Segunda oportunidad

Autorstwa madonnav19

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Alec y Jane Vulturi son conocidos por ser los vampiros más jóvenes, crueles, sádicos y fríos del mundo. Fuero... Więcej

1. El comienzo
2. Los hombres de ojos rojos
3. Hipnos y Melpómene
4. La verdad
5. Transformación
6. Nueva vida
7. Problemas alimenticios
8. Parálisis sensorial
9. Navidad
10. Primer siglo
11. Niños inmortales
12. Demetri
13. Me gustas
14. Renata
15. Traidora
16. Recaída
17. Peste negra
18. La Tierra es redonda
19. Heidi
20. Eleazar
21. Hijo de la noche
22. El vampiro de ojos dorados
23. Corrigiendo desviaciones
24. Sangre animal
25. Ciao Volterra
26. Nuevo Mundo, nueva vida
27. Enamorada
28. Guerra del sur
30. La gripe española
31. Renesmee
32. Cita
33. ¿Quieres casarte conmigo?
34. Esme
35. Intuición femenina
36. Vendetta
37. Universitarios
38. Agrandando el clan Cullen
39. Emmett
40. Intento fallido de amor
41. Golpe bajo
42. El precio de la culpa
43. Rosalie, la bella
44. Neófita
45. La novia de ojos rojos
46. Esperanza
47. Agrandando la familia
48. Amigos
49. Entre drogas, The Beatles y transplantes de corazón
50. Resaca, caos y la gran boda
51. Alaska
52. Clan Denali
53. Seduciendo a Jane
54. Thomas
55. La cruda verdad
56. Like a Virgin
57. La carta
58. Volterra
Epílogo
59. ¿Ser o no ser?
60. La invitada
61. Amalia
62. Conflicto de intereses
63. ¡¿Dónde está?!
64. Buscando ayuda
65. Condenada a muerte
Epílogo
Agradecimientos

29. El caballero de ojos dorados

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Autorstwa madonnav19

Columbus, Ohio, Estados Unidos, 1911

Los suaves rayos del sol entraron por la ventana, acariciando su piel y despertandola. Ella quería dormir un poco más, pero en poco tiempo tendría a su madre golpeando la puerta para que despertara. Salió de la cama y se vistió rápidamente para poder ir a tomar el desayuno en la cocina.

La cocina era pequeña y sencilla, pero tenía todo lo necesario para vivir dignamente. Las paredes tenían un empapelado con flores, las cortinas eran blancas y rojas y el piso era de madera. En el centro había una mesa redonda de madera con un mantel blanco que su abuela había tejido y regalado a su madre cuando se casó. La mujer de cabello castaño, con algunas canas, dejó un plato con pan recién hecho y una jarra de jugo de naranja. Ella sonrió al ver a la joven y sonrió.

–Buenos días hija.

–Buenos días madre —la saludó antes de sentarse a desayunar.

La vida en una granja podía ser difícil para muchas personas, pero para ella era divertida. Luego del desayuno iba a quitarles sus huevos a las gallinas y a recoger las frutas y verduras que estuvieran maduras. Junto a su madre se dedicaban a llenar cestos para que su padre pudiera llevarlos al pueblo y venderlos. Su padre, el señor Platt, se dedicaba a ordeñar a las vacas y cabras para que su madre, la señora Platt, hiciera quesos. El señor Platt mataba a los animales para vender sus trozos de carne y también trabajaba la tierra para que la joven pudiera sembrarla y cosechar sus frutos. No eran poderosos e importantes, pero les iba bastante bien y podían permitirse algunos lujos, como tener empleados.

Los años pasaban y el físico del señor Platt ya no era el mismo. Con el tiempo, tuvo que contratar a un par de hombres jovenes para que lo ayudaran con la tierra y el ganado. Los hermanos James y Jack Izner eran dos jovenes risueños que no tenían miedo de trabajar de sol a sol.

Los días de la muchacha eran monótonos y aburridos cuando debía esperar a que los frutos crecieran. Antes de casarse con el señor Platt, la señora Platt había sido una señorita que vivía en el pueblo. Ni los años en el campo habían logrado quitarle sus delicados y elegantes ademanes, por lo que ella estaba decidida a convertir a su única hija en una señorita y moderar su caracter salvaje. La niñez había durado demasiado pronto y ya estaba en edad casadera, por lo que había llegado el momento de dedicarse a cosas tontas como bordar, tejer y aprender a cuidar la casa para consentir y cuidar su futuro marido. A veces la joven la escuchaba y a veces no.

