz por completo. Al final sus maldiciones se convirtieron en pura luz verde cuando dejaron de lanzar nada que no fuera el propio Avada, pese a que el monstruo no parecía afectado por ello y seguía agarrando puñados de magos y brujas para devorarlos.

– ¡Tenemos que hacer algo! –gritó Harry a Severus y Remus, que estaban intentando llevarlo a la parte más elevada del palco. Él se debatía, los ojos fijos en la criatura y en la gente que moría entre sus chirriantes mandíbulas. La hierba a sus pies se estaba volviendo carmesí por la sangre. Las escaleras cercanas al campo eran la única salida, pero Dumbledore y McGonagall habían creado un agujero en el muro y estaban transfigurando unas escaleras para llevarles fuera. Los gritos alrededor eran ensordecedores.

– ¡Harry, no hay nada que podamos hacer! –le gritó Remus.

– ¡Expulsadlo! –Gritó Harry– Es un demonio. ¡Alguien tiene que saber cómo exorcizarlo! ¡Hay hechizos para ello!

Remus aferró los hombros de Harry, que intentaba soltarse de nuevo.

– ¡Harry, no es un simple demonio, es uno de los antiguos, de los viejos dioses! No hay hechizo que le pueda expulsar de este mundo. Sólo quien le ha conjurado puede devolverlo al lugar del que proviene. ¡No podemos hacer nada!

–Tenemos que salir de aquí, Harry –afirmó Severus tirando de su brazo, guiándole a la abertura que había hecho Dumbledore. Otros habían visto a Dumbledore trabajar, y aunque algunos intentaban imitarle, la mayoría simplemente se dirigía hacia su palco, dispuestos a escapar por la escalera recién transfigurada. Las protecciones de Hogwarts impedían que nadie se apareciera y pudiera huir.

Maldiciendo, tanto Severus como Remus se adelantaron para crear más aberturas en el muro, sabiendo que si no había más formas de escape, la gente se aplastaría unos a otros al intentar huir por la misma vía todos a la vez. Incluso Sirius había recobrado su forma humana y ayudaba, sin pensar siquiera, dadas las terribles circunstancias, en que podía ser capturado.

Pero Harry se encontró mirando fijamente al monstruo que seguía devorando a la gente. Estaba empezando a desgarrar las gradas, apartándolas con sus tentáculos, para llegar mejor a los hombres y mujeres que trataban de escapar. Y los niños... oh, Dios. Harry vio como los estudiantes de Hogwarts trataban de escapar de su lugar, intentando abrir agujeros en la parte trasera del muro. Pero con ellos no estaba ni Dumbledore ni McGonagall, y los otros profesores no tenían su habilidad. Los estudiantes estaban intentando descender por los armazones, desesperados. Sprout había logrado hacer crecer unas plantas trepadoras que les ayudaban a aferrarse mejor, y el profesor Flitwick hacía levitar a algunos alumnos hasta el suelo. Harry vio que algunos saltaban de lo alto de puro pánico, quedándose quietos y desmadejados al chocar contra el suelo.

Aquello no podía estar pasando. Harry miró a los Aurores, que seguían lanzando maldiciones de muerte. Sus hechizos eran completamente inútiles, y algunos se habían desesperado y estaban intentando escapar, mientras que otros estaban reuniendo a los jugadores de quidditch para hacerles colaborar en la huida de los espectadores, llevándoles en sus escobas.

Harry no entendía por qué nadie intentaba exorcizar a la criatura. Había un hechizo que él conocía que se suponía que podía expulsar cualquier cosa. Hermione se lo había enseñado, aunque nunca lo habían practicado: al fin y al cabo, no podías desvanecer demonios sin haberlos invocado primero. Pero él sabía que no podía quedarse ahí sin hacer nada mientras en torno a él morían hombres, mujeres y niños. Simplemente lo sabía.

Empujó para abrirse camino a través de los Weasley y corrió hacia las escaleras. Todo el mundo corría en dirección contraria, trepando por las sillas y barandas tratando de llegar a la parte alta de las gradas. Fue vagamente consciente de que había voces a su espalda, gritando su nombre, llenas de pánico, mientras avanzaba sin impedimento ni obstáculo alguno.

Estaba más allá del terror ahora, con un único pensamiento en mente: tenía que parar esto, ¿por qué nadie lo había parado ya? ¿Por qué nadie expulsaba a la cosa? Los gritos llenaban el aire, tapando todo otro sonido. Esto era Hogwarts, esto era el campo de quidditch donde jugaba su juego favorito, donde había luchado contra Voldemort el año pasado, donde el Ojo de Odín había explotado en sus manos. Y por un momento creyó ver dos cuervos volando a su lado mientras corría cuesta abajo, dos cuervos que le guiaban, dos cuervos que graznaban ánimos cuando puso el pie en la hierba y se dirigió hacia la titánica figura que seguía devorando inocentes.

La criatura ni notó su presencia, concentrado como estaba en la gente a la que iba cogiendo, de uno en uno, de la sección de las gradas que había desgarrado. Las maldiciones de los aurores aún surcaban el aire, siendo absorbidas por la piel de sombras. Harry levantó la varita. Sintió la magia en su interior, burbujeante como una fuente, surgiendo del suelo, corriendo por sus venas. Su cuerpo vibraba, pero su mano se mantuvo firme. Alzó la voz para gritar:

– ¡Exsilium Regalis Numen!

Un rayo de luz blanca brotó de su varita y golpeó a la criatura en el pecho. La cosa volvió inmediatamente sus ojos rojos y ardientes hacia Harry, y un aullido de rabia que sacudió la tierra escapó de su garganta. Su mirada atrapó la de Harry mientras la luz le envolvía, y el joven notó una fuerza terrible que hacía presión contra su mente, mientras el ser luchaba por liberarse.

Oh, Dios, pensó cuando aquella mente antigua penetró en la suya, aplastándola. Y sin embargo, su varita siguió en alto.

—————————

Cuando Harry había aferrado la mano de Severus y le había dicho que había que sacar a todos de allí, Severus había sentido verdadero miedo. Todos habían supuesto que algo podía ocurrir ese día, pero la expresión de Harry había sido tan aterrada que Severus se había preguntado si no habrían cometido un error de cálculo y subestimado largamente los problemas que podían surgir.

Un segundo después tenía su respuesta: en el instante en que la criatura había aparecido en el centro del campo de quidditch supo inmediatamente qué era... y también supo que toda esperanza estaba perdida.

De repente recordó la conversación que había tenido con Lucius en enero, cuando le había comentado que el Señor Oscuro estaba loco. Le había dicho que se trataba de una nueva demencia, de algo indescriptible. Ahora entendía a qué se había referido Lucius: había pocas cosas que pudiesen horrorizar a Lucius Malfoy, pero aquella criatura era una de ellas. Ese ser, sólo y sin apoyo de ninguna clase, podía destruir el mundo. Invocar semejante cosa, lanzarla sobre la población indefensa, era algo ilógico por completo. No habría Inglaterra que gobernar cuando la cosa terminara con ella; incluso el Señor Oscuro debería haber sido capaz de entender eso.

Dumbledore, que nunca había sido de los que tardaban en poner manos a la obra, les reunió a todos y realizó un agujero tras las gradas. Tanto él como Minerva utilizaron sus extraordinarias habilidades para transfigurar unas escaleras que les sacarían de allí. Bill y los gemelos captaron rápidamente la idea y optaron por una opción más fácil, creando ya no escaleras, sino agujeros tipo tobogán que permitirían a los más ágiles deslizarse hacia el exterior.