Si fuera por ella, viviría descalza, corriendo por el campo y trepando arboles. Le gustan los árboles desde que tenía uso de razón. El día estaba demasiado soleado y no pudo resistir la tentación. Se quitó los zapatos, las medias y el corsé y salió a correr. Comenzó a reír como una niña feliz y se dirigió a su árbol favorito, que era bastante grande y le permitía ver un gran paisaje verde desde la cima. Lo había hecho tantas veces que ya era capaz de trepar árboles con los ojos cerrados, sin embargo, algo paso. Un movimiento involuntario hizo que perdiera el equilibrio y terminara en el suelo, donde explotó un dolor insoportable en su pierna que la hizo gritar.

–¡Esme!

La señora Platt salió corriendo de la casa y vino hacia ella. James también dejó de hacer sus cosas para ir a ver que pasaba. La joven se sentó con cuidado y tocó su pierna, sintiendo como el dolor empeoraba.

–¡Niña loca! ¿Cuántas veces te he dicho que no te subas al árbol? Anda James, levantala con cuidado para que la llevemos al hospital.

James la cargó y fueron hacia el hospital del pueblo. No le agradaban mucho los hospitales pero el dolor en la pierna era mucho y debía ser fuerte para no ponerse a llorar. Luego de una hora en la que escuchó a su madre quejarse y darle sermones sobre lo que es y no es correcto para una señorita de su edad, consiguieron llegar.  La señora Platt le explicó a las enfermeras lo que había pasado y ellas la llevaron a una habitación en donde la atenderian.

La habitación no tenía nada interesante, solo una cama, una silla, una pequeña mesa y una ventana. Estaba volviéndose loca cuando la puerta se abrió y un hombre joven de cabello dorado ingresó a la habitación.

Sí no fuera por el dolor en la pierna, ella probablemente hubiera creído que estaba muerta. Él era joven, tenía una constitución media y bien torneada, su cabello rubio largo hasta el cuello, sus ojos eran dorados y su piel era extremadamente pálida, aún así era muy hermoso, como un ángel con forma de hombre.

–Buenos días, soy el doctor Carlisle Cullen –su voz tenía un ligero pero delicioso acento británico, algo que hizo que la mente de la joven se nublara y fuera incapaz de articular alguna palabra–. Por lo que aquí dice, usted es la señorita Platt y esta aquí por una pierna rota, ¿me equivoco? –lo único que pudo hacer fue negar con la cabeza.

El doctor Cullen comenzó a examinar su pierna y gritó cuando tocó la parte rota. El fue gentil y trató de hacerla sufrir lo menos posible mientras inmovilizaba su pierna para que pudiera sanar más rápido. Algo que le llamó la atención fue la frialdad en su piel. Estaban en verano, pero sus manos estaban tan heladas que parecía haber estado jugando con la nieve antes de tocarla.

La señora Platt comenzó a agradecerle efusivamente y Esme se sintió avergonzada al ver como el sonreía amablemente. El horario de visitas terminó y el doctor Cullen le dijo a su madre que podría volver en la mañana. Como quería asegurarse de que todo estuviera bien, el les aseguró que en tres dias podría volver a casa. En la noche, una enfermera fue a verificar que ella estuviera bien y se fue, dejándola sola para que tratara de dormir, algo difícil ya que no podría dejar de pensar en el doctor Cullen.



¿Qué me pasa? ¿Por que no puedo quitarme de la cabeza los ojos cafés de la señorita Platt? A pesar de las protestas de los gemelos, Carlisle había decidido ir a Ohio para vivir y practicar la medicina en una zona rural. Hace algunos años que estaban allí, sin embargo hoy había visto a la chica más hermosa y delicada que existe.

Era incorrecto que pensara en ella, a fin de cuentas solo era su paciente y en unos días ella se iría y nunca más volvería a verla debido a que pronto se irían a otro lugar. Ver a Esme le había hecho darme cuenta de lo solo que estaba. Los gemelos siempre tuvieron esa complicidad de hermanos, a pesar de que lo aceptaron y lo dejaron guiarlos desde el punto de vista paternal, lo cierto es que aún estaba solo.

–¿Qué es lo que pasa por esa cabeza, señor Cullen? –el se sorprendió al ver a Jane detrás de él, observándolo con curiosidad.