Severus y Remus se quedaron junto a Harry, lo mismo que Sirius, el cual se transformó para guardar la posición en cuanto se percataron de que iban a tener que contener al ser si por desdicha llegaba a prestarles atención. Severus sabía bien que las maldiciones mortales que los aurores estaban lanzando no tendrían ningún efecto, pero quizás un escudo encantado pudiese retenerlo físicamente... al menos por unos momentos.

En ese momento oyó cómo Harry discutía con Remus; ambos gritaban mientras tanto Severus como el hombre lobo intentaban guiar al joven hacia la abertura de escape.

– ¡Harry, no hay nada que podamos hacer! –le gritó Remus.

– ¡Expulsadlo! –Gritó Harry– Es un demonio. ¡Alguien tiene que saber cómo exorcizarlo! ¡Hay hechizos para ello!

Escuchó cómo Remus explicaba la situación a Harry, antes de añadir su asentimiento:

–Tenemos que salir de aquí, Harry –afirmó Severus, antes de ver el gentío que se dirigía desde los otros palcos hacia ellos, viendo las vías de escape que tanto Dumbledore como los demás seguían creando– ¡Lupin! –gritó Severus, llamándole la atención para que le ayudara a crear más aberturas. Si no lo hacían, acabarían aplastados por la multitud histérica que intentaba huir. La idea de los trampolines que habían tenido los Weasley era buena, ya que permitía que los más jóvenes se deslizaran velozmente hacia fuera.

Notó cómo Harry escapaba de su presa, incluso aunque estaba tirando de él hacia la salida. Se volvió y empujó a varias personas, intentando ver a dónde había ido el chico. Se le cayó el alma a los pies cuando le vio correr hacia el campo, escaleras abajo.

– ¡Harry! –gritó, sintiendo pánico. En nombre de Merlín, ¿qué pretendía el chico? No podía creer que pudiese vencer a esa cosa solo, no podía estar pensando en luchar contra ella, cuando incluso Dumbledore no había realizado un simple hechizo en su contra... ¿verdad?

Su grito captó la atención de los demás, que se volvieron también hacia el muchacho.

– ¡Harry! –varias personas repitieron su llamada... y Severus se dio cuenta de que no podía soportar la idea de continuar su vida solo. Era una locura, pero corrió tras el chico, abriéndose paso a empujones entre la gente que luchaba por llegar a la parte alta de las escaleras. ¿Por qué todos se apartaban del camino del chico, pero bloqueaban el suyo una y otra vez? ¡No podía permitir que aquello ocurriera! No podía permitir que Harry se enfrentara a la criatura... no iba a aceptar que Harry muriera.

Y si Harry moría... entonces Severus también moriría. Caería luchando hasta su último aliento. Todo sentido de auto conservación, toda razón huyó de Severus mientras se apresuraba a correr tras su compañero vinculado. Si aquella locura era lo que significaba ser Gryffindor, moriría como un Gryffindor. A juzgar por los gritos de voces familiares a su espalda, que parecían seguirle, no iba a hacerlo precisamente solo.

Harry llegó al campo mucho antes de que Severus llegara a las escaleras, siquiera. Fue la más pura incredulidad lo que le detuvo finalmente, incredulidad al oír el hechizo que el muchacho lanzó al ser. Todos los presentes oyeron el hechizo, pues la voz de Harry se alzó por encima de los gritos de terror, amplificada por ondas de pura magia que parecieron surgir en un estallido de su propio cuerpo.

Era una locura... porque aquel hechizo no era de verdad. No era más que un cuento de niños, una leyenda en la que nadie creía ya. La Expulsión del Rey, un hechizo que no era más que un pie de página en los libros de historia hoy día, porque, por supuesto, no funcionaba. Era un hechizo que tenía el poder de exorcizar cualquier cosa, a cualquier ser...

Pero sólo si lo pronunciaba el propio Rey.

Cuando una cegadora luz blanca brotó de la varita de Harry para golpear a la criatura, llamando su atención hacia el chico, Severus lo entendió todo de repente. Ahora comprendía por qué Harry podía usar la Voz del Rey, cuando no funcionaba para nadie más; ahora comprendía el significado del Ciervo Real. Ahora sabía por qué las piedras sello sagradas bailaban cuando Harry las tocaba, o por qué la propia Tierra le obedecía. Ahora entendía por qué los Wyrms se habían inclinado ante él, por qué los orgullosos vikingos de las Tierras de Invierno habían realizado la genuflexión ante él sin sentirse humillados... lo comprendió todo en aquel instante.

De forma igualmente brusca, entendió que aquello no importaba: todo cuanto importaba era que la vieja criatura había vuelto su ardiente mirada hacia el mago que él amaba, y que con un simple zarpazo de aquellas corruptas extremidades todo habría acabado. La cosa avanzaba, con los brazos alzados y los tentáculos latigueando, preparado para golpear. La luz blanca de Harry le estaba quemando, llenando las sombras de su interior, pero no lo bastante rápido...

Aferrando su varita apretadamente, Severus aceleró, desesperado por llegar junto a Harry. Alzó la mano y apuntó, gritando:

– ¡Protego Maximus! –canalizó toda la energía que poseía para formar un escudo entre Harry y la criatura. Cuando el primer golpe llegó, el tentáculo se estrelló contra aquella defensa y casi derrumba a Severus. A su lado oyó una nueva voz gritar.

– ¡Protego Maximus! –Sirius Black lanzó su propio escudo bajo el de Severus, uniendo su fuerza a la del Slytherin. Los dos juntos apenas pudieron soportar el siguiente impacto, que hizo templar el suelo.

– ¡Protego Maximus! –gritó una tercera voz, y en esta ocasión fue la fuerza de un hombre lobo lo que se añadió al escudo, una magia que se fundía perfectamente con la de Sirius. Los dos hombres se conjuntaban de una forma que para Severus resultaba imposible, ya que nunca había tenido tal conexión con nadie. Más golpes cayeron sobre ellos, chocando contra sus guardas, y Severus temió que, incluso con los dos Merodeadores, no iba a ser suficiente.

Más voces sonaron repentinamente: Ron Weasley y Hermione Granger, ambos estudiantes incapaces de abandonar a su amigo ante una muerte cierta. Y entonces oyeron a Arthur Weasley que se unía a su hijo, y luego los gemelos, su magia fluyendo unida como sólo dos hermanos tan próximos el uno al otro podían llegar a logra. Bill y Percy se les unieron segundos después, y luego Charlie y Ginny. Severus se giró brevemente a mirarles, un grupo de pelirrojos aterrados, pero valientes... tan valientes, incluso ante aquella cosa.

Para su sorpresa, una nueva voz se les unió, una llena de terror, temblorosa pero fuerte: Draco Malfoy estaba junto a ellos. Quizás había decidido, lo mismo que Severus, que más valía morir antes que vivir solo.

Los ataques cada vez eran más violentos y rápidos. Los escudos temblaban, demasiado débiles, demasiado inconexos, demasiado separados para aguantar mucho más. Oyó que McGonagall también se les unía, pero incluso su inmenso poder no iba a ser suficiente para contener los golpes cada vez más feroces que llovían sobre ellos.

Y entonces oyó la voz que había estado esperando, la del único mago que podía tener una posibilidad en aquella batalla titánica. Dumbledore se puso tras todos ellos y elevó su varita, pero no fue una guarda lo que invocó.

– ¡Iunctum! –gritó, y su hechizo dio contra los de los demás. Para maravilla de Severus, los unió a todos en un breve y esplendoroso instante, trenzando la magia de cada uno de ellos en una corriente única y perfecta. Los escudos aislados desaparecieron, transformándose en uno que brilló lleno de fuerza, mientras ataque tras ataque se estrellaba contra él.

Unidos tras el muchacho que les salvaría a todos, se mantuvieron en su sitio y no dudaron.

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el capítulo de hoy :3

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