Después de que ella confesara sus sentimientos hacia el, las cosas habían estado un poco tensas entre ambos. Nunca más tendrían la confianza y armonía del pasado, pero lentamente había vuelto a compartir el espacio conmigo durante las ausencias de Alec. Ella estaba usando un vestido violeta oscuro, casi negro, que resaltaba violentamente la palidez de su piel y ocultaba las curvas de su cuerpo. Durante el primer siglo de convivencia sus ojos brillaban, pero en los últimos años se habían vulelto fríos e impenetrables.

–Nada, no me pasa nada —sonrió para tranquilizarla, algo que no funcionó ya que ella alzó una ceja.

–Tu expresión dice lo contrario. Generalmente estás tranquilo, pero hoy te veo algo alterado.

–Creo que me conoces bien.

–Es el fruto de la convivencia –se encogió de hombros y se sentó frente a el–. ¿Me lo dirás? Tal vez puedo ayudar.

–No creo que quieras saberlo –apenas estaban llevándose bien, sería ridículo arruinarlo todo.

–Conociste a una mujer y temes decirlo, ¿me equivoco?

–No quiero incomodarte –confesó casi a regañadientes.

–¿Por qué habrías de hacerlo? Lo que paso entre nosotros es cosa del pasado. Si aún me doliera, no estaría aquí.

—Supongo que si.

Se quedaron en silencio y Carlisle lentamente comenzó a contarle todo lo que le pasaba, todo lo que le preocupaba y como se sentía respecto a Esme. Tal vez debería habérselo dicho a Alec, pero Jane lo escuchó atentamente. Ella se quedó en silencio un instante y se puso de pie para irse. Mentalmente él se regaño porque seguramente la habría molestado al hablarle de Esme. Se llevó una gran sorpresa al ver que ella volvía con unos libros y se los daba. La mirl confundido antes de bajar la vista y ver que eran sonetos de Shakespeare y poemarios.

—Son mios y los quiero de vuelta –aclaro antes de volver a sentarse–. Hay algunas nubes de tormenta, por lo que si llueve la chica no tendrá nada que hacer porque su familia se quedará en casa. Prestale alguno para que lo lea y al final del día ve a despedirte y hablen sobre el libro. Sí continua gustandote, tal vez puedan verse luego de que le des el alta.

–Podría funcionar si fuera humano. Sabes que no podemos relacionarnos mucho con ellos.

—Sí te alejas, siempre tendrás la duda de lo que pudo haber pasado si le hablabas. Inténtalo y se feliz durante un tiempo, a fin de cuentas ya nos estamos por ir de este lugar.

Carlisle miro los libros y se quedó en silencio, pensando qué hacer.


La lluvia fuerte fue lo que la despertó. Demoró bastante en darse cuenta de dónde estaba y vio como la puerta se abría, permitiendo que el doctor Cullen entrara en la habitación.

–Buenos días, ¿durmió bien? –preguntó amablenente y sonrió.

–Muy bien, gracias. ¿Usted?

–Bien –se acercó a ella y le ofreció un par de libros–. Afuera esta lloviendo mucho, tal vez no reciba visitas y creí que la lectura podría ser una buena forma de pasar el tiempo.

–Muchísimas gracias.

–Volveré en la noche para ver como sigue.

Se despidió amablemente y Esme contuvo las ganas de sonreír como una tonta. Era la primera vez que alguien le recomendaba un libro y se sentía halagada por eso.

Tal como el doctor lo predijo, nadie vino a visitarla, por lo que ella pudo dedicarse a la lectura sin que la molestaran. Por la tarde, él vino a revisarla y se quedaron hablando, ella ruborizandose por momentos al ver que él la escuchaba y se interesaba por lo que tenía que decir.

Todo parecia ser perfecto hasta que la señora Platt volvió y el doctor Cullen le dio el alta, diciendo que ya estaba lo suficientemente bien para volver a casa. Con gran dolor, Esme tuvo que volver a su monotona vida, aunque antes de irse el le regaló los libros que le había prestado, libros que ella cuidó y protegió como sí fueran el tesoro más importante del mundo.

Cuando se recuperó y pudo volver a caminar sin ayuda, fue al hospital para hacerle una visita, sin embargo se llevó una gran desilusión al descubrir que el doctor Cullen ya no trabajaba en el hospital. ¿Acaso el doctor Cullen existió realmente o solo fue una ilusión? Los libros eran la única prueba de su existencia.

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